MISIÓN: PAN PARTIDO PARA EL MUNDO El lema del Domund de este año me parece bonito y sugerente. Nos dice, en resumen, que la misión es cosa buena como el pan, sobre todo, cuando se rompe y se distribuye a los demás. La misión, como el pan, nos une a lo cotidiano, a lo que nos es común con todos los hombres y mujeres de la tierra, el pan necesario para la vida. Reconocerlo es una manera de afirmar con humildad que todos tenemos la misma necesidad de pan. En Burkina Faso, la costumbre prohíbe a los jefes de tribu sentarse a comer con los atributos de su dignidad. Un gesto que nos muestra que, ante la comida, todos somos frágiles e iguales. El pan, además de ser un don gratuito de Dios, es fruto del trabajo, del sudor y del sacrificio de los humanos. No basta con recibirlo agradecidamente, hay que elaborarlo para los demás con el sudor de la frente, el trabajo diario. Cuando pedimos en el Padre Nuestro que Dios nos dé el pan de cada día, lo pedimos para nosotros y nos comprometemos para que todo el mundo tenga el alimento diario. Esta lucha forma parte de la misión. El pan partido y compartido es también lugar de encuentro, de conversación, de amor y de solidaridad entre las personas. Así es también la misión. Su símbolo fundamental es el de una familia congregada en torno a la misma mesa y unida en los mismos sentimientos de amor. El lema de la misión nos lleva a Jesús, siempre cercano a las necesidades humanas. El Evangelio nos habla en muchas ocasiones de su ternura y compasión hacia las multitudes. Una de las claves para comprender a Jesús es su sensibilidad hacia el sufrimiento humano. Las comidas compartidas con los pecadores eran lugar de encuentro y de salvación.. La mesa no era para Jesús un lugar de exclusión, sino de encuentro y de reconciliación. Comía con los pecadores, nos dice el Evangelio. En la última cena, Jesús convirtió el pan en su Cuerpo, como símbolo de su donación total: cogió pan, lo partió y lo dio a sus discípulos diciendo: Este es mi Cuerpo entregado por vosotros. La Eucaristía que celebramos en nuestras iglesias nos refieren al gesto de amor más extraordinario que se puede dar: ofrecer la vida por los que uno ama. La misión es así: pan partido hasta el martirio. Decir que la misión es pan partido para el mundo es afirmar que la misión es lugar común de origen y de destino, lugar de acción de gracias por el don de la vida, lugar de encuentro, de solidaridad y de fraternidad, lugar de esfuerzo y compromiso para hacer de nuestro planeta un mundo más humano. La misión es el pan bueno, partido y compartido con todos. La misión no está lejos de la vida de los hombres y de las mujeres de hoy. El pan partido quiere decir que los misioneros se comprometen con todos los hombres y mujeres de buena voluntad a salvaguardar la integridad de la creación, a luchar contra la devastación ambiental, a promover la ecología, la biodiversidad, a desterrar el hambre y la pobreza, a eliminar las grandes pandemias, como el paludismo, la tuberculosis y el Sida, impulsar la educación, a hacer un mundo más humano, sin guerras ni exclusiones económicas, raciales o religiosas. Así es la verdadera misión: pan bueno, pan partido para el mundo, acción de gracias por el don de la vida, compromiso, anuncio y esperanza de un mundo más justo y más fraterno. El hambre, la pobreza y las enfermedades son fruto de las injusticias y la falta de solidaridad de nuestro mundo. Los inmigrantes, los enfermos y los hambrientos de Níger, Malí, Burkina Faso y otros países del mundo nos recuerdan que la misión es anuncio de una Buena Nueva cuando se convierte en pan partido, en compromiso de fraternidad y de solidaridad con los demás. Como la Eucaristía. Agustín Arteche Mafr. Madrid, 7.09.2005