“CRISTO ES LA PUERTA”. “POR ÉL ME VINIERON TODOS LOS BIENES” CRISTO EN EL CENTRO DE LA VIDA ESPIRITUAL DEL CREYENTE Y DE LA EXPERIENCIA GOT O.- CRISTO ES LA PUERTA (JN 10, 7-10)1: 1.- Esta expresión la encontramos en el Evangelio de san Juan, dentro del conocido como discurso del Buen Pastor. Y es uno de esos nombres que revelan la identidad y misión divina de Jesús y que Juan hace preceder del “yo soy”. “Entonces Jesús les dijo de nuevo: “En verdad, en verdad os digo: yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido delante de mí son ladrones y salteadores; pero las ovejas no los escucharon. Yo soy la puerta; si uno entra por mí estará a salvo: entrará y saldrá y encontrará pasto. El ladrón no viene más que a robar, matar y destruir. Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia”. Jn 10, 7 10) Sin detenernos excesivamente, ni querer entrar en grande exégesis, que estarían fuera de lugar, vemos aquí como Jesús es la puerta por la que se entra para tener vida en abundancia. La expresión “yo soy la puerta de las ovejas”, puede tener dos significados: primeramente el significado de acceso al redil de los ovejas (puerta para pasar al lugar donde están las ovejas), en segundo lugar “la puerta para que pasen por ella (entren y salgan) las ovejas. Ambos sentidos no se excluyen, sino más bien se complementan, pues acentúan la afirmación de que Jesús es el único que trae la salvación. El primer significado se relaciona más con los pastores, con lo que tienen la misión de apacentar el rebaño. No nos interesa tanto. 1 Cf Diccionario del Mundo Joanico, Edit. Monte Carmelo, pp. 768-769 1 El segundo sentido es más general. La puerta por la que las ovejas entran y salen. Nos está indicando que Jesús es el único acceso a la salvación, a la vida, el único acceso a Dios. Esta metáfora de la puerta está en consonancia con la “función central” que Juan atribuye a Jesús en su evangelio: el es nuevo templo, el verdadero lugar de la presencia de Dios (Jn 2 13-22. “él hablaba del templo de su cuerpo”). Cristo es, por decirlo de algún modo, el “trampolín” para ir al Padre. “Yo soy el camino, la verdad y la vida, y nadie va al Padre sino por mí” (Jn 14, 6) 2.- Fuera de este contexto concreto del evangelio de Juan, y refiriéndonos no ya a la puerta del redil, sino a la puerta de la ciudad, desde el contexto cultural del mundo bíblico, y más en concreto del evangelio, nos encontramos con que la puerta de la ciudad es el lugar donde se hace la vida, donde se compraba, se vendía… El lugar donde se realizaban los encuentros, la fiesta, donde se impartía la ley, etc. Esto es muy evocador. Así considerado, Jesús es el lugar donde nosotros hacemos nuestra vida, donde estamos asentado (edificados). En ambos sentidos, lo que esta expresión nos viene a indicar es esa centralidad de Jesús… I.- BREVE REFLEXIÓN TEOLÓGICA: CRISTO, EL CENTRO DE LA EXPERIENCICIA ESPITUAL DEL CRISTIANO Nuestro Señor Jesucristo ocupa objetivamente y vitalmente el centro de nuestra fe. Son importantes las dos palabras y las resalto: objetiva y vitalmente. Hay un cristocentrismo, podríamos decir “dogmático”, que hace referencia más bien a la reflexión teológica, y al interés de la misma por situar a Cristo en el centro de las realidades creadas y de toda la acción salvadora de Dios. Este cristocentrismo es muy importante. Cristo el centro de la creación y el centro de la revelación. Todo ha sido creado por Él y todo se mantiene en él. Él está también en el centro de la revelación: Por el hemos podido conocer la verdad más intima de Dios. El misterio de un Dios que es Trinidad. Y por el hemos podido conocer también el verdadero rostro de Dios: el rostro de nuestro Abbá. De nuestro Dios Padre/Madre. 