MUSSOLINI QUIERE LA GUERRA EN ESPAÑA Roosevelt y Churchill se reunieron en Casablanca del 14 al 25 de enero de 1943. Después del desembarco aliado en el norte de África era preciso ponerse de acuerdo sobre la estrategia que se debía seguir. La decisión de no aceptar negociaciones de paz e imponer la «rendición incondicional» a las potencias del Eje, iba a tener graves consecuencias. La frase fue obra de Roosevelt y se dijo que se había dado como seguridad para Stalin de que jamás se concluiría una paz separada entre las potencias occidentales y Alemania. Para nosotros, de la reunión de Casablanca lo que más nos interesó fue la reconciliación entre los generales Giraud y De Gaulle, de resultas de la cual salió el compromiso por parte de los Estados Unidos de equipar en África una fuerza francesa integrada por 250 000 hombres. Demetrio Carceller, ministro de Industria y partidario del bando aliado, vio en el mencionado acuerdo una buena solución para poner en marcha la economía española, que tanto sufría a causa de la guerra mundial; su plan consistía en encargar a las fabricas peninsulares la producción de todo lo que necesitaran las fuerzas francesas africanas, a base de suministrar Norteamérica las materias primas y pagar en dólares los trabajos que se entregaran. Existía el precedente de la anterior guerra de 1914, cuando puede decirse que toda la economía española estuvo trabajando para los aliados, de resultas de lo cual se acumularon grandes fortunas. Pero en 1943 no pudo Carceller poner en práctica su plan porque el régimen no tenía las manos libres para obrar de acuerdo con sus intereses. Cabía preguntar: ¿Cómo se podía equipar a un ejército francés que estaba destinado a luchar contra los italianos y los alemanes? ¿Se había olvidado Carceller que en Rusia estaba luchando la División Azul y que oficialmente España mantenía una posición de no beligerancia? ¿No había ofrecido Franco un millón de bayonetas españolas para defender Berlín si un día estaba amenazada la capital por los rusos? Además, como veremos, no estaba aun libre la Península de las amenazas, fueran de un bando o de otro. Carceller debió renunciar a su plan y el pueblo español continuó sufriendo, por unos años más, toda clase de privaciones. El 9 de enero de 1943 dio a conocer Hitler su plan Gisela, que preveía la ocupación de los puertos y costas del norte de España, entre San Sebastián y Lugo, como reacción de una posible entrada de las fuerzas aliadas en España y Portugal. En Madrid estaba latente el peligro de ver convertida la Península en campo de batalla entre aliados y las potencias del Eje. Sin embargo, lo que hubiera causado verdadero temor entre la población, de haberse conocido en su tiempo, fueron los esfuerzos que efectuó Mussolini, con el propósito de apartar el huracán bélico que se ceñía sobre Italia, para desviar la gran tormenta sobre la península Ibérica. La mencionada Conferencia de Casablanca aumentó más el pesimismo que ya dominaba al Duce; él se daba perfecta cuenta de que tanto Roosevelt como Churchill querían acabar primero con Italia, blanco apropiado por su debilidad, para concentrarse luego contra Alemania. También entendía claramente Mussolini que el Eje no podría a la larga resistir la presión anglonorteamericana a menos que Berlín estableciera una paz con Moscú. Y así pidió a Hitler que buscara una paz separada con Rusia, argumentando: «Estoy convencido que la destrucción de Rusia, a causa de la inmensidad de su territorio, es imposible... Es necesario, por lo tanto, terminar el capítulo ruso de una forma u otra.» En marzo de 1943 Mussolini apetecía algo más que la paz separada entre Alemania y Rusia; la mente del Duce estaba ocupada, como gran esperanza, por un plan que consistía en llevar la guerra a España con el claro propósito de alejar a las tropas aliadas de la península Italiana. Mussolini expuso sus ideas en una extensa carta que el 25 de marzo envió a su amigo Adolfo Hitler. La primera parte de esta epístola se refiere a Rusia y a la necesidad de llegar a una paz por separado con Moscú. Pero lo que nos interesa y que podemos considerar como un gran regalo que los archivos han hecho a los españoles curiosos de su historia contemporánea, es la parte en que Mussolini escribe sobre nuestro país. Damos integra el texto que se refiere