La “responsabilidad de proteger” - Fiscalía General de la República

Anuncio
La “responsabilidad de proteger”: un atentado encubierto contra los
principios de la no intervención y la soberanía nacional
Lic. Miguel Ángel García Alzugaray
La Habana, 21 de Marzo del 2016
Hace años que el derecho internacional, el derecho que surgió de la Segunda
Guerra Mundial y de la descolonización, se encuentra bajo el constante ataque de la
supuesta «defensa de los derechos humanos», porque ese derecho se basa en el
principio de la no injerencia y del respeto de la soberanía nacional. Ese respeto
representa la aspiración fundamental de los países víctimas de las invasiones que
perpetraron los regimenes fascistas, así como de los países descolonizados.
Desde los años 1980, algunas tragedias humanas que se han producido en los países
que habían obtenido recientemente su independencia, han sido utilizadas
oportunistamente por los países poderosos para abogar en pro de un derecho de
injerencia, o sea a favor de una destrucción de los principios mismos del derecho
internacional clásico.
En ese contexto, la «responsabilidad de proteger» es una especie de argucia jurídica
que busca insertar el derecho de intervención humanitaria en el derecho internacional,
aún cuando los principios de ese derecho rechazan firmemente la injerencia.
En vez de proteger a los pueblos, esa doctrina, que los países occidentales aceptaron
con «entusiasmo» en 2005, amenaza en realidad con exponerlos a nuevas masacres.
Y es que los ideólogos que impulsan su adopción parecen querer utilizarla para
legitimar las intervenciones militares. Dicho más claramente, para inscribir en el
derecho internacional el llamado «derecho de injerencia humanitaria.»
1
I. INTRODUCCION
La historia ha demostrado que el principio de la
responsabilidad de proteger no se ha aplicado siguiendo
siempre los mismos criterios, sino con estándares que
varían según el caso y los actores implicados.”
Por ello, debemos tomar conciencia sobre los peligros que
entraña para los países débiles el concepto de
«responsabilidad de proteger» y profundizar en su estudio y valoración crítica.
La utilización de medidas de intervención diplomática, económica y militar sigue siendo
una de las cuestiones más polémicas en el plano de las relaciones internacionales.
Como se ha señalado, no se trata de un fenómeno nuevo, dado que desde hace siglos
se debate acerca de las justificaciones para llevar adelante una intervención, así como
las razones para ello.
La cuestión ha girado desde entonces entre el derecho soberano de una nación a ser
“libre” de la interferencia externa y el “derecho” de otros Estados a defender y proteger
la dignidad humana sobre una base universal.
Hasta que el terrorismo acaparó la atención internacional después del 11 de
septiembre de 2001, el debate que había dominado la agenda de las relaciones
internacionales durante la última década del siglo XX y los primeros años del XXI había
sido el de la intervención humanitaria, esto es, la cuestión de cuándo, si
correspondiera, resulta apropiado que los Estados utilicen la fuerza armada en otro
Estado, con el propósito de proteger a las poblaciones vulnerables que se encuentran
en peligro en ese otro Estado.
Ello planteaba un dilema entre el respeto a los principios de soberanía y no
intervención y la necesidad de proteger a las poblaciones en peligro en casos de
violaciones graves, masivas y sistemáticas de sus derechos humanos y/o del derecho
internacional humanitario.
El principio de la soberanía nacional que constituye la base tradicional de la política
internacional atraviesa una crisis prolongada de identidad y de propósito, a lo que se
añade la creciente cobertura global, casi siempre muy manipulada, que realizan los
medios de atrocidades masivas y la participación creciente de la sociedad civil en su
rechazo y condena, un fenómeno que algunos autores denominan “la empatía sin
fronteras”.
Todos estos factores, contribuyeron en no poca medida a que los debates acerca de la
intervención humanitaria desembocaran en la adopción de la denominada
“responsabilidad de proteger”, como una solución basada en el Derecho Internacional,
que permitiría a la comunidad de naciones enfrentar las crisis humanitarias.
2
Sin embargo, desde el primer momento quedó claro que con la aplicación de este
discutible concepto se corre el riesgo de que la causa de la defensa de los Derechos
Humanos se convierta en una burda excusa para los Estados Unidos y sus aliados que
amparados en las normas internacionales traten de intervenir, ocupar y terminar
reeditando terribles violaciones de los mismos.
La memoria reciente guarda fresco el recuerdo de un recorrido que lleva desde la
inacabable guerra en Afganistán, hasta una rimbombante denuncia de fabricación de
armas de destrucción masiva en Irak como justificación de una violenta intervención
militar de los Estados Unidos y sus aliados, para terminar con sesiones de tortura en
las cárceles de Abu Graib y Guantánamo, como método justificado para alcanzar la
cacareada meta de protección de derechos de poblaciones, que al final, se convirtieron
en víctimas de la intervención .
Experiencias recientes relacionadas con algunas crisis específicas como las de Sri
Lanka y Costa de Marfil, la injustificada intervención de la OTAN en Libia, los conflictos
en curso en Siria y Yemen, entre otros, demuestran los desafíos persistentes que
podrían surgir al momento de querer aplicar este concepto.
II. ALCANCE Y CONTENIDO DE LA RESPONSABILIDAD DE PROTEGER
1) Origen y desarrollo del concepto
El derecho de injerencia humanitaria es un concepto ideológico introducido por
Occidente, sin ninguna base legal. Todos los países del sur han rechazado de una
forma u otra ese concepto. No obstante, hay que señalar que la responsabilidad de
proteger está formulada de una forma muy hábil ya que trata de respetar los principios
de la ONU, o sea la necesidad de una autorización previa del Consejo de Seguridad
antes de cualquier intervención militar. Pero, formulada de esa manera, ni siquiera es
realmente nueva porque antes de la introducción de la responsabilidad de proteger el
Consejo de Seguridad ya podía autorizar una intervención en caso de genocidio, por
ejemplo.
Desde la Convención Internacional de DDHH de 1948 que acompañó el nacimiento de
la ONU, implica elementalmente que son los Estados los responsables de garantizar
esos derechos. Esa doctrina asume -a la vez- que generalmente son los mismos
Estados los principales causantes de que las personas no puedan ejercer sus
derechos, por acción u omisión. Por ello, convenciones y pactos sobre derechos son
herramientas para proteger a las personas. Estas nociones sustentan la propia Carta
de Naciones Unidas y están presentes además en convenciones específicas como la
de Genocidio.
Pero ocurre que ese mismo orden internacional que busca asegurar paz y consenso,
se apoya en otro ideal, plasmado en la misma carta: que las relaciones internacionales
deben evitar el uso de la fuerza entre los Estados, y la soberanía de cada uno está
3
fuera de discusión fronteras adentro. En otras palabras, cada uno se dará su gobierno y
sus leyes, y todos asumirán el principio de “no intervención”.