2 Y hay un cristocentrismo que podríamos llamar “espiritual”, que se da cuando la existencia entera de alguien (su pensar, amar y su obrar) gira en torno a la persona de Jesucristo y hace girar en torno a él todas las demás cosas. Este segundo tipo de cristocentrismo es, a mi modo de ver, el que nos interesa a nosotros. Conocer a Cristo vitalmente, experiencialmente, es muy distinto de saber cristología. Se trataría de hacer vida y experiencia personal todo lo que “la cristología”, o el cristocentrismo dogmatico nos ofrece a nuestra consideración Ambos se apoyan y se necesitan: el dogmatico, el conocimiento y la cristología, nos ayudan a vivir mejor el espiritual. Y por otro lado esta experiencia vital, cuando es experiencia aquilatada y acendrada, y especialmente la experiencia mística, ayuda a la dogmática a progresar. A nosotros, como GOT, nos interesa sobre todo esta centralidad espiritual de Cristo desde la perspectiva orante, desde nuestro ser orantes. Pero no debemos desdeñar nunca el otro. Teresa fue una mujer “cristopática”, podríamos decir. Hizo, sobre todo, experiencia vital de Cristo. Pero no desdeño tampoco la ayuda de la teología, de las “letras” que decía ello, como una ayuda muy importante para vivir mejor su “experiencia personal” de Cristo. II.- EL TESTIMONIO DEL MAGISTERIO RECIENTE. TRES PAPAS, TRES DOCUMENTOS, TRES PUERTAS QUE MIRAN AL ORIENTE: CRISTO JESÚS. Hacemos una referencia, aunque sea brevemente, al magisterio de los tres últimos papas. En todos ellos encontramos esta invitación a toda la iglesia, a “centrarse en Cristo” A- Beato Juan Pablo II, en “Novo Milenio Ineunte”. En este documento que tenía mucho de programático ante el nuevo milenio que comenzaba, al cruzar la puerta del tercer milenio y concluir la celebración del año jubilar, el papa invita a toda la iglesia a centrarse en Cristo. El primer capítulo, que hace memoria del jubileo recientemente celebrado se titula: “El encuentro con Cristo, herencia del gran jubileo”. 3 Pero es en el capítulo 2º, donde encontramos especialmente desarrollada esta llamada a centrar la vida en Cristo. Y lo hace con este sugerente título: “un rostro a contemplar”, ese rostro evidentemente es el rostro de Jesús. Rostro que hay que contemplar para poder hacerlo resplandecer ante las gentes y el mundo de hoy2 Y el capítulo 3º: “Caminar desde Cristo”. Todo el proyecto de la iglesia ante el nuevo milenio se hará desde Cristo y contando con Él3. Y casi en las últimas líneas de la carta dice: “El símbolo de la puerta santa se cierra a nuestras espaldas, pero para dejar abierta, más que nunca, la puerta viva que es Cristo” (NMI 59) B.- Benedicto XVI, en “PORTA FIDEI”. En esta carta Apostólica, con la que el Papa emérito Benedicto XVI convocaba el año de la fe, nos dice: “Creer en Jesucristo es, por tanto, el camino para poder llegar de modo definitivo a la salvación”, (PF 3)4, Y también: “Con su amor, Jesucristo atrae hacia sí a los hombres de cada generación: en todo tiempo, convoca a la Iglesia y le confía el anuncio del Evangelio, con un mandato que es siempre nuevo” (PF 7). Y todavía: “Durante este tiempo, tendremos la mirada fija en Jesucristo, «que inició y completa nuestra fe» (Hb 12, 2): en él encuentra su cumplimiento todo afán y todo anhelo del 2 “Los hombres de nuestro tiempo, quizás no siempre conscientemente, piden a los creyentes de hoy no sólo « hablar » de Cristo, sino en cierto modo hacérselo « ver ». ¿Y no es quizá cometido de la Iglesia reflejar la luz de Cristo en cada época de la historia y hacer resplandecer también su rostro ante las generaciones del nuevo milenio?” NMI 16 3 “No se trata, pues, de inventar un nuevo programa. El programa ya existe. Es el de siempre, recogido por el Evangelio y la Tradición viva. Se centra, en definitiva, en Cristo mismo, al que hay que conocer, amar e imitar, para vivir en él la vida trinitaria y transformar con él la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén celeste” NMI, 39 4 Como la samaritana, también el hombre actual puede sentir de nuevo la necesidad de acercarse al pozo para escuchar a Jesús, que invita a creer en él y a extraer el agua viva que mana de su fuente (cf. Jn 4, 14).