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EDDIE GÓMEZ & CESARIUS
ALVIM — FOREVER (2010)
Hace un par de semanas recibí un llamado telefónico de alguien que no conocía. Inés, una señora encantadora, se
dio el trabajo de conseguir mi número a
través del mismísimo director de esta revista, un mediador siempre entusiasta y
diligente en este tipo de situaciones. El
motivo de la llamada fue para mí un himno a la gratuidad, ese valor fundamental
que escasea en la agitada vida de los que
transitamos por la flor de la edad. La señora Inés —o simplemente Inés, porque
aquí nació una amistad inquebrantable—
solo quería expresarme lo mucho que disfruta estos comentarios musicales, que
en realidad no alcanzan a ser más que
unas sencillas crónicas, un espacio de
libertad en que a menudo la música es
un punto de partida o una excusa para
hablar de otras cosas.
Pero la música en sí misma es importante, como lo ha sido en la vida de Inés.
Me contó que canta y que llegó a ser la
vocalista de un importante grupo de jazz
nacional. Puedo imaginármela, elegante
y enigmática, en una noche de sábado,
musitando baladas lentas en las veladas
del legendario Club de Jazz de Macul, en
medio de una nube de humo y de las siluetas de un puñado de bohemios…
Vaya, pues, para Inés, como un regalo, este disco reciente del gran contrabajista Eddie Gómez junto al pianista
brasileño Cesarius Alvim. De Eddie Gó64
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mez y de su larga trayectoria podríamos
decir tantas cosas que sería imposible
resumirlo en estas pocas líneas. Conformémonos con destacar que en los setenta fue el contrabajista imprescindible
de Bill Evans, verdadero padre del jazz
de la segunda mitad del siglo XX, y que
así se convirtió en una leyenda viviente,
colaborando desde entonces y hasta el
día de hoy con los más grandes pianistas del jazz contemporáneo. El año pasado pudimos disfrutar de su arte en un
atestado Teatro Caupolicán, donde tocó
junto a Chick Corea en el piano y a Antonio Sánchez (del Pat Metheny Group/
Trio) en la batería.
En este disco Eddie Gómez hace cantar
a su contrabajo como solo él sabe hacerlo, con profundidad y elegancia, en un espíritu de homenaje a Evans, pero también
aventurándose en las reminiscencias cariocas que aporta Alvim y cuyas melodías
podría cantar Inés para su público más
fiel —sus hijos y nietos— en la intimidad
de su hogar. Queda comprometido el envío del disco.
MOBY — DESTROYED (2011)
Richard Melville Hall, más conocido
por su nombre artístico, Moby, ha lanzado, por fin, este año su disco Destroyed.
Debo reconocer que estaba impaciente y
ello se explica por la profunda impresión
que causaron en mí sus discos anteriores
Play (1999) y 18 (2002). Sobre todo este
último. En 2006, cuando todavía vivía en
Coquimbo, me lo recomendó un amigo.
Solía escucharlo en el auto cuando llevaba a mis hijos al colegio en La Serena o
luego en el regreso hacia el Campus Guayacán. Recuerdo en especial una mañana
de primavera en que había amanecido inusualmente despejado y por momentos
era posible divisar desde la carretera el
brillo del sol sobre las aguas en la gran
bahía. En otras ocasiones escuché el
disco haciendo el mismo recorrido, pero
por la Avenida del Mar, porque ya estaba
asociando esta música a esas olas que
me hablaban del misterio que empapa la
existencia cotidiana. Una música llena de
atmósferas, de texturas y de poesía, pese
a su abundante recurso a sonidos electrónicos. Una fórmula exitosa: el aporte de
buenos cantantes invitados. Moby compone, arregla, toca, pero el sonido final
no es obra exclusiva suya. Moby es más
bien un proyecto.
Destroyed, me parece, es musicalmente inferior a aquellos dos grandes discos. Sobre todo, muy inferior a 18, aunque
se ubica en la misma senda poética: un
disco “hecho en ciudades vacías”, como
ha señalado el mismo artista. La carátula
es una foto tomada por Moby a un cartel
de aeropuerto en medio de un pasillo desierto; uno de esos carteles luminosos en
que el texto va pasando de un lado a otro.
Como la oración era muy larga (“Equipaje desatendido será destruido”), el cartel iba mostrando un par de palabras a
la vez. Moby lo fotografió cuando solo
aparecía la palabra que titula, sugerentemente, el disco: Destroyed. Iba a ser,
según cuenta el artista, un disco basado
en sonidos acústicos e interpretado íntegramente por instrumentos convencionales, sobre todo cuerdas, pero terminó
siendo una de sus obras más electrónicas. Aunque no ha colmado mis expectativas, saludo este lanzamiento, porque
me ha hecho revivir buenos momentos
de soledad frente al mar.
Fernando Berríos M.
([email protected] )
JUNIO 2011
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