Una serie de flagrantes violaciones de derechos humanos ocurridas a finales del
pasado siglo, difundidas con doble rasero por organizaciones de la sociedad civil y la
potencia multiplicadora de los medios de comunicación masivos, al servicio de las
grandes potencias occidentales, agudizaron notablemente esa tensión.
En su Informe sobre el Milenio, Kofi Annan el Secretario General de las Naciones
Unidas, recordando que el Consejo de Seguridad no había actuado con decisión en
Ruanda y Kosovo, planteó a los Estados Miembros la disyuntiva siguiente:
"Si la intervención humanitaria es, en realidad, un ataque inaceptable a la soberanía,
¿cómo deberíamos responder a situaciones como las de Ruanda o Srebrenica y a las
violaciones graves y sistemáticas de los derechos humanos que transgreden todos los
principios de nuestra humanidad común?".
Ante este dilema que se presentaba a principios de este siglo, a partir de una iniciativa
de algunos gobiernos como el canadiense y el australiano, se conformó la Comisión
Internacional sobre Intervención y Soberanía de los Estados, que en 2001 emitió un
Informe titulado La responsabilidad de proteger “Informe ICISS”. Este informe
procuraba encontrar una solución a la paradoja planteada por el Secretario General,
para lo cual propuso fundamentalmente introducir un cambio de perspectiva al
considerar la cuestión en términos de responsabilidad de proteger en lugar de hacerlo
mediante las controvertidas intervenciones humanitarias.
En la práctica, este concepto viene siendo una nueva versión de la injerencia
humanitaria, sólo que formulada de forma tal que sea compatible con la Carta de la
ONU, o sea dejando a fin de cuentas en manos del Consejo de Seguridad de la ONU la
responsabilidad de decidir si se debe intervenir o no.
Algunos juristas, como Bárbara Delcourt, han hecho análisis detallados que muestran
que no hay mucha diferencia en el plano puramente legal en relación con la situación
anterior.
En el mencionado informe se concluía que la soberanía no solo daba al Estado el
derecho de “controlar” sus asuntos, sino que le confería al Estado la “responsabilidad”
primordial de proteger a la población dentro de sus fronteras. También proponía que
cuando un Estado no protegiese a su población, ya fuera por falta de capacidad o de
voluntad para hacerlo, la comunidad internacional podría asumir esa responsabilidad.
El concepto de responsabilidad de proteger fue recogido posteriormente en una serie
de documentos de carácter no vinculante desde un punto de vista jurídico. Entre ellos,
en su informe Un mundo más seguro: una responsabilidad compartida“, el Grupo de
Alto Nivel sobre las amenazas, los desafíos y el cambio, se hace eco del Informe ICISS
4
y subraya que más que un derecho a intervenir, los Estados tienen una obligación erga
omnes de tomar, cuanto antes, todas las medidas a su alcance para prevenir o poner
fin a violaciones graves y masivas a los derechos humanos.
En este informe se sostiene que se trata de una responsabilidad colectiva internacional,
“ejercida por el Consejo de Seguridad por la que se autorizaba la intervención militar
como último recurso en caso de genocidio y otras matanzas en gran escala, limpieza
étnica y graves violaciones del derecho humanitario, que los gobiernos soberanos
hubiesen demostrado no poder o no querer evitar”.
El Grupo de Trabajo propuso ciertos criterios básicos que legitimarían la autorización
del uso de la fuerza por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, incluida la
gravedad de la amenaza, el hecho de que debe ser el último recurso, y la
proporcionalidad de la respuesta.
Como señala Carlos Focarelli, “el problema no son las seis condiciones o principios
precautorios elaborados por el ICISS, sino cómo éstas son interpretadas en cada caso
concreto”.
En su informe de 2005 Un concepto más amplio de libertad: desarrollo, seguridad y
derechos humanos para todos “, el SGONU sostiene la necesidad de “avanzar hacia la
meta de asumir la “responsabilidad de proteger” a las víctimas posibles o reales de las
atrocidades masivas y actuar en consecuencia”. Para ello, propuso que: para autorizar
el uso de la fuerza en general, se aplicara una lista de los criterios propuestos, que
incluyesen la gravedad de la amenaza, la proporcionalidad y la posibilidad de éxito.
Por su parte, los Jefes de Estado y de Gobierno, en el Documento Final de la Cumbre
Mundial de ese mismo año, decidieron aceptar esa propuesta y parecería que han
elevado la responsabilidad de proteger al rango de obligación, que, por una parte, exige
a los Estados “proteger a su población del genocidio, los crímenes de guerra, la
depuración étnica y los crímenes de lesa humanidad” (Naciones Unidas 2005, y, por
otra, en esos mismos supuestos, señala la responsabilidad de la comunidad
internacional, “por medio de las Naciones Unidas”, “de utilizar los medios diplomáticos,
humanitarios y otros medios pacíficos apropiados, de conformidad con los Capítulos VI
y VIII de la Carta, para ayudar a proteger a las poblaciones del genocidio, los crímenes
de guerra, la depuración étnica y los crímenes de lesa humanidad”. (Naciones Unidas
2005, para. 139).
En el ejercicio de esa responsabilidad de “ayudar a proteger” a la población civil contra
ese tipo de crímenes, los Estados se declaran dispuestos (aunque no se obligan) a
llevar adelante “en cada caso concreto” una eventual acción colectiva por medio del
Consejo de Seguridad, cooperando, cuando sea oportuno, con las organizaciones
regionales pertinentes, “si los medios pacíficos resultan inadecuados” y hay evidencia
de que las autoridades nacionales no están cumpliendo con la obligación de proteger a
su población.
5
Por su parte, el 31 de agosto de 2007, en una carta dirigida al Presidente del Consejo
de Seguridad (S/2007/721), el Secretario General expresó su intención de nombrar un
Asesor Especial sobre la responsabilidad de proteger¨. En la carta al Consejo de
Seguridad se argumentaba que el nuevo Asesor Especial ampliaría la oficina del
Representante Especial sobre la Prevención del Genocidio, con el fin de reforzar la
eficiencia de sus operaciones y de tener en cuenta el vínculo que existe entre las
atrocidades en gran escala y las amenazas a la paz y la seguridad.
La Asamblea General no tuvo ni voz ni voto en la aprobación de esta propuesta.
En 2009, el secretario general Ban Ki-moon trató de traducir el nuevo enfoque con
sencillez: la soberanía, antes que como potestad, se debe asumir como una gran
responsabilidad ante la Humanidad. Si la soberanía reside en los pueblos y los Estados
la ejercen en su nombre, no pueden hacerlo bien sin respetar los derechos humanos de
esas mismas personas a las que se deben”.
