Kaldi - Hislibris

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Kaldi
Por IDVS
Kaldi
Aproximadamente, finales del s. VIII D.C- En la actual Etiopía
La atmósfera en la cocina del monasterio era agobiante, olor a estiércol, a pan sin levadura y a
gallinero, a sopas de tomillo y sudor, a hábitos zurcidos de lana burda. En la penumbra iluminada por
las brasas del fuego central, los doce frailes callados, mirándose por el rabillo del ojo, esperaban la
historia que el anciano abad les contaría cuando quisiera, no era cuestión de darle prisas, por respeto,
por edad, y porque así lo mandaban las reglas, amén.
El viejo contemplaba la columna de humo que ascendía hasta el techo huyendo por el agujero a
través de las pajas. Sus cejas como alerones nevados, los ojos acuosos y las arrugas parecidas a
surcos labrados en terrones de barro, año tras año, describían a un hombre que ha vivido mucho y
duro, pero su sonrisa casi sin dientes comunicaba paciencia y dulzor.
Fuera, en la noche de estrellas, graznó un cuervo, le respondía la lechuza, aulló la hiena, mugió la
vaca y baló una oveja, susurró el viento entre los espinos, la gacela bebía en la charca cerca de la
acacia; escucharon su lameteo que cesaba a intervalos, alerta al leopardo, tiesas las orejas. Dentro,
los novicios, inquietos, golpeaban el suelo arenoso con sus alpargatas de esparto. Los más veteranos
atesoraban el don de la calma y sabían que el abad necesitaba tiempo. Uno de ellos se rascaba el
hábito buscándose la pulga, otro mató, al azar, dos mosquitos zumbones pero se le escaparon
muchos, demasiados. El más joven bostezó sin disimulos y su compañero le propinó un codazo,
musitándole:
—Falta de respeto al abad, bosteza para adentro.
—No hace calor a esta hora y se me cierran los ojos de puro cansancio.
—Pues te aguantas o te pellizco, así te espabilas.
—¡Chistttt! —el monje de barba rojiza, deshilachada, les apremió con el dedo en los labios.
Pasó un ángel ¿o fue un escarabajo volador?
—Frates, entonces yo aún era joven —empezó diciendo el abad, se le escapaba una risa profunda,
cascada, inexplicable para el resto de los monjes. Cosas de viejo pensaron sin decirlo—, pero él,
Kaldi, apenas tenía una sombra de bozo en las mejillas. Llegó un amanecer cuando habíamos rezado
en hora Prima y los hermanos arañaban la ingrata tierra con sus azadas, el sudor ya perlaba nuestras
frentes. Conocía al pastorcillo que apacentaba sus cabras por estas laderas y a pesar de haber nacido
infiel, sus ojos y su corazón eran puros, lo afirmo. Os digo que es normal que un chico salte y se ría
por nada, pero Kaldi aquella mañana parecía alelado; nos santiguamos. Iba sin el turbante, cosa de
locos con este sol, además medio desnudo, su piel atezada brillaba y sus pies brincaban sobre los
pinchos sin lamentarlo. Le acogí entre mis brazos, jadeaba, pero después de beber el agua fresca del
pozo, se quedó calmado y nos contó lo que sigue:
“Hombres santos, ayer descubrí un nuevo don que otorga Aquél que lo creó todo” En definitiva
citaba al Hacedor y en su boca ingenua sonaba a verdad. Continuó: “Mis cabras ramonean cualquier
hierbajo sin contemplaciones, y hace dos días masticaron una planta que tiene frutos ovalados,
hendidos, apiñados y tirando a bermejos, ocultos por las hojas largas como lenguas acabadas en
punta. Ya la había visto antes y jamás probé aquellos granitos, pero mis animales son golosos y lo
digieren todo, hasta las piedras. Por la noche estaba tumbado sobre mi manto observando a los
luceros, cuando escuché gran alboroto y temí que fuera un coyote o una leona. Al acercarme llevaba
mi puñal preparado, temblaba y no hacía frío. Con asombro descubrí a mis bestias retozando, los
ojos abiertos y brillantes, balando como en una fiesta entre cabras y cabrones. Enseguida supe que
lo que causaba su desvarío eran las bayas de aquella planta"
VII CONCURSO DE RELATOS DE HISLIBRIS
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Kaldi
Por IDVS
Kaldi nos mostró unos manojos de aquel vegetal con sus granos prietos, añadiendo: “Me advertí
que si a ellas las hacía reír a mí también, y probé tanto las hojas como los frutos. ¡Oh, varones
piadosos! saben acido, pero al cabo de un rato noté alegría, fuerzas de guerrero, ganas de soplar mi
flauta de caña. Aquí tenéis una muestra, os aseguro que no son hierbas del Maligno, sus efectos no
atacan al habla ni al sentido. Si os place, probadlas, crecen en muchas partes, aquí en Kafka”
El abad se quedo reflexionando como si se le pintara la escena acaecida años atrás.
