tema 11 | teleologia - I.E.S. “El Getares”

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TEMA 11. TELEOLOGIA.
1. Concepto de utopía
El anhelo de mundos ideales y perfectos es tan antiguo como el ser humano.
Sin embargo, la invención y descripción de sociedades que lo sean no recibe el
nombre de utopía hasta el s. XV. Por ello, no es paradójico afirmar que existen
utopías desde siempre, incluso antes de que se acuñase este nombre para
referirse a ellas.
El término utopía se debe a Tomás Moro, quien tituló así una de las obras más
famosas de este género. Literalmente significa 'no lugar' y designa una
localización inexistente o imposible de encontrar. Moro bautizó con este término
una isla perdida en medio del océano cuyos habitantes habían logrado el Estado
perfecto: caracterizado por la convivencia pacífica, el bienestar físico y moral de
sus habitantes, y el disfrute común de los bienes.
En general, podemos definir una utopía como un Estado imaginario que
reúne todas las perfecciones y que hace posible una existencia feliz porque en
él reinan la paz y la justicia.
Como hasta el momento estos Estados perfectos sólo se han dado en la mente
de los filósofos o en las obras de los literatos, suele definirse la utopía como una
novela o ficción que describe un Estado de esas características. El mismo Moro,
según la opinión de algunos, lo estaría advirtiendo al darle a su idílica isla ese
nombre ('en ningún lugar'), Por muy deseable que fuese un Estado así, es un
sueño imaginario e irrealizable. Desde entonces, utópico es lo que además de
perfecto y modélico, es imposible de encontrar o construir.
Sin embargo, sería equivocado identificar las utopías con ensoñaciones de los
filósofos. Las utopías hunden las raíces en la realidad más auténtica y concreta,
aunque sea para criticarla e intentar transformarla.
2. Funciones de las utopías
A pesar de este carácter novelado o ficticio de las utopías, a lo largo de la
historia del pensamiento se les han atribuido funciones que van más allá del
simple entretenimiento. Veamos algunas de ellas:
F. orientadora. Aunque la utopía en su conjunto pueda verse como un sueño
inalcanzable, a veces, es útil para señalar la dirección que deben tomar las
reformas políticas en un Estado concreto. Así, por ejemplo, Tomás Moro
propone en su Utopía (1516), medidas como la reducción de la jornada laboral
o la libertad de culto, que fueron y son todavía reivindicadas en la mayoría de
las sociedades democráticas posteriores.
F.
valorativa. Aunque las utopías son obra de un autor determinado (Moro,
Platón, san Agustín...), a menudo se reflejan en ellas los sueños e inquietudes
de la sociedad en la que el autor vive. Por esta razón, permiten reconocer los
valores fundamentales de una comunidad en un momento concreto y, también,
los obstáculos que encuentran a la hora de materializarse. Por ello, para
muchos autores, las utopías no sirven tanto para construir mundos ideales
como para comprender mejor el mundo en el que vivimos.
F. crítica. Al comparar el Estado ideal con el real, se advierten las limitaciones de
este último y las cotas de justicia y bienestar social que aún restan por
alcanzar. De hecho, la utopía está construida a partir de elementos del
presente, ya sea para evitarlos (desigualdades, injusticias...) o para
potenciarlos (adelantos técnicos, libertades...). Por eso, supone una sutil pero
eficaz crítica contra las injusticias y desigualdades evidentes tras la
comparación. Incluso si consideramos que la sociedad utópica es un disparate
irrealizable, nos presenta el desafío de explicar por qué no tenemos al menos
sus virtudes.
F. esperanzadora. Para algunos filósofos, el ser humano es esencialmente un ser
utópico. Poder soñar con lugares mejores que el que nos rodea y poder actuar
en la dirección de estos deseos mantiene el hálito de esperanza que siempre
permanece en nosotros: por muy injusto y desolador que sea nuestro entorno,
siempre hallamos la posibilidad de imaginar y construir uno mejor.
3. Modelos de sociedades utópicas
Como hemos visto, con el término utopía nos referimos tanto al género literario
centrado en la descripción de Estados ideales y perfectos como a esos mismos
Estados imaginarios. A lo largo de la historia, el género ha sido prolífico, así que
contamos con numerosas descripciones de cómo debería ser esa isla perdida y
remota. Veamos las que, por varias razones, han sido más relevantes.
