La Santísima Trinidad

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La Santísima Trinidad
Solemnidad
Dios mandó su Hijo al mundo, para que se salve por él
(Jn 3,16-18)
ANTÍFONA DE ENTRADA
Bendito sea Dios Padre, y su Hijo Unigénito, y el Espíritu Santo, porque ha tenido misericordia de
nosotros.
ORACIÓN COLECTA
Dios, Padre todopoderoso, que has enviado al mundo la Palabra de la verdad y el Espíritu de la
Santificación para revelar a los hombres tu admirable misterio; concédenos profesar la fe verdadera,
conocer la gloria de la eterna Trinidad y adorar su unidad todopoderosa.
PRIMERA LECTURA (Ex 34,4b-6.8-9)
Antes de comenzar la tierra, la Sabiduría y había sido engendrada.
Lectura del Libro del Éxodo
En aquellos días, Moisés subió de madrugada al monte Sinaí, como le había mandado el Señor,
llevando en la mano las dos tablas de piedra. El Señor bajó en la nube y se quedó con él allí, y
Moisés pronunció el nombre del Señor. El Señor pasó ante él proclamando: Señor, Señor, Dios
compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad. Moisés al momento se
inclinó y se echó por tierra. Y le dijo: «Si he obtenido tu favor, que mi Señor vaya con nosotros,
aunque ése es un pueblo de cerviz dura; perdona nuestras culpas y pecados y tómanos como
heredad tuya.»
SALMO RESPONSORIAL (Dan 3,52.53.54.55.56.)
R/. A ti gloria y alabanza por los siglos.
Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres,
a ti gloria y alabanza por los siglos.
Bendito tu nombre santo y glorioso;
a él gloria y alabanza por los siglos. R/.
Bendito eres en el templo de tu santa gloria.
Bendito eres sobre el trono de tu reino.
Bendito eres tú,
que, sentado sobre querubines, sondeas los abismos.
Bendito eres en la bóveda del cielo. R/.
SEGUNDA LECTURA (2 Cor 13,11-13)
La gracia de Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios
Hermanos: Alegraos, trabajad por vuestra perfección, animaos; tened un mismo sentir y vivid en
paz. Y el Dios del amor y de la paz estará con vosotros. Saludaos mutuamente con el beso santo. Os
saludan todos los fieles. La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del
Espíritu Santo esté siempre con vosotros.
ACLAMACIÓN AL EVANGELIO
R/. Aleluya, Aleluya
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Al Dios que es, que era y que vendrá.
R/. Aleluya, Aleluya
EVANGELIO (Jn 3,16-18)
Dios mandó su Hijo al mundo, para que se salve por él
Lectura del Santo Evangelio Según Juan
En aquel tiempo dijo Jesús a Nicodemo: «Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único,
para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no
mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que
cree en él, no será condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre
del Hijo único de Dios.
ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS
Por la invocación de tu santo nombre, santifica, Señor, estos dones que te presentamos, y
transfórmanos por ellos en ofrenda perenne a tu gloria.
PREFACIO
Un solo Dios, un solo Señor
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte siempre gracias y en todo lugar,
Señor, Padre Santo, Dios todopoderoso y eterno.
Que con tu Único Hijo y el Espíritu Santo eres un solo Dios, un solo Señor; no una sola Persona,
sino tres Personas en una sola naturaleza.
Yo lo que creemos de tu gloria, porque tú lo revelaste, lo afirmamos también de tu Hijo, y también
del Espíritu Santo, sin diferencia ni distinción.
De modo que, al proclamar nuestra fe en la verdadera y eterna divinidad, adoramos tres Personas
distintas, de única naturaleza e iguales en su dignidad.
A quien alaban los ángeles y los arcángeles y todos los coros celestiales, que no cesan de aclamarte
con una sola voz.
Santo, Santo, Santo
ANTÍFONA DE COMUNIÓN (Gal 4,6)
Como sois hijos, Dios envió a vuestros corazones al espíritu de su Hijo, que clama: ¡Abbá! (Padre)
ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
Al confesar nuestra fe en la Trinidad santa y eterna y en su unidad indivisible concédenos, Señor y
Dios nuestro, encontrar la salud del alma y del cuerpo en el sacramento que hemos recibido.
Lectio
“Sumerjámonos en esta Trinidad Santa,
en este Dios todo amor.
Dejémonos transportar hacia aquellas regiones
donde no está sino Él, sólo Él”
(Sor Isabel de la Trinidad)
El “Domingo de la Santísima Trinidad” tiene lugar el domingo después de Pentecostés. Esta fiesta
comenzó a celebrarse hacia el año 1000, y fueron los monjes los que asignaron el domingo después
de pentecostés para su celebración. El Domingo de la Santísima Trinidad fue instituido
relativamente tarde, pero fue precedido por siglos de devoción al misterio que celebra.