La doctrina de la R de P se sustenta en tres “pilares”.
El primero de ellos es, justamente, la responsabilidad primaria que le cabe a cada
Estado de proteger a sus habitantes de: genocidios, crímenes de guerra, limpiezas
étnicas y crímenes de lesa humanidad. Éstas -y no cualquier otra- son las cuatro
causales bien identificadas para llegar a condicionar el ejercicio de soberanía de un
miembro de la comunidad internacional.
El segundo pilar ya traspasa las fronteras nacionales y supone el compromiso de toda
la comunidad internacional, para asistir a los Estados en la prevención de esas
violaciones, e impedirlas cuando sea necesario. Esa asistencia puede adquirir formas
ya conocidas, como la económica, la legal para ejecutar reformas institucionales, hasta
mediaciones en el Estado en cuestión cuando hay partes en disputa que las acepten
como salida.
Pero la Responsabilidad de Proteger tiene en su tercer pilar doctrinario, el más
debatido: la responsabilidad de la comunidad internacional de reaccionar -además de
prevenir y asistir- “colectivamente” tomando “decisivas y oportunas acciones” en un
Estado si considera que hay pruebas evidentes de genocidio, limpieza étnica, crímenes
de guerra o crímenes de lesa humanidad (los “cuatro crímenes” enunciados).
Se establecen requisitos para esa intervención: causa justa, último recurso y medios
proporcionales, entre otros. Pero no es tan sencillo. Aunque el concepto de soberanía
deje de verse simplemente como la lisa y llana capacidad de tener el control dentro de
unos límites fronterizos, y se aborde como indivisible de la garantía de los derechos
humanos, la puesta en práctica implica aún, como mínimo, varios desafíos.
Históricamente, muchas sanciones internacionales han terminado castigando a las
propias poblaciones en vez de los gobiernos acusados de abusos.
6
De hecho, el debate sobre si la comunidad internacional debe abrazar formalmente la
doctrina de la RdeP, sus “cuatro crímenes” caracterizados y sus “tres pilares” para
prevenirlos o darles respuesta, tiene muchos críticos, incluyendo Estados de nuestra
región.
En especial, se objeta a la RdeP que ese “tercer pilar” implica necesariamente el uso
de la fuerza en otro Estado, lo que lo asemeja peligrosamente a la “intervención
humanitaria”. También que legitimaría con otro ropaje la intervención militar con otros
propósitos, en especial de países poderosos en otros débiles. O que sigue dándole la
última palabra a un Consejo de Seguridad con muchos fracasos ya en su espalda, los
mismos que foguearon el surgimiento de la RdeP.
En fin, que por mejores intenciones que se presenten, el sistema multilateral no está
preparado para que esas acciones sean, de verdad, justas y eficientes. Y, en particular,
que la vaguedad de requisitos como el de “justa causa” para actuar puede devolver al
mundo a la época de guerras generalizadas que la ONU se propuso dejar atrás hace
siete décadas.
En cuanto a la responsabilidad de proteger se observa que del lado de los Estados,
existen tres posiciones:
En primer lugar tenemos la posición de los Estados Unidos y de la Unión Europea, que
son enteramente partidarios de ese concepto de la responsabilidad de proteger, incluso
poniendo el énfasis en la intervención militar.
Segundo, existe la posición del Movimiento de los Países No Alineados y de la mayoría
de los Estados del Tercer Mundo, que se dicen favorables pero precisan que todo eso
debe hacerse respetando la Carta de la ONU y la soberanía nacional. Esos Estados
son muy críticos en cuanto al funcionamiento del Consejo de Seguridad, y desconfían
ante esa posibilidad de intervención. Al igual que China, ellos insisten en la necesidad
de proteger la soberanía y en que [ese concepto] no debe en ningún ser utilizado para
poner en tela de juicio la soberanía nacional.
Por último, tenemos la posición de los Estados del ALBA, como Ecuador, Bolivia,
Venezuela, Nicaragua y Cuba que somos muy críticos en cuanto a esa declaración y
cuestionamos con fundadas razones el significado de una doctrina que enfatiza esa
responsabilidad de proteger pero que deja de lado, por otra parte, otras cuestiones
importantes para la protección de los pueblos, como los problemas económicos, por
ejemplo.
Los defensores del concepto de la responsabilidad de proteger también dicen que hay
que evitar que un miembro permanente [del Consejo de Seguridad de la ONU] pueda
recurrir al veto si no se trata de cuestiones «vitales para él». Los defensores de la
responsabilidad de proteger quieren impedir, por lo menos moralmente, ese tipo de
veto...
7
En todo esto, hay una gran hipocresía por parte de los
impulsores de la responsabilidad de proteger.
Por ello no es de extrañar que las posteriores consultas
sobre el informe con las ONGs y los gobiernos, coordinados
por Canadá y otras organizaciones de la sociedad civil,
sirvieron para evidenciar que, en la mayoría de los casos,
había una hostilidad generalizada hacia el concepto de la
intervención humanitaria y un amplio consenso en contra de
la idea de un supuesto –derecho de injerencia–, sobre todo cuando ese supuesto
derecho estaba asociado con acciones unilaterales de los Estados. Para autorizar el
uso de la fuerza en general, se aplicara una lista de los criterios propuestos, que
incluyesen la gravedad de la amenaza, la proporcionalidad y la posibilidad de éxito.
El debate lleva ya varios años y parece todavía lejos que la RdeP sea legitimada como
la mejor manera de prevenir o al menos limitar los peores crímenes contra la
humanidad.
2) Las Nuevas Guerras y la aplicación práctica de la Responsabilidad de Proteger
El final de la Guerra Fría comportó grandes cambios en las relaciones internacionales.
Esto va a afectar también a la guerra. Las denominadas “Nuevas Guerras” se
caracterizarán por ser conflictos interestatales motivados por la descomposición o la
debilidad de la figura del Estado en países que por diversas razones, van a quedar en
la “mira”de los Estados Unidos y sus aliados.
Las “nuevas guerras” no sólo son conflictos interestatales con repercusión
internacional, sino que además sus consecuencias pueden ir más allá de sus fronteras.
La desestabilización de un Estado, su fragmentación o fallida protección representan
una amenaza a la seguridad internacional, por lo que hay una implicación internacional
en su desarrollo. Esta puede darse por motivaciones humanitarias o por los intereses
generales de mantener la estabilidad dentro de los Estados. Estas nuevas guerras
reabren el debate sobre la guerra justa y es aquí donde entra la cuestión de la
aplicación práctica de la responsabilidad de proteger.
Desde la década de los noventa, este fenómeno se ha manifestado como uno de los
principales focos de inseguridad y de inestabilidad para el orden internacional.
