FACULTAD DE TEOLOGÍA SAN DÁMASO Curso 2010-2011 Bienio de Teología litúrgica El Misterio Eucarístico en el Rito Mozárabe (cod.1620893) Prof. Dr.D. Eduardo Vadillo Romero LA EUCARISTÍA COMO SACRIFICIO II Sesiones 8ª y 9ª: 25-xi-2010 NOTA IMPORTANTE: PARA ESTE DÍA HAY QUE TRAER EL ORDINARIO DE LA MISA MOZÁRABE QUE SE PUEDE DESCARGAR DEL BLOG DE LEXORANDI 5. Recuerdo de textos magisteriales recientes sobre la actuación propia del sacerdote en la Misa (diferencia sacerdocio común/sacerdocio ministerial) [Intervenciones de los alumnos] 6. Testimonios de la Liturgia Mozárabe sobre la Misa como Sacrificio de la Iglesia Lectura: Plegaria VIII: auténtica catequesis de la oración en relación con la Misa; Post Sanctus X; Illatio XIII Lectura de las oraciones secretas del sacerdote en el Ordinario de la Misa Mozárabe Lecturas de las oraciones en la forma extraordinaria del Rito Romano para las ofrendas Recibe, oh Padre Santo, omnipotente y eterno Dios, esta que va a ser Hostia inmaculada y que yo, indigno siervo tuyo, te ofrezco a Ti, mi Dios vivo y verdadero, por mis innumerables pecados, ofensas y negligencias, y por todos los circunstantes, así como también por todos los fieles cristianos vivos y difuntos; a fin de que a mí y a ellos nos aproveche para la salvación y vida eterna. Así sea. Oh Dios, +que maravillosamente formaste la naturaleza humana y mas maravillosamente la reformaste: haznos, por el misterio de esta agua y vino, participar de la divinidad de Aquel que se digno hacerse participante de nuestra humanidad, Jesucristo, tu Hijo Señor nuestro, que, Dios como es, contigo vive y reina en unidad del Espíritu Santo, por todos los siglos de los siglos. Así sea. Te ofrecemos, Señor, el Cáliz de salvación, implorando de tu clemencia que llegue en olor de suavidad hasta el acatamiento de tu Divina Majestad, para nuestra salvación y la de todo el mundo. así sea. Recibe, oh Trinidad Santa, esta oblación que te ofrecemos en memoria de la Pasión, Resurrección y Ascensión de Nuestro Señor Jesucristo y en honor de la bienaventurada siempre Virgen Maria, del bienaventurado San Juan Bautista y de los Santos 1 A[postóles San Pedro y San Pablo, y de éstos y de todos los Santos; para que a ellos les sirva de honor y a nosotros nos aproveche para la salvación, y se dignen interceder por nosotros en el cielo aquellos de quienes hacemos memoria en la tierra. Por el mismo Jesucristo Nuestro Señor. De la divina liturgia de san Juan Crisóstomo (durante el canto del himno de los Querubines), en voz baja: S: Nadie que esté atado por los deseos y placeres mundanos es digno de acercarse y servirte a Ti, Rey de gloria. Servirte es imponente e impresionante hasta para los poderes celestiales. Pero por Tu inefable e inmenso amor por nosotros, Te hiciste hombre sin alteración o cambio. Tú eres nuestro Sumo Sacerdote y Señor de todos, y nos has confiado a nosotros la celebración de este sacrificio litúrgico sin derramamiento de sangre. Porque solo Tú Señor y Dios nuestro, gobiernas sobre todas las cosas en el cielo y en la tierra. Tú estás sentado en el trono de los Querubines, eres Señor de los Serafines y el Rey de Israel. Solo Tú eres Santo y moras entre Tus santos. Solo Tú eres bueno y siempre estás dispuesto a escuchar. Por eso Te imploro que te fijes en mí, pecador e indigno siervo Tuyo, purifica mi alma y mi corazón de toda conciencia malvada. Concédeme que, lleno del poder de Tu Santo Espíritu y revestido de la gracia del sacerdocio, pueda celebrar sobre Tu santo Altar el misterio de Tu santo y puro Cuerpo y Tu preciosa Sangre. Ante Ti vengo con la cabeza agachada y suplico: no me retires Tu rostro ni me rechaces de entre tus hijos, sino concede que yo, pecador e indigno siervo Tuyo, sea digno de ofrecerte estos dones. Pues Tú Cristo, Dios Nuestro, eres el Oferente y la Ofrenda, Aquel que recibes y eres distribuido, y a Ti damos gloria, junto con Tu Padre eterno y tu Santo Espíritu de bondad y dador de vida, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén. 7. La intervención propia del sacerdote en la Eucaristía 7.1 Presupuesto fundamental: El sacerdocio de Cristo en la Iglesia Que toda la actuación salvífica de Cristo se puede entender como un sacrificio y como un sacerdocio es algo evidente a cualquiera que lea la carta a los Hebreos. Los antiguos sacrificios del Templo han encontrado su cumplimiento en el ofrecimiento de Cristo en la Cruz, entendido por Él como sacrificio, y por Él anticipado en la