La república platónica
El primer modelo de sociedad utópica lo debemos a Platón. En uno de sus
diálogos más conocidos La república, además de la defensa de una
determinada concepción de la justicia, hallamos una detallada descripción de
cómo sería el Estado ideal, es decir, el Estado justo. Platón, descontento con los
sistemas políticos que se habían sucedido en Atenas, imagina cómo se
organizaría un Estado que tuviese como objetivo el logro de la justicia y el bien
social.
La república o el Estado perfecto estaría formado por tres clases sociales:
los gobernantes, los guardias y los productores: Cada clase tendría una función,
unos derechos y unos deberes muy claros. A los gobernantes, evidentemente,
les concerniría la dirección del Estado; a los guardias, en cambio, su protección
y defensa; a los productores, el abastecimiento de todo lo necesario para la
supervivencia: alimentos, ropa, viviendas... Los individuos (tanto hombres como
mujeres) pertenecerían a una u otra de estas clases, no por nacimiento, sino por
capacidad. Según cuál fuese la aptitud fundamental de cada uno, sabiduría
(gobernantes), coraje (guardias) o apetencia (productores), sería educado para
desempeñar eficientemente las funciones de su grupo. Y es que, para Platón, la
buena marcha del Estado depende de que cada clase cumpla efectivamente con
su cometido.
En definitiva, la república de Platón sería una sociedad justa porque en ella
gobernarían los más sabios (filósofos) y, además, porque en ella cada uno
desempeñaría una actividad conforme a sus aptitudes y, por lo tanto, todos
contribuirían según sus posibilidades al bien común.
3.2. La ciudad de Dios de san Agustín
En su obra Ciudad de Dios, San Agustín hizo una curiosa fusión de utopismo
y cristianismo que fue muy influyente durante toda la Edad Media. Según este
filósofo, la ciudad terrena (que simboliza todos los Estados históricos) es fruto
del pecado, pues fue fundada por Caín, y en ella sus habitantes son esclavos de
las pasiones y sólo persiguen bienes materiales. Esta ciudad, por tanto, no
puede dejar de ser imperfecta, injusta. Sin embargo, frente a la ciudad terrena se
alza como un ideal la ciudad espiritual. Esta fue fundada por Dios y en ella
reinan el amor, la paz y la justicia. Es, frente a los Estados históricos, un reino
espiritual e ideal; de ahí que para muchos filósofos La ciudad de Dios pertenezca
al ámbito utópico. Ahora bien, a diferencia de lo propuesto por otros pensadores,
para san Agustín es realizable, aunque sólo de forma definitiva y completa con el
final de la historia y la llegada del Reino de Cristo. La utopía o ciudad de Dios
será la culminación de la historia humana.
3.3. Las utopías renacentistas
Durante el Renacimiento se produjo un florecimiento espectacular del género
utópico. La mayoría de los pensadores consideraba que la influencia del
humanismo era la causa de este fenómeno.
El Renacimiento es una época que, además de caracterizarse por el auge
espectacular de las artes y las ciencias, destaca también por los cambios sociales
y económicos. Sin embargo, estas transformaciones no fueron igual de positivas
para todos, ya que ocasionaron enormes desigualdades entre unos miembros y
otros de la sociedad.
Muchos de los pensadores de la época, conscientes de estas injusticias, pero
también de la capacidad reformadora del ser humano, reaccionaron frente a la
cruda realidad de su tiempo. Esta reacción se plasmó en la reivindicación de una
racionalización de la organización social y económica que eliminase una gran
parte de estas injusticias. De esta creencia y confianza en que la capacidad
racional puede contribuir a mejorar la sociedad y hacerla más perfecta, surgen los
modelos utópicos renacentistas.