a España: Debemos reconocer que el desembarco anglo-norteamericano en el norte de África ha sido una feliz iniciativa que ha creado una situación estratégica completamente nueva, y hace posible la realización de planes que, antes, hubieran parecido del dominio de lo absurdo. No tengo la menor duda de que existen tales planes y que el enemigo se prepara a ponerlos en práctica. Ahora, sin embargo, se nos ofrece la posibilidad de transformar lo que fue en su origen un movimiento feliz de los Aliados, en un éxito incontestable para ellos, en una catástrofe que puede tener en la continuación de la guerra unas consecuencias incalculables, especialmente en lo que concierna a los Estados Unidos. Para que la expedición anglo-norteamericana en el norte de África se transforme en una catástrofe, es necesario que el Eje sepa resistir en Túnez. Precisamente para hacer posible esa resistencia, le he enviado una urgente petición de refuerzos aéreos. Según el Duce, toda esta acción debía ser acoplada en una gran operación en la retaguardia de los ejércitos de Eisenhower, a través de España y Marruecos. Además, se ocuparían las islas Baleares para dar al Eje el control del Mediterráneo occidental. En buena parte, se acudía a los planes de 1940-1941, o sea la toma de Gibraltar, que no se efectuó debido a las negativas de Franco y Serrano. Continuemos la lectura de la carta del Duce: El día en que la primera unidad acorazada germana llegase a la espalda de Gibraltar, la flota británica tendría que desalojarlo, sin poder tomar el camino de Alejandría, en el caso de que aún dominemos nosotros el canal de Sicilia. Aun sin conquistar el peñón de Gibraltar, tendríamos -gracias a la artillería de largo alcance- el control del Estrecho, y por el aire el de todos los puertos del Atlántico que hoy utilizan los norteamericanos. Cortando los suministros a sus tropas, el destino de las fuerzas anglosajonas estaría decidido. Lo que yo le propongo es una audaz maniobra, pero usted ha dado ya suficientes pruebas de su atrevimiento para que mi plan no le parezca falto de interés. Después de todo, como ya decían los romanos, la fortuna favorece a los osados. Quedo por considerar qué medidas tomará España. Ninguna. No se opondrá a nuestra maniobra porque no puede y porque semejante acción le beneficia. En España se cruzarán de brazos. Nuestra maniobra, ejecutada con la velocidad del rayo, devolverá la iniciativa al Eje en este mar que será decisivo para el destino de la guerra y permitirá a Italia marchar junto a Alemania hasta el final. La actitud de Mussolini respecto a España se había modificado radicalmente en el curso de dos años. En Bordighera, en febrero de 1941, el Duce había resumido su pensamiento así: «España deberá entrar en la guerra en el momento que le sea menos pesado de sacrificios y más ventajoso en resultados para la causa general.» Entonces aún creía Mussolini en la victoria de Hitler y se mostraba avaro en el reparto del botín de guerra; ahora las cosas habían cambiado y opinaba que con la presencia de treinta divisiones alemanas en los Pirineos no había necesidad de obtener la conformidad de Madrid. En apoyo de la tesis mussoliniana de ocupar la Península se pronunciaron dos figuras destacadas del conjunto militar hitleriano: el mariscal Albert Kesselring y el almirante Karl Dönitz. El primero ocupaba la jefatura de la Luftwaffe en el Mediterráneo occidental y el segundo, desde fines de enero, había reemplazado al almirante Raeder en el mando de la flota germana. Dönitz en una reunión de altos mandos, el 11 de abril, se pronunció por la ocupación de España y fundamentó su opinión con estas palabras: «La ocupación de la península Ibérica hasta el estrecho de Gibraltar eliminaría la situación peligrosa en el Mediterráneo y, además, ofrecería la posibilidad de extender la guerra submarina en el golfo de Vizcaya. La situación estratégica de Alemania mejoraría básicamente con la inclusión de España y Portugal en la Fortaleza de Europa.» Pero el marino alemán opinaba que ahora no se creía en Madrid en una victoria alemana y para estimular un clima favorable en los medios franquistas, él proponía tres cosas: 1) La estabilización decisiva del frente ruso; 2) Mantenerse en Túnez; 3) Dar a conocer los objetivos de guerra del Reich. En realidad, se trataba de un