ÍNDICE Prólogo..................................................................................... 7 Nota a la edición.................................................................... 9 APULEYO Narración: Eros y Psique...................................................... 11 XITA RUBERT Dramatización: Eros y Psique siglo xxi.............................. 55 XAVIER RUBERT DE VENTÓS Interpretación: Crítica de la pasión pura............................ 85 5 Prólogo Los lectores actuales de «Eros y Psique» de Apuleyo (Libros IV, V y VI de El asno de oro) han tendido a subrayar los temas que aparecen todavía en los cuentos y fábulas de hoy: Afrodita manda a Eros para que castigue a Psique por lo mismo que la reina del «espejito espejito» de Blancanieves manda al leñador que mate en el bosque a la princesa. En ambos casos el pecado de las víctimas es el mismo —ser «más hermosas»— y también en ambos casos el eventual verdugo acaba enamorándose de ellas. Pero la historia de Eros y Psique tiene, además, una significación que trasciende esta o cualquier otra analogía de encargo que de ella pueda hacerse. Pues si Prometeo o Adán, al desobedecer, rompen «el puesto del hombre en el cosmos» y roban a los dioses el monopolio del saber, Psique les roba a su vez el monopolio del amor; un amor que deja de ser pura voluptuosidad reproductiva presidida por Afrodita para hacerse santo y seña de una emoción personal, que en adelante representará Psique. Precisamente será este el contraste entre la vieja y la nueva diosa del Amor: el de la intoxicación afrodisíaca frente al enamoramiento psíquico. Y aquí ya no estamos ante la repetición de un tema sino ante la irrupción de un nuevo sentimiento. O esto es por lo me7 nos lo que se desprende tanto del irónico sainete en que lo transformó Xita Rubert, como de la tendenciosa interpretación que Xavier Rubert hizo del propio cuento. Nota a la edición Los referentes latinos Cupido y Venus que aparecen en esta versión de la narración de Apuleyo corresponden a los referentes griegos Eros y Afrodita, respectivamente, que son los utilizados por Xavier Rubert de Ventós y Xita Rubert Castro en la interpretación y representación del mito. 9 Lucio Apuleyo NARRACIÓN: EROS Y PSIQUE LIBRO CUARTO Capítulo V En el cual una vieja madre de unos ladrones, conmovida de piedad de las lágrimas de una doncella que estaba en la cueva presa, le contó una fábula para que no llorase. [28] —Érase en una ciudad un rey y una reina, y tenían tres hijas muy hermosas: de las cuales, dos de las mayores, como quiera que eran hermosas y bien dispuestas, podían ser alabadas por loores de hombres; pero la más pequeña, era tanta su hermosura, que no bastan palabras humanas para poder exprimir ni suficientemente alabar su belleza. Muchos de otros reinos y ciudades, a los cuales la fama de su hermosura ayuntaba, espantados con admiración de su tan grande hermosura donde otra doncella no podía llegar, poniendo sus manos a la boca y los dedos extendidos, así como a la diosa Venus, con sus religiosas adoraciones la honraban y adoraban. Y ya la fama corría por todas las ciudades y regiones cercanas, que ésta era la diosa Venus, la cual nació en el profundo piélago de la mar y el rocío de sus ondas la crió. Y decían asimismo que otra diosa Venus, por influición de las estrellas del cielo, había nacido otra vez, no en la mar, pero 11 en la tierra, conversando con todas las gentes, adornada de flor de virginidad. [29] De esta manera su opinión procedía de cada día, que ya la fama de ésta era derramada por todas las islas de alrededor en muchas provincias de la tierra, muchos de los mortales venían de luengos caminos, así por la mar como por tierra, a ver este glorioso espectáculo que había nacido en el mundo; ya nadie quería navegar a ver la diosa Venus, que estaba en la ciudad de Paphos, ni tampoco a la isla de Gnido, ni al monte Citerón, donde le solían sacrificar; sus templos eran ya destruidos, sus sacrificios olvidados, sus ceremonias menospreciadas, sus estatuas estaban sin honra ninguna, sus aras y sus altares sucios y cubiertos de ceniza fría. A esta doncella suplicaban todos, y debajo de rostro humano adoraban la majestad de tan gran diosa, y cuando de mañana se levantaba, todos