Jerusalén Para la enciclopedia ignaciana, 22 de julio de 2004. 1. Las fuentes La fuente principal para conocer la relación de Ignacio con Jerusalén, es como para casi todo lo referente a sus primeros años de conversión, la autobiografía que dictó pocos meses antes de su muerte a Gonçalves da Cámara. El relato de la peregrinación de Ignacio desde su salida de Manresa hasta su regreso a Barcelona ocupa casi 20 números del total de 101 que tiene la autobiografía, es decir, casi una quinta parte. Otra fuente importante fue la carta escrita por Ignacio a su amiga Inés Pascual de Barcelona la víspera de dejar Jerusalén. “Empezó a escribir cartas para Barcelona para personas espirituales. Teniendo ya escrita una y estando escribiendo la otra, víspera de la partida de los pelegrinos, le vienen a llamar de parte del provincial...” (Au. 46). Los Sagristá, descendientes de Inés, testificaron en el proceso de beatificación de Ignacio que conservaban una carta con el relato de la peregrinación en tres folios llenos. Finalmente Juan Sagristá la cedió a los Padres de la Compañía. Hoy no se nos conserva, pero parece que la leyó el P. Ribadeneira en 1583, por lo cual en la Vida escrita por Rivadeneira puede haber datos originales de primerísima mano. De gran importancia para los detalles externos de la peregrinación son dos diarios escritos por compañeros de Ignacio, que reseñaron día a día el calendario de las distintas visitas que iban haciendo a los santos lugares. Se trata del diario del suizo Pedro Fussly, y del estrasburgués Felipe Hagen, que están ambos publicados. Otra fuente de conocimiento es la abundantísima historiografía de la Custodia franciscana de la Tierra Santa, que contiene información sobre la situación social y religiosa del país en tiempos de la visita de Ignacio y muchos datos sobre la comunidad franciscana que habitaba en Jerusalén y Belén en esos días, y sobre las prácticas habituales de las peregrinaciones. Para una bibliografía más extensa, consultar el libro de Braulio Manzano reseñado al final de nuestro artículo. 2. El primer proyecto de peregrinación Jerusalén está ya presente desde los primeros días de la transformación espiritual de Iñigo en Loyola tras su herida en Pamplona. Ya durante su convalecencia en Loyola en 1521, se “proponía a sí mismo cosas dificultosas y graves” para imitar a los santos (Au. 7), y nos dice que algunas de ellas era “ir a Jerusalén descalzo y no comer sino hierbas” (Au. 8), y que “todo lo que deseaba hacer, luego que sanase, era la ida de Jerusalén” (Au. 9). Este deseo estaba sin duda alimentado por el texto de Ludolfo de Sajonia en la Vida de Cristo leída por Ignacio: “Santo e piadoso ejercicio es por cierto contemplar la tierra santa… ¿Quién puede contar cuántos devotos discurren e andan por cada lugar della, e con espíritu inflamado besan la tierra, adoran e abrazan los lugares en que saben o oyen que Nuestro Señor estuvo o se asentó o fizo alguna cosa?” Algunos piensan que en Nájera (1517-1521) el Iñigo gentilhombre pudo haber conocido al P. Antonio de Medina, hermano de la duquesa. Se trata de un franciscano que había vivido en la Tierra Santa y había regresado en 1514 a Calahorra. Al final de su vida escribió un libro devocional sobre las 20 estaciones de los lugares santos. Algunos piensan que ya en 1517, cuando parece que se dio una primera conversión de Ignacio al salir de Arévalo, pudo Iñigo haber contactado con el Padre Antonio que visitaba a su hermana en palacio de los duques de Nájera, donde Iñigo residía. Antonio de Medina habría prendido en Ignacio su pasión por la Tierra santa. Sin embargo es claro que en aquel primer momento Ignacio no tenía todavía intención de quedarse a vivir en Jerusalén, sino simplemente de viajar allí como peregrino, por lo cual se preguntaba también qué es lo que haría “después que viniese de Jerusalén” y meditaba la posibilidad de ir a la cartuja de