El principal y más importante modelo utópico es indiscutiblemente Utopía de
Tomás Moro. Como ya hemos comentado, la influencia de esta obra fue tal que su
título sirvió, a partir de entonces, para dar nombre a todas las obras de este
género. Utopía se divide en dos partes: la primera supone una aguda crítica a la
sociedad de la época; la segunda es propiamente la descripción de esa isla
localizada en ningún lugar, en la que sus habitantes han logrado construir una
comunidad justa y feliz. Básicamente, el secreto de Utopía se debe a una
organización política fundada racionalmente, en la que destaca la abolición de la
propiedad privada, considerada la causa de todos los males e injusticias sociales.
La ausencia de propiedad privada comporta que prevalezca el interés común
frente a la ambición y el interés personal que rigen en las sociedades reales. En
Utopía, además, impera una estricta organización jerárquica de puestos y
funciones, a los que se accede, como en la república platónica, por capacidad y
méritos. Esta estricta organización es compatible con la total igualdad económica y
social de los utopianos, pues todos disfrutan de los mismos bienes comunes, al
margen de su función y su tarea en la comunidad.
También pertenecen al Renacimiento La ciudad del Sol, del religioso italiano
Tommaso Campanella (1568-1639), y la Nueva Atlántida, de Francis Bacon
(1561-1626). Esta última añade un elemento importante, ausente en las otras dos
utopías, como es el aprovechamiento de los avances científicos y técnicos que
empezaban a darse en aquel momento en la mejora de las condiciones de vida de
los seres humanos.
Tomás Moro nació y murió en Londres (1478-1535). Fue un ejemplo de
humanista renacentista que compaginaba la actividad erudita y literaria con la
política. Su carrera política culminó en 1529, cuando fue nombrado canciller del
reino. Sin embargo, tres años después se vio forzado a dimitir. debido a su
rechazo del Acta de supremacía por la que Enrique VIll se declaraba cabeza
suprema de la Iglesia de Inglaterra. Poco después, fue declarado traidor por
negarse a reconocer el matrimonio del rey con Ana Bolena. Moro prefirió ser fiel a
sus convicciones religiosas: “No veo que ninguna autoridad tenga derecho a
forzar a nadie a cambiar de opinión y hacer que su conciencia pase de un lado a
otro”. Esta defensa le llevó al cadalso en 1535.
3.4. El socialismo utópico
Otro de los momentos fecundos en la ideación de sociedades utópicas fue a
finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX. Los profundos cambios sociales y
económicos producidos por el industrialismo y por un capitalismo cada vez más
individualista e insolidario abonaron el terreno del descontento y la crítica, así
como del deseo de sociedades mejores, más humanas y justas.
De esta época de injusticias y desigualdades es el socialismo utópico.
Representantes de este movimiento son pensadores como Saint-Simon
(1750-1825), Charles Fourier (1771-1837) y Robert Owen (1771-1858). A pesar de
las diferencias que hay entre ellos, tienen en común su interés por mejorar y
transformar la precaria situación del proletariado del momento. Para ello,
propusieron reformas concretas destinadas a hacer de la sociedad un lugar más
solidario en el que el trabajo no fuese una carga alienante y en el que todos
tuviesen las mismas posibilidades de autorrealizarse.
A diferencia de muchas de las utopías anteriores, las de estos socialistas fueron
diseñadas con el objetivo inmediato de llevarse a la práctica. Más que relatos
fantásticos de mundos perdidos o inalcanzables, constituyeron descripciones
detalladas de comunidades igualitarias que, en ocasiones, fueron copiadas en la
realidad. Algunos de estos socialistas compaginaron la reflexión teórica con
labores prácticas y concretas de reforma social.
Fourier propuso comunidades autosuficientes (falansterios) formadas por cien
familias. En ellas se debía producir todo lo necesario para la supervivencia y el
bienestar de sus miembros. El trabajo debía ser gratificante e intercambiable y el
resultado debía compartirse con los demás. En definitiva, el falansterio debía tener
como principal finalidad la felicidad de sus miembros.
Owen llegó a fundar Nueva Armonía, una pequeña comunidad en la que se
abrió el primer jardín de infancia y la primera biblioteca pública de EE.UU.
4. Crisis de las utopías
La confianza en la posibilidad y la necesidad de sociedades perfectas sufre
durante el siglo XX un considerable revés. Ciertos hechos sociales, políticos y
económicos (aparición de los totalitarismos, encrudecimiento de las guerras, uso
fraudulento de la tecnología...) hacen replantearse la confianza en el progreso
propia del pensamiento occidental desde la Ilustración. Esta crisis de la
concepción progresista lleva pareja una crítica a las utopías.
