REFLEXIONES SOBRE CÓMO LLEGAR CON EL EVANGELIO A

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REFLEXIONES SOBRE CÓMO LLEGAR CON EL EVANGELIO A NUESTRA
SOCIEDAD
Introducción.
La estrategia evangelística de la Iglesia Primitiva en el N. T. nos muestra cómo
sus agentes partían de las inquietudes particulares de sus interlocutores para introducir el
mensaje del evangelio.
Así observamos cómo es distinta la presentación que hace Esteban en Hechos 7 ante un
auditorio judío de la que efectúa Pablo ante un auditorio griego y pagano en Hechos 17:
16-34.
Examinemos la estrategia de Pablo:
Busca los puntos de contacto intelectual que le permitan presentar el evangelio de modo
inteligible para sus oyentes: 17: 23, 28.
No contemporiza con los errores propios de aquellos a quienes predica: vv. 24, 29.
Ello implica que no todos se sientan complacidos por su mensaje (v. 32), si bien es
aceptado por otros (v. 34).
¿Cuál es la situación en que se encuentran el hombre y la mujer de hoy en día?
Como cristianos estamos seguros de tener la respuesta a los problemas del mundo.
Nuestro problema actual es que no sabemos qué preguntas se hace el mundo en que
vivimos. Como alguien escribió al pie de un rótulo cristiano que decía “CRISTO ES LA
RESPUESTA”, “¿pero cuál es la pregunta?”
Lo que sigue son unas reflexiones sobre cómo es el hombre y la mujer de nuestro
tiempo, para saber cómo enfrentarle con eficacia al evangelio.
Mitos sobre la posición religiosa de la sociedad occidental contemporánea.
La gente no tiene necesidades ni conciencia de tipo espiritual o religioso: es cierto en lo
que se refiere a la religiosidad tradicional. Pero ésta se ha visto sustituía por otras
formas de manifestar la eterna sed espiritual del ser humano. Piénsese en el auge de las
sectas, el movimiento de la Nueva Era, el éxito de los videntes, etc.
No existe conciencia moral: es cierto que la moral tradicional se ha dejado atrás, que el
relativismo ético ha ocupado el lugar de los absolutos antiguos. Pero no lo es menos que
nuestra época ve un desarrollo nunca visto de organizaciones y sociedades altruistas
para hacer frente a los más variados problemas de nuestro tiempo (programas de
preservación del medio ambiente, de desarrollo del Tercer Mundo, sociedades de
defensa de los derechos humanos, de los derechos de la mujer, de los derechos de las
minorías, etc.)
La gente ha rechazado el cristianismo por motivos intelectuales: la inmensa mayoría de
personas ni siquiera ha considerado la veracidad del cristianismo como sistema. Es más,
la casi totalidad de ellas no han llegado a conocer en absoluto el cristianismo. Sus
conocimientos son por referencia y casi nunca de primera mano. El rechazo es fruto de
un ambiente general contrario al cristianismo y no consecuencia de una reflexión seria.
Cómo es nuestra sociedad.
El término que mejor define nuestra época es posmodernismo. Vivimos en una
sociedad posmoderna. Qué quiere decir esto lo veremos mejor si analizamos los
diversos tipos de sociedad que conocemos. Estos tipos pueden coincidir en el tiempo,
dependiendo del momento de desarrollo en que se encuentre un grupo social. Decimos
que nuestra sociedad occidental es posmoderna, pero es igualmente cierto que en otros
puntos del planeta nos encontramos con sociedades modernas e incluso premodernas.
Tratemos, sin embargo de definir qué entendemos por cada uno de los tipos o estadios
evolutivos de sociedad.
Sociedad pre-moderna.
Enfatiza la importancia del grupo frente al individuo.
Venera la autoridad tradicional.
Tiene un sistema ideológico, filosófico o religioso que le proporciona una visión
unificada del mundo.
Sociedad moderna.
Compartimentalidad: vida dividida en diversos compartimentos estancos,
incomunicados entre sí (vida profesional, familiar, aficiones, pensamientos,
sentimientos, etc.). Se pierde sentido de identidad al representar diversos papeles o roles
ante diversos auditorios o en diversas situaciones. Se carece de una visión unificada del
mundo.
Burocratización: somos en general un número frente a la impersonalidad del Estado y
sus agentes. Pero no sólo frente al Estado, sino que en nuestras actividades más
cotidianas, como el efectuar las compras, el ir al médico, ir a un restaurante, etc.
estamos siempre frente a extraños.
Variabilidad de los mundos en que vivimos: no sólo se expresa en la variación de
ubicación geográfica que a lo largo de la vida uno experimenta, o en el cambio que
algunos viven en su pertenencia a un ámbito social o de clase, sino también en la toma
de decisiones morales. Nunca como ahora el hombre y la mujer modernos han de
reconsiderar sus principios éticos para enfrentarse a situaciones siempre cambiantes.
Sociedad posmoderna.