le sacrificaban con sacrificios y manjares, como le sacrificaban a la diosa Venus. Pues cuando iba por la calle o pasaba alguna plaza, todo el pueblo con flores y guirnaldas de rosas le suplicaban y honraban. Esta grande traslación de honras celestiales a una moza mortal encendió muy reciamente de ira a la verdadera diosa Venus, y con mucho enojo, meciendo la cabeza y riñendo entre sí, dijo de esta manera: [30] »—Veis aquí yo, que soy la primera madre de la natura de todas las cosas; yo, que soy principio y nacimiento de todos los elementos; yo, que soy Venus, criadora de todas las cosas que hay en el mundo, ¿soy tratada en tal manera que en la honra de mi majestad haya de tener parte y ser mi aparcera una moza mortal, y que mi nombre, formado y puesto en el cielo, se haya de profanar en suciedades terrenales? ¿Tengo yo de sufrir que tengan en cada parte duda si tengo yo de ser adorada o esta doncella y que haya de tener comunidad conmigo, y que una moza, que ha de morir, tenga mi gesto que piensen que soy yo? Según esto, por demás me juzgó aquel pastor que por mi gran hermosura me prefirió a tales diosas: cuyo juicio y justicia aprobó aquel gran Júpiter; 12 pero esta, quienquiera que es, que ha robado y usurpado mi honra, no habrá placer de ello: yo le haré que se arrepienta de esto y de su ilícita hermosura. »Y luego llamó a Cupido, aquel su hijo con alas, que es asaz temerario y osado; el cual con sus malas costumbres, menospreciada la autoridad pública, armado con saetas y llamas de amor, discurriendo de noche por las casas ajenas, corrompe los casamientos de todos y sin pena ninguna comete tantas maldades que cosa buena no hace. A éste, como quiera que de su propia natura él sea desvergonzado, pedigüeño y destruidor, pero de más de esto ella le encendió más con sus palabras y llevólo a aquella ciudad donde estaba la doncella, que se llamaba Psiche, [31] y mostrósela, diciéndole con mucho enojo, gimiendo y casi llorando, toda aquella historia de la semejanza envidiosa de su hermosura, diciéndole en esta manera: »—¡Oh hijo, yo te ruego por el amor que tienes a tu madre, y por las dulces llagas de tus saetas, y por los sabrosos juegos de tus amores, que tú des cumplida venganza a tu madre: véngala contra la hermosura rebelde y contumaz de esta mujer, y sobre todas las otras cosas has de hacer una, la cual es que esta doncella sea enamorada, de muy ardiente amor, de hombre de poco y bajo estado, al cual la Fortuna no dio dignidad de estado, ni patrimonio, ni salud. Y sea tan bajo que en todo el mundo no halle otro semejante a su miseria. »Después que Venus hubo hablado esto, besó y abrazó a su hijo y fuese a la ribera de un río que estaba cerca, donde con sus pies hermosos holló el rocío de las ondas de aquel río, y luego se fue a la mar, adonde todas las ninfas del mar le vinieron a servir y hacer lo que ella quería, como si otro día antes se lo hubiese mandado. Allí vinieron las hijas de Nereo cantando, y el dios Portuno, con su áspera barba del agua de la mar y con su mujer Salacia, y Palemón, que es guiador del Delfín. Después, las compañías de los Tritones, saltando por la mar; todo este ejército acompañó a Venus hasta el mar océano. 13 Xita Rubert DRAMATIZACIÓN: EROS Y PSIQUE, SIGLO XXI ESCENA 1 Narrador: Estamos en el Olimpo, en casa de Afrodita, la Diosa de la Pasión. (Afrodita se pinta las uñas al tiempo que se mira en un pequeño espejo.) Afrodita: ¡Zeus mío! ¿Por qué se me sale el esmalte por los lados...? (Tirando el esmalte y el espejo al suelo.) ¡Me rindo! (Uno de sus criados, Anestesio, se pasea por el escenario. Anda despreocupado, pensando que la Diosa no lo ve. De repente, Afrodita se fija en él y se acomoda en su trono.) Afrodita: Anestesio, ¡ven aquí! (El criado mira hacia los lados y descubre a Afrodita detrás de él. Se le acerca reverente.) Anestesio: ¿Sí, mi gran vencedora en el juicio de Paris? Afrodita: (Recogiendo el espejo del suelo.) ¿Cómo andamos de relaciones públicas por allá en la Tierra? ¿Sigo siendo la Diosa más agasajada? Anestesio: (Se aprieta nerviosamente los pantalones y se incorpora carraspeando.) Verá usted... Para todo el Olimpo Su majestad es aún la más hermosa, la más querida, la más... (Se queda en blanco.) 