38 JESUS, EL CENTRO DEL MISTERIO Es la figura histórica central del cristianismo como religión, como cultura, como hecho histórico, como fenómeno social. Nace en Belén entre el 7 y el 4 a. C. y muere en Jerusalén entre el 30 y el 33. Desde la Historia es el hombre más influyente que ha existido en la tierra. Desde la fe es el Hijo de Dios hecho hombre. Logra configurar un grupo de discípulos que se extenderán por todo el universo hasta nuestros días. Es dudoso si basta el dato histórico para explicar el cristianismo. O si precisamos acudir al misterio divino que se esconde en el hijo de José, el artesano, y de María, su esposa, quien terminó proclamándose Hijo de Dios. Sea lo que sea es la figura cumbre y singular de la Historia. 1. Vida terrena de hombre en plenitud Algo singular hay en la vida humana de Jesús, que le convierte en un ser misterioso sin ser legendario y una realidad histórica sin encerrarse en una cronología. Por eso se ha escrito desde hace dos milenos sobre su figura y se seguirán multiplicando las suposiciones y las hipótesis durante los siglos venideros. Nace en Belén. A imitación de los mahometatos que adoptan el año de la hégira (ida de Mahoma de la Meca a Medina el 16 de Julio 622) para fechar sus hechos, los cristianos comienzaron a fechar por el nacimiento de Jesús muy tardíamente. Los primeros cálculos fueron hechos por Dionisio el Exiguo, jefe de la Cancillería de Roma, con el Papa Adriano I (772-795) el año 753. Los cálculos se desviaron algunos años. Hoy sabemos que Herodes murió en Jericó el año 4 a C. y que Jesús ya había nacido y "escapado a Egipto", entre uno y tres años antes. Vive en Nazareth. Jesús es un personaje que con toda naturalidad vivió en Nazareth, donde pasó unos 30 años como cualquier artesano: con sus padres, en vida célibe, con austeridad, trabajo y asistencia a la sinagoga, con peregrinación por Pascua a Jerusalén desde los 12 años, etc. El nombre de Jesús es hebreo, Joshuah, que indica 'Yahvé es salvación'; y el título de Cristo, indica en griego ungido o consagrado (christos, en hebreo Mesías, mashiah, el ungido). Hacia el año 27, acude entre la gente que va al Jordán atraída por la figura del Bautista. Recibe el bautismo (inmersión en el agua) y pasa un tiempo en el desierto. Predicación. A partir de entonces se presenta como mensajero que anuncia la penitencia, el Reino de Dios (el triunfo final del bien) y el misterio de su identidad divina. Reúne discípulos, hasta 72, y selecciona doce, con uno de ellos como cabeza y animador de los demás. Los primeros seguidores fueron compenetrándose con su mensaje, en el cual es esencial su venida al mundo para salvar a los hombres. Le miran como libertador, como salvador prometido por los Profetas antiguos de Israel Después, los primeros escritores y los padres primitivos de la Iglesia redescubren todo lo que hay en las Escrituras sobre su figura y misión y perfilan toda la teología de la Redención y de la liberación del pecado. Jesús se presenta como enviado de Dios. Con desconcierto de quien le conoce en su vida ordinario termina afirmando ser Dios, hijo de Dios, de la misma naturaleza del Padre, que le ha enviado. 2. Su valor mesiánico. La vida de mensajero, predicador o profeta, discurre durante un tiempo. Si nos atenemos al texto evangélico, podemos calcularla en dos años y medio (30 meses): del Bautismo a la Pascua, de nuevo a la segunda Pascua y en la tercera Pascua su vida se ve truncada por la muerte de cruz. Datos cristianos. Las principales fuentes de información sobre su vida se encuentran en los Evangelios y otras referencias de los primeros cristianos. Fuera de ellos no quedan más que algunas alusiones indirectas de autores que como Flavio Josefo, Tácito, Plinio el Joven, saben de su existencia por la de los grupos cristianos. Esa ausencia de textos extracristianos ha hecho a los historiadores conceder escasa credibilidad humana a su figura, a pesar de su valor religioso. Pero el hecho de que no existan documentos no cristianos no quiere decir nada en contra de la realidad de su existencia terrena. También los testimonios de quienes vivieron con el y la aceptaron como enviado divino tienen su validez rigurosa y objetiva. Ecos proféticos. Los textos cristianos reflejan su genealogía, que se remonta a Abraham y David (Mt. 1.1-17; Lc. 3. 23-38). Esa genealogía refleja su vínculo con los dichos de los Profetas sobre el Mesías. Según Mateo (1.18-25) y Lucas (1.1-2,20), Jesús fue concebido por su madre de forma virginal. Ella "aunque desposada con José, quedó encinta por obra del Espíritu Santo" (Mt. 1. 18), según la fe de los cristianos. Nació en Belén, donde José había acudido para empadronarse, según edicto romano del momento. Detrás del hecho social esté el misterio del cumplimiento de las profecías. (Mt. 2. 6) Mateo es el único que describe (2. 13-23) el viaje a Egipto, ante el designio de Herodes de matar al niño, por haber sido buscado y venerado por unos personajes venido de Oriente al reclamo de una estrella. Sólo Lucas relata el cumplimiento de la ley de la circuncisión y relata la presentación en el templo (2. 21-24); este evangelista recoge también su presencia en el templo cuando cumplió los doce años (2. 