Antología de poemas - Biblioteca Virtual Universal

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Pedro Calderón de la Barca
Antología de poemas
Índice
A un río helado
Romance amoroso a una dama
A San Isidro
Soneto
A San Isidro
Octavas
A Lope de Vega Carpio
Décima
A Madrid, por la dicha de ser su Patrono San Isidro Labrador
Glosa
Descripción del Carmelo, y alabanzas de Santa Teresa
Romance
A San Isidro
Décimas
A San Isidro
Canción
A un altar donde estaba una imagen de Santa Teresa en una nave
Soneto
A Felipe IV
Tercetos
Lágrimas que vierte un alma arrepentida
Penitencia de San Ignacio
Romance
Resucita San Francisco veinticinco muertos
Quintillas
En la muerte de la señora doña Inés Zapata
Dedicada a doña María Zapata
Elegía en la muerte del Príncipe Don Carlos
Al Señor Infante Cardenal
Panegírico al Excelentísimo Señor Almirante de Castilla
Romance de Don Pedro Calderón de la Barca a una dama que deseaba
saber su estado, persona y vida
A la Muerte
Décimas
Psalle et Sile
Discurso métrico-ascético sobre la inscripción «Psalle et Sile» ,
que está grabada en la verja del Coro de la Santa Iglesia de
Toledo
Índice alfabético
Ahora, señor, ahora
Aunque la persecución
Canta y calla , dice aquel
Con el cabello erizado,
Coronadas de luz las sienes bellas,
Curiosísima señora,
En la apacible Samaria,
¡Oh! rompa ya el silencio el dolor mío,
¡Oh tú, que estás sepultado
¡Oh tú, temprano sol que en el oriente
¿No me conocéis, serranos?
La que ves en piedad, en llama, en vuelo,
Los campos de Madrid, Isidro santo,
Madrid, aunque tu valor
Mil veces sea repetido el día,
Salid, ¡oh Clori divina!
Sola esta vez quisiera,
Tirana la idolatría
Túrbase el sol, su luz se eclipsa cuanta
Ya el trono de luz regía
Poemas
A un río helado
Salid, ¡oh Clori divina!
al Tormes, que ofrece hoy
fija puente a vuestra planta
su inquieto cristal veloz.
Esta vez pudo el diciembre 5
lo que mil pudisteis vos,
que tienen fuerza de escarcha
poderes de admiración.
No su nieve a vuestra vista
quieto el cristal se paró, 10
que si aquí suspende el hielo,
hiela aquí la suspensión.
Salid, que el río os espera,
que juzga discreto hoy
la suela del chapín vuestro 15
corona ya de favor.
Y pues su honor os aclama,
restituireisle su honor,
si cuando le huellan tantos
vos corona suya sois. 20
Sobre la cama de campo
solícito el aquilón
tiende sábanas de nieve,
do se acuesta enfermo el sol.
Desmayos pues de sus luces 25
mejóranse en vuestras dos,
que mayores rayos visten
en eclíptica menor.
Bien que en tantos cielos puestos
como deidad superior, 30
los que son rayos de luz,
de fuego fulmináis vos.
Si el mundo ardiendo callara,
diré, pues ardiendo estoy,
que son incendios sus luces 35
y que es fuego su esplendor.
Que le holléis el campo aguarda,
porque vuestras huellas son
las que previenen abriles,
las que producen verdor. 40
Y en Pascua de Nacimiento,
cuando en la muerte se vio,
tendrá en vuestro pie florido
Pascuas de Resurrección.
Yo mis glorias solicito, 45
pues a quien ha dado soy
a vos vista las libranzas
de sus glorias el amor.
Salid, pues, ¡oh Clori bella!
no os neguéis, ingrata, no 50
a las voces de los ojos,
al llanto del corazón.
Y tendremos esta vez,
si lo merece esta voz,
honor Tormes, luz el día, 55
vida el campo, gloria yo.
Romance amoroso a una dama
¿No me conocéis, serranos?
Yo soy el pastor de Filis,
cera a su pecho de acero,
esclavo a sus ojos libres.
Huésped en vuestras riberas, 5
oponer de amor me visteis
a las armas vencedoras
resistencias invencibles.
Mas ¡ay! yo muerto, serranos;
¡ay, amor, ya me venciste!; 10
los incendios de mis hielos
tus poderes acrediten.
Para matarme tus ojos,
Filis, el amor elige;
que a mayores vencimientos 15
bastan los rayos que viste.
A cuyo imperio süave,
a cuya fuerza apacible
no hay libertad que se exente,
no hay exención que se libre. 20
A tu beldad las beldades
desconocidas se rinden,
desde las que el Tetis beben,
hasta las que el Ganges viven.
Cuyo nombre el Gata ufano 25
gloria le da más felice
que sus arenas al Tajo,
que sus imperios al Tíber.
En tu alabanza mi efecto,
entre efectos imposibles 30
epiciclos fatigara;
mas temo que espumas pise.
Retírase, pues, cobarde,
y tanta empresa remite,
o de un águila a los vuelos 35
o a los acentos de un cisne;
que una voz ronca no puede
ni puede una pluma humilde
ultrajarte; que te ignora
quien se atreve a describrirte. 40
Mis deseos igualmente
que por divina te admiten,
como a deidad te veneran
y como a deidad te piden,
así, pues, el tiempo nunca 45
en ti con mudanza triste
las rosas aje del rostro
ni del cuello los jazmines;
a la primavera hermosa
que en tus mejillas asiste, 50
en siempre floridos mayos
goce perpetuos abriles;
que admitas unos deseos,
que una voluntad estimes,
como atrevida en quererte, 55
acordada en elegirte.
Si tienes dueño, a tu dueño
te hurta: mi mal te obligue,
para que mi ardor aplaques,
nieve a que a mi cuello apliques. 60
Yo vi que hurtados a un muro
a que pudieran asirse,
le repartieron abrazos
a un árbol unos jazmines.
Tú verás que a mis deseos 65
solicitan persuadirte
yedra que dos olmos trepa,
vid que dos álamos ciñe.
Prisiones rompe el capullo
avaramente sutiles 70
el clavel, y fuera dellas
con púrpura el aire tiñe
pues te incitan sus ejemplos,
Filis, sus ejemplos sigue;
que si tú mi amor retornas, 75
cierto estoy que Amor me envidie.
A San Isidro
Soneto
Los campos de Madrid, Isidro santo,
emulación divina son del cielo,
pues humildes los ángeles su suelo
tanto celebran y veneran tanto.
Celestes labradores, en cuanto 5
son amorosa voz, con santo celo
vos enviáis en angélico consuelo
dulce oración, que fertiliza el llanto.
Dichoso agricultor, en quien se encierra
cosecha de tan fértiles despojos, 10
que divino y humano os da tributo,
no receléis el fruto de la tierra,
pues cogerán del cielo vuestros ojos,
sembrando aquí sus lágrimas, el fruto.
A San Isidro
Octavas
Túrbase el sol, su luz se eclipsa cuanta
medroso esparce hasta el segundo oriente.
El viento con suspiros se levanta;
présaga España su desdicha siente:
y en tanta confusión, en pena tanta 5
Filipo al fatal golpe está obediente:
¡Oh justo llanto, oh justo sentimiento!
Tema España, el sol llore, gima el viento.
Mas cese el sentimiento, cese el llanto,
y en vez, España, de funesto luto, 10
fiestas publica, que te ensalce cuanto
te oprimió de los ojos el tributo;
pues ya Madrid piadosa a Isidro santo
vuelve a sus campos a coger el fruto
que sembró de piedad y desengaños 15
al fin dichoso de quinientos años.
Ya más gloriosa con humilde celo
vuelve, piadosa al Labrador divino,
a ver el prado, el río, fuente y suelo,
donde a la tierra y cielo abrió camino, 20
porque de nuevo en ella olbligue al cielo,
en tanto que su Rey sujeto es dino
a su piedad, volviendo a su porfía
Sol a España, al sol luz, a la luz día.
Dichosa, insigne villa, y más dichosa 25
cuanto por más piadosa te señalas,
vuele tu fama al viento licenciosa;
sirviendo a tu piedad de amor las alas,
vive, ¡oh! más que la muerte poderosa,
pues no sólo el arado al cetro igualas, 30
pero aun exceden por divinas leyes
tus pobres labradores a tus reyes.
A Lope de Vega Carpio
Décima
Aunque la persecución
de la envidia tema el sabio,
no reciba della agravio,
que es de serlo aprobación.
Los que más presumen son, 5
Lope, a los que envidia das,
y en su presunción verás
lo que tus glorias merecen;
pues los que más te engrandecen
son los que te envidian más. 10
A Madrid, por la dicha de ser su Patrono San Isidro Labrador
Glosa
Madrid, aunque tu valor
Reyes le están aumentando,
nunca fue mayor que cuando
tuviste tu labrador.
Aunque de gloria se viste,
Madrid, tu dichoso suelo,
nunca más gloria tuviste
que cuando, imitando al cielo,
pisado de ángeles fuiste. 5
No igualará aquel favor
el que hoy ostenta tu honor,
aunque opongas tu trofeo,
aunque aumente tu deseo,
Madrid, aunque tu valor. 10
No tendrás glorias mayores,
que cuando en las manos bellas
de angélicos labradores,
eran tus flores estrellas,
los rayos del sol tus flores. 15
En vano están laureando,
en vano están coronando
tu frente, en vano el honor
que te ha dado un labrador,
Reyes le están aumentando. 20
Dirán que cuándo tuviste
más gloria que en ti se encierra.
Di que cuando ángeles viste
labrar humildes tu tierra;
di que cuando cielo fuiste; 25
que cuando al cielo imitando
el sol te estaba envidiando,
pues su luz tu luz prefiere;
y así sabrá quien dijere
Nunca fue mayor que cuando. 30
Mayores triunfos, mayores
lauros tu poder advierte,
pues con divinos favores
respetas, como la muerte,
mas que reyes, labradores. 35
Hagan inmortal tu honor
jaspes, mármoles y bronces;
pues para gloria mayor
hoy tienes tal rey, y entonces
Tuviste tu labrador. 40
Descripción del Carmelo, y alabanzas de Santa Teresa
Romance
En la apacible Samaria,
hacia donde el sol se pone,
en túmulo de esmeraldas
yace un gigante de flores.
