Fernando Marttell cámara CANTO A LAS SALITRERAS del norte Registro Propiedad Intelectual Nº 107.237 PRIMERA PARTE 1 Se cansó el mar de cantar en mis versos y afloró el óxido del hierro, el humo detenido, el engranaje estancado, la calamina perforada, la grieta profunda de las casas. Nada quedó aquí y aquí todo se quedó: calles polvorientas, ruinas espectrales, estructuras frías, cruces resecas, pájaros vacíos, rieles derrotados, banderas hundidas, agua evaporada, árboles inconclusos, primaveras rotas… ¿Y el hombre? ¿En qué secreto abismo quedaron escondidos sus cráneos? ¿Dónde están sus risas y sus ásperas manos? ¿Dónde, la cabellera, el beso, las pisadas? ¿Quién puso soledades duras sobre sus huesos? ¿Quién edificó sobre ellos hondonadas ciegas? ¿Quién encendió en estas salitreras, la negra luz del silencio? Porque aquí el invierno tiene su nido de escarcha, aquí el otoño detuvo su paso de hojas huecas, aquí el verano martilla, incansable, los techos corroídos, aquí el viento canta y remolina remeciendo viejos fantasmas mohosos. ¿Pregunto entonces si la gota de sudor y la lágrima confundiéronse con la sal petrificada? ¿Si la raíz encontró, más allá de los huesos, la copa transparente y sonora de las aguas subterráneas? ¿Si los años son garras amontonando hierro, madera, cal, amores, vestimentas, viejas cartas en la orilla de la boca insaciable del olvido? ¿Si el silencio profundo conoce el secreto de los pasos y las voces indescifrables de los muertos? Pregunto, y la voz rebota en el metal cansado y la piedra machacada y su eco se apaga enredado en sílabas ciegas, en el vacío. II Desierto nortino, acumulaste salitreras y dejaste para ti los muros y el hierro, la borra gris y dura como estalactita, el vaso quebrado, los catres torcidos, las raídas vestiduras, el libro deshojado, el pan negruzco y deshilachado en duras migas. Te dejaste para ti todas las estrellas, la noche neblinosa, el mineral desgranado.. Ahora te pertenece la pulpería desierta, el teatro vacío, el kiosco de retretas, la polea desnuda, la maquinaria callada, la plaza vencida y los largos caminos inundados de soledades y ventarrones. III Aquí nada y todo quedó bajo el sol y a pesar de tanto sol todo es frío como témpano glacial. Y a pesar de tanta luz todo es gris como crepúsculo invernal. ¿Cómo entonces vamos a encontrar la dura sed, la fuerza bruta, el áspero sudor del hombre?. ¿Cómo vamos a encontrar su ancha sombra perdida en medio de tanto polvo y vacío?. Si hurgamos debajo de estos fierros dormidos o si escarbamos aquellas costras explosadas quizás salga alguien a decirnos de su historia y del tiempo vivido hecho pedazos. Tal vez aparezcan de nuevo el carrilano, el patizorro, el maceta, el aguador, el puntero, el barretero, el cateador, el socabonero, el chullero, el falqueador. Quizás asomen otra vez el bombillero, el chanchero, el taponero, el pesador, el mostrero, el ripiador, el rayador, el canalero, el canchero, el arrenquín. Ojalá vengan todos ellos y más y nos cuenten de su brevedad de pétalo caído y de su existencia de aerolito precipitado. IV Mi voz, hermano, viene hoy con un galope de algas y vuelos lineales de pájaros marinos, a rescatarte desde donde te sepultó el olvido: “Sal con tus herramientas y trae contigo el pan, el vino, la ración diaria y deja en el aire tus palabras ayer. Recoge tu pala y tu barreta y ven a vivir el tiempo suspendido. ¡Ven a romper los cristales paralizados de la sal ! Levanta nuevamente tu habitación devorada, enciende el fuego, la hoguera rumorosa y siéntate con tu mujer a la mesa palpitante. Acuna otra vez, obrero, en tus brazos turbulentos a los hijos del nitrato. Para que en este desierto de ruinas inmóviles germine el sueño, crepite la chispa, la flor que esperaste, la rosa que te fue negada. V Nada quedó, sin embargo, del esplendor de ayer que, en otras latitudes, fue duro metal brillante. Y lo que aquí fue sangre allá fue jolgorio Y lo que aquí fue harapos allá fue luz Lo que aquí fue herida allá fue champagne. Lo que aquí fue cepo allá fue carnaval. Nada y todo quedó del hombre en este desierto de sol y camanchaca, sólo polvo carnal confundido, maderas carcomidas, flores