41-51). Después, su vida queda oculta en Nazareth durante de 30 años. Vida de predicación En referencia a su ministerio público, los evangelistas recogen hechos y dichos del Maestro. En tres textos hay una coincidencia sincronizada (sinópticos) de su itinerario. El otro, el de Juan, sigue una forma y estilo diferentes para dar testimonio de lo acaecido. Coinciden en su presencia en el Jordán, entre los penitentes que acuden al solitario del desierto que proclama conversión. Juan, el Bautista, se presenta como prólogo de la predicación de Jesús, que va a seguir al principio sus pautas y luego va a ir mucho más allá. Juan proclama el carácter salvador de Jesús. Jesús saltará a proclamar su carácter divino. Luego se abren en diversidad de relatos, que van a constituir la esencia de su mensaje y vida de predicador. - El tiempo de penitencia y ayuno en el desierto y las tentaciones de Satán son el prólogo (Mt. 4. 3-9) y Lc. (4.3-12) - El regreso a Nazareth (Lc. 4. 16-30) y la desconfianza de los parientes y el trasladó a Cafarnaum supone otra coincidencia sinóptica. - La elección y vocación de los discípulos es la primera labor del Maestro. Son discípulos (Mt. 1. 40-51) entre los que resaltan doce seleccionados. - Entre los discípulos resaltan algunos: "Simón, al que llamó Pedro o piedra, y su hermano Andrés" (Mt. 4. 21), también "Santiago, el de Zebedeo, y Juan, su hermano" (Mt. 4. 21). Incluso Mateo, el recaudador de impuestos o Natanael, el que le echa en cara ser de Nazareth. La labor de Jesús es anunciar el Reino de Dios por lugares y aldeas, atrayendo a la gente. Se presenta como sorprendente e influyente con la fuerza de su palabra y con los signos prodigiosos que hace en favor de los enfermos y pobres. Rompe la costumbre de que los rabinos ambulantes vengan sólo del Templo de Jerusalén y reflejen ante el pueblo la autoridad delegada de los sacerdotes. Jesús habla en nombre propio, no en representación de nadie, en sus comentarios y exhortaciones. - Lo fundamental de sus enseñanzas queda sintetizado en el sermón de la montaña (Mt. 5. 1-7), que contiene las bienaventuranzas (5. 3-12) y la oración del padrenuestro (6. 9-13). La enemistad de los fariseos, acompaña la tarea de tan singular predicador. - La fama de Jesús se extendió sobre todo entre los marginados y los oprimidos, hasta l punto de querer proclamarle rey (Jn. 6. 15). Pero Jesús reclamará separar entre el César y Dios cuando se le pregunta por su pensamiento sobre los dominadores del pueblo elegido. - Muchos de sus discursos son duros de aceptar para las mentes de los ilustrados, como el dicho en Cafarnaum (Jn. 6. 15-21). Y la mayor parte de sus exposiciones son cautivadoras, aunque emplea lenguajes parabólicos y simbólicos. (Jn. 6. 35). Su escenario terreno Los Sinópticos le hacen pasar la mayor parte de su tiempo en Galilea, pero Juan centra su acción sobre todo en Judea y en Jerusalén. En Cesárea de Filipo, Simón Pedro proclama con naturalidad que Jesús es el Cristo (Mt. 16. 16; Mc. 8. 29; Lc. 9. 20). - Pronto comienza a predecir su muerte a sus discípulos. Pero también anuncia su resurrección. Les ofrece signos a ellos solos, como la transfiguración, en donde oyen a Dios declarale su "Hijo amado". - Los milagros atraen a los sencillos e irritan a los obcecados adversarios del templo. Sin embargo son las pruebas irrefutables de que es un enviado de Dios, como reconoce el ciego curado en Jerusalén. (Jn. 9. 20) De manera especial hay algunos que culminan su labor, como es la resurrección de Lázaro, cuatro días ya muerto y enterrado en Betania (Jn. 11. 1-44). Final de su vida terrena En los últimos meses de su vida tiene que esconderse, pues corre peligro de ser detenido por sus predicaciones (Mc. 11. 11-12) y por su popularidad. Es lo suficientemente intuitivo e inteligente para entender que desean matarle. Tiende a esconderse en Betania o en otros lugares como de Ephrem, cercano al desierto (Jn. 11. 54). Son tiempos en que Jesús multiplica ya los discursos o avisos escatológicos, sobre el fin de los tiempos, sobre la destrucción del Templo, sobre la ruina de Jerusalén, sobre su propia muerte violenta. Al menos los evangelistas sitúan esos avisos al final de sus relatos (Lc. 22. 31-34) y recuerdan que es el mismo Jesús quien los formula. Jesús declara la inminencia de su partida y de su muerte de cruz, no menos que el abandono de los discípulos y la negación misma de Pedro (Mc. 13. 1-2; Mt. 24. 1-2; Lc. 21. 2024) Cercana la Pascua, Jesús va a Jerusalén por última vez. Juan menciona diversos viajes a Jerusalén; los Sinópticos prefieren la acción en Galilea y sólo al final en Judea y la llegada a Jerusalén, en donde suelen morir los profetas. (Mc. 10. 32-34; Lc. 18. 31-34; Mt. 16. 22-23). Hablan de la entrada clamorosa en Jerusalén, donde hay muchos peregrinos de Galilea que han conocido sus enseñanzas y milagros. Mt. 21. 1-11; Lc. 19. 28-40) Expulsa del templo a los mercaderes y cambistas, que trafican con las monedas de uso profano (romanas) a cambio por las del templo, que eran más sagradas para el óbolo o limosna ritual. (Mc. 11. 15-19). En Jerusalén, por la noche, sale fuera de la ciudad, a casa de los amigos de Betania, donde María le ofrece un gesto de aromas que unos condenan y Jesús ve como anuncio de su embalsamamiento (Mt. 26. 6-13; Mc. 14. 3-9). Los sacerdotes, ante las adhesiones que siguen a la resurrección de Lázaro, deciden su muerte. (Jn. 11.48). - Uno de sus seguidores, Judas Iscariote, se compromete por dinero a entregarle (Mt. 26. 14-16). La última cena. El jueves celebra la cena de Pascua con sus discípulos y les habla de su muerte inmediata. En la cena bendice el pan ácimo y el vino y declara ser su cuerpo y su sangre. Les encarga hacer eso siempre como recuerdo y presencia suya en medio de ellos. Es la Eucatristía como memorial y sacrificio. (Mt. 26. 26-30). Juan recoge con detalle la conversación de despedida y el mandamiento de despedida. Previa a la cena pone el lavatorio de pies. Y al terminar recoge la plegaria larga de Jesús. (Jn 14-17) Después de la cena, Jesús y sus discípulos van al huerto de los Olivos (Mt. 26. 