Retiro vocacional

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PASTORAL VOCACIONAL
RETIRO PARA
LAS COMUNIDADES CLARETIANAS
MISIONEROS CLARETIANOS DE EUSKAL HERRIA
RETIRO VOCACIONAL PARA LAS COMUNIDADES CLARETIANAS
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VIVIR LA PROPIA VOCACIÓN PARA SER PROPUESTA VOCACIONAL
MOTIVACIÓN:
No se transmite lo que no se vive. No se contagia lo que no se transmite con la vida. La oración por
las vocaciones es necesaria, pero no basta: no somos “religiosos de clausura que rezan en su convento
por las vocaciones”. Somos consagrados que viven en comunidad y somos misioneros del Evangelio.
Sólo podemos transmitir a los jóvenes entusiasmo vocacional por la vida misionera claretiana, si les
contagiamos con nuestro propio testimonio.
Y esto, a tres niveles:
-con lo que SOMOS,
-con CÓMO Y CON QUIÉN VIVIMOS,
-con lo que HACEMOS.
No bastará con reflexionar o exponer bonitas ideas. En cada uno de estos tres aspectos, estamos
invitados a “aterrizar” en estrategias concretas, evaluables, que hagan visible nuestro compromiso de
conversión personal y ese testimonio vocacional personal y comunitario que nuestros destinatarios, y
especialmente nuestros jóvenes, necesitan para que lleguen a plantearse la vida como vocación.
Normalmente hablamos de “animación vocacional” para referirnos a la orientación vocacional de
nuestros jóvenes. Hacemos campañas intensivas (Semana Vocacional, por ejemplo), de vez en cuando
les soltamos “indirectas” a nuestros chicos o animadores en algunas intervenciones pastorales. Nos
lamentamos del poco eco que tienen, y de la triste realidad de la sequía de candidatos en concreto a
la vida misionera.
Pero en este momento de reflexión estamos invitados a hablar y a rezar “nuestra propia animación
vocacional”. ¿Con qué grado de “animación”, de vivencia, de entusiasmo,… vivimos nuestra
vocación? ¿Es llamativo para los jóvenes, y provocador, la experiencia de Dios que les transmitimos,
el testimonio de grupo que perciben en nosotros como comunidad claretiana, la entrega total a ellos
en la misión pastoral? Quizá si viviéramos más preocupados de la autenticidad de nuestra vivencia
de la vocación, y menos de las vocaciones a la vida claretiana que no surgen, esto segundo se nos
daría “por añadidura”.
La palabra clave es la palabra “conversión”: conversión espiritual (Místicos), fraterna (Profetas),
pastoral (Siervos). Por tanto, una mayor radicalidad (vuelta a las raíces), de nuestra vivencia
vocacional.
Realizaremos esta revisión analizando brevemente algunos textos desde el esquema propuesto. Lo
haremos desde la perspectiva del testimonio de nuestra propia vida, capaz de suscitar en los jóvenes
interrogantes vocacionales.
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1.- TRANSMITIMOS CON LO QUE SOMOS: “MÍSTICOS EN EL
ESPÍRITU”
1.1.- SIGNIFICADO.
El punto de partida de nuestra vida y vocación es la llamada de Dios y nuestra respuesta que pide ser
fiel. Y no solamente cuando hicimos la primera profesión, sino cada día de nuestra vida. Cada mañana
que nos levantamos y elevamos nuestro pensamiento a Dios, debemos repetirle: “Aquí me tienes,
Señor. ¿Qué quieres hoy de mí? Quiero hacer tu voluntad. Ayúdame a vivir con autenticidad cada
momento, cada encuentro, cada tarea que hoy realice”.
Los misioneros que han vivido o viven el proyecto evangélico nos estimulan y ayudan en el camino
de santificación. El testimonio de esta santidad, que se realiza en la misión claretiana, es el don más
precioso que podemos ofrecer a los jóvenes. La vivencia en autenticidad de nuestro ser consagrado
claretiano se traduce en nuestra santidad. Y la santidad es testimonial, irradiante, visible. Más allá de
nuestras cualidades, incluso del servicio concreto que prestamos a los jóvenes, es esa santidad lo
mejor que podemos ofrecerles, lo que ellos esperan de nosotros.
