LA SUMISIÓN

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LA SUMISIÓN
por Rebecca Jones
Vol. 6, No. 1
M
ientras yo manejaba, llevando a mi hija de quince años a casa después de su práctica de gimnasia,
le escuchaba describir un momento doloroso y vergonzoso. Sus emociones no solamente pesaban
sobre mi alma, sino también sobre el acelerador. Un sentimiento feo me sobrevino cuando vi las
luces del policía atrás. Cuando el oficial de tránsito me preguntó si tenía una buena razón para correr 40
millas por hora en una zona de 30, respondí sencillamente, «No, señor, simplemente no estaba poniendo
atención». Al terminar las formalidades del proceso de la multa, lentamente volví a manejar. Mi hija, ahora
emocionalmente afectada por verme recibir una multa que no pude pagar, empezó a criticar la injusticia del
oficial.
«No», repliqué. «El no fue injusto. Si yo sobrepasaba la velocidad , él tenía todo el derecho de
multarme.»
«Pero él fue tan arrogante», mi hija agregó. «El hubiera podido advertirle para no volver a hacerlo.»
«Pues, he visto peores cosas», contesté.
No tuve ningún resentimiento para con el oficial, tampoco lo temí como persona. No me sentí ni
mejor ni peor que él; sin embargo, él era el policía. En esa situación, fui obligada a someterme a su
autoridad.
Esta situación de la autoridad legal es casi la única que sigue en nuestra sociedad que tiene paralelos
con la sumisión que una esposa debe tener en relación a su marido. Ella no es un ser humano inferior, pero
él ha sido puesto en autoridad. Es su trabajo, su puesto en la sociedad.
Nunca he oído ni leído la palabra «sumisión» en el lenguaje común o en el periodismo. Me imagino
que el consumidor típico asignaría una connotación negativa a esta palabra. Solamente los débiles se
someten. La persona realizada es fuerte, autónoma, y auto-suficiente. Cuando yo asistí a la Universidad
Wellesley, el movimiento feminista iba fortaleciéndose. Era poco aceptado que una mujer anunciara que su
vocación en la vida iba a ser el matrimonio y la maternidad. Desde entonces, estas actitudes negativas sobre
la vocación de ser ‘esposa’ y ‘madre’ han aumentado hasta que ahora son la norma, en vez de pertenecer a
unas pocas mujeres radicales.
En este contexto, aún las mujeres cristianas tienen mucha dificultad al ajustarse a las palabras del
Apóstol Pablo en Efesios: «Las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor». Por supuesto,
algunos intentan argumentar que Pablo quiere decir que tal sumisión es nada más que una consideración
mutua de las necesidades de su cónyuge. Para fortalecer esta perspectiva, algunos señalan Efesios 5:20 que
parece implicar una sumisión mutua, una sumisión aceptable por nuestra cultura. Pero seguramente
debemos fijarnos en la gramática de su declaración dentro del contexto del libro entero, porque él sigue
diciendo, «Someteos unos a otros - » con las maneras en que nos sometemos, es decir, las esposas a sus
esposos, los hijos a los padres y los siervos a sus amos. Si Pablo estuviera enfatizando nada más que un
principio general de la sumisión mutua, ¿por qué tocaría casos específicos? Y si él hubiera deseado ilustrar
la sumisión mutua, él habría enfatizado ambos lados del asunto al especificar «Siervos, sométanse a su amos
y amos, sométanse a sus siervos. Maridos, sométanse a sus casadas y las casadas, estén sumisas a sus
maridos. Padres, sométanse a sus hijos e hijos, hay que someterse a sus padres». No, me temo que este
pasaje es totalmente anti-democrático.
Así que, ¿como pone en práctica una mujer cristiana esta noción de la sumisión? ¿Qué involucra?
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Me gustaría utilizar dos pensamientos paulinos para hablar de la sumisión. Tal vez si pudiéramos
entrenarnos para pensar un poco más como el apóstol Pablo, entenderíamos lo que es sumisión.
Una Obediencia Radicalmente Positiva
Primero, me gustaría enfatizar el principio de la obediencia radicalmente positiva. Algunos lo han
descrito como despojarse y revestirse. Fíjese en Efesios 3, cuando Pablo habla de robar, él no se detiene con
el mandamiento negativo, «No hurte más». No, Pablo nos dice que para dejar de robar, debemos utilizar
nuestro tiempo trabajando con nuestras manos. Sin embargo, esto no es suficiente. El ladrón tiene que dejar
de robar, y empezar a trabajar con el fin de tener algo para regalar. Por ende, el comportamiento negativo es
hurtar. El comportamiento «neutro» es el trabajo, y el comportamiento positivo es entregar los bienes de uno
para beneficiar a los demás. Vemos a Pablo usando este mismo principio respecto a la conversación. No es
suficiente dejar de mentir, tampoco callarse, sino que debemos hablar la verdad con la meta de edificar a
alguien más. No debemos embriagarnos con vino, sino que debemos estar llenos del Espíritu para que
cantemos los salmos y canciones espirituales bajo Su control para la edificación del cuerpo de Cristo.
El principio de paralelismo
El segundo principio paulino que nos ayudará a entender el pasaje sobre la sumisión es el principio
del paralelismo. Pablo hace un paralelo fuerte y específico entre la relación de Cristo y Su iglesia y la
relación de cada hombre con su esposa. La misma razón por qué Dios creó a los hombres y las mujeres en
una unión física y espiritual profunda que experimentan en el matrimonio tiene el fin de enseñarles de
Cristo. Todas las estructuras en la creación fueron diseñadas por Dios para enseñarnos de Su naturaleza. El
nos anima a aprender de Cristo y la iglesia por medio de lo que conocemos de la relación conyugal y
también aplicar lo que sabemos de la unión entre Cristo y Su iglesia a nuestros matrimonios para que
podamos entender mejor cómo amar dentro del contexto de esa unión.
