LA EDUCACIóN EN EL MAGIStErIO DE LA IGLESIA

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LA EDUCACIÓN EN EL MAGISTERIO DE LA IGLESIA:
DESDE PÍO XI A BENEDICTO XVI
Francisco Javier Aznar Sala
Universidad Católica de Valencia ‘San Vicente Mártir’
Situación mundial
La situación en el período de Pío XI es notablemente diferente a la de
León XIII. La podemos calificar como de “crisis de los sistemas económicos”.
El mundo capitalista ha sufrido la crisis de 1929, conocido como “la Gran
Depresión” y “el crac del 29”,una crisis que llegó tras los “felices años veinte”
de 1922 a 1929 y que, tras un crecimiento imparable que había convertido
las grandes empresas multinacionales en árbitros del mercado, produjo un
proceso de gran concentración económica. En el capitalismo se revisarán los
“dogmas sobre la no intervención estatal”, apareciendo las nuevas teorías de
Keynes, que suponen la caída del capitalismo liberal y el nacimiento del capitalismo intervencionista. En el campo socialista, se produce la escisión entre
socialistas y comunistas, tras la Revolución Rusa de 1917. Por otro lado, surgen los totalitarismos en Italia y Alemania. Todo este panorama internacional
es de enorme preocupación para la Iglesia, pues realmente la libertad religiosa
y en concreto, de educación, corren un serio riesgo en Europa, donde el individuo queda absorbido por el Estado y la sociedad.
Respuesta de la Iglesia
En este sentido, el Santo Padre Pío XI no dejó de llamar la atención sobre
el problema educativo y la necesidad de velar por la formación de la juventud
cristiana. En su Encíclica Divini illius Magistri, del 31 de diciembre de 1929,
el primer documento amplio del Magisterio dedicado a la educación cristiana,
señalaba que la familia es el primer ambiente natural educativo, y la misión de
la Iglesia no es, ni mucho menos, ajena. En sus encíclicas Mit brennender Sorge
de 14 de marzo de 1937, y Divini Redemptoris, de 19 de marzo del mismo
año, sobre el nacionalsocialismo y el comunismo, reclamó el respeto a los de-
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rechos del matrimonio y la familia, especialmente el derecho primigenio e insustituible de los padres a la educación religiosa de sus hijos. Pío XI aborda el
aspecto educativo en la encíclica Divini illius Magistri, presentando la familia
como el primer ámbito educativo, aunque también se subraya la importancia
de las instituciones cristianas en el ámbito de la educación.
Los ejes fundamentales de la importantísima Encíclica Divini illius Magistri de Pío XI son los siguientes:
1. Muestra a Jesucristo como aquel divino Maestro que pronunció aquellas
conmovedoras palabras: “Dejad que los niños se acerquen a mí” (Mc
10,14). De todo ello se deduce la responsabilidad delegada que la Iglesia tiene en su misión de educar a la infancia y la juventud.
2. Se trata de un período donde la cuestión educativa está en boga; de ahí
que emerjan teorías educativas, métodos y nuevos medios, ello con la
intención de mejorar la educación como herramienta para las nuevas
generaciones y el logro pleno de las mismas. El error, afirma la encíclica,
es que el hombre se repliegue sobre sí mismo y no dirija la mirada a
su Creador, el único capaz de darle la felicidad que ansía. Por tanto, si
la felicidad del hombre y la sociedad están en el reconocimiento pleno
de su Creador, la educación perfecta será aquella capaz de ajustarse al
mensaje divino, dicho de otro modo, la educación cristina.
3. La tarea educativa no es algo individual sino que es obra de toda la
sociedad. La sociedad se divide en dos sociedades de orden natural: la
familia y el Estado, y una tercera de índole sobrenatural: la Iglesia. La
familia, al existir primero que el Estado, tiene prioridad de derechos
respecto a éste, pero ésta requiere de los medios necesarios que le provee
el Estado para su perfección temporal en orden al bien común. El hombre nace a la vida de la gracia en la Iglesia mediante el bautismo, y de
ella recibe los medios necesarios para su salvación eterna. Por tanto, una
correcta educación será aquella que esté organizada por estas tres sociedades que se complementan mutuamente en orden al bien común, al
fin temporal y eterno de sus ciudadanos.
