RESEÑA DEL LIBRO LA FUNCIÓN DE LA CRÍTICA DEL ESCRITOR INGLÉS TERRY EAGLETON, CAPÍTULOS I Y II PROFESOR DR. JAIME ALEJANDRO RODRÍGUEZ DOCTOR EN FILOLOGÍA UNIVERSIDAD NACIONAL DE EDUCACIÓN A DISTANCIA (UNED), MADRID, ESPAÑA WILLIAM MARÍN OSORIO MAGÍSTER EN LITERATURA HISPANOAMERICANA INSTITUTO CARO Y CUERVO FORMACIÓN ESPECIALIZADA EN DOCENCIA EN HISTORIA Y CULTURA EN AMÉRICA LATINA, UNIVERSIDAD PABLO DE OLAVIDE, SEVILLA, ESPAÑA UNIVERSIDAD TECNOLÓGICA DE PEREIRA FACULTAD DE BELLAS ARTES Y HUMANIDADES DOCTORADO EN LITERATURA PEREIRA 2014 La función de la crítica. Terry Eagleton. Traductor Fernando Inglés Bonilla. Barcelona: Paidós Ibérica, 1999. 143 p. La primera parte del libro La función de la crítica (1999) de Terry Eagleton, está compuesto de un Prefacio y dos capítulos. En el Prefacio, el autor escribe un texto sobre la crisis de la crítica como institución, crisis que no solo es patrimonio del pasado, sino también del mundo contemporáneo. Es un texto agudo y bien escrito, en donde el autor inglés intenta comprender, en ese contexto, el papel del crítico, el propósito de sus estudios, el destinatario de sus mensajes y qué funciones tiene el acto crítico en la sociedad. Sin embargo, como manifiesta el autor, la función del crítico tendrá solidez y credibilidad “siempre y cuando la institución crítica no se vea como algo problemático” (1999, 9). Lo que lleva a Eagleton a plantear como tesis de su estudio “que hoy en día la crítica carece de toda función social sustantiva” ( 9). En este sentido, surge el asunto de la crítica en una disyuntiva claramente definida: o es un tema propio de la industria literaria o un tema que concierne solo a las academias. Para demostrar esto, Eagleton realiza un recorrido por la institución de la crítica en la Inglaterra de principios del siglo XVIII. El autor plantea entonces, en estos términos, frente al concepto de esfera pública elaborado por Jürgen Habermas: (...) me interesa más destacar algunos aspectos del concepto, de forma flexible y oportunista, para verter luz sobre una historia particular. Huelga decir que este análisis histórico no es en modo alguno desinteresado políticamente: esta historia la analizo como una forma de suscitar la cuestión de cuáles son las funciones sociales sustantivas que la crítica podría realizar una vez más en nuestra propia época, más allá de su función crucial de mantener desde dentro del mundo académico una crítica de la cultura de la clase dirigente. (10). En el primer y segundo capítulos, Terry Eagleton, vuelve sobre el concepto de esfera pública de Habermas, para establecer dónde y por qué surge la crítica moderna europea. Lo interesante de este juicio del autor inglés es que, siguiendo a Habermas, ubica la crítica en un espacio diferente al académico tradicional, por cuanto el ejercicio de la crítica, su capacidad crítica, enunciativa y discursiva se encuentra entronizada en espacios abiertos en donde circulan libremente las opiniones sociales constituyéndose en fuerzas deliberativas poderosas políticamente. A este respecto Eagleton señala: La crítica europea moderna nació de la lucha contra el Estado absolutista. Durante los siglos XVII y XVIII, la burguesía europea comienza a forjarse dentro de ese régimen represivo un espacio discursivo diferenciado, un espacio de juicio racional y de crítica ilustrada ajeno a los brutales ucases de una política autoritaria. Suspendida entre el Estado y la sociedad civil, esta «esfera pública» burguesa, como la ha denominado Jürgen Habermas, engloba diversas instituciones sociales – clubes, periódicos, cafés, gacetas- en las que se agrupan individuos particulares para realizar un intercambio libre e igualitario de discursos razonables, unificándose así en un cuerpo relativamente coherente cuyas deliberaciones pueden asumir la forma de una poderosa fuerza política. Una opinión pública educada e informada está inmunizada contra los dictados de la autocracia; se presume que dentro del espacio transparente de la esfera pública ya no son el poder social, el privilegio o la