FE Y JUSTICIA DESDE EL PERSONALISMO DEL VATICANO II

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FE Y JUSTICIA DESDE EL PERSONALISMO DEL VATICANO II
HACIA UNA TEOLOGÍA SOCIO-ESPIRITUAL DE LA POBREZA
Agustín Ortega Cabrera (Centro Loyola e ISTIC)1
Dos acontecimientos se nos vienen en este momento. La celebración del año de
la fe, en el marco del 50 aniversario del Concilio Vaticano II. Y la semana contra la
pobreza, en torno al día 17 de Octubre, día internacional por la erradicación de la
pobreza, organizada por la Plataforma Pobreza Cero GC. (compuesta por la
Coordinadora de ONGds y diversas asociaciones, movimientos sociales, etc.) Estos
acontecimientos, que como decía Mounier son muestro maestro interior, signos de los
tiempos y del Espíritu del Evangelio, nos motivan tratar esta realidad o cuestión social,
central e ineludible, como es la pobreza, inspirados por la aportación y claves
imprescindibles que se suscitaron desde el Vaticano II. Y así seguir haciendo memoria,
actualizando y renovando el fecundo legado y mensaje, que nos regaló esta primavera
espiritual que fue el Concilio.
Primeramente, hay que observar que el clima socio-cultural y de pensamiento
que antecede al Concilio estuvo, en muy buena medida, marcada por la corriente
filosófica y de pensamiento de un nuevo humanismo, conocido como el personalismo.
Muy inspirado por la fe cristiana con autores tan significativos como Maritain,
Mounier, Marcel o Rovirosa, donde sintonizan asimismo teólogos de la talla de Rahner,
Chenu o Congar. Efectivamente todos estos pensadores y teólogos renuevan y
actualizan el humanismo espiritual e integral, consustancial a la fe cristiana, tal como se
había realizado en la tradición eclesial. Con la roca firme del genio de Santo Tomás de
Aquino y el clima espiritual del siglo de oro, autores y maestros en la edad moderna,
como, por ejemplo, Tomás Moro, F. de Vitoria y la escuela de Salamanca o F. Suarez.
Todos estos pensadores y su legado, como no podía ser de otra forma, lo recoge el
Vaticano II, mediado por dicho nuevo humanismo, el personalismo y los autores citados
que tuvieron una influencia crucial y decisiva en el Concilio.
Efectivamente, el Vaticano II recogió y actualizó toda esta sensibilidad
humanista y personalista espiritual e integral, los mejores frutos de la modernidad.
Estableciendo así puentes de dialogo y encuentro con la cultura y sociedad o mundo
moderno, con su conocido giro antropológico, bien trabajado igualmente, por ejemplo,
por el genio de Rahner. Toda esta cultura y espiritualidad personalista integral cristalizó
en el Concilio. Con la aportación tan significativa e imprescindible de lo movimientos
apostólicos, laicales y obreros como la JOC con Cardijn y la HOAC en España con
Rovirosa y Malagón. Y los teólogos que sintonizan con toda esta espiritualidad, además
de Rahner, como los ya citados Chenu, Congar y, en cierto sentido, el mismo H. de
Lubac o T. de Chardin. Fecundado por todo este movimiento humanista y personalita
que se inspira en la fe cristina, la perspectiva y horizonte más profundo del Vaticano II
fue promover una espiritualidad y antropología integral. Donde la fe y lo humano, el
Subdirector del Centro Loyola (Las Palmas de GC.), Centro Fe y Cultura de la
Compañía de Jesús (jesuitas), y Profesor del Instituto Superior de Teología de Las Islas
Canarias (ISTIC, Sede Gran Canaria, Departamento de Praxis).
1
Evangelio y la persona se inter-relacionan e integran de forma armónica y sinérgica,
frente a espiritualismos e individualismos, dualismo o monismos de cualquier tipo. Con
lo mejor de la tradición espiritual y teológica de la fe cristiana, se realza que la fe no
niega lo realmente y verdadero humano. La gracia, el don del amor Dios acogido por la
fe: se encuentra en lo más hondo de la persona, posibilita y potencia lo más auténtico y
profundo de lo humano.