Poseen un carácter fantasioso e ingenuo. Se distancian de la cruda realidad. El
autor imagina un mundo perfecto, pero tan irreal que resulta difícil relacionar lo
que propone y lo que hallamos efectivamente. Por otra parte, la utopía da
descripciones detalladas de ese mundo nuevo, pero no proporciona
demasiadas pistas acerca del modo en que es posible transformar la realidad
para acceder a ese otro mundo imaginado. Por ello, las utopías sólo son la
expresión de buenos pero inútiles deseos de mejora.
Provocan estatismo social. La utopía se fundamenta en una concepción estática
de la sociedad. El cambio sólo está justificado hasta alcanzar la utopía. Una
vez conseguida la sociedad perfecta, justa y feliz, ¿qué sentido tendría que
ésta siguiese transformándose? Ahora bien, ¿es posible y deseable, aunque
sea en utopía, una organización completamente estática?
Lindan con el totalitarismo. Por muy paradójico que parezca, este mundo feliz y
perfecto puede convertirse en el más terrible y totalitario de los Estados. El
convencimiento del carácter perfecto de un sistema llevan irremediablemente a
la intolerancia respecto a otras propuestas. Las opiniones contrarias son vistas
como una amenaza para la supervivencia de la utopía y, en consecuencia,
serían perseguidas.5. Las antiutopías
Frente a la profusión de propuestas utópicas de otras épocas, en la nuestra
apenas encontramos obras de este género. Una excepción es Walden dos de
Skinner. A esta disminución contribuyen las críticas que van minando la ilusión
que se había depositado en los proyectos utópicos. Además, muchas de las
utopías anteriores dejan de verse como realidades deseables. La vida en la isla
Utopía de Moro o en un falansterio de Fourier se imagina hoy con menos encanto
del que sus autores previeron.
Y es que, cada vez, los pensadores parecen más convencidos de que igualdad
y justicia, por un lado, y libertad, por otro, constituyen los dos extremos
incompatibles de un mismo eje, por lo que el aumento de una supone
inevitablemente la disminución de la otra. Así que, para muchos autores, las
utopías, sociedades igualitarias y justas, sólo son realizables aplastando una gran
parte de las libertades individuales.
Entre otros, éste parece ser el motivo de que, junto a la disminución progresiva
de las utopías, se dé un aumento del género contrario: las antiutopías.
Por antiutopía entendemos la descripción de una sociedad futura en la que se
han desarrollado exageradamente algunos de los rasgos que son sobrevalorados
en la civilización actual. Por ello, constituyen un macabro espejo de aquello en lo
que se podría convertir la sociedad si no se pone fin a algunas de las tendencias
que en ella se dan.
Lo que más destaca en estos relatos futuristas no es su carácter idealizador,
sino que el ser humano se halla ante un mundo en el que superficialmente existen
más adelantos, comodidades y bienestar material, pero en el que se encuentra
asfixiado por un Estado despótico y una tecnología deshumanizadora.
A pesar de las diferencias entre utopía y antiutopía, ambas comparten una
función similar: servir de crítica a una sociedad que se centra exclusivamente en
objetivos y valores superficiales (progreso técnico, crecimiento económico...),
olvidando a menudo otros más fundamentales (libertad, solidaridad,
autodeterminación...).
Esto ha supuesto la proliferación de las antiutopías, que ofrecen una visión
desesperanzada y terrible de lo que el futuro nos depara. 5.1. Modelos de antiuto
pías
Durante el siglo XX las utopías negativas son, en comparación con las
propuestas utópicas tradicionales, bastante numerosas. Parecen tener como
objetivo alertarnos de la posibilidad de que lo que pronostican vaya a cumplirse.
Sus autores confían en que al mostrar el lado más oscuro, la terrible cara de estas
sociedades en apariencia perfectas, se impedirá su cumplimiento. Por ello,
describen con todo lujo de detalles la verdadera cara de estos Estados. A pesar
de las diferencias que presentan en cada autor, se asemejan en dos aspectos: el
totalitarismo y la tecnologización.