Verde Atlante de los cielos, 5
tanto su beldad se opone,
que, siendo cielo en la tierra,
parece en el cielo monte.
Cerrándole al viento el paso,
sube hasta la esfera, donde 10
pedazo del cielo fuera,
a ser unas las colores.
Sin que el sol se albergue en ondas
se le niega el horizonte,
y hace anochecer el día 15
cuando amanecer la noche.
Aqueste pues cuyas plantas,
aun en variedad conformes,
son cultura celestial
de aquel jardinero noble, 20
de aquel venerable sol,
que en más luminoso coche,
por eclíptica de viento
planeta de fuego corre,
de aquel que rigiendo rayos 25
quemó los vientos veloces,
cuando abrasado el Carmelo,
eclipse vio de dos soles,
éste en las más eminente
punta que en su luz se esconde, 30
virgen rosa planta bella
porque del sol se corone.
Casta azucena o jazmín
süave, cuyos colores
en viva aroma los cielos 35
piadosamente recogen.
Santo Carmelo, tu planta
es Teresa, porque logres
su hermosura, sin que el viento
o la marchite o la borre. 40
A San Isidro
Décimas
Ya el trono de luz regía
el luminoso farol,
el fénix del cielo, el sol,
cuya edad es sólo un día.
Ya desde la tumba fría 5
en su fuego vuelve a ser
hoy lo mismo que era ayer;
que, si en todo es de sentir
que nace para morir,
él muere para nacer. 10
Veloz la vida se quita,
con que más gloria se adquiere,
pues cuando en el agua muere,
en el fuego resucita.
Las aves, a quien incita 15
la luz de sus resplandores,
cantando dulces amores,
eran, con belleza suma,
al campo flores de pluma
cuando al viento aves de flores. 20
Entre las rosas cantaban
y el aura que las movía
solamente conocía
por aves las que las volaban.
Todas a Isidro esperaban, 25
cuando el labrador dichoso
se quedaba perezoso
de su trabajo olvidado:
¿quién vio vicioso al cuidado
y al descuido virtuoso? 30
Antes de labrar el suelo
(¡oh tardanza de amor llena!)
en la Virgen de Almudena
labraba piadoso el cielo;
y como su santo celo 35
en el sol le suspendía
de la celestial María,
divertido, no pensaba;
como siempre, al sol miraba,
que pudo pasarse el día. 40
A San Isidro
Canción
Coronadas de luz las sienes bellas,
conduce el sol su luminoso coche
a la estación donde madruga el día;
quitó el prestado honor a las estrellas,
y en campañas de luz venció a la noche 5
con los ardientes rayos que regía;
castigo a su osadía
la tierra fue, que nuevo sol le opuso,
esfera de verdor, campo de fuego.
Cuando en sus rayos ciego, 10
querúbicas deidades vio confuso
sembrar por rubios granos esmeraldas,
por espigas coger verdes guirnaldas.
Los campos de Madrid ya cielos bellos
y los cielos del sol campos hermosos 15
eran con los opuestos resplandores;
porque asistiendo o cultivando en ellos,
ya labrador, ya espíritus dichosos,
campos de estrellas son, cielo de flores:
vestida de esplendores 20
acredita la tierra al sol desmayos,
que paga el sol en rayos a la tierra;
y en luminosa guerra,
espigas compitieron a sus rayos,
porque el cielo y la tierra en sus fatigas 25
mieses de rayos son, globos de espigas.
El viento, entre los varios arreboles
del resplandor, Madrid, que a ti reduces
cielo humano te vio, divino suelo:
dudó dos cielos y creyó dos soles, 30
admirando, confuso entre dos luces,
brillando el campo y cultivando el cielo;
que con santo desvelo
Isidro le labraba con el llanto,
ángeles con su gloria le ilustraban, 35
y el viento, que abrasaban
mansos eclipses, en abismo tanto
ignora a quién incline su destino,
a ángel cultor o a labrador divino.
Este pues en su espíritu dichoso, 40
arrebatado hasta los cielos sube
(que bien la tierra por el cielo olvida)
y espíritus del trono luminoso,
rayos de luz en abrasada nube,
bajan al suelo a darle nueva vida. 45
La tierra, agradecida
al favor de los cielos soberano,
sin esperanzas del abril florece:
tanto, tanto agradece
el beneficio de la culta mano; 50
y estrellas produjera entonces bellas,
si nacieran sembradas las estrellas.
Rompe la tierra el paraninfo alado
y el rústico instrumento que la oprime,
nunca más dulce, nunca más süave 55
a la mano obediente, no al arado,
el surco estima que en su centro imprime
celeste autor de su esperanza grave.
¿Quién habrá que te alabe,
ángel o labrador, si ofrece el suelo 60
a celestial cultor humano fruto,
y celestial tributo
a humano agricultor ofrece el cielo?
Y aunque use el hombre angélico ejercicio,
¿quién vio al ángel usar rústico oficio? 65
¿Quién más dichoso está, quién más ufano?
¿Con ángeles el suelo en este día
o con un labrador, no más, el cielo?
Más gloria tiene el cielo soberano,
pues humildes dos ángeles envía 70
que próvidos por él labren el suelo:
tanto pudo tu celo,
tanto, Isidro, tu amor maravilloso,
tanto tus oraciones celestiales.
Por dos ángeles vales: 75
dos suplen tu descuido virtuoso;
y pues de flores ver los campos llenos,
porque se aumenten más trabaja menos.
Deje de mi pluma el vuelo,
mi torpe acento el canto, 80
mi voz aliento tanto;
que aunque alaba a Madrid, Madrid es cielo;
y es bien que a tanto empleo se presuma
suave voz, dulce acento y veloz pluma.
A un altar donde estaba una imagen de Santa Teresa en una nave
Soneto
La que ves en piedad, en llama, en vuelo,
ara en el suelo, al sol pira, al viento ave,
Argos de estrellas, imitada nave,
nubes vence, aire rompe y toca al cielo.
Esta pues que la cumbre del Carmelo 5
mira fiel, mansa ocupa y sulca grave,
con muda admiración muestra süave
casto amor, justa fe, piadoso celo.
¡Oh militante iglesia, más segura
pisa tierra, aire enciende, mar navega, 10
y a más pilotos tu gobierno fía!
Triunfa eterna, está firme, vive pura;
que ya en el golfo que te ves se anega
culpa infiel, torpe error, ciega herejía.
A Felipe IV
Tercetos
¡Oh tú, temprano sol que en el oriente
de tus primeros años has nacido
coronado de luz resplandeciente,
salve! Y en tanto que a tu grato oído
de mi voz, por cantarte, los acentos 5
labios son de metal contra el olvido,
con presagios de ilustres vencimientos
escucha el fin que a tu principio encierra,
rendidos a tus pies los elementos.
La tierra te consagra el que a la tierra 10
sujetó, cuando, próvida en su celo,
los líquidos tesoros desencierra,
y, lloviendo al revés, salpicó el cielo,
desangrando a Neptuno en rica fuente
por venas de cristal sangre de hielo. 15
El mar te rinde aquel cuyo tridente
tantas veces venció su orgullo fiero,
segunda vez a límite obediente,
aquel del mar Neptuno verdadero,
que en varias partes no se distinguía 20
cuándo segundo fue, cuándo primero.
Del dulce viento la región vacía
favorable te ofrece aquella ave
que en éxtasis de amor vientos bebía.
Ave amorosa, pues, que con süave 25
pluma llegó hasta el sol, en su sosiego
volando dulce y suspendiendo grave.
El fuego te asegura el que del fuego
nombre tomó, y el luminoso espacio
arrebatado vio, turbado y ciego. 30
Vive, ¡oh Felipe! en celestial palacio,
pues a tu admiración el cielo atento,
la tierra te da Isidro, el fuego Ignacio,
Francisco el mar, cuando Teresa el viento.
Lágrimas que vierte un alma arrepentida
Ahora, señor, ahora
que ya este humano edificio
en el polvo de su fin
se reduce a su principio;
ahora que descompuesto 5
este vital artificio
que un suspiro gobernó,
le va faltando un suspiro;
ahora que a mis alientos
está el número cumplido, 10
pues sin esperanza de otro,
respiro este que respiro;
ahora que rebelados
mis potencias y sentidos,
son, parciales de mi muerte, 15
mis mayores enemigos;
ahora que el corazón,
por alegar que él ha sido
quien quiso vivir primero,
morir el postrero quiso; 20
ahora que al desatarse
esta lazada que hizo
la naturaleza, el alma
está pendiente de un hilo;
ahora que al despedirse 25
del cuerpo donde ha vivido,
en vez de darle los brazos,
le lucha a brazos partidos;
ahora, en efecto, ahora
que ya el pecho helado y frío, 30
descompasado el aliento,
los miembros estremecidos,
el pulso desnivelado,
torpe la voz, yerto el brío,
en parasismos se emboza 35
el último parasismo,
es tiempo, Señor, es tiempo
de conocer los amigos,
pues el amigo mayor
se ve en la mayor peligro. 40
¡Oh dulce Jesús mío!
No entréis, Señor, con vuestro siervo en juicio.
¡Oh, cuánto el nacer, oh cuánto
al morir es parecido,
pues si nacimos llorando, 45
llorando también morimos!
Un gemido la primera
salva fue que al mundo hicimos,
y el último vale que
le hacemos, es un gemido. 50
Entre cuna y ataúd
sola esta distancia ha habido
hacia la tierra o el cielo
arrojarnos o admitirnos.
¡Qué bien en sus confesiones 55
lo significó Agustino,
cuando a esta proposición
no le averiguó el sentido!
¿Vive el hombre o muere el hombre?
Pues que ninguno ha sabido 60
si vive o muere, porque
todo se hace de un camino.
¿Qué más ejemplo que yo,
a este letargo rendido,
pues vivo al tiempo que muero 65
y muero al tiempo que vivo?
Y si al fin para morir
no ha menester más deliquio
ni más crítico accidente
el hombre, que haber nacido, 70
¡oh felice yo, oh felice
que morir he merecido
en vuestra fe, conociendo
tantos mortales avisos!