Es el tipo de sociedad en que ahora nos encontramos en Occidente, aún teniendo en
cuenta que varios tipos de sociedad o de personas pueden convivir a la vez. La sociedad
posmoderna es el fruto lógico de vivir por un cierto tiempo en una sociedad moderna.
Individualismo solitario: dado que no se puede asumir un conjunto de normas y formas
de comportamiento estables, dado que los papeles sexuales se cuestionan, que el
matrimonio no es para siempre sino hasta que los sentimientos y emociones lo
dispongan, dado que la lealtad no tiene sentido, el hombre y la mujer posmodernos se
sienten más solos que nunca ante el Universo.
Ironía defensiva: en un mundo donde uno sólo cuenta como cliente (alguien de quien
sacar dinero, votos, etc.), todo el mundo se vuelve tremendamente cauto a la hora de
comprometerse con una causa determinada. Se huye en general de toda forma de
religión organizada.
Espíritu consumista y materialista: toda actividad, decisión o compromiso se valora en
función del beneficio que vaya a reportarle a uno mismo.
Las únicas satisfacciones que tiene la vida son las materiales, de ahí que caigamos en
una espiral de consumismo en un afán de lograr una experiencia satisfactoria que
otorgue algún sentido al vano transcurrir de los días. Todo el sistema económico se
sustenta sobre la base del consumo continuo. Es la versión actual del antiguo “comamos
y bebamos que mañana moriremos”.
Necesidad de evasión continua: la mente necesita continuamente ser distraída del hecho
de que no tiene respuestas últimas, de que vive en un mundo carente de sentido. Nuestra
vida tiene una oferta sin par de propuestas de ocio que no dejan al ser humano
enfrentarse con sus más profundas inquietudes y frustraciones. En el extremo final están
las drogas. El objetivo no reconocido es la huida de la realidad.
Relativismo moral: la carencia de puntos de referencia, de absolutos, lleva a que cada
cual puede y se ve obligado a tomar sus propias decisiones morales sin apoyo externo
alguno. Ello lleva a la coexistencia de un número ilimitado de perspectivas y maneras de
ver y encarar los problemas, todos ellos igualmente válidos e igualmente inseguros. Un
mismo problema ético tiene diversas soluciones en función de quién se enfrente á él o
en qué circunstancias se produzca dicho enfrentamiento. Los grandes sistemas que
proporcionaban un sistema completo de valores y referentes éticos han sido
abandonados por el hombre posmodernos, entiéndase el cristianismo, el islamismo, el
marxismo, etc.
Cómo ha llegado el hombre a su actual situación.
Si queremos entender al ser humano de finales del s. XX y llegar a comunicarle el
Evangelio es necesario que comprendamos cómo ha llegado a su actual situación.
Las tres grandes preguntas que se ha hecho el hombre de cualquier época son:
Quién soy.
Cómo soy.
Cómo puedo conocer la verdad.
Estas son las tres preguntas básicas que el hombre hace tanto a la filosofía como a la
religión. Tanto la una como la otra bregan con las mismas cuestiones. En el ámbito de la
filosofía la primera de las tres preguntas, quién soy, es la que abarca la rama de la
misma conocida como Metafísica. La segunda, cómo soy, atañe al área de la filosofía
conocida como la Ética. Finalmente, la tercera, cómo puedo conocer la verdad, es la que
intenta contestar la Epistemología.
En nuestra civilización occidental, hasta la Edad Media no había dudas acerca de a
quién acudir en busca de las respuestas a estas grandes preguntas. El hombre medieval
hallaba las respuestas en la Iglesia. Ésta, amalgamando lo que era propio del
cristianismo con tradiciones heredadas de otras fuentes e influencias propias de filósofos
griegos proporcionaba respuestas al ser humano de la época.
La Reforma reacciona contra el poder de la Iglesia y propone la vuelta a los orígenes
puros del cristianismo mediante la oferta de la Revelación como el único punto de
referencia válido a la hora de buscar y encontrar las respuestas. La doctrina del derecho
al libre examen de las Escrituras por parte de todo creyente hace que el hombre
reformado tenga a éstas como fuente única donde encontrar las respuestas.
El Renacimiento ve nacer el proceso que nos llevará a la situación actual. El hombre se
convierte en la medida de todas las cosas. No se aceptan ya más puntos de referencia
externos. Unos, especialmente en la Europa continental, adoptarán la Razón como el
instrumento para obtener las respuestas. Se trata del Racionalismo de Descartes, Kant,
etc. Otros, especialmente los filósofos de las Islas Británicas, enfatizarán los Sentidos
como medio de obtener las respuestas. Nos referimos al Empirismo de Locke, Berkeley
y Hume. Ambos caminos llevarán, con el paso de los siglos, a la situación actual en que
el hombre reconoce que se encuentra totalmente perdido. No hay respuestas. Todo es
absurdo y sin sentido. Hemos llegado al Existencialismo de Sartre, Camus, Heidegger y
Jaspers, al desatino irracional partiendo del más radical de los racionalismos.
Revisemos este camino en el área de cada una de las tres preguntas básicas.
