Pregón de la Cofradía del Santísimo Cristo del Amor

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Pregón de la Cofradía del Santísimo Cristo del Amor, Nuestra Señora de la Esperanza y San Juan Evangelista.
Pregonero: Raúl Soriano Molina
Baza, 2010
Cómo no iba a acordarme, al volver a verte, después de tantos
años viendo como llegaba a la misma estación, siempre al
mismo lugar, justo al llegar las ansiadas vacaciones de
Navidad.
No creas que esas cosas se olvidan, pues fueron muchos los
años en los que viví lejos de Ti, sin poder observar las luces de
tus mañanas que te hacen tan gloriosa.
Yo tenía 19 años menos y el corazón a medio hacer. No podía
pensar que un día te ibas a fijar en un muchacho que se
presentaba ante Ti, con las pocas cosas que por entonces
tenía, eso sí, fruto del incansable trabajo de unos padres que
me lo han dado todo.
De esta manera creía, por entonces, que lo nuestro estaba
condenado a ser un amor de perfil, pues la distancia no nos
dejaba acariciarnos.
Sólo podía disfrutar de Ti cada navidad, que era cuando
únicamente podía verte y gozarte. Pero quiso Dios, por suerte,
que esto no fuera más que el principio de lo que hoy es un
amor mutuo, de los que nada ni nadie podrá separar, pues
muchas son las cosas que Tú ya me has dado, sin yo pedírtelo.
Y en uno de esos días en los que vine a verte, fue entonces
cuando empezó nuestra pequeña historia, esa que sabemos
sólo Tú y yo.
- Pasa, hay sitio -. Y pasé.
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Pregonero: Raúl Soriano Molina
Baza, 2010
Y me acomodé en uno de esos rincones tuyos, donde la vida
transcurre tan lenta como la arena de un reloj.
Quiso Dios brindarme la oportunidad de que me acercara a Ti.
Definitivamente.
De que pudiera disfrutarte por siempre, para gozo de mis
pensamientos, para alegría de mi corazón, ya que muchas son
las cosas que aquí dejaba cada año, tras la navidad.
Me propuse quererte cada uno de mis días, desde la fiebre que
me consumía, y así fuimos creciendo; Tú en tus cosas, y yo…
también en las tuyas.
Cada día que pasaba me empapaba más de Ti y, algo más que
mi Amor, me unía más y más a Ti. Más que la tinta al papel
que hoy escribo.
No creas, mi amor, que no he llorado alguna que otra vez,
cuando he echado mi vista atrás y he visto lo que dejé en otros
lados. Pero Tú solita has hecho de mí lo que hoy soy. Tú sola,
con tus aromas de las mañanas de primavera, con el pegajoso
calor de tus veranos, con los hermosos paisajes que dejan las
hojas de tus árboles en otoño y, también, de la preciosa y
blanca imagen que dejan a mi alrededor tus fríos inviernos.
Fue entonces cuando supe que había nacido a Ti, que ya nada
tendría sentido sin Ti. Que, de golpe, desaparecía tanto polvo
acumulado en los labios.
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Pregonero: Raúl Soriano Molina
Baza, 2010
Me besaste, discreta, una de esas noches en las que el Amor
se te hace grande. Y ya tengo, desde ese día, el corazón
vestido de festejo.
Hoy, mi amor, tras los años, tenemos tantos golpes que ya ni
de pie cabremos en la muerte. Sin embargo, sigo amándote
con la misma imprudencia de siempre, como si fueras sólo
mía.
Con la impericia de los adolescentes sigo abrigando una
tortuosa senda de sentires, que me lleva inevitablemente ante
Ti.
Y ante Ti estoy.
Y al igual que aquel otro día, en el que el soplo de tu gracia
golpeó mi rostro adormecido, he vuelto para quererte y a
decirte:
- Soy un hombre feliz, porque te amo. Porque te veo más
guapa cada día que pasa. Porque has hecho de mí un hombre
capaz de presentarse hoy ante todos ustedes, sin miedo; a
exprimir mis más entrañables sentimientos y decir lo
enamorado que hoy estoy de Ti.
No me mueve más la risa que el lamento, ni a Ti la multitud.
Una cuadrilla te basta. Te sobra. Te da aliento.
Soy la sombra, Tú la luz eres, Baza.
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Muy buenas noches a todos. Quisiera saludar en primer lugar
al párroco, don Salvador, y agradecerle que me permita el uso
de este incomparable marco, para dirigirme a vosotros. A los
Hermanos Mayores de las diferentes Cofradías de mi pueblo y
a la Corporación Municipal.
