Valentino* [fragmento] / Natalia Ginzburg

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Valentino* [fragmento] / Natalia Ginzburg
100 años de Natalia Ginzburg
VivÃ-a con mi padre, mi madre y mi hermano en una pequeña pensión del centro. Llevábamos una vida dura y nunca
sabÃ-amos cómo Ã-bamos a pagar la renta. Mi padre era un profesor jubilado y mi madre impartÃ-a clases de piano.
HabÃ-a que ayudar con algo a mi hermana, que estaba casada con un representante de comercio, tenÃ-a tres hijos y no
les alcanzaba para vivir; y también habÃ-a que sostener a mi hermano en sus estudios, ya que mi padre creÃ-a que algún
dÃ-a se convertirÃ-a en un gran hombre. Yo asistÃ-a a la escuela normal y en mis horas libres les impartÃ-a clases de
regularización a los niños de la portera. La portera tenÃ-a parientes que vivÃ-an en el campo y nos pagaba con
castañas, miel y patatas.
    Mi hermano estudiaba medicina y por eso siempre se necesitaba dinero, ora para el microscopio, ora para los libros
o para pagar las colegiaturas. Mi padre creÃ-a que algún dÃ-a se convertirÃ-a en un gran hombre. Acaso no existÃ-a una
razón para creerlo, pero mi padre asÃ- lo creÃ-a. HabÃ-a comenzado a pensarlo desde que Valentino era pequeño y
quizá ahora le resultaba difÃ-cil dejar de hacerlo. Mi padre se la pasaba todo el dÃ-a en la cocina y desvariaba a solas: se
imaginaba a Valentino ya convertido en un famoso médico y asistiendo a congresos en las grandes capitales de Europa,
descubriendo nuevas medicinas y enfermedades.     Pero parecÃ-a que Valentino no tenÃ-a el más mÃ-nimo interés e
convertirse algún dÃ-a en un gran hombre. En la casa, por lo regular, se la pasaba jugando con un gatito y construyendo
juguetes para los niños de la portera, con un poco de aserrÃ-n y algunos retazos de tela, les daba forma a perros, gatos
y hasta diablitos, con grandes cabezas y largos cuerpos llenos de protuberancias. O bien se vestÃ-a por completo de
esquiador. No iba a esquiar mucho porque era perezoso y le daba frÃ-o, pero le habÃ-a pedido a mi madre que le cosiera
un traje de esquiador todo negro con un gran pasamontañas de lana blanca. Se veÃ-a muy guapo vestido asÃ- y se
paseaba frente al espejo, primero con una bufanda echada sobre el cuello y luego sin ella; y luego se asomaba al
balcón para que lo vieran los niños de la portera.
    Muchas veces se habÃ-a comprometido y otras tantas daba por terminada la relación; y mi madre se ponÃ-a a
limpiar el pequeño comedor y se vestÃ-a de acuerdo a la ocasión. Ya habÃ-a sucedido muchas veces, de manera que
cuando nos dijo que se casaba dentro de un mes no le creÃ-mos y mi madre se puso a limpiar con mucho trabajo el
pequeño comedor y se puso su vestido de seda gris que era el de los exámenes de sus alumnas en el conservatorio y
el de las prometidas.
    AsÃ- que esperábamos a una de sus acostumbradas muchachitas a las que les juraba que se casarÃ-a con ellas y
dejaba plantadas al cabo de quince dÃ-as; parecÃ-a que ya habÃ-amos entendido el tipo de muchachas que le gustaban:
muchachitas de boina que todavÃ-a asistÃ-an al instituto.
Por lo regular se sentÃ-an muy intimidadas y esto nos abrumaba un poco porque sabÃ-amos que luego las iba a dejar
plantadas y también porque se parecÃ-an mucho a las alumnas de piano de mi madre.
    Entonces, cuando él llegó con su nueva prometida, nos quedamos tan sorprendidos que se nos fue el aliento y no
alcanzamos a decir ni una palabra. Porque esta nueva prometida era algo que jamás hubiéramos podido imaginar.
Llevaba una larga estola de marta, unos zapatos planos de suela de goma y era pequeña y gorda. Usaba gafas con
armazón de carey y detrás de las gafas nos miraba con ojos severos y redondos. Su nariz estaba algo sudada y tenÃ-a
bigotes. En la cabeza llevaba un sombrero negro todo aplastado de un lado. En la parte que le dejaba al descubierto el
sombrero se alcanzaba a ver un cabello negro estriado de gris, ondulado con pinzas y enmarañado. Por lo menos
debÃ-a tener diez años más que Valentino.
