la verdadera adoración

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Jorge Himitian
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LA VERDADERA ADORACIÓN
Cuando Jesús se encuentra con la mujer samaritana, ella le dice: “Nuestros
padres adoraron en este monte, y vosotros decís que en Jerusalén es el
lugar donde se debe adorar. Jesús le dijo: Mujer, créeme, que la hora
viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros
adoráis lo que no sabéis; nosotros adoramos lo que sabemos; porque la
salvación viene de los judíos. Mas la hora viene, y ahora es, cuando los
verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque
también el Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es Espíritu; y
los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que le adoren”
(Juan 4.20-24).
En este pasaje Jesús usa la expresión: “los verdaderos adoradores”, lo que
significa que hay algunos que no lo son.
En realidad, la adoración es propia de todas las religiones. Cada una tiene
su forma particular de llevarla a cabo. En este diálogo con la mujer
samaritana, Jesús dice en pocas palabras muchas verdades interesantes.
En solo 5 versículos aparecen 11 veces las palabras “adoración” y
“adorar”. Es el pasaje del Nuevo Testamento en el que mayor cantidad de
veces se utiliza la expresión “adoración” en tan pocas frases.
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Jesús le está explicando que la verdadera adoración no tiene que ver con
la dimensión material sino con la espiritual.
Noten el modo en que ella comienza el tema de su conversación:
“Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís que en
Jerusalén es el lugar donde se debe adorar”. Le está hablando acerca del
lugar en donde se debe adorar. En otras palabras: “¿Está bien adorar aquí
o es cierto que se debe adorar en Jerusalén?”
La preocupación de la mujer estaba centrada en el ámbito físico.
En el universo existen dos dimensiones muy concretas: la material y la
espiritual. La mujer estaba centrada solo en la material. Cuando Jesús le
ofreció el agua viva, ella pensó: “¡Qué bueno, entonces no tendré que
venir más a buscar acá!”
También Nicodemo creía que Jesús se estaba refiriendo a la dimensión
material cuando le dijo: “Es necesario nacer de nuevo”. Así que él le
preguntó: “¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso
entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer?”
Muchos se enredan en la dimensión física. La mayor parte de la gente cree
que para adorar se debe ir a un lugar determinado. Todas las religiones
tienen un lugar de culto llamado “Templo” en donde alaban y adoran a su
dios. Y la mujer samaritana también se había centrado en ese plano.
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Sin embargo, Jesús estaba hablando de la adoración en espíritu porque
Dios es Espíritu: “Mujer… la hora viene cuando ni en este monte ni en
Jerusalén adoraréis al Padre…” Porque Dios es Espíritu y “los que le adoran,
en espíritu y en verdad es necesario que le adoren”.
No se trata de un lugar geográfico, ni de una postura física. No se trata de
adoptar formas exteriores, como un lugar o un horario determinados. El
tiempo y el espacio pertenecen al mundo de la materia. Sin embargo, el
Espíritu está más allá de él. Dios es Espíritu y los que le adoran deben
hacerlo en espíritu y en verdad.
El ser humano está integrado por estas dos dimensiones: la material y la
espiritual. Es espíritu y materia.
El cuerpo pertenece a la dimensión material; sin embargo, el espíritu se
expresa a través de él. Por medio de los cinco sentidos nos relacionamos
con el mundo material: vemos, oímos, palpamos, gustamos y olemos. Y las
impresiones que nos llegan son de este mundo material, visible.
Sin embargo, como Dios es Espíritu no podemos percibirlo ni adorarlo a
través de los cinco sentidos.
Para poder adorar a Dios —que es nuestra respuesta a su existencia— es
necesario primero tener una percepción de la realidad de Dios.
Lo adoramos porque él está en nosotros, pero no podemos percibir su
presencia a través de los cinco sentidos como percibimos el mundo
material.
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En este relato Jesús está llevando la realidad a otro plano, a la dimensión
del Espíritu.
Así como los cinco sentidos nos relacionan con el mundo material, solo
nuestro espíritu puede captar a Dios. Por medio de nuestro espíritu
podemos percibirlo y tener comunión con él.
No depende de un lugar físico, de un tiempo determinado ni de una forma
corporal. El Espíritu no está sujeto a tiempo y espacio. De ese modo
entramos en otra dimensión, la espiritual, en la que se encuentran Dios, los
ángeles, los demonios y aun nuestro espíritu.
