Las mil caras de Lautaro

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Un conflicto histórico
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El destacado historiador José
Bengoa -conocido por sus numerosos
ensayos y publicaciones sobre el
pueblo mapuche, Premio Municipal
de Santiago de Ensayo 2005 por
Historia de los antiguos mapuches
del sur y 2007 por La comunidad
reclamada, y Premio Altazor de
Ensayo 2013 por Mapuche. Procesos,
política y culturas en el Chile del
Bicentenario- se adentra en la figura
mitológica de Lautaro, desde su
aparición en La Araucana hasta su
recuperación actual, mostrándolo
como un personaje simbólico “que
reúne en sí mismo las grandes
utopías que han ocurrido en la
historia humana”.
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Lautaro es quizá una de las figuras más importantes de la mitología
chilena; o la más importante. A lo largo de la Historia se la ha
usado de mil maneras. Mucho más que un personaje real, que
vivió en un período de tiempo determinado, es la representación
de un conjunto de ideales que está en la base fundante de nuestra
identidad social. Es algo así como el ímpetu de la libertad, de la
idea de no sumisión, de gallardía, de capacidad inteligente de
adaptación -a propósito de su dominio del caballo-, en fin, un
conjunto de virtudes que lo hacen brillar…. Neruda dice: “llegó
Lautaro como un rayo” en el Canto General.
Un grupo de jóvenes actores, directores, dramaturgos, músicos,
gente de teatro, se enfrenta a un Lautaro, el de Isidora Aguirre.
Les han pedido que monten esa afamada obra de la escritora
chilena. La leen. Se miran entre sí. No les convence. Se ha dado
innumerables veces y en estos mismos días vemos en la cartelera
que se sigue dando, una compañía la ha montado en el sur de
Chile, donde al parecer es un éxito, como es lógico, se podría
pensar. Pero los jóvenes, se preguntan, ¿y cuál sería el Lautaro
de hoy? Y ahí comienza la confusión, la complejidad, la mirada
desde lo no evidente, la perplejidad y por cierto la creación,
la mirada audaz hacia el futuro. La anécdota de Leftraru se va
articulando. Se trata de un concurso para erigir una estatua al
gran Libertador de Arauco, una estatua de Lautaro. En sordina
están las mil caras del héroe y el texto desde el cual se había
comenzado a hablar, el de Isidora Aguirre.
Chile surgió como idea de país, de un gran relato: La Araucana.
El poeta es quien crea, de ahí viene su nombre, es un articulador
de imágenes. Construye un mundo y eso hizo Alonso de Ercilla y
Zúñiga. En cierto modo se aprovechó de “nosotros los chilenos” y
nos usó también para sus propios intereses anti monárquicos. Es
uno de los primeros escritos libertarios en la Historia Occidental.
Afirmaba que en un lugar lejano, del fin del mundo, cerca de “la
Antártida”, lugar por cierto absolutamente desconocido, había
un grupo de seres humanos que nunca habían “sido regidos por
Reyes, ni a extranjero dominio sometidos”. No eran vasallos.
Ercilla se hizo famoso justamente por contar esta historia. Y
uno de ellos, de nombre Lautaro, había derrotado a la “Flor de
mis Guzmanes”, esto es, a las tropas seleccionadas del Rey de
España, que se habían paseado victoriosas por Italia, Flandes y
toda Europa. A los mismos que habían cruzado todos los mares
y habían construido el “Imperio donde no se esconde el sol”.
Victoriosos dominaban desde el Palacio de El Escorial hasta
Filipinas, que por si alguien no lo recuerda se llama de ese modo
en honor al Rey Felipe. Y en un rincón de ese mundo hispano y
católico, un jovenzuelo se había alzado con arrojo e inteligencia y
derrotado al Gobernador, Capitán General y lo había mandado a
ajusticiar en manos de Leucotón, especie de cíclope griego, que
con la fuerza de su garrote lo había desbaratado.
Del poema surgió el mito. ¿Cuál es la realidad del mismo? Don
Alonso de Ercilla llega a Chile siendo muy joven. Era un paje
del también joven y señorito Hurtado de Mendoza. Venían
muchos jóvenes de la Corte. Habían pasado años de lo que los
soldados de la Conquista denominaban “la Guerra Vieja”; esta
era la guerra de Pedro de Valdivia, los Villagranes y la “Hueste
De esa primera combinación multitudinaria de imágenes
y símbolos surge el primer Lautaro de la pluma del poeta.
