ESCRIBE más que moda COVADONGA O’SHEA Presidenta de ISEM (Fashion Business School). y no tanto por nuestra condición femenina. ¡Ojalá hubiese más mujeres en el Parlamento para dejar de ser yo la única protagonista!”. Esta opinión cobra más valor si tenemos en cuenta que hablamos de los años 70. Sobre su marido, “un industrial que trabaja mucho”, me contó que la única diferencia entre ellos, laboralmente hablando, era que al terminar la jornada, ya en casa, para ella empezaban los quehaceres domésticos. “Lo encuentro lógico”, confesó. “Es más: creo que el precio que paga toda mujer con una vida profesional intensa y que no está dispuesta a renunciar a su familia y su hogar, es trabajar por partida doble”. m c Mi Dama de Hierro uando Margaret Thatcher me recibió en Londres una mañana del mes de enero a finales de los años 70, ella era ministra de Educación. Nos encontramos en su amplio despacho, decorado con muebles antiguos, una vitrina con porcelanas del siglo XIX, su colección de grabados del viejo Londres en perfecta armonía con dos pinturas modernas, y unas flores frescas colocadas con gracia sobre una mesa baja. De aquella entrevista, que duró casi dos horas, recuerdo varios detalles imposibles de olvidar, como el comentario con el que rompió el hielo al saludarme: “Me encuentra usted muy mal peinada. ¡No he tenido tiempo de ir a la peluquería!”. O cuando, antes de sentarnos, se acercó a un pequeño armario y me enseñó, con un gesto vivaz de niña ilusionada, una botella de vino Tío Pepe: “Me imagino que siendo española le gustará tomar una copa”, sugirió. Confieso que me rompió el saque con su chispa y naturalidad, y así empezamos una conversación entrañable, que derribaría cualquier prejuicio contra esta mujer . De su recorrido político, de sus éxitos y fracasos, se han escrito infinitos comentarios, pero pocos conocen los matices insospechados que la señora Thatcher me contó acerca de su vida. “Hay pocas mujeres en puestos claves”, me dijo. “Se habla demasiado y se escriben todo tipo de historias sobre la mujer y la política. Yo creo que nos tendrían que ignorar un poco más cuando llegamos a un puesto destacado, y dejar que trabajemos sin cargar las tintas en lo anecdótico”. Y quizá viendo mi cara de sorpresa, aclaró su idea: “Quiero decir que sería bueno que a las mujeres nos juzguen por nuestra eficacia o ineficacia e explicó que se levantaba a las 7 de la mañana para organizar la casa y preparar el desayuno para su marido y sus dos hijos. En su despacho ella tomaba un sándwich rápido a mediodía, para conseguir volver a casa hacia las seis de la tarde. Sólo a última hora del día le quedaba tiempo para dedicar un rato a leer. “Para descansar necesito liberarme de preocupaciones, y no hay nada mejor que una buena novela policíaca. Otras veces hojeo revistas de moda y decoración, o me pongo al día sobre las últimas recetas de cocina. ¡Me divierte mucho cocinar!”. Aquel rato largo de conversación, imposible de resumir en una página, dejó en mí la idea de una Margaret Thatcher inteligente y abierta –todo lo que puede serlo una inglesa-, con una gran visión política, exigente, con sentido común y muy realista, que supo enriquecer el gobierno de su país con sus propias cualidades como mujer. Lo explica en pocas líneas el político británico Tristan Garel-Jones: “Ella fue una de las precursoras de uno de los cambios más importantes del siglo XX: el creciente número de mujeres ocupando cargos preeminentes, no sólo en política sino en todos los empeños humanos”. Aunque es una pionera en la incorporación de la mujer a las élites profesionales, jamás jugó la carta feminista. Es una lástima que La dama de hierro, la reciente película sobre su vida, se centre demasiado en una señora fuera de juego por su enfermedad, y que la propia Margaret no pueda disfrutar de la magnífica interpretación de Meryl Streep. Me quedo con la imagen real de su sonrisa entre tímida y pícara aquella mañana que pasé con ella en Londres, y con las palabras de su discurso pocos días después de ser denominada como la Dama de Hierro por un periódico moscovita: “Me encuentro aquí ante ustedes con mi vestido de noche de gasa, un poco de maquillaje y el pelo ligeramente ondulado, recién investida como Dama de Hierro de Occidente. Si mi defensa de los valores y las libertades que son fundamentales para nuestro estilo de vida me convierten en una Dama de Hierro tengo que decirles que sí, lo soy”. “YA VA SIENDO HORA DE QUE A LAS MUJERES NOS JUZGUEN POR NUESTRA EFICACIA O INEFICACIA Y NO POR NUESTRA CONDICIÓN FEMENINA, ME CONTÓ MARGARET THATCHER AQUELLA MAÑANA EN LONDRES” 130 TELVA