En efecto, son los jóvenes los que, por ejemplo y en particular, nos interpelan sobre nuestras raíces
espirituales y nuestras motivaciones vocacionales, despertando en nosotros la identidad de misioneros
y de nuestra misión pastoral. Ellos saben que hemos consagrado nuestra vida a Dios. Y necesitan
percibirlo de forma concreta. Necesitan descubrir, en el contacto con nosotros, no sólo, por ejemplo,
al educador activo o la persona cercana y acogedora, sino al Dios que está trasparentando, de cuyo
amor es portador con esos servicios, con ese talante. Cuando nos cuesta hablar de Dios directamente,
invitar a la oración; cuando el falso respeto humano nos impide presentarnos con naturalidad como
seguidores de Jesús… estamos traicionando lo que la gente espera de nosotros.
La gente y los jóvenes, a menudo, nos admiran por la cantidad de trabajo que hacemos en su beneficio.
Sin embargo, algunos de nosotros, abrumados por múltiples actividades, experimentamos la
sensación de cansancio, de tensión, fragmentación, ineficacia y de estar “quemados”. Este dato lo
solemos recoger en nuestras asambleas, capítulos, reflexiones, etc. Sí, las personas admiraban la
capacidad de trabajo y de entrega que tenemos, pero nos ven como un modelo difícil de imitar, de
seguir. Además, nos ven siempre tan activos y ocupados, que les resultaba violento el pedirnos que
les escuchemos, que les dediquemos tiempo.
Como para san Antonio María Claret, también para nosotros, la primacía de Dios es el punto de apoyo
que da razón de nuestra existencia en la Iglesia y en el mundo. Esta primacía da sentido a nuestra vida
misionera, hace que evitemos el riesgo de dejarnos absorber por las actividades, olvidándonos de que
somos, por encima de todo, ’buscadores de Dios’ y testigos de su amor en medio de los demás.
Estamos, por tanto, llamados a reconducir nuestro corazón, nuestra mente y todas nuestras energías
hacia el ‘principio’ y los ‘orígenes’: la alegría del momento en que Jesús nos miró, para evocar los
significados y exigencias que subyacen en nuestra vocación.
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Está claro pues lo que debe soportar (en el sentido de fundamentar, y por tanto aguantar como
fundamento las dificultades) es nuestra entrega a la misión y nuestra convivencia: la búsqueda de
Dios en nuestras vidas. Podemos preguntarnos dónde alimentamos y realimentamos nuestra vocación,
nuestra entrega a la misión, la superación de nuestras crisis personales o desencuentros comunitarios.
¿En unas mayores cotas de bienestar material o de reparto de trabajo? ¿En un mayor activismo? ¿En
la compensación afectiva que nos pueden dar las personas que valoran lo que somos o hacemos? ¿…
en la oración y la búsqueda de Dios que nos envía y consuela?
Las dificultades que experimentamos para responder a la llamada de Dios, para vivir el seguimiento
de Cristo con radicalidad, se deben a lo poco convencidos que estamos de la fecundidad de los
consejos evangélicos para realizar la comunión en la comunidad y la misión, por ejemplo, entre los
jóvenes.
1.2.- ESTRATEGIAS CONCRETAS.
¿Qué podemos hacer a nivel personal para vivir y hacer visible a los demás, especialmente a los
jóvenes nuestra condición de consagrados a Dios? La comunidad puede reflexionar y compartir
iniciativas. Aquí se ofrecen unas cuantas propuestas:
-Rezar con los jóvenes en sus momentos de oración y celebración (y que nos vean rezar, cantar…).
-Narrar nuestra historia personal vocacional (con ocasión de convivencias, encuentros…).
-Tomar contacto con los jóvenes en los momentos más informales (patio,…) presentándonos como
claretianos, interesándonos por su vida y “hablándoles de Dios”.
-Narrar qué significado tienen los votos en nuestra vida, y cómo los vivimos en concreto en la
comunidad y obra a la que pertenecemos (con ocasión de la clase, de la catequesis…).
-Animar grupos de fe, ofreciendo nuestro testimonio de vivencia de la fe.