azotadas, gorjeos extinguidos, huesos deshechos, lágrimas astilladas, oraciones interrumpidas, pétalos de papel. Nada, en estas abandonadas y solas calicheras… (Y en lo inhabitado la muerte abstracta enarbola, implacable, su espiga vencedora). SEGUNDA PARTE OFICINA SALITRERA SANTIAGO HUMBERSTONE: Mitad silencio, mitad olvido, en donde la muerte ha clavado su dentadura enmohecida y los días infértiles arrojan el luto de sus espinas. Aquí estoy, estatua despeñada, he venido con mi corazón surcado de gaviotas a golpear tus puertas frías, buscando en cada una de tus habitaciones algún gemido, alguna risa olvidada. ¿Dónde está la novia que miraba por esta ventana la silueta de su amor? ¿Qué fue de aquel que besó y soñó y abrazado a la negra noche se durmió entre sábanas metálicas y almohadas fugitivas? ¿Qué insondable abismo se tragó el bullicio de los niños a la hora del almuerzo?. (Que alguien en este hondo silencio me señale, entonces, la filosa espada, la bala, la horca, el artefacto letal con que se asesinó la magnitud de tu esplendor). Ya no hay nada… ni nadie, sólo la acústica de mis pasos rebotando en las paredes descascaradas, como péndulo en una campana. Aquí estoy, caballo desplomado, en tus calles tendidas al sol, como vacío cadáver apuñalado, mirando, atravesado de crepúsculos sombríos el sitio eriazo y mudo donde, alguna vez, se levantó la casa que de niño habité. ¿Qué ajenas manos la desvistió y se llevó hasta el último madero?. (¿Qué chacal o buitre furtivo me despojó del ayer?) ¿Y quién puso en este lugar precipicios más duros aún que una lluvia de olvidos? Ya no hay nada, Sólo oscuras aves graznando en las chimeneas. No hay nada, amor, nada de antaño. ¡Quién sabe quién lo devoró! OFICINA SALITRERA SANTA LAURA: Déjame caminar por tus calles y hurgar en cada rincón sombrío con esta mirada de ola, con estas manos llenas de escamas. Muéstrame la ventana caída, la bisagra partida, la huella silente, la tabla agrietada, el vidrio astillado, el tenedor fatigado, la palmatoria derretida, la llave perdida, el estanque vacío. Enséñale a estos ojos asombrados tu nueva legión de otoños desnudos las invisibles aves de la escarcha y la sed, los ramajes secos, tus jirones inmóviles. Déjame verlo todo antes que el tiempo te arroje su lúgubre alud y borre para siempre tu actitud de ave dormitando. OFICINA SALITRERA VICTORIA: ¿Quién pasó por tus calles y tus casas y dejó todo en el suelo?. ¿Acaso fue alguien más grande que los eructos de algún volcán furioso? ¿Más feroz que una andanada de rayos? ¿Más terrible que un terremoto? ¿Más poderoso que un huracán? Dime quien llamó a tu puerta y te arrojó un silencio de trébol arrancado. Porque ahora sólo hay escombros y duros cimientos como si nunca nadie te hubiese habitado Y aquí, donde antes hubo una plaza, una esquina, un jardín, ahora no hay nada. Nada, como si una gran ola de sombras cubriera la estrella apagada OFICINA SALITRERA SAN ENRIQUE: ¿Quién se llevó tus días Ayer agitados como banderas? ¿En que soledad profunda y amarga se ahogó tu aullido de metales y risa? ¿Quienes demolieron, descuartizaron y devoraron tu cadáver de luces y brumas? ¿Quién dejó en tu vientre una oscuridad de ecos y cenizas? ¿Y los ruidos lejanos de tus noches? ¿Y la luz amarillenta de tus ampolletas? ¿Y la chimenea humeando? ¿Y la carreta cargada de bolones? Nadie responde en este silencio de remolinos y difuntos. Nadie contesta en esta soledad de rumores y lutos. Nadie queda. No hay nadie. (Sólo sollozos lúgubres entre los muros caídos). OTRAS OFICINAS Y PUEBLOS DE LA PAMPA Bellavista es un sombrero chamuscado, Peña Chica es una cuna vacía, Slavia es una campana sepultada, Kerima es una vitrola en silencio, San Manuel es un pañuelo arrugado, Buenaventura es un beso sombrío, Anita es una estrella tumbada, San José es un anillo oxidado, California es un volantín inerte, Rosario de Huara es una herradura obsoleta, Pan de Azúcar es un poste caído, Agua Santa es una carta al viento, Santa Catalina es una locomotora descarrilada, Santa Rosa es un galope lejano, Esmeralda es una mesa astillada, Slavonia es un juguete perdido, San Donato es un disco torcido, Nena Vilana es una ampolleta