El legado italiano de Federico II Hohenstaufen

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El legado italiano de Federico II Hohenstaufen
Doña Ana Pujol-Soliano
Licenciada en Historia Moderna
DEA en Historia de América
Facultad de Historia Universidad de Barcelona
Introducción
Federico II es sin duda una de las figuras más fascinantes y sugerentes
del Medievo. Su historia está estrechamente ligada al sur de Italia, como rey
de Sicilia y Apulia, donde desarrolló una política y realizó unas obras de tal
envergadura que originaron un período de esplendor como nunca antes se
había visto.
La vida de Federico, desde su nacimiento hasta su muerte,
estuvo
envuelta de un halo de misterio. Su madre, Constanza de Altavilla heredera del
reino de Sicilia, se quedo embarazada a los siete
años de casada con casi cuarenta, edad en que una
mujer de la época ya
era considerada
estéril.
Estaba a punto de finalizar 1194 y la comitiva real se
encontraba camino de Palermo para que la reina
diera a luz pero, en la víspera de Navidad, debido a
los rigores del invierno, tuvo que detenerse en la
pequeña ciudad de Jesi en la marca de Ancona. Ahí
el 26 de diciembre, en una humilde tienda levantada
en medio de la plaza principal, nació el futuro
emperador cuyo alumbramiento fue público para
que nadie discutiese su legitimidad.
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Conocido como Stupor Mundi por la magnitud de sus posesiones que se
extendían desde Alemania hasta el sur de Italia, a las que más tarde se
añadiría el reino de Jerusalén tras su matrimonio con Jeane de Brienne,
Federico II heredó de su madre Constanza, hija primogénita y póstuma del rey
normando Roger II de Altavilla el reino de Sicilia, y de su padre, el suevo
Enrique
de Hohenstaufen, hijo de Federico Barbarroja, el Sacro Imperio
Germánico. Fue bautizado en la catedral de San Rufino de Asís,
nombres de Federico Roger en honor a sus dos
con los
abuelos, después del
bautismo la comitiva real se trasladó a Palermo.
Pronto se entablo una batalla por la educación del pequeño Federico,
entre su madre que pretendía que se formase en Italia y su padre que quería
que lo hiciese en tierras germánicas. Parecía que los designios paternos
habían ganado la batalla pero fue el azar el que determinó su destino. El
futuro emperador iba ya a trasladarse a Alemania, cuando Enrique VI, al
regresar de una partida de caza a orillas del Etna, fue víctima de una crisis de
malaria que acabó con su vida el 28 de diciembre de 1197. Poco antes de su
muerte Enrique, que durante toda su vida había batallado por hacer del Imperio
una monarquía hereditaria, logró coronar a su hijo rey de los Romanos con
apenas dos años, abriéndole así las puertas del futuro Imperio y del reino de
Alemania.
La educación en Sicilia fue un elemento fundamental para formar su
personalidad, donde la civilización normando-árabe-bizantina de la isla no
solamente le familiarizó con la fe de los cristianos, sino también con el Islam y
el judaísmo. El continuo contacto con las diversas culturas le estimuló para
aprender lenguas extranjeras, se dice que hablaba nueve. Era muy joven
cuando ya manifestó sus simpatías por la cultura musulmana, inclinación que
mantuvo a lo largo de toda su vida.
Constanza, al igual que había hecho Enrique con Alemania, quiso
asegurar el reino italiano para su hijo, y, así, el 17 de mayo de 1198 en la
catedral de Palermo, el pequeño Federico con tan solo 4 años, fue coronado
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Rey de Sicilia, duque de Apulia y príncipe de Capua. No obstante pocos
meses le duraría la protección de su madre, ya que poco después, el día 27 de
noviembre de ese mismo año, moría Constanza. Como Sicilia era feudo de
Roma, en su lecho de muerte la reina nombró regente y tutor de su hijo a
Inocencio III. El consejo de familia, compuesto por personas indicadas por la
difunta reina y elegidas entre los arzobispos de Sicilia,
a cuyo frente se
encontraba el obispo de Troia, Gaultier de Pagliara, se encargo de la educación
del joven rey. Pero el 26 de diciembre de 1208, en cuanto Federico alcanzo la
mayoría de edad, informó al Papa que su tutela había terminado, que disolvía
el consejo de familia y que gobernaría en solitario.