última Cena, para que quedara como sacrificio perenne en su Iglesia. Es importante recordar que el sacrificio religioso, propiamente, es el acto interno de poner a disposición completa de Dios la propia vida, incluso hasta la muerte si fuera preciso. Por eso el sacrificio de Cristo es el acto de su voluntad (con toda su humanidad) por el que puso a disposición del Padre su propia vida en la cruz, reconociendo así su dominio y la voluntad del Padre. Este acto de su voluntad, que no se reduce a una mera decisión voluntarista, sino que se debe leer en la óptica del amor, es el que nos redime. De ahí que, en la dinámica sacramental de la salvación, el mismo Señor haya querido que quedara en su Iglesia mediante el sacrificio eucarístico. Debemos notar la superación que se da del culto del Templo, y a la vez en qué aspectos hay continuidad. En este caso es la acción de Cristo la que nos salva, y esa misma acción es la que se hará presente, mientras que el Templo cada acto de sacrificio era un sacrificio distinto y diverso del anterior, sin verdadera eficacia en sentido profundo. En el Templo se ofrecían 2 animales para mostrar esa disponibilidad de la voluntad de cada oferente como acto propio de cada uno. En la Eucaristía sólo tenemos la ofrenda de Cristo, a la cual se asocia la Iglesia; los actos materiales son diversos, pero lo que se hace presente es la ofrenda de Cristo, cosa que no sucedía en el Templo. La clave, por tanto, estará en cómo se asocia la Iglesia a este sacrificio único de Cristo que es el que tenemos en la Eucaristía. 7.2 La diferencia de participación del sacerdocio de Cristo La Iglesia es un pueblo sacerdotal, y la unión de los fieles con Cristo, que es lo que constituye la Iglesia, es la manera en que se ejerce su sacrificio. Ahora bien, se entiende perfectamente, dentro de la óptica sacramental, que dado que Cristo se encarnó y se hizo hombre, visible y concreto, diferente del resto de los hombres, al hacer presente la Iglesia el sacrificio de Cristo haya un ministro que a su vez haya sido previamente sacramentalizado. La Iglesia ha reconocido en los Apóstoles y en sus sucesores, así como en los presbíteros, una especial cualidad sacrrdotal, distinta del sacerdocio común propio de los bautizados. Repito que esto es perfectamente lógico si entendemos con un poco de profundidad el modo en que se ha realizado la salvación: Cristo permanece presente en su Iglesia y elige a unas personas concretas para que lo hagan presente. De modo análogo a como la humanidad de Cristo fue instrumento del Verbo para nuestra salvación, de modo análogo a como los sacramentos son instrumentos de Cristo para la comunicación de la vida nueva del Espíritu Santo, el sacerdote del nuevo Testamento es el instrumento para que se haga presente el sacrificio de Cristo. Consiguientemente, el sacerdocio jerárquico o ministerial es una habilitación mediante el carácter del orden para ser instrumento de Cristo de manera que se renueve sacramentalmente en la consagración de la Misa el único sacrificio de Cristo. La actuación del sacerdote, como instrumento, hace que el pan se convierta en el Cuerpo y el vino en la sangre de Cristo mediante el Espíritu Santo. Esto es sólo propio del sacerdote ordenado, y por eso en él hay una cualidad sacerdotal especial (diferente esencialmente y no sólo de grado respecto a los otros bautizados), porque el sacrificio de Cristo sólo se hace sacramentalmente presente en la medida en que se realiza la consagración de los dones de pan y vino. Por ello se dice que el sacerdote actúa in persona Christi capitis, en persona, en representación de Cristo cabeza; todos los cristianos formamos parte del cuerpo místico de Cristo, de su pueblo, pero la representación sacramental en la Eucaristía sólo es posible cuando se ha recibido previamente el sacramento del orden en la sucesión apostólica. En cambio, el sacerdocio común es una habilitación mediante el carácter del bautismo y de la confirmación que permite a cada uno hacer personalmente suyo el sacrificio de Cristo cuando dicho sacrificio se renueva en la Eucaristía. Se trata de un verdadero sacerdocio y de actos verdaderamente sacerdotales, en la medida que el fiel se une a Cristo y se ofrece con Él, junto con el sacerdote ordenado. Es muy necesario que los fieles sean conscientes de que pueden y deben ofrecerse junto con Cristo en el altar, al participar en la Misa; esto se realiza, de una manera especial, si se comulga. En