4. La Iglesia ha sido constituida por su divino Autor como columna y
fundamento de la verdad, para que enseñe a todos los hombres la fe
divina. Además, la Iglesia, esposa de Cristo, engendra a los hijos en la
vida divina de la gracia por medio de los sacramentos y las enseñanzas.
La Iglesia ha recibido de Jesucristo y del Espíritu Santo la verdad moral
toda entera (omnem veritatem), en la cual todas las verdades particulares
de la moral están comprendidas, ya sean de modo natural o revelado.
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La Iglesia, por ello, fomenta toda ciencia y disciplina que sea útil para
la educación cristiana y su labor en pro de la salvación de las almas,
también de las no cristianas, pues todos los hombres son hijos de un
mismo Dios. En todo el orbe, desde las dos orillas del río Ganges hasta
la Tierra de Fuego, la Iglesia ha levantado escuelas por medio de las
misiones y por amor a todo el género humano.
5. La Iglesia, de orden sobrenatural, no menoscaba ni destruye los derechos del orden natural –los que pertenecen a la familia y al Estado–
sino que los eleva y perfecciona, pues ambos órdenes se complementan
mutuamente, ya que el origen común de ambos es Dios. La familia
recibe del Creador la misión de educar a la prole, como refleja el CIC
en su canon 1113. Por ello es un craso error afirmar que el hombre pertenece en primer lugar al Estado, ya que nace ciudadano, pues los hijos
entran a formar parte de la sociedad civil a través de los padres –como
afirma León XIII–. Los padres tienen el grave derecho de educar a sus
hijos, pero de hacerlo en orden al fin para el cual Dios ha establecido,
es decir, las verdades eternas e inmutables. Luego tienen los padres el
deber de apartar a sus hijos de aquellas escuelas donde se dé el peligro
de beber el veneno de la impiedad y la distorsión de la misma Verdad.
Desgraciadamente la historia nos da pruebas fehacientes de cómo los
estados se han abrogado el derecho que en primer orden pertenece a
los padres y cómo la Iglesia ha denunciado esta injerencia, a la vez que
ocupado de resolver esta injusticia creando escuelas donde se eduque en
la auténtica verdad y libertad a los niños.
6. El Estado tiene la obligación de garantizar y promover la educación,
pero en ningún caso absorber a la familia y al individuo. Además, deberá el Estado respetar el derecho sobrenatural que asiste a la Iglesia
en materia de educación cristiana deseada por las familias. Es injusto
todo monopolio estatal en materia de educación, que fuerce física o
moralmente a las familias a enviar a sus hijos a las escuelas del Estado
en contra de la conciencia cristiana de los padres o de sus legítimas
preferencias. Una de las cuestiones significativas es el punto de la educación ciudadana por parte del Estado, pues como podemos entrever
continúa siendo un debate plenamente actual. En él, Pío XI, deja claros
cuales han de ser los cometidos y límites del Estado en materia educativa: se trata de proponer positiva y públicamente a los individuos que
conforman el espacio público, todas las realidades intelectuales, imaginativas y sensitivas, que muevan a las voluntades hacia el bien moral.
Asimismo, debe evitar todo aquello que sea contrario al bien moral. Esa
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educación debe ajustarse a las normas de la justicia y no ser contraria a
la doctrina de la Iglesia, que es la maestra establecida por Dios, de esas
normas de la justicia.