Sin embargo las presiones del Papa para que no se unieran las coronas
de Sicilia y Alemania, no cejaron. Convenció a Federico para que contrajese
matrimonio con la princesa Constanza de Aragón, hermana del rey Pedro II y
viuda de Aymeric de Hungría. La ceremonia de la boda se celebró el 10 de
agosto de 1209 en Palermo. La reina, diez años mayor que su marido, tuvo
una favorable ascendencia sobre él. Su influencia se manifestó en el amor que
le inculcó por la poesía y por la música a la vez que le ayudó a convertirse en
un auténtico soberano. Los 500 soldados aragoneses, que conformaban la dote
de la reina, y la presencia de su cuñado Alfonso de Provenza, que
desgraciadamente murió al poco tiempo víctima de una epidemia de peste,
contribuyeron a proporcionarle la seguridad que necesitaba para fortalecer su
reino.
Mientras tanto en el norte de Europa seguía el enfrentamiento por la
corona imperial, Germania y Lombardía estaban divididas entre el partido
güelfo, cuyo jefe era el sajón Otón de Brunswick y, el partido gibelino
representado por el suabo Filippo de Hohenstaufen.
Presionado por el Papa, que dejo de apoyar las pretensiones imperiales
de Otón cuando este quiso recuperar por las armas
el reino de Sicilia,
Federico se decidió a viajar a Alemania. Nada más llegar fue coronado
simbólicamente en la catedral de Magnucia, pero la verdadera coronación tuvo
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lugar en Aquisgrán el 25 de julio de 1215, la ceremonia, frente al sepulcro de
Carlomagno, estuvo revestida de toda la solemnidad sacramental que se
requería para la ocasión.
La muerte de Inocencio III dejó las manos libres al emperador en Sicilia
y Alemania. Para asegurarse la sucesión, Federico II hizo que el nuevo Papa
Honorio III coronase a Enrique, su joven vástago, como Rey de los Romanos.
Una vez solventados los problemas sucesorios, el emperador decidió regresar
a su amada Italia, dejando en Alemania a su hijo que adoptó el nombre de
Enrique VII.
Dieta de Capua
Al llegar a Italia el emperador reunió a un grupo de notables en la
Audiencia de Capua, lugar donde, el 17 de diciembre de 1220, se promulgó
una nueva constitución de veinte capítulos que restablecería el poder real
donde había sido usurpado por las ciudades, los nobles o la Iglesia. La dieta de
Capua sentó las bases de las posteriores actuaciones del monarca. Durante su
minoría de edad los barones habían gobernado en el reino de Sicilia con total
impunidad, las nuevas disposiciones iban encaminadas a frenar y disminuir sus
privilegios. A partir de esa fecha no podrían disponer de vasallos, estarían
obligados a devolver a la corona las tierras procedentes de la curia regia que
no tuviesen carta de concesión, no impartirían justicia, ni construirían castillos
ni se casarían sin consentimiento del rey. Gracias a estas leyes más de
doscientos castillos pasaron a pertenecer a la corona.
Con la nueva constitución que limitaba el poder de los grandes
feudatarios, pero favorecía a la pequeña nobleza que le proporcionaba
soldados y, a la burguesía de donde seleccionaba a sus funcionarios, Federico
II restauró su autoridad en el reino. Todas estas disposiciones condujeron a
que Sicilia se convirtiese en el primer estado unitario y centralizado de toda
Europa, posibilitándole un gran auge económico.
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Problema musulmán
Sicilia y Apulia, a diferencia de Alemania, no habían conocido el
feudalismo. Después de formar parte del Imperio Romano, del que Sicilia fue
su granero, estos territorios fueron gobernados por un tiempo por los exarcas
bizantinos y posteriormente pasaron a manos de emires musulmanes que se
instalaron en Siracusa, Palermo, Catania y Mesina y no permitieron que los
hacendados del lugar acumulasen tierras ni que erigiesen feudos hereditarios
en sus dominios.
El poder árabe se debilitó por las peleas intestinas entre los distintos
emires, propiciando la conquista normanda de Sicilia. Cuando accedió al trono,
Roger II de Altavilla implantó en su nuevo reino una administración basada en
las tradiciones del ducado de Normandía y en las leyes de los califas omeyas.
