1 El Hombre Frente a La Tumba Era la medianoche de

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El Hombre Frente a La Tumba
Era la medianoche de una noche fría de invierno y no se veía ni una sola alma
deambular en la calle.
En ese momento un hombre entraba al cementerio buscando un par de tumbas: la de su
esposa y la de su hijo que murieron un año atrás.
La niebla fue envolviendo al lúgubre camposanto de la misma manera en que el dolor
envolvía el corazón de aquel hombre.
Aquel pobre diablo, al encontrar las tumbas que buscaba, lloró desconsolado cómo
lloran aquellos hombres que lo han perdido todo y sólo esperan el fin de su miseria.
En la placa de mármol, ubicada en medio de las dos tumbas, esta escrito el siguiente
epitafio:
“Aquí yacen mi amada esposa y mi pequeño hijo, y yo, doliente padre y esposo, pronto
me reuniré con ellos en el paraíso donde las almas que se amaron en vida estarán juntas
por siempre”.
De repente, apareció de la nada un extraño sujeto vestido de traje impecable y gabardina
negra.
El extraño sujeto se acercó al afligido hombre que lloraba frente a las tumbas de su
esposa e hijo.
—He escuchado decir que los hombres no lloran —dijo aquel extraño vestido de traje y
gabardina negra al hombre que se encontraba de rodillas llorando frente a la tumba de
su amada esposa y su joven hijo— ¿Por qué lo haces?, ¿por qué lloras?
—Tal ves he dejado de ser un hombre —respondió irónicamente el desconsolado
hombre al impertinente que se atrevía a hacerle tales preguntas—, ¿Quién es usted para
meterse en mis asuntos, señor?
—¿Quién crees que soy, triste amigo?
—No lo se, tal vez usted es un hombre al que le gusta juzgar a los demás y meterse en
asuntos que no son de su incumbencia.
—No juzgo a nadie, esa no es mi labor y créeme mi amigo: si es de mi incumbencia…
¿Quién crees que soy? —preguntó de nuevo el extraño.
—No lo se... no se quien es usted, señor.
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—Me conoces, me has estado llamando con insistencia el último año.
El hombre que lloraba a su esposa y a su hijo se levantó y se puso frente a frente con
aquel extraño que se le acercó esa fría noche de invierno.
—¿Quién es usted? —preguntó nuevamente el desconsolado hombre.
—Sabes quien soy —respondió el desconocido de rostro pálido y mirada de hielo—,
me conoces, sabes quien soy.
—Fuiste quien se llevó a mi esposa y a mi hijo —el hombre se llenó de ira al reconocer
al desconocido que se la acercó minutos antes y quiso agredirlo, pero no pudo hacerlo—
¡ERES UN MALDITO! —le gritó con todo el odio que tenía en su corazón y se alejó un
par de pasos de aquel extraño.
—Era el momento para ellos... tuve que llevarlos conmigo.
El desconocido lo dijo sin atemorizarse ante la ira del hombre.
—Debiste llevarme con ellos.
—No era tu turno….debes esperar un poco más…ya llegará tu hora, mi amigo.
—¿Qué debo esperar? … Me dejaste sin hada.
—Aun tienes tu vida…sigues vivo.
—Vivo y muerto… sin nada…mi familia lo era todo; ahora estoy arruinado, no quiero
seguir viviendo: ¡LLÉVAME CONTIGO!
—No me culpes por tus fracasos, desventurado amigo.
—Mi familia era mi vida y te los llevaste; es por eso que la suerte me ha
abandonado….¡ MÍRAME; Soy un fracaso, un desecho de hombre!
—Ahora culpas a la suerte de tu desgracia… ¿Qué quieres? ¿para qué me has llamado
con tanta insistencia?
—¡QUIERO
UNA
OPORTUNIDAD!…
¡QUIERO
MORIR!…
¡QUIERO
FELICIDAD!
—Puedo darte lo que quieres si realmente lo quieres, amigo mío.
—No juegues conmigo; si quieres hacer algo por mí, llévame con mi familia.
—No puedo levarte, no es tu turno… debes esperar.
—¡HAZLO!
—Quieres una oportunidad, quieres morir, quieres felicidad…no sabes lo que realmente
quieres mi amigo.
—Lárgate y déjame en paz…necesito estar solo.