    Valentino hablaba y hablaba porque nosotros seguÃ-amos sin decir una palabra. Valentino decÃ-a cien cosas a la
vez, sobre el gato, sobre los niños de la portera y sobre el microscopio. Imperiosamente, querÃ-a llevar a su prometida a
su habitación para que ella viera el microscopio, pero mi madre se opuso porque la habitación todavÃ-a no estaba
arreglada. Su prometida dijo que no importaba, que además ella ya habÃ-a visto muchos microscopios. Entonces
Valentino fue a buscar al gato y se lo llevó. Le habÃ-a colgado una cinta en el cuello y un cascabel para que le causara
buena impresión. Pero el gato estaba muy asustado por el cascabel y se trepó por la cortina y desde allÃ- nos miraba y
gruñÃ-a con el pelo erizado y los ojos feroces y mi madre se puso a gimotear ante el temor de que acabara
desgarrándole la cortina.
    Su prometida encendió un cigarro y comenzó a hablar. Hablaba con la voz de quien está habituado a dar
órdenes; y con cada cosa que nos decÃ-a parecÃ-a que nos estuviese dando una orden. Dijo que querÃ-a a Valentino y
que tenÃ-a confianza en él; confiaba en que dejarÃ-a de jugar con el gato y de construir juguetes. Y dijo que ella tenÃ-a
muchÃ-simo dinero y podrÃ-an casarse sin esperar a que Valentino empezara a ganar dinero. Estaba sola y libre porque
sus padres ya habÃ-an fallecido y no necesitaba rendirle cuentas a nadie de lo que hacÃ-a.
    De repente, mi madre se puso a llorar. Fue un momento algo vergonzoso y no sabÃ-amos qué hacer, porque en
ese llanto de mi madre no habÃ-a ninguna especie de conmoción, sino únicamente lamento y sobresalto, yo lo sentÃ-a y
creo que los demás también. Mi padre le daba unos golpecitos sobre la rodilla y hacÃ-a unos pequeños chasquidos con
la lengua, como se acostumbra hacer para consolar a un niño. De repente, a su prometida se le puso muy roja la cara y
se fue a sentar al lado de mi madre. Sus ojos resplandecÃ-an inquietos e imperiosos y entonces entendÃ- que se casarÃ-a
con Valentino a cualquier costo. «Ésta es mi mamá llorando», dijo Valentino, «mi mamá siempre anda con las
lágrimas en el bolsillo». «SÃ-», dijo mi madre, y se limpió las lágrimas, se alisó el cabello y se enderezó. «Me he
sentido un poco débil en estos dÃ-as y frecuentemente siento ganas de llorar. La noticia me cogió un poco de sorpresa,
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pero Valentino siempre ha hecho lo que ha querido». Mi madre habÃ-a sido educada en un colegio de señoritas, estaba
muy bien educada y tenÃ-a un gran control de sÃ- misma.
Entonces la prometida explicó que ese dÃ-a ella y Valentino irÃ-an a comprar los muebles para el salón.
    Era lo único que tenÃ-an que comprar, porque ya tenÃ-an todo lo necesario en su casa. Y Valentino le dibujó a mi
madre la planta de la casa, donde su prometida vivÃ-a desde la infancia y donde vivirÃ-an juntos: una villa de tres niveles,
con jardÃ-n, situada en un barrio lleno de jardines y chalets.
Cuando se marcharon, nos quedamos callados, mirándonos por un momento, luego mi madre me dijo que fuese a
buscar a mi hermana y yo fui.
Mi hermana vivÃ-a en el último piso de una casa situada en la periferia. Todo el dÃ-a se la pasaba escribiendo a
máquina las direcciones que una empresa le daba en un sobre de cuando en cuando. Siempre tenÃ-a dolor de muelas y
traÃ-a puesta una bufanda alrededor de la boca. Le dije que mamá querÃ-a hablar con ella; preguntó sobre qué asunto,
pero no se lo dije. Estaba muy intrigada y se cargó a su niño más pequeño y se vino conmigo.
