Llamados a la vida Introducción

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Llamados a la vida
Introducción
¿Cómo realizarse en la vida? ¿Cómo alcanzar la felicidad? ¿Cómo
llegar a ser plenamente hombre o mujer? Esas preguntas que se
plantean desde siempre, y mucho más hoy, en un mundo que ya no
nos ofrece muchos puntos de referencia, donde nadie acepta las
soluciones totalmente dadas, y donde cada uno parece remitirse a sí
mismo, para encontrar la respuesta a estas preguntas. Prácticamente,
la mayor parte de nuestros contemporáneos, alérgicos a cualquier
norma impuesta desde fuera, tratan de sacar la mejor parte de la vida
presente y de construirse una felicidad a su modo, en función de la
imagen que ellos se han formado de la misma. Imagen que procede de
la educación, de la cultura y de la experiencia de cada uno, pero que
también está fuertemente influenciada (conscientemente o no), por la cultura del ambiente y por
los mensajes de los medios de comunicación. La frágil felicidad que ellos intentan edificar de esa
manera, en general, no resiste la prueba de la enfermedad, de los fracasos, de las separaciones, de
los diversos dramas que conoce toda existencia humana. Parece que la vida no cumple todas las
promesas que ofrece en la época de la juventud.
Por eso creo que la vida humana es una maravillosa aventura. A pesar del peso de los
sufrimientos y decepciones que muchas veces nos presenta, en eso se puede descubrir un medio
para crecer en humanidad, en libertad, en paz interior, y desplegar todas las capacidades de amor y
de gozo que han sido puestas en nosotros.
No obstante eso, hay una condición: renunciar a dirigir la existencia, no querer programar
nosotros mismos nuestra felicidad, sino aceptar dejarnos conducir por la vida, tanto en los
acontecimientos felices, como en las circunstancias difíciles, aprendiendo a reconocer y a aceptar
todas las llamadas que se nos hacen día a día.
Acabo de utilizar esa palabra “llamada”, que será la palabra clave de todo el libro. Esta noción,
simple pero muy rica, me parece absolutamente fundamental en el plano antropológico y en el
plano espiritual. El hombre no puede realizarse solamente poniendo por obra los proyectos que él
elabora. Es legítimo, e incluso necesario, tener proyectos y movilizar la inteligencia y las energías
para realizarlos. Pero me parece que eso no basta, y puede llevarnos a muchas desilusiones en caso
de fracasar. Elaborar y poner por obra los proyectos, debe estar absolutamente acompañado por
otra actitud, que, a fin de cuentas, es más decisiva y fecunda: ponerse a la escucha de las llamadas,
de las invitaciones discretas, misteriosas, que continuamente nos son dirigidas, a lo largo de
nuestra existencia; privilegiar la escucha y la disponibilidad, en relación con el proyecto y la
construcción. Estoy convencido de que no podemos realizar nada plenamente, si no lo hacemos
como seres humanos, que, en la medida en que percibimos los llamados que nos hace la vida, día
tras día, consentimos y respondemos a ellos. Llamados a cambiar, a crecer, a madurar, a plenificar
nuestros corazones y nuestros horizontes, a salir de las estrecheces de corazón y de pensamiento,
para acoger la realidad con mayor amplitud y confianza.
Esas llamadas nos vienen de los acontecimientos, de los ejemplos de personas que nos llegan
dentro, de los deseos que nacen en nuestro corazón, de las solicitudes que vienen de algún
prójimo, de la lectura de la Sagrada Escritura, y de muchos otros medios. Todos ellos tienen su
origen profundo en Dios, que nos ha dado la vida, que no deja de velar por nosotros, que desea
conducirnos con ternura por los caminos de la existencia, y que interviene permanentemente, de
manera muy discreta, a veces imperceptible pero eficaz, en la vida de cada uno de sus hijos. Esa
presencia y esa acción de Dios, si lamentablemente permanecen escondidas para muchos, se
revelan a quienes saben ponerse en actitud de escucha y disponibilidad.
Dios no es el Dios de muertos sino de los que viven. Él no cesa de solicitarnos de muchas
maneras, misteriosa pero realmente, para dar a cada una de nuestras vidas, un valor, una belleza,
una fecundidad, que sobrepasan todo lo que podemos prever e imaginar, como nos deja entender
san Pablo.