Nadie vaya a creer que es un personaje surgido de un estudio
antropológico, etnográfico o de un aplicado historiador
positivista. Pero ello no significa que no haya existido. Ercilla fue
uniendo fragmentos, de una y otra parte. El joven paje de Pedro
de Valdivia, por ejemplo, y ahí sí sabía de lo que hablaba. Mucho
de autobiográfico. Ercilla había sido paje y sabía las relaciones
de amor y odio que esa situación provoca. Hurtado lo había
mandado a matar por haberse trenzado en una pelea de espadas
con otro paje en una ocasión. El poema trasmite el rencor hacia
los señoritos, los señores de España. El joven Alonso se escapa
transformándose en Lautaro, y es el propio Ercilla quien se ve
liberado en ese momento de su servidumbre. Se lleva con él los
“secretos de la Corona”, nada menos que el caballo, el arma
mortal del conquistador. Le roba el fuego a los dioses, como
Prometeo. Se presenta ante los Araucanos, los que cual galos de
las Guerras de Julio César, luchan por la libertad de su Patria. Les
enseña a derrotar las escuadras enemigas, a combatir de acuerdo
al territorio, a hacerlos subir la “cuesta de Villagrán”, desde
Laraquete y ofrecerles batalla en una alta meseta frente al mar
donde la caballería se vería entorpecida, hasta ser derrotada.
Quizá la fuerza originaria del Lautaro cantado en La Araucana,
reside en ser un personaje utópico, que reúne en sí mismo las
grandes utopías que han ocurrido en la historia humana. Por
lo menos en la historia que Ercilla conocía. Las multitudes de
lectores españoles que escuchaban esos cantos, ya que la mayoría
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L E F T R A R U
POR JOSÉ BENGOA, HISTORIADOR
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“El joven Lautaro” por Pedro Subercaseaux
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Las mil
caras de
Lautaro
indiana” que había llegado a Chile a mediados de ese siglo, el
dieciséis. Esas historias se contaban alrededor de los fogones
de los campamentos. Los viejos soldados que en ella habían
participado contaban las historias de las batallas de Penco, del
avance hacia el sur, de las fundaciones, en fin, de Tucapel, donde
casi nadie se salvó, del despoblamiento de Concepción y las
anécdotas ocurridas en ese tiempo ya inmortalizado y mitificado.
El joven Ercilla asistía a esos relatos que constituían el alma de
esos campamentos de soldados. Pasaron muchos años hasta
que de regreso a España, el poeta dio forma a su canto. Ahí se
fueron mezclando los recuerdos con las historias de caballerías,
de mitologías griegas y latinas, de historias múltiples que en esos
días circulaban entre los jóvenes escritores cultos. A ello se le
agregaba nada más ni nada menos, obras filosóficas de la mayor
relevancia, como la Educación del príncipe cristiano escrita por
Erasmus de Roterdam al joven futuro Rey de España, tildado de
“El Hermoso”, de quien Ercilla era el paje.
Inglaterra podría ser el segundo escenario en el cual la figura de
nuestro héroe vuelve a brillar. Jóvenes americanos se juntaban
en torno a Francisco de Miranda. El fulgor patriótico libertario
hacía presa de sus corazones, como podría haber escrito un
historiador romántico. Cabelleras rubias, la de Bernardo,
morenas, la de Simón, la cabeza ya media calva de Don José,
en fin, se iban juntando y enredando en logias conspirativas,
algunas de tradiciones masónicas y otras libertarias. Surge el
segundo Lautaro en las “Logias lautarinas”. Nos cuenta alguno
de los Egaña u otro de los “arqueopatriotas”, que se reunían a
escondidas en Santiago de Chile, a leer La Araucana y lloraban
de emoción en esos años anteriores al 18 de Septiembre de 1810.
Lautaro era la gesta de referencia. Los Araucanos siguiendo sus
consejos habían expulsado a los españoles y ellos, los criollos,
sentían que continuaban esa misma tarea. El poeta Vera y
Pintado, de esos años fundantes de la Patria, inflamaba a las
señoritas con versos altisonantes en los que desde la proa de un
barco de falsa tramoya se declamaba: “¡Venid! Oh Araucanos,
somos una misma Patria, nos une un mismo destino” El ruido
de las aguas del gran Bio Bio se hacía con unos cántaros que se
derramaban de modo de escuchar el oleaje. El público aplaudía
a rabiar en uno de los primeros teatros del período de la llamada
Patria Vieja.
Pedro Subercaseaux, pintor de pinturas significativas, dibuja
a Lautaro al medio de un enorme espacio militar del cual es
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triunfador. En sus manos empuña un mástil con una curiosa
bandera. En todos los libros de lectura de los colegios, liceos,
escuelas de Chile se lo encuentra; los colores cambian según la
calidad de la edición o el gusto del diseñador. El original está
en la muralla detrás del escritorio del Comandante en Jefe del
Ejército de Chile, y bajo la atenta mirada del héroe, se sentaba
durante años el segundo soldado en usar el título de Pedro de
Valdivia, el Capitán General. Curiosidades del destino, son los
usos de la mitología. Los jóvenes cadetes de la Escuela Militar
estudian Historia Militar en un texto sencillo del General Toro
Dávila; divide la historia del Ejército de Chile en tres partes: la
primera, cual período “arcaico”, el Ejército de Lautaro; la segunda
el Ejército de O‘Higgins, y el tercero la del Ejército moderno,
bismarkiano, el de los cascos y penachos prusianos. No deja de
ser curioso.