Lejos de rivalidad y desprecio por parte de la fe hacia la dimensiones
constitutivas de la persona, la espiritualidad cristiana integra y fecunda, interrelacionalmente, estas dimensiones como la material o físico-corporal, la social e
histórica, la política y económica. Todas estas dimensiones del ser humano son
esenciales e inherentes a la fe y espiritualidad cristiana. Ya que las persona ha sido
creada así por Dios en Cristo, para que se realice y desarrolle integralmente. Todavía
más, Dios en el Verbo e Hijo encarnado, Jesús, ha asumido a toda (en todas sus
dimensiones) y a todas (de forma universal y solidaria) las persona. Él se ha unido
solidariamente al género humano y está, por tanto, presente en cada persona. Dios en
Jesús y su encarnación asume y asimila todo lo humano, lo personal, social e histórico
para salvarlo en el amor, la justicia y la paz, liberándolo de todo pecado y mal, opresión
e injusticia. Dios en Jesús se humaniza, Cristo es la entraña y paradigma de lo humano,
que revela el sentido más profundo de la persona. Por lo que a Dios se le encuentra en lo
humano, en la vida y realidad personal, social e histórica, en la humanidad y en el
mundo.
.
Y es que el Evangelio de Jesús, el Reino de amor fraterno, justicia y paz
promueve la vida y dignidad de los seres humamos, y lo hace real, social e
históricamente: desde y con los pobres (empobrecidos y excluidos, oprimidos y
víctimas); ya que los pobres son aquellos que a los que se les niega y arrebata dicha vida
y dignidad. El pobre es presencia (sacramento) del Cristo pobre y víctima-crucificado
por el mal y la injusticia. Jesús y su Reino de amor, misericordia y justicia, el Dios
encarnado en Cristo con su vida y pascua ha asumido solidariamente el pecado y el mal,
el sufrimiento e injusticia para salvarnos en esta justicia y amor fraterno, para liberarnos
de dicho pecado, mal e injusticia, del egoísmo, del poder y la riqueza. El Espíritu de
Dios en Jesús encarnado y su gracia salvadora-liberadora envuelve y penetra toda la
vida, todas las relaciones y ambientes, toda la realidad social e histórica.
El Dios Trinitario inhabita la humanidad y el cosmos, sus relaciones de amor,
justicia y comunión son entraña y modelo para la vida, la sociedad y el mundo. Todo lo
anterior es el marco teológico y antropológico, teologal y espiritual desde el que se
comprende adecuadamente la renovación eclesiológica y pastoral que se efectúa desde
el Vaticano II. La iglesia es, en Cristo, sacramento del Reino y su pueblo, es pueblo de
Dios en y para el mundo y la historia. Ella es sacramento de comunión con Dios y con
la humanidad, para que reine la unidad fraterna, la justicia y la paz en el mundo. La
razón de ser de la iglesia es la misión de anunciar, celebrar y servir al Reino. El servicio
evangelizador en la trasmisión de la fe, la esperanza y el amor, en solidaridad y justicia
con los pobres desde la Gracia de Dios. Es la iglesia que desde esta vida teologal y
santificadora, se hace sacramento universal de salvación integral que penetra,
transforma y libera toda la vida y realidad personal, social e histórica. La iglesia en
pobreza y pobre, como nos enseñara Juan XXIII es sobre todo la iglesia de los pobres,
en el compromiso solidario y por la justicia con los pobres, perseguida por la justicia a
manos los poderes de este mundo, en seguimiento encarnado de Jesús y su sacramento,
el pobre.
La iglesia no se confunde ni se identifica con ninguna fuerza y poder histórico.
Ella es servidora de la misericordia y justicia con los pobres, en la diakonía del mundo.
La iglesia está en la realidad y respeta la autonomía de dicha realidad, tal como ha sido
querida y creada por Dios. La iglesia sirve a la realidad y al mundo, acogiendo y
potenciando está autonomía y todo lo verdadero, bello y bueno del mundo, todo el
desarrollo humano, social e integral que se cimenta en el amor, la solidaridad y la
justicia con los pobres. El Espíritu de Cristo se encuentra presente en todos estos signos
de los tiempos, es decir, en aquellas realidades donde se defiende y promueve la
dignidad, la fraternidad y la solidaridad.
Ella debe escrutar y discernir estos signos de los tiempos: viendo la realidad con
la mirada del amor y los ojos abiertos y compasivos del Evangelio, y mediante la razón
y el pensamiento, las diversas ciencias sociales y humanas analizar dicha realidad;
haciendo una valoración y juicio profético y ético-crítico de dicha realidad desde la
Palabra de Dios, en la tradición y enseñanza de la iglesia, particularmente de su doctrina
social, para ir discerniendo que es lo que se ajusta o no al Reino; y actuar comunitaria,
social y públicamente para la transformación y renovación del mundo de acuerdo con el
Evangelio de Jesús. Como se observa, esta conocida perspectiva y metodología eclesialpastoral, promovida por los movimientos apostólicos como la JOC o la HOAC: es muy
importante para una cualificada praxis eclesial y una acción socio-pastoral.