Sevilla “sin decir quién era para que en menos le tuviesen” (Au. 12). No es claro en qué momento le vino a Ignacio el deseo de quedarse a vivir en Jerusalén. Algunos piensan que fue después de las consolaciones que tuvo durante su estancia en Tierra Santa. Mucho más probable es, tal como piensa M. Gilbert, que ya al salir de Barcelona Ignacio tuviera intención de quedarse en Jerusalén. Así se lo manifestaría a sus bienhechores romanos y venecianos y quizás al mismo Dux de Venecia Andrea Gritti.1 A este efecto serían las cartas de recomendación que había solicitado antes de embarcarse (Au. 45). Desde su salida de Loyola, el destino de Ignacio era Jerusalén, aunque hasta llegar allí tuviese todavía que hacer muchas escalas. Sin embargo, mientras estuvo en España, la meta de Jerusalén era su secreto más celosamente guardado. “La causa por la que él no osó decir que iba a Jerusalén fue por temor de la vanagloria; el cual temor tanto le afligía que nunca osaba decir de qué tierra ni de qué casa era” (Au. 36). En un principio, el paso de Ignacio por Cataluña iba a durar poco tiempo. Pretendía simplemente embarcarse en Barcelona “En Manresa determinaba estar en un hospital algunos días y también notar algunas cosas en su libro” (Au. 18). Estos pocos días se transformaron en diez meses. Es explicable este retraso. Cada año había una sola peregrinación oficial a Jerusalén y para poder participar en ella los peregrinos tenían que estar en Roma antes de Pascua, el 20 de abril de 1522, y obtener allí el permiso del Papa. Pero aquel año acababan de elegir a Adriano VI, que estaba en España de viaje hacia Roma. El papa se detuvo en Zaragoza debido a la peste y no pudo llegar a Roma hasta agosto. Muchos aristócratas esperaban al Papa en Barcelona, e Ignacio no quería encontrarse con ellos, porque en Barcelona “hallaría muchos que le conociesen y le honrasen” (Au. 18). Con esto, Iñigo tuvo que retrasar su viaje un año entero hasta la Pascua de 1523. Este contratiempo fue una bendición de Dios que posibilitó esa estancia prolongada de Ignacio en Manresa que marcará profundamente su vida. Tras casi un año en Manresa, se acercaba de nuevo la Pascua, que era el tiempo para que los peregrinos solicitasen la bendición papal en Roma. A mediados de febrero, “íbase allegando el tiempo que él tenía pensado para partirse para Jerusalén” (Au. 34). Ignacio, como un río, se acomoda a las sinuosidades del recorrido, pero conserva bien clara la dirección. El río por muchas vueltas que dé nunca sube, siempre baja porque tiene una cita con el mar, e Ignacio no ha olvidado su cita con Jerusalén. Pero tras la estancia en Manresa, el que viaja ahora es “otro hombre” (Au. 30). 3. El viaje hacia Jerusalén Omitiremos los detalles del viaje que llevó a Ignacio a Roma, adonde llegó el domingo de Ramos, 29 de marzo de 1523. La fecha del documento de la Penitenciaría, donde se le concede a Ignacio el permiso para peregrinar a Jerusalén, es de dos días más tarde,2 lo cual demuestra que Iñigo tenía buenos valedores en Roma. Su hospedaje más probable sería el Hospital de Santiago y san Ildefonso, en la piazza Navona. Obtenido el permiso y la bendición papal, Iñigo partió a pie para Venecia, el 13 o 14 de abril, “ocho o nueve días después de Pascua” (Au. 40), Tras un accidentado viaje lle1 2 “La peregrinación de Iñigo a Jerusalén en 1523”, Manresa 63 (1991), p. 42. El documento fue encontrado en 1956, cf. FD, n.64, pp. 289-290. Se nos describe a Iñigo como “clérigo de la diócesis pampilonense”. Ver el texto latino en B. Manzano, p. 38. 