La Santa Sede

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La Santa Sede
FIESTA DE LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR
HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
Sábado 2 de febrero de 2002
VI Jornada de la vida consagrada
1. "Los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo
escrito en la ley del Señor" (Lc 2, 22).
Cuarenta días después de la Navidad, la Iglesia revive hoy el misterio de la presentación de
Jesús en el templo. Lo revive con el estupor de la Sagrada Familia de Nazaret, iluminada por la
revelación plena de aquel "niño" que, como nos acaban de recordar la primera y la segunda
lectura, es el juez escatológico prometido por los profetas (cf. Ml 3, 1-3), el "sumo sacerdote
compasivo y fiel" que vino para "expiar los pecados del pueblo" (Hb 2, 17).
El niño, que María y José llevaron con emoción al templo, es el Verbo encarnado, el Redentor del
hombre y de la historia.
Hoy, conmemorando lo que sucedió aquel día en Jerusalén, somos invitados también nosotros a
entrar en el templo para meditar en el misterio de Cristo, unigénito del Padre que, con su
Encarnación y su Pascua, se ha convertido en el primogénito de la humanidad redimida.
Así, en esta fiesta se prolonga el tema de Cristo luz, que caracteriza las solemnidades de la
Navidad y de la Epifanía.
2. "Luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel" (Lc 2, 32). Estas palabras
proféticas las pronuncia el anciano Simeón, inspirado por Dios, cuando toma en brazos al niño
Jesús. Al mismo tiempo, anuncia que el "Mesías del Señor" cumplirá su misión como "signo de
contradicción" (Lc 2, 34). En cuanto a María, la Madre, también ella participará personalmente en
la pasión de su Hijo divino (cf. Lc 2, 35).
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Por tanto, en esta fiesta celebramos el misterio de la consagración: consagración de Cristo,
consagración de María, y consagración de todos lo que siguen a Jesús por amor al Reino.
3. A la vez que saludo con fraterna cordialidad al señor cardenal Eduardo Martínez Somalo, que
preside esta celebración, me alegra poder encontrarme con vosotros, amadísimos hermanos y
hermanas que un día, cercano o lejano, os habéis entregado totalmente al Señor en la opción de
la vida consagrada. Al dirigiros a cada uno mi afectuoso saludo, pienso en las maravillas que Dios
ha realizado y realiza en vosotros, "atrayendo a sí" toda vuestra existencia. Alabo con vosotros al
Señor, porque es Amor tan grande y hermoso, que merece la entrega inestimable de toda la
persona en la insondable profundidad del corazón y en el desarrollo de la vida diaria a lo largo de
las diversas edades.
Vuestro "Heme aquí", según el modelo de Cristo y de la Virgen María, está simbolizado por los
cirios que han iluminado esta tarde la basílica vaticana. La fiesta de hoy está dedicada de modo
especial a vosotros, que en el pueblo de Dios representáis con singular elocuencia la novedad
escatológica de la vida cristiana. Vosotros estáis llamados a ser luz de verdad y de justicia;
testigos de solidaridad y de paz.
4. Sigue vivo el recuerdo de la Jornada de oración por la paz, que vivimos hace diez días en Asís.
Sabía y sé que para esa extraordinaria movilización en favor de la paz en el mundo puedo contar
de modo particular con vosotros, amadísimas personas consagradas. A vosotros, también en esta
ocasión, os expreso mi profunda gratitud.
Gracias, ante todo, por la oración. ¡Cuántas comunidades contemplativas, dedicadas totalmente a
la oración, llaman noche y día al corazón del Dios de la paz, contribuyendo a la victoria de Cristo
sobre el odio, sobre la venganza y sobre las estructuras de pecado!
Además de la oración, muchos de vosotros, amadísimos hermanos y hermanas, construís la paz
con el testimonio de la fraternidad y de la comunión, difundiendo en el mundo, como levadura, el
espíritu evangélico, que hace crecer a la humanidad hacia el reino de los cielos. ¡Gracias también
por esto!
No faltan tampoco religiosos y religiosas que, en múltiples fronteras, viven su compromiso
concreto por la justicia, trabajando entre los marginados, interviniendo en las raíces de los
conflictos y contribuyendo así a edificar una paz fundamental y duradera. Dondequiera que la
Iglesia está comprometida en la defensa y en la promoción del hombre y del bien común, allí
también estáis vosotros, queridos consagrados y consagradas. Vosotros, que, para ser totalmente
de Dios, sois también totalmente de los hermanos. Toda persona de buena voluntad os lo
agradece mucho.
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5. El icono de María, que contemplamos mientras ofrece a Jesús en el templo, prefigura el de la
crucifixión, anticipando también su clave de lectura: Jesús, Hijo de Dios, signo de contradicción.
En efecto, en el Calvario se realiza la oblación del Hijo y, junto con ella, la de la Madre. Una
misma espada traspasa a ambos, a la Madre y al Hijo (cf. Lc 2, 35). El mismo dolor. El mismo
amor.
A lo largo de este camino, la Mater Jesu se ha convertido en Mater Ecclesiae. Su peregrinación
de fe y de consagración constituye el arquetipo de la de todo bautizado. Lo es, de modo singular,
para cuantos abrazan la vida consagrada.
¡Cuán consolador es saber que María está a nuestro lado, como Madre y Maestra, en nuestro
itinerario de consagración! No sólo nos acompaña en el plano simplemente afectivo, sino también,
más profundamente, en el de la eficacia sobrenatural, confirmada por las Escrituras, la Tradición y
el testimonio de los santos, muchos de los cuales siguieron a Cristo por la senda exigente de los
consejos evangélicos.
Oh María, Madre de Cristo y Madre nuestra, te damos gracias por la solicitud con que nos
acompañas a lo largo del camino de la vida, y te pedimos: preséntanos hoy nuevamente a Dios,
nuestro único bien, para que nuestra vida, consumada por el Amor, sea sacrificio vivo, santo y
agradable a él. Así sea.
© Copyright 2002 - Libreria Editrice Vaticana
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