55 Afrodita: (Furiosa, le vierte el esmalte de uñas por la cabeza.) ¡Te estoy preguntando por la Tierra! ¡Ya sé lo que dicen y piensan en la comidilla olímpica! Anestesio: (Tratando de mantener la serenidad.) Pues parece ser que en la Tierra ha llegado una mujer deslumbrante. Dicen nuestros espías in situ que no hay hombre que se resista a sus encantos. Y muchos de estos espías no han vuelto jamás, hechizados por la belleza de... Afrodita: ¡¿Cómo dices que se llama?! Anestesio: Psique, señora. Psique la llaman. (Anestesio se va por el foro derecho, tras dedicarle otra reverencia. Por el otro lado, Eros, el hijo de Afrodita, aparece haciendo footing. Esta, aún furiosa, se pone en pie y le toca un hombro para llamar su atención.) Afrodita: Hijo, verás; necesito tu ayuda... Eros: Rápido, mamá, que las calorías se me acumulan y... (Se palmea la tripa.) Afrodita: Escucha... Estoy bastante preocupada; me ha dicho el secretario general de relaciones públicas en la Tierra que desde hace un tiempo los hombres ya no recitan poemas, ni encienden hogueras en mi honor, ni celebran bailes para mí... Y todo por culpa de una mocosa que, según dicen, está siendo el centro de atención. ¡Dicen que es hermosísima... y poco se acuerdan de mí! Eros: (Pensativo, se rasca la cabeza.) Para empezar, no tenemos secretario general de relaciones públicas en la Tierra. ¿Y qué se supone que puedo hacer yo? Tenía planes para hoy; quería enamorar a un tal Romeo de una tal Julieta, pero se me ha desviado la flecha unos cuantos siglos... ¡y ahora tengo que arreglarlo! Creo que últimamente estoy perdiendo puntería... Afrodita: ¡Si dejases de comprar las flechas de marca blanca verías como no se te escapaba uno! Eros: (Intimidado, sentencioso. Se acerca más a Afrodita.) A ver, ¿qué me encargas esta vez? 56 Afrodita: No es complicado, hijo; solo... solo te pido que bajes a la Tierra y condenes a esa Psique a enamorarse del hombre más cruel del mundo; ¡del que la haga más infeliz! Así sabrá lo que es competir en belleza con... (Con énfasis.) ¡La Diosa de la Pasión y la más bella entre todas las bellas! Eros: (Resoplando.) Mamá... siempre me estás diciendo que haga esto, que haga aquello... ¡Estoy hasta la punta de las alas! (Eros marcha hacia el público como volando, agitando brazos y piernas ridículamente, tatareando una melodía al azar. Afrodita corre y lo coge de las alas dándole la vuelta.) Afrodita: Venga, si lo haces te compro las alas de propulsión, que estas se te están gastando y los humanos descubrirán que tus alas ahora son de quita y pon... Eros: Eso es culpa tuya, que con la crisis te ha dado por ahorrar en todo. (Enfurruñado, se resigna y recoge su mochila, que está en un rincón del escenario.) De acuerdo... Qué remedio. Supongo que no tardaré mucho en volver. Afrodita: (Acariciándole la cabeza.) Así me gusta, hijito. ¡Corre y no te entretengas! (Le da un ligero empujón y Eros sale por el foro derecho. Su madre se queda sola y vuelve a sentarse en su trono.) A ver qué noticias trae este... ¡Dichosa Psique! (Se queda pensativa, curiosa.) ESCENA 2 Eros está en pleno descenso a la Tierra. Vuela indeciso, pero sabe que debe obedecer a Afrodita. Eros: Sí, condenaré a esa mujer a enamorarse del más cruel y mezquino de todos los hombres, como me ha encargado mamá... (Comienza a sacarles punta a las flechas. Divisa a lo lejos una multitud de hombres alabando a la preciosa 57 joven en un altar; ya ha llegado a la Tierra Griega. Aparta los mechones rubios de su cara.) Ella debe de ser Psique... (Hacia el público.) ¡Mirad cómo entonan canciones y la honran como deberían hacerlo con mi madre! (Se acerca sigiloso, intentando ver a través de la niebla. Llega al montón de hombres que se pelean por ver a Psique). Hombre 1: ¡Psique, Psique...! Tú, ¡la Diosa de la Belleza! Me basta con mirarte y se me quitan todos los males. (Hombre 2 aparta de su camino a Hombre 1, y se arrodilla a los pies de la joven. Mientras, Eros prepara la flecha que ha de enamorar a Psique). Hombre 2: ¡No, no eres solo eso! Tú eres el destello que ilumina cuando es de noche, ¡eres la Diosa de la Luz! (Más alejado, Hombre 3 sale de entre la multitud y alcanza a ver el rostro de Psique; pero su belleza lo deslumbra y cae al suelo, desmayado. Eros