Y aunque es preciso el morir, 75
con lo que os pago os obligo,
pues resignado en vos, hago
voluntario lo preciso.
Y así, aunque vivir pudiera
mi vida estando a mi arbitrio, 80
hoy os hiciera en mi muerte
de mi vida sacrificio.
¡Oh dulce Jesús mío!
No entréis, Señor, con vuestro siervo en juicio.
No justiciero cerréis 85
a mis voces los oídos,
sino misericordioso
atended al llanto mío.
Justicia y misericordia,
dos atributos son dignos, 90
que un y otro en vos están
igualados, no excedidos.
Pues ¿por qué habéis de mostraros
riguroso y no benigno,
siendo rigor y piedad 95
en vos, Señor, uno mismo?
El castigo y el perdón
una costa os han tenido:
pues echad antes la mano
al perdón, que no al castigo. 100
¿Job no dijo que era el hombre
en pecado concebido?
¿Qué maravilla que amase
maldad que nació conmigo?
Mas ¡ay de mi! que también 105
David a este intento dijo
que siempre contra mí está
mi pecado por testigo.
Yo lo confieso, y confieso
que mis culpas y delitos 110
son infinitos, por ser
obrados y cometidos
contra un infinito Dios;
confieso que no he podido
satisfacer por mi solo 115
el número de mis vicios.
Pero por esto, Señor,
de la Iglesia en los archivos
también infinitos son
vuestros méritos divinos. 120
Ellos por mi satisfagan,
pues mi fiador habéis sido,
y en vuestros méritos pague
lo infinito a lo infinito.
¡Oh dulce Jesús mío! 125
No entréis, Señor, con vuestro siervo en juicio.
¡Qué dignamente, qué bien
en vuestra piedad confío,
si cuando llego a rogaros
clavado en la cruz os miro! 130
No me diera confianza
el veros en el impíreo
glorioso más que en la cruz
veros humano y pasivo.
Que esa derramada sangre 135
que en arroyos fugitivos
tiñe en púrpura la nieve,
deshoja el jazmín el lirios,
a lavar mis culpas corre,
cuyo segundo bautismo 140
hará que esta piel manchada
venza el candor del armiño.
Y puesto que vos morís
para que yo viva, indigno
será, Señor, que un Dios muerto 145
no salve un pecador vivo.
¿Indigno dije? ¡Ah Señor!
No supe cómo decirlo,
al verlo en vos intentado
sin verlo en mi conseguido. 150
Mas ¡ay de mi!, que vos siempre
salvarme habéis pretendido;
pero aunque sin mi me hicisteis,
me habéis de salvar conmigo.
Salvadme en vuestra virtud; 155
que yo a vuestros pies resigno
este cuerpo sin acción
y este alma sin albedrío.
Y si es vuestra voluntad
condenarme a los abismos, 160
para que en mí se ejecute
este espíritu os envío.
Y padeciendo diré,
por los siglos de los siglos:
¡Quién siempre os hubiera amado! 165
¡Quién no os hubiera ofendido!
¡Oh dulce Jesús mío!
No entréis, Señor, con vuestro siervo en juicio.
Penitencia de San Ignacio
Romance
Con el cabello erizado,
pálido el color del rostro,
bañado en un sudor frío,
vueltos al cielo los ojos,
más muerto que vivo, haciendo 5
de gemidos y sollozos
los suspiros una esfera,
las lágrimas dos arroyos,
a Ignacio su mismo cuerpo,
helado, sangriento y roto, 10
desta manera le dice
con voz baja y pecho ronco:
-No te espantes si te trato,
como ajeno de ti propio,
que es bien que como otro hable, 15
pues ya contigo soy otro,
no es mucho ignore quién eres,
si el mismo que soy ignoro;
que tal tu rigor me ha puesto,
que aún a mi no me conozco. 20
Siete días ha que muero,
pues vivo sin saber cómo,
y a mi torpe natural
forzosas leyes le rompo.
Negando lo que te pido, 25
siete días ha que sólo
agua de lágrimas bebo
y pan de dolores como.
Duros abrojos tres veces
castigan mis perezosos 30
miembros: tan estéril tierra
¿qué ha de tener sino abrojos?
Gastadas tengo las piedras
donde las rodillas pongo,
y porque cabales vivan 35
cubro de sangre los hoyos.
Vivo cadáver me dejas,
y en tu espíritu dichoso
vas a gozar dulces gustos,
a gustar süaves gozos. 40
Todo en amor te transformas,
porque vivas en Dios todo,
con una gloria amorosa,
y con un amor glorioso.
Al alma sólo regalas: 45
quejas justamente formo,
pues a tus gustos mis penas
son manjar dulce y sabroso.
Dueño soy de los sentidos:
¿qué importa si no los gozo? 50
Pues sin alma ¿qué me sirven
boca, manos, oídos ni ojos?
Yo sus contentos no gusto,
yo sus gustos no los toco,
sus regalos no los veo, 55
sus dulzuras no las oigo.
Mira no se ofenda Dios,
que cargues sobre mis hombros
murallas de penitencia,
siendo el cimiento tan poco. 60
Una llama soy que vivo
obediente a un fácil soplo,
humilde barro, y al fin
fuego y humo, tierra y polvo.
Resucita San Francisco veinticinco muertos
Quintillas
Tirana la idolatría
a su imperio mal regido,
ignorante presidía
en cuyo engaño el olvido
muertas las almas tenía. 5
Y entre ciegos pensamientos
de adoraciones inciertas,
los cuerpos como violentos,
trayendo las almas muertas,
eran vivos monumentos. 10
Nuevo sol resplandeciente
en oriente amaneció
a su sueño dignamente;
que como a dar luz salió
empezó por el oriente. 15
Y como del cielo dueño
vertiese rayos de fe,
en tan luminoso empeño
forzoso a las almas fue
despertar de largo sueño. 20
Mucha fue la luz que dio;
mas de la muerte jüez,
mayor gloria mereció
con alma que ya una vez
helado el cuerpo dejó. 25
Más luz le debe advertir
quien llega a considerar
que puede, a tanto dormir,
el que duerme despertar
y no el que muere vivir. 30
Allí la piedra se ve
que guía con pasos ciertos;
pero aquí obrando la fe,
para veinticinco muertos
trompeta del cielo fue. 35
Suena, y a su voz rendida
la muerte su imperio siente
y vuelve el alma ofendida:
¿quién vio a la muerte obediente?
¿quién vio a la muerte dar vida? 40
¡Oh piadoso error del suelo!
¡Oh no merecida palma!
Que es más con piadoso celo
quitarle a la muerte un alma
que darle tantas al cielo. 45
Vencedor divino y fuerte,
¿quién habrá que no se asombre
si vuestras glorias advierte,
pues a Dios, en cuanto hombre,
se pudo atrever la muerte 50
y en desafío los dos
victorioso habéis salido?
¿Quién podrá atreverse a vos,
pues os habéis atrevido
a la que se atreve a Dios? 55
¿Quién podrá miraros, quién
aunque al sol sus rayos pida,
si dais para eterno bien,
no sólo a las almas vida
pero a los cuerpos también? 60
En la muerte de la señora doña Inés Zapata
Dedicada a doña María Zapata
Sola esta vez quisiera,
bellísima Amarili, me escucharas,
no por ser la postrera
que he de cantar afectos suspendidos,
sino porque mi voz de ti confía 5
que esta vez se merezca a tus oídos
por lastimosa, ya que no por mía.
No tanto liras hoy, endechas canto;
no celebro hermosuras,
porque hermosuras lloro; 10
quien tanto siente que se atreva a tanto,
si hay alas mal seguras
que deban a su vuelo esferas de oro
sin pagar a su vuelo ondas de llanto.
¡Ay, Amarili!, a cuánto 15
se dispuso el afecto enternecido,
mas si el afecto ha sido
dueño de tanto efecto,
enmudezca el dolor, hable el afecto;
si pudo enmudecer o si hablar pudo 20
retórico dolor y afecto mudo.
¿Diré que el cierzo airado,
verde ladrón del prado,
robó el clavel y mal logró la rosa?
Mas no, porque era Nise más hermosa. 25
¿Diré que obscura nube,
nocturna garza que a los cielos sube,
borró el lucero, deslució la estrella?
No, porque era más bella.
¿Diré que niebla parda 30
la vanidad del sol tanto acobarda
que muere al primer paso
y el oriente tropieza en el ocaso
mintiéndonos el día?
No, porque Nise más que sol ardía. 35
¿Diré que el mar violento
hidrópico bebió, bebió sediento,
la fuentecilla fría
que en su orilla nacía,
siendo cuna y sepulcro, vida y muerte? 40
Mas no, que en Nise más beldad se advierte.
¿Diré que rayo libre,
ya fleche sierpes, ya culebras vibre,
en cenizas desate el edificio
que en los brazos del viento nos da indicio 45
de que en sus hombros el zafir estriba?
Mas no, que aún era Nise más altiva.
¿Pues qué diré que mi dolor avise?
Diré que murió Nise.
Sí, pues murió con ella 50
deshecha flor, desvanecida estrella,
día abortado, mal lograda fuente,
y torre antes caduca que eminente,
fingiéndose la muerte en un desmayo
el cierzo, niebla, nube, mar y rayo. 55
Nise murió. Dura pensión del hado
que no tenga en el mundo la belleza,
por belleza siquiera, algún sagrado.
Nise murió. ¡Qué asombro! ¡Qué tristeza!
¡Oh ley del hado dura, 60
decretado rigor, fatal violencia,
que no tenga en el mundo la hermosura,
por hermosura, alguna preeminencia!
Nise murió. ¡Qué extraña desventura
que no goce el ingenio por divino 65
privilegio en las cortes del destino!
Todos a su despecho,
a mayor majestad rindan el pecho;
el pecho, en esta ley determinado,
tercera vez dura pensión del hado. 70
A tres Gracias tres Parcas combatieron,
y las Gracias vencieron,
que su rigor a profanar no atreve
tanta luz, tanta rosa, tanta nieve.