Saludo a mi familia, que ha querido acompañarme en este día
tan especial para mí. A mis amigos, que los considero como de
mi familia, y a todos los presentes. Gracias por vuestra
asistencia.
Era la noche en la que nos juntábamos con la Federación de
Cofradías, para presentarle el Curso Cofrade de este año,
cuando, no sé por qué, alguien dijo que yo debía ser el
pregonero de este año.
Yo, al principio, me negué con rotundidad, pero algo dentro de
mí estaba deseando aceptarlo.
No sé si por el amor a mi Cofradía, por el amor a mis titulares
o por el amor que siento hacia mi mujer, Verónica, que seguro
es a la que más ilusión le haría este propósito.
Después de unos minutos de pensarlo mucho, interiormente,
decidí que por qué no iba a ser capaz de hacerlo… y acepté.
Luego, cuando llegué a casa, no puedo describir con palabras
los sentimientos que afloraron en mí en esos momentos. Ante
todo, incredulidad… y muchos nervios. Tantos, que, de verdad,
no pegué ojo en dos noches seguidas.
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Comencé a caminar de un lado a otro, sin saber donde iba, ni
qué quería. Me sentía orgulloso, a la vez de intimidado;
contento, a la vez que angustiado; pero, sobre todo, asustado
por la magnitud que para mí supone este evento.
Lo medité. Lo volví a pensar… y lo dudé. No me creía capaz de
lograr un pregón digno de mi Hermandad, ya que entendía
que hay otras personas que son más merecedoras que yo de
este honor y que, además, son mas doctos en la oratoria y en
la narración. Pero, en fin, aquí estoy y no sé si seré capaz de
transmitir lo que pretendo con este pregón.
Desde que tomé la decisión de aceptar el ofrecimiento, surgió
en mi interior el deseo de contar mis vivencias. Ha sido un reto
difícil, teniendo en cuenta la calidad de los pregoneros que me
han precedido y me gustaría, al menos, nombrar y felicitar por
su trabajo a don Francisco Espín Ballesta, a don Francisco
Arias y, por supuesto, a mi hermano en Cristo y amigo, José
María Manzano Corbalán. De verdad que es un gran honor
para mí el sucederos en este cargo.
Bueno, sin más dilaciones, vamos allá, señores.
Esta es la pequeña historia de un costalero.
Quiso el destino que yo naciera en Granada, en un pequeño
barrio llamado el CERRILLO DE MARACENA. Al ser un barrio
colindante de Granada, el centro de la ciudad me pillaba a tres
paradas de autobús,
lo que hacía que fuera difícil el hecho de poder ir yo solo a ver
los desfiles procesionales de mi ciudad.
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El hecho de que mi padre trabajara, lo dificultaba aún más
pero, gracias a Dios, siempre estaba ahí el Jueves Santo; el
maravilloso y majestuoso Jueves Santo, en el que mi padre
me vestía de gala, nos cogía a mi madre, a mi hermano y a mí,
y nos llevaba a plaza Bib-Rambla, a ver, como todos los años,
todos los desfiles que por allí pasaban.
Recuerdo perfectamente los capirotes blancos de la AURORA,
a la ESTRELLA, la CONCHA… y demás desfiles de cada Jueves
Santo. Es por eso que, quizás, le tomé cariño a este día.
Ese fue el comienzo de mi noviazgo con la Semana Santa, el
recuerdo de las bolas de cera, el olor a incienso y los capirotes
de los nazarenos que por allí pasaban.
Algunas, por no decir pocas Semanas Santas, las podía pasar
en Baza, ya que mis padres son naturales de aquí y solíamos
visitar a mis dos abuelas.
Quién le iba a decir al niño aquel, que en casa de su abuela
Martirio se metía bajo la camisa de su padre, atemorizado por
el sonido de los tambores y el pánico a aquellos señores que se
escondían bajo un capirote, que hoy iba a tener el honor de
pronunciar el pregón de mi Hermandad.
Situaciones de la vida hicieron que, con sólo 12 años, yo
recayera en Baza y que, tan sólo a los 17, y gracias a lo gran
estudiante que fui, yo empezara a trabajar en un pequeño
barecito frecuentado por bastantes personajes cofrades, que
tienen mucha culpa de que yo hoy este aquí.
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Y me refiero, ni más ni menos, que a César López de Hierro, el
más veterano de la cuadrilla del Cristo del Amor y todo un
ejemplo a seguir por los más jóvenes. César, van ya 14 años
juntos y sólo puedo darte las gracias por hacerme parte de
esta gran familia que hoy formamos.
