El Excmo. Sr. D. Juan de Mata Carriazo, arqueólogo

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[Otra edición en: Homenaje y Memoria (I) (1999-2000), Madrid, Real Academia de la Historia,
2003, 133-146. Versión digital por cortesía del autor, como parte de su Obra Completa, revisada de nuevo bajo su supervisión y con la paginación original].
© Texto, José María Blázquez Martínez
© De la versión digital, Gabinete de Antigüedades de la Real Academia de la Historia
El Excmo. Sr. D. Juan de Mata Carriazo, arqueólogo
José María Blázquez Martínez
[-133→]
Con el Excmo. Sr. don Juan de Mata Carriazo 1, catedrático de la Facultad de
Filosofía y Letras de la Universidad de Sevilla, me unió una buena amistad, desde que
le conocí a finales de la década de los sesenta. Me acuerdo perfectamente que el contacto con él me vino a través del profesor don Juan Maluquer de Motes, catedrático de
arqueología de la Universidad de Salamanca, del cual yo era adjunto de su cátedra. Ya
desde hacía años conocía la obra arqueológica de Carriazo, que había consultado en las
lecciones de la Cátedra de Historia Antigua de España, de la que era titular en Madrid
don Carmelo Viñas Mey. Yo estaba esos años muy vinculado con la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Sevilla, donde desempeñaba la Cátedra de Arqueología
Clásica don Antonio Blanco Freijeiro, del que fui alumno en el curso 1949-1950 en la
Facultad de [-133→134-] Filosofía y Letras, Sección de Filología Clásica, de la Universidad Central de Madrid, como entonces se llamaba a la actual Universidad Complutense.
Aprovechaba cualquier ocasión para desplazarme a Sevilla y pasar unos días con don
Antonio, como todos le llamábamos. Allí me relacioné enseguida con el grupo de estudiantes discípulos suyos interesados en la Arqueología Clásica, que son catedráticos de
la asignatura en diferentes universidades del país o directores de Museos Arqueológicos, como los profesores J. M. Luzón, L. Abad, M. Bendala, P. León, D. Ruiz Mata, J.
M. Álvarez, R. Corzo, y otros.
Estos amigos hablan muy bien siempre de otro catedrático de la Facultad de Filosofía y Letras, que había estado muy interesado toda su vida en la arqueología prehistórica
y clásica de España. Este catedrático era don Juan de Mata Carriazo, titular de la cátedra
de Prehistoria e Historia de España Antigua y Media, que había obtenido en 1927.
Todos hablaban con frecuencia de sus clases, de sus ideas sobre la arqueología española, y sobre su carácter bondadoso, siempre dispuesto a ayudarles en todo. Pronto observé que aquellos que habían sido alumnos suyos seguían teniéndole gran aprecio y
mucha admiración, y no menor cariño y respeto por el maestro.
Este conocimiento indirecto sobre la personalidad de don Juan de Mata Carriazo se
incrementó con motivo de las excavaciones en el poblado fenicio de Aljaraque 2, situado
muy cerca de la ciudad de Huelva. En dicha excavación participaba un grupo numeroso
de alumnos de la Facultad de Filosofía y Letras de Sevilla, interesados por la arqueología. Además de los ya mencionados intervinieron otros [-134→135-] muchos. Don Juan
1
Sobre la labor científica y universitaria de don J. de M. Carriazo, véase la contestación al discurso de ingreso en la RAH, redactado por el Excmo. Sr. don Emilio García Gómez, El maestro Gómez Moreno
contado por sí mismo, Sevilla (1977), pp. 63-89.
2
J. M. Blázquez, Fenicios, griegos y cartagineses en Occidente, Madrid (1982), pp. 261-279.
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2
José María Blázquez: El Excmo. Sr. D. Juan de Mata Carriazo, arqueólogo
de M. Carriazo nos envió dinero de su cátedra para que pudiéramos alcanzar la excavación, que estaba muy interesante, pues se trataba de un poblado fenicio. Aunque él personalmente no participó ni pudo visitarnos. Una de las características de la personalidad
de don J. de M. Carriazo era, como se indicó, su gran generosidad con todo el mundo, y
su voluntad de ayudar a todo el que acudía a él aunque no fuesen alumnos suyos, como
era mi caso. Yo dirigía la excavación con J. M. Luzón, el cual sí era alumno suyo. Durante aquella campaña comprobé una vez más el afecto con que hablaban los alumnos
del antiguo maestro, y como eran comentadas sus teorías.