2 gó a Venecia. El relato de la autobiografía da mucha importancia durante toda esta etapa a la decisión de Ignacio de viajar a Jerusalén sin dinero, confiando sólo en Dios y en la hospitalidad y la limosna de los demás. Contra viento y marea mantuvo su decisión, aunque “todos le empezaron a disuadir la ida, afirmándole con muchas razones que era imposible hallar pasaje sin dineros; mas él tenía una grande certidumbre en su alma, que no podía dubdar, sino que había de hallar modo para ir a Hierusalem” (Au. 40). Sólo una vez aceptó que en Roma le diesen siete u ocho ducados para el pasaje en barco, pero arrepentido de esta desconfianza, entregó todo el dinero a los pobres, decidido a esperar un pasaje gratuito. Nunca defraudó la Providencia divina esa confianza que Iñigo había depositado en ella y pudo realizar todo el viaje como pobre de solemnidad obteniéndolo todo de limosna. En todo aquel año de 1523 hubo solo una peregrinación, con 21 peregrinos, un número muy inferior al de los centenares que solía haber habitualmente. El motivo era la situación creada en el Mediterráneo por la caída de la isla de Rodas en manos de los turcos seis meses antes. Esto desanimó a muchos de los candidatos, pero ningún temor podía desanimar a Íñigo (Au. 43). En Venecia dormía en la plaza de S. Marcos, hasta que lo llevó consigo a su casa un español rico cuyo nombre hasta hoy desconocemos. Gracias a los buenos oficios de este compatriota, consiguió Iñigo entrevistarse con el Dux y obtener de él pasaje gratis en la Negrona, una nave del armador Ragayona. Dicha nave llevaba a Chipre al gobernador y luego seguía viaje hasta Beirut. Los peregrinos procedentes de varios países europeos se habían ido juntando en Venecia. Por los diarios de Fussly y Hagen sabemos muchas cosas sobre la organización del viaje y las negociaciones con los armadores de barcos De hecho, aquel año los 21 peregrinos se dividieron en dos naves. Tras largos regateos un primer grupo de trece peregrinos, capitaneado por el estrasburgués Hagen, partió en la Galión, una nave pequeña y vieja del armador Jacobo Alberto. Catorce días más tarde Iñigo partió en la Negrona, la nave “de los gobernadores”, con siete peregrinos más, un tirolés, tres suizos y otros tres españoles. Entre los suizos estaba un tal Fussly, que nos ha dejado un detallado diario del viaje. Ignacio mostró de nuevo su tesón al embarcarse, a pesar de una enfermedad de calenturas y contra el parecer de los médicos (Au. 43). Las dos naves arribaron a distintos puertos de Chipre, y allí se decidió que Iñigo y los demás viajeros de la Negrona, se incorporasen a la Galión, la nave peregrina. Para ello tuvieron que viajar por tierra 40 kms. desde Famagusta a Las Salinas (Lárnaca) donde estaba fondeada la Galión. O bien el armador dio a Iñigo el pasaje gratuito que le había negado en Venecia, o alguien se ofreció a sufragar los 20 ducados del pasaje. Iñigo siguió fiel a su política de no introducir en el barco su propia comida sino seguir mendigando día a día su sustento de sus compañeros. “En todo este tiempo le aparescía muchas veces nuestro Señor, el cual le daba mucha consolación y esfuerzo; mas parescíale que vía una cosa redonda y grande, como si fuese de oro, y esto se le representaba después de partidos de Cipro” (Au. 44). El cambio de nave suponía para Iñigo un cambio en el puerto de destino. En lugar de arribar a Beirut, arribarían directamente a Jafa, mucho más cerca de Jerusalén. Pero esto suponía renunciar al viaje por tierra de Beirut a Jerusalén, que les hubiera permitido visitar también la Galilea. Tras zarpar de Las Salinas el 19 de agosto, y tras varias peripecias, el barco avistó el puerto de Jafa el 25 de agosto, y los peregrinos entonaron el Te Deum y el Salve Regina, según la costumbre. Hasta el 1 de septiembre no pudieron desembarcar. Permanecieron en el barco esperando a que el capitán arreglara todos los papeles necesarios y consiguiese la escolta. La espera para Íñigo se hacía más tensa y apasionante. 3 Los diarios de Hagen y de Fussly nos permiten conocer todos los detalles del viaje de los peregrinos desde Jafa a Jerusalén. Iñigo en su autobiografía es mucho más sobrio, y se limita narrarnos su itinerario espiritual, que es el que más nos interesa a nosotros. 