George Whitefield (5) SECRETOS 3- SANTIDAD personal “Sobre todo él era un gran santo; lo fue durante su vida hasta que falleció. Este fue el mayor secreto de su predicación de poder” (Lloyd-Jones). Su ansia y anhelo aún antes de conocer a Cristo era la santidad. Whitefield, siendo estudiante servidor (estudiante que trabajaba ayudando a estudiantes adinerados) y sin haberse convertido a Cristo formó parte del “Club Santo” de los hermanos Wesley. Durante su vida su bandera fue la santidad. A pesar de las tentaciones que venían con su gran éxito, su popularidad en América y en Inglaterra, Whitefield nunca cayó en faltas sexuales o de dinero, ni tuvo afán por crear una denominación con su nombre. Su carácter reflejaba al de los santos bíblicos de los cuales hablaba, y su obra de compasión por los niños huérfanos lo mantenía casi siempre al borde de la quiebra, a pesar de que de ambos continentes recibía ayuda económica. Procuremos la santidad, sin la cual ninguno verá al Señor. Esta es una verdad para cada día. Dios se da a conocer a los santos. ¿Quiénes son los verdaderos conocedores de Dios? No fueron los doctores de la ley ni los fariseos hipócritas, sino el publicano contrito y humillado, la samaritana arrepentida, el ciego de nacimiento renacido; fue Pedro en la barca, y Pablo en la casa de Ananías orando y ayunando. Hoy mismo: examínate, confiesa tus pecados y lava tu conciencia en la presencia del Señor. Mira Su santidad y teme, empápate de Su gloriosa hermosura y dile: “¡Ay de mí que soy muerto!” Pasa tiempo junto a la cruz y no salgas de allí hasta que no veas la miseria en que has caído, pues siendo un renacido no hablas de Él; teniendo la mente de Cristo no piensas como Él, siendo salvo por la eternidad te mueves por lo terrenal y no lo eterno. Sé santo, porque Él es santo. Desde el púlpito George Whitefield proclamaba: “Es mejor ser un santo que un conocedor. De hecho, la única manera de ser un verdadero conocedor es procurando ser un verdadero santo.” 4-COMPASIÓN por los perdidos Él tenía la convicción que los pecadores estaban dirigiéndose al infierno eterno. Su compasión le movía a predicar, a no callar, a entregarse por entero por la causa del evangelio. No tenía mayor meta que la de alcanzar a los que iban a la condenación. La urgencia y peligro en que veía a las almas le hacía declarar: “Estoy dispuesto a ir a prisión o aun la muerte por ustedes; pero no estoy dispuesto a ir al cielo sin ustedes. El amor de Jesucristo me constriñe a levantar mi voz como trompeta. Mi boca ahora habla de la abundancia del amor que tengo por vuestras almas preciosas e inmortales; y podría alargar mi discurso no sólo hasta la medianoche, sino hasta que no pueda hablar más” (“Los sermones de Whitefield”- Grand Rapids, MI: Christian Classic Ethereal Library- Sermón “Presencia del Espíritu Santo en el creyente, privilegio común de todos los creyentes”. En Inglés). Whitefield Gold p. 67 “¡Oh, si pudiera hacer más por Él! Oh, si fuera una llama de fuego santo y puro, y tuviera miles de vidas para invertir en el servicio de mi amado Redentor… la visión de muchas almas pereciendo me afecta tanto y me hace desear, si fuera posible, ir de Polo a Polo, para proclamar el amor redentor” (“George Whitefield- Siervo ungido de Dios en el gran avivamiento del siglo dieciocho, por Arnold A. Dallimore- Wheaton, IL:Crossway Books, 1990- p. 149. En inglés). Whitefield Gold p. 60 5- CONSAGRACIÓN y dedicación En sus giras misioneras, Whitefield atravesó trece veces el océano Atlántico viajando siete veces a América y más de doce a Escocia, Irlanda, Bermudas y Holanda. “Si hubo un hombre que se consumió a sí mismo en el servicio a Dios, ese fue Whitefield. Era infatigable e implacable en sus esfuerzos para ganar almas. A través de su vida disfrutó la presencia de Dios en su predicación. Aún en su último día en este mundo él predicó, aunque estaba muy enfermo. Era un hombre cuyo único deseo era predicar a Cristo crucificado” Nigel Clifford (Christian Preachers, Brytirion Press- En inglés). En una carta a otro ministro escribió: “No temas a tu débil cuerpo; no moriremos hasta terminar nuestro trabajo. Los siervos de Cristo tenemos que vivir de milagro, si no, yo ya no viviría porque sólo Dios sabe lo que tengo que soportar diariamente. Mis continuos vómitos casi me matan y el púlpito es lo único que me cura.” “Él insistía a los ministros que no estuvieran satisfechos con predicar los domingos solamente, sino que lo hicieran los siete días de la semana. Que predicaran al aire libre y no quedaran limitados por sus propias parroquias, sino que fueran adonde estaban las almas perdidas y les proclamaran la gracia de Dios. Tales acciones, él les aseguraba, les traería oposición de las autoridades y el odio del mundo, pero también serían testigos de la bendición de Dios” Arnold A Dallimore (“George Whitefield- Siervo ungido de Dios en el gran avivamiento del siglo dieciocho, por Arnold A. Dallimore- Wheaton, IL:Crossway Books, 1990p. 166. En inglés). Whitefield Gold p.160 “Él, pocas veces, por no decir nunca, predicó un sermón sin lágrimas” Cornelious Winter (“Sodoma no tenía Biblia”, Leonard Ravenhill- Minneapolis, MN: Bethany House Publishers, 1984- p. 188. En Inglés). Whitefield Gold p.160 “Profeso ser miembro de la Iglesia Anglicana; pero si ellos no me dejan predicar en una iglesia, yo predicaré en cualquier lugar. Todo el mundo es mi parroquia, y predicaré donde Dios me dé la oportunidad. Nunca me encontrarás discutiendo acerca de las cosas externas de la religión. No me digas que eres Bautista, o Independiente, o Presbiteriano, o Disidente: dime que eres un cristiano. Esto es todo lo que deseo. Esta es la religión del cielo y debe ser la nuestra aquí en la tierra” (Tyerman, Vol. 2 p. 567- en Inglés) Whitefield Gold p. 59 Ante el consejo de sus doctores de no continuar su incesante actividad, Whitefield insistía: “Prefiero desgastarme que oxidarme.” La clase de hombre. Cuando este santo de Dios pensaba en su muerte decía: “Cuando muera, deseo que en mi tumba diga: ‘Aquí descansa George Whitefield; sólo en el día final se sabrá qué clase de hombre fue’.” Gracias a Dios que antes del día final podemos saber y ser afectados por esta clase de hombre. Ora, mi hermano, conmigo: “Señor yo quiero ser esa clase de hombre”. Amén (Continuará)