Hay una gran variedad de actores internacionales que inciden en estos conflictos: la
geopolítica imperialista de los Estados Unidos, vendedores de armas, compradores de
productos ilícitos, antiguas potencias coloniales que envían sus fuerzas, Estados
vecinos que reciben refugiados, terroristas, grupos armados, grupos de crimen
organizado. etc.
8
La intervención en Libia supone el primer caso en el que el Consejo de Seguridad ha
aplicado la doctrina de la responsabilidad de proteger para autorizar una intervención
militar con fines de protección humana, a pesar de no explicitarlo en el mandato de la
resolución. La intervención en Libia reavivó la actualidad de la R2P, pudiendo ser
considerado el primer caso en que se ha utilizado la fuerza armada en nombre de este
principio. Sin embargo, en la práctica su uso no cumplió ni con los preceptos
establecidos ni con las expectativas proyectadas.
El conflicto reabrió el aparentemente eterno debate sobre la intervención con fines
humanitarios. A pesar de contar con la legalidad formal, esta intervención no poseyó la
legitimidad necesaria poniendo de manifiesto la instrumentalización de Naciones
Unidas por parte de los Estados Unidos y sus aliados de la OTAN que en su deseo de
apoderarse del petróleo de ese país, sólo han conseguido llevar a Libia a un estado de
caos, ingobernabilidad, destrucción y violaciones masivas de los derechos humanos
mucho peores de las que farisaicamente decían prevenir.
Lo que hoy sucede en Irak, Libia y Siria es un rotundo desmentido para quienes creen
que el colonialismo es cosa del pasado. En 2001, Estados Unidos decidió –a raíz de los
acontecimientos del 11 de septiembre– atacar esos 3 países… y otros más. Y si hubo
que esperar 10 años para asistir al inicio de las guerras contra Trípoli y Damasco, fue
porque había que privar previamente a esos Estados de sus posibilidades de
defenderse y crear coaliciones internacionales para disfrazar las agresiones coloniales
de «operaciones humanitarias».
El uso politizado de estos conflictos, parece mostrar que el derecho internacional no
recae sobre las grandes potencias, de manera que pueden actuar tanto de forma
unilateral como utilizando a la ONU para legitimar su política exterior.
3) El Principio de no Injerencia en los Asuntos Internos de los Estados
El principio de no injerencia en los asuntos internos, sustentado por la igualdad
soberana entre los Estados, es uno de los pilares que rigen la sociedad internacional.
Siempre con sus excepciones, este se impone como límite a la actuación de los
Estados en una sociedad anárquica.
El respeto de esta norma es una garantía para la propia independencia, por lo que a
todos les interesa reconocerlo y aplicarlo.
Naciones Unidas, como principal organización de la sociedad internacional, no debería
basar su autoridad en el poder coercitivo sino en su capacidad de legitimar. La Carta de
Naciones Unidas, que actúa como constitución internacional, explicita varios principios
fundamentales de las relaciones internacionales y expresa el principio de no injerencia.
Este se entenderá tanto por la tradición de la práctica de los Estados como por la
aceptación de las obligaciones que se contraen al firmar la Carta.
9
De forma indirecta, los Estados se prohíben la intervención externa al admitir los
medios pacíficos como solución de controversias y se someten al sistema de seguridad
colectiva de la ONU.
Por lo tanto, la intervención unilateral no se considera legítima porque responde a un
interés particular.
En muchas ocasiones la intervención en un conflicto no responde a la necesidad de
proteger a la población civil, sino que se hace por intereses económicos, estratégicos o
políticos. El problema reside en que los pocos actores que tienen capacidad para
actuar efectivamente de forma unilateral son, principalmente, los miembros del Consejo
de Seguridad con derecho a veto, lo cual plantea grandes debates sobre la inoperancia
del sistema y la desigualdad dentro de la estructura de la comunidad internacional.
Por consiguiente, el respeto y la defensa de la soberanía se presentan como los únicos
mecanismos de garantía de la independencia de los Estados más pequeños y débiles.
En este sentido, antes de terminar su mandato, y preocupado por la nueva doctrina de
la «responsabilidad de proteger» que las grandes potencias presentaban como una
forma de evitar crímenes masivos, el presidente de la Asamblea General de la ONU,
Miguel d’Escoto Brockmann invitó a intelectuales de renombre, como Jean Bricmont y
Noam Chomsky, a debatir sobre el tema en la ONU.
Al participar en un diálogo sobre el tema en la Asamblea General de la ONU, el
reconocido académico estadounidense afirmó que “para que este concepto funcionara
haría falta un Consejo de Seguridad de la ONU que actuara como árbitro neutral.
“Y sencillamente no lo es. El Consejo es controlado por sus cinco miembros
permanentes, que están muy lejos de ser iguales en términos de autoridad operativa”
Indicó que, según el deseo de la mayor parte de los estadounidenses, su gobierno
debería escuchar la voluntad de sus ciudadanos y la ONU, no Estados Unidos, debería
tener el liderazgo al abordar las crisis internacionales. Sin embargo, esto iría contra los
intereses de quienes detentan el poder, una idea tan “impensable” como otorgar
protección a quienes la necesitan desesperadamente pero que no se encuentran en la
lista de los poderosos.
El famoso lingüista recordó que prácticamente cada uso de la fuerza en escenarios
internacionales se ha justificado en términos humanitarios, incluso en los casos más
monstruosos.
Muchas intervenciones militares se han hecho en virtud del principio de proteger a los
pueblos, aunque se hayan caracterizado por su barbarie. Chomsky cita tres ejemplos:
la invasión japonesa de Manchuria en 1931, la invasión italiana a Etiopía en 1936 y la
ocupación nazi de Checoslovaquia en 1938. En los tres casos, se generó una profusa
10
retórica sobre la protección de los respectivos pueblos, que apenas ocultaba las
tendencias de una expansión imperialista.
La “misión evangelizadora” de los conquistadores en las tierras americanas tenía por
objeto salvar las almas de los indígenas, aunque esto llevara consigo la explotación y el
agotamiento de sus cuerpos, la ocupación de sus tierras y el robo de sus recursos.
Otra cuestión a tener presente, en relación con la protección de los pueblos, es la de
las razones que esgrimió la OTAN para decidir que los Balcanes debían ser protegidos,
incluso bombardeando Serbia sin contemplaciones en 1999 (recordemos, de paso, que
el bombardeo no alivió la suerte del pueblo kosovar, sino que la agravó) y que, por el
contrario, convenía ignorar a otro pueblo, el kurdo, que dentro del propio territorio bajo
responsabilidad de la OTAN sufría como ocurre hoy, una brutal persecución por uno de
los principales socios de la Alianza.