“Tres personas distintas, un solo Dios verdadero”, así confesamos al Dios en quien nuestra vida
fue sumergida bautismalmente. En un día como hoy proclamamos que la vida trinitaria, la intimidad
del Padre y del Hijo y su Amor, es la medida, la gracia y la inspiración de nuestras relaciones con
Dios y entre nosotros.
Celebrar esta solemnidad tiene sentido, puesto que por el Espíritu Santo llegamos a creer y a
reconocer la Trinidad de personas en el único Dios verdadero. La Santísima Trinidad es ciertamente
un misterio, pero un misterio en el cual nosotros estamos inmersos.
Cerrado ya el ciclo de la pascua, la liturgia nos propone hoy la contemplación gozosa de Dios,
quien con la humildad trasciende, sale al encuentro del ser humano, de la historia y de la creación,
en su Hijo Jesucristo. A lo largo de la historia los seres humanos hemos buscado la razón última de
la existencia, la realidad sin condiciones capaz de dar sentido, fundar nuestras aspiraciones y
esperanzas. Asoma como experiencia central en la Biblia esta realidad: nuestro Dios se hace historia
por medio de su Hijo; allí vemos la plenitud de la humanidad-divinidad.
MEDITACION
Ante todo tengamos presente que si nosotros confesamos que Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo,
lo hacemos gracias a la enseñanza, la vida y el misterio de Jesús. Pero ya desde antes –en el
Antiguo Testamento- el pueblo de la Biblia lo presiente y, después, poco a poco, cuando los
apóstoles hacen la experiencia pascual, la vida y la fe de las primeras comunidades cristianas lo
comprenden de manera inequívoca.
La experiencia de un Dios Trino es fe y vida, vida y fe. No hay duda que la intimidad de los Tres
fue vivida espontáneamente por los primeros cristianos después de la Pascua cuando ya se había
cumplido la promesa de Jesús sobre la venida del Paráclito: “Cuando venga él, el Espíritu de la
verdad, os guiará hasta la verdad completa” (Juan 16,13). Pero después de la experiencia viene la
“formulación” de lo vivido y comprendido; es así como se va llegando poco a poco a la confesión
de que Dios es Trinidad Santa.
A partir de Pentecostés, plenitud del tiempo pascual, cuando Jesús y el Padre han entregado lo más
íntimo de sí, el amor infinito del uno por el otro, el Espíritu Santo, nos guía “hasta la verdad
completa” (16,13) y es en el ámbito de este don que proclamamos y celebramos esta solemnidad de
hoy.
Nuestro conocimiento de Dios proviene en definitiva de Jesús. Por eso volvamos al Cenáculo para
escuchar maravillados y agradecidos, de la boca de Jesús, la revelación sobre el amor de los Tres.
3. El Espíritu Santo es “pedagogo” que nos conduce hasta el profundo misterio de Dios
“Cuando venga él, el Espíritu de la Verdad, os guiará hasta la Verdad completa” (12,13). La obra
del Espíritu tiene tres acentos:
(1) Es pedagógica. Hay un leve matiz en la frase: “Os guiará progresivamente”. Se trata de una
labor de inducción, hecha poco a poco.
(2) Está centrada. Su horizonte es la “Verdad”. Se trata de la “Verdad” de la presencia del amor de
Dios en el mundo, llevada a cabo en el Verbo encarnado (“Yo soy la Verdad”, 14,6).
(3) Es completa. El objetivo que pretende alcanzar es “la Verdad completa”: se trata de una
globalidad, o mejor, de una visión global y perfecta de la obra que Dios – en su fidelidad con la
creación y el pueblo con el cual hizo alianza- ha querido llevar a cabo.
Un camino para un profundo anhelo
El anhelo de todo ser humano es ver a Dios, ver su gloria. Estamos llamados a la unificación de la
vida y a caminar a hacia una plena realización. Como lo expresa el orante del Salmo 24,5, “Guíame
hacia la verdad” (ver también el Salmo 143,10), tenemos una sed ardiente por conocer el camino del
Señor, con la certeza de que sólo en Él está la vida.
Y así como sucedió con el pueblo de Dios en el desierto, este camino de vida no se puede recorrer si
Dios mismo no es quien lo guía (ver Éxodo 15,13; Isaías 49,10). Esta ruta pascual se le debe al
Espíritu Santo: “El Espíritu de Yahveh los llevó a descansar. Así guiaste a tu pueblo para hacerte un
nombre glorioso” (Isaías 63,14).
