El Cantar Divino. Presentación

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El arcano del Cantar Divino
Hay en la Biblia un libro tan singular…, un libro superlativo: Shir hashshirim, Cantar
de los cantares, El más precioso Cantar: El Cantar… Divino.
En efecto, el Cantar de los cantares es tan desatadamente humano, que, al fin, tiene que
ser divino. Si no, no habría sido admitido en el canon de la Escritura. El Cantar de los
cantares, que solo una vez menciona el nombre de Dios (y esto como apósito de un
sustantivo, llama de Yahweh 8,6), en realidad habla del amor divino, que es la fuente de la
belleza, la fuente del deseo, la fuente de la felicidad.
El Cantar, que es el amor a lo divinamente loco, es lo que uno sueña si el pecado no
estuviera dentro; si la pureza, llamada original, fuera la simple respiración. El Cantar es el
amor a lo puro, a lo todo…, y resulta que ésa, justamente, era mi vocación…, que, a lo
mejor, un retenido pudor impedía contármela a mí mismo. Es un libro paradisíaco… y
escatológico; pero es un libro de hoy (memoria del Paraíso y tránsito hacia la Escatología),
un libro eucarístico, para enardecer mis más puros sentimientos ante el cuerpo adorable de
Jesús.
Pero… en fin, cambiemos este tono lírico por una exposición didáctica e informativa.
Un libro de Navidad
El día 29 de los años pares (contando la numeración a partir de la Pascua: 2010,
2012…) comienza la lectura del Cantar de los Cantares, que se prolonga hasta el 5 de
enero. Indica la normativa litúrgica:
“Desde el día 29 de diciembre hasta el 5 de enero se leerá el primer año la Epístola a los
Colosenses, en la que se considera la Encarnación del Señor en el marco de toda la historia
de la Salvación, y en el segundo año, el Cantar de los Cantares, en el que se prefigura
la unión de Dios y el hombre en Cristo: "Dios Padre se desposó con Dios su Hijo en el
instante en que lo unió a la naturaleza humana en el seno de la Virgen, en el momento
en que Dios, antes de todos los siglos, determinó que se hiciese hombre al final de los
tiempos (S. Gregorio Magno, Homilia 34 in Evangelia)" (Ordenación general de la Liturgia
de las Horas, 148).
En los cuatro volúmenes que se usan en castellano con la aprobación de la Conferencia
Episcopal, figura solo el ciclo anual en el Oficio de lectura no el bienal (cosa que lamentan
sentidamente los liturgistas, y yo me uno a ello; el doble ciclo puede encontrarlo el lector
en el portal de Mercabá). Por ello, en ese libro no existe el Cantar de los Cantares para
gozarlo en Navidad. En otras latitudes sí que se ha impreso el doble ciclo, para abarcar
mejor la Escritura, y así leemos el Cantar.
Día 29: 1,1-0
Día 30: 1,11-2,7
Día 31: 2,8-3,15
Día 1: Octava de Navidad (Santa María, Madre de Dios)
Día 2: 4,1-5,1
Día 3: 5,2-6,2
Día 4: 6,3-7,8
Día 5: 7,9-8,7
En esta lectura del Cantar es interesante aterrizar en el “responsorio” de cada texto
escogido. El responsorio es el eco meditativo que ha producido el pasaje. Por ejemplo, el
responsorio correspondiente a la primera sección (1,1-10): “¡Toda hermosa eres, amada mí,
y no hay en ti defecto! – Ven desde el Líbano, ven - Con amor eterno te amé, por eso
prolongué mi misericordia (Jr 31,3) – Ven desde el Líbano, ven”. La frase de Jeremías nos
hace ver en qué clave nos movemos leyendo el Cantar.
Como se sabe, el Cantar se puede leer con diversas clases: antropológica, eclesial,
cristológica…, incluso “mariana”. Hace unos días recordaba el Papa: “En la interpretación
de la Biblia, Ruperto no se limita a repetir la enseñanza de los Padres, sino que muestra su
originalidad. Él, por ejemplo, es el primer escritor que ha identificado a la esposa del
Cantar de los Cantares con María santísima. Así su comentario a este libro de la Escritura
se revela como una especie de summa mariológica, en la que se presentan los privilegios y
las excelentes virtudes de María” (Audiencia del 9 de diciembre de 2009, dedicada a
exponer la figura de Ruperto de Deutz, muerto en 1129).
Benedicto XVI, teólogo poeta del amor: Deus caritas est
Entrando en el Cantar, en éste que hemos llamado en nuestra traducción “El Cantar
divino”, quisiera entrar desde esa sabiduría del amor que nos ha expuesto El Papa en su
encíclica “Deus caritas est”. Es decir, quisiéramos entrar en el Cantar desde el Amor.