tradición los que confieren a los individuos el derecho a hablar y a juzgar, sino su mayor o menor capacidad para constituirse en sujetos discursivos que coparticipen en un consenso de razón universal. (11) Al dar la espalda a la autoridad aristocrática, la crítica, en ese espacio transparente, será la expresión del buen juicio y de la razón lógica y no se fundará filosóficamente en la autoridad. Durante la Ilustración, la crítica ya no va a legitimar a la sociedad cortesana de los salones aristocráticos. Para Peter Hohendahl en su libro The lnstitution of Criticism (1982), esto se hace especialmente evidente porque es en esta época cuando la actividad crítica no se puede separar de la institución de la esfera pública, por cuanto como señala el autor: Todo juicio está destinado a un público; la comunicación con el lector es parte sustancial del sistema. Mediante esta relación con el público lector, la reflexión crítica pierde su carácter privado. La crítica se abre al debate, intenta convencer, invita a la contradicción. Pasa a formar parte del intercambio público de opiniones. Visto históricamente, el concepto moderno de crítica literaria va íntimamente ligado al ascenso de la esfera pública liberal y burguesa que se produjo a principios del siglo XVIII. La literatura sirvió al movimiento de emancipación de la clase media como medio para cobrar autoestima y articular sus demandas humanas frente al Estado absolutista y a una sociedad jerarquizada. (Citado por Eagleton,12). Para Eagleton, el concepto de esfera pública burguesa que surge al amparo del absolutismo político, va a ser determinante para comprender a partir del siglo XVIII el proceso de constitución del concepto de crítica emancipado del orden autoritario del estado burgués aristocrático. La crítica se funda como burla satírica y como corrección moral de ese orden político. El interés de Eagleton es entonces por revelarnos la dimensión del papel histórico de la esfera pública en la consolidación del debate político entre las clases medias, lo que significaba regular el diálogo y también estrechar lazos, a pesar de la crítica a las instituciones, de una burguesía comercial o clase mercantil emergente con las clases superiores (nobleza y aristocracia inglesas que tenían en común el gusto cultural), clases que estaban unidas con la clase mercantil por intereses económicos. Eagleton entonces nos prepara para entender el significado de publicaciones como The Tatler, de Steele, y The Spectator, de Addison, en la constitución de la llamada esfera pública, una nueva formación discursiva en la Inglaterra después de la Restauración. ¿Qué representaban realmente estas publicaciones en el orden moral, político, económico y cultural? Estas revistas modelaron el gusto, el lenguaje, la norma y la conducta de la burguesía comercial, la nobleza y la aristocracia. A diferencia de la nobleza y la aristocracia francesas que no sentían que tenían ese rasgo común en lo económico con la clase burguesa emergente, en Inglaterra estas clases se unen en una relación más estrecha entre lo económico, político y cultural. Para Eagleton “El rasgo distintivo de la esfera pública inglesa es su carácter consensual: The Tatler y The Spectator son los catalizadores de la creación de un nuevo bloque dirigente en la sociedad inglesa, que cultivaron a la clase mercantil y ennoblecieron a la disoluta aristocracia.” (13). Siguiendo estas ideas, Eagleton nos presenta en su texto, diversas opiniones - A. J. Beljame, Q. D. Leavis, Sir Roger de Coverley, Sir Andrew Preeport- en torno al significado del club Spectator como defensor de la prosperidad económica y del mercado, que buscó igualmente hacer una apertura a todas las clases, la corte y el conjunto de la sociedad en torno a la literatura como formadora de opinión, enseñando a pensar y a consolidar, igualmente, ideas sobre el arte y la vida. Su ideal fue entonces la enseñanza de la literatura y la estética con el propósito de unificar el mundo inglés desde la cultura. Y el crítico fue el principal protagonista en este