Quién soy.
Personalidad y dignidad, “humanidad” en definitiva, son cualidades que el ser
humano de toda época y civilización reclama para sí. No acepta ser igualado al resto de
la Naturaleza y exige una consideración distinta y especial.
El problema es que los sentidos sólo pueden percibir la animalidad del ser
humano. Y la razón no puede otorgar dichas cualidades si parte de la impersonalidad de
la que se comienza cuando se prescinde del Dios bíblico, personal e infinito. En tales
circunstancias el hombre acaba convertido en una máquina, la más compleja, pero nada
más que una máquina.
La gran paradoja del hombre posmoderno radica en que no se resigna a las
conclusiones de su razón y sus sentidos, negándose irracionalmente a ser una simple
máquina. Pero, tristemente, todas sus exigencias de “humanidad” carecen de la más
mínima base de sustentación. Lo impersonal no puede dar lugar a lo personal.
Si se es coherente con las conclusiones lógicas del sistema, el ser humano no es
de más valor que un mineral. Puede por tanto ser supeditado a los intereses de una causa
“superior”. Recuérdese el nazismo, el comunismo estalinista, la explotación actual de
los más desprotegidos, etc.
Cómo soy.
Toda sociedad tiene una determinada noción acerca de lo bueno y lo malo, lo
correcto y lo incorrecto. Variarán los contenidos, pero el principio de que existe el bien
y el mal es universal.
El problema actual es que la sola razón, acompañada por los sentidos, no
encuentra un consenso acerca de lo bueno y lo malo. No existen unos referentes válidos
universalmente sobre los que fundar la ética de nuestros días.
El fruto de todo ello es el relativismo moral, en el cual mi concepto del bien y
del mal no tiene por qué coincidir con el o los ajenos y todos pueden ser igualmente
válidos y / o respetables.
Sin absolutos no nos queda sino la conclusión del marqués de Sade: “ lo que es,
es justo”. No hay cosas buenas ni malas. Mi referente no puede imponerse al tuyo.
Aún así el ser humano anhela construir una ética. Hoy se nos quiere imponer la
ética de lo políticamente correcto. Pero es una ética sin base sólida. Se fundamenta en el
consenso de la mayoría. No en un absoluto. El día que la opinión de la mayoría acerca
de lo correcto cambie, cambiarán los valores éticos. Basados en este principio se
legalizó el aborto. Es lo que la mayoría desea o piensa. Pero esta misma mayoría es
inconsecuente cuando critica que la mayor parte de ciudadanos aprueben la pena de
muerte en los EE.UU.
Es la paradoja de la ética de las mayorías.
Cómo puedo conocer la verdad.
Toda civilización se ha planteado la pregunta que Pilatos formuló a Jesús
momentos antes de entregarle a los judíos para que le ajusticiasen: “¿Qué es la verdad?”
(Jn. 18: 38).
Cuando el hombre renacentista inicia el camino en la búsqueda de la verdad
teniendo como únicos elementos para captarla la razón y los sentidos, comienza un
amargo viaje que llega al absurdo contemporáneo.
Los filósofos de finales del siglo XIX (Hegel) y de lo que va del XX (Popper,
Polanyi, Wittgenstein) han puesto de manifiesto la insuficiencia de la razón y los
sentidos, limitados a lo finito del ser humano, para no tan sólo conocer, sino para tener
la seguridad de que se conoce. No hay motivo para tener la certeza de que lo que
obtenemos por medio de nuestra razón y de nuestros sentidos se corresponda con lo que
objetivamente es, con la verdad. Aún la coincidencia de la totalidad de la humanidad en
la recogida de datos acerca de la realidad no nos daría la garantía de que ésta sea tal
como la percibimos. Siempre podría alguien aparecer con una percepción distinta de la
mayoritaria, no habiendo criterio absoluto alguno que nos permita afirmar que la
mayoría es la que está en lo cierto. Se borran así los límites entre realidad y fantasía, tal
y como plasma el realismo mágico de la literatura hispanoamericana del s. XX (García
Márquez, Borges, etc.).
Esta fue la base ideológica de la introducción de las drogas psicotropas en la
cultura de los años sesenta. Explorar “realidades” inducidas por las drogas, buscar una
experiencia que diese sentido a la vida vacía del racionalismo. En la práctica popular y
masiva degeneró en la huida de la realidad que supone el uso de las drogas en un mundo
sujeto al caos de la masificación, la falta de sentido, el paro, la marginación, la pobreza,
etc.
En el mundo de la política supuso el fin de las grandes ideologías que pretendían
explicar el mundo y transformarlo. Hoy ya no hay ideologías. Hay gestión de la realidad,
según los intereses de cada grupo social. Los partidos políticos no pretenden formar
ideológicamente a las masas para una meta final. Sólo adaptarse a los vaivenes de la
opinión pública, a fin de captar el máximo número de votos posible para perpetuarse en
el poder.
En el mundo de la teología este principio ha supuesto la muerte de la doctrina.
