Zapatos Italianos Escuchaba a Sara mientras miraba distraídamente

Anuncio
Zapatos Italianos
Escuchaba a Sara mientras miraba distraídamente hacia la
plaza, finalmente parecía que no iba a llover, así que poco a
poco las mesas de las terrazas se habían ido llenando. En ese
paseo de mirada vi andando unos zapatos color de arena que
se detenían en la acera de enfrente; Imposiblemente limpios
se enguantaban suavemente en el ritmo de un pie huésped; ni
un adorno que entretuviera a la mirada, nada que
interrumpiera la contemplación de su ascética belleza.
Sara debió percibir mi impacto y me preguntó ¿qué te pasa?
- He visto unos zapatos, dije yo, sin apartar la mirada de la
puerta de cristal.
Igual que podría haber hecho yo, Sara se levantó rápidamente
de la mesa y se acercó a la puerta…”son del Sr De Longhi” dijo,
“un editor de Milán, ahora cuando entre podrás verlos mas
cerca”
Sara continuó hablando de los problemas de la librería, la
caída de las ventas de los últimos meses la tenía muy
preocupada, y yo mirándola esperaba como un gato el ruido
del pomo de la puerta, y la llegada de aquellos zapatos.
Pero no pasaba nada más que tiempo.
Sara, que continuaba hablando y al mismo tiempo seguía
conectada con mi impacto, se levantó una vez más y fue hacia
la puerta diciendo: “como tarda este hombre, el Sr. De Longhi
tenía que haber entrado ya …”
Y en el mismo instante en el que Sara cogía el pomo de la
puerta, un tipo al otro lado la empujaba para entrar. Sara, que
cuando sonríe se queda sin ojos, le acompañó en el gesto y le
abrió la puerta saludándole con su mejor sonrisa rasgada…
Entró un tipo delgado, más bien alargado, quizá alto de más.
De gestos suaves, comedidos, envuelto todo él en “buena
educación”.
Tenía una cabeza pequeña y afeitada y debajo una cara de
rasgos aniñados, una cara de esas que no se lleva bien con el
resto de todo lo demás; la nariz respingona y femenina se
apoyaba sobre el espacio que ocupaba una boca bien
perfilada, que en el formato de “media sonrisa” dejaba
entrever unos dientes separados y un punto picudos. No
había nada en aquella cara que encajara con un cráneo
desprovisto totalmente de cabello. Cómo sería aquel tipo con
pelo? me pregunté.
Pensé que unos rasgos tan desencontrados obedecerían, casi
con seguridad, a unas experiencias vitales determinadas, así
que empecé a preguntarme los cómos y los porqués que
podrían haber modelado aquel conjunto de facciones.
Sara seguía hablando al tiempo que cogía del escaparate un
libro de Tagore y se lo entregaba al hombre…mientras, yo
tenía mis primeras conclusiones, seguramente aquel tipo
habría tenido una infancia con muchas hermanas y ningún
hermano, estaba claro que su madre era una mimadora
vocacional, tierna y esponjosa, dulce, una “madre
bizcocho”…sin duda, una madre así era el mejor cincel para
una nariz y una boca como aquellas.
Y miré hacia fuera porque sentía el agotamiento de una
sensación, una espera inacabada que ya daba por perdida…
igual que cuando abandonas el recuerdo de alguien que en
una noche sólo fue espuma.
Volví a la cara de aquel tipo de infancia permisiva y de padre
ausente, que con seguridad de pequeño había sido un niño
muy mono al que mimaban las profesoras…Entonces oí a Sara
que decía “pues verá Sr. De Longhi, mi amiga se ha quedado
impresionada al ver sus zapatos…”
Retiré la mirada de su rostro y en un gesto tan rápido como
obsceno me reencontré con ellos; Allí abajo estaban,
espléndidos, con una presencia única y total; Los tenía tan
cerca que podía apreciar delicados matices en su materia
prima y levísimas arrugas en aquellas esquinas de costuras
invisibles. Imaginé lo que podría sentir al hacerles una leve
caricia…
El Sr. De Longhi, halagado, me daba las gracias mientras
mostraba sin pudor su dentadura en una amplísima sonrisa
capaz de romper aquella boca. Percibía en su cuerpo una
repentina desorganización de movimientos, como si la
emoción le hubiera convertido en títere.
Nos contó, con la solemnidad de quien comparte un hecho
trascendente de su vida, que aquellos zapatos eran italianos y
los había comprado en Nueva York; Nos facilitó el nombre de
la calle, de la tienda y también del dependiente que le había
atendido hacía unos meses. Dijo que los zapatos más bellos
eran los italianos y los españoles y un poco menos los
portugueses… y los zapatos americanos o ingleses, eran sin
alma.
De pronto centró sus ojos en mí, y los vi por primera vez, eran
oscuros y brillantes, y miraban igual que si estuvieran
jugando una partida de poker.
El Sr. De Longhi, me dijo que esa tarde tenía una reunión y no
podía quedarse más tiempo. Pero que al día siguiente volvería
a la misma hora para encontrarse conmigo.
Yo no respondí inmediatamente, no sabía que decirle a un tipo
del que solo me habían gustado sus zapatos; Y él, ante la
posibilidad de perder la partida, subió la apuesta y me dijo:
“En Nueva York, me compré cinco pares de zapatos italianos,
amarillos, verdes, azules….”
Antes de que terminara, yo le dije, “De acuerdo, mañana nos
vemos aquí, a la misma hora”.
Descargar