    Mi hermana nunca habÃ-a creÃ-do que Valentino algún dÃ-a se convertirÃ-a en un gran hombre. No lo soportaba y
ponÃ-a una cara de animadversión cada vez que hablaba sobre este asunto; y de inmediato se le venÃ-a a la mente
todo el dinero que mi padre gastaba para ponerlo a estudiar, mientras ella tenÃ-a que escribir direcciones. AsÃ- que mi
madre le escondÃ-a el traje de esquiador, y cuando mi hermana venÃ-a a nuestra casa habÃ-a que correr a la recámara
de Valentino y verificar que no estuviese a la vista ese traje u otras cosas nuevas de las que se habÃ-a hecho.
    Ahora era difÃ-cil contarle a mi hermana lo que habÃ-a sucedido. Que habÃ-a una mujer con mucho dinero y con
bigotes que querÃ-a pagarse el lujo de casarse con Valentino y que él estaba de acuerdo. Que habÃ-a dejado atrás a
todas las muchachitas de boina y que se paseaba por la ciudad con una señora con estola de piel de marta buscando
muebles para su salón. TodavÃ-a tenÃ-a los cajones llenos de fotografÃ-as de muchachitas y de sus cartas. Y en su
nueva vida con esa mujer con gafas de carey y bigotes encontrarÃ-a la manera de largarse a escondidas de cuando en
cuando para verse con las muchachitas de boina; y gastarÃ-a un poco de dinero en divertirlas. Un poco de dinero, no
mucho, porque era fundamentalmente avaro para gastar en los demás el dinero que pensaba que le pertenecÃ-a.
    Clara se quedó escuchando a mi padre y a mi madre y se encogió de hombros. Le dolÃ-a la muela y tenÃ-a que
escribir direcciones, además tenÃ-a que ir a lavar y a remendar los calcetines de los niños. ¿Por qué la habÃ-amos
importunado y la habÃ-amos hecho venir hasta nuestra casa, perdiendo toda la tarde? No querÃ-a saber nada de
Valentino, qué hacÃ-a y con quién se iba a casar. Seguramente esa mujer era una loca, porque ninguna mujer con la
cabeza en su lugar podrÃ-a pensar seriamente en casarse con Valentino; o una puta que se ha encontrado a su tonto y
probablemente la estola era falsa. Papá y mamá no sabÃ-an nada de pieles. Pero mi madre dijo que la estola era
auténtica; y que aquélla era una señora respetable y que tenÃ-a los modales propios de una señora educada y no
estaba loca. Solamente que era tan fea que asustaba. Y mi madre se cubrió la cara con las manos y nuevamente se
puso a llorar al volver a pensar en lo fea que era. Mi padre dijo que la cuestión no residÃ-a allÃ-; y querÃ-a decir dónde
estaba la cuestión y estaba por comenzar todo un discurso pero mi madre no lo dejó terminar, porque mi madre nunca
le dejaba terminar un discurso a mi padre y él se quedaba con las palabras estranguladas en la garganta y se agitaba y
resoplaba.
    Se escuchó un gran estruendo en el corredor y era Valentino que regresaba. HabÃ-a encontrado al niño de Clara
y le hacÃ-a fiestas. Lo levantaba en alto hasta el techo y luego lo volvÃ-a a poner en el piso, y nuevamente lo levantaba y
hacÃ-a volar y el niño se reÃ-a fuerte. Y por un momento Clara parecÃ-a contenta con las carcajadas de su niño, pero de
nuevo su cara volvÃ-a al rictus amargo y rencoroso que siempre tenÃ-a cuando Valentino se encontraba presente.
Valentino se puso a contar que habÃ-an elegido los muebles para el salón. Eran muebles imperio. DecÃ-a lo que les
habÃ-an costado, decÃ-a unas cifras que nos parecÃ-an exorbitantes, se frotaba fuerte las manos y arrojaba esas cifras
con alegrÃ-a en nuestra pequeña estancia. Sacó un cigarrillo y lo encendió: tenÃ-a un encendedor de oro. Se lo habÃ-a
regalado Maddalena, su prometida.
    No se habÃ-a dado cuenta de que nosotros permanecÃ-amos callados y a disgusto. Mi madre evitaba mirarlo. Mi
hermana cargó a su niño y le ponÃ-a los guantes. Desde que vio el encendedor esbozó una sonrisa, se cubrió esa
sonrisa con la bufanda, y se fue cargando a su niño. «Qué cerdo», dijo dentro de la bufanda, en el umbral de la puerta.
