BIBLIA DE ESTUDIO – Introducción al Nuevo Testamento

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NUEVO TESTAMENTO 1
1.
El Nuevo Testamento (NT) está compuesto por veintisiete escritos redactados en griego durante los primeros
tiempos de la iglesia cristiana, es decir, durante el periodo correspondiente, en líneas generales, a la segunda mitad del siglo I d.C. Estos escritos, de dimensiones y formas literarias muy diferentes, han sido considerados, desde su origen, como obras de autoridad religiosa superior a la de cualquier otro libro. De manera más o menos directa, nos hablan de Jesucristo, de su obra redentora y de las consecuencias de esa obra en los seres humanos.
Sin embargo, las maneras concretas de exponer estos temas son muy variadas.
2.
Al llamar a estos escritos “Nuevo Testamento”, se hace referencia a la “alianza” o “pacto” sellado entre Dios y la humanidad.
3.
Este uso tiene su origen en la convicción, expresada ya en textos como Lc 22.20; 2 Co 3.6 y Heb 9.15, de que por medio de
Jesús, y especialmente con su muerte, se había sellado ese nuevo pacto o alianza que Dios había anunciado antiguamente (cf.
Jer 31.31), y que sustituía al antiguo (cf. 2 Co 3.14; Heb 8.13).
4.
Los primeros cristianos, como los demás judíos, utilizaban los escritos sagrados del pueblo de Israel (lo que nosotros llamamos
Antiguo Testamento), que designaban con el nombre genérico de “las Escrituras” (cf. 1Co 15.3), a veces con la expresión más
específica de “la ley de Moisés, los escritos de los profetas y los salmos” (cf. Lc 24.44), o más brevemente como “la ley y los profetas” (cf. Mt 5.17), y aun simplemente “la ley” (cf. Jn 10.34). Los términos Antiguo y Nuevo Testamento solo empezaron a usarse a fines del siglo II d.C. para designar los libros de la Biblia.
Partes del Nuevo Testamento
5.
El NT, como ya se ha indicado, es una colección de diferentes escritos. En las Biblias actuales están agrupados según algunos
aspectos comunes.
6.
En primer lugar se encuentran los cuatro evangelios (según San Mateo, San Marcos, San Lucas y San Juan). Todos ellos narran
los principales acontecimientos de la vida, la pasión, la muerte y la resurrección de Jesús, interpretados desde el contexto particular de cada autor y de su respectiva comunidad.
7.
Después se encuentra el libro de los Hechos de los Apóstoles, que es continuación del Evangelio según San Lucas y se refiere a
la difusión del mensaje cristiano durante los primeros años de vida de la iglesia.
8.
En seguida viene el grupo de las cartas, veintiuna en total. En primer lugar están trece cartas de Pablo; después siguen: una
carta sin mención del autor (a los Hebreos), una carta de Santiago, dos de Pedro, tres de Juan y una de Judas. Muchas de estas
cartas están dirigidas a comunidades o personas particulares; otras tienen un carácter más general.
9.
Finalmente está el libro del Apocalipsis, que en cierta manera se presenta también como una carta.
10.
Debe tenerse en cuenta que esta colocación no corresponde al orden en que los libros fueron redactados y que en algunos
manuscritos antiguos el orden es diferente.
11.
Estos escritos, como es natural, no formaban desde el principio una unidad literaria. Seguramente ya a fines del siglo I empezaron a reunirse (cf. 2 P 3.15–16), hasta constituir una sola colección (siglo II) y formar, junto con el AT, las Escrituras de la iglesia
o la Biblia, es decir, “los libros” por excelencia.
12.
Debe observarse, sin embargo, que la reunión material de todos estos escritos en un único libro solo se hizo más tarde. Los
ejemplares más antiguos de Biblias completas que se conocen son los códices Vaticano y Sinaítico (del siglo IV).
13.
La fijación exacta del número de libros del NT que se recibían con autoridad indiscutida (el llamado “canon”), fue un proceso que
duró bastante tiempo, sobre todo cuando empezaron a aparecer numerosas obras que no representaban las enseñanzas auténticas de la iglesia (la llamada “literatura apócrifa”). Sobre algunos escritos, especialmente algunas cartas y el Apocalipsis, las
discusiones se prolongaron por más tiempo. Puede afirmarse que en el siglo IV ya se fue haciendo general la lista o canon de
escritos del NT que ahora se encuentran en las Biblias cristianas.