Lo que importa ya no son los conceptos que se esconden detrás de palabras como Dios o
Jesús, sino el uso de dichas palabras como un fin en sí mismo. Dos teólogos pueden
hablar con las mismas palabras, utilizando los mismos términos y no llegar no sólo a
entenderse, sino siquiera a comunicarse. Algo de ello hay en el auge del ecumenismo,
más preocupado por la superficialidad de las formas externas comunes (terminología,
liturgia) que por los conceptos doctrinales que se supone debiera haber detrás de ellas.
Y evidentemente esta es la base del sincretismo religioso del movimiento de la Nueva
Era, o de nuevos cultos como la Fe Baha’i.
La conclusión desesperante es que no es posible la comunicación. Si no existe la
seguridad del contenido y significado de las palabras no puede haber seguridad de que
sea posible la comunicación.
Sin absolutos en el campo de la Epistemología no hay comunicación, no hay
conocimiento objetivo, ni siquiera seguridad de que sea posible tal conocimiento.
Por ello es que no existe algo así como LA VERDAD. Existen opiniones, descripciones
estadísticas, pero no verdad. Sólo las pequeñas verdades de cada uno, ninguna mejor
que las otras.
Cómo comunicar el evangelio al hombre de hoy.
No pretendemos exponer aquí un manual de cómo evangelizar hoy. Sería tarea
vana. Aparte de la variedad de estados evolutivos del ser humano de finales del s. XX –
recordemos que pueden coexistir personas posmodernas con otras que aún permanecen
en el estadio que denominamos modernidad, incluso con algunas aún ancladas en la
premodernidad- el predominio en Occidente del llamado posmodernismo, con su
rechazo de la objetividad y su reclamo del subjetivismo más absoluto, hace poco menos
que imposible trazar un “método” para evangelizar que sirva para todas las personas y
todas las situaciones.
Lo que aquí intentaremos es esbozar unos principios que nos permitan
aproximarnos al ser humano de hoy, alejado del cristianismo como nunca en la historia
occidental, con el mensaje de Cristo:
Diagnosticar dónde se encuentra nuestro interlocutor.
Nada peor que tratar antes que diagnosticar. Si queremos que el hombre hoy acepte la
respuesta que también para él tiene Cristo, habremos de saber primero cuáles son las
preguntas que se hace.
Para saber de dónde parte la persona que pretendemos evangelizar es preciso pasar
tiempo escuchándola. Aunque parezca que no llevamos la iniciativa, éste es un tiempo
imprescindible si queremos conectar con ese ser humano.
Hemos de escuchar para que nuestro interlocutor sepa que nos interesamos por él y su
situación, no meramente por “soltarle nuestro rollo”.
Para poder diagnosticar el punto del que parte nuestro interlocutor, no sólo es preciso
escucharle, sino poderle entender, y ello es de todo punto inviable si no existe una
identificación con la persona. Cristo comió, durmió, se cansó, lloró, rió, y murió como
hacemos nosotros, para así conocer nuestra situación desde dentro. Difícilmente
podremos contactar con el hombre de hoy si no conocemos sus gustos, qué películas ve,
qué libros lee, qué música oye, qué diversiones prefiere, qué piensa, etc. Sin ello no será
posible partir de un terreno en común que nos permita presentarle el Evangelio.
Recuerdo como ejemplo de lo que no puede servir sino para espantar a un posible
interlocutor el caso de aquel cristiano que, preguntado por un transeúnte acerca de
dónde se encontraba una discoteca determinada, le contestó que “nosotros no somos de
este mundo”. Imagino la reacción de aquel pobre hombre, y lo predispuesto que
quedaría a saber acerca de la postura de nuestro hermano.
Llevar al interlocutor a la inseguridad respecto de sus propias convicciones.
Todo ser humano desarrolla una cosmovisión que no suele cuestionar mientras le es útil.
Es cuando se demuestra que dichas convicciones son equivocadas que comenzamos a
pensar.
La inseguridad en las propias convicciones es la que predispone al examen y
consideración en serio de otras distintas. Aquí es donde se ha abierto un boquete por
donde puede penetrar el evangelio.
Recordemos el caso de aquel cristiano que a su amigo defensor del amor libre le pidió el
número de teléfono de su “amiga” para quedar con ella. Esta persona se dio cuenta así
de la invalidez de sus presupuestos, pudiendo ser enfrentada con los del Evangelio.
Decía Schaeffer, uno de los apologetas más brillantes de nuestro siglo, que llevar al
hombre contemporáneo a desmontar el castillo de naipes de su propio sistema es como
llevarle a enfrentarse con el infierno en el que no cree.
Traducir el Evangelio al lenguaje moderno.
Encerrados como estamos en el gueto de nuestras iglesias podemos llegar a perder la
noción de que el mundo contemporáneo ignora casi por completo qué es el cristianismo.