Sin embargo la tolerancia de los primeros reyes normandos hacia los
musulmanes, que les permitía conservar su fe, su cultura, su lengua y sus
costumbres, se vio restringida con el progreso de los cristianos latinos. Ante el
aumento de la presión, abandonaron las ciudades y se refugiaron en las
montañas desde donde reanudaron los
lazos con las comunidades
musulmanas del norte de África lo que provocó una serie de rebeliones. Para
solventar el problema, el emperador tuvo una brillante idea; mandó trasladar a
unos 16.000 sarracenos de las montañas sicilianas a las llanuras de Apullia y
los asentó en la ciudad de Lucera, antiguo puesto militar romano. En un lugar
de tradición cristiana
les aseguró la libertad religiosa y la construcción de
mezquitas, les permitió continuar con su cultura, les donó tierras de cultivo y
todo a cambio de servicios militares que ejecutaron con absoluta devoción
hacia Federico II, convirtiéndose en la caballería de elite del ejercito imperial.
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Universidad de Nápoles
Federico II quería funcionarios no solo bien preparados jurídicamente
sino con vocación de servir al reino siguiendo sus directrices políticas.
Este fue el principal motivo por el que en 1224 se fundó la Universidad
de Nápoles, primer centro laico y estatal, cuya mezcla de culturas atrajo a los
mejores docentes y discípulos de toda Europa.
El primer rector de la nueva universidad fue Roffroi de Benevento, lo
había sido antes de la de Bolonia, la más antigua y prestigiosa de la península.
En Nápoles se enseñaba derecho civil romano, los tratados de Cicerón,
los fallos dictados por el Senado de la República, las Pandectas de Justiniano,
derecho administrativo, historia y geografía. Estos estudios, junto al espíritu de
crítica y libre examen, pronto la diferenciaron de las otras instituciones cuyos
estudios se centraban en el derecho canónico fundado en la interpretación de
las escrituras y principio de autoridad.
Pero lo verdaderamente innovador fue que los alumnos eran instruidos,
alimentados y alojados a cargo del estado y podían elegir libremente las
materias y a sus profesores. A cambio debían comprometerse a que al acabar
sus estudios trabajarían a beneficio del reino y no se irían al extranjero,
cualquier infracción a esta regla comportaba severas penas.
En poco tiempo esta universidad contó con unos 15.000 alumnos y pasó
a ser la mayor y más moderna de toda Europa.
Escuela de medicina de Salerno
Federico II, apasionado de la medicina, promovió la escuela de medicina
de Salerno al sur de Nápoles que, debido a su situación privilegiada y clima
favorable, se convirtió en un lugar apropiado para acoger a enfermos y
convalecientes, dando lugar a un centro de excelencia médica que rivalizaba
con escuelas similares en Alejandría, Bagdad y Córdoba.
Cuenta la leyenda
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que su creación se debe a un griego (Ponto), un cristiano (Magíster Salernus),
un musulmán (Adela) y un hebreo (Helino). Sus fundamentos se basaban en la
síntesis de la tradición greco-latina complementada por las nociones
provenientes de la cultura árabe y judía. Los alumnos, sometidos a una
severísima selección, recibieron una enseñanza práctica y teórica centrada en
un profundo conocimiento del cuerpo humano que se aprendía con
la
observación de la disección de cadáveres. Además de medicina y
farmacología, los
alumnos estudiaban cirugía, matemáticas, astronomía y
química. Para la obtención del título, que permitía el ejercicio de la medicina,
se necesitaban seis años de formación, al final de este periodo se pasaba un
examen público frente al equipo de maestros de Salerno.
Pronto el prestigio de esta escuela de medicina se extendió fuera de sus
fronteras.
Constituciones de Melfi
Federico II gobernó con férreas constituciones que representaban su
visión del Estado y, así,
consiguió ordenar su extenso imperio. Las más
conocidas fueron las Constituciones de Melfi que reorganizaron el reino de
Sicilia como una monarquía absoluta unitaria con un gobierno laico y
centralizado, un concepto del todo innovador en una época en la que en
muchas partes de Europa imperaba el feudalismo.
Considerado el mayor legislador del Medievo creó un nuevo códice; el
Liber Augustalis, que vio la luz el 1 de mayo de 1231, siguiendo las ideas
políticas del emperador Augusto que mantuvo la paz en sus territorios, uno de
los principios considerados fundamentales por el emperador junto con el orden
y la justicia. Sin embargo para formular estas leyes también se inspiró en
Justiniano cuyas Instituciones representaban un grandioso esfuerzo por
ordenar asuntos de estado. Aunque mantuvo la tradicional concepción del
derecho divino, introdujo una novedad; el principio de necesidad por la que el
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emperador aseguraba la protección y supervivencia de sus súbditos, haciendo
prevalecer el interés común sobre el particular.