4. Las visitas a los santos lugares “Caminando para Hierusalem en sus asnillos, como se acostumbra, antes de llegar a Hierusalem dos millas, dijo un español, noble, según parescía, llamado por nombre Diego Manes, con mucha devoción a todos los pelegrinos, que, pues de ahí a poco habían de llegar al lugar de donde se podría ver la santa cibdad, que sería bueno todos se aparejasen en sus consciencias, y que fuesen en silencio. Y paresciendo bien a todos, se empezó cada uno a recojer; y un poco antes de llegar al lugar donde se veía, se apearon, porque vieron los frailes con la cruz, que los estaban esperando. Y viendo la cibdad tuvo el pelegrino grande consolación; y según los otros decían, fue universal en todos, con una alegría que no parescía natural” (Au. 44-45). Viajaron los peregrinos de Jafa a Jerusalén “en los asnillos”, vía Ramle. Gilbert y Manzano dan por supuesto que desde Latrún siguieron el camino de Bab el Wad, el de la actual autopista de Tel Aviv a Jerusalén. Llegaron a Jerusalén el 4 de septiembre por la mañana, cinco meses y medio después de que Iñigo dejase Barcelona. Los peregrinos se acomodaron en el viejo hospital de san Juan, junto al Santo Sepulcro. Sólo Iñigo como mendicante fue hospedado extra muros en el convento franciscano del Monte Sión, junto al Cenáculo, el corazón de la Custodia franciscana en la Tierra Santa. Jerusalén había sido recién incorporada al imperio turco seis años antes de la llegada de los peregrinos. No pudieron admirar todavía las hermosas murallas actuales, construidas por Solimán el Magnífico catorce años después de la marcha de Ignacio. Nuevamente son los diarios de Hagen y Fussly los que nos permiten trazar día a día las visitas hechas por el grupo de peregrinos. Destacan las eucaristías en el cenáculo. De hecho fue el último grupo de peregrinos que pudo celebrar allí la eucaristía, porque al año siguiente los turcos se apoderaron del lugar y expulsaron a los franciscanos y no volvieron a permitir la entrada de los cristianos al recinto. Según los diarios, los peregrinos pasaron tres vigilias nocturnas en la iglesia del Santo Sepulcro, y visitaron Belén, Ein Kerem, Betania, Jericó, el Jordán, Getsemaní, el monte de los Olivos... En su autobiografía Ignacio apenas da detalles sobre los lugares visitados. Prefiere reflejar su propio paisaje interior, que irradia una gran consolación durante los veinte días de su estancia en Jerusalén. “La misma devoción sintió siempre en las visitaciones de los lugares santos.” (Au. 45). En las composiciones de lugar de los ejercicios espirituales, uno esperaría que Ignacio hubiese sido más explícito, pero “nada tan vago y tan vaporoso como la Tierra Santa reconstruida con los datos del libro de los Ejercicios”.3 Ignacio invita al ejercitante a “considerar el camino desde Bethania a Hierusalém, si ancho, si angosto, si llano, etcétera. Asimismo el lugar de la cena, si grande, si pequeño, si de una manera o si de otra” (Ej. 192). Quiere que el ejercitante proyecte su propia imaginación, y para ello le ofrece solo un lienzo en blanco. Esto contrasta con la minuciosidad con que el propio Ignacio observó durante su peregrinación los más mínimos detalles, y cómo una segunda y tercera vez quiso visitar las ruinas del Imbomón, en el lugar tradicional de la Ascensión. Había allí una piedra con dos huellas, que la tradición atribuye a las plantas de Jesús al subir al cielo. Hoy día solo queda una de las dos huellas. “Se tornó a acordar que no había bien mirado en el 3 S. Bartina, “Tierra Santa en la vida y en la obra de San Ignacio de Loyola”, Razón y Fe 158 (1958), 67. 4 monte Olivete a qué parte estaba el pie derecho, o a qué parte el esquierdo; y tornando allá creo que dio las tijeras a las guardas para que le dejasen entrar” (Au. 47). 