-(Para los sacerdotes) Buscar ocasiones para presidir la eucaristía (por ejemplo, las eucaristías por
grupos de alumnos), predicar, dar testimonio personal de cómo vivimos como seguidores de Jesús.
No desaprovechar las ocasiones para administrarles la Reconciliación.
2.- TRANSMITIMOS CON EL CÓMO Y CON QUIÉN VIVIMOS:
“PROFETAS DE LA FRATERNIDAD”
2.1.- SIGNIFICADO.
La casa claretiana se convierte en familia cuando el afecto es correspondido y todos se sienten
acogidos y responsables del bien común. En un clima de mutua confianza y de perdón diario, se siente
la necesidad y la alegría de compartirlo todo, y las relaciones se regulan no tanto recurriendo a la ley,
cuanto por el movimiento del corazón y por la fe. Un testimonio así suscita en los jóvenes el deseo
de conocer y seguir la vocación claretiana.
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Cuando hablamos de la casa claretiana nos referimos al todo: la comunidad religiosa, el resto de la
comunidad educativa, parroquial, etc., el ambiente o ambientes que atiende dicha casa, los distintos
destinatarios (claretianos, catequistas, educadores,… sobre todo los jóvenes). Incluye por tanto la
propia comunidad claretiana, de la que implícitamente afirma que su testimonio suscita en los jóvenes
el deseo de conocer y seguir la vocación claretiana.
El clima de familia, de acogida y de fe creado por el testimonio de una comunidad que se entrega con
alegría, es el ambiente más eficaz para descubrir y orientar vocaciones. Si repasamos nuestra vida,
seguramente aparecerán, en el origen de la llamada vocacional, el testimonio de algún claretiano o
comunidad claretiana que nos ayudaron a descubrir y orientar nuestra vocación. Se habla de un triple
clima: de familia, de acogida, de fe.
Los jóvenes sienten a la comunidad claretiana como “familia” cuando conocen a los claretianos que
la componen, cuando perciben que entre ellos hay una relación sana y positiva. Perciben un clima de
“acogida” cuando sienten cercanas a las personas y las estructuras, cuando resulta fácil acceder a la
vida comunitaria para compartir experiencias en momentos determinados. Descubren un clima de
“fe” cuando constatan que ese grupo humano se mantiene unido, más allá de las simpatías personales
o la tarea pastoral común, por una dedicación y una entrega a Dios.
Si esto es así, de forma natural la comunidad claretiana mantiene buenas relaciones con todos. De
esta forma se hace fermento de nuevas vocaciones, a ejemplo de la primera comunidad de los
Apóstoles. Porque nuestro vivir juntos es el resultado de la iniciativa de Dios Padre, que nos llama a
vivir en comunidad. Con el fin de no perder este don, la visibilidad de la dimensión fraterna de nuestra
vida debe ser más consciente, más directa, eficaz y gozosa. Llevamos unos cuantos capítulos,
generales y provinciales, donde se nos invita a abrir nuestras comunidades a seglares y jóvenes para
compartir con ellos oración, convivencia, tarea compartida. Quiere decir que es todavía una meta y
un reto a conseguir. Y que sólo se logrará si se programa y se experimenta, si se convierte en sano
hábito tanto para la comunidad de los misioneros claretianos como para los seglares que vivan la
experiencia.
Vivir la mística de la fraternidad es un elemento esencial de nuestra consagración apostólica y una
gran ayuda para ser fiel a ella. Tiene una clara relación con nuestra misión y con el mundo de los
jóvenes, sedientos de comunicación auténtica y de relaciones personales. Ofrecemos una alternativa
de vida basada en el respeto y en la cooperación con el otro; un testimonio de paz y reconciliación.
¡Vivir la mística de la fraternidad! Siempre estamos trabajando para conseguir esta meta. Pero no
podemos ni debemos esperar a haberlo conseguido para poder compartir nuestra vida de comunidad
con jóvenes y seglares. Puede constituir una fácil excusa decir que no estamos preparados para recibir
a nadie en comunidad. Los seglares y los jóvenes entienden perfectamente que como grupo humano
que somos, no somos perfectos: somos distintos, a veces complementarios y a veces contradictorios.