fría, Constancia es una camisa quemada Maroussia es una niña ausente, La Noria es una sombra asesinada, San Antonio es un árbol desnudo, Puntunchara es un libro enterrado, Mapocho es un banjo triturado, La Coruña es una lágrima ciega… Oh, Pampa Tarapaqueña, ¿Cuántas salitreras desaparecieron en tu abrupto arenal? ¿Y cuántas son las que aún quedan esparcidas y con las alas quebradas en mitad del vuelo, por todo tu territorio?. ¿Cuántas en tu otoño eterno? MUJER PAMPINA Mujer de beso y lumbre, mariposa, vertiente, enredadera, acero, guirnalda y cordillera, anónima flor, piedra y cauce, fulgor, volcán, estrella. ¿Dónde te encuentras ahora, lejos del umbral soleado de tu casa? ¿Dónde están tus chancletas, el delantal, tu peine, la escoba, tu vestido de domingo? ¿En dónde, entonces, amamantas y meces a los hijos del desierto? ¿En dónde quedó tu corazón que ayer era una locomotora? ¿Y las grietas de tus manos? ¿Y tus tardes románticas?. ¿Y tus cabellos de negra ceniza?. ¿Y tus mejillas, los suspiros, tu pecho sacudido, la paloma de tu boca?. Oh, mujer, golondrina y tamarugo, salitre, roca y luna llena sin tu presencia el desierto jamás volverá a vestirse de primavera!. NIÑOS Y NIÑAS DE LA PAMPA Hijos del obrero, ángeles del sol. Chiquilla de trenzas, muchacho chascón. Gallinita ciega, mocoso lejano, Soldadito de plomo, princesa de ayer. Un, dos, tres, momia, trompo cucarro. Ha llegado una carta, run run, paco librao, Saltar la cuerda, pistola de palo. Caballito de bronce, el luche, muñeca de antaño, Volantín chupete, cambucha de diario, Pasó el anillo, la ronda, bolita de barro, La escondida, el emboque, pelota de trapo La payaya, carrito de alambres y tarros. Niños y niñas de la pampa, remolinos del desierto, jugando para siempre en el ayer estos juegos hoy casi olvidados. LINEAS DE TREN PAMPINO: Relámpagos rectos, estambres de acero, hilos de agua dura, estelas de metal. (¿Fue el olvido la razón de su muerte?) Por aquí pasaba ululante hacia el Sur o hacia el Norte, el Longino de las 7 A. M. y a media tarde, pasaba al puerto un tren cargado de salitre. Vías abandonadas, cicatriz paralela, serpientes inmóviles, escala horizontal. (¿Fue la muerte la razón de su olvido?) Yo he buscado en estos rieles, en estos durmientes oxidados, en el chirrido latiente de su eco, la llamarada fosforescente de su aliento. Pero sólo he palpado orillas negras, rígidas cenizas, gemidos de piedra y sal. (¿Fue la muerte la razón de su olvido?) (¿Fue el olvido la razón de su muerte?) La noche se desmorona sobre los vacíos rieles como una perpendicular lluvia de pájaros sombríos. CEMENTERIO PAMPINO Manantial de roto sudor, párpado reseco, extinguida voz, inmóvil sombra de gallinazo derribado, mariposa helada, reloj quebrado al mediodía, Oh, última morada consumida por la sed; si ya no hay luz en la pupila, ni latido, ni sangre en las azules arterias, ¿Qué queda del hombre bajo tu tierra compacta? ¿Sólo una lluvia de esqueletos sin alborada? ¿Un montón de sueños despeñados en tu abismo? ¿Qué queda si en este desierto los días dejaron caer sus horas negras y la noche lanzó para siempre sus heladas soledades…? Y mientras en tus ennegrecidas cruces sus nombres se borran, el viento eterno azota la descolorida corona y somete sus pétalos sucios a una sinfonía imperfecta como un último homenaje a la edad muerta. (Y por la inmensa pampa nortina pasa veloz el insondable jinete del tiempo con su estandarte funerario). FINAL Si vosotras, oh abandonadas salitreras nortinas, podéis hablar, habladme, una a una, de vuestros vuelos inconclusos. Habladme con voz de piedra y ceniza, con lenguaje de astro invencible, con sonido de viento extendido. Habladme, hablad, semilla ennegrecida, racimo desmembrado, geografía socavada, manantial despedazado, estrella desvencijada, luna desmoronada, roca cercenada, coral abolido, arrecife sacudido, cereal calcinado, lámpara apagada, navío efímero, campana estrangulada, monumento aniquilado. Hablad, habladme y dejad que lleve en mis versos vuestras voces, vuestro canto innumerable hasta el musgo de la roca y la orilla horadada, para guardar vuestro sueño fugaz en ese mar azul de Iquique, en sus oleajes de plata.