—Compañeros —dijo—, os aseguro que primero estuve tentado de pisar aquellas hierbas, pero
consideré que de nuestras pesquisas con lo que el Señor ofrece a la natura, hemos sacado no pocos
remedios, licores, alimentos, sazones.
Despedimos al jovencito con fraternales besos y se marchó dando saltos igual que un saltamontes,
dudé de que estuviera en sus cabales o poseso de Satanás, recriminándome, acto seguido, que no era
piadoso poner en duda la inocencia de aquel muchacho.
Recapitulando sobre la manzana de Eva, que nos perdió, con gran recelo caté aquel fruto para
escupirlo en el acto, lanzando, inmediatamente, todos los granos en los rescoldos de la cocina. Era
acre, peor que el ajo y el laurel crudos, o el vinagre.
!Loado sea el Creador! porque según suele ocurrir por su voluntad, de un gesto repulsivo, más
bien diría que de un albur, atiné a vislumbrar el prodigio que ahora degustamos para nuestro recreo
sin pecado —alzó su cuento humeante y todos los frailes bebieron de los suyos entornando los ojos
—. Prosigo. Sucedió que al caer los frutos en las brasas se cocieron, se tostaron expeliendo un
aroma intenso y fragante. Tomé los granos y los hice papilla en el mortero, no se apagaba su aroma,
después se me ocurrió hervir la molienda poco tiempo, sin dilación la pasé por un cedazo de lino y,
no sin cierto temor, saboreé el jugo negro y calentito. Un gusto que queda en el paladar, un aroma
que potencia mis facultades y las estimula. Ahora mis noches en vela son más largas para rezar
despierto. En definitiva, hermanos, os recuerdo que desde entonces hasta hoy nos habituamos al goce
de sentarnos cada atardecer, después del agotador trabajo y las preces, para charlar contentos con el
sabor perdurable de este bebedizo en la boca. Hemos recolectado este fruto que crece salvaje pero
me propongo plantarlo en el huerto. Unos beduinos que pasaron por aquí a lomos de camellos, me
informaron que conocían la bebida, con lo cual se demuestra la infinita generosidad de Nuestro
Señor, incluso con los seguidores del Profeta. Ellos la toman sin filtrar, con el poso en el fondo, va a
gustos y contra eso....Amigos, degustemos tranquilos este néctar a la memoria de Kaldi el muchacho
que hoy debe ser padre, le deseo lo mejor y rezo por su salvación.
Al igual que muchos ancianos, se quedó mirando al techo, rumiando algo, tal vez una plegaria.
Después bebió otro sorbito.
—Venerado abad, ¿cómo debemos llamar a esta delicia? —preguntó el novicio sin barba. Al
viejo le recordaba el semblante del pastor.
—Kaldi sería lo justo, pero dado que la planta brota por los alrededores, no sé si titularla Kafka y
al bebedizo, kafké.
VII CONCURSO DE RELATOS DE HISLIBRIS
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