Las intervenciones “protectoras” de la OTAN no se preocupan solo de los pueblos
sufrientes. El anterior Secretario General anunció en 2007 que las tropas aliadas
deberían proteger los conductos que transportan crudo y gas hacia los países
occidentales y otros elementos de la infraestructura del sistema energético. Para
Chomsky, esto “abre la puerta para servirse del derecho de protección como arma de
intervención imperial, según convenga”.
Nadie piensa hoy en proteger al pueblo de Gaza, lo que es también una
responsabilidad de Naciones Unidas (según las Convenciones de Ginebra), junto con
otros pueblos que carecen de los derechos humanos fundamentales. Nada serio se
considera respecto a la peor catástrofe africana, si no mundial: la del Congo oriental,
donde varias multinacionales han sido acusadas de violar las resoluciones de la ONU
sobre el tráfico ilegal de minerales valiosos, mediante el cual se financia un conflicto
criminal”.
La responsabilidad de proteger tampoco parece alcanzar a los pueblos hambrientos.
Éstos suman ya unos mil millones de seres humanos, mientras el Fondo Mundial de
Alimentos anuncia una reducción de la ayuda, porque los países ricos dan prioridad a
la salvación de sus sistemas bancarios y no hay dinero para todo por culpa de la crisis
provocada, precisamente, por esos mismos bancos”.
III. América Latina frente a la responsabilidad de proteger
América Latina no ha estado ausente de este debate. Por el contrario, la región ha
tomado la iniciativa de llevar sus propias experiencias y perspectivas. con relación al
principio de la RdP, es importante tener en cuenta la historia de América Latina y su
firme y sostenido apoyo al principio de no intervención.
Se debe recordar que la política exterior de América Latina se fue construyendo
gradualmente durante el siglo XIX y principios del siglo XX, basada en seis principios:
11
a) la igualdad soberana de todos los Estados, b) la no intervención, c) la integridad
territorial, d) la autodeterminación, e) la solución pacífica de controversias, y f) el
respeto del derecho internacional.
Sucesivas Conferencias Interamericanas, a partir de 1899, reforzaron estos principios,
rechazando enfáticamente las intervenciones militares.
Por otra parte, también es relevante analizar la sólida tradición latinoamericana con
respecto a la promoción, protección y defensa de los derechos humanos.
Conscientes de que la responsabilidad de proteger se trata de una herramienta que le
da a los países poderosos una ventana de oportunidad para usar la fuerza a su propia
discreción, principalmente cuando se trata de la responsabilidad de reaccionar, la
mayoría de los países de Latinoamérica y el Caribe han mostrado reiteradamente su
clara preferencia por la utilización de los mecanismos de seguridad colectiva previstos
en la Carta de las Naciones Unidas y, consecuentemente, su renuencia a aceptar que
la RdP sea ejercida unilateralmente por un Estado, una coalición de Estados o un
organismo regional sin la autorización expresa del Consejo de Seguridad. Asimismo, la
mayoría de los países latinoamericanos ha manifestado que el Consejo de Seguridad
ya cuenta con el marco jurídico y los instrumentos necesarios para poner en práctica
esa responsabilidad de reaccionar a violaciones graves, masivas y sistemáticas de los
derechos humanos y del derecho internacional humanitario. Lo que se requiere es la
voluntad de sus Estados Miembros del CSONU y, en particular, del P5 para el ejercicio
de una manera eficaz y legítima de esa responsabilidad subsidiaria impuesta a la
comunidad internacional en su conjunto.
América Latina es una región que ha sufrido una larga historia de violaciones de los
derechos humanos, intervenciones extranjeras e inestabilidad política. Las últimas
décadas exhibieron un cambio significativo a través de la recuperación de la
democracia, el desarrollo de instituciones y gobiernos de izquierda, la creación de
organizaciones regionales como la CELAC el ALBA y UNASUR que no se pliegan al
mandato norteamericano en su defensa de la soberanía nacional.
Cuando se plantea la cuestión de la protección de los derechos humanos por parte de
otros Estados en territorio extranjero, América Latina muestra un fuerte apoyo al
principio de no intervención en los asuntos internos y una clara reticencia a apoyar
cualquier tipo de intervención extranjera.
Esto es principalmente debido a razones históricas, que demuestran que él ha sido
utilizado como un instrumento de la política exterior en América Latina, principalmente
por los Estados Unidos; pero también hay muchos otros ejemplos de intervenciones
extranjeras por parte de las potencias coloniales como el caso de Inglaterra en las
Malvinas.
Aunque en relación con los objetivos de la responsabilidad de proteger algunos países
de la región, sin dejar de defender el principio de no intervención consideran que este
nuevo concepto representa un elemento positivo en la protección de los derechos
12
humanos en casos de crisis humanitarias y, por lo tanto, propician la afirmación del
principio, los Estados miembros del ALBA parten de una concepción “anti-imperialista”,
que por ende busca reforzar el principio de la no intervención, rechazando cualquier
forma de injerencia externa. Se percibe con razones fundadas a los Estados Unidos
como “el enemigo” de la soberanía nacional, un valor primordial de esta postura, y se
considera a la RdP como un instrumento encubierto del hegemón que busca intervenir
en la región para proteger o imponer sus propios intereses.
El principio de no intervención es por tanto la piedra basal sobre la que se asienta el
marco de relaciones internacionales de los países de la región que sostienen que “la
doctrina de la intervención humanitaria es incompatible con las Cartas de las Naciones
Unidas.
Esta posición quedó firmemente refrendada en la histórica Proclama de la CELAC
sobre América Latina y el Caribe como Zona de Paz, adoptada en La Habana , Cuba,
el 29 de enero del 2014 durante la Cumbre de Jefes de Estados y Gobiernos de la
región que plantea que:
Las Jefas y Jefes de Estado y de Gobierno de la Comunidad de Estados
Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), reunidos en La Habana, Cuba, los días 28 y
29 de enero de 2014 en la II Cumbre, en nombre de sus pueblos e interpretando
fielmente sus anhelos y aspiraciones,
Ratificando el compromiso de sus países con los Propósitos y Principios consagrados
en la Carta de las Naciones Unidas y el Derecho Internacional, y conscientes de que la
prosperidad y estabilidad de la región contribuyen a la paz y seguridad internacionales,
Conscientes de que la paz es un bien supremo y anhelo legítimo de todos los pueblos y
que su preservación es un elemento sustancial de la integración de América Latina y el
Caribe y un principio y valor común de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y
Caribeños (CELAC),
Reafirmando que la integración fortalece la visión de un orden internacional justo,
afirmado en el derecho y en una cultura de paz que excluye el uso de la fuerza y los
medios no-legítimos de defensa, entre ellos las armas de destrucción masiva y, en
particular, las armas nucleares,
Destacando la relevancia del Tratado de Tlatelolco para la Proscripción de las Armas
Nucleares en la América Latina y el Caribe que estableció la primera zona libre de
armas nucleares, en un área densamente poblada, siendo este una contribución a la
paz y la seguridad regional e internacional,
Reiterando la urgente necesidad del Desarme Nuclear General y Completo, así como el
compromiso con la Agenda Estratégica del Organismo para la Proscripción de las
Armas Nucleares en la América Latina y el Caribe (OPANAL), adoptada por los 33
13
Estados miembros del Organismo, en la Conferencia General de Buenos Aires en
agosto de 2013.