Empecé a conocer a todas y cada uno de las personas que han
sido importantes en mi vida cofrade, sobre todo porque he
aprendido muchísimo de ellos, como, por ejemplo, a D
.ANTONIO JIMENEZ DENGRA maestro entre maestros en lo
que a semana santa se refiere también a D. FRANCISCO ESPIN
BALLESTA , mi hermano mayor, mi capataz, mi amigo y, sobre
todo, a Joaquín Martínez Mellado, “el Tito”, que me enseñó
que el llanto de un hombre sólo es una demostración de los
sentimientos que llevamos en el corazón.
Gracias, de verdad. Gracias a los tres, por enseñarme lo que es
amar a una Hermandad.
Tuvimos años difíciles. Sobre todo, algunos en los cuales los
costaleros estábamos escasos, pero fruto de nuestro empeño,
decidíamos hacer lo que antiguamente era el recorrido largo,
aunque nos costara dolor. Pero para eso estamos aquí, ¿no es
verdad, señores? Para hacer penitencia y aportar un poco en
hacer más llevadero el sufrimiento de Nuestro Señor y su
Madre.
Aquel año, en el que en la calle Alhóndiga se nos hacía más
larga que nunca, nos arrastraban las patas de la parihuela,
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Pregón de la Cofradía del Santísimo Cristo del Amor, Nuestra Señora de la Esperanza y San Juan Evangelista.
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porque nos faltaba casi un tercio de la cuadrilla. O aquel otro
año, en el que nos llovió y tuvimos que subir, casi corriendo…
Y así, hasta cien anécdotas podría contaros sobre esto pero,
en fin, no quiero tampoco aburriros.
Hace unos cuantos años, este costalero que os habla, decidió
formar parte de la junta directiva, para poder arrimar el
hombro un poquito más, y ayudar en los quehaceres, que son
muchos, dentro de la Hermandad. Y así fue.
Y unos cuantos años después, aquí sigo trabajando con la
Con la misma ilusión del primer día, con el mismo sentimiento
del primer día, pero… eso sí, catorce años más viejo que el
primer día.
Cada Jueves Santo, ese costalero, que empezó con diecisiete
años a llevar en hombros a su Cristo del Amor, vuelve a
ponerse nervioso cuando dan las siete de la tarde; vuelve a
emocionarse con los primeros toques de la Marcha Real y,
cómo no, vuelve a disfrutar de su desfile, como siempre, y
esperando que sea por el mayor tiempo posible, ya que tanto
el Cristo del Amor, como la Virgen de la Esperanza y, por
supuesto, san Juan Evangelista, han pasado a ser parte de su
vida.
Una vida llena de recuerdos, una vida llena de emociones y,
también, llena de satisfacciones.
Ser costalero en Baza no es solamente llevar el peso que
compartes con los demás compañeros. Ser costalero en Baza
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Pregón de la Cofradía del Santísimo Cristo del Amor, Nuestra Señora de la Esperanza y San Juan Evangelista.
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no es pasar por alto otro día más, otra Semana Santa más,
otro Jueves Santo más. Ser costalero en Baza es ser capaz de
compartir sentimientos, dolor, pasión…
Ser costalero en Baza es acompañar a todo aquel que, desde
fuera, vive el mismo momento que tú. Ser costalero en Baza es
beber de la fuente en que creemos, disfrutamos y hacemos
disfrutar.
Por todo eso, es un orgullo, para mí, ser costalero en Baza.
¡Costaleros del Amor…!
Qué orgullo debéis de llevar, cuando la voz del de arriba
pregunte:
- ¿Estáis ya puestos?
- ¡Que vengan todos conmigo al cielo!
Durante estos años compartí almohadilla con grandísimos
compañeros. A estos costaleros veteranos les debemos
mucho, muchísimo. Yo creo que todo. Son ellos, y los jóvenes a
los que han enseñado, quienes han hecho que nuestra Semana
Santa sea hoy lo que es: una de las mejores de Andalucía.
Son ellos los que, hombro con hombro, debajo de unas
trabajaderas, han conseguido la seriedad de nuestra Semana
Mayor.
Ser costalero es para mí lo más grande que te puede pasar
como bastetano. Meterte debajo de algún paso de nuestras
queridísimas imágenes, hacer la primera levantá, mecer el
trono mientras suena una marcha...
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Todas estas cosas sólo las han podido sentir quienes han
llevado un paso en Baza. Y me siento privilegiado por ello.
Cristo del Amor, que a punto estás de yacer en tu cruz,
ayúdanos a cargar con fe, ayúdanos a que todo salga bien,
ayúdanos a que no suceda nada malo durante nuestra
estación de penitencia, ayúdanos porque…
¡Allá vamos!