    HabÃ-a dicho esta palabra muy bajo, pero Valentino escuchó. QuerÃ-a correr detrás de Clara que bajaba las
escaleras para saber por qué habÃ-a dicho cerdo, y mi madre a duras penas lo detuvo. «¿Por qué cerdo?», le
preguntó Valentino a mi madre. «¿Me dice cerdo porque me voy a casar? ¿Porque me caso me dice cerdo? ¿Pero
qué se cree esa fea cobarde?».
    Mi madre se alisaba las arrugas del vestido, suspiraba y callaba; y mi padre se rellenaba la pipa con los dedos
temblándole fuertemente. Luego, frotó un cerrillo contra la suela del zapato para encender la pipa, pero entonces
Valentino se acercó con el encendedor. Mi padre miró un momento la mano de Valentino con el encendedor prendido
y de golpe apartó de él esa mano, arrojó la pipa y abandonó la habitación. Luego, reapareció en la puerta,
manoteando y resoplando como si estuviese por comenzar un discurso, pero, por el contrario, se marchó sin decir
nada, dando un fuerte portazo.
    Valentino se habÃ-a quedado sin aliento. «¿Pero, por qué?», le preguntó a mi madre. «¿Por qué se ha
enojado? ¿Qué tienen? ¿Qué he hecho?».
«Es una mujer tan fea que causa espanto», dijo en voz baja mi madre. «Es verdaderamente un horror, Valentino. Y
como dice que es muy rica, la gente pensará que te casas por dinero. También nosotros lo pensamos, Valentino.
Porque no podemos creer que te hayas enamorado, tú que siempre andabas detrás de las muchachas bonitas y
ninguna te parecÃ-a nunca lo suficientemente guapa. Y estas cosas nunca han sucedido en nuestra casa; nunca, nadie
de nosotros, ha hecho algo solamente por dinero».
    Valentino entonces dijo que no habÃ-a entendido nada. Su prometida no era fea, por lo menos él no la encontraba
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fea, y a fin de cuentas, ¿acaso no solamente le tenÃ-a que gustar a él? TenÃ-a unos hermosos ojos negros y un porte
distinguido; y además era muy inteligente, muy inteligente, con una gran cultura. Estaba cansado de todas esas
muchachitas que no sabÃ-an hablar de nada; en cambio, con Maddalena él hablaba de libros y de un montón de cosas.
No se casaba solamente por el dinero: no era un cerdo. Repentinamente se ofendió y fue a encerrarse en su
habitación.
    En los dÃ-as que siguieron, se hizo el ofendido y el hombre que está por consumar un matrimonio impugnado por
la familia. Estaba serio, digno, algo pálido y no nos hablaba. No nos enseñaba los regalos de su prometida, pero todos
los dÃ-as llegaba con uno nuevo: en la muñeca portaba un reloj de oro con cronómetro y con un extensible de piel
blanca; y tenÃ-a una cartera de piel de cocodrilo y todos los dÃ-as se ponÃ-a una corbata nueva.
    Mi padre dijo que irÃ-a a hablar con la prometida de Valentino. Mi madre no querÃ-a que fuese: un poco porque mi
padre estaba enfermo del corazón y no podÃ-a sufrir emociones fuertes, y otro poco porque no confiaba en lo absoluto
en las cosas que él pudiera decir. Mi padre nunca decÃ-a nada sensato: quizá el fondo de su pensamiento era sensato,
pero nunca llegaba a expresar el fondo de su pensamiento; se perdÃ-a en muchas palabras inútiles, digresiones y
recuerdos de infancia y le daba largas al asunto y manoteaba. AsÃ- que en casa nunca llegaba a concluir un discurso
porque no tenÃ-amos paciencia: y él siempre deploraba el tiempo en el que todavÃ-a iba a la escuela, porque allÃ- podÃ-a
hablar todo lo que querÃ-a y no habÃ-a nadie que lo fastidiase.
    Mi padre siempre habÃ-a sido muy tÃ-mido con Valentino: nunca se habÃ-a atrevido a reprocharle nada, ni siquiera
cuando lo reprobaron en los exámenes; y nunca habÃ-a dejado de creer que algún dÃ-a se convertirÃ-a en un gran
hombre. Ahora, en cambio, parecÃ-a que ya habÃ-a dejado de creerlo: tenÃ-a un aire infeliz y parecÃ-a que de repente se
habÃ-a vuelto un anciano. Ya no querÃ-a estar solo en la cocina, decÃ-a que se sentÃ-a enloquecer en esa cocina sin aire
y se metÃ-a a un café que estaba en los bajos de la casa a beber chinotto; o bien se iba hasta el rÃ-o, miraba pescar y
regresaba a casa resoplando y fantaseando.