30-32) y (Mc. 14. 26-28) donde ora con angustia y es prendido por el traidor y los que le siguen (Lc. 22,44). A partir de ello termina su misión de anuncio. El proceso y la muerte El proceso de Jesús tiene dos partes: ante el Sanedrín y ante Pilatos. Para cumplir la ley, el Sanedrín no puede reunirse de noche. Mientras tanto Jesús es llevado a Anás (Jn. 18 13-24), Sumo Sacerdote destituido por los romanos años antes. Su yerno, José Caifás es el que figura. Ante los judíos existe la sorda adhesión el rechazado por Roma. Los discípulos han huido, pero Juan y Pedro han ido al patio de la casa de Anás. Y Pedro, antes de que el "gallo cante dos veces, ya ha negado conocerle tres". Al amanecer rápidamente el Sanedrín, 72 jueces, se reúne y le juzga con un interrogatorio en el que se declara Hijo de Dios, que vendrá a juzgar. (Mt. 26. 63). Por esta afirmación (Mc. 14. 62), el Consejo le condena a muerte por blasfemia y "violación de la Ley". Lo llevan pronto al Procurador Pilatos, que había sino nombrado el año 26 y sería destituido el 36. Es viernes por la mañana y Pilatos quiere salvarlo, más por antipatía a los judíos y sus príncipes, que por consideración a aquel galileo. Se lo remite a Herodes, al saber que es Galileo. El Rey, que está en Jerusalén, se lo devuelve, después de haberlo despreciado. Acorralado por la masa, azuzada por los sacerdotes que reclama su crucifixión, Pilatos termina entregándoselo como concesión, a pesar de haber proclamado su inocencia. (Mt. 27.24). El forcejeo dura dos o tres horas; pero a mediodía, después de recorrer con el madero en que va a ser colgado las callejas de Jerusalén, Jesús está ya en el Calvario, colina de las ejecuciones "fuera" de las murallas de la ciudad santa. Crucifixión y muerte Con él crucifican a dos ladrones. Está presente su madre y varias mujeres amigas. Está Juan, único discípulo que se aventura, amparado tal vez por su poca edad. Por supuesto están los soldados y los sacerdotes que deben cerciorarse de su ejecución. (Mt. 27. 32-55). Jesús pronuncia algunas palabras en la cruz: de perdón, de angustia, de plegaria (Salmo 21), de entrega de su madre a Juan. A la hora de sexta expira, mientras densa oscuridad se apodera del paisaje. (Mc. 15. 32-41) El sepulcro Como se acerca el sábado al atardecer, que es muy solemne por coincidir aquel año con la Pascua, se les quiebra las piernas a los crucificados para que mueran antes y no haya cuerpos en la cruz. A Jesús, ya muerto, "no se le rompe ningún hueso", sin advertir que es para cumplir la Escritura. José de Arimatea, principal de Jerusalén, pide a Pilato el cuerpo de Jesús. Como la noche se acerca, lo depositan envuelto en un sudario en un sepulcro cercano que tenía reservado para sí y en espera de amortajarle bien después.(Jn. 19. 39-42). Rápidamente todos se retiraron para cumplir la sagrada ley del descanso. La vida de Jesús y su ejecución como blasfemo está en el centro de toda educación cristiana. Pero hay que distinguir lo que corresponde a la cultura cristiana y lo que verdaderamente es fe y espíritu de creyente. La cultura parte de un personaje histórico, maravilloso, influyente, real,, que nace, vive, y fatalmente muere. Sus discípulos, después de su muerte, comprueban que el Sepulcro está vacío y que se multiplican los testimonios de quienes le han visto resucitado. Esos discípulos con ese mensaje se extienden por todo el mundo. Unos les aceptan el testimonio y otros los rechazan. Unos creen los milagros de Jesús y en su carácter divino y otros lo repudian, o moderan su aceptación con explicaciones y teorías. Pero también es fe. La fe es otra cosa. Considera como detalles menos importantes los datos históricos y las circunstancias en que se mueve la historia. Lo importante es creer que Jesús, terminada su vida terrena con la muerte de cruz y estando encerrado en el sepulcro, resucitó al tercer día y está sentado a la derecha del Padre. 3. Catequesis y Evangelio La dimensión terrena de Jesús es prioritaria para los historiadores y los arqueólogos. La dimensión divina de Jesús es predilecta para los teólogos. Los catequistas asumen las dos dimensiones y dan primacía en su tarea a presentar las dos cuestiones a sus catequizandos. Por eso la catequesis mira en la vida de Jesús dos aspectos: vida y misterio. Su vida es maravillosa. En la catequesis es hermoso, interesante y cautivador el relato de sus acciones y de sus enseñanzas. Jesús es el hombre por excelencia. Debe ser conocido, imitado, admirado. Por esto es cultura e historia que el catequista debe poseer con precisión, amplitud, cordialidad, soltura y habilidad para transmitir a los demás. Su misterio es grandioso. Se trata nada menos que de un Dios hecho hombre. Lo misterioso que es el hecho de su existencia, desde su encarnación a su resurrección, cumbre de su mensaje de salvación. Entra ambas expresiones del misterio se halla el perdón del pecado, la redención, la justificación, la gracia, la esperanza en la otra vida. Esto reclama la gracia de la fe. Está por encima de la cultura. Por eso, la cultura llega hasta el Sepulcro de Jesús. La fe comienza en la Resurrección. Una catequesis de cultura cristiana debe apoyarse en los relatos y en sus enseñanzas. Una catequesis de fe debe aspirar a más, a la contemplación sorprendida y humilde de la resurrección. Hemos de tener en cuenta que la fe en Jesús es muy diferente de la fe en Buda, Zoroastro, Confucio, Mahoma. El cristiano no admira y "cree a Jesús" como figura religiosa maravillosa, como predicar de una doctrina sublime, como fenómeno humano insuperable. Más bien el cristiano cree "en Jesús", es decir en el misterio revelado que el representa en cuanto Dios encarnado, en cuanto hombre unido a la divinidad. En el Centro de todo el mensaje se halla la resurrección Al amanecer del primer día, que luego se llamaría el día del Señor, Dominicus, domingo, "María Magdalena y María la madre de Santiago" (Mac. 16,1) fueron al sepulcro para ungir el cuerpo de Jesús antes de enterrarlo, y lo encontraron vacío. En Mt. 28. 