otroLunes REVISTA HISPANOAMERICANA DE CULTURA No. 34. Octubre 2014 – Año 8 QUE CADA CUAL CUENTE SU CUENTO Lourdes Díaz Canto Cuentos (Cuba, 2005) Que cada cual cuente su cuento A lrededor de la fogata, donde la luna hacía brillar al monte, como si los árboles fueran de oro, y donde la luna hacía relumbrar al río, como si este fuera de plata, se reunieron una vez la jicotea, el majá, el conejo, la rana, el caracol, el perro jíbaro y el zunzún. Al rato de oír al fuego contar sus cuentos de chispas, rechispas y chisporroteos, decidieron, por turno, inventar cada cual lo suyo, para saber quién tiene la imaginación tan brillante como el monte en noche de fogata y tan rápida como el río de aguas de plata. Zunzún, sin pedir permiso, hizo un cuento que se deshizo, porque le salió dando vueltas, y nadie podía atraparlo sin marearse. Ni corto, ni largo, ni lindo, ni feo; tan rápido como el molino de sus alas, el cuento del Zunzún se volvió viento. Perro Jíbaro tampoco pidió permiso. Entre la noche y el fuego, metió su hocico, abrió sus fauces, y a guaperías y a gritos, hizo un cuento de metemiedo. Su sombra crecía, se achicaba, roncaba entre los leños, y puso a temblar tanto al cuento, que este se consumió escondiéndose en la hoguera. El caracol pidió permiso, pidió disculpas, dio explicaciones, y comenzó a hacer letras para hacer palabras para hacer frases para hacer párrafos, para hacer su cuento. La luna, impaciente, se tapó los oídos con dos motas de nubes. Y el cuento no llegó a la mitad del principio, se rompió al saltarle la luz plateada de la noche. La jicotea, el majá y la rana empezaron a hablar al mismo tiempo. La jicotea formaba oraciones redondas y carapachudas, duras de entender. El majá enroscaba sus ideas, las arrastraba, les cambiaba el pellejo. Y la rana, entre salto y salto, tiraba croares para interrumpir. Cuando los tres callaron, nadie podía recontar el cuento porque estaba en el río, tratando de despertar a los peces. —¡Haz tu cuento! —pidieron todos al conejo. —Ya lo tengo hecho. Pero si lo saco para enseñarlo, se me perderá. Es mejor guardarlo para otro día. Y saltando alegremente alrededor de las llamas, le avisó por señas a la luna que ya podía destaparse los oídos. El río volvió a brillar como cinta de plata y el fuego se alzó con la voz más alta y más caliente, para regalar sus cuentos de chispas, rechispas y chisporroteos. 2