- ¡Ponerse!, que voy a llamar.
Suena el rugir del llamador tres veces:
- Toc, toc, toc…
- ¡Vámonos!
- ¡Despacito!
- ¡A pulso!
- ¡Ehhh…! ¡A pulso!
- ¡¡¡A esta es…!!!
Los cuerpos empiezan a temblar de nerviosismo y te pasan por
la cabeza todos aquellos que no están pues, como siempre, la
primera levantá va por ellos.
Cae la primera lágrima, recordando a quien vivía este
momento como la mayor gesta de su historia, como su vida
misma, con la misma fe de siempre, pero ya en el cielo.
¡Qué grande fuiste! ¡Qué grande eres… y qué grande serás en
los anales de la historia de nuestra Hermandad. ¡Cómo es
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posible albergar un corazón tan grande en un cuerpo tan
pequeño!
No se me olvidarán los ratos pasados contigo. Siempre
estabas disponible para todo. Amable, simpático, hacendoso
y, sobre todo, dentro de tus carencias, generoso y bondadoso.
Para mí no estás muerto. Estás dentro de todo aquel que vive
su Semana Mayor con la intensidad que tú la vivías; estás
dentro de las imágenes que tanto has venerado; estás dentro
de todos y cada uno de los corazones que comparten
penitencia cada Jueves Santo.
Por eso, Amigo Mío, sólo puedo recordarte con alegría y
cariño.
Por eso, quiero que sepas que nunca nos olvidaremos de ti,
que siempre tendrás tu rinconcito dentro de nuestra Casa de
Hermandad y que nunca nos cansaremos de darte las gracias
por una vida de dedicación absoluta a la fe de tus titulares.
Por eso, sólo podemos darte las gracias.
Muchas gracias, Paquito.
El paso se mueve, casi a cámara lenta; casi no se nota que
levanta a Nuestro Señor hacia el cielo. Nada más empezar, ya
empieza a notarse; el silencio reina en la puerta de la Casa
Hermandad, porque todos están esperando que asome a la
puerta el Señor de Baza, el Cristo del Amor.
Emboca la puerta y se oye la voz del capataz:
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- ¡Los dos costeros, por igual, a tierra!...
- ¡A tierra!
Comenzamos a bajar la rampa, con la complicidad de tu
compañero de al lado, con la compenetración de una cuadrilla
que, después de muchos años, es como si fuera su primera vez.
Ya estamos en la calle y suena la Marcha Real.
El paso empieza a andar, con pasos firmes. Ya se escucha el
arrastrar de las zapatillas, los pateros siempre pendientes, con
los ojos puestos en el capataz, para realizar las maniobras.
La plaza se encuentra llena y, nosotros, orgullosos de portar a
nuestro titular.
Y tú, costalero, que portas en silencio a la imagen, que te
sientes en ese momento más cercano a Dios, que nadie
recuerda por un sólo momento, aunque sea un instante, que
eres el eslabón de una cadena; que antes que tú hubo alguien
que sintió lo mismo que tú hoy sientes, que cargó esos mismos
palos y que le dolió, lo mismo que hoy te duele, verlo clavado
en la cruz
De ahí, amigo mío, proviene el orgullo de portar nuestras
imágenes, con la responsabilidad que se debe.
Responsabilidad por no defraudar la confianza que otras
generaciones depositaron en nosotros. Responsabilidad de las
futuras, por el estado en el que entreguemos la Semana Santa
que hemos recibido.
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Ya estamos en la Cava Alta y, aunque solo oímos a nuestra
banda, sabemos que Nuestra Señora de la Esperanza ya está
en la puerta.
No me preguntéis cómo, ni por qué. Pero lo sé.
Ya está en la Puerta, dejándose ver a un pueblo que llora, por
el sufrimiento de una Madre que pierde a su Hijo. Ya está en la
calle la Señora de todas las señoras, la Reina de todas las
reinas: la Virgen de la Esperanza.
Belleza incalculable de nuestra Semana Santa, icono del
sufrimiento.
No llores, María, que tu Hijo está en buenas manos. Que los
costaleros del Amor no van a dejar que le ocurra nada.
Lo llevan con pasión, con respeto y con dulzura.
No llores, María, que debajo de Ti, dos cuadrillas de niños y
niñas dan lo mejor de sí, para que acompañes a tu Hijo en sus
últimas horas de vida.
No llores, María, que aquí estamos todos para subir al cielo
con vosotros, para no dejaros solos nunca.