proceso histórico. “Se podría aducir, pues, que en Inglaterra la crítica moderna nació irónicamente del consenso político” (14), señala Eagleton, explicando de este modo la ironía de la Ilustración que de un modo u otro reconciliaba la crítica con un mundo férreo políticamente, que definía lo que era aceptable decir. La ironía de la crítica de la ilustración se explica porque, por una parte, hace resistencia al absolutismo y, por otra parte, defiende las normas de la razón universal, es correctora, conservadora, reformadora de todo aquello que se desvíe de su modelo de discurso, reprimiendo lo que sea transgresor. La esfera pública burguesa de principios del siglo XVIII en Inglaterra, es una serie de centros discursivos entrelazados, advierte Eagleton al estudiar este concepto a partir de Habermas. Nos recuerda Eagleton que The Tatler y The Spectator tuvieron una resonancia importante en la obra de Samuel Richardson, obra que circuló entre amigos y corresponsales y que fue objeto de múltiples interpretaciones en una especie de comunicación hermenéutica. También la publicación por suscripción de Pope que concitaba a los lectores a participar colectivamente del proceso de la escritura, son ejemplos que trae Eagleton para revelarnos lo que estaba ocurriendo en la Inglaterra del siglo XVIII a propósito de la consolidación de una comunidad hermenéutica de lectores –aristócratas, banqueros, actores, damas- y un atisbo de formación de la crítica. Eagleton anuncia entonces que la llamada esfera pública entra en un proceso de desintegración en la historia de la crítica inglesa, a partir de dos factores: el primer factor, lo económico, las fuerzas del mercado condicionan los productos literarios; y el gusto como el refinamiento dejan de ser el resultado de un producto civilizado y del debate razonado. La esfera pública sufre el impacto de los intereses económicos del mercado. El segundo factor, lo político. Los intereses políticos de los miembros de la esfera pública. El interés político, por ejemplo, del hacendado. Y frente a este proceso lleno de contradicciones, deviene la esfera pública clásica que ve y traza las divisiones sociales y sus límites, reorganizando discursivamente el poder social, lo que genera las divisiones sociales entre quienes utilizan la argumentación y su poder y quienes no lo hacen; el discurso cultural y el poder social están íntimamente asociados, pero, de acuerdo con Hohendahl, los privilegios sociales desaparecían como categorías en la intimidad del encuentro en las sociedades y clubes privados para que se produjera el diálogo entre iguales. De este modo, “Los juicios artísticos y autoritarios y aristocráticos se sustituyeron por un discurso entre profanos cultos” (Hohendahl citado por Eagleton, 15,16). De tal modo que se constituye una nueva formación cultural, frente a la tradicional estructura del poder de la sociedad inglesa. El café como espacio para el diálogo y el comentario crítico en condiciones de igualdad sin las distinciones que imponían las categorías sociales, era el lugar privilegiado en la Londres dieciochesca, en el que se reunían los escritores, con diversos representantes de la sociedad –artistas, nobles, comerciantes, mecenas, hacendados, políticos, médicos-, con quienes se empezó a formar una opinión pública, por medio del intercambio de opiniones, formando así sociedades literarias. Señala Courthope, biógrafo de Addison, que éste fue el “principal arquitecto de la opinión pública del siglo XVIII”. Otro tanto destaca Beljame cuando señala que con el club, el café, la formación de opinión pública y las sociedades literarias, se establece un nuevo orden en el mundo de la cultura inglesa de la época, por cuanto hay una mayor diseminación de la cultura, uniendo a todas las clases de la sociedad, eliminando de paso las categorías de corte-ciudad, metrópoli-provincia, puritanismo-caballero, “todos los ingleses eran ya lectores” (Beljame citado por Eagleton, 16). Aunque Eagleton interviene en este aspecto, explicando que quizás es un poco exagerado Beljame