14.
Para entender mejor los escritos del NT, es necesario tener en cuenta que nacieron en un ambiente histórico
concreto y hablan de acontecimientos que sucedieron en un ambiente determinado. Se indicarán aquí algunos de
los aspectos más importantes.
El medio histórico y cultural
15.
Los escritos del NT fueron redactados en un medio histórico y cultural concreto. La indicación que se lee en Jn
19.19–20, según la cual el letrero colocado sobre la cruz de Jesús “estaba escrito en hebreo, latín y griego”, refleja de manera sintética los tres grandes componentes del mundo histórico y cultural en que nació el NT.
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Sociedades Bíblicas Unidas, La Biblia de Estudio (Dios habla hoy), Bogotá 1994, 1445-1453
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A. El elemento judío.
Lo primero que es necesario tener presente para entender el medio ambiente del NT es el aspecto judío. Jesús
perteneció al pueblo judío. Él y sus discípulos hablaban arameo. Su historia se desarrolló principalmente en Galilea y en Judea. Su muerte tuvo lugar en Jerusalén. Los apóstoles pertenecieron a ese mismo pueblo, al igual que
una buena parte de los personajes que aparecen en los evangelios y otros libros del NT. Ha de tenerse en cuenta, de manera especial, que gran parte de los autores de los escritos del NT fueron judíos.
La situación del pueblo judío que vivía en Palestina en tiempo de Jesús y de la primera comunidad cristiana se
comprende mejor si nos fijamos en los aspectos religioso, social y literario.
1. El aspecto religioso es lo que más une a la iglesia cristiana con el pueblo de Israel. La fe cristiana tiene su
punto de partida en las creencias y las esperanzas de ese pueblo. Las Escrituras de Israel, donde habían
quedado consignadas su experiencia religiosa, su fe y sus esperanzas, continuaron siendo las Escrituras de la
Iglesia. En un primer momento, solo ellas; más tarde se complementaron con los escritos del NT. Además,
muchas de las tradiciones religiosas del pueblo judío o de algunos de sus sectores más influyentes quedaron
incorporadas en la fe del NT (cf. Mt 22.23–33; Hch 23.6–8; 1 Co 15.12–58).
2. En segundo lugar, hay que tener en cuenta la situación social. En la sociedad israelita del tiempo de Jesús
había diversas clases, que pueden caracterizarse brevemente así:
Una clase alta formada sobre todo por las familias de los jefes políticos y religiosos, los grandes comerciantes,
los terratenientes y los cobradores de impuestos.
Una clase media compuesta de pequeños comerciantes y artesanos, con trabajo estable. Gran parte de los
sacerdotes y maestros de la ley pertenecían a esta clase.
La clase pobre, la más numerosa, estaba formada por los jornaleros que vivían del trabajo que podían encontrar cada día (cf. Mt 20.1–16). Muchos, que por alguna razón no podían trabajar, tenían que vivir de la limosna
(cf. Mc 10.46).
Jurídicamente, el lugar más bajo lo ocupaban los esclavos, aunque su situación real dependía en gran medida
de la posición y del carácter de sus amos. Los esclavos israelitas, en principio, podían recuperar su libertad en
el año sabático (que recurría cada siete años). Los esclavos no israelitas no tenían este derecho.
Las principales profesiones ejercidas eran la agricultura, la ganadería, la pesca (en la región del Lago de
Galilea), trabajos artesanales (alfarería, zapatería, carpintería, albañilería, etc.) y el comercio. El culto del templo, por otra parte, daba ocupación a un gran número de sacerdotes y levitas.
Algunos calculan que la población total de Palestina en tiempo de Jesús podía llegar a un millón de personas.
El pueblo judío de esa época no formaba un bloque homogéneo en los aspectos religioso y político, aspectos
que estaban estrechamente relacionados. El NT y otras fuentes históricas mencionan varios de estos grupos.
a) Los fariseos, con intereses especialmente religiosos, eran los defensores de la estricta observancia de la
ley de Moisés y de las tradiciones (cf. Flp 3.5–6). Tenían gran influjo en el pueblo, y después de la destrucción del templo fue la tendencia que predominó en el judaísmo.
