seudónimo; Pez Pigmalión Cayó como un pájaro del árbol cuando sus labios del mármol le obligaron a soltar. J. Sabina Entrometido lector: sea de vuestro buen saber que os quiero mucho. Dicho lo más esencial quiero deciros que hoy me he levantado del lado correcto de la cama, sea cual sea. Me cuesta mucho describir el júbilo que arremete contra mí. Quisiera poder daros un presente, envuelto con un lindo papel de regalo, pero la pobreza inmunda que ahoga mi vida no me lo permite. Por eso debo limitarme a las palabras y a regalaros una amena historia. Le sucedió a un hombre llamado Juan Lustre de la Vaca. No oses preguntar, pérfido lector, cómo pude yo haberme enterado de estos hechos, pues no os corresponde tales privilegios. Baste saber que el señor de la Vaca oficiaba como escultor. Muchas cosas feas se decían de él en el pueblo. Es que siendo tal su oficio, necesariamente se veía entrar a su estudio con mucha frecuencia innumerables tipos de mujeres voluptuosas y bellas. Sus manos de artista estaban especializadas en la figura femenina y en todos los subterráneos secretos que esta otorga al que tiene paciencia. Si bien muchos intentaban imitar su arte, nadie lo igualaba en perfección. Todo le iba muy bien hasta que cierto día llegó al pueblo un personaje de prestigio al que nadie había visto desembarcar en la unánime noche. Este caballero pronto fue testigo de las musas de mármol que adornaban la plaza de armas del pueblo y tal fue su arrebato que las consideró mucho más hermosas que la realidad misma. Queriendo conocer al autor de semejantes proezas, pronto fue a dar al estudio del escultor de la Vaca. Esa noche Baco no estuvo ausente y la chicha la pedían por toneles. En el momento más lúcido de tan digna ebriedad, el prestigioso personaje, con gran fajo de billetes en la mano, encomendó al renombrado escultor una abstrusa tarea. La época que transcurrió posterior a estos eventos fue extraña para los vecinos chismosos pues ya las ninfas no eran requeridas por don Juan de la Vaca, quién las había cambiado por otro género de criatura: por ovejas. Interrumpo bruscamente mi relato para haceros notar, lúcido lector, de vuestra sorpresa y rubor ante este giro de eventos. Además debo advertiros de no continuar vuestra lectura, pues lo que sigue no es más que grotesca fatalidad. Hecha la advertencia continuemos lo que nos concierne. Siendo el escultor de la Vaca maestro incomparable en los contornos femeninos hay que decir que nada sabía de animales. Lamentándose de su codicia, veía desfilar en su estudio a interminables tipos de ovejas. Ninguna se ajustaba a su concepción de lo bello. Atribulado por la urgencia del pedido, un día fue a otorgarse un receso en los bucólicos alrededores del pueblo. Entonces la vio. Sus gráciles lanas nacaradas adornaban con elegancia su rostro de marfil. Sin preguntar por dueño, se embolsó de aquella ovejita y, para mayor comodidad artística, la mandó a disecar. Ya obtenido el modelo, se arrojo con violencia a su labor, desechando todo sus conocimientos anteriores pues estos en nada le ayudaban entonces. Pasó un año entregado a semejante labor y, gota a gota, una extraña picazón lo encariñaba cada vez más con su obra. Las palabras me faltan para describir las jornadas tormentosas que el escultor de la Vaca sufrió a causa de este encargo. Llegó el día pactado y el prestigioso personaje se presentó en el estudio del señor de la Vaca. Justificándose mediante la prudencia, el escultor de la Vaca le rogó al prestigioso personaje que guardará de contemplar su obra hasta haber llegado a su patria. Le entregó el objeto en una caja de madera. Una vez instalado en su casa, el hombre prestigioso dispuso a sus sirvientes que llevaran la misteriosa caja al centro del salón y él mismo se tomó el trabajo de sacar clavo por clavo, a costa de pequeñas heridas, pues los de su clase también pueden darse estos lujos de vez en cuando. Tremenda fue su expresión al encontrarse frente al cadáver disecado de la linda ovejita en reemplazo de la esperada escultura. Trastornado, se trasladó inmediatamente al estudio del escultor de la Vaca, gracias a su poderosa caballería. Mi pudor no me permite describir lo que allí se encontró pero, osado lector, os dejo a vuestra perversa imaginación la tarea de dar fin a este relato que por sí mismo se va agotando y acaba ahora.