Esta es una historia que me cuenta mi padre desde que yo

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HISTORIAS “PICANTES” DE LA SIERRA DE FILABRES-BAZA.
Esta es una historia que me cuenta mi padre desde que yo era niño y que a la vez se la
contaba su padre a él; los supuestos hechos se habrían desarrollado allá por los años
cuarenta del pasado siglo en el pueblo de Gérgal, que por entonces gozaba de una vida
rural próspera y saludable, con multitud de aldeas habitadas en sus alrededores y donde
el agua fluía por sus cauces hasta el punto que en la que es hoy una rambla casi seca, se
alojaban 4-5 molinos de agua.
La historia nos habla de la sexualidad clandestina de aquellos tiempos, del humor y la
picaresca, y de la posiblemente poca credibilidad que tenía por entonces el clero entre
las gentes sencillas de los pueblos, aunque a pie de calle hubieran de mantener la
obligada compostura y recato.
Este tipo de historias ayudaban a los adolescentes a familiarizarse con la sexualidad, a la
vez que ponían para su futuro en buen recaudo, valores como el honor, el respeto a la
mujer, la honra o la forma tranquila de enfrentarse a los problemas en un mundo rural
duro y difícil (aunque hermoso y nostálgico) como fue el de la primera mitad del Siglo
XX en los pueblos y aldeas de las Sierras de Filabres y Baza.
LA HISTORIA DE MARIQUITA PEREZ O DE “MARIQUITA ÑAQUE”.
... y que empieza así:
Me contaba mi padre cuando yo era niño la historia de Mariquita Pérez, que también se
conocía el hecho como “lo de Mariquita ñaque”; yo no sé si realmente llegó a suceder
este hecho en Gérgal o si mi padre se lo inventaba para mí, pero me lo contaba siempre
como si él mismo lo hubiera vivido y visto con sus ojos:
Me hablaba de un cura muy rijoso que hubo en Gérgal, y que creo recordar que se
llamaba Don Ramón... al que gustaban mucho las mujeres y era muy “enamorao”...
Pero ésto era que al mismo tiempo había allí en el pueblo un molinero, de uno de los
cuatro o cinco molinos de agua que había en Gérgal y su rambla... que por entonces
llevaba muchísima agua; molinero al que apodaban “el Tío Nicolás” y quien tenía una
mujer muy guapa a la que llamaban “Mariquita Pérez”...
A ésto que el cura, siempre que veía a Mariquita cuando iba a misa por la calle la decía:
“Mariquita, ¿al ñaque...?”
a lo que la joven mujer siempre se sonrojaba y bajaba recatada y comedida el rostro,
ruborizada y con vergüenza.
Pero hubo a bien que un buen día Mariquita Pérez decidió contar a su marido el
molinero, lo que la decía el padre cura cada vez que la veía cuando ella iba a misa.... a
lo que el Tío Nicolás, sin perder ni por un momento los estribos ni la calma le dijo a su
mujer con voz firme y en tono sereno:
Mira, Mariquita... cuando el padre cura te vuelva a decir “...al ñaque?” tú ni corta ni
perezosa le tienes que decir: “Sí, padre cura... al ñaca”;
y cuando él te pregunte que cuándo y dónde, tú le tienes que contestar:
“Mañana noche a las once, en la puerta del corral”.
A ésto que Mariquita al siguiente día cuando iba a misa, le sale nuevamente al paso el
padre cura por una de aquellas calles... y una vez más la aborda con la ya conocida
cantinela:
“Mariquita, ¿al ñaque...?”,
pero esta vez Mariquita, venciendo su cortedad le contesta al párroco en la manera
acordada con el marido:
“Sí, Padre cura... al ñaca”.
El padre cura, de contento y ruboroso que se puso saltó que casi se cae, sin dar crédito a
lo que escuchaban sus oidos:
“Ay, Mariquita ... ¿cuándo? ¿dónde?”.
A lo que Mariquita vuelve a responderle, esta vez ya un poco más firme y serena:
“Mañana noche a las once, en la puerta del corral”.