Recordando los principios de paz, democracia, desarrollo y libertad que inspiran las
actuaciones de los países miembros del SICA,
Recordando la decisión de las Jefas y Jefes de Estado de UNASUR de fortalecer a
Suramérica como Zona de Paz y Cooperación,
Recordando el establecimiento, en 1986, de la Zona de Paz y Cooperación del
Atlántico Sur,
Recordando también nuestro compromiso, acordado en la Declaración de la Cumbre
de la Unidad de la América Latina y el Caribe, el 23 de febrero de 2010, de promover la
implementación de mecanismos propios de solución pacífica de controversias,
Reiterando nuestro compromiso de que en América Latina y el Caribe se consolide una
Zona de Paz, en la cual las diferencias entre las naciones se resuelvan de forma
pacífica, por la vía del diálogo y la negociación u otras formas de solución, y en plena
consonancia con el Derecho Internacional,
Conscientes también del catastrófico impacto global humanitario y a largo plazo del uso
de las armas nucleares y otras armas de destrucción masiva, y de las discusiones en
curso sobre este tema,
Declaramos:
1. América Latina y el Caribe como Zona de Paz basada en el respeto de los principios
y normas del Derecho Internacional, incluyendo los instrumentos internacionales de los
que los Estados miembros son parte, y los Principios y Propósitos de la Carta de las
Naciones Unidas;
2. Nuestro compromiso permanente con la solución pacífica de controversias a fin de
desterrar para siempre el uso y la amenaza del uso de la fuerza de nuestra región;
3. El compromiso de los Estados de la región con el estricto cumplimiento de su
obligación de no intervenir, directa o indirectamente, en los asuntos internos de
cualquier otro Estado y observar los principios de soberanía nacional, la igualdad de
derechos y la libre determinación de los pueblos;
4. El compromiso de los pueblos de América Latina y el Caribe de fomentar las
relaciones de amistad y de cooperación entre sí y con otras naciones,
independientemente de las diferencias existentes entre sus sistemas políticos,
económicos y sociales o sus niveles de desarrollo; de practicar la tolerancia y convivir
en paz como buenos vecinos;
14
5. El compromiso de los Estados de la América Latina y el Caribe de respetar
plenamente el derecho inalienable de todo Estado a elegir su sistema político,
económico, social y cultural, como condición esencial para asegurar la convivencia
pacífica entre las naciones;
6. La promoción en la región de una cultura de paz basada, entre otros, en los
principios de la Declaración sobre Cultura de Paz de las Naciones Unidas.
7. El compromiso de los Estados de la región de guiarse por la presente Declaración en
su comportamiento internacional;
8 El compromiso de los Estados de la región de continuar promoviendo el desarme
nuclear como objetivo prioritario y contribuir con el desarme general y completo, para
propiciar el fortalecimiento de la confianza entre las naciones.
Instamos a todos los Estados miembros de la Comunidad Internacional a respetar
plenamente esta Declaración en sus relaciones con los Estados miembros de la
CELAC.
IV. POSICION DE CUBA ANTE LA RESPONSABILIDAD DE PROTEGER
El concepto de Soberanía Nacional de Cuba está indisolublemente relacionado a su
lucha por la independencia. El origen o los antecedentes de las intenciones
norteamericanas sobre Cuba están presentes desde la etapa del nacimiento de la
nación norteamericana que es anterior al surgimiento de la nación cubana. Estas
intenciones, desde entonces, estaban asociadas a impedirnos llegar a ser una nación.
La pretensión de dominar a Cuba se convirtió en doctrina y práctica de las diferentes
administraciones norteamericanas.
Este principio como el de no intervención tienen su fundamento en la Constitución de la
República, los principios éticos que sustentaron el origen de la nación, el respeto al
Derecho internacional y los principios de la Carta de las Naciones Unidas y son
garantizados por el Estado, con la participación activa del pueblo bajo la dirección del
Partido Comunista de Cuba, a través del ejercicio de las funciones y atribuciones que
les confiere la ley y otras disposiciones legales.
15
En particular, la Constitución de la República de Cuba establece que:
ARTICULO 12. La República de Cuba hace suyos los principios antimperialistas e
internacionalistas, y
a) ratifica su aspiración de paz digna, verdadera y válida para todos los Estados,
grandes y pequeños, débiles y poderosos, asentada en el respeto a la
independencia y soberanía de los pueblos y el derecho a la autodeterminación;
b) funda sus relaciones internacionales en los principios de igualdad de derechos,
libre determinación de los pueblos, integridad territorial, independencia de los
Estados, la cooperación internacional en beneficio e interés mutuo y equitativo, el
arreglo pacífico de controversias en pie de igualdad y respeto y los demás
principios proclamados en la Carta de las Naciones Unidas y en otros tratados
internacionales de los cuales Cuba sea parte;
c) reafirma su voluntad de integración y colaboración con los países de América
Latina y del Caribe, cuya identidad común y necesidad histórica de avanzar juntos
hacia la integración económica y política para lograr la verdadera independencia,
nos permitiría alcanzar el lugar que nos corresponde en el mundo;
ch) propugna la unidad de todos los países del Tercer Mundo, frente a la política
imperialista y neocolonialista que persigue la limitación o subordinación de la
soberanía de nuestros pueblos y agravar las condiciones económicas de
explotación y opresión de las naciones subdesarrolladas;
d) condena al imperialismo, promotor y sostén de todas las manifestaciones
fascistas, colonialistas, neocolonialistas y racistas, como la principal fuerza de
agresión y de guerra y el peor enemigo de los pueblos;
16
e) repudia la intervención directa o indirecta en los asuntos internos o externos de
cualquier Estado y, por tanto, la agresión armada, el bloqueo económico, así
como cualquier otra forma de coerción económica o política, la violencia física
contra personas residentes en otros países, u otro tipo de injerencia y amenaza a
la integridad de los Estados y de los elementos políticos, económicos y culturales
de las naciones;
f) rechaza la violación del derecho irrenunciable y soberano de todo Estado a
regular el uso y los beneficios de las telecomunicaciones en su territorio, conforme
a la práctica universal y a los convenios internacionales que ha suscrito;
g) califica de delito internacional la guerra de agresión y de conquista, reconoce la
legitimidad de las luchas por la liberación nacional, así como la resistencia
armada a la agresión, y considera su deber internacionalista solidarizarse con el
agredido y con los pueblos que combaten por su liberación y autodeterminación;
h) basa sus relaciones con los países que edifican el socialismo en la amistad
fraternal, la cooperación y la ayuda mutua, asentadas en los objetivos comunes
de la construcción de la nueva sociedad;
i) mantiene relaciones de amistad con los países que, teniendo un régimen
político, social y económico diferente, respetan su soberanía, observan las
normas de convivencia entre los Estados, se atienen a los principios de mutuas
conveniencias y adoptan una actitud recíproca con nuestro país.
