¿QUÉ LAICO PARA QUÉ IGLESIA? SITUACIÓN DEL HOMBRE EN EL MUNDO DE HOY El hombre de hoy se encuentra en una sociedad que sufre cambios profundos y acelerados, que progresivamente se extienden al universo entero. Los adelantos técnicos y científicos y los medios de comunicación, han contribuido a una concepción relativista del hombre, en donde tiene validez sólo aquello que se puede ver, tocar o razonar de forma lógica, que la experiencia indica que sirve. En el ámbito internacional, gran parte de la humanidad sufre hambre, miseria, analfabetismo, desempleo, desigualdad y migración. La contaminación destruye el equilibrio ecológico, poniendo en peligro la supervivencia del planeta. El sistema económico internacional hace que los pueblos ricos se hagan cada vez más ricos y los pueblos pobres cada vez más pobres, la mala distribución de los bienes terrenales, lleva al terrorismo, secuestros, guerras, narcotráfico, etc. La crisis profunda en la vida familiar; cada vez, son más numerosas las uniones libres, los divorcios, los abortos, el abandono de ancianos, el número creciente de madres solteras, distribución masiva de anticonceptivos y esterilización; se define una mentalidad de vida consumista y egoísta, ampliamente divulgada por los medios de comunicación. Han aumentado los niños de la calle, consecuencia de la desintegración familiar y de la precaria situación económica. El ámbito social, la carencia de una vivienda digna, de servicios educativos y de salud. Ante esta situación actual de la evolución del mundo son cada día más numerosos los que se plantean las cuestiones más fundamentales: ¿Qué es el hombre?, ¿Cuál es el sentido del dolor, del mal y de la muerte? Esta situación económica, política, social y cultural, reclama hoy con fuerza muy particular la acción de los fieles. EL ESPIRITU SANTO EN LA IGLESIA La Iglesia vive tiempos de transformación profunda, el Concilio Vaticano II hace brotar en ella un espíritu nuevo, acentuando los elementos de comuniónparticipación (servicios, solidaridad con el mundo, curación de una humanidad herida), con una nueva actitud respecto al mundo y a la sociedad. La Iglesia tiene que ser una comunión de hombres y mujeres llamados a participar en el designado salvador y santificador de Dios, un sacramento de salvación para todos que hace presente el designio personal y supremo de Dios: Jesús de Nazareth. A partir de esta visión de la Iglesia, corresponde una imagen de creyente, de hombres de comunión; quienes siguen a Cristo están en comunión con Dios y entre sí y lo expresan visiblemente en la comunidad. Las consecuencias de esta comunión son: La igualdad de todos los fieles en cuento a dignidad. La exigencia de participación. La comunicación de bienes entre todos. La corresponsabilidad en la vida y la misión. La unidad fundamental entre todos los miembros de una misma comunidad y entre todas las comunidades. La búsqueda de unidad entre todos los hombres, de modo que la Iglesia sea signo de comunión universal. De aquí nace una nueva relación con la sociedad, que si es de distinción no es de distancia y oposición, es de cercanía, de búsqueda continua de la verdad y la justicia; de corresponsabilidad en las tareas comunes a toda la comunidad. EL LAICO, UN CRISTIANO COMPROMETIDO “Con el nombre de laico se designa a todos los fieles cristianos, a excepción de los miembros del orden sagrado y los del estado religioso. Es decir, los fieles en cuanto incorporados a Cristo por el bautismo, integrados al Pueblo de Dios y hechos partícipes, a su modo, de la función sacerdotal, profética y real de Cristo, ejercen en la Iglesia y en el mundo la misión de todo el pueblo cristiano en la parte que a ellos corresponde” (Lumen Gentium 31) El Papa Juan Pablo II en su Exhortación Apostólica, “Vocación y Misión de los Laicos en la Iglesia y en la Mundo” da una descripción positiva de esta vocación; es la inserción en Cristo por medio de la fe y de los Sacramentos de la iniciación cristiana, la raíz primera que origina la nueva condición del cristiano en el ministerio de la Iglesia, la constituye su más profunda “fisonomía”, la que está en la base de todas las vocaciones y del dinamismo de la vida cristiana