La idea de la salvación en la Contrarreforma JAVIER OTAOLA MONTAGNE El concepto de salvación para el mundo católico no implica únicamente la posibilidad de acceder al Paraíso, sino que además entraña toda una serie de consideraciones teológicas, como lo son, entre otras, la gracia, los sacramentos, la fe o el pecado. Lejos de ser inmutables, dichos conceptos han sido objeto de transformaciones una y otra vez, reflejando las circunstancias y los contextos históricos específicos por los que fueron transitando. De tal forma podemos ver que la religión no sólo influye sino que también es influida por la historia. En este artículo me propongo hablar del concepto de salvación, intentar esclarecer la manera particular como fue entendido por la Contrarreforma y demostrar cómo la idea de la salvación adquirió una dimensión social en la cual el individuo debía participar activamente en su entorno como testimonio de su fe. Para abordar este tema tenemos necesariamente que hacer referen cia a la soteriología de la Reforma, y tener en mente que el problema de fondo radica en gran medida en la diferente concepción que tanto protestantes como católicos tuvieron del hombre, siendo para estos últimos una visión mucho menos pesimista que la de su contraparte protestante. Salvación y justificación El problema de la salvación ha sido para la mayoría de las religiones antiguas el punto central de su cuerpo doctrinal. En ellas, la práctica 63 64 Javier Otaola Montagne del sacrificio se convierte en el eje que permite cohesión e identidad sociales, y es reconocido como una forma de salvar la enorme distancia que separa al hombre-creado de su dios-creador. En el caso del cristianismo, el término salvación es utilizado para referirse al proceso por el cual el hombre se libera de la perdición y el pecado. Siendo éste último la causa de la separación del hombre y de Dios, y por lo tanto la raíz de todo mal, la salvación implica entonces la liberación del estado de pecado y de sus consecuencias, tanto para el individuo como para la raza humana en su conjunto. Si nos remitimos a la etimología y la ubicamos en su contexto socioeconómico, el sentido histórico de redemptio, según fue usado en el tiempo de los primeros cristianos, implicaba la libertad del esclavo una vez que se conseguía el pago de su rescate. Pero ubicándola en un sentido religioso, la idea de redención adquirió la significación figurada de que Dios recuperaba, a través del sacrificio de Cristo, al hombre que había caído presa del pecado. Así el término salvación fue unido a Jesús.1 Por tal razón, la figura de Jesucristo se convierte en fundamental ya que simboliza la redención y es muestra de la voluntad salvífica de Dios. Su encarnación y sacrificio dan la posibilidad de salvación a los hombres, y en su persona divina se entremezclan tres elementos claves: 1. Repara el pecado y la perdición. 2. Establece una verdad que permite a los hombres sobreponerse al estado de error e ignorancia en el que cayeron como consecuencia del pecado original. 3. Es una fuente imperecedera de fuerza espiritual que ayuda al hombre. Cristo es para los cristianos el vehículo redentor que permite la reconciliación del hombre pecador con Dios, y en Él se concentra el poder salvador a disposición de la humanidad. 1 Vid., Juan Luis Segundo, La historia perdida y recuperada de jesús de Nazaret. De los Sinópticos a Pablo, pp. 344-357; y Jon Sobrino,y Jésucristo liberador. Lectura histórico-teológica de Jesús de Nazaret, pp. 33-34. La idea de la salvación en la Contrarreforma 65 La doctrina de la justificación aborda este problema. A ella le compete establecer cómo se da "la transición del incrédulo en contra de su incredulidad, la transformación de hombre sin Dios, a hombre con Dios, por Dios y ante Dios, su paso como homo peccator a homo iustus. La doctrina define las condiciones bajo las cuales la relación rota del hombre con Dios puede ser restaurada",2 en suma, la justificación precisa los supuestos y consecuencias de aquello que el hombre debe hacer para acceder a su salvación. Si bien es cierto que la forma en que se entiende esto varía según el, contexto histórico y cultural, también lo es el hecho de que esta nueva relación hombre-Dios a través de Jesucristo es la enseñanza principal de la fe cristiana, y por lo tanto se convierte en el verdadero eje del sistema teológico de la Iglesia. El temor por la salvación La preocupación del individuo por su salvación no es un