en su discurso frente a Addison, porque el tiraje de The Spectator era solo de tres mil ejemplares frente a una población de cinco millones y medio de personas. Pero también estaba la referencia al bajo número de personas que podían adquirir libros, que en la época se medían en decenas de miles y teniendo en cuenta una alta población inglesa de analfabetas o semianalfabetas. Sin embargo, frente al poder que empieza a obtener la esfera pública, no parece, en palabras del crítico inglés Terry Eagleton, siguiendo a Foley, Timothy P., que la cultura pueda llegar a todos en un proceso de diseminación en diferentes direcciones como señalaba Beljame a propósito de Addison, porque: No parece que el espacio emulsivo de la esfera pública fuese más allá de los clérigos y los cirujanos y llegase a incluir a los trabajadores agrícolas ni a la servidumbre doméstica, a pesar de la aseveración a todas luces exagerada de Defoe: «Encontrarás poquísimos cafés en esta opulenta ciudad (Londres) donde no haya un mecánico analfabeto comentando las más materiales ocurrencias y juzgando las acciones de los más grandes de Europa, y raro será el colmado donde no te encuentres a un calderero, a un zapatero o a un mozo de cuerda criticando los discursos de Su Majestad o los escritos de los hombres más célebres del momento”. (17). Pero, nos recuerda Eagleton, a propósito de Beljame que lo que está en juego realmente en el intercambio de discursos cultos entre sujetos racionales es la consolidación de un nuevo bloque de poder en el nivel del signo. Lo que significa que, siguiendo a John Clarke, “La defensa de la buena literatura en el mundo, está subordinada a los fines de la religión y la virtud, pero también a los de la buena política y el gobierno civil.” (Citado por Eagleton, 17). “La promoción del buen gusto en las composiciones poéticas”, escribió Thomas Cooke nos recuerda Eagleton, “es asimismo la promoción de las buenas maneras. Nada puede interesar más a un Estado que el apoyo a los buenos escritores”. Eagleton concluye su discurso afirmando que el mercado verdaderamente libre es el del discurso cultural dentro de ciertas regulaciones normativas. Y el papel del crítico es entonces el de administrar esas normas rechazando la anarquía y el absolutismo. La identidad discursiva se construye en el acto de habla de la conversación culta. De este modo, la esfera pública resuelve las contradicciones de la sociedad mercantil, transformando los derechos de una igualdad abstracta a una igualdad real en el discurso, formando sujetos argumentativos, enunciativos y propositivos para la transformación de la sociedad mercantil burguesa. Porque lo que está en juego, señala Eagleton, en la esfera pública, no es el poder, sino la razón, la búsqueda de la verdad, no el autoritarismo. Hay, pues, en la esfera pública, una separación entre política y conocimiento, que es la esencia de su discurso. Las revistas en el siglo XVIII tenían una influencia educativa importante en la formación de opinión pública, de ahí entonces que The Tatler y The Spectator, fueron en su momento avances significativos frente a otras publicaciones que se centraban excesivamente en obras eruditas, en resúmenes y extractos más que en críticas argumentales. The Tatler, por ejemplo, tuvo la genial y audaz idea de tener como propósito elevar el gusto artístico y literario de los lectores. Sin embargo, como señala Eagleton, Steele era más impresionista sin fundamentos teóricos, mientras que Addison era más analítico y a quien le interesaba más el efecto psicológico de las obras de arte. Eagleton concluye que la crítica literaria todavía en este momento no es un discurso autónomo. Lo que hacen en esencia estas revistas es un trabajo humanístico ético unido a la reflexión cultural, moral, religiosa y de la vida cotidiana. La crítica todavía no es literaria, es cultural. El crítico es visto más como un estratega cultural que como experto literario. Pues como hemos visto, la crítica se focalizaba más en la reflexión sobre las buenas maneras, la pureza del