Y por otra parte, no pocas veces la presencia de seglares y jóvenes rezando, comiendo, conviviendo
con nosotros,… ¡nos hace mejores, nos ayuda en nuestra convivencia!
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2.2.- Estrategias concretas
¿Qué podemos hacer a nivel comunitario y en concreto para vivir y hacer visible a los demás,
especialmente a los jóvenes nuestra vida de comunidad? La comunidad puede reflexionar y compartir
iniciativas. Aquí se ofrecen unas cuantas propuestas:
-Programar en el Proyecto Comunitario momentos de encuentro con grupos de seglares y jóvenes en
el marco de la comunidad (con los misioneros claretianos y en las estructuras físicas de la propia
comunidad a ser posible):
*de tipo oracional-celebrativo: laudes-vísperas, eucaristía, grupos de oración,…
*de tipo convivencial: con motivo de aniversarios, fiestas claretianas; celebraciones de los
distintos grupos, equipos, colaboradores especiales, personal de servicio,…
*de tipo colaborativo: reuniones de equipos de trabajo, preparación de fiestas con grupos de
la Familia Claretiana,…
-Programar momentos en que la comunidad se hace presente en los distintos ambientes de la
plataforma pastoral en ocasiones especiales:
*colegio (invitaciones a profesorado, AMPA, eucaristías en fiestas claretianas, navidades,
formación del profesorado,…).
*centro juvenil (oración o formación con animadores, fiestas claretianas, convivencias,…).
*parroquia (presencia y concelebración en tiempos fuertes de la Liturgia; presencia en la
Asamblea Parroquial, fiestas,…).
-…
3.- TRANSMITIMOS CON LO QUE HACEMOS: “SIERVOS DE LOS
JÓVENES”
3.1.- Significado.
El Señor llama. Estamos convencidos de que hay muchos jóvenes ricos en recursos espirituales y con
gérmenes de vocaciones apostólicas. Les ayudamos a descubrir, acoger y madurar el don de la
vocación seglar, consagrada y misionera, para bien de toda la Iglesia y de la familia claretiana.
Nuestra tarea como acompañantes, educadores y testigos en la fe no es dar la vocación a los jóvenes,
sino ayudarles a descubrirla, acogerla y madurarla. Cualquier tipo de vocación: seglar, consagrada o
sacerdotal.
Educamos a los jóvenes para que desarrollen su propia vocación humana y bautismal, mediante una
vida progresivamente inspirada y unificada por el Evangelio. Esta obra de colaboración al plan de
Dios, coronamiento de toda nuestra labor pastoral, se sostiene con la oración y el contacto personal,
sobre todo en la dirección espiritual.
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Educamos a los jóvenes para que sean felices, realizando en su vida el sueño que Dios tiene para cada
uno de ellos, el proyecto de felicidad que desde el Evangelio les prepara respetando su libre opción.
En este sentido, colaboramos con Dios para que los jóvenes sean felices. Que el joven alcance esta
meta es el coronamiento de toda nuestra labor pastoral, no en el sentido de que la orientación
vocacional sea algo que se “añade” al final de dicha labor, como quien añade una guinda al pastel
para que adorne.
Educamos desde el principio para que desarrollen su propia vocación humana y bautismal, y todo lo
que hacemos y sobre todo testimoniamos con nuestra vida adulta vocacionada y madura, debe ser
para ellos una referencia de la meta a la que están llamados a llegar. Es claro que el joven necesita la
referencia del adulto para proyectar en él lo que quiere y no quiere llegar a ser en el futuro. Nosotros
somos, querámoslo o no, modelos y referencias de la opción vocacional consagrada y misionera en
este caso. Debemos garantizar que nuestra vivencia de la vocación consagrada y misionera no sea
para ellos un contraejemplo para que descarten en su vida dicha opción.
Donde hay un mayor protagonismo de los laicos, favorecido por la colaboración y la
corresponsabilidad en la comunidad pastoral mediante un clima de confianza y el espíritu de familia,
respetando los roles, el ambiente llega a ser propositivo y fecundo, incluso vocacionalmente. El sano
protagonismo de los jóvenes ayuda a los jóvenes a madurar íntegramente, incluso en la dimensión
vocacional y misionera.