fenómeno propio de tiempos antiguos. Aún hoy en día dicha inquietud pesa en muchas conciencias a pesar del profundo proceso de secularización por el que hemos atravesado. Con el triunfo de la religión judeo-cristiana, la Europa de la Edad Media vivió con especial intensidad aquella incertidumbre por su salvación. El peso de la religión en la época medieval era incuestionable y por lo mismo las enseñanzas del cristianismo pasaron a formar parte de la cotidianidad. El efecto que los sermones y los sacerdotes causaban en las conciencias, potenciaba los temores ya de por sí ligados a cualquier religión. Mucha gente, por ejemplo, vivía a la expectativa de la venida del Anticristo, y los signos de tal suceso eran fácilmente identificables: guerras, hambres, plagas y pestes, muertes, señales en el cielo u otras calamidades que apuntan los textos bíblicos formaban parte del tenor de la vida diaria. Varias de estas creencias sirvieron tanto para interpretar acontecimientos como para identificar a infinidad de personalidades con el mismo Anticristo. Inclusive el arte se 2 Alister E. McGrath, Iustitia Dei. A History of the Ckristian Doctrine of justificatión, p. I. 66 Javier Otaola Montagne permeó en buena medida de elementos macabros o directamente relacionados con el tema de la muerte. Las expectativas de vida eran cortas y la mortandad elevada. La muerte acompañaba a las personas o se escondía a la vuelta de la esquina, y las órdenes mendicantes se dieron a la tarea de cubrirla con un halo religioso que agudizaba la preocupación ante la posibilidad de la condenación. Además, para las mentes católicas morir no era un fin sino el principio con el cual el creyente se enfrentaba a Dios y a su juicio. Así, pues, tenemos que la muerte y el más allá estaban tan presentes que se mezclaban con las necesidades cotidianas. Para muchos, el estado de pecado era el causante de tantas calamidades, y muy ligado a esto viene la gran preocupación por la incertidumbre de la salvación de las personas. La superstición y el nerviosismo religioso llegó a tomar las formas de un temor milenarista y apocalíptico que J. R. Hale retrata de la siguiente forma: A medida que se acercaba el fin del siglo se multiplicaban los rumores y los signos portentosos: nacimientos monstruosos, lluvias de leche y sangre, manchas en el cielo. Las noticias llegaban de Francia —una luna triple—, de Alemania —una verdadera plaga de niños deformes—, de Grecia —una corona de espadas llameantes—, de Italia —un rayo entraba en el Vaticano y derribaba al papa de su trono.3 Por fantásticas que puedan llegar a parecer las anteriores ideas, lo cierto es que nos permiten ver que el problema de la salvación, el miedo a la muerte o el temor por el pecado eran preocupaciones latentes y en cierta forma generalizadas. Y si bien es cierto que uno debiera ser precavido y manejar con cuidado este tipo de aseveraciones, no podemos tampoco pasar por alto el hecho de que aunque a nosotros hoy en día nos suene ridicula la idea de que pueda llegar a llover leche y sangre, para quienes los escribieron o vivieron seguramente les despertaron pasiones y temores reales. Éstas eran cuestiones que impregnaban de alguna forma el inconsciente colectivo de la época. La visión en el medievo era sin duda una visión cristiana del mundo. Sin embargo, la religión no logró calmar 3 J. R. Hale, La Europa del Renacimiento: 1480-1520, p. 28. La idea de la salvación en la Contrarreforma 67 o aliviar estas preocupaciones, y a nivel teológico era igualmente preocupante la confusión en el dogma. Una nueva opción para el hombre pecador Por muchos es sabido que el más conocido de los reformadores protestantes, Martín Lutero, sufrió por esa misma incertidumbre. Lutero era, como bien señala Heiko A. Oberman, un hombre entre Dios y el Diablo, quien dio un giro reformador a la teología después de una profunda crisis personal y tras agotadores esfuerzos por cumplir las rigurosas reglas de su convento de agustinos. "El punto de partida de la empresa reformadora de Lutero no fue, por tanto, determinados abusos dentro de la Iglesia, ni fue en absoluto el tema de la Iglesia, sino el tema de la salvación".4 Martín Lutero desarrolló su propia doctrina de la salvación con base en la idea de que todo nuestro hacer esta manchado por el pecado y que el hombre es incapaz, por más méritos que haga, de aparecer justo ante Dios, de justificarse ante Él o de acceder a su propia salvación. Ante esta impotencia humana, el monje agustino resaltó el papel salvífico de Jesucristo y su labor redentora.5 El sacrificio de Jesús, como último sacrificio físico de los hombres, no sólo permitió que nuestros pecados se convirtieran en pecados del propio Cristo, sino que además abrió la posibilidad de nuestra salvación. El papel del hom4 Hans Küng, Grandes pensadores cristianos: una pequeña introducción a la teo logía, p. 129. 