Huxley publicó en 1932 Ia novela Un mundo feliz, que le dio renombre a nivel
mundial. Esta obra fue concebida como una crítica a la sociedad de su tiempo, ya
que en ella se plasman las desastrosas consecuencias de la ingenua confianza
en el desarrollo tecnológico.
Huxley describe un mundo feliz, una sociedad destinada a conseguir la
máxima felicidad de sus miembros. En ella se han dedicado todos los medios
técnicos para garantizarla, ya que ésta es la mejor forma de asegurar la
estabilidad del Estado. La manera más eficaz de que las personas se sometan al
Estado es moldear individuos que deseen hacer lo que deben hacer, es decir,
qué haciéndolo sean felices. Esto es posible mediante sofisticados adelantos
tecnológicos de manipulación.
Pero esta felicidad, estatalmente garantizada, es engañosa, es la felicidad del
niño, inconsciente e ingenua. No es la felicidad propia del ser humano, pues es
conseguida mediante la anulación de la libertad y la capacidad de decisión del
individuo. Y todo en aras de la supremacía del Estado, como se refleja en el lema
que reivindican: «Comunidad, identidad, estabilidad», manifiestamente opuesto
al de la Revolución Francesa: «Libertad, igualdad, fraternidad».
“Bien mirado, parece como si la utopía se encontrase más cerca de lo que
nosotros hubiéramos podido imaginar hace quince años. Entonces, la proyecté
seiscientos años en el futuro. Hoy parece perfectamente posible que este horror nos
caiga encima en un siglo”.
Huxley, A.. Prólogo a Un mundo feliz.
En la obra de Orwell, titulad 1984, antiutopía también se caracteriza por la
preeminencia del Estado por encima de sus miembros. Sin embargo, esta
supremacía no se alcanza consiguiendo la artificial felicidad de los individuos.
En este caso, son las técnicas más sofisticadas de control y opresión las que
garantizan la estabilidad del sistema. La policía del pensamiento, adscrita al
Ministerio de la Verdad, se dedica a eliminar cualquier signo de disensión u
oposición política. La propaganda es masivamente utilizada, difundiéndose por
doquier retratos del líder absoluto con el eslogan «El Gran Hermano está
vigilándote». Esta vigilancia continua se hace realidad mediante el uso
obligatorio de una televisión especial que emite programas y a la vez permite a
la policía del pensamiento vigilar a los televidentes. Además, el Ministerio de la
verdad se encarga de falsear la Historia, suprimiendo cualquier hecho que
pueda servir como crítica al poder.Actualidad de los ideales utópicos
verdad se encarga de falsear la Historia, suprimiendo cualquier hecho que
pueda servir como crítica al poder.Actualidad de los ideales utópicos
La crisis de los modelos utópicos no debe hacernos pensar que la época actual
es un tiempo carente de ideales, sensibilidad e iniciativa por mejorar la sociedad.
Empezaremos por ver que la aparición reciente de una serie de ideales
actuales, podríamos decir utópicos, como el pacifismo o el ecologismo, demuestra
la necesidad de utopía inherente al ser humano, precisamente por no resignarse a
las injusticias. Estos ideales han sido recogidos en la formulación de los derechos
humanos, principal aportación del siglo XX a la conquista de un mundo mejor.
En definitiva, lo que entra en crisis, lo que se cuestiona a lo largo del siglo XX,
es la formulación y defensa de sociedades presuntamente perfectas, pero
realmente rígidas y asfixiantes. Y lo que, de ningún modo, ha quedado desfasado
es la confianza y defensa de ideales utópicos concretos como perspectiva
necesaria para llevar una vida realmente humana. Veamos algunos de ellos.
Pacifismo
La esperanza en un mundo que no viva desolado por las guerras ha sido
constante en la historia de la humanidad. Casi todas las culturas han valorado la
convivencia pacífica como un ideal digno de alcanzarse. Actualmente, este
deseo es mucho más intenso. La trágica experiencia de las guerras mundiales y la
aparición de armas cada vez más devastadoras (bombas atómicas, minas
antipersona, armas químicas...) han hecho concienciarse del horror de los
conflictos bélicos.