Y aunque Nise quedó muerta y rendida, 75
dejó despierta en su beldad la vida;
y así las Parcas lágrimas lloraron,
las Parcas su sepulcro acompañaron,
esfera breve donde
la luz se eclipsa, el esplendor se esconde. 80
A cuya sepultura
un mármol consagraron que dijera:
«Aquí debajo de esta losa dura
la hermosura naciera,
si naciera sembrada la hermosura». 85
Pero siga el consuelo
al llanto, a la tristeza, a la alegría;
corra la niebla el velo
y a la noche suceda alegre el día.
La noche muestre ya la estrella hermosa, 90
llama el Aura el clavel, bebe la rosa,
pues Nise coronada
de nueva luz, la Nise laureada,
la adama el sol, y en trono de diamante
está pisando estrellas, 95
imagen ya de aquellas luces bellas,
carácter ya de aquellos otros puros
que bordan paralelos y coluros.
Y tú, hermosa Amarili, el sentimiento
trueca en gusto, en invidia el escarmiento, 100
pues la tierra sabiendo que tenía
dos soles, y uno apenas merecía,
liberal con el cielo
quiso partir y te dejó en el suelo
a ti, porque más bella 105
fénix ya del amor, venzas aquella
competencia dichosa,
pues ya sola en el mundo eres hermosa.
Elegía en la muerte del Príncipe Don Carlos
Al Señor Infante Cardenal
¡Oh! rompa ya el silencio el dolor mío,
y en lágrimas y quejas desatado,
al mar corra y al viento, que bien fío
del mar hoy y del viento mi cuidado,
pues patrimonio son del mar y el viento, 5
a un tiempo, lo gemido y lo llorado.
¡Oh! rompa ya mi pena el sufrimiento
y en lágrimas y quejas dividido,
dignísimo Fernando, mi lamento
llegue (o bien de las ondas repetido 10
o mal restituido de las peñas)
piadosamente a merecer tu oído.
Lisonjas, y lisonjas no pequeñas,
hace al dolor el que al dolor engaña
con voces, con suspiros o con señas. 15
Tú, de la gran metrópoli de España
que con arenas y átomos de oro
pródigo dora el Tajo y el sol baña,
purpúreo Atlante; tú, cuyo decoro
desde lejos saludan dulcemente 20
dos cisnes, éste mudo, aquél canoro.
Ya que al Cuarto Planeta en otro oriente
sustituyes la luz, suples el día,
lucero habilitado dignamente,
bien como en la celeste monarquía 25
virrey del sol es el mejor lucero
de quien el alma de sus rayos fía,
engaña tu dolor (no porque espero
que rústica mi voz te obligue a tanto)
sino porque mi llanto lisonjero, 30
las lágrimas mezclando con el canto
en destempladas cláusulas, ignora
aun él mismo si fue música o llanto.
No por vencer tu sentimiento agora
mi acento sulca ni mi pluma vuela 35
(si bien harto le vence quien le llora).
Con inútil retórica consuela
al triste el que su mal le facilita;
pues al son que le aduerme, le desvela.
Llore el que de su llanto necesita, 40
que en su principio a un accidente extraño
fuerzas le da quien lágrimas le quita.
Una pena dorada de un engaño
o cobra la razón o pierde el brío
y aquél es sólo repetirle el daño. 45
Así quejas y lágrimas te envío,
¡Oh, rompa ya mi pena el sufrimiento!
¡Oh, rompa ya el silencio el dolor mío!
Aunque mejor la fuerza de un tormento
sabe sentirse que decirse sabe, 50
porque en la voz no cabe el sentimiento,
que en el silencio solamente cabe.
Mas ya que a tanto la pasión me obliga,
quejas escucha (o con acento grave
la voz las calle o el callar las diga). 55
De aquella son, y con razón de aquella
dos veces, y de todos enemiga
fatal deidad, cuya triunfante huella,
sin que el respeto ni el temor la impida,
alcáceres supremos atropella. 60
A cuyo carro la ambición asida
arrastra las coronas que antes fueron
los ídolos humanos de la vida.
Aquella a quien en vano previnieron
defensa, ni la pluma ni la espada, 65
que el valor y el ingenio se rindieron.
Alcaide de la vida, que a su entrada
registro es nuestro el libro de la muerte,
partida por partida señalada.
Con condición que ha de morir advierte, 70
que entra a vivir el que nacer procura
echado a los umbrales de la suerte.
No el poder la venció, no la hermosura;
que ésta ni aquél pasó sin que primero
con llanto no firmase la escritura. 75
Luego, ¡oh rigor! (iba a decir) severo,
por cuenta le da el aire con que vive,
que aun no es suyo este soplo más ligero.
¿Quién vive, pues, sabiendo que recibe
tan contado el vivir, que siempre atenta 80
la muerte por los márgenes escribe
una vez que respira, otra que alienta,
y vez ninguna alienta ni respira
que no adelgace el número a la cuenta?
¿Quién no se pasma aquí, quién no se admira 85
y quién sin miedo en desventura tanta
de que se cumple el número suspira?
¡Oh, cuánta es hoy nuestra miseria, cuánta!
Que aunque siempre lo fue, considerando
que hoy la muerte los plazos adelanta, 90
parece que es mayor porque antes, cuando
bozal y torpe en su principio estaba
de sí misma ella misma hería temblando.
Un siglo entonces en poner tardaba
la flecha; un siglo entonces prevenía 95
el golpe; y tras dos siglos aún le erraba.
Mas hoy, que diestra la hizo la porfía,
ni un instante el vivir deja seguro,
que el día menos cierto es cualquier día.
No el sagrado dosel, no el fuerte muro, 100
la edad florida, ingenio el más perfecto,
la generosa sangre, el lustre puro,
la heroica majestad, el real sujeto,
todo adornado de gallardo brío,
temor la causan ni la dan respeto. 105
Todo lo postra, todo a su albedrío,
Carlos lo diga (y cuando a Carlos nombra
¡oh, rompa ya el silencio el dolor mío!).
Dígalo pues su voz, que muda asombra,
y débale suspiros a la muerte 110
ver tanta luz desvanecida en sombra.
¿Si sagrado dosel?, ¿si muro fuerte?
¿Qué muro fuerte, qué dosel sagrado
el sol ciñe, el mar cerca, el cielo advierte
ya luciente, ya nuboso, ya estrellado, 115
aquél vuele, aquél corra y éste ande,
que mirarse merezca reservado
como el Alcázar de Felipe el Grande,
cuando piadoso el hado un edificio
privilegiar de sus rigores mande? 120
Si lustre puro ¿qué mayor indicio
de esplendor y de lustre que ser rayo
de tanto sol? (No aquí delire el juicio
porque un rayo de sol sienta un desmayo,
que no deja de ser rey de las flores 125
porque una flor se le malogre al mayo.)
¿Si majestad heroica? Sus mayores
triunfan hoy en las lides del olvido,
nunca vencidos, siempre vencedores.
El águila alemana les dio nido, 130
el león de España albergue, que absoluto
término fue a su vuelo y su bramido.
Todo el orbe pagándoles tributo,
de una cuna del sol hasta otra cuna,
Emperatriz el ave y Rey el bruto. 135
¿Si real sujeto? Aun siendo siempre una,
su fama se excedió tal vez, pues sella
ésta con más aplausos la fortuna.
Felipe santo y Margarita bella
sus padres fueron de tan alta planta, 140
que humana flor no es hoy divina estrella.
¿Si claro ingenio? Manzanares canta
conceptos suyos y conceptos llora:
tanta en la fuerza de un afecto, tanta,
que con la voz que al gusto hoy se enamora, 145
quizá el pesar se llorará mañana,
que aun una voz a lo que nace ignora.
¿Si edad florida y juventud lozana?
Apenas cinco veces, cinco, era
cumplido el curso en que veloz devana 150
con hilos de oro el sol nuestra carrera,
cuando por medio enmarañando el hilo,
le cortó inexorable la tijera.
No llegó al fin su fin; con nuevo estilo
hoy se acabó y hoy se quedó pendiente. 155
¡Oh!, ¿para cuándo era embotarse el filo?
¿Si brío gallardo y ánimo valiente?
Dígalo el mar que le rindió oportuno
en pequeño bajel más diligente.
Por Príncipe los reinos de Neptuno 160
y en cortes de agua Príncipe jurado
votaron todos y faltó ninguno.
De esperanzas entonces coronado
le vio la paz y le aclamó la guerra;
sólo a la tierra le costó cuidado, 165
pues celosa de ver que se destierra
del centro natural al centro frío,
en sus entrañas le escondió la tierra.
¡Oh sacrílego amor! ¡Oh amor impío,
que a tu costa tus celos has vengado! 170
¡Oh, rompa ya el silencio el dolor mío!
Y ya que tanto mérito postrado,
humano al fin reparo no previno
a la infalible indignación del hado,
al enojo infalible del destino, 175
vamos a ver si le previene el celo
en la piedad del mérito divino.
Iba pues de la noche el negro velo
borrando los matices con que había
al temple bosquejado tierra y cielo 180
el doctísimo artífice del día,
y el sol, depositado en luces bellas
espejo hecho pedazos parecía,
que pedazos del sol son las estrellas;
y así, cuando su luz se quiebra hermosa, 185
es un pequeño sol cada una dellas.
Declarose la noche temerosa,
y tropezando perezoso el sueño
en la que iba arrastrando falda umbrosa,
salió mostrando el arrugado ceño, 190
que más horrores que cabellos vierte
de ciprés coronado y de beleño.
Y como medio hermano de la muerte
al mundo medio muerto sepultaba
cuando aun al sueño hicieron que despierte. 195
Voces que sólo el eco articulaba,
porque todas a un ¡ay! las reducía
y errando el pueblo (si por dicha erraba,
aunque confusamente discurría)
al Monte de piedad llegó, al Erario 200
en uno y otro templo de María.
No perdonó devoto santuario
que no solicitase a aquella hora,
uno en la fe y en el efecto vario;
pues aunque dos imágenes adora, 205
es sola una deidad: y así, en lo oculto,
de noche en dos orientes vio una aurora.
Con poca pompa, el venerado bulto
(si ya no fueran pompas las querellas,
que querellas de fe también son culto) 210
llegó a palacio; y mudas las estrellas,
con muestras de dolor extraordinarias
(quizá por ser de Carlos una dellas)
acompañaron, aunque en luz contrarias,
las antorchas conformes en belleza, 215
unas y otras nocturnas luminarias.