5 Existen varias partes del Antiguo y Nuevo Testamento en las que Lutero encontró alusiones a dicho papel salvífico de Jesucristo y a su labor redento ra. Inclusive el lenguaje cúltico sacrificial describe a su persona como el "cor dero de Dios, que quita el pecado del mundo" (Jn 1,29), quien "por su sangre, nos consigue el perdón" (Rom 3,21-25). Uno de los pasajes más claros de esto último, y que sirvió a Lutero para aliviar su incertidumbre, fue el de la Últi ma Cena (Mt 26, 17-29; Mr:14, 12-25; Lc 22,7-23; Jn 13,1-38), ya que en ella Jesús promete que su sangre será derramada para la remisión de los pecados, convirtiéndose así, según el modelo teórico del sacrificio presente en las reli giones antiguas, en posibilidad de salvación. 68 Javier Otaola Montagne bre se reduce entonces a creer en el trascendental significado de dicho sacrificio, de igual forma como se cree en una promesa divina, de ahí que el único medio por el cual el hombre puede acoger la gracia de Dios, es la fe (sola fides), y no las obras.6 Así queda asentado que "el hombre no participa en el proceso de salvación por mérito propio alguno", sino que más bien es Dios quien, por su inmensa misericordia, justifica al pecador y lo salva. Como podemos observar, la teología protestante está basada en la dialéctica que surge de un teocentrismo radical por un lado y un marcado pesimismo antropológico por el otro. En dicho proceso, el mundo era percibido como realidad en estado de perdición, y el hombre, irremediablemente pecador, como una criatura corrompida e incapaz de llevar a cabo su autorrealización o aportar elemento positivo alguno para su propia salvación. Frente a este panorama adverso; la única salida fue la de proponer un teocentrismo radical en el que sólo Dios es soberano y libre, a tal grado que ninguna actividad humana podría jamás limitar su actuación.7 Lo que Lulero y otros teólogos protestantes lograron fue una economía en el proceso de salvación, es decir que su doctrina de la sola fides implicó pasar por alto toda esa serie de tradiciones, leyes y requisitos sacramentales necesarios para la salvación, que muchas veces no eran entendidos por la gente. En su lugar, la doctrina de la justificación por la fe daba pie a confiar que la fe en el papel redentor de Jesucristo bastaba para la salvación personal. La doctrina de la justificación por la fe8 sirvió como válvula de es6 Como lo demuestra Hubert Jedin en su monumental obra, Historia del Concilio de Trento, Lutero defendió la "absoluta gratuidad de la justificación", frente a la teología escolástica que, "según él suponía, se había hecho pelagiana" es decir, sostenía que la salvación dependía enteramente del hombre, por sus obras y méritos, y no de Dios. 7 Vid. José María G. Gomez-Heras, Teología protestante. Sistema e historia. 8 Debido a que un análisis más profundo de la doctrina de la justificación por la fe, como fue entendida por el mundo protestante, sale de la temática y rebasaría las dimensiones del presente trabajo, he tenido que reducir un tanto arbitrariamente, aunque sin faltar al espíritu de la misma, las principales im plicaciones y la significatividad de dicha doctrina. A quien le interese profun dizar en el tema recomiendo las obras de: Alister E. McGrath, Iustitia Dei... y La idea de la salvación en la Contrarreforma 69 cape, ya que a pesar de la condición irremediablemente pecadora del hombre, existía la esperanza de que la justicia de Dios, prometida y encarnada en la persona de Cristo, era suficiente para redimir a los hombres. Esta nueva concepción sobre la justificación derivó en otra cuestión también de enorme trascendencia: una nueva forma de concebir a la Iglesia. Para los protestantes sólo bastaba con la fe para obtener la salvación, el único intermediario entre Dios y el hombre era Cristo y no la Iglesia. Ya no eran necesarios todos los sacramentos ni las obras, y los demás recursos dogmáticos que manejaba el clero se venían abajo. Con toda razón la justificación se llegó a calificar como articulus stantis et cadentis