Seguimos el recorrido y vamos avanzando, con paso firme, por
la calle Alamillos. Uno detrás del otro, sin que pierdas de vista
a tu Hijo.
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El peso de la trabajadora empieza a notarse un poco, pero
notas como el apoyo del que está a tu lado, te hacer meter
riñones y levantar un poco más el paso.
Suenan las marchas, cada vez mas continuas y entonces das
gracias a Dios por llevar a tu lado un maestro, como mi amigo
Dani Jiménez que conoce perfectamente las marchas y es
capaz de llevarnos, como si lleváramos toda la vida en esto.
Ya estamos entrando en Tribuna. La Cruz Guía ya está
firmando en el libro y Nuestra Señora ya cruza el Carril, al son
de “los campanilleros”, con ese estilo que sólo sus cuadrillas le
saben dar.
Allí al lado , una persona mira emocionada el paso, otra se fija
en la expresión de las imágenes y otra en el andar del
costalero .
Ya duelen los hombros un poco pero, cuando peor estás,
suena la voz del capataz:
- “¡Venga, señores, vamos a echarle coraje!”
Y sientes cada palabra de Fran como un apoyo te da la fuerza
que necesitas, para seguir trabajando, para cumplir tu
objetivo: devolver a Nuestro Señor a su Casa, el barrio de San
Juan; su Santuario, el mismo que lo vio nacer de las manos de
BARBERO GOR; el mismo que cada año, desde ya hace 21, lo
deja marchar a hombros de cuarenta almas que trabajan
como una sola.
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La calle Alhóndiga se hace más larga que ninguna, pues la
dificultad es extrema, y, al sonido de caja china, avanzamos
hacia nuestra casa, de vuelta ya, casi terminando.
Embocamos de nuevo la Cava Alta, con los huesos
entumecidos y casi derrotados por el esfuerzo, pero el simple
hecho de saber que se está acabando, por este año, nos hace
crecernos aún más y sacar fuerzas de donde ya casi no las hay,
para terminar el recorrido de nuestras imágenes, de la
manera más digna posible.
Un escalofrío invade mi cuerpo por un instante, llega uno de
esos momentos en los que para un costalero ya no existe el
dolor, es un momento en el que lo físico se convierte en
espiritual y la ilusión de disfrutar el poco tiempo que le queda,
se sobrepone al mas mínimo cansancio; llega el momento en
el que cada chicotá revive todos y cada uno de nuestros
sentimientos, aquel en el que el éxtasis y la extenuación swe
hacen patentes , llega el momento de la recogida.
Ya estamos en la puerta y el Señor, nuestro Dios, se gira para
despedirse de su pueblo que lo ama y se entrega a Él, a su
paso.
¡Qué calle la música!
¡Que las luces no distraigan!
¡Qué se haga el silencio!
¡Silencio pido al silencio!
Jesús en la Cruz agoniza.
El dolor es intenso.
Llegó el final; debajo del cristo mis ojos se cierran, mi alma se
abre, por mi mente pasan todos aquellos bonitos momentos
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de este año, un año mas ha concluido mi caminar por la vida,
la vida del costalero, la vida del hermano.
Nuestra Señora ya está aquí y todo es una fiesta.
Ya estamos en nuestra casa, ya todos descansan. Se reza un
Padre Nuestro y un Ave María, por todos nosotros y por
aquellos que faltan.
Todo está hecho y sólo puedo darte, Señor, las gracias, por
dejarme portarte en mis hombros, por dejarme formar parte
de esta cuadrilla de costaleros… que es lo mejor del mundo
entero.
Este pregón está ya llegando a su fin.
Espero no haber defraudado a nadie pues, dentro de mis
carencias narrativas, este relato que acaban de escuchar no
ha sido escrito con las manos, sino con el corazón.
Un corazón de 31 años, que quiere aprovechar este pregón
para darle las gracias, en primer lugar, a mi esposa, Verónica.
Gracias, mi vida, pues sin ti, todo esto sería mucho más duro.
Gracias también, al maravilloso equipo de gobierno de mi
Hermandad, empezando por Fran, Aniónico, Miguel Ángel,
Antonio Donaire, Ramón, Sonia, Silvia, Rojillo, Juanmi,
Juanito, José María, Dori y … perdón, por si me dejo alguno.
Por los ratos que me hacen pasar dentro de mi Hermandad,
gracias a todos. De verdad.
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Muchas gracias a todos los presentes, por vuestra asistencia,
esperando que este pregón haya sido de vuestro agrado.
Y ya, sólo me quedan dos palabras por decir:
Con su permiso mi capataz:
¡¡Ahí quedo!!
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