Más curioso aún cuando un grupo de jóvenes, Lautaro siempre
ha sido joven, premunidos de un legítimo amor por la libertad,
provenientes de poblaciones duramente castigadas de la periferia
de Santiago, levantan la figura emblemática y dan lugar al “Frente
Juvenil Lautaro”. A diferencia de quienes habían levantado la
figura del también lautarino, Manuel Rodríguez, en este caso se
afirmaba con mayor fuerza la etnicidad del personaje, el carácter
mestizo del pueblo chileno, la ruptura con la clase criolla de
los primeros fundadores y posteriores dueños del país; era una
suerte de regreso al origen del mito.
A comienzos de los años ochenta conocí justamente a Isidora
Aguirre en la sede de la Asociación de agricultores y artesanos
mapuches, Ad Mapu, ubicada a un costado de la estación de
¿Y cuál es el Lautaro de hoy? Es eso lo que me entusiasmó frente
a la convocatoria que me hizo este grupo de jóvenes actores de
teatro, liderados por la directora Aliocha de la Sotta, con vasta
experiencia en el teatro político, denunciante. Por cierto que
son los que han caído en estos años bajo las balas policiales,
por cierto son los que están presos, pero son también muchos
otros que aparecen en esta obra colectiva llamada Leftraru.
En el 2011 comenzaron grandes movilizaciones callejeras en
todo el país. Como siempre aparecieron banderas chilenas, lo
cual es evidente, nadie es dueño de la Patria; es justamente
lo que está en juego. Pero lo nuevo fue la aparición masiva de
banderas mapuche. Este último 18 de Septiembre fui con una
cámara de fotos y saqué decenas de fotografías de casas en
Santiago en las que ondeaba la bandera nacional y la bandera
mapuche, como un síndrome significativo de un tipo particular
de Patria: integrador, respetuoso del pasado y del presente y
probablemente lautarino, libertario.
No cabe mucha duda que la “cuestión del sur” o “cuestión
mapuche” es uno de los grandes temas del Chile moderno del
siglo veintiuno. Entre los mapuche jóvenes hay un ánimo de
descolonización evidente, hay discursos, textos, convicciones y
acciones. El mito se funde en nuevas realidades, en propuestas
libertarias propias del tiempo que vivimos. Lautaro vuelve a
cabalgar, dicen por ahí algunos carteles y pintadas en los muros.
Y algo de eso hay. La reflexión de esta obra, su complejidad
en las miradas, por cierto contribuye a la construcción de esta
nueva realidad.
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Un conflicto histórico
Ese es el primer “Uso de Lautaro”. Los cronistas de la época son
mucho más cautos en las historias que relatan. Algunos casi no
lo nombran. Otros dicen, que “ese era al que se refería Ercilla”,
liquidando de ese modo la cuestión. Hay trazas de expediciones
posteriores en su búsqueda en la zona central y diversas versiones
de su apresamiento y muerte. Nada de eso importa, el mito ya
estaba relatado.
ferrocarriles de Temuco. El año 1978 el Gobierno dirigido por
el General Pinochet, había dictado un decreto para dividir las
comunidades mapuches del sur de Chile. Creían, como lo decían,
que la división sería el fin del “problema mapuche”: “Dejarán de
llamarse tierras indígenas e indígenas sus habitantes” decía el
afamado decreto. Se habían formado organizaciones mapuche
que resistían estas medidas. “Memé” como cariñosamente
creo le decían, pequeñita, ya de unos años, se había ido al sur a
colaborar en esta difícil lucha. Conversaba con unos y otros. Así
fue surgiendo su Lautaro. Va a estar absolutamente penetrado
por la lucha anti dictatorial. Se inspirará en las imágenes
nerudianas que ella tan bien conocía; en el indigenismo radical
de la Mistral, en fin, en lo más noble de la cultura libertaria de
este país. Al ponerse en escena nos emocionamos: banderas,
puños en alto, rostros pétreos, quizá incluso con un algo de “así
se forjó el acero”. Digno, muy digno. Lautaro aparecía en todos
nosotros, en las grandes y pequeñas luchas de los años ochenta
por la libertad.
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de los libros se leía en público en esos años de analfabetismo
generalizado, se emocionaban frente a este joven hermoso,
que montado en un corcel, esto es, en el arma del enemigo,
derrotaba a quienes sin razón ni legitimidad conquistaban y
explotaban a los pobres: los labriegos y campesinos de los
pueblos de España, los desarrapados y vagabundos expulsados
de sus tierras, los comuneros de Castilla y Aragón colgados y
desjarretados en la Plaza de Segovia, en fin, los que amaban la
justicia, y les parecía notable que a lo menos uno de los Capitanes
generales, Adelantados, Gobernadores y representantes del Rey,
en tierras tan lejanas como la Antártida famosa, fuera derrotado
y muerto.
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