ecclesiae, o sea como una afirmación de la fe de la que depende el que la Iglesia esté en pie o se hunda. Si todo se resumía en afirmar que en la justificación el mérito religioso del hombre no contaba, sino que lo que contaba era la gracia de Dios, entonces la Iglesia, como era entendida en ese entonces, no tenía razón de ser, y esto, sin lugar a dudas, constituyó una provocación formidable y una revolución para la religión. Así fue que el Concilio de Trento tuvo que proponer una nueva doctrina católica sobre la salvación, o clarificar la existente, y además tuvo que hacerle frente a la doctrina protestante, atacando o rebatiendo uno de sus puntos básicos, punto que de un solo golpe eliminaba el papel de la Iglesia y que por lo tanto terminó por convertirse también en el eje de dicho concilio: la justificación. Salvación y justificación en el Concilio de Trento La justificación es la premisa básica a cumplir en el proceso de salvación de almas, y la Iglesia se había erigido como la única institución existente que podía llevar a cabo dicho proceso salvífico en la tierra. Como vimos anteriormente, tanto la falta de claridad dogmática, como la afrenta protestante y, aunado a esto, el clamor por una reReformation Thought. An Introduction; Ricardo García-Villoslada, Raíces históricas del luteranismo; José María G. Gómez-Heras, op.cit.,y J. S. Whale, The protestant tradition. An essay ín interpretation, por sólo mencionar algunas. 70 Javier Otaola Montagne forma al interior de la Iglesia, no sólo hicieron necesario, sino que además aceleraron el proceso que derivó en el Concilio de Trento. Por otro lado, a juzgar por algunos abusos de la Iglesia de entonces,9 la necesidad de un cambio era imperiosa. En vísperas de la Reforma, surgió al interior la Iglesia romana un amplio movimiento reformista que se mantuvo pujante tras la Reforma, y que encontró, en el Concilio de Trento, un lugar para ser escuchado. El Concilio se inauguró finalmente el 13 de diciembre de 1545 después de haber sido pospuesto en diversas ocasiones a causa de los problemas políticos y las guerras. Y no fue sino hasta 1546 cuando dio inicio el debate sobre la justificación en la sesión sexta. Muchos han advertido acerca de la importancia que este decreto tenía para el Concilio.10 Sin embargo, a pesar de la trascendencia de dicho concepto, la Iglesia no estaba bien preparada para hacer frente al reto puesto por el grupo protestante. Por lo tanto se previno a los conciliares acerca de la mayor dificultad que dicho tema implicaba con respecto a los que anteriormente habían sido tratados, como fue el caso del pecado original, abordado en la sesión quinta. En realidad la dificultad radicaba en el hecho de que pocos teólogos de la antigüedad habían estudiado el asunto de la justificación, de tal ma9 El teólogo católico Hans Küng resume esta situación mencionando algu nas cuestiones: "El centralismo absolutista de la curia, su inmoralidad, su des enfrenada política financiera y su obstinada resistencia a toda reforma [...] el comercio de indulgencias. [...] El relajamiento, la inmensa riqueza de los príncipes-obispos y de los monasterios, los abusos que generaba el celibato forzoso, el excesivamente numeroso, pobre e inculto proletariado eclesiásti co". (Op. cit., pp. 127-128). 10 José M. Dalmau lo define como el eje dogmático de Trento (El Conci lio de Trento, exposiciones e investigaciones), Hubert Jedin asegura que "la fórmula de la sola fide [ocupó] el centro de la polémica" (Historia del Conci lio de Trento, t. II, p. 193), y además cita una carta de los legados a Roma en la que dicen que "La importancia de este concilio radica principalmente en el artículo sobre la justificación, el más importante absolutamente que [se] tiene delante". (Ibid, p. 197). El mismo Martín Lutero había puesto el dedo sobre la llaga al afirmar enfáticamente en los artículos de Schmalkalda, que en lo referente a la justificación, "no se puede ceder ni un ápice ni hacer con cesión alguna, aunque perezcan el cielo, la tierra y todo lo que pueda pere cer". (Obras, p. 337.) La idea de la salvación en la Contrarreforma 71 nera que su apoyo fundamental serían los textos de la controversia pretridentina. La controversia pretridentina La confusión al interior de la Iglesia hacía necesaria una sentencia oficial contra la doctrina de Lutero, por lo que resultó imprescindible que ésta no sólo clarificara su enseñanza, sino que además sentara bases firmes acerca