se acerca más a ella y ve su cara por primera vez. Se frota los ojos y parece que pierde el equilibrio, impresionado por su belleza. Ella aún no se fija en él. Eros se mueve discretamente a un rincón sin que nadie lo vea.) Eros: Esos hombres no se dan cuenta de lo que tienen ante ellos; es mucho más de lo que dicen. Jamás hubiese imaginado... (De repente, gira la cabeza y en una pantalla del fondo aparece el rostro borroso de Afrodita.) Afrodita: «Te ordeno que bajes a la Tierra y condenes a esa Psique a enamorarse del hombre más cruel del mundo; ¡del que la haga más infeliz!» (Se apaga la imagen de Afrodita. Eros se lleva las manos a la cabeza.) Eros: ¡Zeus mío, no puedo condenar a esta preciosa humana para toda la vida! Eso es algo... ¡imposible...! Pero, por otro lado, mi madre me ha enviado aquí para cumplir con su encargo, y si la desobedezco me castigará severamente. Recuerdo aquella vez que me mandó comprarle esmalte de uñas magenta, y yo se lo traje granate... ¡y vaya numerito me armó! Pero por suerte Psique no me ha visto; ¡eso es 58 lo que mi madre Afrodita menos me perdonaría! (Mira a los hombres que acosan con sus miradas a Psique. Debe tomar rápido una decisión.) Me la llevaré a un castillo alejado del Olimpo, para vivir con ella eternamente, ¡y no permitiré que me vea nunca! Le colocaré una venda en los ojos... (Rápido, pero con cautela y sin hacer apenas ruido, se acerca al grupo de hombres y se cuela entre ellos disimuladamente.) Hombre 4: (Señalando a Eros.) ¡Un dios se ha colado entre nosotros! ¡Y es Eros, el hijo de Afrodita! (A muchos ya ni les suena el nombre de Afrodita, y algunos murmuran cosas incomprensibles, examinando a Eros, quien rápidamente coge a Psique del cinto y la baja de su tarima.) Hombre 2: ¡Eh, que se marcha con nuestra nueva diosa! ¡Se lleva a la diosa humana! Hombre 3: Se escapa con Psique; ¡hemos de impedirlo! (Eros y Psique marchan rápido y desaparecen por el foro derecho. Ninguno de los hombres consigue atraparlos, pero van furiosos tras ellos y acaban saliendo por el mismo foro. El escenario queda vacío.) ESCENA 3 Eros lleva a Psique en brazos volando; van camino del castillo lejos de la visión de Afrodita. Eros saca una venda dorada de su bolsillo. Eros: Amada Psique, me siento obligado a colocarte esta venda en los ojos... (Ella no se resiste y Eros le ata la venda.) Psique: ¿Qué extraña cosa es esta sensación que tengo cuando me acaricias, cuando tocas mi piel...? ¿Quién eres...? Eros: ¡No debes saber ni mi nombre, ni quién soy! De ese modo, acabaría todo hechizo. 59 Xavier Rubert de Ventós INTERPRETACIÓN: CRÍTICA DE LA PASIÓN PURA Sex is fun, but when is nothing but fun, is not even fun anymore. Harvey Cox Love is too young to know what conscience is Yet who knows not, conscience is born of love. Shakespeare El Deseo y el Placer como cebos Estos versos de Shakespeare no expresan solo una vaga intuición poética. El propio Freud acabó reconociendo «la participación del amor (no de la libido) en la génesis de la conciencia»; de una conciencia individual que rompe así con la feliz sintonía mítica que el hombre había mantenido hasta entonces con su medio social y cultural. Se trata, pues, de una ruptura amorosa que no supone su cumplimiento sino más bien la perversión tanto del deseo como del placer. Es lo que veremos glosando la fábula Amor y Psique (incluida en las Metamorfosis de Apuleyo) donde, según lo entiendo, se sugiere que: —El Placer tiende a la disolución del individuo y culmina solo con su obediente participación en el cósmico ciclo reproductivo. —El Deseo vive incrustado en este ciclo mientras no rompe expresamente con la función asignada a él en cada época llegando así a mutarse en algo personalmente sentido y querido. —El Amor, el hecho y derecho a enamorarse, tuvo así que ser conquistado contra la abducción y reabsorción del individuo por parte de aquel deseo que le sutura, sin 85 resquicio, a su entorno social, sexual, cósmico, mítico, onírico; o el que más a mano venga.1 * * * No es casualidad, en efecto, que los sistemas metafísicos modernos hayan descrito el placer como disolución de la conciencia individual: como «manifestación de la unidad supraindividual de la vida» (Bergson), como «desgarro del