Hasta entonces yo no había tenido ningún trato directo con el profesor J. de M. Carriazo. El mismo me animó a que lo visitara en algún viaje mío a Sevilla, ya que era
muy cordial y directo con la gente, a la par que gran estudioso sobre la Prehistoria y la
Arqueología hispana. Tenía una buena formación arqueológica. Terminada la carrera de
Filosofía y Letras en Madrid, en el año 1921 ingresó en la sección de Arqueología del
Centro de Estudios Históricos, bajo la dirección de don Manuel Gómez Moreno, que
por aquel entonces era la gran figura de la Arqueología y de los estudios de Arte peninsular en Madrid.
Tenía don J. de M. Carriazo un gran fichero de Arqueología, donde se recogían no
sólo multitud de anotaciones interesantes, sino también referencias bibliográficas, a menudo difícil de conocer. Creía don Juan Maluquer que mi trato con don J. de M. Carriazo me traería grandes beneficios científicos, y también indirectamente para él.
Pronto comprendí que las alabanzas de J. Maluquer hacia la persona de don J. de M. Carriazo eran justificadas. Desde entonces mantuve un contacto frecuente, directamente y
epistolar, [-135→136-] dada mi vinculación con la arqueología andaluza. En 1969 excavé,
en compañía de J.M, Luzón, de F. Gómez y de K. Clauss 3 en la Ría de Huelva, y años
después en el yacimiento de Cástulo (Linares, Jaén), donde he realizado 16 campañas de
excavaciones 4. Precisamente don J. de M. Carriazo había nacido en Quesada (Jaén), y
conocía muy bien su tierra. Sus indicaciones y consejos me fueron muy útiles.
Estos conocimientos amplios y profundos sobre la Arqueología peninsular han
quedado bien patentes en su labor investigadora. Don J. de M. Carriazo era un tipo de
humanista que hoy día ya, desgraciadamente, ha desaparecido. No sólo le interesó durante toda su vida la Arqueología y el estudio del material, sino también los documentos
escritos, como lo demuestran cumplidamente sus primeros trabajos publicados, siguiendo
el modelo de su maestro don Manuel Gómez Moreno, uno de los grandes humanistas españoles del siglo XX, que dejó influjo duradero en todos los temas que trató.
El examen de algunas de sus publicaciones indican bien claramente cuáles eran las
directrices de su temprana inclinación arqueológica. Ya en 1929 publicó un trabajo sobre
la Correspondencia de don Antonio Ponz con el Conde del Águila 5 en la mejor revista de
Arte y Arqueología del país, Archivo Español de Arte y Arqueología. Arte y Arqueología
eran dos disciplinas que iban siempre unidas en esta publicación, [-136→137-] hasta que mi
maestro A. García y Bellido logró separar el Instituto del CSIC en dos secciones, con
dos revistas independientes.
3
J. M. Blázquez, J. M. Luzón, E Gómez, K. Clauss, Las cerámicas del Cabezo de San Pedro. Huelva Arqueológica, I (1970).
4
J. M. Blázquez, y otros, Castulo I-V, Madrid 1945-1986). id., Cástulo, Jaén, España. II. El conjunto
arquitectónico del Olivar. BAR, International Series 789, (1999). M. P García Gelabert, J. M. Blázquez, Cástulo, Jaén, España, I. Excavaciones en la necrópolis ibérica del Estacar de Robarinas (s. IV
a.C.), BAR, International Series 425 (1988). J. M. Blázquez, M. P. García Gelabert, Cástulo, ciudad
ibero-romana, Madrid (1994).
5
AEAA, XIV (1929), pp. 157-183.
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Don J. de M. Carriazo prestó siempre la debida atención a los documentos escritos
para ilustrar desde nuevos puntos de vista la Historia de la Arqueología y del Arte. Fue
ésta una constante de su labor científica a lo largo de toda su vida. En el año 1931, en la
misma prestigiosa revista científica del Centro de Estudios Históricos, con sede en Madrid, publicó tres trabajos de tema ya estrictamente arqueológico. El primero trataba La
escultura tartésica. Nuevos cilindros grabados con estilizaciones humanas del eneolítico andaluz 6. Lo interesante no son las piezas, estudiadas de forma modélica, con un
conocimiento bueno de los objetos, fecha, paralelos y cultura a la que pertenece, sino
precisamente el título, La escultura tartésica, indicativo claramente de que para don J.
de M. Carriazo el comienzo de la cultura tartésica se sitúa a comienzos del II milenio
a.C., que era la tesis de su maestro Gómez Moreno, quien, ya en 1905, había llamado
«arquitectura tartésica» a la necrópolis de Antequera 7.