5. El regreso y la proyección hacia el futuro El episodio más importante para comprender lo que Jerusalén significó en su vida es el conflicto con los franciscanos originado por la firme intención de Ignacio de quedarse en Jerusalén. Sólo al final de su estancia reveló Ignacio al guardián del convento de Monte Sión su decisión de quedarse: “Su firme propósito era quedarse en Hierusalem, visitando siempre aquellos lugares santos; y también tenía propósito, ultra desta devoción, de ayudar las ánimas; y para este efecto traía cartas de encomienda para el guardián, las cuales le dio y le dijo su intención de quedar allí por su devoción; mas no la segunda parte, de querer aprovechar las ánimas, porque esto a ninguno lo decía, y la primera había muchas veces publicado” (Au. 45). Era guardián en aquel año fray Jacobo de Portu, o Santiago del Puerto, que es quien expidió la acreditación de Fussly que conservamos. Por entonces los franciscanos de Tierra Santa estaban sometidos a un Provincial franciscano que residía de ordinario en Chipre, “el supremo de la Orden en aquella tierra”. Era provincial aquel año el P. Marcos de Salodio, que casualmente por aquellos días se hallaba en Tierra Santa visitando los conventos. Ya el guardián expuso a Íñigo una batería de objeciones de toda índole contra su permanencia, pero ante la insistencia de éste, remitió todo el asunto al Provincial que estaba por regresar de Belén. El verdadero enfrentamiento tuvo lugar con el Provincial, la víspera de la partida de los peregrinos. Dejémosle al propio Iñigo que nos lo cuente. “El provincial le dice con buenas palabras cómo había sabido su buena intención de quedar en aquellos lugares santos; y que había bien pensado en la cosa; y que, por la experiencia que tenía de otros, juzgaba que no convenía. Porque muchos habían tenido aquel deseo, y quién había sido preso, quién muerto; y que después la religión quedaba obligada a rescatar los presos; y por tanto él se aparejase de ir el otro día con los pelegrinos. El respondió a esto: que él tenía este propósito muy firme, y que juzgaba por ninguna cosa dejarlo de poner en obra; dando honestamente a entender que, aunque al provincial no le paresciese, si no fuese cosa que le obligase a pecado, que él no dejaría su propósito por ningún temor. A esto dijo el provincial que ellos tenían autoridad de la Sede apostólica para hacer ir de allí, o quedar allí, quien les paresciese, y para poder descomulgar a quien no les quisiese obedescer, y que en este caso ellos juzgaban que él no debía de quedar etc. Y queriéndole demostrar las bulas, por las cuales le podían descomulgar, él dijo que no era menester verlas; que él creía a sus Reverencias; y pues que ansí juzgaban con la autoridad que tenían, que él les obedecería (Au. 46-47). Asombra ver juntas la terquedad de Ignacio en su propósito firmísimo, y la facilidad con que cede ante el requerimiento oficial de quien representa “la nuestra sancta madre Iglesia hierárquica” (Ej. 353). Aquel iluminado renuncia a las luces e intimaciones interiores del Espíritu, para dejarse conducir más seguramente por la palabra de Dios que le llega a través de los representantes oficiales de la Iglesia. Por primera vez va a usar Ignacio en su autobiografía la expresión “voluntad del Señor”, comprendiendo que “no era voluntad de nuestro Señor que él se quedase en aquellos santos lugares” (Au. 47). Si Iñigo hubiese desobedecido, se habría convertido en uno más de esos personajes pintorescos y estrafalarios que abundan tanto en Jerusalén hasta el día de hoy, afectados algunos por el llamado “síndrome de Jerusalén”. La Compañía de Jesús nunca habría llegado a cuajar como don del Señor a la Iglesia, que tiene por tanto mucho que agradecer a la sabiduría de fray Marcos de Salodio OFM. 5 Dócilmente Iñigo partió al día siguiente, 23 de septiembre, con los demás peregrinos, después del rocambolesco episodio de su escapada nocturna para visitar el lugar de la Ascensión (Au. 47-48), en el que arriesgó su vida, y provocó