lenguaje, el vestido, el amor conyugal, etc. El crítico como comentarista social. El crítico como flaneur o bricoleur, deambulando entre los más diversos paisajes sociales; es decir, el crítico como juez. Para Eagleton, el acto de la crítica plantea un problema ideológico. Y se hace una pregunta esencial: ¿cómo se puede criticar sin caer en el sectarismo? La función crítica pone en crisis no solo a la esfera pública sino también al propio crítico. A este respecto escribe Hohendahl: (...) todo el mundo tiene una capacidad básica de juicio, aunque las circunstancias individuales pueden hacer que cada persona desarrolle esa capacidad en distinta medida. Esto supone que todos estamos llamados a participar en la crítica; que no es privilegio de una cierta clase social o de un círculo profesional. Por tanto el crítico, incluso el profesional, es un mero portavoz del público en general y formula ideas que se le podrían ocurrir a cualquiera. Su tarea especial frente al público consiste en ordenar el debate general. La crítica moderna surge empíricamente como compromiso con el texto social en los primeros instantes de la Inglaterra burguesa, pero Eagleton va más allá en su intento por otorgarle un papel y una función a la crítica en nuestro tiempo. Señala que el crítico como mediador y depositario de discursos que recibe pero no inventa, no es en esencia un intelectual, es un observador con agudeza de su entorno y comunica esa visión, lo que aprende de ese mundo con argumentos, con enunciaciones. Los clubes, los cafés en la Inglaterra del siglo XVIII, eran espacios para el intercambio cultural, político y económico, eran núcleos financieros, donde también se hacían negocios, eran núcleos de especulaciones, ambivalentemente culturales. Espacios donde se observaban cofraternidades entre políticos y autores. Tanto Addison como Steele eran funcionarios públicos, por ello era natural que desde sus revistas alentaran esa relación entre la clase política y la clase literaria. El proyecto cultural que representan The Tatler y The Spectator responde y se sostiene por sus estrechos vínculos con el poder político. Proyecto cultural necesario en la escena inglesa: moralidad, urbanismo y corrección. Finalmente, el gran aporte de Terry Eagleton en su libro La función de la crítica (1999), frente a la definición de la crítica en nuestro tiempo, es situar el surgimiento del concepto a partir del siglo XVIII en la Inglaterra de la sociedad burguesa, la nobleza y la aristocracia, y definir la idea de esfera pública como el espacio material y simbólico de la consolidación de una idea de crítica y de críticos. Ideas que Eagleton cuestiona a partir de la fundación del papel del crítico asociado con la capacidad de argumentación y deliberación desde la perspectiva del discurso como acto de habla, discurso autónomo frente a los intereses materiales y simbólicos de la sociedad. LÍNEAS DE DISCUSIÓN: 1. ¿Cómo es la crítica y la función del crítico de nuestro tiempo? 2. La crítica literaria como formación discursiva, como acto de habla. 3. Si la crítica de Terry Eagleton a la esfera pública está fundada en los nexos existentes entonces entre la clase política y la clase literaria, ¿cómo podríamos definir hoy la crítica frente a las industrias culturales y frente al Estado y su Ministerio de Cultura? 4. Sobre los índices de lectura en Colombia, sobre los nuevos analfabetismos digitales. ¿Cómo podríamos construir una definición de crítica no académica frente a los altos índices de analfabetismo en Colombia y a los bajos niveles de lectura? 5. Sobre la formación de la crítica y la consolidación de espacios organizados para la crítica: los cafés literarios, las revistas, las sociedades literarias. ¿Cómo funcionan estos espacios en nuestro tiempo y cuál es su valor simbólico cultural? 6. ¿Cómo lograr que la cultura literaria llegue a todos y no sea solo un espacio para unos privilegiados, para una élite de la sociedad? 7. ¿Todos podemos participar en el proceso de formación de la crítica o es solo un espacio para los académicos?