7. La autoridad eclesiástica procura formar un ciudadano ejemplar. De
ahí se deduce que toda acusación que pretenda ensombrecer el Magisterio de la Iglesia lo que hace es perjudicar de forma directa la buena
marcha del Estado. El Estado debe promover el bien espiritual de sus
fieles, pues en ello encontrará la armonía y conservación del Estado. De
un buen cristiano se sigue necesariamente un buen ciudadano, y yerran
gravemente los que pretenden dividir ambas realidades. No se debe
olvidar que el sujeto de la acción es el hombre con todas sus facultades
intelectuales y espirituales, así nos lo hacen saber la recta razón y la divina revelación. Pero el hombre, herido por el pecado original, deberá
ser educado desde niño para corregir las inclinaciones desordenadas
y alcanzar la debida perfección por medio de los sacramentos. Luego
es falso todo naturalismo pedagógico al estilo de J. J. Rousseau en El
Emilio. Frente al naturalismo propondrá el libro de Antoniano De la
educación cristiana de los hijos, que San Carlos Borromeo hacía leer públicamente a los padres reunidos en las iglesias.
8. Denuncia claramente el peligro que trae consigo el naturalismo, sobre
todo en materia sexual. Éste invade una materia tan delicada como es
la moral y la castidad, pues se basa en el grave error de no reconocer
la nativa fragilidad de la naturaleza humana. Igualmente perniciosa es
aquella educación (coeducación) que no distingue, o mejor confunde,
la doble sexualidad humana. El Creador ha establecido la diferencia
sexual para la perfecta convivencia de los dos sexos dentro de la unidad
del matrimonio legítimamente constituido.
9. Argumenta claramente la siguiente idea: la escuela es en todo una institución subsidiaria complementaria de la familia y de la Iglesia. Luego la
lógica consecuencia es que la escuela no ha de ser contraria a la familia
y la Iglesia, sino que debe armonizarse positivamente con ellas, de tal
forma que estos tres ambientes, escuela, familia e Iglesia, constituyan
un único santuario de la educación cristiana. Es contraria a los principios fundamentales de la educación la escuela neutra o laica, de la
cual queda excluida la religión. De hecho la neutralidad no existe y
tomará la escuela una postura contraria a la religión. La religión debe
ser –afirma el santo Padre– la corona de todas las materias, que todas
las disciplinas queden imbuidas de espíritu cristiano bajo la dirección
y vigilancia materna de la Iglesia. Los cristianos tienen la obligación de
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defender y sostener sus escuelas pues se juegan el futuro de sus hijos y
de la sociedad.
10.Tengan todos presente que un católico verdadero, formado en el seno
de la Iglesia Católica, es por este motivo un excelente ciudadano, amante de su patria, leal a la autoridad civil constituida, sea la que sea la forma legítima de gobierno establecida. Desagraciadamente se ha dejado
de lado el sano humanismo que tanto bien hizo en la educación: la lectura de los clásicos, de la literatura, de la lengua patria y del latín. Sería
bueno volver a educar en la sana filosofía a los niños; por tanto, todo
buen profesor cristiano debe tener –como dice León XIII– una buena
formación acorde con la fe católica, tanto en letras como en ciencias y
sobre todo en filosofía. Que lo profesores amen a Cristo y a su Iglesia
para irradiar el mismo amor a los jóvenes. El Papa se lamenta de que “la
mies es mucha y los obreros preparados para esta tarea son pocos”. La
educación cristiana comprende todo el ámbito de la vida, la humana,
la sensible espiritual y moral, la individual, la doméstica y la civil, no
para disminuirla sino para elevarla y perfeccionarla, según el modelo
del único Maestro que es Cristo.