Queda, quizá, algún rescoldo más folclorista que otra cosa. Pero no pretendamos
conectar con la gente hablándoles de pecado, de gracia, de salvación, justificación,
adopción, etc. O somos capaces de llegar a nuestra sociedad con términos e ideas que
ella pueda captar y comprender o estamos haciendo como dice la leyenda que hacían
aquellos primeros colonizadores de América que predicaban en castellano a los recién
descubiertos indígenas y los mataban si no se convertían. Tenemos el ejemplo de Jesús y
Su enseñanza en parábolas. O el de los Apóstoles que hablaban del “reino de los cielos”
a los judíos y de la “vida eterna” a los griegos. Siempre adaptándose en lo externo para
que lo importante, lo interno, llegase a ser comprendido por sus destinatarios. Decía
Pablo “Me he hecho a los judíos como judío, para ganar a los judíos; a los que están
sujetos a la ley (aunque yo no esté sujeto a la ley) como sujeto a la ley, para ganar a los
que están sujetos a la ley; a los que están sin ley, como si yo estuviera sin ley (no
estando yo sin ley de Dios, sino bajo la ley de Cristo), para ganar a los que están sin ley.
Me he hecho débil a los débiles, para ganar a los débiles;
Relacionar el Evangelio con la necesidad que siente la persona concreta a evangelizar.
Siempre introducir el Evangelio a partir de la necesidad que percibe el interlocutor,
aunque nosotros veamos que esa aparente necesidad no es más que un síntoma de algo
mucho más profundo. Si no empezamos con lo que hemos detectado como “cabeza de
playa” de nuestro intento por conquistar esa persona para Cristo, es muy difícil que ésta
muestre el más mínimo interés en escuchar lo que tenemos que decirle.
Posturas religiosas en la sociedad de hoy.
El católico.
Dado que admite la existencia de una fuente de autoridad externa al hombre,
habremos de insistir en la importancia de que esa fuente sea única y exclusivamente la
Biblia. Habrá que descartar pues la Tradición y el Magisterio de la Iglesia como fuentes
alternativas de autoridad. A partir de ahí, buscaremos que entienda el mensaje de la
salvación de los pecados mediante la sola fe en el todo suficiente sacrificio de Cristo.
Contamos en este caso con la ventaja de compartir terminología y algunos
conceptos, si bien habremos de asegurarnos que detrás de ciertos términos existen los
conceptos que esperaríamos encontrar. No en vano el relativismo epistemológico ha
entrado también en ciertos círculos teológicos católicos.
El Testigo de Jehová.
Partiendo de la común base de reconocer como única fuente de autoridad la
Biblia, habremos de hacer hincapié en que comprenda la falsedad de la Traducción del
Nuevo Mundo de la Sagradas Escrituras, su “Biblia”.
Será necesario no caer en la trampa de discutir uno por uno los tópicos
doctrinales de los Testigos (el uso de la sangre, el paraíso terrenal futuro, la segunda
venida de Cristo, los 144.000, la objeción al servicio de armas, etc., etc.), sino dirigir la
conversación hacia su falta de seguridad de la salvación.
El sincretista (Nueva Era, Baha’i, Ecumenismo).
Es importante que resaltemos el hecho, y nos alegremos por ello, de que en una
sociedad secularizada alguien tenga inquietudes espirituales.
Pero hemos de tener en cuenta que se trata de personas muy subjetivistas, para
las que carece totalmente de interés el concepto de VERDAD. No llegaremos a nada
mediante la discusión apologética. El problema con estas personas no es que desconfíen
del cristianismo. Es que para ellas es tan válido como cualquier otra expresión de
religiosidad.
Dado que suelen ser personas que dan una gran importancia a la experiencia por
encima de cualquier consideración teórica, deberíamos poder mostrarles el dinamismo
de la experiencia cristiana en nuestra vida y en nuestro culto.
Luego llegará el momento de hablarles de un Dios personal, aunque infinito, que
ha hablado y lo ha hecho en términos de verdad y mentira. Es decir, que ha dicho lo que
es cierto y lo que no lo es, por lo cual podemos distinguir la una de la otra, también en el
ámbito de las religiones.
Será muy importante que resaltemos la voluntad de ese Dios de establecer una
relación personal con él.
El humanista.
El humanista no cree más que en un sistema cerrado de causas y efectos
naturales, por lo que piensa que sólo el hombre puede resolver los problemas que el
hombre ha generado y sigue generando.
Hay dos ramas de humanistas. Los optimistas, generalmente personas del ámbito
de la ciencia y la tecnología, que piensan que éstas acabarán resolviendo todos los
problemas del planeta, sean del ámbito que sean. Suelen ser personas bien situadas en la
vida. Por otro lado, los pesimistas, generalmente del ámbito de las artes y las ciencias
sociales, hacen hincapié en la maldad y crueldad del ser humano, desistiendo de
cualquier esperanza acerca del hallazgo de soluciones válidas al problema humano.