b) Los saduceos formaban un grupo menor en número, pero con poder político. A ellos pertenecían, sobre
todo, miembros de las familias sacerdotales. En el NT se caracterizan más que nada por su rechazo de la
doctrina de la resurrección y por la negación de la existencia de ángeles y espíritus (cf. Mt 22.23–33; Hch
23.6–8).
c) Otros grupos menores eran los partidarios de Herodes (cf. Mt 22.16), los esenios, no mencionados en el
NT pero conocidos por otras fuentes, y los celotes, que fueron los principales instigadores de la rebelión
contra Roma en el año 66.
d) Los maestros de la ley (llamados también escribas, letrados o rabinos) eran los que habían asumido el
oficio de la instrucción religiosa del pueblo, centrada en la explicación de las Escrituras y en la transmisión
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de las tradiciones. Pertenecían a diversas tendencias y eran predominantemente laicos. Su enseñanza la
impartían bien sea en el templo (cf. Lc 2.46) o, más frecuentemente, en las sinagogas (cf. Hch 15.21). La
llamada “literatura rabínica”, que se escribió después del NT, conserva el conjunto de sus enseñanzas y explicaciones.
3. La literatura cristiana, y en concreto el NT, tiene sus raíces en las tradiciones literarias del AT y del judaísmo
contemporáneo. Los evangelios, a pesar de estar escritos en griego, se asemejan más a los libros narrativos
del AT que a las obras de los historiadores griegos. La manera como Pablo argumenta en sus cartas no tiene
sus paralelos más cercanos en los filósofos griegos, sino en los escritos del judaísmo. El Apocalipsis pertenece a un género literario usado por escritores del AT o del judaísmo tardío. Muchas de las tradiciones que quedaron consignadas en el NT se transmitieron primero, en forma oral, en arameo. Algunas palabras o frases
arameas han quedado conservadas en el NT (abbá, marana ta, etc.).
Con todo esto, sin embargo, no se quiere negar o quitar importancia a los elementos nuevos y originales que
tiene el NT. Aunque la iglesia cristiana era en sus comienzos una parte del pueblo judío (cf. Hch 2.46), poco a
poco fue distinguiéndose de este, hasta su completa separación. La decisión de que no era necesaria la incorporación al pueblo judío para poder participar de los beneficios de la obra salvadora de Jesucristo (cf. Hch
15.1–35) y la cantidad cada vez mayor de personas no judías que abrazaron el evangelio (cf. Ro 11.11–12)
contribuyeron a esta separación definitiva entre la iglesia y el pueblo judío.
De todas maneras, la fe en Jesús, el Hijo de Dios, solo existe porque en su vida, en su muerte, en su resurrección y en su presencia y actuación subsiguientes se ha llevado a cabo un acontecimiento esencialmente nuevo. Es como una nueva creación (cf. Mc 1.27; 2.21–22; Jn 13.34; Gl 6.15; Ef 2.15). Esta novedad se reflejó
también, de alguna manera, en nuevas formas de transmitir el mensaje, sin precedentes exactamente iguales,
como fueron los evangelios, o en la renovación y transformación de géneros literarios tradicionales como las
cartas.
EL IMPERIO GRECOMACEDÓNICO
Geografía
Grecia es una península que está situada en la parte este del mar Mediterráneo. El mar Egeo la
separa del Asia Menor; y el mar Adriático la separa de la península italiana. Macedonia está al norte de Grecia.
El imperio greco macedónico llegó a abarcar la mayor parte del mundo conocido en la antigüedad,
pues se extendía desde la India, al oriente, hasta el extremo occidental del Mediterráneo.
Historia
La presencia en Grecia de “tribus griegas” está atestiguada desde el tercer milenio a.C. Sin embargo, los pueblos griegos, que llegaron a desarrollar la organización política conocida como polis
(ciudad-estado), no lograron unificarse y se mantuvieron en luchas casi continuas.
Filipo II de Macedonia inicia, desde el norte, guerras de conquista. Al morir en el 335 a.C. le sucede su hijo Alejandro, que será conocido como Alejandro Magno. Extraordinario militar, conquista
Persia (331) y Egipto, y llega hasta la India (326). Muere en el año 323 a.C., a los 33 años.
Pronto se hizo notar la falta de un digno sucesor de Alejandro. A la muerte de este, su vasto imperio se divide en los llamados “reinos helenísticos”. Los más importantes para la historia bíblica fueron el reino de los lágidas o ptolomeos (Egipto) y el de los seléucidas (Siria).