El Concilio Vaticano II: Pablo VI y la encíclica
Gravissimum educationis
El concilio Vaticano I fue suspendido pero no clausurado. Precisamente
Juan XXIII será el que lo clausure para abrir el concilio Vaticano II. Hacia
1920 se produjo en la Iglesia un despertar de fuerzas renovadoras, tanto en el
campo teológico como litúrgico-sacramental y pastoral. Como afirmó Romano Guardini, fue “un despertar de la Iglesia en la almas”. Empiezan a brotar
experiencias comunitarias, al tiempo que a desjerarquizar en la medida de lo
posible la Iglesia para sentirla propia y cercana. En este contexto Pablo VI, ya
pasados los peligros del totalitarismo de corte fascista que tanto daño hicieron
al mundo y a la educación de los más jóvenes, pero con la pena latente aún
del totalitarismo ideológico y social de todo el este de Europa, promulga la
encíclica Gravissimum educationis que emana de Concilio Vaticano II, fundamentando en este documento la libertad educativa y cristiana como un bien
precioso para todo hombre.
En este sentido, el Santo Padre enumera los pilares sobre los que se ha de
asentar una autentica educación cristiana y que se respete la libertad de conciencia de los padres en materia moral:
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1. Todos los hombres de cualquier raza, condición y edad (...) pues todos
poseen la dignidad de personas, tienen el derecho inalienable a una
educación.
2. Ayudar a los niños y adolescentes a desarrollar armónicamente sus cualidades físicas, morales e intelectuales, para adquirir un sentido de la
responsabilidad y adquirir la verdadera libertad.
3. Los cristianos deben ser capaces de dar testimonio de su esperanza (1Pe
3, 15); ayudar a la configuración cristiana del mundo, mediante la cual
los valores naturales asumidos en la consideración íntegra del hombre
redimido por Cristo, contribuyen al bien de toda la sociedad.
4. Los padres, al haber dado la vida a sus hijos, tiene la gravísima obligación de educar a la prole. Deben ser reconocidos como los primeros y
principales educadores de sus hijos. La familia es la primera escuela de
virtudes sociales que la sociedad necesita.
5. Los padres necesitan ayuda en la educación de sus hijos, luego confían
una parte de la tarea educadora que corresponde a la sociedad civil, la
cual tiene derechos y deberes. Su obligación es ordenar todo lo que se
requiere para el Bien Común temporal.
6. En la realización de su tarea educativa, la Iglesia, atenta a todos los
medios aptos, se preocupa principalmente de los que le son propios,
el primero de los cuales es la instrucción catequética, que ilumina y
fortalece la fe, alimenta la vida según el Espíritu de Cristo, conduce a
una participación consciente y activa del misterio litúrgico y estimula
a la acción apostólica.
7. La escuela cultiva con cuidado constante las facultades intelectuales, desarrolla la capacidad de juzgar rectamente, introduce en el patrimonio
cultural adquirido por las generaciones anteriores, promueve el sentido
de los valores, prepara la vida profesional, favorece entre los alumnos
la relación amistosa que conduce a la comprensión. Es un centro de
comunidad humana (familia, maestros, cultura cívica y religiosa).
8. El poder público debe defender las libertades civiles, atendiendo a la
justicia distributiva. Debe procurar que las ayudas públicas se distribuyan de tal manera que los padres puedan elegir, según su propia conciencia y con verdadera libertad, las escuelas para sus hijos. La Iglesia,
en su educación moral y religiosa, debe hacerse presente a muchísimos
alumnos que se educan en escuelas no católicas por el testimonio de
la vida de aquellos que les enseñan y dirigen. Por el ministerio de los
sacerdotes y los laicos que les enseñan la doctrina de la salvación, de
forma adaptada a la edad y circunstancias.
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9. A los Padres les compete el grave deber de exigir todo lo necesario para
que sus hijos puedan disfrutar de estas ayudas y progresen en la formación cristiana a la par que profana. La Iglesia alaba a las sociedades
civiles que tienen la libertad religiosa en cuenta. Los hijos reciben una
educación moral y religiosa acorde a los principios de los padres.
10. La nota característica de la escuela católica es crear un ámbito de comunidad escolar animado por el espíritu evangélico de libertad y amor,
ayudar a los adolescentes a que desarrollen su propia persona y crezcan
según la dignidad que el bautismo les ha conferido. Ordenar su cultura
humana al anuncio de la salvación.