2 se habla de un terremoto que hubo y del ángel que aparta la piedra de la entrada, de la huida de los soldados que guardan el sepulcro a petición de los sacerdotes a Pilato y del "joven" (Mc. 16. 5) vestido de blanco que dice "Ha resucitado". Después vienen las diversas apariciones. Y con ellas el testimonio hasta hoy de que Jesús vive para siempre. Rasgos de la resurrección La resurrección no entra en la historia terrena de Jesús, aunque es un hecho histórico en cuanto hay testigos que acreditan lo que han visto. Los datos de los testigos se multiplican y hasta no coinciden, como pasa en todo lo humano. - El ángel de Mt. 28. 5-6 no coincide con los dos hombres "con vestiduras deslumbrantes" de Lc. 24. 4. Según Juan 21. 11-18, María Magdalena vio dos ángeles y después a Cristo resucitado. Según Lc, Jn. y Mc. Jesús se apareció a las mujeres y a otros discípulos en varios lugares en Jerusalén y sus proximidades. - Valor de los testigos. La mayoría de los discípulos no dudaron en "comprender" que habían visto y escuchado de nuevo al mismo Maestro con el que habían vivido. No es fácil entender cómo no le identificaban físicamente, pues había vivido con él en Galilea y Judea. (Mt. 28. 17; Jn. 20. 24-29) - Todas las discrepancias y variedad de testimonios son hechos humanos y desde entonces entran en la historia de Jesús. La certeza de que Jesús resucitó y vive, que llega hasta nuestros días, es coincidente en todos los que tienen fe. - Los Evangelios señalan que, después de su resurrección, Jesús siguió algún tiempo enseñando a sus discípulos sobre asuntos relativos al Reino de Dios. El texto evangélico indica cuarenta días, que es lo mismo que decir algún tiempo fijo, algo largo, no excesivamente breve. - Fue entonces cuando confió a sus Apóstoles la misión: "Id y haced discopulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt. 28. 19). La Ascensión Hubo un día en que, según los recuerdos de unos, en Galilea (Mt. 28. 16-18; Mc. 16. 14-18) y, según otros, en Jerusalén, en el huerto de los Olivos, (Lc. 24. 50-51), Jesús fue visto ascender a los cielos por sus discípulos. Los Hechos de los Apóstoles (1. 2-12) recogen que la Ascensión ocurrió cuarenta días después de la resurrección. Los discípulos recibieron la orden de Jesús de quedar en Jerusalén a la espera de la venida del Espíritu Santo. Cuando esto aconteció, se inicio la marcha de la Historia cristiana, la cual se prolonga hasta nuestros días. Pero en esa marcha de la Historia cristiana es donde hemos de enmarcar la catequesis sobre Jesús. Es preciso de comunicar a todos que Jesús ha nacido, vivido, muerto y resucitado. A quien no lo sabe, se le comunica para que se goce con la noticia. Es la evangelización. A quien ya lo sabe, se le ayuda a que ahonde los conocimientos, los sentimientos, las relaciones y los compromisos. Es la catequesis. 4. EL MENSAJE DE JESUS Con la catequesis se asocia al mensaje de Jesús, pues será siempre el centro de lo que haga, pienses y anuncia el catequista. Presentar una síntesis de la doctrina que Jesús proclamó a lo largo de su vida de Maestro, o rabino ambulante, es casi imposible por tres motivos: 1º Los evangelistas en sus relatos no pretendieron hacer una exposición sistemática y ordenada de lo que Jesús enseñó. Su intención fue sólo recoger para sus destinatarios "los dichos y hechos de Jesús", según expresión antigua de los primeros cristianos. Es probable que el mismo Jesús, en su predicación por las aldeas y entre las gentes sencillas, no tuvo la intención de ordenar sus enseñanzas. Su mensaje era más vital que lógico; y, por lo tanto, se iba acomodando a las circunstancias de las personas y de los lugares. 2º Lo recogido en los Evangelios no es todo "lo que Jesús dijo e hizo" en su vida de predicador ambulante. "Si se fuera a escribir todo, no cabrían en el mundo los libros que se habían de hacer." (Jn. 21.25) Resulta imposible perfilar un mapa conceptual de toda la doctrina de Jesús. Abarca, al menos en germen, todo lo que el cristianismo implica de mensaje en todos los campos y perspectivas. Miles de veces lo han intentado los grandes escritores cristianos de todos los tiempos y lo seguirán haciendo hasta el final del mundo. 3º Es interesante contrastar además que, si nos atenemos a la cronología reflejada en el Evangelio, la predicación de Jesús fue muy corta en duración, al menos al compararla con los años de trabajo en Nazareth. Jesús estuvo unos 30 meses proclamando su mensaje y su misión mesiánica: desde el bautismo en el Jordán hasta la primera pascua; un año hasta la segunda pascua; y otro hasta la pascua siguiente en la que murió en la cruz. Llamamos Evangelio, o buena noticia, a esa comunicación que Jesús nos hace con sus obras y con sus palabras. Los cuatro evangelistas recogen lo que se refiere a ese período breve. Se puede construir un esquema, pero no completo. Serán los otros 23 escritos del Nuevo Testamento (Epístolas, Hechos y Apocalipsis) y la misma Tradición (escritores, plegarias, recuerdos) la fuente complementaria para ordenar los gérmenes latentes en los textos evangélicos