de los fieles laicos. El Concilio Vaticano II nos presenta en el texto citado algunas de las notas esenciales que definen al laico: Es una persona incorporada a Cristo por la fe y el Bautismo Pertenecientes al Pueblo de Dios, la Iglesia; Partícipe de la dignidad sacerdotal, profética y real de Cristo; Corresponsable en la realización de la misión de la Iglesia; Diferente en su función del Obispo, del sacerdote, del diácono y del religioso que ha recibido de Dios otro tipo de vocación al servicio de la comunidad. El laico forma parte del Pueblo de Dios, pero no con una pertenencia superficial o externa, sino íntima y vital. La Iglesia no es un pueblo formado por diversas categorías de personas, sino una comunidad, una familia en la que Dios distribuye los distintos carismas, ministerios y funciones. La Iglesia se configura como un cuerpo (1 Cor. 12, 12-30). En el cuerpo humano, todos los miembros, aunque diversos, son todos importantes y cada uno desempeña una función peculiar y propia en bien de todo el organismo. En cuanto a su dignidad sacerdotal, el laico, unido a Cristo, consagra a Dios todas las realidades temporales, poniéndolas al servicio del hombre, según el Plan de Dios. El cristiano es la voz de la naturaleza, pues eleva a Dios el himno de alabanza que surge de todos los seres. En cuanto a su dignidad profética, el laico habla en nombre de Dios para iluminar con la luz de su Palabra, los acontecimientos y las actuaciones de los hombres. El laico tiene la misión de anunciar, dentro de su ambiente, a Cristo y de denunciar todo lo que se opone al proyecto de Dios sobre el hombre y sobre la misma creación. En cuanto a su dignidad real, el laico es llamado por Él para servir al reino de Dios y difundirlo en la historia. De particular modo están llamados para dar de nuevo a la entera creación todo su valor originario, ordenando lo creado al verdadero bien del hombre. “Todas las cosas son vuestras, y vosotros de Cristo, y Cristo de Dios” (1 Cor. 3, 22-23) LA CORRESPONSABILIDAD DEL LAICO EN LA MISIÓN DE LA IGLESIA La misión de la Iglesia es anunciar a Cristo, hacerlo presente en todos los pueblos. Pero esta misión no la confió Cristo solamente a los Obispos o sacerdotes, sino a todos y a cada uno de los cristianos. Por haber recibido el bautismo y la confirmación, por participar en la Eucaristía todos los Cristianos, cada uno según la vocación recibida de Dios, tienen la gran responsabilidad y profunda alegría de anunciar a Cristo en el ambiente donde viven. El laico realiza su misión viviendo en el siglo, o sea, en todos y cada uno de los deberes y ocupaciones del mundo y en las condiciones ordinarias de la vida familiar y social. El trabajo es una ocasión para proclamar y vivir los valores evangélicos. Ante una visión mercantilizada del trabajo, el laico aporta la visión cristiana, que ve el trabajo como un lugar de la realización de la persona y de la colaboración del hombre en la obra de Dios, subrayando con fuerza la primacía de la persona sobre cualquier medio de producción. En la vida social y política el laico no puede dejar la tarea de la organización social y política de la sociedad en manos de otros, por comodidad o absentismo. Si el seglar cristiano quiere que en la convivencia social estén presentes los valores evangélicos, debe antes sembrarlos, hacerlos nacer y crecer; esa es su tarea peculiar. El mundo social y político no estará ordenado según Dios sin la aportación decidida de los seglares, la construcción del reino de Dios exige el compromiso y el esfuerzo de todos los creyentes. En la vida familiar el laico, tanto si es hombre como mujer, vive dentro de su familia el estilo de relaciones que Jesús nos muestra en el evangelio: el amor, la confianza, la valoración del otro, el perdón y la esperanza. El laico está invitado a que en su profesión y trabajo en la vida social, política y familiar sea levadura (Lc. 13, 21), sal y luz (Mt. 5, 13-14). Cristo pide al laico que dé testimonio de él con su vida y con sus palabras, pero las palabras solas mueven poco; a lo más, impresionan, llaman la atención, pero no hacen cambiar a las personas. El ejemplo de la vida es el que arrastra y da frutos permanentes.