retiro_Sacerdotal - Parroquia Santa Marta

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LA GRANDEZA DEL SACERDOCIO
Retiro mensual
Javier Barros Bascuñán, Pbro.
EXORDIO
El sacerdocio es grande para el que lo recibe, para la Iglesia, y para todo el mundo. Quiero
mostrar en esta breve meditación algo de esa grandeza. En realidad debe ser muy grande la
vocación sacerdotal para que un santo tan extraordinario como san Francisco de Asís, que no fue
sacerdote, dijera lo que dijo sobre los sacerdotes. Los tenía en tan alta estima, que aún cuando en
su época, como la nuestra, había sacerdotes que dejaban mucho que desear por su poca virtud,
les enseñaba lo siguiente a sus hermanos: ‘Si en un camino vieras a un ángel y a un sacerdote, no
dudes en preferir al sacerdote’. Decía: “El Señor me ha dado tanta fe en los sacerdotes que los quiero
amar y honrar como mis señores, no considerando en ellos el pecado, sino al Hijo de Dios que está en
ellos”.
Con todo, quiero mostrar aquí que el sacerdote es grande no tanto por lo que tiene sino por lo
que da. No es grande por lo que tiene para sí, sino por lo que tiene para los demás. La grandeza
del sacerdote se manifiesta y se realiza en la medida que se da a los demás. Es una vocación de
servicio. En ese sentido vamos a ver cómo el elogio del sacerdocio no va en detrimento de otras
vocaciones tan santas como ésta, como el matrimonio, por ejemplo.
Es importante y nos conviene tomar conciencia de cuánto el sacerdote puede dar, para que todos
nosotros podamos al mismo tiempo, tomar conciencia de cuánto podemos recibir. Si el sacerdote
puede dar mucho, qué importante saberlo, para beneficiarse de aquello. Si ignoramos cuánto
puede dar, no podremos recibir mucho, o quizá nada. También el santo Padre el Papa, como es
natural, tiene amplia conciencia de la grandeza del sacerdocio. Por eso ha decidido llamar a la
Iglesia a un año sacerdotal. La ocasión lo da el aniversario nº 150 de la muerte del santo Cura de
Ars, de su ‘dies natalis’. Es un año en el que se pretende: “promover una renovación interior de todos
los sacerdotes, para que su testimonio evangélico en el mundo de hoy sea más intenso e incisivo”.
DESARROLLO
¿Es grande la tarea sacerdotal? Para poner de manifiesto algo de la grandeza de la vocación
sacerdotal, vamos a tomar algunos pensamientos que nos trae una carta que el Papa nos ha
dirigido a los sacerdotes. Son del santo cura de Ars. Dice la carta: “El Cura de Ars era muy
humilde, pero consciente de ser, como sacerdote, un inmenso don para su gente: “Un buen pastor, un
pastor según el Corazón de Dios, es el tesoro más grande que el buen Dios puede conceder a
una parroquia, y uno de los dones más preciosos de la misericordia divina”. Hablaba del
sacerdocio como si no fuera posible llegar a percibir toda la grandeza del don y de la tarea confiados a una
criatura humana: “¡Oh, qué grande es el sacerdote! Si se diese cuenta, moriría… Dios le obedece:
pronuncia dos palabras y Nuestro Señor baja del cielo al oír su voz y se encierra en una pequeña
hostia…”. Explicando a sus fieles la importancia de los sacramentos decía: “Si desapareciese el
sacramento del Orden, no tendríamos al Señor. ¿Quién lo ha puesto en el sagrario? El sacerdote.
¿Quién ha recibido vuestra alma apenas nacidos? El sacerdote. ¿Quién la nutre para que pueda
terminar su peregrinación? El sacerdote. ¿Quién la preparará para comparecer ante Dios,
lavándola por última vez en la sangre de Jesucristo? El sacerdote, siempre el sacerdote. Y si esta
alma llegase a morir [a causa del pecado], ¿quién la resucitará y le dará el descanso y la paz?
También el sacerdote… ¡Después de Dios, el sacerdote lo es todo!... Él mismo sólo lo entenderá
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en el cielo”. Estas afirmaciones, nacidas del corazón sacerdotal del santo párroco, pueden parecer
exageradas. Sin embargo, revelan la altísima consideración en que tenía el sacramento del sacerdocio.