de cuál era la verdad en el dogma. Los teólogos controversistas, entre los cuales podemos mencionar a Juan Eck, Juan Físher, el cardenal Contarini, Juan Cochleaus y otros más, centraron su atención, entre los años 1530-1540, sobre varios temas que Lutero no consideraba esenciales, tales como el papado, el sacerdocio, las indulgencias o los sacramentos, siendo las ideas del reformador condenadas o refutadas. Sin embargo poco empeño se puso en aclarar los puntos centrales de la doctrina luterana como la libertad y corrupción dé la naturaleza humana, el concepto de albedrío siervo o de la fe justificante.11 Un antecedente importante para estos teólogos fue la bula Exsurge Domine de 1520, único documento surgido del magisterio de la Iglesia en el cual se veía el problema de la justificación con relación a los sacramentos. La condena de los errores sacramentales de Lutero forma una buena parte del texto. Pero aunque en él se hacía una apología de las buenas obras y el libre albedrío, no es este texto, como tampoco lo era el resto de la literatura controversista, una propuesta de la doctrina católica positiva.12 Cabe señalar que las obras de estos teólogos controversistas no ha bían llegado a proponer verdades absolutas del dogma, sino que más bien se limitaron a reflejar la opinión de sus autores, la mayoría de las veces condenatorias. Cierto es que algunas fueron más propositivas como fue el caso de Ambrosio Catarino en su texto Trattato della giuslificatione de 1544, en el que enumera diez verdades católicas acer ca de la justificación, o él Opusculum de iustijicatione del franciscano Andrés de Vega. ' 11 A. E. McGrath, lustitia Dei..., p. 241. Daniel Iturrioz, La definición del Concilio de Trento sobre la causalidad de los sacramentos, p. 155. 12 72 Javier Otaola Montagne Debate sobre la justificación en Trento Como podemos observar, los teólogos del siglo XVI que se dieron cita en el Concilio de Trento no estaban del todo "desarmados" si pretendían abordar la cuestión de la justificación y el problema de la salvación, sin embargo por la falta de bases claras "no tenían a mano respuestas hechas".13 También tenemos que advertir que el Concilio de Trento no sólo hizo uso de los textos controversistas sino que además se revisaron las obras del mismo Lutero, pretendiendo evitar así la postura de "Lutero lo dijo, luego es falso".14 De esta manera se pedía la mayor imparcialidad en sus juicios y no sólo un rechazo sin bases a la doctrina luterana. Es interesante notar que en las participaciones de varios de los conciliares las doctrinas luteranas se observaron muy presentes, tanto que a algunos se les llegó a acusar de ser partidarios del "hereje", como fue el caso del prelado Sanfelice, quien tomó la fórmula luterana de la sola fides. A los legados se les proporcionó una lista de preguntas que se debían resolver en estos debates en torno a la justificación, cuya finalidad era el deslinde entre la doctrina católica y la luterana: 1. ¿Qué es la justificación en cuanto a nombre y naturaleza?, y ¿qué se entiende cuando se dice que el hombre es justificado? 2. ¿Cuáles son las causas de la justificación? ¿Qué hace Dios y qué el hombre para que éste sea justificado? 3. ¿Qué se entiende cuando el apóstol dice que el hombre "se justifica por la fe"? 4. ¿Cómo influyen en la justificación las obras precedentes, las siguientes y los sacramentos? 5. ¿Qué precede, acompaña y sigue a la justificación? 6. ¿En qué autoridad se apoyarán los dogmas a definir (Sagradas Escrituras, actividad de los concilios, santos padres o tradicio nes apostólicas)?15 13 H.Jedin, op. cit., p. 192. Ibid., p. 198, y Félix Palaviccini, Compendio de la historia del Santo y Ecuménico Concilio de Trento, p. 194. l5 Ibid, pp.202 y l94. 14 La idea de la salvación en la Contrarreforma 73 Con esta base dieron inicio las sesiones. Uno de los primeros puntos en los cuales hubo consenso fue en que la fe no justifica por sí sola, sino únicamente en unión de la caridad, de las obras requeridas para la justicia y de los sacramentos del bautismo y la confesión. El debate general no se guió sólo por las seis preguntas anteriores, sino que además su discusión se vio facilitada por una distinción acerca de los tres estadios de la justificación: 1. La conversión del infiel a la fe. 2. El justo que permanece en la fe y la forma de aumentar su justificación. 