primitivos. Todo ello transmite un "kerigma", no una "doctrina" o sistema doctrinal. Portado ello, no es el orden lógico y teológico del mensaje de Jesús lo que interesa en catequesis, sino su contenido, su mensaje salvador, su plenitud vital. Y desde luego, se actuará en catequesis con sencillez y sin excesivos alardes exegéticos. Para los expertos quedan otras dimensiones complejas: realidad y perspectivas humanas de la vida de Jesús de Nazareth, cronología, antropología o sociología latentes en el trasfondo de los Evangelios, influencias de los entornos creyentes en que se escriben y se divulgan, etc. Es tradicional llamar "Vida pública de Cristo" al período breve de su predicación por el territorio de Galilea, Judea, y Samaría, y por los otros lugares como la Decápolis, la Perea, e incluso la zona próxima sirofenicia, que también son aludidos en los textos evangélicos. Los Evangelios sinópticos intentan reflejar esa actividad de Cristo y relatan el ministerio público de Jesús, que comenzó tras el bautismo en el Jordán y después del tiempo que pasó en el desierto preparándose con el ayuno y la oración. Los tres Sinópticos describen las tentaciones de Satán y la victoria profética y mesiánica del Salvador (Mt. 4. 3-9; Lc. 4. 3-12; Mc. 1 .12). Después del encarcelamiento y muerte de Juan Bautista, Jesús asumió el protagonismo de una predicación ambulante llena de enseñanzas y de "signos" de la autoridad divina de la que era portador. Aunque Jesús regresó a su lugar de Nazareth (Lc. 4. 16-30), pronto se centró su vida en Cafarnaum, junto al lago. Era ciudad multirracial y más grande, donde podía pasar desapercibido y librar sus enseñanzas de los conflictos con los más celosos de su pueblo y de la sinagoga de Nazareth. Sabía que "ningún profeta es recibido en su propia patria." (Lc. 4. 24) Elegidos sus discípulos (Mt. 1. 40-51), organizó la comunidad estable que le apoyaría y que luego sería su sucesora en la transmisión del mensaje salvador del que era portador. Sus primeros seguidores fueron "Simón, que se llama Pedro, y su hermano Andrés; Santiago, el de Zebedeo, y Juan, su hermano" (Mt. 4. 21). Más adelante el número de Apóstoles llegó a los doce, que simbolizarían el nuevo pueblo de Israel, en donde las viejas doce tribus irían quedando reemplazadas por la nueva sociedad, que es la Iglesia. Al poco tiempo de comenzar su misión de "Maestro, de Testigo y de Profeta", Jesús se manifestaba ya como lo que era, "Mesías, Rey y Salvador." La catequsis de Jesús siguió más o menos un proceso que puede sintetizarse en tres pasos. Primer paso: proclama la "metanoia Con la llamada a la nueva vida, a la penitencia, a la conversión, inicia su mensaje y su predicación. Su referencia de partida es el Jordán. Por eso alaba de manera especial al Bautista, al cual se presenta como su Precursor, y cuyo mensaje es de conversión, de fidelidad a la verdad y al Espíritu Santo. (Mc. 1. 14; Mt. 3. 17). "Si no hacéis penitencia todos pereceréis" (Lc. 13. 5; Mt. 3. 4). Jesús comenzó su itinerario evangelizador con el mismo mensaje del Bautista. La penitencia que Jesús reclama es el bien obrar: "No el que dice Señor, Señor, entra en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre". (Mt. 7. 21). La llamada a la conversión de los pecadores y su preferencia por las ovejas descarriadas de Israel es uno de los rasgos más entrañables de su mensaje inicial de misericordia. (Jn. 10. 1-16) Organiza a sus seguidores. Sus discípulos, que hasta fueron "72" (Lc. 10.1) en algún momento y sus "12" elegidos como Apóstoles, (Mt. 4. 18-25; Mc. 1. 16-20) estaban destinados a llevar el mensaje a todo el mundo. Jesús los prepara para ello. Incluso los iba enviando a preparar el terreno "por donde El mismo había de pasar a predicar." (Mt. 10. 5-15; Mc. 6. 6-13; Lc. 9. 1-6) Mas tarde los envió de "dos en dos" (Lc. 10.1), para dar el sentido de comunidad en sus difusión del mensaje salvador. Les dio poderes admirables, que a ellos mismos le llenó de gozo y sorpresa: "Hasta los espíritus se nos someten en tu nombre." (Lc. 10.17) Incluso es clara la intención de que ese anuncio llegue a todos: "Id y predicar a todas las gentes del mundo" (Mt. 28. 19), "hasta que se forme un solo rebaño y un solo pastor" (Jn. 10. 16) Segundo paso: proclama el Reino de Dios Jesús multiplica a lo largo de su predicación sus reclamos al Reino de Dios y entiende por tal, al estilo profético, el triunfo del bien sobre el mal. Prefiere las referencias al Reino de Dios en forma de parábolas (Mt. 13. 10-46; Mc. 4. 13-20) ante que en sistemas morales de vida o en doctrinas generales. Y se apoya en las pruebas de sus milagros. "Si no me creéis a mí, creed a las obras que hago en nombre de mi Padre." (Jn. 5. 19-30). Y compromete a todos los que quieran seguirle a renunciar a sus intereses particulares, y a tomar la cruz y a caminar con él. (Mt. 10. 36 y 16.24) Reclama la fe y exige el compromiso de las obras. La fe es la llave del nuevo Reino que proclama. Hasta tal punto lo es, que sus pruebas se la ofrece sólo a los que dan muestras de ella. "Todo es posible si tienes fe" (Lc. 17. 5-6). Cuando no hay fe, "Jesús no hace signos entre ellos". La fe es la condición personal previa para recibir la vida eterna y para no ser condenados. El mensaje de Jesús no esta constituido por sus palabras, sino por su misma Persona. Por eso, la fe que Jesús fomenta no es la aceptación de sus enseñanzas, sino la adhesión a su Persona. (Mt. 6. 30; Lc. 17. 5; Lc. 8. 25). La fuerza de la fe que Jesús reclama a los suyos está en la conciencia misma de su origen divino. Es claro al respecto. Da testimonio de que ha sido enviado por el Padre (Jn. 5, 23 y 37; 6. 