La huella : paradojas de un remake

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LA HUELLA: PARADOJAS DE UN REMAKE
Ficha técnica de las películas:
La Huella (Sleuth), 2007, 86 min. Dirección: Kenneth Branagh, guión: Harold Pinter
(basado en la obra de Anthony Shaffer), intérpretes: Michael Caine, Jude Law, música:
Patrick Doyle, fotografía: Haris Zambarloukos
La Huella (Sleuth), 1972, 139 min. Dirección: Joseph L. Mankiewicz, guión Anthony
Shaffer, intérpretes: Laurence Olivier, Michael Caine, Alec Cawthorne, música: John
Addison, fotografía: Oswald Morris. Cuatro nominaciones a los Oscar de 1973: Mejor
director, Mejor Actor, Mejor Actor Secundario y Mejor Bada Sonora. Estuvo además
nominada para cuatro premios Bafta, tres Globos de Oro y ganó numerosos premios
como el de la Asociación de Críticos de Nueva York y en España el del Círculo de
Escritores Cinematográficos
Reconozcamos que atreverse a filmar una nueva versión de “La Huella”, la
mítica película de Mankiewicz, tiene su mérito. No en vano aquel filme está
considerado como una de las grandes obras maestras del cine. El hecho de contar con
Michael Caine para el papel contrario al que representó en 1972 es sin duda un guiño
atractivo para el espectador que conozca la película original. Si a ello se le añade la
presencia de un actor de tanto talento como Jude Law, la base de una intrigante historia
policíaca versionada por un Premio Nobel de Literatura y la dirección del teatral
Kenneth Brannagh aumentan las posibilidades de que el resultado sea una película de
calidad. Y efectivamente esta nueva “Huella” consigue buenos resultados: cuenta con
excelentes interpretaciones, planos efectistas, una cuidada ambientación y una acertada
banda sonora. El problema es que esta “Huella” no es “La Huella”. Es más, el problema
es que pretende serlo sin querer serlo. Y es que el guionista ha tomado prestada la
historia de Shaffer y sus personajes, los ha introducido en un escenario similar, los ha
llamado por los mismos nombres y sometido a los mismos dilemas pero los ha
simplificado notablemente y en un intento de buscar originalidad ha acabado por
desvirtuarlos comprometiendo la coherencia de la obra.
Pero empecemos por el principio y ya que cualquier remake debe enfrentarse a
las comparaciones con la versión anterior hablemos brevemente de la película original.
La historia parte de la invitación que realiza el famoso escritor Andrew Wyke a Milo
Tindle, amante de su esposa, para que lo visite en su casa de campo. Una vez allí Wyke,
haciendo saber a Tindle que está al corriente de la infidelidad de su mujer, le propone
un trato con el que ambos saldrán ganando y que se sustenta en el robo de unas joyas.
Pronto el asunto se complicará hasta incluir la humillación y el asesinato en un
recorrido lleno de suspense que mantiene al espectador en vilo hasta el final.
Sin duda uno de los pilares básicos de la película es su magnífico guión, lleno de
diálogos brillantes de innegables cualidades literarias. Mankiewicz, que empezó su
carrera como guionista, concedía a la palabra un extraordinario valor como vehículo de
expresión en el cine. A este respecto él mismo declaró: “mi convicción profunda es que
después de que el cine contrajera el compromiso de ponerse a hablar tiene la obligación
1
de decir algo”1. Así ocurre en La Huella, que destaca principalmente por el
enfrentamiento dialéctico entre los protagonistas. A través de sus conversaciones se nos
plantean cuestiones como el éxito y el fracaso, la importancia de la posición económica
y social, los sentimientos de inferioridad y el orgullo. Con un trasfondo formado por los
celos, el sexo y la rivalidad de clases el argumento nos acerca a un juego diabólico de
poder y manipulación plagado de inesperados giros.
En la cinta el juego tiene un protagonismo propio, no sólo porque esta película
es sobre todo la historia de una maquiavélica partida sino también gracias a la colección
de ingenios mecánicos y entretenimientos diversos que pueblan de forma obsesiva la
casa del escritor y que son el reflejo de su personalidad centrada en los retos
intelectuales. Por otra parte el guión está repleto de sutilezas y metáforas que son parte
de ese juego. Algunas resultan especialmente inolvidables como el disfraz de payaso de
Milo, uno de los muchos toques de retorcido humor que salpican la obra haciendo de
contrapunto a la tensión de la historia.
Rodada en un único escenario, prácticamente interior en su totalidad y con muy
pocos personajes, la película cuenta con una música que hace fluctuar nuestros
sentimientos entre la diversión y la intriga, mientras que la escenografía nos sumerge en
sensaciones de inquietud y claustrofobia que subrayan a la perfección la perversidad del
argumento.