plan bien elaborado. Por su parte, Kesselring, que pronto se acreditará como un excelente general por la extraordinaria defensa que hará del suelo italiano con unas pocas divisiones alemanas, con fecha 13 de mayo, expuso su criterio al Führer: «Un ataque contra la península Ibérica sería el mejor modo de aliviar la presión que se deja sentir en el Mediterráneo en torno a Italia.» Sin embargo, el día en que Kesselring comunicaba su plan, se rendía el general Von Arnim, con todos los hombres que quedaban de los que mandó Rommel, en las posiciones que defendía en Túnez. Esta rendición significaba que los aliados ocupaban todo el norte de África y, naturalmente, Eisenhower se disponía a lanzar a sus tropas a la conquista de Italia. Entre italianos y alemanes perdieron Hitler y Mussolini a trescientos mil hombres en la retirada de Trípoli y Túnez, factor que hizo que varios generales alemanes se preguntaran: ¿Qué hubiera sucedido de haber sido empleados en España los trescientos mil hombres que perdimos en Túnez? Afortunadamente para todos, la pregunta quedó sin respuesta, pues Hitler, que todavía esperaba encontrar una solución para detener el avance ruso hacia el Oeste, rechazó rotundamente las ideas de Mussolini, Dönitz y Kesselring de extender la guerra por tierras ibéricas y hasta se permitió retirar a varias divisiones de primer orden que estaban concentradas en el sur de Francia, para mandarlas a combatir en Rusia. Hasta nosotros ha llegado el texto en que Hitler formuló su rechazo del plan: «No estamos en condiciones para una operación de este genero, ya que la misma requeriría la utilización de divisiones de primera clase. Ocupar España sin obtener antes el consentimiento de los españoles es algo irrealizable, ya que los españoles son el único pueblo latino duro, y se dedicarían a las guerrillas en nuestra retaguardia. En 1940 quizás hubiera sido posible hacer que España aceptara un movimiento semejante, pero, desgraciadamente, el ataque italiano contra Grecia en otoño de aquel mismo año, causó una fuerte conmoción en España. El Eje ha de enfrentarse con el hecho de tener que llevar la carga de Italia.» (Conferencia del Führer sobre asuntos navales en 1943.) La iniciativa en el Mediterráneo había pasado por completo a manos de los aliados. En Salzburgo, donde en abril se reunieron Hitler y Mussolini, habían acordado mantenerse en la posición que las fuerzas de Von Arnim ocupaban en Túnez, pero un mes más tarde todo el norte africano estaba en poder de los anglonorteamericanos. Además, hecho importantísimo, era evidente, ya en 1943, que la Unión Soviética emergía de la guerra convertida en una potencia de primer orden. El mismo Churchill parece que se alarmó al observar el crecimiento de la fuerza soviética, pero si previó que Rusia jugaría un gran papel al término de la guerra, nada positivo hizo para evitarlo. Roosevelt había declarado repetidas veces que los Estados Unidos se retirarían del continente europeo una vez vencido el fascismo y el nazismo, hecho que significaba que Londres y Moscú se enfrentarían para extender su influencia sobre todos los países europeos. Churchill empleaba todas sus energías en aniquilar al Reich hitleriano, sin resolver lo que se haría con Alemania después de su derrota; no era posible que pudiera tolerar la idea de Morgenthau, consejero de Roosevelt, que consistía en convertir Alemania en un Kartofelland (un país de patatas), pues Stalin tendría siempre interés en aprovechar la técnica y la mano de obra de los alemanes. La «capitulación sin condiciones», impuesta en Casablanca por Roosevelt, cortó todo posible entendimiento entre los aliados y los generales de la Wehrmacht, que se hubiera transformado, de imperar la lógica en este mundo, en la ocupación de una buena parte de Europa por las tropas aliadas, mientras la Wehrmacht frenaba el avance ruso. Hay cosas que no se pueden prever, pero que más tarde se ven con toda claridad. Sin embargo, después de la derrota alemana en Stalingrado y el desembarcó aliado en el norte de África era evidente que muchos cambios se operarían al término de la contienda; preludio de estos cambios fue la aparición de un grupo de monárquicos que, como veremos, pidió a Franco que procediera a un cambio de régimen para adaptarlo a la tradición española favorable a la monarquía.