El reino de Tartessos, uno de los grandes de la cuenca del Mediterráneo antiguo,
era famoso por sus monarcas, por la riqueza fabulosa de sus minas y por la abundancia
de sus ganados (sobre todo el bovino), que tanto llamaron la atención de los historiadores antiguos, como Heródoto de Halicarnaso a mitad del siglo V a.C., o al geógrafo
griego Estrabón, contemporáneo de Augusto. Tartessos había motivado a algunos investigadores extranjeros, como al hispanista Adolf Schulten, catedrático de Historia
Antigua de la [-137→138-] universidad alemana de Erlangen, uno de los últimos discípulos de Th. Mommsen, el gran estudioso del Derecho y de la Historia de Roma. Schulten
publicó en 1924 un libro titulado Tartessos 8, que llamó la atención sobre la importancia
de este reino, fabuloso por sus riquezas minerales, olvidado hasta entonces en la investigación mundial. El libro tuvo gran éxito. Hay ediciones de 1945, de 1954 y de 1972.
Este libro sobre Tartessos despertó un enorme interés entre los investigadores españoles
y extranjeros. El interés por Tartessos se prolonga hasta nuestros días. En los últimos 40
años han aparecido varias monografías sobre el tema e infinidad de artículos. La tesis
que se ha defendido tradicionalmente hace coincidir los principios de Tartessos con el
final de la Edad del Bronce en Occidente y la llegada de los fenicios. Don J. de M. Carriazo defendió una teoría que era distinta a la de Schulten. Propuso otra que sesenta o
setenta años más tarde defenderían varios investigadores de primera fila, como P.
Cintas, el gran especialista francés en cerámicas púnicas de Cartago; F. Jordá, el gran
prehistoriador del Paleolítico y catedrático de Arqueología de la Universidad de Salamanca; M.E. Aubet, catedrática de Arqueología de Barcelona y especialista en el mundo
fenicio. Para M. Gómez Moreno, para don J. de M. Carriazo, y para otros investigadores, Tartessos se origina a comienzos del II milenio a.C. con la cultura de El Argar, y lo
que Schulten y otros muchos investigadores llaman Tartessos (por ejemplo, A. García y
Bellido, A. Blanco, J. Maluquer, J. Alvar, C. González Wagner, J.M. Blázquez, M.
Koch, M. Almagro Gorbea, y otros) no es sino la última etapa de Tartessos, cuando ya
los fenicios, por lo menos [-138→139-] desde el siglo IX a.C., y después los griegos,
desde el viaje de Colaios de Samos, en torno al 625 a.C., comerciaban con Occidente.
A la cultura tartésica se atribuían por entonces los grandes dólmenes de Soto Matarrubilla, de La Pastora, de Antequera, etcétera, que estarían inspirados en los grandes
tholoi (como el de Atreo) en Micenas hacia el 1330 a.C.; de Orcómenos, de los siglos
XIII-XII a.C., y de Clitemnestra. En 1931 don J. de M. Carriazo publicó un trabajo
6
AEAA, XX (1931), pp. 97-111.
BRAH, XLVII (1905), pp. 81-132.
8
Tartessos. Contribución a la historia antigua de Occidente, Madrid (1924).
7
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4
José María Blázquez: El Excmo. Sr. D. Juan de Mata Carriazo, arqueólogo
sobre Esculturas hispánicas del Cortijo del Álamo 9. En esta publicación se estudian varias esculturas ibéricas. El interés de don J. de M. Carriazo no se centra sólo en el II
milenio a.C., sino que también la escultura turdetana fue motivo de su atención, al contrario de los arqueólogos jóvenes actuales, que se centran en problemas muy concretos,
localizados en áreas muy determinadas. Don J. de M. Carriazo, como todos los arqueólogos de su generación, y en la misma línea de sus maestros, tuvo un amplio interés
dentro de la Arqueología, que va desde el II milenio al arte paleocristiano, pasando obviamente por el arte turdetano prerromano. Ese mismo año 1931 publicó, en la misma
revista 10, un tercer artículo titulado Un sarcófago protocristiano en el Prado de Sevilla,
primera incursión seria en el arte cristiano, al que volvería al año siguiente 11 con la
publicación de dos estelas discoideas de Quesada 12, su patria chica jiennense. Con este
artículo amplió don J. de M. Carriazo el área de su interés arqueológico.
