Pigmalión - AXS Bolivia

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seudónimo; Pez
Pigmalión
Cayó
como un pájaro del árbol
cuando sus labios del mármol
le obligaron a soltar.
J. Sabina
Entrometido lector: sea de vuestro buen saber que os quiero mucho. Dicho
lo más esencial quiero deciros que hoy me he levantado del lado correcto de la
cama, sea cual sea. Me cuesta mucho describir el júbilo que arremete contra mí.
Quisiera poder daros un presente, envuelto con un lindo papel de regalo, pero la
pobreza inmunda que ahoga mi vida no me lo permite. Por eso debo limitarme a
las palabras y a regalaros una amena historia. Le sucedió a un hombre llamado
Juan Lustre de la Vaca. No oses preguntar, pérfido lector, cómo pude yo
haberme enterado de estos hechos, pues no os corresponde tales privilegios.
Baste saber que el señor de la Vaca oficiaba como escultor. Muchas cosas feas se
decían de él en el pueblo. Es que siendo tal su oficio, necesariamente se veía
entrar a su estudio con mucha frecuencia innumerables tipos de mujeres
voluptuosas y bellas. Sus manos de artista estaban especializadas en la figura
femenina y en todos los subterráneos secretos que esta otorga al que tiene
paciencia. Si bien muchos intentaban imitar su arte, nadie lo igualaba en
perfección. Todo le iba muy bien hasta que cierto día llegó al pueblo un
personaje de prestigio al que nadie había visto desembarcar en la unánime noche.
Este caballero pronto fue testigo de las musas de mármol que adornaban la plaza
de armas del pueblo y tal fue su arrebato que las consideró mucho más hermosas
que la realidad misma. Queriendo conocer al autor de semejantes proezas, pronto
fue a dar al estudio del escultor de la Vaca. Esa noche Baco no estuvo ausente y
la chicha la pedían por toneles. En el momento más lúcido de tan digna ebriedad,
el prestigioso personaje, con gran fajo de billetes en la mano, encomendó al
renombrado escultor una abstrusa tarea. La época que transcurrió posterior a
estos eventos fue extraña para los vecinos chismosos pues ya las ninfas no eran
requeridas por don Juan de la Vaca, quién las había cambiado por otro género de
criatura: por ovejas. Interrumpo bruscamente mi relato para haceros notar, lúcido
lector, de vuestra sorpresa y rubor ante este giro de eventos. Además debo
advertiros de no continuar vuestra lectura, pues lo que sigue no es más que
grotesca fatalidad. Hecha la advertencia continuemos lo que nos concierne.
Siendo el escultor de la Vaca maestro incomparable en los contornos femeninos
hay que decir que nada sabía de animales. Lamentándose de su codicia, veía
desfilar en su estudio a interminables tipos de ovejas. Ninguna se ajustaba a su
concepción de lo bello. Atribulado por la urgencia del pedido, un día fue a
otorgarse un receso en los bucólicos alrededores del pueblo. Entonces la vio. Sus
gráciles lanas nacaradas adornaban con elegancia su rostro de marfil.
Sin
preguntar por dueño, se embolsó de aquella ovejita y, para mayor comodidad
artística, la mandó a disecar. Ya obtenido el modelo, se arrojo con violencia a su
labor, desechando todo sus conocimientos anteriores pues estos en nada le
ayudaban entonces. Pasó un año entregado a semejante labor y, gota a gota, una
extraña picazón lo encariñaba cada vez más con su obra. Las palabras me faltan
para describir las jornadas tormentosas que el escultor de la Vaca sufrió a causa
de este encargo. Llegó el día pactado y el prestigioso personaje se presentó en el
estudio del señor de la Vaca. Justificándose mediante la prudencia, el escultor de
la Vaca le rogó al prestigioso personaje que guardará de contemplar su obra hasta
haber llegado a su patria. Le entregó el objeto en una caja de madera. Una vez
instalado en su casa, el hombre prestigioso dispuso a sus sirvientes que llevaran la
misteriosa caja al centro del salón y él mismo se tomó el trabajo de sacar clavo
por clavo, a costa de pequeñas heridas, pues los de su clase también pueden darse
estos lujos de vez en cuando. Tremenda fue su expresión al encontrarse frente al
cadáver disecado de la linda ovejita en reemplazo de la esperada escultura.
Trastornado, se trasladó inmediatamente al estudio del escultor de la Vaca,
gracias a su poderosa caballería. Mi pudor no me permite describir lo que allí se
encontró pero, osado lector, os dejo a vuestra perversa imaginación la tarea de
dar fin a este relato que por sí mismo se va agotando y acaba ahora.
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