La primera grande y grata sorpresa de este nuestro querido Papa Benedicto XVI fue su
encíclica primera: Dios es amor (1Jn 4,8) (Navidad 2005). El Papa escribe con pureza y
transparencia, y en sus dedos, como se sabe, vibra la música. Su poderosa inteligencia es
una inteligencia amorosa; su querencia teológica, una theologia amoris, al estilo y corte de
san Buenaventura (de quien hizo la tesis) y de san Agustín, con ese fondo de contemplación
neoplatónica, tan querido de los místicos.
Así pues, para deleitarse en el amor, fue primero a la Filosofía griega, matriz del
pensamiento nuestro occidental, para contrastarla con Oseas, con el Cantar de los cantares.
Dos concepciones del amor, porque detrás de ellas hay dos concepciones de Dios muy
distintas. Existe Dios, claro que sí, y racionalmente se lo puede demostrar o mostrar, pero
ese Dios Único de Aristóteles, por ser perfecto, debe ser honrado, pero para nada necesita
de nuestro amor, porque, si lo necesitara, no sería perfecto.
¿Qué sentido, pues, tiene que yo me postre de rodillas, y le diga: Dios mío, te amo, me
muero de amor por ti, porque tú eres mi Padre, mi Esposo, mi Dios…? ¡Te diré mi amor,
rey mío…! ¿Es que a Dios le importan, en serio, estas lindezas…, que yo llevo dentro y a
alguien se las quiero decir…? ¿Es éste un lenguaje delirante, fruto vaporoso de la
imaginación…?
Y uno escucha en el corazón: Hijo mío, soy yo el que se muere de amor por ti…, te
necesito…; sin ti yo no sería Dios, porque tú estás en mí desde que yo soy Dios… Yo te he
entregado al Hijo de mi amor.
Hemos comenzado la racionalidad del disparate; hemos comenzado a leer el Cantar de
los cantares…; nos hemos encontrado, de pronto, en el misterio de la Encarnación.
Dios es nuestro esposo, y el Cantar no es otra cosa sino el éxtasis del amor en cuerpo y
alma, porque tan divino es el cuerpo como el alma, tan persona es el alma como el cuerpo,
y el que ama no es mi cuerpo, ni tampoco es mi alma: el que ama es mi persona, mi yo,
quien ama soy yo.
El Cantar es el “momento del amor”; resplandece la carne, pero no la carnalidad. El
Cantar no es propiamente un “vademécum” para quien quiere construir un matrimonio y
una familia: en el Cantar no se sueña en la perspectiva de unos hijos. Podríamos decir (me
parece a mí) que el Cantar canta la instantánea del amor, la permanente instantánea del
amor, que es anhelo, búsqueda, zozobra, sorpresa, fusión… El ser humano nació con el
amor dentro, y el amor le impregna todas las células de su ser. Amor meus pondus meum,
eo feror quocumque feror, dijo san Agustín: Mi amor es mi peso (mi gravitación), por él
me dejo conducir y voy adonde me lleva.
Íbamos diciendo que el amor es uno, fuerza que unifica todo el ser, que lo traspasa
entero. El Papa, pensador-amante, filósofo del amor (parece una contradicción unir estos
dos entes) nos cita, como filósofo pensador, esta anécdota irónica de la filosofía. “El
epicúreo Gassendi, bromeando, se dirigió a Descartes con el saludo: « ¡Oh Alma! ». Y
Descartes replicó: « ¡Oh Carne! ». Pero ni la carne ni el espíritu aman: es el hombre, la
persona, la que ama como criatura unitaria, de la cual forman parte el cuerpo y el alma.
Sólo cuando ambos se funden verdaderamente en una unidad, el hombre es plenamente él
mismo. Únicamente de este modo el amor —el eros— puede madurar hasta su verdadera
grandeza” (Deus caritas est, 4).
Si uno es sensible a la lingüística, es muy atractivo seguir a Benedicto XVI en esos
análisis de vocabulario que hace para interpretar al mundo griego y la sorprendente audacia
de la Biblia. Invitamos a ir en directo a la encíclica: « Eros » y « agapé », diferencia y
unidad. Y añadamos unas citas más de este bello documento.
Ahabáh, la palabra hebrea del amor
“¿Cómo hemos de describir concretamente este camino de elevación y purificación?
¿Cómo se debe vivir el amor para que se realice plenamente su promesa humana y divina?