    AsÃ- que, mi madre, para que él tuviese paz, permitió que fuese a la casa de la prometida de Valentino. Mi padre
se puso su mejor traje, también se puso su mejor sombrero y unos guantes. Yo y mi madre nos quedamos asomadas al
balcón para mirarlo mientras se alejaba. Y mientras lo seguÃ-amos con los ojos, sentimos un poco de esperanza de que
las cosas pudieran arreglarse de la mejor manera: no sabÃ-amos cómo, y ni siquiera sabÃ-amos bien qué cosa esperar
realmente, tampoco nos podÃ-amos imaginar las cosas que podrÃ-a decir mi padre, pero para nosotros fue una tarde
serena, como hacÃ-a mucho no la tenÃ-amos. Mi padre regresó tarde a casa y parecÃ-a muy cansado; quiso irse de
inmediato a la cama y mi madre le ayudó a desvestirse mientras lo interrogaba: pero parecÃ-a que, en esa ocasión, él
no tenÃ-a ganas de hablar. Cuando se fue a la cama, con los ojos cerrados, con un rostro gris como las cenizas, dijo:
«Es una buena mujer. Siento piedad por ella». Y un poco después, dijo: «Vi la villa. Una gran villa, de gran lujo. La
gente como nosotros ni siquiera ha sentido de lejos el olor de un lujo asÃ-». Permaneció un momento en silencio, y
luego dijo: «Total, yo me desplomaré dentro de poco».
    Al final del mes se realizó el matrimonio; y mi padre le escribió a uno de sus hermanos para pedirle un préstamo,
porque todos tenÃ-amos que ir vestidos decentemente y no hacer quedar mal a Valentino. Después de muchos años, mi
madre se mandó confeccionar un sombrero: un sombrero alto y complicado, con un nudo de cinta y un velo. Y sacó su
estola de piel de zorro a la que le faltaba un ojo; si acoplaba la cola contra el hocico no se notaba que faltaba el ojo. Mi
madre ya habÃ-a gastado mucho en el sombrero y ya no querÃ-a gastar ni una lira más en ese matrimonio. Yo estrené
un vestido nuevo, de lanilla celeste, con aplicaciones de terciopelo: en el cuello también llevaba una pequeña estola de
piel de zorro, muy pequeña, me la habÃ-a regalado la tÃ-a Giuseppina cuando cumplÃ- nueve años. El gasto más fuerte
se hizo en el traje de Valentino: un traje de tela azul marino con una rayita blanca muy fina. HabÃ-an ido a escogerlo él y
mi mamá, ya para ese entonces él habÃ-a dejado de hacerse el ofendido y era feliz y decÃ-a que toda su vida habÃ-a
soñado con un traje azul marino con una rayita blanca muy fina.
    Clara dijo que ella no asistirÃ-a al matrimonio, porque no querÃ-a verse inmiscuida en las porquerÃ-as de Valentino y
porque no querÃ-a gastar dinero; y Valentino me dijo que le hiciera saber que se quedara en su casa, que estaba muy
contento de no ver su feo hocico la mañana en la que se casaba. Y Clara dijo que el hocico quizá lo tenÃ-a peor la
esposa de él, solamente la habÃ-a visto en fotografÃ-a pero era más que suficiente. Pero esa mañana también apareció
Clara en la iglesia, con su esposo y la niña más grande. También ellos se habÃ-an esmerado en vestirse
adecuadamente y mi hermana se habÃ-a ido a ondular el pelo.
Durante todo el tiempo que estuvimos en la iglesia mi madre me tuvo aferrada la mano y cada vez me apretaba más
fuerte. Y en el momento en el que ellos se intercambiaban los anillos, agachó la cabeza y me dijo que le hacÃ-a mucho
daño mirar. La novia iba vestida de negro con la misma estola larga; y nuestra portera, que habÃ-a querido venir, quedó
desilusionada porque esperaba flores de naranjo y el velo; luego nos dijo que no habÃ-a sido una ceremonia bonita
como habÃ-a esperado, dado que en la calle corrÃ-a la voz de que Valentino se habÃ-a casado con una muy rica. Aparte
de la portera y de la vendedora de periódicos de la esquina, no habÃ-a nadie que nosotros conociéramos. La iglesia
estaba llena de conocidos de Maddalena, señoras bien vestidas con estolas y joyas.