38 y 44; 7. 28.). Se sabe venido del "del Cielo" (Jn. 3. 13; 6. 38 y 51) o "de arriba" (Jn. 8. 23). Ha salido de Dios, o del Padre, y vuelve a El. (Jn. 8. 42; 16. 27). Jesús expresa con estas palabras su preexistencia en Dios. Puesto que su relación con Dios se define como filiación, es obvio que su preexistencia es equivalente a la del mismo Dios. Se siente Señor del sábado. Cuando los judíos le censuran por quebrantar el sábado, Jesús los rechaza con el siguiente argumento: "Mi Padre sigue obrando todavía, y por eso yo obro también." (Jn. 14. 17). Con ello, Jesús reclama en sus acciones completa igualdad con el obrar del Padre. Así como el descanso sabático no impide a Dios ejercer su acción conservadora y rectora del mundo, de la misma manera el precepto sabático no le estorba tampoco a Él para realizar la curación milagrosa. Los fariseos ven expresada en esta frase de Jesús la igualdad esencial con Dios y la filiación divina consustancial: “Por esto los judíos buscaban con más hinco matarle, porque no sólo quebrantaba el sábado, sino que llamaba a Dios Padre, haciéndose igual a Dios." (Jn. 7. 30; 10. 39; 11. 26). 4.7. Da un mandamiento nuevo Lo más significativo de su mensaje es el amor al prójimo. Lo constituye en distintivo de sus seguidores. Y hace caer en la cuenta que es el amor a los hombres lo que hace posible la salvación en la otra vida. Sus reclamos sobre el amor son tan intensos, que desde los primeros tiempos no habrá otra señal superior para los cristianos. (Jn. 13. 34; Jn. 15.9; Mc. 12. 31). El amor al prójimo se convierte en el signo de Jesús. El amor a los demás pasa por la renuncia al propio yo, por el servicio generoso y también por el desprendimiento de los propios bienes en favor de los necesitados. Jesús exige de sus discípulos un amor que supere todo amor creado, el cual está hecho de renuncia y fidelidad". "Quien ama al padre o a la madre más que a mí, no merece ser mío; y quien ama al hijo o a la hija más que a mí, tampoco merece ser mío". (Mt. 10. 37). Llega su precepto tan lejos que exige incluso que entreguen la vida por Él (Mt. 10. 39) "Quien perdiere su vida por mí, la hallará." (Lc. 17. 33) Terce paso. Anuncia el gran misterio: Soy el Hijo de Dios. El gran mensaje, el centro y alma de su predicación, de su doctrina, se halla en la revelación de su propia divinidad. Los títulos que Jesús se da y los derechos que se atribuye sólo se entienden en este contexto profético. Se sabe y se siente el Emmanuel (Dios con nosotros: Is. 7. 14; 8. 8). Se proclama enviado divino, pero también Dios e Hijo de Dios. Sus títulos brotan en torrente de ese presupuesto: Admirable, consejero, Dios, Varón fuerte, Padre del siglo futuro, Príncipe de la paz. (Is. 9, 6) La expresión "Hijo de Dios" refleja la idea que Jesús tiene de sus Padre aparece continuamente en sus enseñanzas. Jesús se declara íntimamente dependiente de su Padre: ”Todas las cosas las ha puesto el Padre en mis manos. Y nadie conoce al Hijo, sino Padre; ni conoce ninguno al Padre, sino el Hijo, y aquel a el Hijo quisiera revelalo". (Mt. 11, 27; Lc. 10, 22). Este texto de los Sinópticos, que tanto sabor tiene a S. Juan, refleja la visión más honda de la conciencia que Jesús poseía de ser el Hijo de Dios y de su identidad divina. Jesús sabe perfectamente que ha recibido de su Padre la plenitud de la verdad revelada y del poder divino. No se siente un profeta más, como los del Antiguos Testamento. Con las palabras: "Nadie conoce al Hijo, sino el Padre", quiere decir que su ser es tan divino como el del Padre Dios. No es un enviado de Dios como los demás, sino el Hijo de Dios. Distingue claramente el modo como Él es Hijo de Dios del modo como lo son sus discípulos. Cuando habla de su relación con su Padre celestial, dice siempre: "Mi Padre". Cuando habla de la relación de sus discípulos con el Padre celestial, siempre dice: "vuestro Padre" o "tu Padre". No se iguala Jesús con sus discípulos diciendo "nuestro Padre", ni siquiera cuando habla de sí y de sus discípulos al mismo tiempo. (Mt. 25. 34; 26. 29; Lc. 2. 49; 24. 29; Jn. 20. 17) Es observación semántica de valor relativo, pero puede ser una pista de reflexión catequística sobre este aspecto central de su mensaje. El "Padrenuestro" no es su oración, sino la que enseña a sus discípulos para que éstos aprendan a orar. (Mt. 6. 9-13) En el camino de su predicación quedó una cadena hermosa de declaraciones, entre las cuales se halla la confesión de Pedro narrada por los evangelistas. Pedro dijo sin rodeos: "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo, que ha venido a este mundo" (Mt. 16.13-20). Y la última solemne declaración de su divinidad se dará ya en el proceso que concluye su vida terrena ante el tribunal de Israel: "Tú lo dices, lo soy; y os digo más, veréis al Hijo del hombre venir sobre las nubes a juzgar con poder y majestad" (Mt. 26. 64-66; Mc. 14. 62). 5. Las formas catequísticas de Jesús Las palabras, las actitudes y los hechos de Jesús muestran que no quiso presentarse como un Mesías en el sentido sociológico, antropológico o teocrático de los judíos (según las diversas corrientes), sino en el sentido profético y escatológico, como verdadero Mesías-Dios e Hijo de Dios consustancial con el Padre, encarnado en el hombre que terminaría condenado a la cruz. Se presentó investido de una autoridad divina que hacía patente ante los hombres que le contemplaban, le discutían, le admiraban, le rechazaban o le seguían con devoción. Esa autoridad se apoyaba en signos maravillosos o milagros, los cuales llenaban de sorpresa, no sólo a los beneficiados por ellos, sino también a sus adversarios. Sus signos eran la confirmación de sus palabras. Jesús curaba enfermos, daba vista a los ciegos, dominaba los elementos de la naturaleza, expulsaba demonios y, sobre todo, resucitaba muertos. Quien no creía sus palabras tenía que rendirse ante la evidencia de las obras que hacía en nombre de su Padre. Reprochaba la falta de fe en sus gestos y signos y alababa la buena disposición para creer que descubría incluso en los paganos (Mt. 8. 