Ahora apliquemos estos pensamientos paulinos a la sujeción.
Reemplazar la rebelión negativa con un amor radical.
Las mujeres que frecuentemente se rebelan contra la autoridad de sus maridos, rehusando aceptar lo
que Dios ha puesto en sus vidas para protegerlas, obviamente no están sujetas. Sin embargo, la sumisión
verdadera no sólo es poner las marchas en neutro. No es una actitud ‘sumisa a regañadientes’. Para obedecer
el mandamiento de Cristo para someterse, una esposa tiene que intentar conocer el corazón de su marido,
honrar tal corazón, y convenirse con sus deseos y gozos, sus instintos y pasiones, y alinearse y a sus hijos
con esos deseos y pasiones. No solamente debemos evitar el menosprecio de nuestros maridos, debemos
edificarlos. No solamente debemos evitar rehusar nuestros cuerpos a ellos, sino que somos llamadas a
entregarnos con gozo. No solamente no debemos intentar dominarlo (vea Génesis 3:16 y 4:7) sino debemos
desear aumentar su autoridad y respeto en toda manera posible, sea a los ojos de nuestros vecinos, nuestros
hijos, o nuestras amistades en la iglesia. El famoso pasaje de Proverbios 31 presenta a una mujer que usa su
gran iniciativa y creatividad para controlar una esfera de influencia dada a ella por su esposo, en orden para
traer honor a su nombre.
La relación de la iglesia con Cristo paralela a la relación de la esposa con su marido.
Una esposa tiene que someterse a su marido como la iglesia se somete a Cristo. El papel de la iglesia
mientras que está en la etapa de «noviazgo» es aprender a reunir todas las cosas en Cristo (Efesios 1:10), y
permitir que Su Salvador le santifique (5:26). Todos sabemos lo que se exige de la iglesia en relación a
Cristo. Debemos llevar cautivo todo pensamiento a la obediencia de Cristo (2 de Corintios 10:5). Debemos
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renovar nuestro entendimiento (Romanos 12:2), para que estén conformes a la mente de Cristo, nuestro
Salvador. Debemos ser limpios por el lavamiento de la palabra de Cristo (Efesios 5:26). La iglesia tiene que
adoptar el corazón de Cristo.
El papel de la esposa al someterse a su marido es mucho más que sencillamente dar consentimiento
cuando la voluntad de su marido no está de acuerdo con su propia voluntad, o en permitirlo a tomar
decisiones sin discutir. No, una esposa «debe reunir todas las cosas en una cabeza», su marido. En otras
palabras, en la esfera de su hogar, donde su marido es la cabeza, ella tiene que reunir y someter todas esas
cosas que están bajo su supervisión (¡incluso a sus hijos!) al control de su marido como un medio de
someterlas todas al dominio de Cristo.
Me casé desde hace veinte y ocho años. Entre tanto que entiendo lo radical de la sumisión, también
entiendo la profundidad de mi propia rebelión. Sin el poder y la gracia de Cristo, la iglesia no puede
alcanzar la meta de reunir todas las cosas bajo una Cabeza, Cristo. Sin el poder y la gracia de Cristo, jamás
empezaré a reunir todas las cosas en mi hogar bajo una cabeza, mi marido. Pero en mi debilidad aprendo del
poder de Cristo, y mientras en obediencia me someto a mi marido, al estar de acuerdo con su coraz ón, aún
cuando no lo entienda, también estoy participando en reunir todas las cosas en Cristo—porque el hombre es
la cabeza de la mujer, Cristo es la cabeza del hombre, y entonces Cristo entregará todo a los pies de Su
Padre cuando El tenga dominio sobre todas las cosas (I Corintios 15:21-28).
Entonces, ¿que es la sumisión? Es una participación de todo corazón de exaltar a su marido y
elevarlo a la gloria y honor bajo Cristo. Sin darse cuenta de la base bíblica por su conclusión, una graduada
de Wellesley, habiendo llegado al momento de divorcio por la segunda vez en su vida, dijo, «Supongo que
mi primer marido tuvo la razón. Se requieren dos personas para experimentar un solo éxito». Dios me dio a
mi marido para ayudarle a tener éxito en su labor de criar a su familia bajo el liderazgo de Cristo y en su
labor de predicar el evangelio eficazmente. Como los hijos se someten a sus padres en la fuerza del Señor;
como los empleados o esclavos se someten a las voluntades de aún los jefes más difíciles por medio del
poder maravilloso del evangelio; como las casadas someten a la autoridad divina dada a sus maridos; todos
crecemos en Él que es la Cabeza, que es Cristo (Efesios 4:15), y llenamos todo el universo con el
conocimiento del Dios glorioso del evangelio (Efesios 4:10), quien nos ha amado con un amor eterno.
Al someternos radicalmente a nuestros maridos con gozo, por el poder del Espíritu Santo, nosotras
las esposas cristianas participamos no solamente en el mandato de llenar la tierra y sojuzgarla, sino que
también participamos en el mandato de la iglesia de Dios para mostrar la «multiforme sabiduría de Dios...a
los principados y potestades» (Efesios 3:10) y «llegar a la medida de la estatura y plenitud de Cristo» (4:13)
para exaltarlo en gloria, para «llenar todo el universo» (4:10). ¡Cuan grande y alto es nuestro llamado, y qué
Salvador tan entregado tenemos para mostrarnos el camino y darnos su justicia!
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