Madrid, viendo que plebe y que nobleza
igualmente se inclina, igual se mueve
al llanto, a la piedad y a la tristeza,
quiere que suyos dos mensajes lleve: 220
por la nobleza un Duque de Gandía
y un labrador humilde por la plebe.
Francisco, pues, y Isidro ante María,
a un tiempo en cielo y tierra están postrados
alma y cuerpo gloriosos aquel día. 225
¡Oh! ¿No parece aquí que con candados
están los cielos? Pues abridlos, cielos:
mirad qué implican cielos y cerrados.
¿Tantos suspiros? ¿Tantos desconsuelos?
¿Tan sincero clamor? ¿Llanto tan pío? 230
¿Tantas penas, Señor, tantos desvelos,
solamente os merecen un desvío?
¿Cuándo la voz no fue del cielo llave?
¡Oh! rompa ya el silencio el dolor mío.
Mas ¡ay! que en la mayor, en la más grave 235
pena, aunque sabe el que afligido llega
que ha de pedir, qué ha de pedir no sabe,
que el hombre es liberal con quien le ruega,
por lo que a quién le ruega le concede,
y Dios es liberal por lo que niega. 240
Tanto con él la voz o el llanto puede,
que por agradecer la voz o el llanto,
tal vez negando su poder excede.
Luego tanto retiro, enojo tanto,
pareciendo rigor, será clemencia, 245
pues siempre es liberal el cielo santo.
¡Oh, quién de parte de la providencia
hoy estos dos extremos careara,
aquí el dolor y allí la conveniencia!
Porque al mundo el examen consolara 250
cuando en sombras y lejos percibiera
el daño que otro daño le repara.
Qué alegre entonces, si la piedad viera
disfrazada en rigor del mismo cielo,
otra vez sus desdichas le pidiera. 255
Pues si ignorante pide nuestro celo,
y docto él nos mejora la fortuna,
sírvanos el castigo de consuelo.
Y pues del ataúd y de la cuna,
líneas en que nacemos y morimos, 260
una es la forma y la materia es una,
y de un sepulcro a otro sepulcro fuimos
(polos en que el pequeño mundo estriba),
muriendo desde el punto en que nacimos,
dichoso aquél que de vivir se priva; 265
pues si a morir viviendo el hombre nace,
muriendo bien no hay más para qué viva.
Ninguna acción al dueño satisface
tanto, que la atención escrupulosa
no la enmiende después, con que se hace 270
más perfecta, más noble o más hermosa:
sólo el morir esta elección no tiene,
siendo el morir la más dificultosa.
Luego a aquél que la muerte le previene
con avisos de un día y otro día, 275
no llorarle, envidiarle nos conviene.
Suceda, pues, al llanto la alegría,
pues para que al morir perficionase,
murió Carlos sabiendo que moría.
Y ya que el cielo quiere que hoy abrase 280
las plumas, siendo pira el monumento
de quien su luz entre cenizas pase
a otro centro, a otra esfera y a otro asiento,
y dejando a la tierra sus despojos
es ya estrella añadida al firmamento, 285
pasen también nuestros turbados ojos
de un objeto a otro objeto su sentido,
que dichas podrán ver quien pudo enojos.
Vean que en prendas hoy de un bien perdido
dos los cielos eternos aperciben 290
que aun mal está el consuelo repetido.
Felipe y Baltasar felices viven,
cuyo nombre los hados respetando,
con letras de oro en láminas escriben.
Que nunca el tiempo alcanzará volando, 295
porque aun el tiempo parará primero.
¡Oh! vivan pues; y tú, noble Fernando,
ya Marte religioso, ya guerrero
Apolo, con la espada y con la pluma,
de tantas esperanzas heredero, 300
al mar sujeta la rizada espuma,
postra a la tierra la cerviz altiva
y haz que el mar y la tierra te presuma
luz que del Sol Felipe se deriva;
y pues de ti tantos aplausos fío, 305
mientras tu nombre, ¡oh gran Fernando!, viva,
no rompa ya el silencio el dolor mío.
Panegírico al Excelentísimo Señor Almirante de Castilla
Mil veces sea repetido el día,
Señor Excelentísimo, en que vea
quieta España su heroica Monarquía.
Repetida la luz mil veces sea,
Señor Excelentísimo, en que Francia 5
los desengaños de su orgullo crea.
De una y otra fortuna la distancia
fausta y infausta piedra la señale,
blanca al valor, y negra a la arrogancia.
¿Qué aplauso habrá que tanto triunfo iguale?, 10
¿qué triunfo habrá que iguale tanta gloria
si una sola por todos juntos vale?
Roma lo diga, acuérdenos la historia
la variedad de honores que tenía
para quien la añadía una victoria. 15
Mural corona ufana prevenía
al que contrarios muros asaltaba
por las brechas que abrió la batería.
Cívica aquella era que se daba
al que en la lid tanto valor mostrase 20
que socorriese al que en peligro estaba.
Vallar se concedía al que ganasse
las trincheas y fosos que tuviese
el enemigo donde se amparase.
Triunfal la antigüedad quiso que fuese 25
la que ilustrase al que morir expuesto
en campal lid a cinco mil venciese.
Obsidional la que al peligro opuesto
hiciese levantar al enemigo
sitio que ya una vez tuviese puesto. 30
Pues siendo así, señor, que hoy es testigo
el mundo de que todo lo habéis hecho,
todos los triunfos que os aclaman digo.
Todos os apellidan, satisfecho
cada cual de que él es el conseguido 35
del real valor, de vuestro ilustro pecho.
Mural facción vuestra facción ha sido,
puesto que al enemigo habéis hallado
en regulares muros defendido.
Por asalto fue dellos arrojado, 40
luego ganado por asalto el muro,
mural corona de oro habéis ganado.
Cívica también es de roble duro,
puesto que a otro socorristeis cuando
aun de si mismo no vivía seguro. 45
Can la hambre, el tiempo y el francés lidiando,
ya desahuciada de su valentía,
en brazos de la muerte agonizando
estaba la leal Fuenterrabía
el día que feliz la socorristeis, 50
que aun fue con el valor preciso el día;
luego si vida al casi muerto disteis,
la invasión de la patria asegurada,
la cívica corona conseguisteis.
No menos la vallar, apellidada 55
así de los vallados en que se hacen
el foso, la trinchea y la estacada;
si éstas a vuestro impulso se deshacen,
y llenas de despojos justamente
animo hoy y codicia satisfacen, 60
más gloriosa, señor, más dignamente
el esplendor de la vallar corona
los rayos ceñirá de vuestra frente.
Pero en vano sus méritos abona
a preferir atenta cada una. 65
Si la triunfal de su laurel blasona,
mejor derecho tiene que ninguna,
mejor acción por ser en sus empleos
la dádiva mayor de la fortuna.
Sólo aquel que ceñido de trofeos 70
de cinco mil triunfó en campal batalla,
con ella satisfizo sus deseos.
Luego en vos, gran señor, para logralla,
no solamente el número cumplido
pero excedido el número se halla. 75
Diez y ocho mil son los que habéis vencido
de poder a poder en la campaña
que tumba de cadáveres ha sido.
¡Oh! mire el sol con novedad extraña
triunfales pompas en España el día 80
que entre en su corte el defensor de España.
Mas no, que tanta pública alegría
aun es bastarda voz de vuestra fama,
mudo clarín de vuestra bizarría.
La obsidional corona es la que os llama, 85
quien desciñó por el laurel el oro,
ahora el laurel desciña por la grama.
Rústica plante es, pero no ignoro
que fue de humana púrpura teñida,
de los Césares último decoro. 90
Esta diadema a todas preferida
(de muchos con afecto deseada,
de pocos con efecto conseguida)
para vos, héroe invicto, está guardada
en el templo de Marte, donde yace 95
más verde cuanto más ensangrentada.
De las ruinas en quien silvestre nace
para don, el sitiado la tejía,
(que al don el celo, y no el valor le hace)
al que le desitiaba la ofrecía, 100
siendo el mayor blasón de todos cuantos
la premiadora antigüedad tenía.
Entre los dioses colocaba santos
al que entre el sitio y sitiador entraba,
noble despreciador de riesgos tantos, 105
si un ejército pues desalojaba
y si un pueblo dejaba asegurado,
semidiós uno y otro le aclamaba.
A tanta dignidad habéis llegado,
puesto en huida el sitiador lo diga, 110
dígalo en libertad puesto el sitiado.
Pero no un premio a otro contradiga,
que quien todos a un tiempo los merece,
todos a un tiempo es bien que los consiga.
Y así cuantas guirnaldas os ofrece 115
hoy la inmortalidad de vuestra fama,
que a nunca ser mayor por puntos crece,
ceñid iguales y una y otra rama,
a vislumbres descubra entretejida
el oro entre el laurel, el roble y grama. 120
No es modestia la gloria conseguida
recatarla, demás que siempre ha sido
la modestia virtud no agradecida.
Pues habéis cinco glorias conseguido,
cinco triunfos lograd; no se nos quede 125
por pereza con ellos el olvido.
Fiscalice la envidia que no puede
un hombre merecer, por más que un hombre
verá que sí, él mismo a sí se excede.
¿Qué virtudes le dan alto renombre 130
a un general para vencer glorioso
antes que con la espada con el nombre?
¿Ilustre sangre? ¿Espíritu brioso?
¿Feliz fortuna? ¿Prevención prudente?,
¿pródiga mano y celo religioso? 135
Pues si tantas virtudes igualmente
caben en un sujeto, en un sujeto
tantos lauros cabrán precisamente.
Perdonalde, señor, hoy a mi afecto
la ociosidad de ver que a cargo toma 140
haceros ejemplar deste concepto.
Si ilustre sangre ¿qué cerviz no doma
lo Enríquez en los Reyes de Castilla
lo Colona en los Césares de Roma?
Si ánimo invicto, ¿qué poder no humilla 145
ardimiento que en todas ocasiones
desenvaina el primero la cuchilla?
Si prudente gobierno, ¿qué blasones
no adquiere desvelada una cordura
que obra tantos aciertos como acciones? 150
Si fortuna feliz, ¿qué más segura
que aquella que a pesar trae de los hados
obediente a su arbitrio la ventura?
