La década de la vergüenza • Pekín preserva el muro de silencio al cumplirse los 40 años del inicio de la Revolución Cultural • El Partido Comunista mantiene un culto divino a Mao Zedong y el periodo más negro de su mandato sigue siendo tabú ADRIÁN FONCILLAS PEKÍN La mayoría de chinos creen que en Tiananmen, en 1989, hubo solo una concentración masiva de protesta. Solo una minoría ilustrada o que ha leído información del exterior conoce el sangriento desenlace, y prefiere mantenerlo en secreto para preservar la estabilidad social. "Comer es más importante que la verdad", dice Zhang Kewei, empresaria. En un país que silencia lo menos decoroso de su historia moderna, no es raro que ningún medio hable de la Revolución Cultural (1966-1976), cuando se cumplen 40 años de su inicio. El Partido Comunista Chino (PCCH) valoró con dos frases la obra de Mao Zedong, poco después de su muerte, en 1976: "Acertó en el 70% de sus decisiones y erró en el 30%", y "La Revolución Cultural fue una década de desastres". A pesar de ello, el partido impone un culto casi divino a Mao y su retrato aún preside la plaza de Tiananmen y la mayoría de los hogares, sobre todo rurales. Los libros de texto condenan la Revolución Cultural, pero sin explayarse, así que los jóvenes conocen poco más que lo escuchado de sus padres. "Dedicamos poco tiempo a su estudio", recuerda un joven de 24 años. "Mi abuelo me dijo que, para estar seguro, tuvo que conseguir un certificado de pobreza del poder local", añade su novia. El poder de Mao era débil en 1966. Su campaña del Gran Salto Adelante, un intento de industrializar la producción rural, acabó en la mayor hambruna de la historia. En pugna con los moderados, Mao apeló a los viejos dogmas y declaró la guerra a la burguesía y al feudalismo. El discurso caló en una sociedad oprimida durante siglos. Los guardias rojos Hordas de jóvenes fanáticos, los guardias rojos, siguieron a Mao como jueces de la pureza revolucionaria. "No hay que temer al desorden", rezaba la Declaración de los 16 puntos, guía del movimiento. Se abrían tres años de caos y desmanes que casi destruyen el país, con escenas de guerra civil y un millón de muertos reconocidos (otros cálculos los elevan a 20 millones). La furia roja destruyó templos milenarios y gran parte de la cultura. Una orden gubernamental permitía a los guardias rojos saquear cualquier casa que intuyeran "de la clase opresora". Se fomentaba la delación, cualquier sospecha conducía a la tortura o al asesinato impune. La revolución sirvió a Mao para domar a esa élite intelectual crítica que opinaba sobre los sufrimientos del pueblo. Mao pensó que la distancia entre sus atalayas y los campesinos nublaba su juicio, así que mandó a intelectuales y escritores a trabajar en el campo durante años, con la prohibición de escribir. Otros fueron asesinados o inducidos al suicidio. En la Universidad de Pekín, los profesores eran exhibidos con sombreros de burro. En ese centro, en mayo de 1966, había aparecido un póster crítico con funcionarios del partido. Fue "el primer cañonazo de la Revolución Cultural", dijo Mao. En 1969, los enemigos habían sido eliminados. El presidente de la República, Liu Shaoqi, murió en prisión; Deng Xiaoping, que sucedería a Mao, fue enviado a una lejana fábrica. Con el trabajo hecho y la necesidad de pacificar el país, Mao envió a seis millones de guardias rojos a extender el mensaje revolucionario a zonas remotas, un exilio forzado que duró años. Muchos chinos eximen de culpa a Mao. En el imaginario chino, la maldad en estado puro la encarnan la Banda de los cuatro, entre los que estaba Jiang Qing, mujer de Mao. Era la rama extremista del partido, que dirigió la revolución y ocultó los excesos y el sufrimiento del pueblo. La historia oficial marca el día de su arresto, el 5 de octubre de 1976, como el del final de la campaña. Que no eligiera la cercana muerte de Mao revela a quién señala el partido como culpable. Sobre la banda cayeron sentencias de muerte que fueron conmutadas por condenas perpetuas. La imagen de Jiang en su juicio televisado, desafiante y exaltada, tan alejada del estereotipo sumiso de la mujer china, acabó de convencer al pueblo. Tras la muerte del último de los cuatro, el año pasado en prisión, el Gobierno repitió que no levantaría el tabú. En 1999, un profesor que investigaba la época fue a la cárcel acusado de robar secretos estatales. Hace dos meses, 48 científicos pidieron al Gobierno que se les permita investigar y escribir sobre la Revolución Cultural. La noticia salió en un diario de Hong Kong, donde reside la única prensa libre de China. Noticia publicada en la página 12 de la edición de 5/6/2006 de El Periódico - edición impresa. Para ver la página completa, descargue el archivo en formato PDF