    Luego nos dirigimos a la villa en donde se ofreció la recepción. Ahora que ya no estaban la portera y la
vendedora de periódicos realmente nos sentÃ-amos perdidos, mi madre y mi padre y yo y Clara y el esposo de Clara.
Nos quedamos arrimados a la pared y Valentino vino un momento a decirnos que no estuviéramos todos juntos
haciendo tribu; pero nosotros nos seguimos quedando juntos. Las habitaciones de la planta baja de la villa y el jardÃ-n
estaban llenos con toda esa gente que habÃ-a asistido a la iglesia, y entre ellos Valentino se movÃ-a muy campante y
ellos le hablaban y él respondÃ-a; estaba muy feliz con su traje azul marino de rayas blancas delgaditas y tomaba a las
señoras del brazo y las acompañaba al bufet. La villa realmente era de mucho lujo, como lo habÃ-a dicho mi padre.
ParecÃ-a un sueño que ahora Valentino viviese allÃ-.
    Luego los invitados se retiraron y Valentino y su esposa subieron al automóvil. Se iban a la costa por tres meses
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en viaje de bodas. Nosotros regresamos a la casa. La niña de Clara estaba muy emocionada por las cosas que habÃ-a
comido en el bufet y por todo lo que habÃ-a visto; saltaba y no hacÃ-a más que hablar y contar que se habÃ-a paseado
por el jardÃ-n y que se habÃ-a asustado con un perro y que luego también habÃ-a estado en la cocina, con una gran
cocinera toda vestida de celeste que molÃ-a café. Pero apenas llegamos a casa, nosotros comenzamos a pensar en ese
préstamo que habÃ-amos contraÃ-do con el hermano de mi padre; estábamos cansados y de mal humor y mi madre se
dirigió a la habitación de Valentino y se sentó en la cama sin tender y lloró un rato. Pero luego se puso a reordenar
cada cosa y puso en naftalina el colchón y cubrió los muebles con fundas y cerró las contraventanas.
    ParecÃ-a que ya no habÃ-a nada más que hacer sin Valentino, sin nada más que cepillar, planchar y desmanchar
con gasolina. Hablábamos poco de él; yo me estaba preparando para los exámenes y mi madre iba con frecuencia a la
casa de Clara, que tenÃ-a un niño enfermo. Y mi padre se paseaba por la ciudad porque ya no le gustaba quedarse solo
en la cocina. Se reunÃ-a con algunos de sus antiguos colegas y con ellos intentaba hacer gala de esos largos discursos
suyos, pero luego terminaba diciendo que total, él se derrumbarÃ-a dentro de poco y que no le disgustaba morir porque
la vida no le habÃ-a dado mucho. Algunas veces subÃ-a hasta nuestra casa la portera para traernos algo de fruta, a
cambio de las clases de regularización que le habÃ-a dado a sus hijos. Siempre preguntaba por Valentino y decÃ-a que
habÃ-amos sido muy afortunados de que Valentino se hubiera casado con una tan rica; asÃ- ella le pondrÃ-a su
consultorio cuando se hiciera médico y nosotros podÃ-amos dormir tranquilos que Valentino estaba bien. Y si ella no era
agraciada, mejor todavÃ-a, asÃ- por lo menos estarÃ-an seguros que ella no le pondrÃ-a los cuernos. [...] Traducción del
italiano de MarÃ-a Teresa Meneses
*Fragmento de la novela Valentino (Einaudi, 1957). Valentino es un guapo muchacho que estudia medicina. En el
sueño de su padre se volverá primario; en los sueños de su madre se casará con una mujer espléndida. Solamente su
hermana Caterina lo ve como es: perezoso y petimetre, destinado a casarse con una mujer fea y muy rica y
encaminarse hacia el encuentro del fracaso. Y Caterina, excluida de la vida, espectadora en espera de que también a
ella le toque una parte como protagonista, nos cuenta cada cosa con una catadura irónica y concreta. En esta novela
corta encontramos ese arte de Natalia Ginzburg (1916-1991) de entretejer una narración discursiva y sencilla con
hechos reveladores que llevan al descubierto la fuerza y la desesperación del vivir.
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