cualquier caso esta participación requiere toda una serie de disposiciones y de vida cristiana, para que sea verdaderamente la participación activa y fructuosa de la que habla Sacrosanctum concilium. En realidad el hecho de que los fieles puedan ir respondiendo a las diversas oraciones, si hay una formación litúrgica adecuada, permite avanzar en esta participación, pero siempre tal como nos enseña la Iglesia. Tengamos presente que ni el ministro ni el fiel añaden nada al sacrificio de Cristo, pues no tienen ni que completarlo ni que mejorarlo, ya está hecho, pero lo que les corresponde es unirse a Él, participar de él, y para eso el Señor nos dejó la Eucaristía, para que quedara un 3 sacrificio visible que ofrece la Iglesia (también visible, como la misma Encarnación) y en el que se hace presente el único sacrificio de Cristo. Lo que es fundamental es que en este aspecto central de la vida cristiana cada uno actúe conforme a la institución de Cristo, el sacerdote ministerial como sacerdote ministerial y el bautizado como bautizado, valorando mucho el hecho de poder celebrar la Eucaristía. Esta doble participación del sacerdocio de Cristo explica la razón de porqué es válida y lícita la Eucaristía celebrada sin asistencia del pueblo, aunque siempre se haya recomendado vivamente, al menos la asistencia de un ministro. Cristo instituyó la Eucaristía para beneficio de toda la Iglesia, algunos de cuyos frutos no dependen de que haya muchos o pocos fieles, con mejores o peores disposiciones, aunque otros sí dependen de esta participación (el crecimiento en gracia y en santidad, etc). En los años inmediatamente posteriores al Concilio Vaticano II fue necesario que Pablo VI recordara en la Mysterium fidei el valor y la importancia de la Misa celebrada aun sin asistencia de pueblo, por más que todos desearan que en la medida de lo posible muchos fieles acudieran, también diariamente, a encontrarse con Cristo y a unirse con su sacrificio sacramentalmente. 7.3 La falta de comprensión del misterio Pascual y las deformaciones de la noción de sacerdocio Si hablamos de una presencia indefinida del misterio pascual entendido como una cierta presencia salvadora de Dios las consecuencias para la liturgia son bastante negativas. De hecho ya la Mediator Dei de Pío XII tuvo que intervenir en este sentido. Para hablar de esta presencia la encíclica recordaba la eficacia de la actuación de Cristo en los sacramentos y a la vez los signos que los significan. En los planteamientos de algunos liturgistas como ese misterio es algo supraracional parece que las expresiones de fe que ha empleado y emplea la Iglesia son algo absolutamente secundario y se pueden despreciar unas y otras a gusto de los diversos criterios del momento. De hecho se considera la Liturgia como revelación en acto, pero casi en el sentido de una mera experiencia religiosa de la comunidad. Por otra parte, otra consecuencia es que la diferencia entre el sacerdocio ministerial y el sacerdocio común se difumina. El sacerdote queda como mero representante simbólico de Cristo ante la comunidad y se le reconoce una presidencia, para que se haga presente el misterio pascual, pero sin que su actuación sea propiamente sacerdotal. De hecho no faltan autores que quieren eliminar incluso la misma terminología sacerdotal para referirse al presbítero o al obispo. Los autores más radicales en este campo sostienen que incluso en situaciones excepcionales la comunidad puede reapropiarse la presidencia de la eucaristía: este tipo de propuestas en realidad pueden parecer radicales, pero simplemente sacan las consecuencias de los presupuestos anteriores. Como es lógico se niega, de hecho la transustanciación y el cambio real y ontológico del pan y el vino en el cuerpo y sangre de Cristo; no se quiere negar la terminología clásica de presencia real, pero explicando que lo más real es el nuevo significado que adquieren esos dones, de modo que en el fondo se está proponiendo algo contrario a la fe de la Iglesia. Los que defienden la posición anterior obviamente hacen todo lo que pueden para tratar de asimilar al sacerdote a los fieles, considerando que una forma de vida especial sería un retorno injustificado al Antiguo Testamento. Más bien habría que decirles que no han comprendido ni la encarnación ni la economía sacramental instituida por Cristo. Las medidas de la Iglesia respecto a la vida del sacerdote nos ponen ante los ojos lo contrario de lo que 4 pretenden estos