velo que esconde la profunda unidad del ser (Shopenhauer), o aun como «sustitución del aislamiento y discontinuidad del ser por un sentimiento de continuidad profunda» (Bataille). Ya Buda veía en el «amor» un medio para disolver la propia personalidad, para «alejarse de sí» y alcanzar la experiencia no ya de la amada —que no es sino su motivo o pretexto ocasional—, sino de la pura nada. ¿Qué vienen así a decirnos estas definiciones y otras por el estilo? Pues que en sus formas más extremas y puras, el placer no es ya una experiencia que tenemos sino una sensación en la que nos perdemos, una experiencia en la que dejamos de ser sus intérpretes o ejecutores para transformarnos en su medio o instrumento: en la cuerda vibrante de un violín que no tocamos, sino que toca por medio de nosotros, a través de nosotros. De ahí, concluía Hegel, que este carácter impersonal no sea solo un rasgo del placer, sino su misma esencia y objetivo. Lo que nos da gusto al eyacular sería ni más ni menos que esta liberación del sordo dolor cotidiano que nos produce el sentir y el existir como individuos, un dolor endógeno que solo las endorfinas consiguen aplacar. Un daño sordo al que el hábito nos habría acostumbrado y que solo podríamos reconocer ahora por contraste: por el placer que nos procura su puntual y espasmódica desaparición en el orgasmo, al sentir el continuum que pasamos a formar con la naturaleza o con la vida misma. Visto así, «el temor a la castración» descrito 1. Ver mi Crítica de la modernidad, Anagrama, 1980, pp. 69 a 92. 86 por Freud adquiere un nuevo sentido. Se trataría, como ha señalado Magdalena Catalá, del temor a perder el único órgano por el que de algún modo podemos volver al seno femenino y disolvernos, una vez más, en él; el temor a perder la sola llave que puede abrirnos «la puerta de una morada en la cual cada uno de nosotros estuvo... la primera vez». ¿Qué significa, sino, el viejo proverbio Liebe ist Heimweth («amor es nostalgia»)? Pero si el Placer parece consistir en la disolución del sujeto, el Deseo tiende a su vez al uso, al abuso y, en último término, a la aniquilación del objeto deseado. Ya el propio Freud señaló la analogía entre la explotación económica de las personas y su utilización sexual: «El individuo puede entrar con otro individuo en una relación de hombre a cosa —dice Freud— como cuando utiliza su fuerza de trabajo o lo adopta como objeto sexual.» Pero es una vez más Hegel quien apunta la profunda afinidad que se manifiesta entonces entre Deseo y Conocimiento. De hecho, ni el deseo sexual ni el conocimiento teórico respetan la singularidad, la apariencia y la independencia de su objeto. Al contrario, su interés consiste en destruir esta singularidad, en penetrar las apariencias para extraer el Placer o el Saber, el Goce o la Ley que se esconden en su seno. Mascamos la manzana que vamos a comer para asimilar su «sustancia» alimenticia —para digerirla—; descomponemos y analizamos en el laboratorio la realidad que deseamos conocer para asimilar su «sustancia» teórica —para comprenderla.2 Visto así, el sentido 2. Este texto de Hegel, poco citado, corresponde al C 1. S II, S III de la Estética y dice literalmente: «Por el deseo tenemos necesidad de los objetos exteriores, los consumimos y nos comportamos a su respecto de una manera negativa. El deseo que devora los objetos exteriores tiende precisamente a suprimir la libertad e independencia de los mismos y a mostrar que no existen sino para ser destruidos y consumidos [...]. Y también la inteligencia parte de lo sensible individual, pero lo que busca, lo que le interesa, es lo universal, la ley, el concepto del objeto, de modo que, en lugar de dejarlo en su individualidad inmediata, le hacen sufrir una transformación íntima al cabo de la cual lo que no era sino una realidad sensible y concreta ha quedado transformado en una realidad abstracta». El tema se desarrolla igualmente en la Propedéutica (II, 2, 2, 25) y en la Fenomenología, como «la dialéctica entre el deseo y el impulso de conservación». Por lo demás, la asociación entre conocimiento y deseo a partir de su común objetivo de eliminar las «diferencias» aparece ya en la filosofía moderna desde, al menos Locke, Condillac y Vaihinger. 87