(…). En efecto, la enseñanza de Jesús resuena todavía hoy con la misma fuerza: «Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna» (Jn 6, 27). La pregunta planteada por los que lo escuchaban es también hoy la misma para nosotros: « ¿Qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios?» (Jn 6, 28). Sabemos la respuesta de Jesús: «La obra de Dios es ésta: que creáis en el que él ha enviado» (Jn 6, 29). Creer en Jesucristo es, por tanto, el camino para poder llegar de modo definitivo a la salvación. (PF 3) 4 corazón humano. La alegría del amor, la respuesta al drama del sufrimiento y el dolor, la fuerza del perdón ante la ofensa recibida y la victoria de la vida ante el vacío de la muerte, todo tiene su cumplimiento en el misterio de su Encarnación, de su hacerse hombre, de su compartir con nosotros la debilidad humana para transformarla con el poder de su resurrección” (PF 13). C.- Papa Francisco, en LUMEN FIDEI. El primer documento firmado por el papa francisco, aunque, como el dijo “hecho a cuatro manos”, pues en parte lo había hecho ya el papa Benedicto. En el primer capítulo, “Hemos creído en el amor”, que es una pequeña historia de la fe y sus testigos (sobre todo Abrahán y Moisés), nos dice que “la fe cristiana está centrada en Cristo, es confesar que Jesús es el Señor y que Dios lo ha resucitado de entre los muertos (cf. Rom 10,9) (…)” y que “la historia de Jesús es la manifestación plena de la fiabilidad de Dios” (LF, 15). Además, con vistas a esta centralidad de Jesús nos recuerda algo muy importante, y es que “Cristo no es sólo aquel en quien creemos, la manifestación máxima del amor de Dios, sino también aquel con quien nos unimos para poder creer. La fe no sólo mira a Jesús, sino que mira desde el punto de vista de Jesús, con sus ojos: es una participación en su modo de ver” (LF 18). Y por último: “La confesión cristiana de Jesús como único salvador, sostiene que toda la luz de Dios se ha concentrado en él, en su « vida luminosa », en la que se desvela el origen y la consumación de la historia. No hay ninguna experiencia humana, ningún itinerario del hombre hacia Dios, que no pueda ser integrado, iluminado y purificado por esta luz. Cuanto más se sumerge el cristiano en la aureola de la luz de Cristo, tanto más es capaz de entender y acompañar el camino de los hombres hacia Dios (LF 35). III.- CRISTO EN SANTA TERESA DE JESÚS: “POR QUIEN NOS VINIERON TODOS LOS BIENES” (6M 7,15) Somos GOT, grupos de oración Teresiana. Teresa tiene para nosotros un magisterio y una fuerza especial. Además estamos embarcados en la preparación del V centenario de su nacimiento. Merece la pena darle a ella hoy la palabra para que nos cuente algo de su “vivir” a Cristo. Trataré de hacerlo sobre todo teniendo en cuenta que somos grupos de oración. Por eso trataré de poner el acento más en esta dimensión orante. Aunque, por otro lado, lo sabemos bien, para teresa, su experiencia de oración es su experiencia de vida. 5 A poco que conozcamos la vida de Teresa, o que hayas leído algo de sus escritos, nos resultará evidente decir que Jesucristo ocupa el lugar central, tanto en su vida personal, como en su doctrina. Aunque, como decíamos antes, ella es sobre todo mujer de experiencia, y toda su doctrina se hace desde este experiencia espiritual, desde lo “vivido”, lo “padecido”, desde su “cristopatía”. Y esto, en todos los momentos de su existencia: en los inicios de su vida de oración, en el momento de su conversión definitiva, en la irrupción desbordante de su experiencia mística, y en toda su doctrina sobre la oración y todos sus escritos sobre la