10-12; Mt. 15. 28), recompensaba la fe de quienes le pedían curaciones (Mt. 8. 13; 23. 22 y 29; 15, 28; Mc. 10. 52; Lc. 7. 50) y censuraba la poca fe que encontraba en los que más vínculos deberían tener con los profetas y con las tradiciones de Israel. Sabía quién era y obraba con su propio poder. Y sus tareas de Rabino, de Pastor, de Mesías, respondían a su plan de salvación, que era el señalado por su Padre celeste. Ese plan era la razón de su obrar terreno. La forma del mensaje Jesús se acomodó en sus enseñanzas a los usos habituales en aquellos rabinos o maestros ambulantes que, dependientes de los sacerdotes del templo de Jerusalén, discurrían por las aldeas y poblados, para mantener la fidelidad del pueblo a la religión de sus mayores. El centro de la vida religiosa cotidiana se hallaba en la sinagoga de cada lugar, como lugar religioso de referencia. La relación con el Templo de Jerusalén era más remota: anual para los varones y mucho más ocasional para las mujeres. Pero la vida de los judíos, y Jesús era judío, estuvo centrada en la Ley. Jesús no se instaló en Jerusalén, como los escribas o "maestros de la Ley" más importantes. Fue a buscar a las ovejas de Israel por todas las aldeas y poblados de "Palestina". Lo dijo bien claro: "He venido para las ovejas descarriadas de Israel." (Mt. 15.24) Enseñaba con sencillez y, al mismo tiempo, con sabiduría sorprendente: "¿Cómo sabe éste las letras si no las ha estudiado?" (Jn. 7. 15). Y hacía sus signos maravillosos, los cuales confirmaban su autoridad divina, allí donde surgía la ocasión y sobre todo "donde había fe". Anunciaba la nueva forma del Reino de Dios por los caminos, en las laderas de un monte o en las riberas del lago, en las plazas y en los pórticos del Templo, en donde se reunían peregrinos. Predicaba al aire libre, en los caminos, en las laderas del monte, desde una barca, ante multitudes y sentado en la mesa de quien le convidaba a comer. También entraba en diversas sinagogas de los lugares por los que intencionadamente pasaba. Se declaraba por encima de de la Ley. Lo audaz de su mensaje era proclamarlo por encima de la Ley misma. No era mensaje de ruptura con las normas legales de Moisés, sino de superación de las meras tradiciones. No iba contra el Templo o la Ley, sino que se ponía por encima de ambos. "No he venido a destruir la Ley y a los profetas, sino a darles cumplimiento" (Mt. 5. 17). Sabía, y explícitamente afirmaba, que la Ley y los Profetas "habían durado hasta Juan" (Mt. 11. 13), pero que su tiempo había sido superado, precisamente con su venida mesiánica. Esa actitud de Jesús resultaba desconcertante, pero no arrogante: era escandalosa para los fariseos, pero maravillosa para las gentes sencillas que declaraban: "Jamás nadie ha hablado como este hombre" (Jn. 7. 46). Su forma de exponer su doctrina "no era como las de sus escribas" (Mc. 1.22; Jn. 12. 19). La originalidad de su actuación de Rabino queda patente en los textos evangélicos que recogen su actuación humana. Es difícil, por no decir imposible, deslindar lo que, en los procedimientos de Jesús, hay de testimonio admirado de los evangelistas, lo que hay de realidad en la vida sencilla de Jesús. Sin embargo, no cabe duda de que la energía de su predicación era aurora y reflejo de nuevos tiempos, una Alianza de salvación y de amor, diferente de la irritante minuciosidad legalista de los fariseos y del escepticismo saduceo imperante en los interesados dirigentes del Templo. Jesús era exigente y diferente en su doctrina: reclamaba la bondad de corazón, el perdón de los enemigos, la oración más sincera e interior, el respeto a la mujer, la ayuda al necesitado, la sinceridad en las palabras, la pureza en las intenciones, el desprendimiento de los bienes materiales, el cumplimiento de las leyes de las autoridades terrenas. Condenaba con vehemencia la hipocresía, la explotación de los débiles, la piedad falsa, la violación de la propia conciencia y el escándalo de los inocentes (Mt. 18.6-7; Mt. 5.30). Se relacionaba con los pecadores, con los publicanos, con los niños, con las mujeres, con los soldados, con los criados, con los samaritanos y con los extranjeros y también con los "doctores en la Ley" (Jn. 12. 20). Sus preferencias estaban, sobre todo, con el pueblo ignorante, sin alardes farisaicos y sin argucias saduceas. No se consideraba superior, sino salvador. Anunciaba, no sus ocurrencias, sino la doctrina recibida de su Padre" (Jn. 5.30 y 37; Jn. 10.38; Jn. 12.44) Aunque la intención de Jesús no es perfilar una doctrina sistemática y el diseño de los Evangelios es un relato natural y vital y no un sistema ideal, existen en los textos sagrados determinadas formulaciones sobre la doctrina de Jesús que poseen catequísticamente un valor singular. Bienaventuranzas Tales son las llamadas bienaventuranzas (Mt. 5. 1-12; Lc. 6. 20-26), situadas en el contexto del sermón del Monte, que refleja Mateo. (Mt. caps. 5-7). Es un programa que la tradición cristiana ha visto como la mejor ordenación de la vida evangélica. Este orden irá acompañado en los otros sinópticos (Mc. 1. 12-13 y Lc. 4. 