A lo que llegado el día siguiente y sonando once campanadas en el reloj de la plaza,
apareció una sombra por la esquina que dá al corral, y que no era otro que el padre cura
que no quería llegar tarde a su cita con Mariquita; pero ¡ayy!... no sabía el buen párroco
que no era precisamente el objeto de sus deseos la que lo esperaba en esa noche cerrada
y oscura “como la boca de un lobo” en que no había luna ni estrellas y en que no se
veían “ni a tres montaos en un burro”.
Así que al terminar de dar la hora el reloj, se abrió la puerta del corral con el cura ya en
el umbral de la misma, y asomó por allí un brazo que lo agarró con fuerza por el cuello
de la sotana y tiró de él hacia adentro... allí sintió que unos brazos robustos lo pillaban
por sorpresa y lo amarraban a un poste que había en el interior del corral.
El padre cura se extrañó un poco de la fuerza de aquellos brazos de mujer y de las raras
costumbres que tenía que tener Mariquita para atarlo al poste, pero la recompensa bien
merecía cualquier desavenencia; sentía el padre cura, no sin cierto temor... cómo le
desabrochaban los botones a la sotana para luego abrirle la bragueta al pantalón,
exponiendo así al frío de la noche sus partes más nobles e íntimas...
Al sentir el padre cura que el frío de la noche alojaba pronto “sus noblezas” en lugar
caliente y blando, muy callado y sin decir palabra entendió que las cosas marchaban en
buen curso, y comenzó a gemir de placer en el pensamiento de que había llegado el
momento a tan celestial recompensa para su voto de castidad; mas ¡ayy...!, no se había
dado aún cuenta el buen hombre que quien lo había amarrado al palo no era Mariquita
sino el molinero...que se marchaba en la oscuridad, dejándole allí sólo y medio desnudo
en tan bienaventurado encuentro...
A ésto que pasaban ya los minutos y después de más de un cuarto la hora... cuando los
sostenidos gemidos del cura comenzaron a convertirse en sudor frío, cuando se dió
cuenta por un mugido, del engaño y humillación al que lo habían sometido y que no era
Mariquita Pérez la que se sometía a su baja pasión, sino más bien un becerrillo que
había parido hacía pocos días la vaca del molinero...
Pero ¡ayy, madre mía!... si el padre cura gritaba o se le ocurría decir “ni esta boca es
mía”, se acercarían pronto los vecinos a ver lo que pasaba e imagínate la imagen que iba
a dar el hombre en tan infame acto; así que decidió esperar como le fuera posible hasta
que el becerrillo se cansara de mamar o el molinero volviera a rescatarlo en un amago
de compasión, de situación tan penosa.
Pero no fue hasta muy poco antes de romper las primeras luces del día en que se abrió
de nuevo la puerta del corral y dos manos robustas desataron la soga que le aprisionaba
irremediablemente al poste por pies, cintura y manos.
El pobre cura cayó al suelo entre el cansancio, el sueño, la vergüenza y el tremendo
escozor y dolor que hacía arder su miembro viril; lo sacaron de allí a hombros hasta la
puerta... y allí lo dejaron “tirao” como a un perro... ¡madre mía!... en que se vió el padre
cura en volver a su casa como pudo, medio sangrando, “lastimao vivo”... decían que
estuvo malísimo por las heridas y por la infección que le produjo el hambriento becerro
y que casi un mes anduvo sin pisar la calle... en que a punto estuvo incluso, de morirse.
Decía mi padre que cuando ya se puso bueno, un día que se atrevió a salir a la calle...
aunque andaba aún como un cadáver... se vino a cruzar de frente una vez más con
Mariquita Pérez que iba a misa como siempre, y en lo que Mariquita ni corta ni
perezosa y con salero serrano y alegre se dirigió a él diciendo:
“Padre cura, ¿al ñaca...?”.
Muy nervioso el padre cura, mientras un sudor frío le recorriá todo el cuerpo al recordar
la noche pasada en el corral un mes antes, muy pronto le respondió:
“Mira Mariquita, ni al ñaque ni al ñaca...
que el que quiera amamantar a un becerro,
que se vaya comprando una vaca”.
- FIN -
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