Estas publicaciones, publicadas en tan prestigiosa revista, son indicativas del prestigio adquirido por don J. de M. [-139→140-] Carriazo en el mundo de la arqueología, así
como la confianza que tenía puesta en él don Manuel Gómez Moreno. Este prestigio
científico queda bien confirmado por el hecho de habérsele encomendado, en 1947, un
extenso capítulo sobre La Edad del Bronce en la monumental Historia de España, España prehistórica I, dirigida por don Ramón Menéndez Pidal. El tema era difícil por la
extensión, no sólo geográfica (toda la Península Ibérica) sino también por la cronología,
pues abarcada todo un milenio. La bibliografía era abundantísima y difícil de manejar,
por haber aparecido en multitud de pequeñas revistas locales, casi inencontrables y de
difícil consulta, incluso en Madrid. A lo largo de 92 páginas, en este estudio don J. de
M. Carriazo demuestra un dominio asombroso de la bibliografía menuda y resuelve bien
la problemática de la Edad del Bronce, tan complicada y distinta de unas regiones a
otras. Este magnífico estudio había sido precedido por algún otro sobre el mismo tema,
como el publicado en 1926 titulado La escultura del Argar en el Alto Guadalquivir:
Estación de Quesada 13, lo que denota un antiguo interés de don J. de M. Carriazo por el
estudio de la Edad del Bronce hispano. La numerosa bibliografía que cita en las notas
críticas demuestra que estaba totalmente al día de los estudios sobre una etapa que cada
vez interesaba más a los arqueólogos. Después de este importante trabajo de don J. de
M. Carriazo nadie después de él se ha atrevido a hacer una síntesis tan amplia por las dificultades ya indicadas de amplitud espacial y cronológica. El sí salió airoso de su
empresa. En las primeras páginas de su estudio presta especial atención al comienzo de
la Edad del Bronce, a la llamada cultura de El Argar. Las páginas que le dedica don J.
de [-140→141-] M. Carriazo son las mejores acerca de esta cultura, superando incluso la
obra del gran especialista belga L, Siret 14, el cual pasó muchos años de su vida excavando los poblados del Argar, mientras que don J. de M. Carriazo no hizo ninguna excavación. En este importante trabajo don J. de M. Carriazo prestó también atención al
Bronce de Galicia, de Portugal, y de la Meseta castellana, sin bajar el nivel científico. El
tema era complicado por abarcar no sólo el estudio del urbanismo, que cambia de unas
regiones a otras, sino que se ocupa también de las cerámicas y de los metales, demostrando concepciones de la arqueología muy modernas, No sólo le interesa la cultura ma9
AEAA, XX (1931), pp. 163-216.
AEAA, XX (1931), pp. 113-118.
11
AEAA, XXIV (1932), pp. 213-218.
12
Memorias de la sociedad de Antropología, Etnografía y Prehistoria, IV (1926), pp. 173-191.
13
Anales de la Universidad Hispalense, XV (1960), 21-40.
14
L. Siret, «Villaricos y Herrerías», BRAH, XVI (1908).
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terial, sino los aspectos espirituales, los valores sociales, la organización de la familia o
la economía. Por este sentido multidisciplinar don J. de M. Carriazo se adelanta a las
tendencias más recientes de los periodos históricos.
La gran obra de don J. de M. Carriazo, como arqueólogo, es su monumental volumen titulado Tartessos y el Carambolo, Madrid 1973. Quiso la buena suerte que en un
altozano próximo a Sevilla apareciera un importante yacimiento arqueológico, con un
probable santuario en la parte superior y un poblado en la ladera. La excavación le fue
encomendada de don J. de M. Carriazo. Pocos arqueólogos en España han tenido ocasión de excavar un yacimiento de tanta importancia, no sólo por la novedad de las extraordinarias joyas que allí aparecieron, sino también por las cerámicas de un tipo hasta
entonces desconocido en España. A estas novedades se añadía la posibilidad de excavar
un poblado prerromano con casas bien conservadas. Hasta ese momento los arqueólogos españoles habían preferido excavar necrópolis, [-141→142-] por la posible riqueza de
los ajuares y por encontrarse generalmente los poblados destruidos. Don J. de M. Carriazo supo salir airoso de la empresa, e hizo un buen estudio del material arqueológico,
al mismo tiempo que encontró una buena editorial (la Dirección General de Bellas Artes
del Ministerio de Educación y Ciencia) que costeó una lujosa edición excelentemente
ilustrada, que avala el contenido del texto. El material encontrado era excelente y desconocido. Don J. de M. Carriazo no era un arqueólogo de campo, pero la excavación de
El Carambolo la dirigió bien y se han podido reconstruir fiablemente los diferentes estratos del poblado.