Al haber sido creados en estas dos dimensiones, los seres humanos
podemos tener percepciones tanto del mundo visible y material como del
mundo espiritual a través de nuestro espíritu.
Y hacia allí apunta Jesús.
Según este pasaje, el verdadero adorador —aquel que adora a Dios en
espíritu y en verdad— debe tener estas tres características:
1. Vivir en la voluntad de Dios.
La mujer samaritana estaba preocupada por saber en dónde se debía
adorar, sin embargo su vida era un completo desastre: “Cinco maridos
has tenido y el que ahora tienes no es tu marido”, le dijo Jesús.
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No puede haber adoración si no existe una verdadera rendición al
señorío de Cristo y a la voluntad de Dios.
Tanto en el hebreo como en el griego, la palabra “adorar” significa
postrarse y besar el suelo. Ese inclinar las rodillas y postrarse en el suelo
significa reconocer que no somos nada, que el Señor es todo y que le
damos a él toda la gloria. Y, al postrarnos y darle toda la gloria a él, nos
centramos en la esencia de la adoración: la rendición a la voluntad de
Dios. Según Filipenses 2, doblar las rodillas equivale a confesar con la
boca que Jesús es el Señor: “Toda rodilla se doblará y toda lengua
confesará que Jesucristo es el Señor”. Postrarse es un acto de rendición.
Los súbditos doblaban sus rodillas ante el rey en un acto de sumisión, de
humildad, de humillación, de rendición, de sujeción.
2. Los verdaderos adoradores adoran en espíritu y en verdad.
El soberbio y rebelde no se postra; continúa de pie, erguido en su propio
orgullo.
El verdadero adorador adora en espíritu y en verdad; dobla su espíritu,
su ser interior, y lo hace de verdad. En cambio, el “adorador trucho”
dobla su cuerpo, canta, grita, aplaude, salta y ora, pero su espíritu no
está postrado, su vida no está rendida a la voluntad de Dios. No está
ofreciendo una verdadera adoración.
Si adorar es postrarse, Dios busca a los que se postran en espíritu y en
verdad. De tal manera que el verdadero adorador está siempre
postrado. Aunque físicamente esté caminando, sentado, trabajando,
viajando o corriendo, su espíritu está verdaderamente sujeto y postrado
ante la voluntad del Señor.
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No importa el lugar en el que adoremos, sino que lo hagamos en espíritu
y en verdad.
Por lo tanto, los verdaderos adoradores se caracterizan por vivir sujetos
a la voluntad de Dios y por adorar en espíritu y en verdad. No están
centrados en la dimensión del cuerpo ni pendientes de las expresiones
exteriores. Su realidad interior es de postración, adoración y rendición al
Señor.
3. Lo que pertenece al plano espiritual transciende lugar y tiempo.
La Biblia no dice: “Bendeciré a Jehová el domingo a tal hora, en tal
lugar”, sino “Bendeciré a Jehová en todo tiempo; su alabanza estará de
continuo en mi boca” (Salmos 34.1).
El religioso (porque aquí vemos a una mujer religiosa) tiene una
incoherencia entre su vida y el culto religioso; no tiene nada que ver
una cosa con la otra; tiene una doble vida. El religioso adora por medio
de formas exteriores que no se condicen con su realidad interior. El
religioso solo adora a tal hora y en tal lugar.
Es bueno analizar si solo adoramos y alabamos a Dios en los cultos y en
las reuniones, a tal hora y en tal lugar. Cuando es así, una luz roja se
comienza a encender, indicándonos que nos estamos volviendo
religiosos y no verdaderos adoradores.
El verdadero adorador bendice a Jehová en todo tiempo, vive
permanentemente en alabanza y comunión con él.
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Hay infinidad de versículos que hablan acerca de ello:
• Salmos 34.1: “Bendeciré a Jehová en todo tiempo; su alabanza
estará de continuo en mi boca”.
• Efesios 5.19-20: “Hablando entre vosotros con salmos, con himnos...”.
No dice: “hablando en las reuniones”, sino “hablando entre vosotros
con salmos, con himnos y cánticos espirituales, cantando y
alabando al Señor en vuestros corazones; dando siempre gracias por
todo al Dios y Padre, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo”.