Ante estas posturas el cristiano está obligado a presentar su visión humanista, de
verdadero humanismo, acerca del ser humano. Sólo el cristiano puede comprender que
en el hombre exista belleza y dignidad a la vez que maldad inmensa. El hecho de que el
ser humano esté hecho a imagen y semejanza de Dios le otorga a ojos del creyente un
valor personal intrínseco, mereciendo, pues, un respeto y una consideración especiales.
No tratamos con simples máquinas, sino con seres personales y, por tanto dignos de
respeto. El cristiano es un humanista, ni optimista ni pesimista. Sólo realista. Esta es la
visión que nos ofrecen del ser humano los relatos de la Creación y de la Caída en
Génesis 1 a 3.
Al humanista le hemos de presentar nuestros motivos para considerar digno al
hombre, pero también es preciso que vean en Jesucristo al hombre ideal que ha venido a
mostrarnos al Dios invisible. Decía Pascal: “Mirar sólo a Dios produce orgullo, y
mirarnos a nosotros mismos trae desesperación. Pero cuando encontramos a Jesucristo,
descubrimos nuestro verdadero equilibrio; ya que en Él no solamente vemos a Dios,
sino también a nosotros mismos.”
El agnóstico.
Es aquel que no sólo dice ignorar si existe Dios, sino que afirma que es
imposible llegar a saberlo.
Hemos de coincidir con él en que ello es así si consideramos la posibilidad de
conocer a Dios partiendo de y contando sólo con nuestra limitada capacidad como seres
finitos que somos.
Al agnóstico sincero le hemos de presentar a un Dios que puede ser conocido a
condición de que Él condescienda a revelarse a Sí mismo a Sus criaturas, a hablarnos de
Sí en términos comprensibles para nosotros.
También es preciso enfrentarle a la posibilidad por su parte de “retar” a Dios a
que esa Revelación Suya sea hecha personal para el propio individuo.
Quiero aclarar que he hablado del agnóstico sincero en contraposición a aquellos
que esconden motivos inconfesables tras una máscara de falso agnosticismo. Decía
Aldous Huxley en su obra Ends and Means (Fines y Medios): “Yo tenía motivos para no
querer que el mundo tuviese un significado, y por consiguiente supuse que no lo tenía y
pude sin dificultad encontrar razones satisfactorias para tal suposición. El filósofo que
no encuentra sentido en el mundo no se interesa exclusivamente por un problema de
pura metafísica. Está también interesado en demostrar que no hay razón válida por la
que él personalmente no deba hacer lo que quiere, o por la que sus amigos no hayan de
arrebatar el poder político y gobernar de la forma que consideren más ventajosa para
ellos mismos... En mi caso la filosofía de la ausencia de significado era esencialmente
un instrumento de liberación sexual y política.” Agnósticos de conveniencia de este
estilo los hay y abundantemente. Deben ser enfrentados con la verdad del origen de su
supuesto agnosticismo y a la incoherencia de sus principios. Si no escuchan, al menos
no se podrán seguir escondiendo ante sí mismos tras la máscara del falso agnosticismo.
El pragmático.
Se enfrenta con el problema de la verdad en términos de si un sistema funciona o
no. Esto es lo que hará cuando le presentemos el cristianismo. ¿Me sirve para algo el ser
cristiano?
Partiendo de su situación personal específica hemos de hacerles ver que el
cristianismo puede funcionar en su vida porque es verdadero. Deberemos llevar a esta
persona a través de la necesidad que percibe en su vida al Dios vivo y verdadero que
tiene interés en intervenir en su vida y su necesidad.
Claro que esto exige gran coherencia en nuestro testimonio cotidiano. Si el
cristianismo es verdadero, entonces ha de transformar las vidas de aquellos que se
llaman cristianos. Y si ello no se ve, no se nota, no se percibe, entonces no puede
resultar creíble ni atractivo.
El testimonio, en sus justos términos, saca las cosas del ámbito de la teoría y las
conecta a la experiencia personal. Son las vidas cambiadas por el poder del Espíritu
Santo las que dan validez al Evangelio ante las personas pragmáticas.
Estas personas han de ser invitadas a probar ellas también las bendiciones de ser
un cristiano nacido de nuevo, aunque sin caer en falsos triunfalismos que acaban
perjudicando el testimonio cristiano.
Los peligros de la influencia del posmodernismo en los cristianos contemporáneos (Ro.
12: 1-2)
Hemos visto hasta este momento que la filosofía que modela la vida del mundo
occidental a estas alturas de siglo es el llamado posmodernismo. Vimos que en lo
teórico se caracteriza esencialmente por:
Negar que existan respuestas a las grandes preguntas del ser humano de todos los
tiempos (quién soy
–Metafísica-; cómo soy –Ética-; cómo puedo conocer la
verdad
–Epistemología-. Todo queda reducido a un inmenso absurdo en el cual no
hay nada que tenga sentido.
Reducir al hombre a una máquina, a la vez que se reclama una dignidad para la cual no
se tiene base alguna.
Negar la existencia de unos referentes universales que sostengan una Ética válida para
todos. Es el relativismo moral de nuestro tiempo, según el cual cada cual tiene el
derecho y la obligación de tomar sus propias decisiones morales sin autoridad externa
alguna que le guíe. Los criterios de cada cual no pueden pretender ser válidos para otra
persona.