Una de las características del carácter de don J. de M. Carriazo, como ya he anticipado, era su generosidad con todo el mundo; de modo que no tuvo inconveniente en
permitir que don Juan Maluquer realizara un corte que completó bien la excavación. La
publicación del material encontrado en El Carambolo ofreció una excelente ocasión a
don J. de M. Carriazo para hacer un estudio no sólo de la excavación, sino encuadrando
el yacimiento en la cultura tartésica y exponer detenidamente sus ideas sobre este fabuloso reino.
Don J. de M. Carriazo no perdió a lo largo de su vida el interés por el tema. Con el
tiempo, se habían lanzado nuevas hipótesis, la bibliografía aumentaba, y era preciso
actualizar los conocimientos. Y así lo hizo en el discurso de ingreso en la Real Academia de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría, leído ante la corporación el 18 de noviembre de 1958, y publicado dos años después 15.
Don J. de M. Carriazo comenzaba su monumental [-142→143-] estudio sobre Tartessos, de 730 páginas, con un planteamiento de la cuestión tartésica, analizando las fuentes antiguas sobre Tartessos, así como las teorías de un buen conocedor del tema, el gaditano César Fernán, aportando novedosos puntos de vista. Una novedad grande de esta
primera parte consistió en la incorporación, en capítulo aparte, de las aportaciones de la
filología al problema tartésico. Su maestro don Manuel Gómez Moreno, en 1961, después de muchos años de paciente estudio había logrado leer la llamada escritura tartésica del sur de Portugal y de la Extremadura española y portuguesa. También incorporó
al reino tartésico las inscripciones aparecidas en el Algarve portugués, lo cual es un
acierto desde el punto de vista cronológico y del territorio. En las fuentes antiguas Tartessos va unido a las explotaciones mineras. Este importante aspecto de la economía
tartésica no se le escapó a don J. de M. Carriazo y en esta primera parte dedicó unas 20
páginas a este punto fundamental.
15
«La escritura bástulo-turdetana», Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, XLIII (1961), pp. 879948.
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La segunda parte del libro, la más larga, se dedica a la excavación de El Carambolo,
deteniéndose, lógicamente, en el estudio de las joyas, uno de los conjuntos más impresionantes de piezas de oro que han aparecido en el Occidente y en toda Europa. El estudio de
este material fue facilitado por la publicación que sobre el tesoro realizó el hispanista E.
Kukalm, de la Universidad de Bonn, así como el estudio de A. Blanco 16, pero don J. de
M. Carriazo aporta algunos puntos de vista de gran valor y sobre todo propone el modo
cómo este conjunto de joyas se disponían sobre el cuerpo de una persona.
No se le escapó a don J. de M. Carriazo la importancia excepcional de este tesoro
dentro de la orfebrería [-143→144-] mediterránea, y en 1959 lo dio a conocer en una revista internacional de gran prestigio y tirada, para que todo el mundo científico tuviera
noticia de su existencia, como era The Illustrated London News (n.º 6243, de 1959).
Don J. de M. Carriazo, para resaltar más los méritos del tesoro de El Carambolo, lo
compara con otras joyas de orfebrería de gran calidad artística de la misma época, como
era el tesoro del Cortijo de Évora. Sin embargo, las páginas que más interesan al arqueólogo, por su gran novedad, son las dedicadas al fondo de cabaña de El Carambolo,
que es, posiblemente, un santuario. Se conocían santuarios de esa época, como el de
Cástulo 17, excavado por nosotros, y el de Carmona, excavado por Bonsor 18, pero el
santuario de El Carambolo es de gran originalidad y primitivismo por tratarse de una
cabaña y por dar a conocer bien el ritual seguido en el culto. No menos importancia revisten las páginas que don J. de M. Carriazo consagra al poblado bajo de El Carambolo.
Como ya se indicó, la gran novedad de esta excavación y estudio consiste en que, por
vez primera, se conoce parte de un poblado turdetano, con casas de paredes altas. Completa don J. de M. Carriazo esta parte del libro con el estudio de otros poblados y el
material aparecido en ellos, como son los de Évora, excavado por él, y el corte estratigráfico de Carmona, realizado por K. Raddatz, miembro del Instituto Arqueológico
Alemán de Madrid 19.