3. El que luego de un pecado pierde la gracia de Dios y la recupera. Conforme a esto se analizó el problema, debatiendo los teólogos de acuerdo a la doctrina de sus distintas escuelas, cosa que sin lugar a dudas planteó un grave problema ya que dichas escuelas manejaban puntos de vista incompatibles en el tema de la justificación. La escuela tomista tuvo sin lugar a dudas una representación considerable en el Concilio, pero fueron los franciscanos los más numerosos.16 Estos últimos adoptaron la postura del teólogo es pañol de su orden, Andrés de Vega, cuyo Opusculum de iustificatione, defendía la necesidad de la participación humana en el proceso de justificación. Aun con las diferencias de escuela que existían entre los conciliares, el 7 de enero de 1547 se aprobó el decreto acerca de la justificación. La doctrina católica en torno a este tema se expuso en dieciséis capítulos doctrínales a los que se añadieron treinta y tres cánones que sentenciaban los errores en el dogma y condenaban como anatema con pena de excomunión a quien afirmara lo contenido en ellos. El texto del decreto manifiesta al principio que al haberse difundido en los últimos tiempos doctrinas erróneas acerca de la justifica16 El número de los teólogos que participaron en la sesión sexta, y sus res pectivas órdenes, es el siguiente: 29 Franciscanos, 7 Dominicos, 2 Jesuítas, 4 Carmelitas, 1 Servita, 4 Agustinos y 8 sacerdotes seculares. (Alister McGrath, op. cit., p. 252.) 74 Javier Otaola Montagne ción, causando la pérdida de muchas almas y en detrimento de la unidad de la Iglesia, era tarea del Concilio exponer la "verdadera y sana doctrina de la justificación" tal cual la enseñó Jesucristo a sus apóstoles y que "perpetuamente ha referido la Iglesia católica inspirada por el Espíritu Santo".17 Se definió el concepto de la justificación como: "el tránsito del estado en que nace el hombre hijo del primer Adán, al estado de gracia y adopción de los hijos de Dios por el segundo Adán, Jesucristo".18 Es decir, era el perdón de los pecados del hombre y su paso de ser enemigo de Dios, a ser su amigo e hijo adoptivo,19 posibilitando entonces la salvación humana. Según nos dice el decreto, el proceso de la justificación es el siguiente: debido al pecado de Adán, todos los hombres (sus descendientes) fueron "hechos inmundos", esclavos del pecado y condenados a estar bajo el imperio del demonio y de la muerte. El libre albedrío, aunque no se extinguiría en ellos, sí se hallaría debilitado en sus fuerzas e inclinado al mal. Por esta razón, Dios envió a su hijo Jesucristo para ser el redentor de los pecados humanos; cuando los hombres "renacen" en Él, cuando se regeneran, se les otorga el mérito de la pasión de Cristo y con él la gracia justificante. El decreto tridentino acerca la justificación entraña en buena medida una visión positiva del hombre. No sólo se le reconoce su libertad, sino que además, gracias a ésta, puede participar con Dios en el proceso de justificación y hacerse merecedor de su salvación. Dicho proceso sucede en las tres etapas que antes se mencionaron. En primer lugar, la justificación del infiel que se convierte. Dios toca al hombre por medio de una iluminación del Espíritu Santo (la gracia divina) y éste tiene la libertad de decidir si acepta o desecha dicha inspiración divina.20 Aquí se muestra claramente el libre al17 El Sacrosanto y Ecuménico Concilio de Trento, p. 54. Ibid., p. 55. 19 F. Palaviccini, op. cit. p 195. 20 El texto no aclara qué clase de señales concretas significarán que Dios está inspirando al hombre, o cómo podrá éste darse cuenta de que se le está ofreciendo la gracia divina. 18 La idea de la salvación en la Contrarreforma 75 bedrío del hombre. Si decide aceptarla, se inclinará por su voluntad a Dios y se reconocerá pecador, arrepintiéndose de sus faltas; acto seguido se bautizará y podrá gozar de la justificación que es "perdón de los pecados y renovación del hombre interior por la admisión voluntaria de la gracia y de los dones que la siguen".21 Es muy importante considerar que una vez que el hombre es justi ficado, además de la remisión de sus pecados, se difunden en él la fe, la esperanza y la caridad, y se dice que sin estos últimos elementos, el humano no puede unirse a Cristo perfectamente. El punto anterior es fundamental en el dogma, pues no sólo confirma la necesidad de las obras para que el individuo pueda ser verdaderamente salvo, sino que además asienta que la caridad (que lleva a la realización voluntaria de las buenas obras) forma parte también de la