1-13) de sentencias negativas (malaventuranzas) similares. El padre nuestro Con el texto del Padrenuestro acontece algo similar (Mt. 6. 9-13). Al margen de su formulación al modo de plegaria, tenemos también el sentido programático de la vida cristiana que encierra: llamada al Padre, respeto a su Padre, perdón de los adversarios, confianza en la providencia divina, etc. Algunos discursos son sorprendentes Son varios los discursos puestos en labio de Jesús que aparecen llenos de consignas ordenadas. Son como un intento de ordenar los principios y las enseñanzas, con cierto estilo orgánico y sistemático. Algunos de ellos pueden ser recordados con singular interés catequístico El sermón del monte. Mateo recoge en tres capítulos (5 a 7) un conjunto de prescripciones vitales y morales, que puede ser considerado en programa de la predicación de Jesús. Fuera o no real "el sermón del monte", este discurso sintetiza magníficamente lo que fueron las enseñanzas morales de Cristo en su predicación: bienaventuranzas, la Ley, amor al prójimo, los pobres, la oración, Providencia, renuncia, etc. El discurso, "antes de bajar del monte", se hace terminar así: "Todo el que escucha estas palabras mías y las pone en práctica es el prudente constructor de una casa firme". (Mt. 7. 26) El último discurso. San Juan recoge otro discurso largo de los Evangelios. Es la despedida en la Ultima Cena donde, en otro tono y estilo, se perfila lo que han sido las enseñanzas de Jesús y lo que debe ser la vida de sus seguidores, una vez que El se vaya, lo cual es inminente. (Juan caps. 14 a 16). En esta despedida Jesús habla del mandamiento nuevo, de las dificultades y persecuciones, de la venida del Espíritu Santo, de la unión con El, de la victoria sobre el mundo, de la esperanza escatológica. Condensa lo que ha sido su vida: un continuo cumplimiento de la voluntad del Padre. Y reclama los que ha de ser la vida de sus seguidores: amar a Dios a los hermanos. Al terminar el discurso, Juan recuerda: "Acabadas sus palabras, levantó los ojos al cielo y dijo: Padre, ha llegado la hora." (Jn. 17. 1) El llamado “Discurso de la Última Cena” es muy diferente del “Sermón de la Montaña”. En clave catequística, el de la Cena es recapitulativo y escatológico. Es despedida. El del monte es programático y moral. Es un plan de vida. 6. LA CATEQUESIS SOBRE JESUS El catequista debe recordar que el centro de la formación del cristiano es la fe y no la inteligencia. La realidad histórica de Jesús se vincula con la cultura y con las dimensiones humanas y terrenas del cristianismo. La catequesis es otra cosa. Es la educación de la fe en ese Señor, que se presenta como enviado divino, como Hijo de Dios. Sin embargo, la figura de Jesús es lo suficientemente importante y significativa para que por sí misma merezca una atención singular. Es bueno en catequesis resaltar esa dimensión. Por eso es imprescindible en la formación cristiana el conocimiento de todo lo que define la historicidad del Señor. Las variables históricas en las que se ensarta la figura de Jesús son diversas. Algunas pueden ser: - Los lugares en donde discurre su existencia: regiones, provincias, caminos, pueblos, ciudades, etc. - Los momentos en los que Jesús vive: tiempos romanos, hechos judíos, etc. - Las figuras que se relacionan con su existencia: Herodes, Pilatos, Anás, Caifás, César Augusto, Tiberio... etc. - Los acontecimientos que suceden: guerras, conquistas, consorcios comerciales, campañas, etc. - Usos y costumbres: fiestas, celebraciones, conmemoraciones, monumentos, tributos, productos comerciales, diversiones, etc. - Incluso creencias contemporáneas: dioses, templos, plegarias, sacrificios, ofrendas. Todo ello interesa para situar la figura de Cristo en el tiempo y en el espacio. El catequista no va hacia ello por curiosidad, por erudición o por sospecha, sino por conveniencia pedagógica. Con el dominio de los datos humanos se puede ir mejor hacia lo divino. Si ese dominio, puede surgir la duda o el desconcierto. Temas e ideas para reflexionar El evangelio es siempre nuevo porque Jesús es siempre nuevo, ya que ha resucitado. No es vida terrena lo que nos impresiona. Es su misterio divino el que se hace presente hasta nuestros en la luz de la resurrección VOCABULARIO FUNDAMENTAL El catequista debe hablar de Jesús, con Jesús y por Jesús. Tiene que estar tan familiarizado con Cristo que todos los términos a él referentes le deben resultar los más familiares de su profesión evangelizadora. Mesías, Cristo, Jesús, Salvador, Redentor, Profetas, Encarnación, Redención Resurrección Ascensión, Parusia, Escatología, Libertador, Señor, Rey, Verbo, Logos, Cruz, Crucifijo, Cordero de Dios, Calvario, Misterio, Defensor, Protector, Mensajero, Protector, Cuerpo Mistico, Vid mística. Milagros, Parábolas, Curaciones, Discursos, Setnencias, PISTAS PARA EL DIALOGO DE GRUPO Intentar descubrir el sentido misterioso de Jesús, de manera que no nos quedemos en sus hechos interesantes o en sus enseñanzas, como si fueran de un señor que vivió hace dos mil años, sino de un Jesús, vivo y resucitado, que habita en medio de nosotros. CUESTIONES PARA PLANTEARNOS ¿Cuál es la verdadera realidad de Cristo… el personaje del a historia… el misterioso ser de todos los tiempos? ¿Por qué se habla tanto del Jesús de la Historia y del Jesús de la fe? ¿Basta el Evangelio para descubrir la identidad misteriosa de Jesús? ¿Qué significa Verbo eterno, Segunda persona del a Trinidad, Enviado del Padre? ¿Son los libros los mejores medios para conocer a Jesús, incluso el que ha escrito un Papa como Benedicto XVI? Hay otros recursos mejores?¿Cuáles?