Parecía sobrecogido por un inmenso sentido de la responsabilidad: “Si comprendiéramos bien lo que
representa un sacerdote sobre la tierra, moriríamos: no de pavor, sino de amor… Sin el
sacerdote, la muerte y la pasión de Nuestro Señor no servirían de nada. El sacerdote continúa la
obra de la redención sobre la tierra… ¿De qué nos serviría una casa llena de oro si no hubiera
nadie que nos abriera la puerta? El sacerdote tiene la llave de los tesoros del cielo: él es quien
abre la puerta; es el administrador del buen Dios; el administrador de sus bienes… Dejad una
parroquia veinte años sin sacerdote y adorarán a las bestias… El sacerdote no es sacerdote para
sí mismo, sino para vosotros”.
¡Qué palabras más bellas! ¡Qué conciencia más clara de ese don para la Iglesia!
Sin embargo, hay alguien que pudiera sostener que no hay tal grandeza en el sacerdocio. La
vida moral de algunos de ellos, así lo demostraría. A lo largo de toda la historia de la Iglesia
siempre ha habido sacerdotes con un bajo nivel moral. Después de tantos años, pareciera que no
hay mejoría. La Iglesia ¿no ha tomado conciencia aún de la grave deuda que tiene con el mundo
en la persona de sus sacerdotes?
¡Qué fácil es caer en generalizaciones! Y qué peligrosas son a la hora de emitir un juicio justo. Si
un miembro de la familia está enfermo, ¿lo está toda la familia? Si en un equipo deportivo un
jugador juega mal a la pelota, ¿todos juegan mal? Efectivamente hay malos sacerdotes. Dice el
Papa en la carta arriba mencionada: “también hay situaciones, nunca bastante deploradas, en las que
la Iglesia misma sufre por la infidelidad de algunos de sus ministros” (Benedicto XVI, Carta a los
sacerdotes con motivo del año sacerdotal, 2009). Hay malos sacerdotes. Pero, ¿de dónde se
desprende que ‘todos’ son malos? Hay malos sacerdotes. Pero la inmensa mayoría son buenos.
Hay malos sacerdotes. Pero algunos – creo que no pocos- son santos.
Muchos de los que hablan mal de los sacerdotes, no conocen a ninguno. Es increíble cómo a
veces la gente se puede dejar llevar por opiniones infundadas. Y esta no es excepción.
Como si esto fuera poco, tenemos el testimonio de sacerdotes santos. Yo he conocido sacerdotes
santos. Todos nosotros sabemos que el Padre Hurtado es santo. Y era sacerdote.
¿Cuál es el problema de fondo? Más allá de esos hechos deplorables, ¿por qué no se suele
reconocer la grandeza del sacerdote? Simplemente porque no hay fe en el sacerdote. La gente
ignora mucho sobre el sacerdocio. Incluso muchos católicos ignoran lo que significa ser
sacerdote. Para verlo en su integridad se necesita el don de la fe. El mismo cura de Ars decía: "Si
tuviésemos fe, veríamos a Dios escondido en el sacerdote como una luz tras el cristal, como el vino
mezclado con agua". La fe nos dice que el sacerdote es ‘otro Cristo’. ¿Puede haber algo más
grande?
Antes de algunas consideraciones prácticas, también quiero hacerme cargo de una duda que
puede suscitarse en cualquiera de nosotros. Ensalzar al sacerdote, ¿no va en desmedro de otras
vocaciones? La doctrina de la Iglesia es clara al respecto. Evidentemente que no. Al respecto hay
una linda anécdota que le sucedió al gran Papa san Pío X. Giuseppe Sarto, el futuro Papa Pío X,
apenas consagrado obispo, fue a encontrar a su madre ya anciana. Ella besó con respeto el anillo
episcopal del hijo y haciéndose meditativa, indicó su pobre alianza nupcial de plata: "Sí, Peppo
pero tú ahora no lo usarías, si yo primero no hubiera llevado esta alianza nupcial". San Pío X
confirmaba con su experiencia: “¡Cada vocación sacerdotal proviene del corazón de Dios, pero pasa por
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el corazón de una madre!”. El matrimonio es algo grande, y por eso uno se lo regala a Dios. Si no
fuera algo hermoso y valioso no podríamos regalarlo. Y el sacerdocio está en función de la
santidad de los fieles, sea cual sea las vocaciones particulares de cada uno.