La tercera parte de Tartessos y El Carambolo lo dedica al análisis de las cerámicas
del fondo de cabaña y del [-144→145-] poblado bajo. Estas cerámicas eran de gran novedad por sus formas y por sus decoraciones y significan un avance notable en el conocimiento de la cultura material de Tartessos y de sus relaciones.
Cierran el libro unas obligadas páginas de conclusiones donde se especifican los
rasgos generales de la cultura tartésica con nuevos puntos de vista acerca de su riqueza
y de su origen autóctono, tesis ésta que han confirmado los estudios posteriores, así
como su entronque con los antecedentes andaluces, idea que también ha sido confirmada
por excavaciones y estudios posteriores. Defendió la unidad de la cultura tartésica, lo cual
es aceptado hoy por la mayoría de los investigadores; y finalmente destaca los valores reflejados en el material arqueológico, completando el estudio de la cultura material.
El libro de don J. de M. Carriazo se publicó en un momento muy oportuno. El tema
de Tartessos estaba de moda, y aún sigue estándolo muchos años después. Había merecido unos buenos estudios, como los de A. García y Bellido 20 en 1964, y el nuestro 21
16
«El tesoro de El Carambolo», AEA, XXXII (1959), pp. 38-49.
J. M. Blázquez, J. Valiente, Cástulo, III, Madrid (1981). J. M. Blázquez, Primitivas religiones ibéricas,
Madrid (1983), pp. 76-89.
18
G. Bonsor, «Les colonias agricoles pré-romaines de la vallée du Betis», RA, XXXV (1899).
19
«Primicias de un corte estratigráfico en Carmona: I. Algunos antecedentes e interpretaciones», Archivo
Hispalense (1961), pp. 103-104.
20
Historia de España. I. España protohistórica, Madrid (1975, 3.ª edición), pp. 281-308.
21
J. M. Blázquez, Tartessos y los orígenes de la colonización fenicia en Occidente, Salamanca (1975, 2.ª
edición).
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7
de 1968. Ese mismo año J. Maluquer 22 dirigió un simposio sobre Tartessos en Jerez de
la Frontera, a los que han seguido otros en fecha más reciente: Tartessos, coordinado
por M. E. Aubet 23; el Congreso celebrado en Jerez 24 para conmemorar los 25 años del
25
[-145→146-] simposio de 1968; y el coordinado por J. Alvar y J. M. Blázquez en 1992.
Don J. de M. Carriazo se interesó por la Arqueología Clásica. Estudió el urbanismo
de Itálica y el conjunto arquitectónico más monumental de la Hispania romana, el santuario de Munigua 26, del tipo del de Praeneste, en Italia, excavado bajo el patrocinio del
Instituto Arqueológico Alemán de Madrid 27.
Una virtud de don J. de M. Carriazo, que mucho le honra, fue su fidelidad, a lo
largo de toda su vida, a su maestro don Manuel Gómez Moreno, a cuyo magisterio dedicó su discurso de ingreso en la RAH. don J. de M. Carriazo era un excelente esposo y
padre, como queda bien de manifiesto en la carta que me dirigió con motivo de la
muerte de su esposa. Tenía las grandes virtudes de los hombres de su tierra.
Tal es a grandes rasgos la actividad arqueológica y la personalidad de don J. de M.
Carriazo. Por encima de su actividad científica, con la que tiene que contar siempre el
investigador que trate temas comunes, queda el hombre trabajador infatigable y generoso con todos aquellos que acudían a él.
22
Tartessos. V Symposium Internacional de Prehistoria Peninsular, Barcelona (1969). Unos años más
tarde J. Maluquer publica una monografía sobre el tema: Tartessos, la ciudad sin historia, Barcelona,
1970.
23
Tartessos. Arqueología Protohistórica del Bajo Guadalquivir, Sabadell (1989).
24
AA.VV. Tartessos. 25 años después, 1968-1993, Jerez de la Frontera (1994).
25
Los enigmas de Tartessos, Madrid (1993).
26
«El descubrimiento de Munigua y la espiral de oro del Cerro de Montorcaz», MM, 20 (1979), pp. 272281.
27
Th. Hauschild, y otros, Hispania Anticua. Denkmäler der Römerzeit, Maguncia (1993), 148-256.
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