*****
La complejidad de la película original se pierde en la versión que nos llega
ahora, que constituye un producto mucho más simple. Brannagh ha rodado una obra
centrada en los celos, con continuas alusiones al personaje de la mujer como objeto del
deseo. Y lo ha hecho a través de unos diálogos que están al borde de lo repetitivo.
Aunque en absoluto exentos de tensión, dichos diálogos apoyan su fuerza dramática en
la recurrente repetición del rendimiento en la alcoba de los interesados. La rivalidad
sexual entre los protagonistas, que Mankiewicz conseguía reflejar con un lenguaje cruel
y rotundo en momentos clave del filme, se convierte ahora en la razón de ser de la cinta.
Esto junto a su reducido metraje deja poco espacio para la profundidad del análisis
sobre distintos aspectos del ser humano que aparecían en la primera película.
Otra gran diferencia entre las dos versiones es la pérdida de matices en la
confrontación de los dos personajes principales. Mientras que en la primera película la
tensión iba aumentando gradualmente, el remake presenta a un Milo envalentonado
desde la primera escena. De esta forma la arrogancia que tenía el personaje del escritor
cornudo, que no puede soportar la idea de que su esposa le cambie por un don nadie, se
diluye en la no menor arrogancia del joven gigoló pagado de sí mismo. Ambos
personajes resultan más iguales y por lo tanto más planos, con réplicas excesivamente
tensas desde el inicio de la proyección. No obstante hay que resaltar las
interpretaciones, todas magníficas. A destacar la sublime puesta en escena de Michael
Caine. Por su parte Jude Law articula un excelente trabajo que cae sin embargo en
varios momentos en el histrionismo, marca de la dirección de Brannagh que en sus
propias interpretaciones suele dar demasiada cabida a la exageración.
1
Heredero, Carlos F. (1990). J. L. Mankiewicz. Barcelona: Cinema Club Collection
2
Un tercer elemento de simplificación de esta nueva obra consiste en sustituir los
múltiples artilugios y juegos de la casa de Wyke por los últimos avances en domótica,
incorporados a una mansión de modernísimo diseño. Mientras que aquellos autómatas
concedían al decorado un punto siniestro que se vinculaba a la personalidad retorcida de
su dueño, aquí nos encontramos con un despliegue decorativo de escaparate,
deslumbrante, sí, pero a la vez frío e impersonal. No obstante sería injusto negarle al
escenario en el que se desarrolla la acción numerosas cualidades. La mansión del
escritor no dejará indiferente a nadie. Estéticamente vanguardista, con numerosos
juegos de luces, elementos poco frecuentes como el ascensor y algunos caprichos de lo
más excéntrico como la escalerilla que baja del techo, quizá su mayor acierto esté en las
distintas cámaras de seguridad, que parecen funcionar solas, produciéndonos cierto
desasosiego.
No olvidemos que estamos hablando de la adaptación de una obra y, aunque es
perfectamente admisible realizar una película que no pretenda ser tan profunda como su
predecesora, hay un último aspecto que definitivamente estropea el conjunto. Nos
referimos a la completa alteración del tercer acto. Precisamente donde Shaffer ponía el
broche de oro, desplegando al máximo su ingeniosidad para construir una redonda
historia de intriga detectivesca, Pinter se inventa una deriva hacia el terreno
homosexual, que no cuadra en absoluto con los personajes ni con la trama. Olvidándose
por completo de la obra de Shaffer y como creación puramente personal, nos conduce
hacia un punto en el que la narración pierde su sentido y ya no sabemos qué es lo que se
nos estaba contando. En definitiva, la nueva Huella no es más que un pálido reflejo de
una gran película en sus dos primeros actos y un torpe ejercicio de búsqueda de
singularidad, en el tercero.
A pesar de lo dicho la paradoja reside en que esta nueva película funciona bien.
Tiene ritmo y la historia, por muy alterada que haya resultado, constituye una baza
ganadora. Así que gustará a quien no conozca la antigua, pero creemos que sólo a quien
no la conozca. Aunque si para apreciar verdaderamente el remake hemos de prescindir
de dicho conocimiento, podemos afirmar que no merece la pena tal sacrificio, pues
definitivamente La Huella firmada por Mankiewicz resulta muy superior. En definitiva,
hubiera sido preferible que los participantes en esta película se hubieran embarcado en
un proyecto nuevo en vez de intentar reescribir una obra que consiguió rozar la
perfección.
Marta Valenzuela García
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