Bochica, el creador del arco iris

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Bochica, el creador del arco iris
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(Sabana de Bogotá)
D
icen los díceres que llegó de Egipto, de Palestina, del Oriente... Que vino
montado sobre un camello —animal desconocido en nuestras tierras— y que les
dejó a los nativos un hueso del animal
como prueba de su presencia entre los
chibchas.
La tradición lo recuerda con el nombre
de Bochica.
En medio de una comunidad de hombres de tez cobriza y mediana estatura,
este extraño sacerdote sobresalía por su
figura gigantesca, su piel blanca y sus ojos
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pardos. Los cabellos y las barbas, al igual
que su túnica, eran del mismo color de la
nieve o de los copos de algodón.
La tradición muisca nos ha revelado
que Bochica les enseñó las más elementales normas de comportamiento para con
sus semejantes; además, los orientó con
todos sus detalles y secretos en los oficios
con que durante siglos se mantuvieron los
nativos de este vasto y hermoso territorio
colombiano.
Gracias a Bochica, los muiscas (o chib­
chas) aprendieron las labores del cultivo
de la tierra, de la cacería y la pesca, la
crianza de los animales caseros y el dominio de los animales salvajes.
Les enseñó, además, toda clase de trabajos ornamentales y artísticos, así como
también los artesanales.
Les inculcó los principios básicos del
ser humano para su desarrollo espiritual
y personal: el respeto por sus mayores, la
rectitud, la honestidad y el amor por los
suyos, sus costumbres y sus tradiciones.
Asímismo, implantó leyes y normas
para combatir a los ladrones y a los delincuentes.
El territorio de Bochica era básicamente la altiplanicie situada entre Cundina­
marca y Boyacá, cuyo centro estaba en lo
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que hoy conocemos como la Sabana de
Bogotá.
Con los años, las costumbres ­empezaron
a corromperse y las normas dictadas por
Bochica a tergiversarse.
El alma de los hombres se vio invadida
por la codicia, la ambición, el egoísmo, el
hambre y la sed de poder para doblegar a
sus semejantes y así concentrar en pocas
manos todas las riquezas.
La lucha despiadada entre unos y otros
comenzó a crecer con los días y los meses,
a tal punto que se fue generando un clima
de violencia entre hermanos, con lo cual
las sabias prédicas de Bochica se fueron
olvidando.
Entonces Chibchacún, dios del bien
y el mal, tiñó inicialmente los cielos con
nubarrones negros. Luego hizo retumbar
relámpagos y truenos que llenaban de susto a los habitantes de la comarca.
Cuando los indígenas se vieron cautivos de la tormenta, decidieron no salir de
sus chozas.
Entonces, una llovizna monótona como
letanías de agua, empezó a enceguecer el
horizonte. Esta llovizna se transformó en
lluvia franca que desembocó en un torrente interminable de aguas borrascosas que
amenazó con inundar la Sabana.
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A los pocos días se había precipitado un
violento aguacero, acompañado de rayos
y truenos incesantes. La furia de Chib­cha­
cún se sentía por los cuatro puntos cardinales. Hacía mucho tiempo que Bochica
había desaparecido del panorama.
Los ríos y las lagunas del altiplano comenzaron a desbordarse y el volumen del
agua a ascender amenazadoramente.
En pocas semanas el diluvio había
arrastrado viviendas, árboles, cultivos y
animales. La fuerza del agua los empujaba
hasta los cerros orientales.
Los hombres y las mujeres alcanzaron
a huir con sus hijos cargados y algunas
pertenencias hasta las cimas de algunos
montes, mientras imploraban a los cielos
el perdón por sus desmanes y debilidades.
Millares de criaturas temblorosas, toma­
das de las manos, asustadas y arre­pentidas,
contemplaban desde las cumbres de las
montañas que rodeaban la Sabana el enorme lago que minuto a minuto crecía bajo
el cielo ennegrecido por la tormenta.
En coro unánime, rogaban a los dioses
que cesara la borrasca. De un momento
a otro vislumbraron un rayo de luz en el
horizonte. La figura inconfundible de Bochica, con su túnica, cabellera y barbas
blancas, apareció sosteniendo en su mano
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derecha una vara que blandía hacia el
­cielo.
Al instante la lluvia cesó, los truenos
se acallaron, el cielo se despejó y se fue
tornando azul.
Bochica se dirigió hacia una inmensa
roca junto a la cima del cerro y mientras
balbuceaba algunas palabras, tocaba las
enormes piedras con su cayado, en medio
del silencio abrumador de la comunidad.
La colosal roca, al contacto con la vara
de Bochica, se fue abriendo por la mitad
hasta formar un estrépito ensordecedor.
Enseguida, fueron cayendo al lado opuesto del lago millares de piedras hasta formar un gigantesco orificio que conducía
a un abismo. Las aguas de inmediato se
precipitaron hacia el infinito como si fueran un potro de aguas negras salpicadas de
rugidos y espumas.
La Sabana volvió a ser la de antes, ahora más verde y más fresca. Por el oriente
renació el sol vigoroso y dorado y las gentes comenzaron a gritar y a saltar, dando
muestras de alegría y gratitud.
Bochica les hizo una señal con el cayado, indicándoles la mediación entre los
terrestres y los dioses y como prueba de
ello apareció en el horizonte el arco iris.
Por el abismo salvador brotó lo que hoy
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conocemos como el Salto de Tequendama. Los muiscas volvieron a sus labores
y a sus actividades normales, despojados
de maldades y codicias, preparados en su
interior para enfrentar más adelante otras
tormentas invasoras.
Bochica, como dijo luego un poeta:
…observó la inundación telúrica
y un poder mágico movió su vara,
partió en dos las rocas de su mundo,
y así, petrificado y moribundo,
se arrojó con su mito al Tequendama.
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