Si generosidad, ¿qué más probados
argumentos que ver entre despojos 155
vos volvéis pobre y ricos los soldados?
Y si celo católico, ¿qué enojos
no os cuesta algún insulto, desatando
iras el pecho y lágrimas los ojos?
¡Oh! enmudezca la envidia, confesando 160
silogismos que ya negar no puede
porque está la verdad argumentando,
y pues la misma envidia los concede,
vivid, venced, triunfad, sin que ninguna
acción al tiempo contra vos le quede. 165
Y si por dicha se volviere de una,
que es decir que en el mar no habéis tenido,
Señor, de vuestra parte a la fortuna,
estad de la respuesta prevenido,
y no la general de que el acaso 170
siempre avisa después de acontecido.
Particular razón en este caso
hay, sin aquella de que no amancilla
al valor la violencia del fracaso.
Y es que siendo desde una hasta otra orilla 175
vos general del mar, por la gloriosa
dignidad de Almirante de Castilla,
celoso el mar de ver vanagloriosa
con ejércitos vuestros a la tierra
amotinó su saña procelosa. 180
Y desatando cuanta furia encierra
ningún socorro que os llegase quiso
por medio suyo para hacer la guerra.
Venganza sin cordura y sin aviso,
pues hizo más osado el vencimiento 185
cuanto el número hizo más remiso.
No advirtió que sobraba vuestro aliento
aun para conseguir mayores glorias
a despecho de mar, de fuego y viento.
Ni es la primera vez que las historias 190
acordarán que en el cantabrio suelo
deben a vuestra casa sus victorias.
Esa plaza, esa misma al desconsuelo
rendida de otra gálica violencia,
empresa fue de vuestro invicto abuelo. 195
Su libertad os viene por herencia,
y hoy con mayor ventaja, cuanto ha sido
la mejor redención la providencia.
Más tiene que estimar el socorrido
antes de verse padecer el daño 200
que no después del daño padecido.
Luego claro probó este desengaño
que os debe más a vos, hoy defendida
la plaza, antes de riesgo tan extraño,
que al que después la vio restituida. 205
pues la habéis socorrido vos sitiada
si vuestro abuelo la cobró perdida.
Tanta victoria pues, tan señalada
facción, tan grande hazaña, tan altiva
empresa, gloria al fin tan celebrada, 210
siempre inmortal a par del tiempo viva.
Con voz la fama de metal la cante
y con letras de oro el sol la escriba.
Siendo para que dure más constante
un bronce repetido cada acento, 215
cada lámina un libro de diamante,
que yo, muda la voz, torpe el aliento,
ya reconozco, gran Señor, que en suma
ha menester tan generoso intento,
mejor voz, mejor plectro y mejor pluma. 220
Romance de Don Pedro Calderón de la Barca a una dama que deseaba
saber su estado, persona y vida
Curiosísima señora,
tú, que mi estado preguntas,
y de moribus et vita
examinarme procuras;
quienquiera que eres, atiende, 5
y en cómico estilo escucha;
que he de decirte un romance
para quitarte la duda.
Va de retrato primero;
luego, si quieres la musa, 10
irá de costumbres, bien
que habré de callar alguna.
Sea lámina el papel,
matiz la tinta, la pluma
pincel; quiera Dios que salga 15
parecida mi pintura.
Yo soy un hombre de tan
desconversable estatura
que entre los grandes es poca
y entre los chicos es mucha. 20
Montañés soy; algo deudo
allá, por chismes de Asturias,
de dos jueces de Castilla,
Laín Calvo y Nuño Rasura;
hablen mollera y copete: 25
mira qué de cosas juntas
te he dicho en cuatro palabras,
pues dicen calva y alcurnia.
Preñada tengo la frente
sin llegar al parto nunca, 30
teniendo dolores todos
los crecientes de la luna.
En la sien izquierda tengo
cierta descalabradura;
que al encaje de unos celos 35
vino pegada esta punta.
Las cejas van luego, a quien
desaliñadas arrugas
de un capote mal doblado
suele tener cejijuntas. 40
No me hallan los ojos todos,
si atentos no me los buscan
(que allá, en dos cuencas, si lloran
una es Huéscar y otra es Júcar);
a ellos suben los bigotes 45
por el tronco hasta la altura,
cuervos que los he criado
y sacármelos procuran.
Pálido tengo el color,
la tez macilenta y mustia 50
desde que me aconteció
el espanto de unas bubas.
En su lugar la nariz
ni bien es necia ni aguda,
mas tan callada que ya 55
ni con tabaco estornuda.
La boca es de espuerta, rota,
que vierte por las roturas
cuanto sabe; sólo guarda
la herramienta de la gula. 60
Mis manos son pies de puerco
con su vello y con sus uñas;
que, a comérmelas tras algo,
el algo fuera grosura.
El talle, si gusta el sastre, 65
es largo; mas si no gusta
es corto; que él manda desde
mi golilla a mi cintura;
de aquí a la liga no hay
cosa ni estéril ni oculta, 70
sino cuatro faltriqueras
que no tienen plus ni ultra.
La pierna es pierna y no más,
ni jarifa ni robusta
algún tanto cuanto zamba 75
pero no zambacatuña.
Sólo el pie de mi te alabo,
salvo que es de mala hechura,
salvo que es muy ancho, y salvo
que es largo y salvo que suda. 80
Este soy pintiparado,
sin lisonja hacerme alguna;
y, si así soy a mi vista,
¡ay, Dios, cuál seré a la tuya!
Dejemos en este estado 85
mi levantada figura
y vamos, de mis progresos,
a la innumerable chusma;
que hoy, en tu servicio, tengo
de cejar hasta la cuna 90
la memoria de mis años;
¡oh, no me aflije, entre burlas!
Nací en Madrid, y nací
con suerte tan importuna
que hasta un Ventura de Tal 95
conocí (¡no más ventura...!).
Crecí, y mi señora madre,
religiosamente astuta,
como dando en otra cosa
dio en que me había de ser cura. 100
El de Troya me ordenó
de la primera tonsura,
de cuyas órdenes sólo
la coronilla me dura.
Bachiller por Salamanca 105
también me hice luego, cuya
bachillería es licencia
que en mil actos me disculpa.
La codicia de un bolsico
en la literaria justa 110
de Isidro me hizo poeta;
¿quién no ha pecado en pecunia?
Con lo cual, Bártulo y Baldo
se me quedaron a escuras,
pues en vez de decir leyes 115
hice coplas en ayunas.
La cómica inclinación
me llevó a la farandula:
comedias hice; si malas
o buenas, tú te las juzga. 120
Desde letrado a poeta
pasé; y viendo cuánto acusan
a la poesía unos viejos
de impertinencia machucha,
traté de mudar estado; 125
y, por más estrecha y justa
religión, la de escudero
me recibió en su clausura.
Aquí discurra el lector
(si es que hay lector que discurra) 130
cuáles son, para seguidos,
los pasos de mi fortuna:
Gorrón, poeta, escudero
he sido y seré. ¡Oh suma
paciencia de Job!, ¿tuviste 135
más calamidades juntas?
Con estas tres profesiones,
¿quién imagina, quién duda
que habré sido el «no en mis días»
de cualquier suegra futura? 140
Y así, soltero hasta hoy
me quedé; y hoy más que nunca
por razones de que el duque,
mi señor, tiene la culpa;
que, como caballerizo 145
me hizo su excelencia augusta,
huyen todas, por no ser
caballeriza ninguna.
De este desaire de todas
me despico con algunas 150
que me sufren mis defectos
porque los suyos les sufra,
si bien el día de hoy
está, con las grandes lluvias,
el tiempo tan apurado 155
que hasta amor pena penuria;
más, como ajustarse al tiempo
dice un sabio que es cordura,
siendo congrua de mi amor
tres damas, con dos se ajusta: 160
dos damas tengo, no más;
que en la compañía más zurda
por fuerza ha de haber quien haga
primera dama y segunda;
y, como al fin, por el troppo 165
variar bella es la natura,
de las dos con que me hallo,
una es morena, otra rubia;
una es dama de alta guisa
con su poco de aventura; 170
de baja guisa es la otra,
que una es clara y otra culta;
una es fea, y otra, y todo;
que en esto sólo se aúnan
porque yo más quiero dos 175
fealdades que una hermosura.
A entrambas las quiero bien;
que aunque allá Platón murmura
que el que quiere a un tiempo a dos
no quiere bien a ninguna, 180
miente Platón; porque ¿qué es
querer bien a una criatura
sino querer su salud,
sus galas y sus holguras?
Pue si yo quiero que tengan 185
mucha salud, fiestas muchas
y muchas galas, aunque...
A la Muerte
Décimas
¡Oh tú, que estás sepultado
en el sueño del olvido,
si para tu bien dormido,
pata tu mal desvelado!
Deja el letargo pesado, 5
despierta un poco, y advierte
que no es bien que desa suerte
duerma, y haga lo que hace
quien está desde que nace
en los brazos de la muerte. 10
Da lugar al pensamiento
para que discurra, y veas
y que lo más que tú deseas
no es más que soplo de viento.
No labres sin fundamento 15
máquinas de vanidad,
pues la mayor majestad
en un sepulcro se encierra,
donde dice, siendo tierra:
«Aquí vive la verdad... 20
Mira cómo pasó ayer,
veloz como tantos años:
evidentes desengaños
del limitado poder.
Lo que fue dejó de ser, 25
y no quedó dello más
del ha sido: tú, que vas
por este mundo inconstante,
mira que el que va adelante
avisa al que va detrás. 30
La corona y la tiara
que tanto el mundo estimó
¿qué se hizo?, ¿en qué paró
sino en lo que todo para?
¡Oh mano del mundo avara! 35
Si tanto bien nos limitas,
¿para qué, di, nos incitas
a aspirar a más y más,
si lo que despacio das
tan de prisa nos lo quitas? 40
Si te engaña el propio amor
para que no veas el daño,
la muerte, que es desengaño,
sirva de despertador.