En el complejo escenario internacional, caracterizado por la hegemónica actuación
unilateral de los Estados Unidos y sus aliados de la OTAN, con absoluto
desconocimiento de las leyes y organismos internacionales, unido a la adopción de
nuevas concepciones de seguridad y defensa, bajo la justificación del enfrentamiento al
“terrorismo, se incrementan los riesgos y amenazas de la aplicación unilateral o
infundada de instrumentos manipulables como el de la responsabilidad de proteger,
que intentan legitimizar bajo diferentes pretextos.
Al respecto, nuestro Gobierno Revolucionario desde muy temprano fijó con claridad su
posición sobre los intentos de intronizar en el Derecho Internacional esta controvertida
institución.
En nuestro criterio, esta posición quedó consignada con precisión en la Intervención del
Embajador Rodolfo Benítez, Representante Permanente Alterno de Cuba, en su
explicación de voto sobre el Proyecto de Resolución L.80 Rev. 1, titulado
“Responsabilidad de Proteger”, pronunciada durante la Plenaria de la Asamblea
General de la ONU en Nueva York, el 14 de septiembre de 2009, en la que subraya:.
“Conocemos las buenas intenciones que animan a varios de los Estados que
promueven el establecimiento de la Responsabilidad de Proteger como una norma del
Derecho Internacional.
17
Al mismo tiempo, no pueden ser ignoradas las
numerosas preocupaciones legítimas que esta
cuestión suscita. Existe el peligro real de que la
Responsabilidad de Proteger termine siendo
manipulada por intervencionistas encubiertos, que
buscan justificar de diferentes maneras la
injerencia y el uso de la fuerza.
No estamos llamando a la comunidad
internacional ni a las Naciones Unidas a
contemplar impasibles e inactivas el genocidio y
otros crímenes. Por el contrario, Cuba ha sido y será siempre, en las Naciones Unidas
y fuera de esta, un firme defensor de la necesidad de atender con urgencia los graves
problemas que aquejan a millones de seres humanos en el mundo.
Estamos convencidos de que ello sólo será posible mediante el establecimiento de un
orden internacional basado en la solidaridad, justicia social, equidad y respeto a los
derechos de los pueblos y de cada ser humano.
La historia demuestra con elocuencia que la paz, la estabilidad y el desarrollo, no
pueden imponerse por la fuerza ni por la guerra y que las operaciones militares no
llevan a soluciones perdurables.
Los principios de soberanía, integridad territorial y no injerencia en los asuntos internos
de los Estados, deben ser defendidos, porque sin ellos las Naciones Unidas no pueden
subsistir, y las naciones pequeñas y débiles serán abandonadas a merced de las
grandes y fuertes.
Cuba se opone y se opondrá rotundamente a toda acción de fuerza que no se
corresponda con las disposiciones de la Carta, para la que no puede haber justificación
alguna. El orden internacional actual, injusto y profundamente desigual, no puede ser
sucedido por uno más primitivo, basado en la reinterpretación de la Carta y el Derecho
Internacional.
Señor Presidente:
Algunos pretenden llevar a la práctica el concepto de Responsabilidad de Proteger
incluso antes de que el mismo quede claramente definido. Cuba se opone a tales
pretensiones.
La realidad es que hoy no contamos con una definición clara, aceptada por todos,
sobre la Responsabilidad de Proteger. Destacamos que la resolución adoptada hoy es
únicamente procesal y no puede ser interpretada, en modo alguno, como el logro de un
acuerdo por parte de esta Asamblea General sobre el alcance y las implicaciones del
18
concepto de Responsabilidad de Proteger, mucho menos sobre políticas específicas
para aplicarlo.
El debate celebrado por la Asamblea General sobre el tema en julio pasado, dejó clara
la diversidad de posiciones. Queda aún mucho camino por andar en este tema. La
resolución adoptada hoy establece que las discusiones futuras tendrán lugar en el
marco de la Asamblea General. Esperamos que otros órganos del sistema, incluyendo
el Consejo de Seguridad, respeten la letra y el espíritu de esta resolución y se
abstengan de dar pasos por su cuenta.
Deben prevalecer en este proceso la prudencia y la transparencia. Debe ser rechazado
con firmeza cualquier intento de imponer decisiones que no tomen debidamente en
cuenta las preocupaciones legítimas de todas y cada una de las delegaciones. Solo así
es que podremos llegar a acuerdos aceptables para todos.
Esta posición de principios, fue ratificada el 23 de diciembre del 2015 durante la
Intervención de la delegación de Cuba ante la V Comisión. Segmento principal del 70°
periodo de sesiones de la asamblea general. Tema 132 proyecto de presupuesto por
programas para el bienio 2016-2017. Estimaciones respecto de misiones políticas
especiales, buenos oficios y otras iniciativas políticas autorizadas por la asamblea
general o por el consejo de seguridad, en la que se precisa:
“Enfrentar los complejos problemas que desencadenan en atrocidades a gran escala
desde una perspectiva belicista, es un error reiterado. Las injusticias y desigualdades
históricas, la pobreza y el subdesarrollo no se solucionan con sanciones e
intervenciones, las que en muchos casos generan más violencia. Peor aún es
manipular estas tristes realidades para promover y consolidar conceptos, como el de
¨responsabilidad de proteger¨ que socavan el Derecho Internacional, la soberanía del
Estado y su primordial responsabilidad para con el bienestar de su población. Es esta
la principal motivación que mueve a Cuba a oponerse al concepto de ¨responsabilidad
de proteger¨ y a la creación y mantenimiento del puesto del Asesor Especial sobre la
responsabilidad de proteger.
La posición asumida por mi país en este tema en manera alguna debe interpretarse
como un rechazo a la labor del Asesor Especial sobre la Prevención del Genocidio. Sin
embargo, creemos que la designación de un Asesor Especial sobre Responsabilidad
de Proteger es una desviación de la letra y espíritu de los párrafos operativos 138 y 139
de la resolución 60/1 de la AGNU (Documento Final de la Cumbre Mundial 2005)
Consideramos que no existe base legal para la ejecución de actividades y prever
productos relativos a la responsabilidad de proteger. Recordemos que en el párrafo 2
de la resolución 63/308, la Asamblea General decidió “seguir examinando la
responsabilidad de proteger”.