“¡A Aquel que es capaz de hacer infinitamente más de lo que podemos pedir o pensar, por el
poder que obra en nosotros, a él sea la gloria en la Iglesia y en Cristo Jesús, por todas las
generaciones y para siempre! Amén” (Ef 3, 20-21).
Sería un mal privarnos de este actuar de Dios, y encerrarnos en el mundo tan estrecho y
decepcionante de nuestros proyectos personales únicamente.
Bajo las múltiples llamadas que la vida nos dirige, hay un único llamado de Dios. Este llamado
halla su forma más completa y más luminosa en el misterio de Cristo. Percibiéndolo y
respondiendo, el hombre encuentra el camino privilegiado de la realización de su humanidad y del
descubrimiento de la auténtica felicidad, una felicidad que se cumplirá perfectamente en la gloria
de la tierra nueva que vendrá. Eso es lo que afirma san Pablo en la carta a los efesios, donde habla
de la extraordinaria esperanza a la que nos abre el llamado de Dios en Cristo:
“Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, les conceda un espíritu de
sabiduría y de revelación que les permita conocerlo verdaderamente. Que él ilumine sus
corazones para que ustedes puedan valorar la esperanza a la que han sido llamados, los tesoros
de gloria que encierra su herencia entre los santos, y la extraordinaria grandeza del poder con
que él obra en nosotros, los creyentes, por la eficacia de su fuerza” (Ef 1, 17-19).
En las páginas que siguen, mostraremos la importancia y la fecundidad de esta idea, antes de
recorrer ciertos lugares privilegiados de interpelación: los acontecimientos de la existencia, la
Palabra de Dios (a la que dedicaremos un largo capítulo), los deseos que el Espíritu Santo
despierta en nuestros corazones.
También insistiremos en el hecho de que todo llamado de Dios, es un llamado a la vida. Nuestra
primera vocación es a vivir; y un llamado que viene de Dios siempre mueve a vivir de la manera
más intensa y más bella, y a asumir la vida humana con mucha confianza, tal como ella es, con
todos sus componentes: corporales, psíquicos, afectivos, intelectuales y espirituales.
Termino esta introducción, destacando lo que atañe a los lectores de este libro. Enfoco la noción
de llamado en un contexto y un vocabulario cristianos, porque estoy convencido de que la Biblia, y
especialmente el Evangelio, es la palabra más profunda y la más luminosa, que jamás se haya
pronunciado sobre la condición humana. Pero mucho de lo que se dirá, vale para todos los
hombres. En efecto, la noción de llamado se revela como intrínseca a la condición humana, cuando
ésta es considerada con una cierta profundidad. Para terminar, unos ejemplos en relación con las
palabras “responsabilidad”, “libertad”, “deseo”.
Un concepto tan importante en el plano moral, como el de “responsabilidad” (responder ...),
presupone claramente, alguna parte de la existencia, como un llamado, como una exigencia.
Responder de los propios actos, no es solamente asumir las consecuencias de cara a los demás,
sino también afirmar que, anteriormente al acto, hay atracciones (buenas o malas) que nos vienen.
Del mismo modo, no se puede dar una verdadera consistencia a la noción de “libertad”, sin
afirmar, de alguna manera, una forma de llamada. Si no se ve a la libertad como algo puramente
arbitrario y por lo tanto insignificante, es claramente necesario que la libertad del hombre, la
facultad de elegir, sea atraída por algo que está más allá. Una realidad tan fundamental como el
“deseo”, a menos que lo comprendamos únicamente como una estructura psíquica, producto de la
alquimia de las pulsiones, debe ser interpretado, en su esencia profunda, como un llamado. Bajo la
diversidad, a veces contradictoria, de los deseos que habitan el corazón del hombre, más
profundamente, existe un único deseo (deseo de plenitud, de felicidad...). Si se le quiere hacer
honor, si se lo toma en cuenta como algo serio, plenamente humano, y no se lo considera
solamente en términos de necesidad o de pulsión, es preciso ver en el deseo, la huella de un
llamado que viene de más lejos que del hombre mismo.
No es posible pensar una humanidad, sin la percepción de un llamado que antecede al hombre.
¿De dónde viene ese llamado? ¿En qué otra parte tiene su fuente? Esa es la cuestión fundamental
de toda vida. Me sitúo claramente en el marco de la respuesta cristiana, pero creo que las
reflexiones que siguen, pueden resultar interesantes para todo hombre de buena voluntad.
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