justificación. Todo es una sola cosa, pues se dice que "la fe sin obras es muerta y ociosa". De esta forma se marca una distinción tajante con la doctrina luterana acerca de la justificación por la sola fe. Continúa el decreto con el segundo momento de la justificación: cómo aumentarla cuando ya se le posee. "Mortificando la carné y sirviéndose de ella como instrumento para santificarse y justificar se, observando los mandamientos de Dios y de la Iglesia".22 Vemos que las obras aquí también son elemento fundamental, pues aun jus tificado el hombre tiene la obligación de observar los mandamien tos, y se declara anatema a quien afirme que es imposible observar los sacramentos ya que "Dios no manda imposibles".23Ayudados por la divina gracia, los hombres que son hijos de Cristo y le aman, pue den cumplir los mandamientos. ¡! Aquí es muy importante la responsabilidad que se le concede al hombre en el proceso de salvación, pues éste no debe aceptar pasivamente la gracia divina, sino que tiene la obligación de procurarse su "salvación con temblor y temor, por medio de trabajos, vigilias, limosnas, oraciones, oblaciones, ayunos y castidad",24 y perseverar según sus posibilidades para enfrentarse a "la carne, el mundo y el Demonio". 21 El Sacrosanto y Ecuménico Concilio de Trento, p. 58. Ibidem. 23 Idem. 24 Ibid., p. 62. 22 76 Javier Otaola Montagne El tercer momento de la justifícación es aquel en el que los justos caen en pecado grave y la pierden, para después recuperarla. En este caso, la forma en que el hombre puede volver a ser justificado es por medio del sacramento de la confesión, que incluye la penitencia y la absolución del sacerdote; a esto se agregan en ocasiones limosnas, oraciones y ejercicios piadosos. Sin una concepción tan pesimista del papel del hombre, la Contrarreforma enfatizó la participación libre y voluntaria del ser humano en el proceso de salvación. Si bien es cierto que reconoce la finitud del hombre, esto no implicaría un elemento del todo negativo sino abierto a muchas posibilidades. La salvación no consistiría sólo en que Dios nos sacara de nuestra finitud, sino en que el hombre también fuera actor en dicho proceso. Como podemos ver, la justifícación por la fe o la idea de que ésta es resultado de la gracia de Dios, contrasta claramente con la idea católica de la salvación por las obras. Al establecer la cooperación voluntaria del hombre con Dios en el proceso de salvación, el Concilio de Trento estaba implícitamente condenando la idea protestante de que el hombre se salva aceptando pasivamente la gracia divina. Esta idea de salvación que surge en la Contrarreforma más bien refleja "un sentimiento de que, por fin, el hombre tenía poder sobre sí mismo y sobre las cosas",25 lo que resultaría en una vida espiritual mejor balanceada. "Ni se establece la justifícación como tomada de nosotros mismos ni se desconoce ni desecha la santidad que viene de Dios",26 en otras palabras, el Concilio dejó sentada la cooperación humana en el proceso de justificación, dándole un papel casi tan relevante como el de Dios y su gracia divina. Reflexión final y epílogo Al proponer un definición acerca de la justifícación, la Iglesia católir ca no estaba simplemente aclarando la forma como opera el proceso de salvación para el hombre, o rebatiendo las doctrinas protestantes, 25 26 Evennett Outram, The spirit of the counter-reformation, p. 32. El Sacrosanto y Ecuménico Concilio de Trento, p. 66. La idea de la salvación en la Contrarreforma 77 sino que estaba sentando bases sólidas, utilizando la autoridad de las Escrituras y las tradiciones de los padres de la Iglesia y teólogos posteriores, para justificar su existencia y actuación en este mundo. Una vez sentado el decretum de iustificatione en 1547; podemos decir que la enseñanza católica sobre la justificación fue por primera vez institucionalmente definida. Sin embargo, la forma en que esta doctrina debía ponerse en práctica quedaba aún pendiente ya que la interpretación del decreto estaba abierta. Esta situación se solucionó de una manera bastante flexible. Para Alister McGrath: La preocupación fundamental del Concilio fue la de distinguir sus enseñanzas de aquellas de los reformadores más que solucionar las cuestiones en disputa dentro de las escuelas Católicas de teología, por lo tanto, a menos de que fueran explícitamente condenadas, las escuelas podían seguir profesando sus antiguas posturas al respecto.27 ^ Resulta imposible pensar que