Entonces, la “guía pascual” del Espíritu consiste en introducir en medio de la fragmentación de la
vida humana, de las situaciones históricas, una fuerza transformadora y orientadora que lo unifica
todo en la plenitud de Cristo en la historia.
La vigencia y la pertinencia de la eterna novedad del Resucitado
Bajo la clave pascual comprendemos mejor la obra del Espíritu: la cristificación del mundo. El
Espíritu “guía” a cada discípulo y a la comunidad de los creyentes para hacer presente el “hoy
pascual” de la obra de Jesús, el Señorío de Cristo, en cada una de las circunstancias que se dan en
la humanidad y también en cada uno de los nuevos desafíos que van apareciendo en cada nueva
etapa de la historia.
Camino abierto hacia la plenitud
Lo que aquel día en el cenáculo los discípulos no estaban en condiciones de “soportar” tenía que
ver, entonces, con la captación de la gran unidad de la revelación que, a pesar de haber sido dada
plenamente en Jesús, no se capta sino en la medida que va entrando en contacto con todas y cada
una de las realidades humanas que emergen a lo largo del caminar histórico.
En fin, el Espíritu Santo lo centra todo en el Plan de Dios y por lo tanto en la persona de Jesús que,
como Verbo encarnado, lo ha llevado a cabo en el mundo mediante el doble movimiento de “salida”
del Padre y “subida” al Padre (ver 16,28). Su “salida” es venida que inserta el amor de Dios en las
tinieblas y las estructuras egoístas del mundo. Su “subida” –pasando por la Cruz- lleva a los que
entran en su camino hasta la comunión de amor, luminosa y gozosa, de Dios, en la plenitud de la
vida.
ORACION
“Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro, ayúdame a olvidarme totalmente de mí para establecerme en
Ti, inmóvil y tranquilo, como si ya mi alma estuviera en la eternidad.
Que nada pueda turbar mi paz, ni hacerme salir de Ti, oh mi inmutable, sino que cada minuto me
sumerja más en la hondura de tu Misterio.
Pacifica mi alma, haz de ella tu cielo, tu morada de amor y el lugar de tu descanso. Que en ella
nunca te deje solo, sino que esté ahí con todo mi ser, todo despierto en fe, todo adorante, totalmente
entregado a tu acción creadora.
Oh mi Cristo amado, crucificado por amor, quisiera ser, en mi alma, una esposa para tu Corazón,
quisiera cubrirte de gloria, quisiera amarte..., hasta morir de amor. Pero
siento mi impotencia: te pido ser revestido de Ti mismo, identificar mi alma con cada movimiento
de la Tuya, sumergirme en Ti, ser invadido por Ti, ser sustituido por Ti, para
que mi vida no sea sino irradiación de tu Vida. Ven a mí como Adorador, como Reparador y como
Salvador.
Oh Verbo eterno, Palabra de mi Dios, quiero pasar mi vida escuchándote, quiero volverme
totalmente dócil, para aprenderlo todo de Ti. Y luego, a través de todas las
noches, de todos los vacíos, de todas mis impotencias, quiero fijar siempre la mirada en Ti y morar
en tu inmensa luz.
Oh Astro mío querido, fascíname, para que ya no pueda salir de tu esplendor.
Oh Fuego abrasador, Espíritu de amor, desciende sobre mí, para que en mi alma se realice como
una encarnación del Verbo: que yo sea para Él como una prolongación de su Humanidad
Sacratísima en la que renueve todo su Misterio.
Y Tú, oh Padre, inclínate sobre esta pobre criatura tuya, cúbrela con tu sombra, no veas en ella sino
a tu Hijo Predilecto en quien tienes todas tus complacencias.
Oh mis Tres, mi Todo, mi Bienaventuranza, Soledad infinita, Inmensidad en que me pierdo, me
entrego a Ti como una presa. Sumérgete en mí para que yo me sumerja en Ti,
hasta que vaya a contemplar en tu luz el abismo de tus grandezas”.
(Sor Isabel de la Trinidad)
Apéndice
La fe de la Iglesia
Catecismo de la Iglesia Católica
234 El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Es el
misterio de Dios en sí mismo. Es, pues, la fuente de todos los otros misterios de la fe; es la luz que
los ilumina. Es la enseñanza más fundamental y esencial en la "jerarquía de las verdades de fe"
(DCG 43). "Toda la historia de la salvación no es otra cosa que la historia del camino y los medios
por los cuales el Dios verdadero y único, Padre, Hijo y Espíritu Santo, se revela a los hombres, los
aparta del pecado y los reconcilia y une consigo" (DCG 47).