Como hemos planteado en ocasiones anteriores, opinamos que no se han desarrollado
ni debates y ni exámenes intergubernamental formales en este sentido. La Asamblea
19
General concretamente no ha aprobado una definición sobre este concepto, es por ello
curioso que se hable del principio de Responsabilidad de Proteger.
Por otra parte, no se puede definir de manera clara y trasparente, el nivel de recursos
asociado a las actividades y productos vinculados con el Asesor Especial sobre la
responsabilidad de proteger, los cuales aparecen mezclados con los del Enviado
Especial para la Prevención del Genocidio. Si nos basamos en el Capítulo II C del
documento A/70/348/Add.1, no es posible tener una imagen completa del trabajo a
desarrollar y menos conocer los recursos propuestos para el Enviado Especial para la
Prevención del Genocidio.
Consecuentemente, mi delegación solicita que se informe a la Asamblea General el
monto de recursos específicamente asociados a tal actividad.
Adicionalmente, en el segmento del informe destinado a brindar información sobre la
labor realizada, párrafos 51 al 62, en su inmensa mayoría la narración no delinea entre
el contenido de trabajo del Asesor Especial sobre la Prevención del Genocidio y el de
la Asesora Especial sobre la Responsabilidad de Proteger. Este tipo de información
ambigua dificulta a los Estados Miembros conocer con precisión si la misión del Asesor
Especial del Secretario General sobre la Prevención del Genocidio cumple a cabalidad
con los mandatos otorgados o si por el contrario se arroga el derecho de realizar
actividades con objetivos que no gozan de la aprobación de los Estados Miembros”.
20
V. CONCLUSIONES
• La «responsabilidad de proteger» es una especie de argucia jurídica que busca
insertar el derecho de intervención humanitaria en el derecho internacional, aún cuando
los principios de ese derecho rechazan firmemente la injerencia. No se han
desarrollado ni debates y ni exámenes intergubernamentales formales en este sentido.
La Asamblea General concretamente no ha aprobado una definición final sobre este
concepto.
• En medio de un clima internacional en el que no hay igualdad entre los países
occidentales y el resto del mundo, no existe y no puede existir, una relación de
confianza entre los países del norte y los del sur y, por lo tanto, la responsabilidad de
proteger no se puede aplicar ya que los Estados afectados van a utilizar la soberanía
nacional como escudo contra la injerencia, de la cual desconfían muy justificadamente.
• Un clima de confianza –que presupone la existencia de una igualdad entre los
Estados, algo de lo cual estamos muy lejos– es lo único que pudiera hacer de la
responsabilidad de proteger algo realmente aplicable.
• La ONU debería ocuparse primero de hacer lo que se supone que tiene que hacer
desde hace 70 años, o sea garantizar que los Estados poderosos respeten el derecho
internacional, antes de comprometerse a cumplir nuevas tareas como la
responsabilidad de proteger.
• En el complejo escenario internacional, caracterizado por la hegemónica actuación
unilateral de los Estados Unidos y sus aliados de la OTAN, con absoluto
desconocimiento de las leyes y organismos internacionales, unido a la adopción de
nuevas concepciones de seguridad y defensa, bajo la justificación del enfrentamiento al
“terrorismo, se incrementan los riesgos y amenazas de la aplicación unilateral o
infundada de instrumentos manipulables como el de la responsabilidad de proteger,
que intentan legitimizar bajo diferentes pretextos.
• Cuba se opone y se opondrá rotundamente a toda acción de fuerza que no se
corresponda con las disposiciones de la Carta, para la que no puede haber justificación
alguna. El orden internacional actual, injusto y profundamente desigual, no puede ser
sucedido por uno más primitivo, basado en la reinterpretación de la Carta y el Derecho
Internacional.
• Enfrentar los complejos problemas que desencadenan en atrocidades a gran escala
desde una perspectiva belicista, es un error reiterado. Las injusticias y desigualdades
históricas, la pobreza y el subdesarrollo no se solucionan con sanciones e
intervenciones, las que en muchos casos generan más violencia. Peor aún es
manipular estas tristes realidades para promover y consolidar conceptos, como el de
¨responsabilidad de proteger¨ que socavan el Derecho Internacional, la soberanía del
21
Estado y su primordial responsabilidad para con el bienestar de su población. Es esta
la principal motivación que mueve a Cuba a oponerse al concepto de ¨responsabilidad
de proteger¨ y a la creación y mantenimiento del puesto del Asesor Especial sobre la
responsabilidad de proteger.
22
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
-Intervención de la delegación de Cuba ante la V Comisión. Segmento principal del 70°
periodo de sesiones de la asamblea general. Tema 132 proyecto de presupuesto por
programas para el bienio 2016-2017. Estimaciones respecto de misiones políticas
especiales, buenos oficios y otras iniciativas políticas autorizadas por la asamblea
general o por el consejo de seguridad.23 de dic2015
-Intervención del Embajador Rodolfo Benítez, Representante Permanente Alterno de
Cuba, en su explicación de voto sobre el Proyecto de Resolución L.80 Rev. 1, titulado
“Responsabilidad de Proteger”, pronunciada durante la Plenaria de la Asamblea
General de la ONU en Nueva York, el 14 de septiembre de 2009,
-Proclama de la CELAC sobre América Latina y el Caribe como Zona de paz, adoptada
en La Habana , Cuba, el 29 de enero del 2014 durante la Cumbre de Jefes de Estados
y Gobiernos de la región
-N. Chomsky, 2009. Intervención en el Diálogo Temático sobre Responsabilidad de
Proteger
-Naciones Unidas. Un concepto más amplio de la libertad: desarrollo, seguridad y
derechos humanos para todos. Informe del Secretario General. Doc. A/59/2005, para.
132.
-Naciones Unidas. Documento Final. 2005. Documento Final de la Cumbre Mundial
2005.
-Secretario General de las Naciones Unidas 2009. Informe “Hacer efectiva la
responsabilidad de Proteger.
-Doc. proteger” (Doc. A/63/677).
5 C. Focarelli, The Responsibility to Protect Doctrine and Humanitarian Intervention:
Too Many
Ambiguities for a Working Doctrine, “Journal of Conflict and Security Law 13” pp.191213.
-La responsabilidad de proteger: la perspectiva latinoamericana Araucaria. Revista
Iberoamericana de Filosofía, Política y Humanidades, año 16, nº 32. Segundo semestre
de
2014.
Pp.
269-290.
ISSN
1575-6823
e-ISSN
2340-2199
doi:
10.12795/araucaria.2014.i32.14
-La Responsabilidad de Proteger - El Orden Mundial en el S.XXI | El Orden Mundial en
el S.XXI.
23
Descargar