El códice federiciano se dividía en tres libros:
•
El
primero establecía las
normas para mantener el orden público y las
relativas a las competencias de los funcionarios reales
•
El segundo constaba de los procedimientos civiles y penales
•
El tercero alternaba normas de derecho privado, penal y feudal
Una serie de decretos regulaban todos lo hechos y gestas de la vida
cotidiana desde la delimitación de los campos hasta los impuestos, por su
laicismo escapaba del poder temporal y espiritual de la Iglesia.
El Liber Augustalis fue, también, una auténtica revolución para le época
al garantizar la libertad de todos sus súbditos protegiéndoles de los abusos de
los barones. A las mujeres les reconoció una nueva dignidad humana y jurídica
como sujeto de derecho y no solo objeto como sucedía hasta esa fecha.
Para facilitar su gobierno dividió el reino en dos capitanías; Sicilia y
Apulia, cada parte tenía diferentes altos cargos y distintas redes de
funcionarios aunque todos dependían directamente del Emperador. Aquellos
que ejercían labores administrativas y judiciales permanecían en el cargo tan
solo un año salvo alguna excepción.
Este nuevo concepto del estado, central y unitario, se articulaba a través
de la Magna Curia, la gran corte imperial, formada por siete oficiales o ministros
de la corona, pero todos los cargos eran nombrados por el rey que era la
fuente de todo poder y el garante de la paz y de la justicia.
Politica matrimonial: durante los períodos de paz, la política
matrimonial fue la mejor arma de Federico I para llevar a cabo su política
imperial. Viudo de Constanza de Aragón se casó por segunda vez con
Yolanda, la jovencísima hija del rey de Jerusalén Juan de Brienne. Esta corona
estaba rodeada de una aureola de gran prestigio aunque solo fuera de carácter
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simbólico pues la ciudad estaba en manos de Saladino desde 1187.
El rey
Juan, cuya reputación estaba bajo mínimos después del desastre de la quinta
cruzada, entregó a su hija de 14 años en matrimonio a Federico II. Entre otros
intereses, lo que movía al Emperador en esta unión era cumplir su sueño de
anexionar Tierra Santa a Sicilia y al Imperio.
La boda imperial se celebró el 9 de noviembre de 1225 en Brindisi y
poco después la nueva emperatriz fue instalada en el palacio real de Palermo
donde, a pesar del gran fasto que la rodeaba, llevó una vida prácticamente de
reclusa y fue muy desgraciada. Sin embargo este matrimonio duró tan solo 30
meses, en mayo de 1228 Yolanda moría en Andria, Apulia, días después de
haber dado a luz un niño que fue bautizado con el nombre de Conrado y
sucedería a su padre en el trono de Sicilia.
A la muerte de su segunda esposa, el papa Gregorio IX le urgió
a
casarse, por razones políticas. Esta vez la novia era la princesa Isabel, hija
del rey Juan I de Inglaterra, popularmente conocido como Juan sin Tierra y de
Isabel de Angulema, hermana de Enrique III y del príncipe Ricardo de
Cornualles. La ceremonia de la boda tuvo lugar en la catedral de Worms el 15
de julio de 1235. El contrato matrimonial tenía cláusulas políticas de gran
importancia para Federico. Una de las condiciones impuestas a los Plantagenet
era que depusieran su apoyo a los güelfos, enemigos histórico de los
Hohenstaufen (gibelinos).
Isabel, a pesar de su juventud y belleza, no corrió mejor suerte que su
predecesora pues se le asignó una residencia en uno de los castillos sicilianos
donde su marido la rodeó de eunucos encargados de su custodia. Trajo al
mundo tres hijos; una niña y dos varones. Murió prematuramente el 1 de
diciembre de 1241, a los 27 años.
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Castillos federicianos
Durante los últimos treinta años de su reinado, Apulia su región favorita
pasó a ser el centro del nuevo estado unitario donde los castillos eran el
símbolo de la presencia del emperador en el territorio. Ahí se reunieron los
mejores pensadores de la época y su corte se convirtió en un centro cultural y
científico de renombre en todo el mundo. Federico II encarnaba el arquetipo del
personaje medieval, rodeado de astrólogos y astrónomos, no tomaba una
decisión sin consultar a los astros, convencido de su influencia en las acciones
humanas.
La arquitectura desempeñaba un papel simbólico y propagandístico
donde los castillos y palacios eran concebidos por el soberano como signo
visible de su poder. De hecho se trataba de estructuras polivalentes que
cumplían distintas misiones, defensivas, residenciales o administrativas.