un verdadero escándalo en el convento. Este incidente nos sirve para calibrar la intensidad de su devoción, y lo dolorosa que debió ser su obediencia, al tener que despegarse de un afecto tan arraigado, como la uña está unida con la carne. Pero esto no disminuyó su consolación cuando el cristiano sirio subió a buscarlo, lo trabó reciamente y lo fue conduciendo de vuelta al convento a empellones. “Tuvo de nuestro Señor grande consolación, que le parescía que vía Cristo sobre él siempre. Y esto, hasta que allegó al monasterio, duró siempre en grande abundancia” (Au. 48). Nuevamente los dos diarios de sus compañeros nos dan infinidad de detalles sobre el accidentado viaje desde Jerusalén hasta Jafa, a la que tardaron en llegar nada menos que ocho días. Sólo el 1 de octubre pudieron embarcar en la nave rumbo a Chipre. Pero Iñigo era tozudo. Ha cedido ante la intimación de la obediencia, pero Jerusalén no desaparece de su horizonte. Cuando los primeros compañeros hacen los votos en Montmartre, el 15 de agosto de 1534, se incluye un voto de viajar a Jerusalén. “Ya por este tiempo habían decidido todos lo que tenían que hacer, esto es: ir a Venecia y a Jerusalén y gastar su vida en provecho de las almas; y si no consiguiesen permiso para quedarse en Jerusalén, volver a Roma y presentarse al Vicario de Cristo, para que los emplease en lo que Juzgase ser de más gloria de Dios y utilidad de las almas. Habían propuesto también esperar un año la embarcación en Venecia y si no hubiese aquel año embarcación para Levante, quedarían libres del voto de Jerusalén y acudirían al Papa, etc.” (Au. 85). Iñigo ya ha aprendido de su primer fracaso, e incluye una cláusula de referencia a la Iglesia jerárquica, por si sus propias luces le desencaminan Nuevamente la voluntad divina, se hace presente a través de sus mediaciones. Esta vez no son los franciscanos, sino la guerra declarada con los turcos, la que impide el viaje. Los peregrinos acuden entonces a Roma a ponerse al servicio del Papa, y es en la entrada a Roma, donde Ignacio tendrá su gran iluminación en la capilla de La Storta: Jesús cargando con la cruz le dice: “Os seré propicio en Roma”. Allí entiende Ignacio que la Jerusalén de sus sueños se llama Roma, que era hacia allí hacia donde había viajado toda su vida sin saberlo. Si Jerusalén había sido la dirección del Jesús histórico, el Señor resucitado se ha trasladado. Vive ahora en su cuerpo que es la Iglesia y tiene su corazón en Roma. El ángel había dicho a las mujeres: “Mirad el lugar donde lo pusieron, pero no está aquí”. También Ignacio miró el lugar donde lo pusieron, pero ahora le dicen que no está allí, y en lugar de seguir revolviendo con nostalgia unas sábanas ensangrentadas, recibe una cita en “Galilea”, que es el lugar de la faena apostólica al servicio de la Iglesia. En Roma ha terminado su peregrinación. Ya no volverá a salir de ella hasta su muerte. Bibliografía Arce, A., “Iñigo de Loyola en Jerusalén (1523). Nuevos datos”, Misceláneas de Tierra Santa, IV, Jerusalén 1982, pp. 33-49. Bartina, S., “Tierra Santa en la vida y en la obra de San Ignacio de Loyola”, Razón y Fe 158 (1958) 55-74. Delorme, F.M., “Le personnel de la Terre Sainte en 1523”, Studi Franciscani 32 (1935) 48-50. Gilbert, M., “La peregrinación de Iñigo a Jerusalén en 1523”, Manresa 63 (1991) 33-54. Conrady, L., Vier Rheinische Palaestina-Pilgershrift, Wiesbaden 1882. En las páginas 230-289 contiene el diario de Felipe Hagen en estrasburgués, uno de los compañeros de viaje de S. Ignacio en 1523. 6 Manzano Martín, B., Iñigo de Loyola, peregrino en Jerusalén. 1523-1524, Encuentro Ediciones, 1995. Uffer, L.M., Peter Füesslis Jerusalemfahrt 1523 und Brief über den Fall von Rhodos, estudio y edición en alemán moderno del Diario de Pedro Fussly, compañero de peregrinación de Ignacio en 1523. Cassini de Perinaldo, F., La Orden franciscana en Tierra santa, Barcelona 1907. 7