Negar la posibilidad de llegar a conocer LA VERDAD, entendida ésta como algo
absoluto. Dado que no hay referentes universalmente válidos, no hay ABSOLUTOS,
solamente podemos hablar de múltiples percepciones de la realidad, todas ellas
igualmente válidas e igualmente inseguras. La VERDAD se ve sustituida por la
descripción matemático-estadística de la realidad. Se hace imposible la distinción entre
realidad y fantasía, verdad y mentira.
El problema principal con el posmodernismo es que de una manera imperceptible se ha
ido adueñando de la manera de pensar y de vivir de las masas, aún sin éstas ser
conscientes de los principios filosóficos que hay detrás de la ideología que se impone a
través de los medios de comunicación modernos. El debate político, el cine, el teatro, la
música, la literatura, etc., etc., están impregnados de filosofía posmodernista, la cual va
empapando, como fina lluvia, las mentes contemporáneas.
Y entre estas mentes están las nuestras, las de los cristianos de finales del siglo XX. Es
mi propósito a continuación el analizar de qué manera está influyendo en nuestras
congregaciones el posmodernismo.
La influencia del subjetivismo epistemológico.
En estos tiempos en que no se cree en que sea posible aprehender la verdad, se
sustituye el contenido ideológico por eslóganes y frases publicitarias que impacten la
mente del receptor y le muevan en la dirección deseada por el emisor.
El peligro que corre el cristianismo es que sustituya el conocimiento profundo de
la Palabra de Dios por cuatro ideas superficialmente entendidas que mantengan a todo
creyente en un estado de perpetua desnutrición espiritual. Era el peligro que corrían los
hebreos a los cuales se les dirigen estas palabras:
“De esto tenemos mucho que decir, aunque es difícil de explicar, porque habéis llegado
a ser tardos para oír. Debiendo ser ya maestros por el tiempo transcurrido, de nuevo
tenéis necesidad de que alguien os instruya desde los primeros rudimentos de las
palabras de Dios. Habéis llegado a tener necesidad de leche y no de alimento sólido.
Pues todo el que se alimenta de leche no es capaz de entender la palabra de la justicia,
porque aún es niño. Pero el alimento sólido es para los maduros, para los que por la
práctica tienen los sentidos entrenados para discernir entre el bien y el mal. Por tanto,
dejando las doctrinas elementales de Cristo, sigamos adelante hasta la madurez, sin
poner de nuevo el fundamento del arrepentimiento de obras muertas, de la fe en Dios, de
la doctrina de bautismos, de la imposición de manos, de la resurrección de los muertos y
del juicio eterno. Y esto haremos si es que Dios lo permite.” Hebreos 5: 11- 6: 3
En una situación así, el cristiano ve su vida espiritual reducida a la mediocridad,
permanentemente sujeto a los deseos de su carne, más fuerte que la nueva vida que
Cristo puso en él, y expuesto a los ataques de Satanás. Vidas mediocres, testimonios
indecorosos, falta de madurez, carga para la iglesia.
Hemos de señalar también la importancia que tiene hoy en día el ser capaz de
traducir el lenguaje teológico propio de las Escrituras a conceptos que pueda entender el
hombre de hoy, alejado del cristianismo y desconocedor de cualquier aspecto
medianamente serio y no folclórico del mismo. No podemos traducir conceptos como
pecado, gracia, salvación, cielo, infierno, justificación, redención, etc., si no conocemos
profunda y seriamente su contenido y somos así capaces de verterlos de forma
comprensible para nuestros contemporáneos.
Un segundo peligro que corre el cristiano que vive en un mundo posmoderno
que nos habitúa a prescindir del conocimiento profundo, ya que no cree que sea
necesario ni tan siquiera posible, es el de buscar la experiencia como un fin en sí misma.
Fue el existencialismo, partiendo del absurdo de una vida sin significado, el que enfatizó
la importancia de la búsqueda de una experiencia que diera algún sentido a la vida. Esta
búsqueda de la experiencia por la experiencia lleva al cristianismo a sustituir la base
escritural de la fe y práctica por la sensación, la emoción, el testimonio. La subjetividad,
en suma, que viene a suplir la objetividad de la Revelación de Dios al hombre. De ahí a
la desviación doctrinal, al desorden y al desequilibrio mental del cristiano sólo hay un
paso. El siguiente es la frialdad y el abandono cuando la experiencia ya no es lo
suficientemente “sensacional” y nos aburre. Si el cristiano no pone en el debido orden la
“experiencia” como algo meramente consecuente a la relación personal con Dios, la
verdadera experiencia cristiana puede verse sustituida por un falso misticismo que nada
tiene que ver con aquélla.
La influencia del subjetivismo moral.
El mundo posmoderno de hoy carece de principios objetivos acerca del bien y
del mal. En el fondo ni siquiera tiene bases para creer que existan tales conceptos. Aún
así, y a costa de la propia coherencia, se sigue intentando imponer una nueva moralidad.