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Nuevamente el hombre volvió a su posición inicial, de rodillas frente a la tumba de su
esposa y de su hijo, y rompió en llanto.
—Te daré lo que quieres, en el orden en que me lo haz pedido —dijo el extraño vestido
de negro al hombre que lloraba a su esposa y a su hijo—; debes hacer tres cruces de
madera —le ordenó el desconocido al hombre.
—¿Qué dices? —preguntó el hombre.
—Escucha y haz lo que te digo —respondió el desconocido y siguió diciéndole al
hombre lo que debía hacer—, debes conseguir una olla de barro y lo más importante: un
gato cuyo pelo sea totalmente negro… debes estar mañana, antes de la medianoche en el
lugar donde conociste a tu amada, el mismo lugar donde le pediste que fuera tu esposa y
donde, después de haberte casado, ella te dijo que serías padre.
—No tiene sentido lo que dices, ¿para que necesito tres cruces de madera, una olla de
barro y un estúpido gato negro?
—Ya te he dicho lo que debes hacer…ahora: hazlo.
El desconocido desapareció entre la neblina que envolvía al tétrico cementerio y el
hombre siguió llorando a sus seres queridos.
Cerca al río, en un hermoso claro ubicado entre dos enormes rocas y el frondoso
bosque, esperaba el desconocido que se acercó al hombre que se encontraba de rodillas
llorando frente a la tumba de su amada esposa y su joven hijo la noche anterior.
La noche era oscura, tan oscura como la noche anterior y la anterior a esa, sin luna ni
estrellas en el firmamento, y un aire que congelaba los huesos.
—Debes apresurarte, mi amigo, se hace tarde —dijo el desconocido de traje oscuro al
hombre.
—No te he visto —habló el asustado hombre pues aunque el desconocido estuvo todo
el tiempo a su lado desde la noche anterior, él no lo pudo verlo, ni sentirlo en ningún
momento, sólo hasta que el extraño sujeto le habló.
—Debes prender una hoguera en el extremo norte del claro.
—Nada de lo que dices tiene sentido.
—Sólo hazlo —el desconocido ordenó al hombre cumplir con sus pedidos—; necesitas
una hoguera, préndela donde te dije que lo hicieras.
El hombre prendió la hoguera en el extremo norte del claro.
—Llena la olla de barro con agua del río —el desconocido siguió instruyendo al
hombre— debes clavar las cruces de madera en sentido opuesto a la hoguera; la primera
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cruz debe estar a seis pasos de la hoguera, la segunda cruz a seis pasos de la primera y la
tercera cruz a seis pasos de la segunda: no debes equivocarte.
—No soy estúpido —dijo el hombre—, no me equivocaré
El hombre hizo lo que el desconocido le ordenó: prendió la hoguera, llenó de agua la
olla de barro y, estaba clavando la tercera cruz cuando el desconocido le habló.
—Un paso es un paso —dijo el desconocido—, debes contar seis pasos.
—Ya lo se, no es necesario que lo digas … uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis aquí va la
primera cruz; uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis aquí va la segunda cruz.
—Haz entendido, mi amigo.
—Te he dicho que no soy estúpido…dos tres, cuatro, cinco, seis aquí va la tercera cruz.
—Bien, parece que hiciste bien lo que te dije que hicieras. En un minuto será
medianoche y un lucero aparecerá en el firmamento en dirección norte-sur, debes
arrojar el gato al agua antes de que el lucero desaparezca en el infinito.
—La noche es demasiado oscura, no creo que pueda ver el lucero que dices…pero haré
lo que me pides.
—Demasiado es la muerte y yo soy ella…veras el lucero, te lo aseguro.
Un hermoso lucero apareció en el oscuro cielo y atravesó e firmamento tal como lo
predijo el desconocido. El hombre se apresuró a arrojar al gato de pelo totalmente negro
a la olla de agua hirviendo. El gato maulló con tal intensidad que al hombre se le
reventaron los tímpanos.
La carne del gato se desintegró en segundos, el agua se evaporó al mismo tiempo; en el
fondo de la olla solo quedaron los huesos del desventurado felino.