236 Los Padres de la Iglesia distinguen entre la Theologia y la Oikonomia, designando con el
primer término el misterio de la vida íntima del Dios-Trinidad, con el segundo todas las obras de
Dios por las que se revela y comunica su vida. Por la Oikonomia nos es revelada la Theologia; pero
inversamente, es la Theologia, la que esclarece toda la Oikonomia. Las obras de Dios revelan quién
es en sí mismo; e inversamente, el misterio de su Ser íntimo ilumina la inteligencia de todas sus
obras. Así sucede, analógicamente, entre las personas humanas. La persona se muestra en su obrar y
a medida que conocemos mejor a una persona, mejor comprendemos su obrar.
237 La Trinidad es un misterio de fe en sentido estricto, uno de los misterios escondidos en Dios,
"que no pueden ser conocidos si no son revelados desde lo alto" (Concilio Vaticano I: DS 3015).
Dios, ciertamente, ha dejado huellas de su ser trinitario en su obra de Creación y en su Revelación a
lo largo del Antiguo Testamento. Pero la intimidad de su Ser como Trinidad Santa constituye un
misterio inaccesible a la sola razón e incluso a la fe de Israel antes de la Encarnación del Hijo de
Dios y el envío del Espíritu Santo.
El dogma de la Santísima Trinidad
253 La Trinidad es una. No confesamos tres dioses sino un solo Dios en tres personas: "la Trinidad
consubstancial" (Concilio de Constantinopla II, año 553: DS 421). Las personas divinas no se
reparten la única divinidad, sino que cada una de ellas es enteramente Dios: "El Padre es lo mismo
que es el Hijo, el Hijo lo mismo que es el Padre, el Padre y el Hijo lo mismo que el Espíritu Santo,
es decir, un solo Dios por naturaleza" (Concilio de Toledo XI, año 675: DS 530). "Cada una de las
tres personas es esta realidad, es decir, la substancia, la esencia o la naturaleza divina" (Concilio de
Letrán IV, año 1215: DS 804).
254 Las Personas divinas son realmente distintas entre sí. "Dios es único pero no solitario" (Fides
Damasi: DS 71). "Padre", "Hijo", Espíritu Santo" no son simplemente nombres que designan
modalidades del ser divino, pues son realmente distintos entre sí: "El que es el Hijo no es el Padre, y
el que es el Padre no es el Hijo, ni el Espíritu Santo el que es el Padre o el Hijo" (Concilio de
Toledo XI, año 675: DS 530). Son distintos entre sí por sus relaciones de origen: "El Padre es quien
engendra, el Hijo quien es engendrado, y el Espíritu Santo es quien procede" (Concilio de Letrán
IV, año 1215: DS 804). La Unidad divina es Trina.
255 Las Personas divinas son relativas unas a otras. La distinción real de las Personas entre sí,
porque no divide la unidad divina, reside únicamente en las relaciones que las refieren unas a otras:
"En los nombres relativos de las personas, el Padre es referido al Hijo, el Hijo lo es al Padre, el
Espíritu Santo lo es a los dos; sin embargo, cuando se habla de estas tres Personas considerando las
relaciones se cree en una sola naturaleza o substancia" (Concilio de Toledo XI, año 675: DS 528).
En efecto, "en Dios todo es uno, excepto lo que comporta relaciones opuestas" (Concilio de
Florencia, año 1442: DS 1330). "A causa de esta unidad, el Padre está todo en el Hijo, todo en el
Espíritu Santo; el Hijo está todo en el Padre, todo en el Espíritu Santo; el Espíritu Santo está todo en
el Padre, todo en el Hijo" (Concilio de Florencia, año 1442: DS 1331).
256 A los catecúmenos de Constantinopla, san Gregorio Nacianceno, llamado también "el
Teólogo", confía este resumen de la fe trinitaria:
«Ante todo, guardadme este buen depósito, por el cual vivo y combato, con el cual quiero morir,
que me hace soportar todos los males y despreciar todos los placeres: quiero decir la profesión de
fe en el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo. Os la confío hoy. Por ella os introduciré dentro de poco
en el agua y os sacaré de ella. Os la doy como compañera y patrona de toda vuestra vida. Os doy
una sola Divinidad y Poder, que existe Una en los Tres, y contiene los Tres de una manera distinta.
Divinidad sin distinción de substancia o de naturaleza, sin grado superior que eleve o grado
inferior que abaje [...] Es la infinita connaturalidad de tres infinitos. Cada uno, considerado en sí
mismo, es Dios todo entero[...] Dios los Tres considerados en conjunto [...] No he comenzado a
pensar en la Unidad cuando ya la Trinidad me baña con su esplendor. No he comenzado a pensar
en la Trinidad cuando ya la unidad me posee de nuevo...(Orationes, 40,41: PG 36,417).
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