Hoy nace la tierna flor 45
y hoy su curso se termina;
todo a la muerte camina:
la estatua del más bizarro,
como está fundada en barro,
la deshace cualquier china. 50
¿En qué piensas o a qué aspiras
cuando tras tu gusto vas,
pues dél no te queda más
que enemigos que conspiras?
Si es que adelante no miras, 55
mira la vida pasada,
que si en tan corta jornada
lo más pasa desa suerte,
hasta llegar a la muerte,
¿qué te queda? Poco o nada. 60
Desde el nacer al morir
casi se puede dudar
si el partir es el parar,
o el parar es el partir.
Tu carrera has de seguir: 65
y pues con tal brevedad
pasa la más larga edad,
¿cómo duermes y no ves
que lo que aquí un soplo es
es allá una eternidad? 70
Mira el tiempo volador
cómo pasa, y considera
cómo va tras la carrera
desde el menor al mayor.
El esclavo y el señor 75
corren parejas iguales,
que como nacen mortales,
iguales van a la hoya,
de cuya deshecha Troya
aún no quedan la señales. 80
La juventud más lozana
¿en qué paró?, ¿qué se hizo?
Todo el tiempo lo deshizo
y anocheció su mañana,
la muerte siempre es temprana 85
y no perdona a ninguno:
goza del tiempo oportuno,
granjea con tu talento,
que aquí dan uno por ciento
y allí dan ciento por uno. 90
¿Qué eternidades te ofrece
la más dilatada vida,
pues que apenas es venida
cuando se desaparece?
Hoy piensas que te amanece 95
y es el día de tu ocaso.
¡Término breve y escaso!
Mas ¿qué mucho, si volando
te va la muerte buscando
cuando tú vas paso a paso? 100
La dama más celebrada,
lazo en que todos cayeron,
ella y ellos, di, ¿qué fueron
sino tierra, polvo y nada?
¡Oh limitada jornada, 105
oh frágil naturaleza!
La humildad y la grandeza
todo en nada se resuelve:
es de tierra y a ella vuelve,
y así, acaba en lo que empieza. 110
¿De qué te sirve anhelar,
por tener y más tener,
si eso en tu muerte ha de ser
fiscal que te ha de acusar?
Todo acá se ha de quedar; 115
y pues no hay más que adquirir
en la vida que el morir,
la tuya rige de modo,
pues está en tu mano todo,
que mueras para vivir. 120
Psalle et Sile
Discurso métrico-ascético sobre la inscripción «Psalle et Sile», que
está grabada en la verja del Coro de la Santa Iglesia de Toledo
Canta y calla, dice aquel
mote, cuya soberana
inscripción, sacro buril
en grabado bronce estampa,
bien como inscribió de versos 5
en sobrepuestas medallas
Salomón, de sus columnas
los capiteles y basas.
Canta y calla, otra vez leo,
y otra vez suspensa el alma 10
duda cómo se reduzca
a un precepto: canta y calla.
Porque si el callar es muda
prisión del silencio que ata
con el uso de las voces 15
el rumor de las palabras;
y el cantar, no sólo es
romperlas, pero entonarlas
al concertado compás
de métrica consonancia, 20
¿cómo, compuesto de dos
proposiciones contrarias,
sagrado precepto, a un tiempo
cantar y calla me manda?
Ignorante peregrino 25
soy, que a las piadosas aras
del sagrario de María
condujo, no errante planta,
fijo norte sí, en aquella
aguja, que sobre tantas 30
cervices, ya de edificios,
ya de montes se levanta.
A ser en el desvelado
eco de sus atalayas,
cada clamor un sonoro 35
clarín de la fe cristiana.
De cuyo animado bronce,
aún más que del de la fama,
conducido llegué apenas
al pie de sus torres altas. 40
Cuando inspirado del mismo
boreal imán de mis ansias,
saludé el umbral diciendo:
«¡Salve, basílica santa,
salve, primer metrópoli de España, 45
pues hasta coronar tu frente altiva
ni en su dosel ciñó la paz oliva
ni la guerra laurel en su campaña!
¡Salve, oh siempre católica montaña,
y tan siempre a la luz de la fe viva 50
que, aun entre los horrores de cautiva
ajena te alumbró, pero no extraña!
¡Salve, erario feliz de glorias tantas,
que hoy en tu angelical cámara bella,
aun los mármoles son reliquias santas! 55
¡Salve, y permite al adorar la huella
que enterneció una piedra con sus plantas
no esté mi corazón más duro en ella!».
Dije, y con temor tocando
del perdón la primer grada 60
(que líneas de perdón nadie
pudo sin temor tocarlas),
al ámbito pasé, en cuyas
naves, la vista engolfada,
sin peligro de tormenta 65
corrió achaques de borrasca.
¡Oh, cuántas muertas noticias,
vivas memorias, oh cuántas,
ofuscado el pensamiento
resolvió al verse en su estancia! 70
Desde aquella primitiva
edad, que en la tierna infancia
de la fe, Diego y Torcuato
en ella sus raíces plantan,
Eulogio las fertiliza, 75
Julián y Eladio las labran,
un Eugenio las florece
y otro Eugenio las consagra;
hasta que estrellas sus flores,
ya en los rizos de Leocadia, 80
ya en las vestes de María,
las mira Ildefonso; y hasta
que, mudando la fortuna
el semblante de dos caras
(que no es heroico el valor 85
que no se examina en ambas),
entre las góticas ruinas
que con sangre las esmaltan
un Rodrigo las deshoja
y otro Alfonso las restaura. 90
Haciendo, restituida
de los oprobios de esclava
a aplausos de emperatriz,
que al sacudir su garganta
la mozárabe coyunda, 95
vuelva, en honor de sus patria,
esta española Sión,
esta Salen castellana,
a ser, ceñida de olivas,
laureles, cedros y palmas, 100
segunda Roma de Europa
y primer silla de España.
¡Oh santo rey! ¡Oh Fernando!
¡Qué presto a tus triunfos pasa
la memoria! Mas ¿qué mucho 105
si corre a darte las gracias
de tanta fábrica excelsa
a quien tus piedades sacan
de soterrada mezquita
para sumptuoso alcázar? 110
En cuya admiración (ya
lo dije), absorta y turbada
la vista, corrió tormenta;
mas no, que todo es bonanza
de María, en puntos donde, 115
aunque extranjero en su playa,
saber su colocación
no me costó preguntarla;
que muchas señas de cielo
me dio el iris de unas armas, 120
de quien zodíaco y signos
fueron estrellas y bandas.
Ni es sin misterio que a un Sando
timbres de otro Sando-val-gan;
ni la primera vez que 125
estrellas digan de Alba.
Con que en su antigua eminencia
llegué a verla colocada.
¡Qué bien parece que sea
su eminencia quien la ensalza! 130
Si fuera cuarto Bernardo
yo, a los tres que en tres distancias,
amantes de su pureza,
uno escribe en alabanzas,
otro en gozos la descubre, 135
otro en tronos las levanta
¿quién con su espíritu duda
que hubiese dicho al mirarla?:
«Retrato favorecido
tanto del sol celestial 140
que en ti, como en un cristal,
reverberó parecido,
¿quién, sino tú, ha merecido
ser tan perfecto traslado
que, a su dueño cotejado, 145
pueda dar el cielo fe
de que él solamente fue
bien y fielmente sacado?
Ignórese su venida,
porque en la suya se crea 150
que allá parecida sea
la que acá fue aparecida;
y si de ángeles traída
fuiste, imagen celestial,
bien en premio del leal 155
afecto que lo creyó,
lo que en tu origen calló,
nos dijo tu original.
Original dije, y fiel
al nombre me estremecí, 160
pues supo dél para ti
sin saber para sí dél.
Sea el cielo tu dosel,
la tierra tu alfombra, pues,
por quien dijo David, es 165
la peana de tu altar:
adoremos el lugar
donde estuvieron tus pies».
¿Qué dijera? Más dijera
si a voces no me llamara 170
aquella primera duda
que tras sus ecos me arrastra.
Si ya no es que porque crea
en la perfecta elegancia
de su docta arquitectura, 175
cuánto es misteriosa y rara
esta joya, de quien son
mayores templos la caja,
bien como preciosa perla
que cupo dentro del nácar, 180
su perfección solicita
persuadir a mi ignorancia
que es tan grande, que aun lo son
sus menores circunstancias.
Y así, cerrando el no ocioso 185
paréntesis (pues si hablara
del mote, sin que del mote
diera el cincel que le graba,
fuera dejar sus noticias
al escrúpulo de vagas), 190
vuelvo a la inscripción en que
cantar y callar me mandan.
Aquí quedé; y convencido
a que son accione varias
imposibles de que a un tiempo 195
pueda el coro ejecutarlas,
y habiendo de seguir una
de dos leyes tan sagradas,
como son silencio y canto,
habré de alegar por ambas. 200
Es el silencio un reservado archivo
donde la discreción tiene su asiento;
moderación del ánimo que, altivo,
se arrastrara sin él del pensamiento;
mañoso ardid del menos discursivo 205
y del más discursivo entendimiento;
pues a nadie pesó de haber callado
y a muchos les pesó de haber hablado.
Es, contra el más colérico enemigo
el más templado freno de la ira; 210
de la pasión el más legal testigo,
pues dice más que el que habla el que suspira;
de la verdad tan familiar amigo,
que a la simulación de la mentira
le destiñe la tez, pues cuanto errante 215
mintió la lengua, desmintió el semblante.
Es quietud del espíritu divina,
a quien el mundo contrastar no pudo;
de la modestia imagen peregrina,
que una mano da al labio, otra al escudo; 220
de cuantos sacrificios vio la indina
adoración, el pez, animal mudo,
prohibido fue; que a luz de sacrificio,
aún no estragó esta virtud el vicio.
Y si de hablar y de callar le dieron 225
tiempo al que más la perfección codicia,
fue porque al corazón árbitro hicieron
de su sinceridad o su malicia;
no porque del silencio no creyeron
ser el culto mayor de la justicia, 230
pues si a Dios en sus obras reverencio,
el idioma de Dios es el silencio.