• Hebreos 13.15: “Así que, ofrezcamos siempre a Dios… sacrificio de
alabanza, es decir, fruto de labios que confiesan su nombre”.
Y David, cuando levantó el tabernáculo y colocó el arca en medio,
sin velo, puso sacerdotes por turnos para que continuamente
alabaran y bendijeran al Señor, tocando instrumentos, cantando y
confesando su nombre.
Esa es la figura que corresponde al Nuevo Testamento: el velo fue
roto y hay un culto continuo en nuestro corazón.
• 1 Tesalonicenses 5.17: “Orad sin cesar”.
Y así hay infinidad de versículos que nos hablan de esta realidad.
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¿Qué es lo que pone en funcionamiento mi espíritu para adorar a Dios?
La fe. El cuerpo responde a estímulos, pero lo que pone en funcionamiento
el espíritu es la fe.
Jesús dijo: “Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy
yo en medio de ellos” (Mateo 18.20). ¿Lo crees?
Se cree con el corazón, no es facultad de la mente ni del cuerpo. ¿Qué es
lo que estimula mi fe? La palabra de Dios, la verdad. Porque la fe es una
respuesta a ella.
La palabra de Dios opera en mi espíritu por medio de la fe. Por ejemplo:
cuando yo canto: “Entra en la presencia del Señor con gratitud...”, ¿estoy
cantando o entrando en su presencia? Si estoy cantando en espíritu y en
verdad, en realidad, estoy entrando en su presencia. Creo que entro
porque el camino está abierto, el velo fue roto, el Señor está en el trono y
me invita a entrar confiadamente. Entonces se vuelve realidad para mí.
Cuando creo, mi espíritu se pone en funcionamiento. Y cuando le digo: “Te
adoro” creo que estoy delante de su presencia adorándolo.
¿Qué es la fe? La demostración de lo que no se ve, la sustancia de lo
invisible. Moisés “se sostuvo como viendo al Invisible”. “No mirando nosotros
las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son
temporales, pero las que no se ven son eternas” (2 Corintios 4.18).
Cuando yo proclamo una verdad como: “Señor, tú eres bueno”, al creerla,
mi espíritu se pone en acción. Y lo que mi boca dice se vuelve verdadera
alabanza y adoración, porque se pone en funcionamiento mi espíritu, y
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estoy engrandeciendo, exclamando, elogiando y bendiciendo a Dios.
Estoy diciendo en espíritu y en verdad que Dios es bueno. Y cuando mi
espíritu se pone en funcionamiento comienzo a tener comunión con Dios,
porque mi espíritu entra en la dimensión espiritual por la sencilla fe a la
palabra del Señor. Y cuando mi fe se activa por el Espíritu Santo, en
respuesta a esa Palabra, ya no estoy en el plano sensorial (estímulos) sino
en el espiritual.
Cuando mi espíritu se pone en funcionamiento Dios se revela a mi espíritu,
no a mi intelecto. Los sabios y entendidos no pueden captarlo, porque
confían solo en su mente, pero los que se vuelven como niños sí. “Ni al
Padre conoce alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera
revelar” (Mateo 11.27).
Y cuando mi espíritu se pone en funcionamiento entro al plano de la
revelación, veo a Dios. La revelación de Dios es la manifestación de su
persona. La fe que gatilló a través de la Palabra puso en funcionamiento mi
espíritu. Y ahora Dios se revela, me habla, lo veo, lo entiendo, está
presente.
Si estoy cantando: “Dios es bueno” y lo creo, proclamo la verdad. Y al
cantarlo una y otra vez, creyendo, Dios se me revela aún más. Y ya no veo
solo la bondad de Dios, sino que comienzo a percibir también su
misericordia. Y si lo continúo cantando mi mente y mi espíritu ya
trascienden mis palabras, porque es mayor lo que estoy experimentando
que lo que estoy cantando.
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Así debe ser una auténtica expresión de adoración. Siempre las palabras
quedan escasas en comparación con aquello que vemos y sentimos. Y
comenzamos a expresar un nuevo cántico, el fluir del Espíritu, las lenguas.
La verdadera adoración consiste en la admiración, la contemplación y la
revelación.
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