Entre el 215–205 a.C., a.C., Filipo V de Macedonia se asoció a Cartago, con el fin de luchar contra
los romanos. En el 197 Filipo V es derrotado por los romanos. Entre el 192 y el 189 a.C. el ejército
romano derrota al imperio seléucida y penetra en Asia Menor. Más tarde Macedonia cae en poder
de Roma. Para el 146 a.C., los romanos destruyen Corinto, y la mayor parte de Grecia es anexada
a Roma. Pocos años bastarán para que caigan Pérgamo (133 a.C.) y Siria (64 a.C.). En el 47 a.C.
Julio César hace a Cleopatra su corregente en Egipto, y para el 30 a.C., la anexión de Egipto a
Roma será absoluta.
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Grecia y
Palestina
A la muerte de Alejandro Magno, los ptolomeos dominaron Egipto y Palestina. Respetaron las costumbres y la religión de los israelitas. Así, el templo fue el lugar donde se desarrollaba la fe y donde se guardaban los bienes destinados para ayudar al huérfano y a la viuda.
Pero la dinastía y las políticas de los ptolomeos se debilitaron, y la tolerancia fue poco a poco desapareciendo. Desde el 197 a.C., los seléucidas de Siria, trataron de conquistar Palestina. Lo logró
Antíoco IV Epífanes (175–164 a.C.). Trató de imponer a la fuerza las costumbres sirias, y los israelitas se resistieron. Hubo persecución y luchas. Entre los israelitas que se opusieron se cuentan el
sacerdote Matatías, Judas Macabeo, Jonatán y Simón, de quienes se habla en los libros deuterocanónicos de los Macabeos.
En el 168 a.C. Roma derrotó a Macedonia y acabó con su monarquía. Cuatro años mas tarde, luego de muchas luchas, se forma el reino macabeo de Judea. Antíoco V firmó, en el 162 a.C., el
acuerdo de libertad religiosa para los judíos.
Pero su sucesor, Demetrio Soter (“el salvador”), ayudado por unos judíos, negó nuevamente los
derechos, por lo que las luchas se reanudaron. En el 142 a.C. los israelitas lograron librarse del
imperio seléucida, y establecieron la dinastía de los asmoneos, la cual duró poco menos de un siglo, pues en el año 63 a.C. Jerusalén cayó en manos de Pompeyo, y se convirtió en una nueva colonia de Roma.
Cultura
Los griegos habían alcanzado un gran desarrollo cultural y conocieron épocas de esplendor en las
que se cultivaron la literatura, la filosofía, la historia, la escultura, la arquitectura y otras ramas del
saber.
Cuando Alejandro Magno extiende su imperio, sigue la política de helenizar a los pueblos conquistados, respetando, por otra parte, sus prácticas y creencias religiosas. Se establece un idioma común (el koiné) y se promueve la cultura. Alejandra (fundada en el 331 a.C.) se convertirá en uno
de los centros culturales más importantes del mundo antiguo.
Religión
El periodo helenístico, iniciado con las conquistas de Alejandro se caracteriza por el desarrollo del
interés religioso que se expresa en múltiples formas: respeto a las corrientes religiosas del oriente;
auge de las religiones mistéricas. En época posterior surge el gnosticismo. En este periodo nace el
cristianismo.
B. El elemento griego
Con las conquistas militares de Alejandro Magno en Asia (año 332 a.C.), se inició una gran difusión de la cultura
griega por toda la región occidental de Asia, el norte de África y el sur de Europa, sin excluir a la misma Roma. En
el siglo I d.C. la lengua griega se había convertido en el medio de comunicación entre todas las personas cultas
del área del mar Mediterráneo y aun llegó a ser la lengua popular en muchas de estas regiones.
Uno de los fenómenos más importantes en la historia del pueblo judío en esa época fue la existencia de numerosos grupos que vivían fuera de Palestina, a los que se daba el nombre de judíos de la “diáspora” o dispersión.
Ellos, aunque seguían fieles a sus tradiciones religiosas, habían adoptado el griego como lengua propia. En la
diáspora judía de Alejandría (Egipto) se tradujeron al griego las Escrituras del pueblo de Israel. La principal de estas traducciones lleva el nombre de “traducción de los Setenta” (o Septuaginta [=LXX]), y se convirtió en el texto
común de los cristianos de habla griega. Se desarrolló, además, una importante literatura judeo-helenística.