Como podemos comprobar, refrenda todo lo dicho por la encíclica Divini
illius Magistri de Pío XI y viene a corroborar el derecho intrínseco que asiste
a los padres en la educación de sus hijos. Es el Estado un órgano subsidiario
que ayude a los padres en la educación de sus hijos, pero en ningún caso supletorio. La libertad religiosa será prenda y garantía de una auténtica y madura
libertad educativa.
Juan Pablo II y Benedicto XVI
Tanto Juan Pablo II como Benedicto XVI han abordado con la preocupación que requiere el problema educativo. El primero lo hizo dentro del marco de la encíclica Gratissimam sane, concretamente en su capítulo 16. Cabe
destacar la faceta educadora de Juan Pablo II y su ardiente preocupación por
la juventud. El día 22 de octubre de 1978 dijo a los jóvenes: “Vosotros sois
la esperanza de la Iglesia y del mundo. Vosotros sois mi esperanza”. Para Juan
Pablo II la educación debe fundamentarse en la familia, la escuela y la autoeducación (que tenga como telón de fondo el significado del cuarto mandamiento: “Honra a tu padre y a tu madre”). Entonces se requiere organizar
una sociedad que proteja y defienda el núcleo familiar que a su vez facilite
la trasmisión de valores. Para Juan Pablo II la educación se convierte en un
verdadero apostolado para construir una verdadera “civilización del amor”. El
santo Padre subraya con ahínco cual es la naturaleza y esencia del hijo que brota del amor mutuo de los esposos, máximos responsables de la educación de su
hijo. Los padres son los primeros y principales educadores de sus propios hijos, y
en este campo tienen incluso una competencia fundamental: son educadores por
ser padres. Comparten su misión educativa con otras personas e instituciones,
como la Iglesia y el Estado. Sin embargo, esto debe hacerse siempre aplicando
correctamente el principio de subsidiariedad.
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Benedicto XVI, a pesar de su breve pero intenso pontificado, ha hablado
en dos ocasiones de “emergencia educativa”, la última en la asamblea diocesana de Roma, el 11 de junio, en la Basílica de San Juan de Letrán. Para el
santo Padre educar es “educar en el testimonio” y es tarea que corresponde a
la familia. Es consciente de la dificultad que entraña educar hoy día, de ahí
la “emergencia”, pues falta a los jóvenes la luz de la verdad que es Cristo. El
Sumo Pontífice se da cuenta que los jóvenes viven su vida artificialmente, sin
plenitud, aquí radica la responsabilidad de la Iglesia, escuela y agentes de pastoral. Muchas veces los mismos padres y profesores no saben qué hacer con sus
hijos y alumnos, luego será tarea de todos ayudar a esta generación, la Iglesia
no debe perder el compromiso adquirido de educar en la fe. De vital importancia será crear escuelas que sean “escuelas de oración”, y donde se palpe la
cercanía del amor. También el joven de hoy conserva dentro de sí una gran
necesidad de verdad, estar abierto a Cristo, lo que requiere una “pastoral de la
inteligencia”. Libertad y autoridad serán las piezas claves de una óptima educación y el Evangelio, el eje sobre el que debe girar la educación en una escuela
católica, pues promoverá la unidad de la fe, la cultura y la vida. Todo ello no se
logrará sin la presencia de profesores realmente creyentes, que amen a Cristo
y su Iglesia. En la escuela pública, la sana laicidad no debe cerrase en ningún
caso a la trascendencia, y no debe mantener una falsa neutralidad respecto a
valores morales [pues la neutralidad no existe,] pues los valores morales están
en la base de una auténtica formación de la persona y su dignidad.
Encíclicas
Divini illius Magistri
Gratissimam sane
Gravissimum educationis
Discurso a la asamblea diocesana de Roma. Benedicto XVI, 11 de junio de
2007.
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