CONCLUSIÓN
El año sacerdotal, como lo hemos leído al iniciar esta meditación tiene como objetivo renovar
interiormente a los sacerdotes para que su testimonio sea más eficaz.
En primer lugar podemos proponernos orar por las vocaciones sacerdotales y por los sacerdotes.
‘Orar al Señor de la mies para que envíe operarios a su mies’. Porque sin oración no tenemos
sacerdotes, y sin sacerdotes no tenemos a Cristo. ¿Qué es el mundo sin Cristo? Urge esta
oración. Como sacerdote puedo decir que necesito no sólo de mi oración sino la de ustedes.
Porque soy débil. Porque somos de barro. No nos olvidemos que junto a tanta grandeza, el
sacerdote es a fin de cuentas simplemente un hombre. No es un ángel. Experimenta el frío, el
cansancio, y el peso de los años. Dios elevó en el sacerdocio a la humanidad, sin cambiar la
humanidad del sacerdote. “Está él mismo rodeado de flaquezas, para que pueda compadecerse de los
ignorantes y extraviados” (Hb 5, 2). Si me llamó un día no fue por mí, ni por mis condiciones, sino
por los demás, por ustedes, que necesitan a Cristo.
En segundo lugar, proponemos favorecer esta vocación. La familia, los padres deben favorecer
una vocación sacerdotal en caso de que la haya en su familia. Aquí una anécdota de Don Bosco.
Va de visita a un hogar cristiano y le pregunta a una señora: ¿Qué será del mayor de sus hijos? Diplomático como su padre. -¿Y el segundo? -Está en la Academia: llegará a General eso espero.
- ¿Y éste, añadió señalando al menor, quiere usted que lo demos a Dios que lo hagamos
sacerdote? ¡Sacerdote!… dijo ella inmutada y respirando despacio. ¡Sacerdote! Jamás prefiero
que muera…. A los pocos días esta señora llamaba desolada a Don Bosco, para que viniese a dar
la bendición al hijo que moría. Y en el lecho de la agonía desfallecía un niño que, al ver a Don
Bosco dijo a su madre: -Mamá yo se por qué muero. Acuérdese usted de lo que dijo a Don
Bosco. Ud. No me quiso dar a Dios, y Dios me lleva para sí. Creo que el Padre Hurtado
comentaba ante esta historia: “Ojalá que Dios se llevara para Sí a todos aquellos que no quieren dar sus
padres cuando llama y a todos aquellos que se resisten a la voz de Dios. ¡Cuántas veces se los arrebata el
mal!”
Y en tercer lugar, propongo, especialmente a los jóvenes, estar atentos a esa llamada. Dios no ha
dejado de llamar. No es una vocación fácil. Quizá haya muchas derrotas en el camino. Pero
estarás en el lugar indicado. “En el mundo tendréis luchas; pero tened valor: yo he vencido al mundo”
(Jn 16, 33). No se nos pide que confiemos en nuestras propias fuerzas sino en las de Cristo.
¿Quién nos lavará el alma con el bautismo? ¿Quién nos devolverá la vida cuando la hayamos
perdido por el pecado? ¿Quién nos presentará al juicio de Dios cuando nos cierre los ojos? ¿O
queremos que aquí se adoren las bestias? Tan seguros como estamos que la verdadera solución a
los grandes problemas que vive la humanidad hoy día, como el hambre, la injusticia, el abuso,
tienen en Cristo su única respuesta, ¿va uno que siente la vocación a dejar de anunciarlo? ¿Qué
dirían ustedes de un médico que teniendo la medicina, no la ocupa? Y sin embargo, Dios no
obliga a nadie. Esta es una vocación de generosidad.
El santo cura de Ars decía: “Jesucristo, cuando nos dio todo lo que nos podía dar, quiso hacernos
herederos de lo más precioso que tenía, es decir de su Santa Madre”. Pongo en ella la confianza en que
este Año Sacerdotal podamos dar el salto definitivo a la santidad, la conversión definitiva. Le
podemos pedir a nuestra santa Madre que no nos creamos nunca ya perfectos, maduros;
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acabados; tampoco derrotados. Que me haga estar perpetuamente inquieto buscando la
salvación de las almas. Que aspire a ir siempre más arriba. Que sea lección viviente y continua
de hombría y de divinidad.
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