En la misma Jerusalén se formó un grupo de cristianos de origen judío pero de habla griega (cf. Hch 6.1), que
indudablemente contribuyó en gran medida a la difusión del evangelio entre los judíos de la diáspora y aun entre
los paganos (cf. Hch 11.19–20). El representante más notable de estos judíos de fuera de Palestina convertidos
al cristianismo fue Pablo de Tarso. Su actividad misionera se extendió por gran parte del Asia Menor y sus cartas
constituyen una sección muy importante del NT.
De esta manera, no es extraño que los escritos del NT estén todos en lengua griega. Aunque algunas tradiciones
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anteriores pudieron haberse formado originalmente en arameo (también se ha pensado en la posibilidad del hebreo propiamente dicho), la redacción final del NT se hizo en lengua griega, y en esa lengua se ha conservado.
EL MUNDO ROMANO
Según la leyenda, la ciudad de Roma fue fundada en el año 753 a.C. El rey Tarquinio fue expulsado de ella en el
509 a.C., y la ciudad se transformó en una república, gobernada por una asamblea del pueblo, un Senado y dos
cónsules que ocupaban el cargo por un año. Ya para el 206 a.C. Roma gobernaba la mayor parte de Italia e inició
la guerra contra Cartago. Cartago fue destruida en el año 146 a.C. y Roma empezó a extender su dominio a través del Mediterráneo.
Caminos y de- Los griegos dieron al mundo ideas que han ayudado a dar forma a sistemas gubernamentales,
portes
a las ciencias, a las medicina y a las artes. El legado de los romanos es práctico: caminos,
acueductos, sistemas de cañería y de calefacción centralizada, y, por supuesto, los baños. Se
les recuerda por sus “entretenimientos” públicos (carreras de carros tirados por caballos y
sangrientas luchas entre gladiadores) en anfiteatros como el gran Coliseo de Roma.
El imperio romano
Los romanos fueron controlando poco a poco lo que quedaba del imperio griego. Corinto cayó
en el año 146 a.C.; Atenas en el 86. En el s. I a.C., Julio César se ocupó de tomar la Galia, y
Pompeyo conquistó Siria y Palestina, ocupando Jerusalén en el año 63 a.C. Los romanos absorbieron las ideas griegas; así, tanto el idioma como la cultura y civilización de los griegos
continuaron en vigencia bajo el dominio romano. En el año 27 a.C. acabaron los angustiosos
años de guerra. Octavio asumió el título de “Augusto” y se convirtió, de hecho, en el primer
gobernante del imperio. La “paz romana” que siguió trajo nueva prosperidad y permitió viajar
con seguridad. Durante el reinado de Augusto nació Jesús (cf. Lc 2.1).
Vida en la capital
Los ricos vivían bien en Roma. Tenían grandes casas con columnas de mármol y hermosas
mosaicos en el piso. Las paredes estaban pintadas con frescos. Gustaban de ir a los baños o
a los juegos y otros entretenimientos. Una cena romana podía constar de siete o más platos,
algunos de ellos muy lujosos (por ej., lirón relleno o flamenco hervido). Los hijos de los ricos
iban a la escuela: las mujeres a una (hasta la edad de 13 años) y los varones a otra
Los pobres vivían incómodamente en bloques de apartamentos mal construidos. No tenían
cañerías ni sistema de calefacción, y tenían que usar servicios sanitarios (inodoros) y baños
públicos. La principal comida era pan o gachas de avena, con unas pocas hierbas, aceitunas o
vegetales. Se pretendía que los “entretenimientos” hicieran que los pobres se olvidaran de sus
padecimientos.
Palestina bajo
ocupación romana
Los romanos aportaron beneficios a los pueblos que gobernaban: ley y orden, un gobierno estable, excelentes caminos y buenos edificios públicos (oficinas, mercados, baños y estadios).
El ejército
La mayoría de los soldados romanos eran voluntarios. Firmaban por 20 años de servicio. Usaban cascos y corazas de hierro, y tenían clavos de hierro en sus sandalias. Cada soldado estaba armado con una espada y una jabalina, y cargaba un escudo grande, oblongo, de madera cubierta con cuero. Muchos soldados eran asignados a campamentos permanentes. Se esperaba de ellos que, en un día de marcha, cubrieran 29 km. o más, cargando sus armas, sus
herramientas, su comida y sus utensilios de cocina.