—Toma los huesos del gato con tu mano derecha, uno a la vez, y arrójalos hacia atrás
por tu hombro izquierdo preguntándome ¿es este el bueno?; hazlo de la forma en que te
digo, y cuando yo te responda “ese es el bueno” debes conservar ese hueso en tu mano y
correr inmediatamente a la primera cruz.
—¿Por qué debo quedarme con el hueso que tú me señales? —preguntó el hombre sin
entender la importancia del hueso señalado.
—Porque ese es el hueso de la Suerte Infinita; con ese hueso en tus manos serás el
hombre más afortunado sobre la faz de la tierra. Bien, debes correr a la primera cruz y
abrazarte a ella por qué estando abrazado a la cruz no podré apoderarme de tu vida;
porque amigo mío, si te alcanzo en el trayecto de una cruz a la otra, perderás tu vida y tu
alma será mía, y la haré vagar por un desierto infinito de arenas de fuego.
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—No me alcanzaras, soy muy rápido.
—Después de abrazarte a la primera cruz tendrás un minuto para de tomar aire y luego
correrás a la siguiente cruz.
El hombre se acercó a la olla de barro y empezó a tomar con su mano derecha los
huesos, uno a la vez y los arrojaba por su hombro izquierdo preguntando: ¿es este el
bueno?, ¿es este el bueno?, ¿es este el bueno?, ¿es este el bueno?... el desconocido
observaba atentamente al hombre que ansiosamente deseaba que él le respondiera: “ese
es el bueno”.
Faltaban unos cuantos huesos cuando el hombre escuchó al desconocido decir las tan
anheladas palabras “ese es el bueno”; entonces el hombre apretó su mano quedándose
con el hueso de la Suerte Infinita en ella y corrió a toda velocidad hacia la primera cruz.
El hombre abrazaba con fuerza la cruz y observaba al desconocido que permanecía en el
mismo lugar, lejos de él.
El hombre se sintió triunfante porque el desconocido ni siquiera estuvo cerca de
atraparlo.
“Soy tan rápido que ni la muerte logra alcanzarme” —pensaba el hombre antes de
lanzarse a toda carrera a la segunda cruz.
El hombre llegó a la segunda cruz y se abrazó a ella. El desconocido seguía en su lugar
sin moverse.
“Soy tan rápido que ni la muerte logra alcanzarme” —pensaba el hombre antes de
lanzarse a toda carrera a la tercera cruz.
El hombre llegó a la tercera y se abrazó a ella. El desconocido seguía en su lugar.
“Soy tan rápido que ni la muerte pudo alcanzarme” —pensaba el hombre que abrazaba
la tercera cruz con el mismo gusto con que abrazó a su amada esposa cuando ella le dijo
que sería padre.
—El hueso de la Suerte Infinita es mío, soy el hombre más afortunado del mundo —
dijo el hombre con sus ojos llenos de felicidad al desconocido.
—Te equivocas —dijo el desconocido al hombre—, fallaste; te dije: seis pasos entre
una cruz y la siguiente… entre la segunda y la tercera cruz solo hay cinco pasos… te
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equivocaste, mi amigo; ahora perderás tu vida y tu alma vagara por toda la eternidad en
un desierto infinito de arenas de fuego.
—He sido victima de un engaño, eres cruel...MALDITO, ME ENGAÑASTE.
—Pediste una oportunidad y te la di, fuiste tu quien fallo; querías la muerte: pues vino a
ti, no tienes derecho a quejarte.
—Tienes razón —dijo el resignado hombre—, he fallado, pude tenerlo todo pero falle,
es justo, aceptaré la muerte con dignidad, fue el trato que hicimos.
En ese instante, cuando el hombre aceptó su fatal destino, una luz intensa rompió la
oscuridad de la noche y una mujer y un niño vestidos con túnicas blancas se acercaron
al hombre que lloraba de alegría al verlos acercarse.
—Te he dado lo que me pediste —dijo el desconocido al hombre—, querías una
oportunidad y te la di, querías la muerte y te la di, querías ser feliz y lo serás mi
amigo… ve con tu familia, debes estar con ellos, serás feliz en la eternidad.
El hombre tomó de la mano a su esposa y a su pequeño hijo. Los tres caminaron por el
sendero que lleva a la felicidad total y se perdieron en la luz eterna para siempre.
El extraño de gabardina negra se marchó en busca de otro desafortunado.
Fin
Autor:
Nando Gómez
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