Durante estos años del reinado de Federico II, se llevó a cabo una intensa
labor de construcción como fruto de la revisión del sistema defensivo y de la
gestión de los territorios
Sin embargo el gran cambio de costumbres que se había producido en
la corte, incorporando a la vida cotidiana la fastuosidad de los palacios de
oriente, hizo que algunos de los castillos ya se construyeran como lugares de
recreo o como pabellones de caza. Para su ubicación se eligieron unas zonas
rodeadas de bosques y otras abiertas para las rapaces. Su gran afición a la
caza la inmortalizó en un tratado de cetrería De Arte Venandi cum Avibus que
alcanzó una gran fama e incluso hoy sigue siendo un texto fundamental para
los estudiosos de las rapaces.
Los castillos federicianos se caracterizaban por la simetría y regularidad
de sus formas geométricas, generalmente tenían una planta cuadrada con una
torre en cada esquina, alrededor del patio interior y a lo largo del perímetro se
organizaban las estancias cubiertas. Los diseños geométricos estaban
tradicionalmente ligados a números con significados simbólicos y religiosos que
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alcanzaron su cenit en el castillo de Castel del Monte, obra cumbre del reinado
de Federico II, donde las formas octogonales se repetían casi obsesivamente.
Castel
del
Monte:
la
poliédrica
personalidad del emperador culminó
con la construcción de este castillo. Los
elementos culturales del norte y sur de
Europa, del mundo musulmán y de la
antigüedad clásica se fundían y dieron
origen a una obra de arte maestra. El
magnífico
edificio
encarnaba
a
la
perfección el concepto de poder de
Federico II.
Tan solo se ha encontrado un documento de la época que hiciese
relación a la construcción de Castel del Monte; una orden emitida el 29 de
enero de 1240 por la que el rey conminaba a Ricardo de Montefusculo, Justicia
de la Capitanata, que comprase cal, piedra y todo cuanto fuese necesario para
edificar una morada.
Aparentemente aislado y periférico, el castillo se levantó bien visible no
lejos de la vía que unía Andria y Gravina, en una colina a 540 mts sobre el nivel
del mar. Federico II, apasionado de la astronomía e identificado con el astro
rey, eligió para la construcción de Castel del Monte un lugar inundado de sol
durante todo el día, y donde al caer el crepúsculo se produjese un hermoso
juego de luces y sombras.
A pesar de que algunos historiadores lo han considerado un elemento
esencial dentro de la red de castillos planificada por Federico II, otros le niegan
su función defensiva puesto que carecía de los elementos típicos de una
fortaleza medieval como el foso y el puente levadizo. Los constantes debates
sobre el uso que se le dio a Castel del Monte no han llegado a una conclusión
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definitiva y aún hoy siguen siendo objeto de estudio. De todas formas el lujo y
refinamiento de los detalles y de las esculturas conducen a pensar que se
construyo como residencia.
Donde parece haber un mayor consenso es en el papel que jugó la
cetrería, pasión del rey heredada de su padre Enrique, en la elección de la
situación geográfica para la edificación de Castel del Monte.
Sin embargo no se sabe si el castillo se terminó antes de la muerte de
Federico II y por tanto si pudo llegar a vivirlo.
Una de las
historias más
extendidas es la de que, por ironía del destino, los únicos Hohenstaufen que lo
habitaron fueron los nietos del emperador, hijos de Manfredo su vástago
favorito, y lo hicieron en calidad de prisioneros.
A pesar de que no han sido demostradas, han circulado múltiples y
variadas teorías sobre cómo se edificó el castillo. No cabe duda de que el
esoterismo tuvo un papel fundamental pues su impronta se percibe por todo el
edificio. Es incuestionable que el ocho, símbolo del infinito, número sagrado
para el culto solar egipcio, se repite persistentemente; el castillo tiene ocho
torres octogonales que giran en torno a un cuerpo asimismo octogonal. No hay
que olvidar que
los templarios, de los que no se descarta algún tipo de
intervención, como dice el historiador Raffaele Nigro en su obra Viaggio in
Puglia, construyeron edificios octogonales por razones esotéricas. Con la
construcción de Castel del Monte y la identificación del emperador con el astro
rey, parece ser que Federico II quiso demostrar la supremacía del imperio
frente al papado.
Construcción: El cuerpo central era un octógono en cuyos ángulos se
erigían unas torres, también de ocho lados.