Los soldados eran sometidos a entrenamientos y disciplinas estrictas. Una tropa estuvo de
guardia en la crucifixión (cf. Mt 27.27–37), otra guardó el sepulcro de Jesús (cf. Mt 27.62–66) y
otra rescató a Pablo de ser linchado (Hch 21.26–36).
El NT menciona varias veces a los capitanes del ejército, los “centuriones”, y siempre favorablemente (cf. Mt 8.5–13; 27.54; Hch 10; Hch 27.1, 42–44).
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Pablo recorre
el imperio
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La paz romana, los caminos y los medios de transporte hicieron posible que cristianos llevaran
el mensaje de Jesús por todo el este del Mediterráneo en pocos años.
Pablo era ciudadano romano y usó de este derecho para ser librado de la cárcel (cf. Hch
16:37–40). Cuando la justicia judía falló, pablo apeló al emperador. Fue llevado a Roma para
ser juzgado (Hch 25.11; 27–28). Todos los viajes de Pablo narrados en Hch, y todas sus cartas tienen como trasfondo el imperio romano.
C. El elemento romano.
Ya a principios del siglo II a.C. el poder militar de Roma se había impuesto en toda el área del Mediterráneo, y a
partir del año 63 a.C. Palestina quedó bajo el influjo militar y político de Roma.
En un primer periodo, los gobernantes judíos conservaron el título de reyes, aunque estaban sometidos al poder
romano. El más notable de estos reyes fue Herodes, llamado el Grande, quien reinó en Palestina durante los
años 37–4 a.C. y bajo cuyo gobierno nació Jesús (cf. Mt 2.1–20; Lc 1.5). A su muerte, el reino se dividió entre tres
de sus hijos: Arquelao gobernó en Judea y Samaria hasta el año 6 d.C.; Herodes Antipas en Galilea y Perea, hasta el año 39 d.C.; y Filipo gobernó las regiones al nordeste del Jordán, hasta el año 34 d.C. (cf. Mt 2.22; Lc 3.1).
En el año 6 d.C., Arquelao fue depuesto por el emperador Augusto, y Judea y Samaria pasaron a ser gobernadas
directamente por autoridades romanas (con el nombre oficial de “prefectos” y, más tarde, de “procuradores”). El
más conocido de estos gobernadores (prefectos) romanos de Judea fue Poncio Pilato (26–36 d.C.), quien condenó a muerte a Jesús (cf. Mt 27.1–26).
En el año 37, el rey Herodes Agripa sucedió a Filipo en el gobierno de su región; y en el año 40, a Herodes Antipas en Galilea y Perea. En el año 41 obtuvo también el gobierno de Judea, reconstituyendo así un reino semejante al de su abuelo Herodes el Grande (cf. Hch 12.1–19). Pero murió el año 44 (cf. Hch 12.19–23), y todo el territorio de Palestina quedó bajo el gobierno de un procurador romano, situación que duró hasta el año 66 (cf. Hch
23.24; 24.27).
El creciente descontento del pueblo judío y sus deseos de independencia lo llevaron el año 66 a la rebelión contra
el gobierno romano, en la que tomaron parte importantes grupos de patriotas fanáticos conocidos con el nombre
de “celotes”. Palestina pasó entonces a ser regida por generales romanos, con el título de “legados”. El primero
de ellos fue Vespasiano, quien en el año 69 fue proclamado emperador.
La llamada “guerra judía” se prolongó hasta septiembre del año 70, cuando los ejércitos romanos conquistaron la
ciudad de Jerusalén y destruyeron el templo (cf. Mt 24.2; Lc 21.20). Esta derrota se debió no solo a la superioridad militar de los romanos, sino también a las irreconciliables divisiones internas de los judíos.
Hasta ese año, el pueblo judío había conservado cierta medida de autoridad propia en asuntos internos, sobre
todo religiosos, ejercida por la Junta Suprema o Sanedrín. Esta Junta estaba presidida por el sumo sacerdote, y a
ella pertenecían también otros personajes importantes de las familias sacerdotales, más los llamados “ancianos”,
es decir, hombres notables de familias no sacerdotales, y un grupo de maestros de la ley, hasta completar el número de 71 (cf. Mc 15.1). La competencia del Sanedrín en tiempo de Jesús parece que no comprendía la ejecución de penas capitales (cf. Jn 18.31).