Dígalo el cielo en el primero día
que el poder del Criador manifestaba,
pues en el cielo gran silencio había 235
mientras Miguel con el dragón lidiaba;
pues la tierra y la noche helada y fría
que humano le adoró, en silencio estaba;
y ya que árbitro fue de paz y guerra,
lo que le amaron digan cielo y tierra. 240
La escuela de Pitágoras cinco años
sabiamente lección de callar daba;
la Tebaida, en sus cuerdos desengaños,
a callar solamente se juntaba;
pues si a sus propios filósofos y extraños 245
retórico el silencio doctrinaba
¿qué gimnasio se orló de más laureles
que el que cursaron fieles y no fieles?
Confieso que es una interior batalla,
por eso se corona el que pelea, 250
y para aquél que menos fuerte se halla
consejo fue de iluminada idea,
sacro proverbio en que se escribe: «O calla,
o algo di que mejor que callar sea»,
y si ha de ser mejor callar, calle entre tanto 255
el silencio, hasta ver si lo es el canto.
Es la blanda armonía...
-no hablo en común de aquella,
que áspid del aire con flores escondido,
la fragancia que envía, 260
hubo quien dijo della
que era un hermoso estiércol del oído;
de aquella, sí, que ha sido
el aura de la nube
en quien el humo del incienso sube-. 265
Es pues el armonía
que fervoroso afecto
a Dios dedica en culto reverente,
interior alegría
de inspirado concepto 270
que exultación divina de la mente,
prorrumpe lo que siente
en conceptos veloces
de organizados números y voces.
Bien como amante llama 275
que tras su impulso lleva
las pasiones del ánimo, y activa
el corazón que inflama,
espíritu que eleva
prorrumpe en llanto; que aunque compasiva 280
suene allí, aquí festiva
no distan canto y llanto;
que el llanto del amor también es canto.
Su nombre se deduce
del docto frase griego, 285
cuya etimología interpretando,
al cántico traduce
voz herida, a que luego
añade el himno, que es orar cantando;
de manera que cuando 290
sólo en sonido acaba,
es canto, y himno cuando a Dios alaba.
De himno y canto trasciende
su unísona blandura
a ser salmo después, cuyo concento 295
de salterio desciende,
que es cuando su dulzura
se acompaña de músico instrumento:
de suerte que el acento
el canto es, la voz pía 300
el himno, y el salterio la armonía.
Bien su origen pudiera
alegar en el cielo,
sin que antiguo silencio ceda el canto;
pues en la empírea esfera, 305
al sacrílego duelo
el himno sucedió del Santo, Santo,
y en la tierra, pues cuanto
calló la noche fría
dijo la Gloria en métrica alegría. 310
Mas ahora no resuelvo,
pues sólo alego ahora,
para después, dejando el magisterio.
Al primer punto vuelvo,
y pues ya nadie ignora 315
qué es cántico, qué es himno y qué es salterio,
vamos a otro misterio,
tantos siglos oculto,
de cuándo el canto se introdujo al culto.
En Oriente hay que diga 320
tuvo origen: bien fuera
que la luz nos viniera del Oriente,
si no hubiera quien siga
que David la primera
vez al arca cantó; y es más decente 325
creer que pastor invente
que sagrados loores
canten con sus rebaños los pastores.
La salmodia acredita
esta opinión (que al genio 330
sigue el afán que tras su imán le lleva,
y nadie facilita
trabajos al ingenio
sin que interior espíritu le mueva);
cuya afición comprueba 335
no haber hasta él ejemplo
de que entrase la música en el templo.
Que aunque canciones fueron
las que a Dios dedicaron
los hijos de Israel en voces claras, 340
en Débora se oyeron
y en Barac se escucharon,
no en verbal sacrificio de las aras,
que amablemente caras,
veneraron rendidos, 345
del fervor entonados los gemidos.
En David pues el canto
introducido al templo,
bien la opinión de continuarse fundo,
hasta que Ambrosio santo, 350
con el anciano ejemplo,
de ser devota aclamación del mundo,
le dio (David segundo
y prelado primero)
al arca del maná más verdadera. 355
Mas si las perfecciones
del canto soberano
acordar al silencio solicito
¿para qué de opiniones
me valgo? pues en vano, 360
por más autoridades que repito,
su mérito infinito
dirá la pluma mía,
si el cántico me acuerda de María.
Calle Israel, y calle 365
Moisés, calle su hermana
con Débora y Barac, calle Isaías,
calle David, y no halle
aplauso al canto de Ana,
Habacuc, Simeón y Zacarías; 370
callen las jerarquías,
que si María canta
¿qué afecto mereció dignidad tanta?
Luego si el silencio tiene
perfecciones tan sagradas, 375
que son la tierra y el cielo
solares de su prosapia,
si perfecciones el canto,
tan divinamente humanas,
que en la suma perfección 380
de la perfección se hallan,
¿cómo se dan dos virtudes
opuestas? Pues la que extraña
con otro estar, no será
virtud, sino repugnancia. 385
Mas ¡ay! ¡qué necio discurro
en dar a entender que haya
entre el canto y el silencio
desvanecida contraria!
Pues el silencio de aquella 390
intelectual batalla,
no le interrumpió la voz,
que a Dios la victoria canta.
Bien como no interrumpió
al silencio de la helada 395
noche la voz de la paz
que oyó el hombre en voces altas;
pues antes, para que más
sonasen sus alabanzas,
aplaudidas del silencio, 400
las hizo el silencio espaldas.
¡Oh si hubiera texto que
probase cuánto se aman
silencio y voz! Y sí habrá,
si en Juan nos le acuerda Marta. 405
En silencio, dice el sacro
texto, que dijo a su hermana
entrando en Magdalo Cristo:
«María, el Maestro te llama».
¿En silencio se lo dijo? 410
Luego es consecuencia clara
que habla y no rompe el silencio
el que a propósito habla.
Con que la cuestión decide
la evangélica enseñanza, 415
pues para ir a hablar a Cristo
la habló con la circunstancia
de que le hablaba en silencio
dando a entender, recatada.
Que el que vaya a hablar con Dios 420
a hablar en silencio vaya.
Y siendo así que ni uno ni otro cede,
y el corazón al labio conformando,
callar, la mente en Dios, hablando puede,
quien puede, en Dios la mente, hablar callando, 425
por ambas partes asentado quede
cuánto el silencio y voz se avienen, cuando
tan atento el espíritu se halla,
que cumpliendo con todo, canta y calla.
Y así, ¡oh tú, en dignidad constituido 430
tan sobrenatural, que, ángel humano,
ejercer venturoso has merecido
oficios que él ejerce soberano!,
no en tanto ministerio divertido,
desaproveches la ocasión; que en vano 435
del más sabio sujeto al menos sabio,
si no ora el corazón, trabaja el labio.
Tal vez con ronca voz desentonaba
al coro uno que en Dios se suspendía,
y al destemplado acento que en cantaba, 440
disonante la música armonía,
con irrisión el rapto murmuraba,
cuando se oyó que el cielo repetía:
«De vuestro canto, aunque la tropa es mucha,
acá sola la ronca voz se escucha». 445
A otro tal vez, que en Dios arrebatado,
cuidaba más del salmo que el concepto,
aventando una parva, revelado
le fue el demonio que llevaba el viento.
«¿Qué haces?» del santo monje preguntado, 450
«Lo que otros -dijo- inútil mies aviento,
que en aristas se lleva el aire vano,
dejando apenas de provecho un grano».
De suerte que no está en la consonancia
la perfección; no está en la residencia; 455
que entonar y asistir es circunstancia,
pero asistir y meditar esencia
del órgano lo diga la asonancia,
del tímpano lo diga la cadencia,
que asistiendo y sonando sin sentido 460
sólo les queda el mérito del ruido.
Cuando que atienda a Dios su voz me advierte,
yo, que me atienda a Dios también le digo;
y siendo así que de una misma suerte
hablamos, yo con Dios y Dios conmigo, 465
¿cómo, si mi descuido me divierte,
me quejaré de lo que no consigo?
Pues descortés injuria es que pretenda,
no atendiendo yo a Dios, que Dios me atienda.
Si a hablar al rey en un negocio fueras, 470
el más considerable, y a él llegaras
tan desatento que te divirtieras,
y por hablar con otro no le hablaras,
dime: a la majestad ¿cuánto ofendieras?
¿cuánto la pretensión tuya agraviaras? 475
Pues advierte, si obrases sin decoro,
que la audiencia de Dios es ese coro.
El negocio a que vas, no es menos grave,
que toda tu república fiada
en que es tu oficio orar, y orar es llave 480
que a siete horas del día te da entrada,
¿qué fatiga no esperan ver süave,
noble el bastón y rústica la azada,
al ver en los afanes de la vida
su medra en tu oración comprometida? 485
No tal de balde sirves, que no sea
logro tuyo lo que uno y otro gana,
pues el soldado por tu paz pelea
y el labrador por tu sustento afana.
Lo que hay de una tarea a otra tarea 490
mide, y verás cuánto es más soberana
la de tratar y conversas al cielo,
que arder al sol y tiritar al hielo.
Y pues te cupo la mejor en suerte,
no, ingrato a Dios y al hombre, la desdores: 495
a Dios, cuando el descuido te divierte,
al hombre, cuando impides sus favores.
De los proprios descansos ser, advierte,
las ajenas fatigas, acreedores,
y ¿qué más dicha que deber tus bienes 500
a otros el hambre y sed que tú no tienes?
Y aún más felicidad goza tu estado;
pues quiere Dios tus deudas satisfagas
con un caudal tan bien aprovechado,
que te quedes con más, mientras más pagas. 505
No divertido pues, no descuidado
culpa de lo que fue mérito hagas,
y más cuando el precepto es tan süave,
que en la unión del cantar y callar cabe.
Tres vías o tres grados de excelencia 510
tiene en sí la oración: la purgativa,
que se reduce al canto y la asistencia;
luego al silencio, la iluminativa;
luego al silencio y canto la eminencia
sigue de unirse a Dios, que es la unitiva; 515
y así, para el valor que en las tres se halla,
asiste, ora, medita, canta y calla.
Que si asistes, en Dios el pensamiento,
y orando, solo en él la confianza,
meditas el silencio y no el acento, 520
cantando como suya su alabanza,
verás, vacando a lo demás, que atento
el cielo al alto fin de tu esperanza,
te muestra cuánto encierra, incluye cuánto
la unión felice de silencio y canto. 525
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