Una primera indicación importante podemos encontrarla en uno de los libros del Antiguo
Testamento bien conocido por los místicos, el Cantar de los Cantares. Según la
interpretación hoy predominante, las poesías contenidas en este libro son originariamente
cantos de amor, escritos quizás para una fiesta nupcial israelita, en la que se debía exaltar el
amor conyugal. En este contexto, es muy instructivo que a lo largo del libro se encuentren
dos términos diferentes para indicar el « amor ». Primero, la palabra « dodim », un plural
que expresa el amor todavía inseguro, en un estadio de búsqueda indeterminada. Esta
palabra es reemplazada después por el término « ahabá », que la traducción griega del
Antiguo Testamento denomina, con un vocablo de fonética similar, « agapé », el cual,
como hemos visto, se convirtió en la expresión característica para la concepción bíblica del
amor. En oposición al amor indeterminado y aún en búsqueda, este vocablo expresa la
experiencia del amor que ahora ha llegado a ser verdaderamente descubrimiento del otro,
superando el carácter egoísta que predominaba claramente en la fase anterior. Ahora el
amor es ocuparse del otro y preocuparse por el otro. Ya no se busca a sí mismo, sumirse en
la embriaguez de la felicidad, sino que ansía más bien el bien del amado: se convierte en
renuncia, está dispuesto al sacrificio, más aún, lo busca.
El desarrollo del amor hacia sus más altas cotas y su más íntima pureza conlleva el que
ahora aspire a lo definitivo, y esto en un doble sentido: en cuanto implica exclusividad —
sólo esta persona—, y en el sentido del « para siempre ». El amor engloba la existencia
entera y en todas sus dimensiones, incluido también el tiempo. No podría ser de otra
manera, puesto que su promesa apunta a lo definitivo: el amor tiende a la eternidad.
Ciertamente, el amor es « éxtasis », pero no en el sentido de arrebato momentáneo, sino
como camino permanente, como un salir del yo cerrado en sí mismo hacia su liberación en
la entrega de sí y, precisamente de este modo, hacia el reencuentro consigo mismo, más
aún, hacia el descubrimiento de Dios: « El que pretenda guardarse su vida, la perderá; y el
que la pierda, la recobrará » (Lc 17, 33), dice Jesús en una sentencia suya que, con algunas
variantes, se repite en los Evangelios (cf. Mt 10, 39; 16, 25; Mc 8, 35; Lc 9, 24; Jn 12, 25).
Con estas palabras, Jesús describe su propio itinerario, que a través de la cruz lo lleva a la
resurrección: el camino del grano de trigo que cae en tierra y muere, dando así fruto
abundante. Describe también, partiendo de su sacrificio personal y del amor que en éste
llega a su plenitud, la esencia del amor y de la existencia humana en general” (Deus caritas
est, 6).
En suma,
una lectura sabia del Cantar me puede llevar a la identidad de mis propias raíces: eso es,
en el fondo, lo que busco en la vida, lo haya dicho a alguien o me lo guarde secretamente
para mí solo.
Y, sin salirme del Cantar, por no sé qué vuelo hacia dentro, encontraré que el Cantar,
tan sensitivamente humano, me estaba hablando de los amores de Dios, y también…,
también…, de la Encarnación de su Hijo, que es ¡el amor de mi vida!
Esta traducción
Esta traducción que me atrevo a presentar (sea pudorosamente comprensivo el lector),
lleva una firma: Miranda de Arga, Ermita de la Virgen del Castillo, en el monte del tomillo
y de la ontina, agosto 1976. Ese pequeño cerro de tierra dura y rojiza, a cuyos pies está la
villa agrícola de Miranda de Arga (porque la baña este río Arga, que muere en el Ebro),
huele perfumado de tomillo y ontina. Allí viví acogido tres años con el deseo de una
fraternidad… (¿cómo llamarla?: campesino-apostólico-contemplativa…), lleno de ilusión y
de amor, en aquellos tiempos en que todo iba cambiando.
La versión no es una versión al lado de una biblioteca, sino al aire del campo; versión
del texto hebreo, sí, pero arrimado al óptimo comentario de A. Robert (ROBERT A.,
TOURNAY R., FEUILLET A., Le Cantique des Cantiques, Gabalda, París 1963). He
tomado mis conscientes libertades. Por ejemplo, bien sé que el inicio es una tercera persona
de un verbo optativo: “¡Que me bese…!” Pero he traducido “¡Bésame!”, apegado más al
versículo siguiente que entra en directo con el tú…
La ciencia no encuentra en esta versión una aportación. La piedad…, acaso ese efluvio
amoroso, del que hemos hablado…, y que el pudor retiene en la bodega…
¡Sea!
Puebla, 29 diciembre 2009.
fr. Rufino María Grández,
capuchino
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