Es la ética de “lo políticamente correcto”. Así, la defensa de las minorías, los derechos
de la mujer, la respetabilidad de las diversas formas de sentir la sexualidad, la
solidaridad con los más desfavorecidos, etc., etc., son temas indiscutibles en el mundo
de hoy. Y muchos de ellos son asumibles por el cristiano. Mejor dicho, son de origen
cristiano. Pero hay otros muchos que forman parte de lo que nadie cuestiona y sobre los
cuales el cristiano ha de disentir.
El primer cambio que se impone en nuestras iglesias es que se hace
imprescindible volver a enseñar seriamente los principios de la ética cristiana. Esos que
se daban hace treinta años como sobreentendidos, incluso entre aquellos que se
convertían provenientes “del mundo”, un mundo que tenía un indudable trasfondo
cultural cristiano, del que ahora carece. Una iglesia que crece, que recibe nuevos
convertidos procedentes “del mundo”, ha de adoctrinar a estos nuevos creyentes en los
principios más elementales de la ética cristiana. Y al creyente ya antiguo no le irá mal
revisar esos conceptos, continuamente puestos en tela de juicio en los propios hogares a
través de los medios de comunicación que se introducen en ellos.
El segundo cambio que se impone es el permanente enfrentamiento a problemas
éticos derivados de los cambios sociales y tecnológicos propios de nuestro tiempo.
Pensemos en el divorcio entre creyentes, la disponibilidad de técnicas de reproducción
asistida, la manipulación genética, la eutanasia, el aborto, las relaciones
prematrimoniales, etc., etc. Si no nos adelantamos en nuestra reflexión a la presentación
real de estos problemas, no dispondremos de repuestas para quienes las precisen cuando
las precisen.
La inconsecuencia en el testimonio y la “compartimentalidad” del hombre
moderno y posmoderno.
Decíamos que una de las características de la modernidad era la
“compartimentación” de los papeles sociales. Uno podía ser y actuar como médico en su
horario y lugar de trabajo habituales, abandonando ese “rol” al dejar ese lugar, cosa que
no ocurría en las sociedades premodernas. Y lo mismo sucedía con los demás papeles
que desempeña uno en la vida (padre, esposo, etc.).
Me pregunto si algo de eso no está ocurriendo con nosotros los cristianos hoy en
día. ¿Acaso nos estamos convirtiendo en cristianos de domingo? ¿Seguimos siendo
cristianos en nuestra manera de pensar y de actuar los lunes? ¿O ya nos hemos cambiado
de traje y de “rol”? El ser cristiano es algo que debe marcar nuestra manera de ser, de
pensar y de actuar en cualquier lugar y circunstancia. No somos maestros o carpinteros o
funcionarios cristianos. Somos cristianos que trabajan de maestro, de carpintero o de
funcionario, y que sirven a Dios también mediante su trabajo laico.
En un mundo profundamente esquivo a la ideología y al conocimiento teórico si
no llamamos la atención de la gente mediante nuestro testimonio, poco tenemos que
hacer en cuanto a la proclamación del Evangelio. O nuestro testimonio impacta o jamás
se prestará atención a nuestro mensaje.
Conclusión.
Hemos leído en el v. 2 de Ro. 12 la exhortación del apóstol Pablo a no
adaptarnos a la manera de pensar y de actuar de nuestro tiempo, sino a renovar nuestra
mente para conocer y cumplir la voluntad de Dios.
En un tiempo en que somos constantemente bombardeados, hasta en la intimidad de
nuestros hogares, por una visión anticristiana del mundo y de la vida, es más necesario
que nunca “vacunarnos” contra dicha visión acudiendo a la Palabra de Dios, la cual nos
presenta a un ser humano con sentido, personalidad y dignidad, aunque sucio por el
pecado que anida en su corazón; a un Dios personal e infinito que se ha revelado con
veracidad y en términos de verdad y mentira a este ser humano, proporcionándole
conocimiento verdadero acerca de lo divino y lo humano; unos absolutos, derivados del
carácter de Dios, que sirven de referente universal para definir el bien y el mal, así como
para establecer una moral universalmente válida.
Bibliografía.
Huyendo de la razón. F. A. Schaeffer. Ediciones Evangélicas Europeas (E.E.E.). 1969.
Él está presente y no está callado. F. A. Schaeffer. E.E.E. 1974.
La Iglesia al final del siglo XX. F. A. Schaeffer. E.E.E. 1973.
La racionalidad de la Revelación. Derek Bigg. E.E.E. 1973.
El Espíritu del siglo. John Allan. Revista Alétheia. Nº 11. 1/1997.
El ocaso de los incrédulos. Roger E. Dickson CLIE. 1986.
Módulo SEUT Evangelización.
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Reflexiones sobre cómo llegar con el Evangelio a nuestra sociedad
Iglesia Evangélica de Menorca.
J. Borrás Atienza.
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