Por la entrada principal se accedía a un patio octogonal que tenía un
gran contraste cromático donde se repetían tres materiales; piedra calcárea,
mármoles y grava coralina, como en todo el resto del edificio.
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La planta baja estaba reservada para los poetas y sabios que rodeaban
al emperador; ocho piezas se abrían al patio central cuyo pavimento estaba
recubierto de mosaico de mármol de colores. Por unas escaleras de caracol
situadas en cada una de las torres,
se subía al piso superior que estaba
reservado para el Emperador y los dignatarios de la corte, donde se
encontraban ocho estancias más entre ellas la sala del trono. La terraza se
extendía a lo largo del tercer nivel, desde donde
la vista se perdía en el
horizonte a la vez que suscitaba una sensación de infinito.
Una parte de la azotea estaba inclinada y servía para recoger el agua de
lluvia que descendía hasta las cisternas. Desde ahí, a través de un sistema de
tuberías, empotradas en los muros, se suministraba agua a la fuente octogonal
situada en el patio central (hoy en día destruida) y a los baños e instalaciones
sanitarias de los distintos pisos, lo que supuso una gran innovación en Europa.
En la simbología medieval a cada número le correspondía un significado.
El número ocho se identificaba con el tránsito de la tierra al cielo, de lo finito a
lo infinito, del tiempo a la eternidad. El castillo ha sido calificado por algunos
historiadores como morada de un hechicero, próximo a la intersección entre la
magia y las matemáticas.
Se puede afirmar que Castel del Monte fue la imagen que mejor encarnó
la grandeza de Federico II y representó a la perfección su concepción del “arte
al servicio del poder”.
Muerte del emperador
El lupus conocido como “fuego sagrado” y la disentería que devastó sus
vísceras acabaron con Federico II cuando se dirigía a Foggia desde Lucera.
Tan grave se puso que la comitiva no pudo llegar a su destino y tuvo que
pararse por el camino en el castillo de Castel Florentino, donde le alcanzó la
muerte el 13 de diciembre de 1250, faltaban tan solo 13 días para su 57
cumpleaños.
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Cuando el emperador se dio cuenta de donde se hallaba y estando ya a
punto de morir, se acordó de la profecía del astrólogo y filósofo Michele Scoto
que vaticinó que sus días acabarían delante de una puerta de hierro en un
lugar cuyo nombre estaba formado por la palabra flor.
A su lado solo se encontraba su hijo Manfredo, el preferido. Su madre
Blanca Lancia que había sido el gran amor del emperador y con la que tuvo
otras dos hijas; Constanza que sería emperatriz de Nicea y Violante futura
condesa de Caserta. Todos ellos fueron legitimados en articulo mortis por la
reglamentación del matrimonio de su madre.
Al ver que se acercaba su hora mandó llamar al notario de Brindisi para
dictarle su testamento; El Imperio y el reino de Sicilia iban para su primogénito
Conrado, si este moría sin hijos pasaba a su hermano Enrico y por último a
Manfredo. Dispuso a su vez que durante las estancias de Conrado en
Alemania, Manfredo quedaba como regente en los reinos de Italia y también se
le otorgaba el Principado de Taranto.
Una vez asegurada la continuidad de la dinastía en el seno de su familia
quiso morir en paz con la Iglesia. Mando restituir todos los territorios que había
conquistado a los Estados Pontificios a cambio de que el papa reconociera los
derechos imperiales de los Hohenstaufen.
Como correspondía a su condición de rey y emperador, su cadáver fue
inhumado con todo boato en la catedral de Palermo junto a los restos de su
madre y su primera esposa Constanza.
La figura de Federico Hohenstaufen encarnó como ninguna otra la fusión
entre el mundo medieval y el moderno. El Medievo representado por su idea
del mito imperial, un poder universal que le venía directamente de Dios.
Mientras que su manera de entender
la cultura, desde una perspectiva
integradora y general del saber humano, sin hacer distinciones entre cristianos,
musulmanes o hebreos junto con su visión política abierta, escenificaban una
modernidad que hoy se calificaría como “ecuménica”.
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Bibliografía
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Ediciones. Barcelona 1989
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Riccardo Patron, 2ª ed. Bologna 1966
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KANTOROWICZ, Ernst. Federico II Imperatore. Aldo Garzanti Editore. Italia
1976
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NIGRO, Raffaele. Viaggio in Puglia. Ed. Laterza. Bari 2009
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TRAGNI, Bianca. Il mitico Federico II di Svevia. Ed. Adda. Italia 2010
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