Con la destrucción de Jerusalén y del templo, el Sanedrín perdió su poder político, y el cargo de sumo sacerdote
dejó de existir, lo mismo que el culto del templo.
La vida religiosa y cultural del pueblo judío de Palestina se reorganizó más tarde, sobre todo en Galilea, alrededor
de las escuelas rabínicas, que recogieron y organizaron las diversas tradiciones.
Fuera de Palestina, la iglesia cristiana encontró en el imperio romano elementos que favorecieron su rápida propagación por el mundo pagano. La unidad política y cultural ofreció a los evangelizadores cristianos la posibilidad
de predicar la buena noticia en la mayoría de las provincias y ciudades del imperio (cf. Ro 15.19,28; 1P 1.1).
Además, en un primer periodo, la religión cristiana gozaba de la misma tolerancia que se concedía a la religión
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judía. Así, no es de extrañar que en Ro 13.1–7; Tit 3.1 se refleje una valoración positiva de la autoridad del Estado.
No obstante esto, la fe y la conducta característica de los cristianos no tardaron en llevar a conflictos muy agudos.
Las medidas que las autoridades romanas tomaron en algunas ocasiones contra los judíos tuvieron sus repercusiones también sobre los cristianos (cf. Hch 18.2). La obligatoriedad del culto oficial de Roma, que incluía un culto
especial al emperador, inevitablemente llevó al enfrentamiento entre los cristianos y las autoridades romanas. La
persecución de los cristianos por sus creencias y actitudes fue, en un principio, de carácter local y limitado. Después, sobre todo a partir del siglo II, se hizo más general y sistemática. Esta situación ya se refleja en textos como 1 P 4.12–16 y, sobre todo, en el Apocalipsis, donde el imperio romano aparece como el enemigo por excelencia de Cristo y de sus seguidores (cf. Ap 13.7).
Transmisión del texto
50.
Los libros del NT fueron escritos, con toda probabilidad, en rollos de papiro (algunos quizá de pergamino), más o menos largos,
según la longitud del escrito. Sin embargo, ninguno de estos escritos ha llegado hasta nosotros en el autógrafo o manuscrito original. Lo mismo sucede, por lo demás, con toda la producción literaria de la antigüedad.
51.
El texto del NT ha llegado hasta nosotros en copias manuscritas que se fueron haciendo en diversos lugares y en distintas
épocas. Si prescindimos de algunos fragmentos muy pequeños, sin importancia para la reconstrucción del texto, las copias más
antiguas del NT que se conservan son de alrededor del año 200 y provienen de Egipto. Estas copias ya tienen la forma de libros
(códices). Otras copias posteriores (siglo IV en adelante) están hechas en pergamino (cuero de oveja, cabra o becerro), material
más fino y duradero. Las condiciones del clima de Egipto, muy seco, son especialmente favorables para la conservación de manuscritos.
52.
Son aún más numerosas las copias que se conservan de los siglos siguientes. El número total de manuscritos anteriores a la
utilización de la imprenta en occidente, hechos en papiro o pergamino y que contienen todo o parte del NT, pasa de cinco mil.
53.
Si a esto añadimos las versiones antiguas, tales como las traducciones al latín, al siríaco, al copto y otras lenguas, hechas en los
primeros siglos de la era cristiana, y los testimonios de los escritores antiguos (citas, alusiones, comentarios), el material que sirve para reconstruir el texto del NT es muy voluminoso.
54.
Dado el número tan grande de testimonios y las limitaciones de toda obra humana, no es extraño que se presenten variantes en
el texto de estos testigos tan diversos.
55.
Por eso existe toda una rama de la ciencia bíblica (la crítica textual), que se dedica al estudio de estos testimonios y a la reconstrucción del texto en su forma más primitiva posible.
56.
Los resultados de estos estudios aparecen publicados en las ediciones críticas del texto griego del NT. La presente traducción
se basa en la edición publicada por K. ALAND, M. BLACK, B. METZGER, C. M. MARTINI y otros, The Greek New Testament, 3a. edición corregida, Sociedades Bíblicas Unidas, 1984.
57.
En las Notas se indican algunas de las variantes más importantes que se encuentran en los manuscritos.
Contenido y finalidad del Nuevo Testamento
58.
Como ya se ha dicho, el NT está centrado en la persona, en la historia y en la obra salvadora de Jesucristo. Este tema, por una
parte, da unidad a los diversos libros que lo forman, y, por otra, lo distingue del AT.
