La situación. El Federalista. México

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LA SITUACIÓN
Sin formación de causa, sin orden de juzgado, sin tiempo para arreglar sus
asuntos, sin una explicación siquiera, han sido presos y desterrados a
Querétaro los señores Delfín Sánchez, Manuel Sánchez Mármol, Pedro
Santacilia y Felipe Sánchez Solís.
Llegaron los dos primeros, tres días hace, en la diligencia del interior: la
Diputación los recibía en su negro seno pocos momentos después.
Tranquilos se preparaban al descanso, ajenos a las actuales cuestiones
políticas, verdaderamente ajenos, los señores Sánchez Solís y Santacilia: a las
diez y media de la noche del jueves fueron presos, y a las seis y media de la
mañana del viernes salían, custodiados por tres guardas, en la diligencia de
Querétaro.
¿Dónde está Manuel Sierra? se preguntan los que solían estrechar su mano
en las calles de San Francisco y Plateros. Desterrado va ya Manuel Sierra,
desterrado a Guanajuato, por un lujo de generosidad, sin duda alguna.
Y ¿el coronel Ignacio Méndez Mora, el que defendió bizarramente las calles y
la torre de la iglesia de Pachuca, el que de los valientes merece respeto,
porque no es bravo el que no respeta a los bravos? Méndez Mora ha sido preso,
llevado a los Inválidos, encerrado en un calabozo, y mantenido allí dos días sin
asistencia de ningún género. Ha dormido en el suelo. No ha tenido donde
sentarse. Después de dos días le han permitido que en su calabozo tenga un
colchón.
He aquí las libertades restauradas. He ahí la individualidad garantizada. He
ahí la Constitución restablecida.
El Plan de Tuxtepec venía a proteger la independencia de los municipios: ahí
está el municipio nombrado de orden superior.
Venía a restablecer la dignidad de la prensa, vejada por una ley atentatoria:
ahí está, mudo y avergonzado, el Diario Oficial de la República, que no se
atreve a decir que se respetará la libertad, para que la dictadura no tenga
después la obligación de respetarla.
Venía a derribar a un gobierno porque pedía y rara vez usaba, facultades
extraordinarias. Y ordena registros de viajeros en los caminos públicos, impone
contribuciones, encarcela ciudadanos, sumerge en mazmorras a militares
valientes, detiene en San Juan de Ulúa a un general de la República, amenaza a
los comerciantes, embarga en las calles las propiedades particulares, restaura
una contribución que desde los tiempos de Santa-Anna no se conocía, la
odiosísima contribución de puertas; arranca bruscamente a sus intereses y
familias a los mismos que han servido para allanarle el camino del triunfo, y en
diez días de gobierno oscurece y opaca hasta la exageración misma los males
para cuya regeneración venía.
¿Se vive en República y no es dable decir lo que se piensa? Como ciudadano,
se tiene el derecho, el deber de buscar el mejor gobierno posible, ¿y se castiga
con una pena no usada ni para con los servidores del imperio, el uso de este
derecho elemental?
¿Es acaso un delito patriótico pensar que no es conveniente el predominio de
Tuxtepec? De manera que este plan está sobre la intimidad del pensamiento,
sobre el hogar sacratísimo, sobre el derecho político, sobre el respeto a la
personalidad, sobre la conciencia humana.
¿Qué venía a restaurar, si todo lo vulnera? ¿Qué libertad respeta, si no deja
libre más que la voluntad de admirarlo servilmente?
Aquí se queja un comerciante de que se le impone por sus puertas una
cantidad exorbitante; anteayer vino a quejársenos un dueño de carros, a quien
se habían embargado sus vehículos; ayer mismo se introducían hombres en las
casas y pretendían sacar de las caballerizas los caballos de propiedad
particular, porque así lo mandaba un cabecilla de la revolución. Luego anda
expuesto el hombre libre que pasea por las calles de su ciudad; corre riesgo el
mercader de cerrar, oprimido por las contribuciones, la negociación con que
basta a su vida y contribuye a la común; no están seguras ni la propiedad en el
hogar, ni la libertad en la conciencia, ni el derecho de escribir, ni el derecho de
pensar libremente, como lo quieren la tradición legal y la honradez.
Ah! ¡cómo aparecen buenos aquellos tiempos idos, que lastimaban, algunas
veces, la conciencia!; ¡cómo aparecen nimios aquellos abusos que la
impaciencia y la volubilidad de nuestra raza convirtieron en graves atentados!;
¡cómo respetaba a la autoridad aquel tirano derrocado, y cómo la vulnera,
desdeña y despedaza este plan que ha venido sobre las alas de la casualidad y
la perfidia, a plegar con su peso de errores las libres, férreas alas de nuestra
grande águila de México!
Ni por las calles puede andar el ciudadano, ni sobre sus arcas puede calcular
el mercader, ni la actividad puede emplearse en las decisiones invulnerables
de la conciencia propia.
La conciencia es el Plan de Palo Blanco: él se ha adjudicado la voluntad de
todos; él ha absorbido en sí la facultad de pensar y decidir de sus destinos que
nació con cada ciudadano.
¡Era un presagio funesto el nombre de la población donde se reformaba el
Plan de Tuxtepec...! Pero ¿dónde está la conciencia pública? Allá va custodiada
por tres guardas, en la diligencia cubierta de polvo, allá va por camino de
Querétaro.
El Federalista. México, 10 de diciembre de 1876.
Reproducido en El Socialista. México, 12 de diciembre de 1876.
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