A pesar de que sigue habiendo multitud de guerras, la paz ha sido reconocida
por los recientes movimientos pacifistas como un valor y un derecho. Estos
pacifistas se caracterizan por condenar la guerra como forma de solucionar los
conflictos, por defender la desaparición de los ejércitos y por reivindicar el derecho
a la objeción de conciencia.
Ahora bien, aunque todos estemos de acuerdo en que la paz es un valor y
un ideal indiscutible, no todos están de acuerdo en lo que este ideal entraña.
Frente al pacifismo radical e ingenuo que condena cualquier forma de
oposición beligerante, algunos filósofos reivindican un pacifismo
comprometido que suponga una defensa activa de la paz, aunque ello
signifique, en casos extremos, utilizar las armas. Ante las atrocidades, las
injusticias, las violaciones despiadadas de los derechos humanos más
básicos, debemos preguntarnos: ¿es posible defender la paz a ultranza?,
¿debe la paz anteponerse a valores como la vida, la libertad y la justicia?
Ecologismo
La relación entre el ser humano y la naturaleza ha sido desde siempre muy
especial: desde la admiración al temor, pasando por el amor y el respeto. Sin
embargo, a partir de la modernidad esta relación se ve profundamente alterada.
Con el desarrollo técnico e industrial, el interés explotador sustituye a la
admiración y el respeto. Entonces empieza una relación de opresión y
dominación que hace peligrar no sólo a la misma naturaleza, sino a todos los
seres vivos que perviven gracias a ella. En ese trágico momento, la protección y
reivindicación de un espacio natural inalterado y salubre se convierte en un
ideal, en un valor, en un derecho que hay que reivindicar. Es entonces cuando
nacen los movimientos ecologistas, desconocidos y ausentes antes del siglo
XX.
El ecologismo, además de promover la conservación del entorno natural,
empieza a plantear y reivindicar el respeto a los derechos de los animales y de
todos los seres vivos en general (no sólo los humanos), así como a concienciar
de la responsabilidad que cada generación tiene con las generaciones futuras.
Responsabilidad que debe concretarse en el compromiso por legar un entorno
sano, rico y diverso.
Solidaridad
La actualidad se caracteriza también por una creciente actitud cosmopolita y
solidaria. El desarrollo de los medios de comunicación y el sabernos más cerca
que nunca del resto de los habitantes del planeta han hecho que se extienda un
sentimiento de fraternidad humana. Gracias a este sentimiento, el ser humano
de cualquier lugar se siente ciudadano del mundo y, por tanto, ligado al destino
de cualquier otro ser humano, sea cual sea su cultura, religión, raza o lugar de
origen.
Esto ha contribuido enormemente a una creciente actitud de solidaridad, que
se ha materializado en la formación de asociaciones y organizaciones que
luchan para que este ideal se haga efectivo y real. La forma de conseguirlo es
convertir la solidaridad en un compromiso firme de lucha contra el hambre, la
pobreza, las epidemias... que asolan a gran parte del género humano.
Movimiento del 0,7. Es un movimiento ideológico y social que surgió a partir de
1990. Reivindica una solidaridad más efectiva de los pueblos desarrollados hacia
los menos favorecidos. Por eso, exige que se destine realmente el 0,7 % del
producto interior bruto (PIB) de un Estado a ayudas para los países no
desarrollados.
Igualdad de derechos y oportunidades
Muy ligada a las reivindicaciones anteriores, está la defensa de un ideal
igualitario que alcance a todos los habitantes del planeta. Este ideal se asienta en
la convicción de que todo ser humano, sean cuales sean sus peculiaridades
personales, ha de gozar de las condiciones que le permitan llevar una vida rica y
digna. Esto significa, en definitiva, la defensa de una justa distribución de las
riquezas y una efectiva y real igualdad de oportunidades. Por otra parte, para que
esta reivindicación no se quede en pura formalidad, debe concretarse en la lucha
por los derechos de aquellos que históricamente vienen sufriendo peores
condiciones o un trato discriminatorio. En definitiva, debe promover la lucha por
los derechos de los niños, de las mujeres, de los ancianos, de las razas
minoritarias y de las religiones perseguidas.
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