vida espiritual: Cristo tiene el lugar central. La experiencia y el contacto “vital” con Cristo le llega a Teresa a través de la lectura y la meditación del Evangelio, y también de un subsidio importante: la lectura de las “vidas de Cristo”. Pero fundamentalmente al primer contacto y la primera vía de profundización en la vida de Cristo, en su persona, en su Misterio, es la lectura del Evangelio. Este fue siempre su libro preferido: “Siempre he sido yo aficionada y me han recogido más las palabras de los Evangelios, que libros muy concertados” (C 21, 4); y animaba así a sus hijas: “Bendito el que nos convida a que vayamos a beber en su Evangelio”. A esta lectura la acompaña y de esta lectura va naciendo un método de oración muy primario, muy esencial, muy simple, ajeno a toda técnica y a toda complicación contemplativa. Un método y un modo de orar que tiene mucho que ver con su carácter, con su modo de ser, tan predispuesto a la amistad y a la búsqueda de compañía: “Tenía este modo de oración: que, como no podía discurrir con el entendimiento, procuraba representar a Cristo dentro de mí, y hallábame mejor - a mi parecer - de las partes adonde le veía más solo, parecíame a mí que estando solo y afligido me había de admitir a mí. “Muchos años las más noches, antes que me durmiese, cuando para dormir me encomendaba a Dios, siempre pensaba un poco en este paso de la oración del huerto, aun desde que no era monja” (V 9, 4). Así pues Teresa comenzará a tener oración, como dirá ella, sin “darse cuenta”, y lo hará a través de ese acercarse a la persona de Cristo, a través de los pasajes evangélicos, a la meditación de los mismos, y a la acogida de la presencia de Cristo que esos pasajes le ayudaban a reconocer y sostener. Y así nos confiesa Teresa: “tengo para mí que por 6 aquí gano mucho mi alma, porque comencé a tener oración sin saber qué era, y ya la costumbre me hacía no dejar esto” (V 9, 4) En esta lectura y meditación, en esta oración n, Teresa descubre la “humanidad” de Cristo, y esto será algo que ya no la abandonará y que constituirá el eje de su experiencia personal y su gran tema doctrinal. Este amor a Cristo - hombre, a su humanidad, hace nacer en Teresa: - una devoción especial a ciertas escenas del evangelio, que la marcan profundamente y la acompañarán durante toda su vida: el encuentro de Jesús con la samaritana, y la imagen/idea del agua viva (V 30, 19; C 19, 2); la oración de Jesús en el huerto (V 9, 49 o en algunas escenas de la pasión… - Un amor y un deseo, y hasta una necesidad de “ver su rostro”, de contemplar su imagen. La oración de Teresa nace y crece muy ligada a este “ver el rostro de Jesús”, ver a Jesús, mirarle, contemplar su imagen. Sabemos bien lo que a ella le gustaba tener imágenes, las mejores posibles, de Cristo. Y oraba sirviéndose de ellas, mirándola, y así mismo invitaba a orar a los demás: “Yo solo podía pensar en Cristo como hombre (…nos ha dicho antes). A esta causa era tan amiga de imágenes. ¡Desventurados los que por su culpa pierden este bien! Bien parece que no aman al Señor, porque si le amaran holgáranse de ver su retrato, como acá aún da contento ver el de quien se quiere bien” (V 9, 6) “Lo que podéis hacer para ayuda de esto: procurad traer una imagen o retrato de este Señor que sea a vuestro gusto; no para traerle en el seno y nunca mirarle, sino para hablar muchas veces con Él, que Él os dará qué decirle”. (C 26, 9) No olvidemos que el encuentro “casual” con una imagen de Jesús, con un “Cristo muy llagado”, puso en marcha un proceso en que culminan tantos años de lucha y de búsquedas: su conversión definitiva a Dios. Nos lo describe ella en el libro de la vida, capítulo 9. Para Teresa, el encuentro con la imagen equivale a un encuentro con la persona misma de Jesús. Para ella la imagen o el retrato de Jesús es una mediación de la presencia del señor en el misterio de su ausencia. 