Efectivamente, se trata de comprender que las necesidades y problemáticas sociales,
como la pobreza, tienen unas causas históricas que moralmente hay que erradicar.
Se produce así una comprensión global e integral de las cuestiones sociales, tales
como la pobreza, que se enmarcan y contextualizan en la realidad histórica, en las
relaciones humanas y políticas, económicas y culturales. En donde se observa que la
injusticia y desigualdad, el mal y el pecado han cristalizando en dichas relaciones y
estructuras o sistemas sociales, que generan hambre y miseria, pobreza y exclusión
social, deshumanización, mal y pecado.
Así, la ética y la acción social no han de tener un sesgo individualista y
paternalista, un asistencialismo de beneficencia que no promociona y desarrolla
integralmente. La ética y la acción social deben ir a las raíces y causas históricas
(políticas, económicas, culturales…) de la pobreza, para dar una respuesta moral y
efectiva. En donde los pobres son los sujetos y protagonistas de su promoción y
liberación integral. Se trata de luchar por la justicia y la paz, poniendo a las personas en
el centro y como sujetos activos de la gestión de lo público y social, de la economía, del
trabajo y de la política. Toda realidad que impida esta dignidad y protagonismos de los
pobres, de las personas y pueblos: es inmoral e injusta.
Frente al neoliberalismo-capitalismo, el ser humano no es un ser egocéntrico e
individualista que solo mira a su interés particular. La persona es un ser social, sociable
y solidario. Y, por tanto, el mercado y la economía deben ser regulados por la esfera de
la ética y de lo público, de la justicia e igualdad. Frente al colectivismo, el partido o
estado no puede monopolizar la vida de la sociedad civil, impidiendo la libertad y la
participación democrática. La persona y la comunidad o sociedad constitutivamente se
co-relacionan mutuamente en busca del bien común global e internacional. En una
socialización de la vida y los bienes, en el destino y participación universal, cogestionada (democrática) de los recursos, capacidades y bienes de todo tipo. Tales como
el dinero y las rentas o patrimonios, el trabajo, los salarios y la empresa, el comercio y
las finanzas, etc. Este destino universal y socializador de los bienes está por encima de
la propiedad privada. El bien común y la justicia social son primero que la autoridad y
las leyes establecidas. El protagonismo y la dignidad de la persona se anteponen al
mercado y a cualquier sistema económico, laboral o político.
Por tanto, solo habrá paz y un desarrollo solidario e integral si se realiza esta
justicia liberadora con los pobres, en un desarme colectivo y moral con los pobres,
frente a la guerra que no es solución para nada. Con una autoridad mundial y sus
instituciones que regule un nuevo orden internacional justo con los pobres. Frente a la
inmoralidad de las riquezas, del ser ricos y del poder, los pueblos y estados deben
compartir la vida y los bienes de forma justa y equitativa, en amor fraterno, hasta de lo
necesario para vivir.
En esta acción social y compromiso por la justicia con los pobres tienen un papel
fundamental los laicos. Ya que la vocación y misión específica del seglar es analizar,
gestionar y transformar de forma directa e inmediata el mundo con sus relaciones,
instituciones y estructuras para que se vaya ajustando al Reino. La iglesia es pueblo de
Dios y laical con su vocación bautismal de anuncio, consagración y transformación del
mundo desde el Evangelio del Reino. Y el ministerio ordenado y la vida religiosa están
al servicio de este pueblo de Dios, del laicado para que desarrollen esta vocación y
compromiso bautismal por el Reino y su justicia con los pobres.
¡Ojala que sigamos acogiendo y actualizando estos frutos del Concilio!, su
humanismo y personalismo integral, su mensaje de fe y justicia con los pobres, su
antropología y espiritualidad. Así lo han hecho los pueblos del Sur, como el
latinoamericano, con sus iglesias y comunidades de base, sus profetas, testigos y
mártires, con su teología y espiritualidad liberadora, acogida y valorada en la iglesia con
la fecundidad de sus documentos evangelizadores y sociales. En este sentido, la
Compañía de Jesús actualmente ha acogido y actualizado todo este legado, con su
misión del servicio de la fe y la justicia, en su opción por los pobres, en diálogo con las
culturas y las religiones.
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