Qué duda cabe que al menos en nuestros primeros indicios vocacionales, nos atraía lo que los
claretianos hacían. Y que muchos nos hemos sentido llamados (hemos descubierto la llamada de
Dios), porque queríamos hacer con otros jóvenes lo que habíamos visto que los claretianos habían
hecho con nosotros. El compromiso en la misión claretiana por parte de los jóvenes, dándoles
protagonismo y corresponsabilidad, es un cauce de descubrimiento de la vocación consagrada y
misionera.
Pero siempre, evitando un peligro: la acción por la pura acción. El peligro de ser con frecuencia
considerados solo unos ‘trabajadores sociales’, más que testigos, capaces de dar testimonio de la
primacía de Dios, anuncio del Evangelio y acompañamiento espiritual, nos exige que cuidemos
nuestra vocación. Esto requiere que fomentemos la experiencia de fe y el encuentro con Jesucristo:
los jóvenes exigen la concreción y coherencia de nuestro estilo de vida. Repetidamente nos lo ha
dicho el Papa Francisco. La acción pastoral claretiana entre los jóvenes solo es misión cuando en toda
ella buscamos ser signos y portadores del amor de Dios a los jóvenes. Y lo que debemos preguntarnos
continuamente es si vivimos nuestra tarea como misioneros claretianos.
A veces, estamos demasiado absorbidos por el esfuerzo agotador de conservación y supervivencia de
las obras. Cuando nos ocupamos de los jóvenes, en ocasiones, no cuidamos el acompañamiento de su
vida espiritual y de su vocación. Es triste a veces descubrirnos diciéndonos que no tenemos tiempo
para estar serenamente con los jóvenes, escucharles sus líos e historias. Nos parece más importante
hacer de Marta que de María, a los pies de Jesús. Y los jóvenes son nuestra zarza ardiente, ante los
que debemos descalzarnos, arrodillarnos y prestarles toda la atención y el acompañamiento que
necesitan y merecen. Nuestra misión no es crear y mantener estructuras y servicios, sino dar respuesta
a las necesidades de las personas, también de los jóvenes, allí donde se encuentren. Y la mayor
necesidad que tienen los jóvenes es ser felices descubriendo su camino en la vida.
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La comunidad se manifiesta a sí misma también en la misión común. La unanimidad en la acción
apostólica se hace profecía de la comunidad, y tal testimonio favorece el nacimiento de nuevas
vocaciones. Una comunidad que trabaja unida desde la aportación distinta y específica de cada
miembro, también y especialmente de los hermanos mayores, y que es percibida así por los jóvenes
es propuesta vocacional porque muestra que se puede vivir y morir como misionero claretiano siendo
feliz y realizándose en todas las etapas de la vida.
Para ser SERVIDORES de los jóvenes es necesario pasar de una vida dominada por el
aburguesamiento, a una comunidad misionera y profética, en la que se vive compartiendo vida con
los jóvenes, capaz de acompañar procesos de madurez vocacional. Por eso hemos de preguntarnos si
el aburguesamiento (las “comodidades y el bienestar” o la “jubilación” que a veces comentamos),
están enfriando nuestra vivencia vocacional e impidiéndonos seguir en contacto con los jóvenes para
ser provocación y propuesta vocacional para ellos.
3.2.- Estrategias concretas.
¿Qué podemos hacer, desde nuestro trabajo claretiano y en concreto, para servir a los jóvenes y ser
testimonio entre ellos de la felicidad de vivir y trabajar como misioneros claretianos? La comunidad
puede reflexionar y compartir iniciativas. Aquí se ofrecen unas cuantas propuestas:
-La presencia y cercanía entre los jóvenes por parte de todos los misioneros claretianos, cada cual con
momentos, misiones y tareas propias. Que cada claretiano analice los tiempos en que va a estar en
contacto con los jóvenes, y programe su intervención con ellos para que sea significativa: testimonio
de la propia existencia como consagrado y misionero, presencia de Dios.
-La implicación de todos los misioneros claretianos en las tareas pastorales, no solamente como
responsables sino como colaboradores: participar en el oratorio, preparar las celebraciones, formar
parte de los Equipos de Pastoral, animar grupos de fe de jóvenes o adultos; presidir eucaristías,
confesar (para los sacerdotes),…
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