esta concepción hubiera podido ser puesta en práctica de manera rígida y uniforme en todo el mundo católico. Es más lógico suponer, como de hecho sucedió, que su implantación varió según la orden religiosa, el país, la tradición u otras circunstancias específicas. Por lo tanto es difícil hablar de una postura católica unitaria con respecto al problema de la salvación. De cualquier forma, de lo que sí podemos hablar, es de ciertos rasgos comunes a las distintas escuelas teológicas. En este sentido, la doctrina de la justificación, según fue decretada por el Concilio de Trento,implicaba: 1. Una forma externa de religiosidad que contrastaba con la internaliración de la vida religiosa del lado protestante. 2. Las obras, como factor primordial en el proceso de santificación personal, y la caridad, como manifestación exterior de la vida religiosa, dieron pie a una nueva concepción de las prácticas ascéticas de la Iglesia; 27 A. E. McGrath, op cit p. 268. 78 Javier Otaola Montagne 3. Una reafírmación de la libertad humana dentro de la relación hombre-Dios. 4. Una participación más activa del propio individuo en su propio proceso de salvación. A pesar de que, como bien señala el teólogo Hans Küng, con la Contrarreforma la Iglesia se reafirmó dentro del paradigma católico-romano medieval, la fuerte inercia de los acontecimientos dio pie a que esto no significara un retroceso a modelos obsoletos o viejos. Con Trento, el hombre sintió que por fin podía ser dueño de sí mismo. La oportunidad de la salvación dependía en gran medida de sus acciones como persona. Ya no tenía que esperar pasivamente la gracia divina, sino procurársela. La acción salvífica de Dios comprometía al hombre para que también fuera él protagonista en el proceso de salvación, de manera que se esforzara por ir construyendo los cielos nuevos y la tierra nueva, aunque siempre atendiendo a que no es sólo la actividad humana la que hace posible el Reino de Dios, ya que la salvación es un proceso compartido entre Dios y el hombre, y no un proceso teleológico (causa-efecto) que redujera la redención a un proceso en el hombre. Surgió entonces una nueva concepción del hombre en el sentido de que durante su vida acumula sabiduría y experiencia que le dan la libertad de manejar su propio destino. En un esfuerzo de síntesis, podemos observar que la soteríología tridentina implica tres momentos importantes que resumen la visión de la Contrarreforma acerca del hombre y la salvación: 1. El hombre, a pesar de ser pecador, conserva su libre albedrío. 2. El hombre es libre de aceptar de forma voluntaria la gracia de Dios y de aumentar su justificación por medio de las obras. 3. Las obras vinculan socialmente al hombre. La idea de la salvación en la Contrarreforma logró profundizar en la dimensión comunitaria de la fe. En este sentido, la fe y las obras demandan una inserción en los compromisos terrenales. No pueden haber obras, ni se puede ejercitar la caridad si no existe un entorno La idea de la salvación en la Contrarreforma 79 social en el que se puedan poner en práctica. El individuo es partícipe de su propia salvación, pero ésta no sólo se circunscribe al ámbito interno y personal, ya que trasciende a un ámbito más amplio, el de lo social. Bajo la óptica contrarreformista, el papel de las obras rebasa el nivel puramente religioso y demanda al creyente su servicio al próji mo dentro de los cauces de vida asociativa. La solidaridad como va lor cristiano se convierte en centro de muchas actividades sociales y en un compromiso por el cual no sólo se practica la fe, sino que ade más se ponen en práctica las obras y se aplican los postulados de la caridad cristiana. De tal forma, podemos concluir que el papel del hombre fue rescatado y la salvación adquirió una dimensión social ya que demandaba una participación activa del cristiano en su entorno como signo y testimonio de su fe, y esto seguramente vino a reforzar el sentimiento de solidaridad y asistencia que impulsaba a muchas cofradías en la Nueva España. Como podemos ver, la reconciliación con Dios, el perdón de los pecados y la posibilidad de salvación, dependían entonces en buena medida de la acción del individuo. Esta nueva concepción sobre la justificación y sobre la cooperación humana en el proceso de su salvación, esta espiritualidad que tuvo sus bases en el Concilio de Trento, abrió paso en muchos sentidos al catolicismo moderno. 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