59.
Jesús no redactó ninguno de los escritos del NT. Estos fueron redactados por aquellos que lo reconocieron como el Mesías,
como la persona que Dios había escogido y enviado para realizar su obra de salvación en favor de la humanidad, y a quienes
Dios llamó para comunicar a otros el testimonio de su fe.
60.
El NT existe porque Jesús “mostró su gloria; y sus discípulos creyeron en él” (Jn 2.11). Aunque Jesús no fue reconocido por la
mayor parte de su pueblo (cf. Jn 1.11), un grupo privilegiado fue testigo de sus acciones, de su muerte y de su resurrección. Jesús les envió el Espíritu, y así se cumplió lo que él les había dicho: “Cuando el Espíritu Santo venga sobre ustedes, recibirán poder y saldrán a dar testimonio de mí, en Jerusalén, en toda la región de Judea y de Samaria, y hasta en las partes más lejanas
de la tierra” (Hch 1.8).
61.
Ellos mismos, y los discípulos que fueron formando, sintieron la necesidad de comunicar a todos los pueblos la fe que profesaban y la esperanza que los animaba. Los que aceptaban este mensaje fueron constituyendo el nuevo pueblo de Dios, beneficiario de la nueva alianza que Dios había prometido hacer con los hombres, el nuevo pueblo al cual estaban llamados los hombres
y mujeres de todas las naciones.
62.
El NT quiere expresar a todos, sin ambigüedades, quién es Jesús. Una manera de hacerlo es por medio de los títulos que le
aplica.
Biblia de Estudio “Dios Habla Hoy”, NUEVO TESTAMENTO
8
63.
El título con que más comúnmente el NT expresa su fe en Jesús es el de Cristo (Mesías, Ungido). Este título se relacionaba con
las esperanzas del pueblo de Israel, pero se aplicó a Jesús con un contenido y un alcance nuevos.
64.
Títulos de significado semejante son los de Hijo de David y Rey. Según los evangelios, el título que Jesús prefería para referirse
a su misión era el de Hijo del hombre, que, por una parte, expresaba su condición plenamente humana y, por otra, aludía a su
carácter de Juez glorificado.
65.
Otro título muy usado en el NT es el de Señor. Este título se aplicaba en el AT de preferencia a Dios, y fue la forma que sustituyó
de ordinario al nombre de Yahvé; entre los griegos, se daba a los reyes y a los dioses. El NT lo usa para expresar la soberanía
de Jesús resucitado.
66.
El título de Hijo de Dios se daba a veces al rey de Israel, como también lo daban los romanos al emperador. Pero para el NT,
expresa lo que solamente se verifica con toda propiedad en Jesús: una relación única con Dios, como su Padre, y al mismo
tiempo, el fundamento para que los que estén unidos a él por la fe puedan ser hijos de Dios y llamarse como tales.
67.
Además de estos, que son los más comunes, el NT aplica a Jesús otros títulos, que el lector encontrará en los textos.
68.
Pero la fe de la iglesia primitiva en Jesucristo no se expresa únicamente en los títulos que le atribuye. Con igual valor se expresa
en la manera como describe su obra salvadora.
69.
El NT proclama que Jesús, por su acción en la tierra, por su muerte y su resurrección, y por su presencia activa y continua en el
mundo, ha hecho presente el poder y el amor salvador de Dios. Esta obra se describe de diversas maneras, entre las cuales se
encuentran expresiones como “salvar de los pecados”, “dar su vida en rescate por una multitud”, “liberar de la esclavitud del pecado”, “reconciliar con Dios”, y muchas más.
70.
Esta obra salvadora de Dios por medio de Cristo -afirma el NT- realiza una transformación en la persona humana, exige un
cambio de vida, pide una respuesta de fe, lleva a una vida de esperanza, crea una comunidad de hermanos, que se distingue
por practicar la justicia y vivir en el amor.
71.
El NT no pretende ser una legislación que sustituya a la ley de Moisés. Sin embargo, el cristiano encuentra en el NT los principios permanentes por los cuales puede regir su vida y su conducta. En diversos lugares, el NT los sintetiza en la ley del amor (cf.
Mt 22.34–40 y paralelos; Jn 13.34–35; Ro 13.8–10).
72.
El NT adquiere su sentido más profundo como testimonio permanente de estas convicciones, de estas esperanzas y de este
llamado.
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