autores. Ahora bien esta desacralización se extiende a la misma liturgia. Al explicar que el verdadero sacrificio es la obediencia, la liturgia simplemente debe mostrarla con signos exteriores de toda la comunidad, que se pueden ir cambiando a su antojo. En realidad si se ha perdido de vista que lo que nos salva es la obediencia de Cristo a la que nos unimos cuando celebramos lo que Él ha establecido se desfigura absolutamente completamente la celebración. La Eucaristía queda como la comunidad que se celebra a sí misma conforme a una serie de valores que se hacen depender, en última instancia de Jesucristo, pero siempre de acuerdo a los criterios mundanos del momento. Como es lógico se olvida el valor que tiene la Misa, incluso aunque no participe el pueblo. Es cierto, como decíamos antes, que el ideal es que los fieles se unan de la mejor manera posible a la Eucaristía, pero tampoco debe ser despreciada la Misa celebrada sólo por el sacerdote. En cambio, si la perspectiva es correcta, como hemos podido leer en los diversos textos litúrgicos, entonces el sacerdote tiene una actuación propia y se entiende que le corresponda una particiación peculiar en la Misa que se ha concretado históricamente en la oración por una determinada intención (sea de vivos o de difuntos). En esta línea de la actuación propia del sacerdote en la Misa se entiende el que la Iglesia haya pedido una configuración vital al presbítero que sea consecuente con su configuración sacramental: este es el fundamento último del celibato de los ministros. 8. Algunas observaciones sobre la concelebración Ya desde la Antigüedad fue común la presencia de los presbíteros celebrando el sacrificio eucarístico junto con su Obispo; en la época de los Padres la práctica está atestiguada. Posteriormente el estblecimiento de los tituli o parroquias dio lugar a mayores necesidades de celebraciones, así como la progresiva conciencia del valor de la Misa por parte de los fieles movió a que la concelebración decayera. No obstante en la Edad Media encontramos todavía referencias en algún texto de Inocencio III y santo Tomás en III,82,2 se plantea la cuestión de que varios sacerdotes consagren a la vez la misma hostia, aludiendo al uso de la Iglesia para explicar el tema en sentido afirmativo. Recientemente la Mediator Dei rechazó la concelebración, pero en el sentido de pensar que los fieles hacen lo mismo (concelebran) que el sacerdote. En una alocución del 2-XI-1954 recordó que no se podía considerar equivalente la presencia del sacerdote entre los fieles en la Eucaristía al hecho de que celebrara; el 22-IX-1956 recordó que para que se diera verdaderamente una concelebración hace falta que los sacerdotes concelebrantes pronuncien al menos las palabras de la Institución sobre las ofrendas. En 1958 se prohibieron las misas sincronizadas y se precisaron los casos en los que era posible concelebrar. Después del Vaticano II se ampliaron las ocasiones de la concelebración. En cualquier caso la concelebración es una única Misa; puede haber tantas intenciones particulares cuantos sean los celebrantes, pues actúan en esa única acción que tiene un valor infinito como sacerdotes, y por ello se establece que cada concelebrante puede percibir un estipendio. Este carácter de única celebración es lo que hace que la concelebración muestre la unidad de los presbíteros en torno al obispo, o simplemente la unidad de los presbíteros en cuanto que participan de manera especial del sacrificio de Cristo (además de evitar en ocasiones problemas particulares de organizar muchas celebraciones). Sin embargo hay que tener en cuenta que a veces la concelebración puede favorecer las distracciones o la menor atención de los que participan (sobre todo en casos de 5 concelebraciones masivas) y que el fruto general de la Misa para la Iglesia es distinto que si se celebraran varias Misas. Tengamos presente que cada Misa es un acto de culto y de oración a favor de toda la Iglesia, lo cual ciertamente tiene un valor, sin negar los otros valores de la concelebración. En cualquier caso es importante que no se banalice la concelebración y parezca que equivaliera a la participación propia de los fieles. Bibliografía: G.DERVILLE, La concelebración eucarística. Del símbolo a la realidad Palabra (Madrid) 2010. M.LEPIN, L’Idée du sacrifice de la Messe d’après le théologiens depuis l’origine jusqu’a nous jours, Paris 19262. A.PIOLANTI, Il Mistero Eucarstico, LEV (Vaticano) 1996. 6