7 Esta centralidad de Cristo, en la vida y en la oración de Teresa, vamos a tratar de presentarla, bajo algunas palabras clave. CRISTO MAESTRO La expresión “Maestro” es una de las que más usa Teresa cuando habla de Cristo o cuando se dirige a EL. Es una expresión, cargada de amor. Esto es muy importante: ese maestro es también el esposo, el amado. Este nombre tiene detrás, sin duda, toda la aventura de aproximación evangélica a Jesús de la que hablamos antes, y pone de manifiesto la fuerte conciencia que ella tenía de que Cristo la enseñaba y tenía con ella un íntimo influjo pedagógico. “Su majestad fue siempre mi Maestro”, escribe ella en el libro de la vida (V 12,6). Y Más adelante en el mismo libro, cuando hace referencia a su propia labor de enseñanza y de pedagogía hacia sus hijas y sus lectores (nosotros) a través de sus escritos, Teresa nos confesará: “Muchas cosas de las que escribo me las decía este mi Maestro Celestial” (V, 39, 8). Por eso ella nos recomienda vivamente al hacerse también ella para nosotros maestra de oración, que tomemos a Cristo por maestro. Es paradigmático en este sentido el hermosísimo capítulo 26 del camino de perfección, en el que Teresa está tratando de introducir a sus lectores en el mundo de la oración de recogimiento, y les anima a pasar de la oración vocal a la mental a través de esta actitud de recogimiento. Y Teresa nos dice: “Ahora, pues, tornemos a nuestra oración vocal para que se rece de manera que, sin entendernos, nos lo dé Dios todo junto, y para - como he dicho- rezar como es razón. Procurad luego, hija, pues estáis solas, tener compañía. Pues ¿qué mejor que la del mismo maestro que enseñó la oración que vais a rezar? Representad al mismo Señor junto con vos y mirad con qué amor y humildad os está enseñando. Y creedme, mientras pudiereis no estéis sin tan buen amigo. Si os acostumbráis a traerle cabe vos y El ve que lo hacéis con amor y que andáis procurando contentarle, no le podréis -como dicen- echar de vos; no os faltará para siempre; ayudaros ha en todos vuestros trabajos; tenerle heis en todas partes: ¿pensáis que es poco un tal amigo al lado? (C 26). 8 Cristo es el amigo/maestro, que está junto a nosotros, nos acompaña en el momento de oración. Pero esa compañía, no es solo de solidaridad, o de sostenimiento, sino que tiene un verdadero valor pedagógico, Él esta activamente, enseñándonos cómo orar. Él está ayudándonos a comprender La Palabra, si es que meditamos, o a entender la verdad de lo que estamos diciendo, si es que oramos vocalmente con atención, o a entender el sentido más profundo de las cosas, si es que estamos orando un acontecimiento de nuestra vida… Al final de este capítulo ella vuelve insistir: “Y tórnoos a certificar que si con cuidado os acostumbráis a lo que he dicho, que sacaréis tan gran ganancia que, aunque yo os la quisiera decir, no sabré. Pues juntaos cabe este buen Maestro, muy determinadas a deprender lo que os enseña, y Su Majestad hará que no dejéis de salir buenas discípulas, ni os dejará si no le dejáis. Mirad las palabras que dice aquella boca divina, que en la primera entenderéis luego el amor que os tiene, que no es pequeño bien y regalo del discípulo ver que su maestro le ama” (C 26 10). Teresa insiste aquí en esta determinación, que implica nuestra voluntad, a vivir consciente de la presencia de este buen maestro, y de hacernos discípulos. A querer hacernos discípulos de este maestro, consciente de que de Él podemos aprender grandes cosas para nuestro bien. De hecho Teresa, que está enseñando a su lectores a orar desde dentro y con consideración la oración del Padre nuestro, les dice que el mejor modo de rezarlo es dejándose enseñar por Jesús, el maestro, y que en la primera palabra: Padre, ya nos enseña mucho: el gran amor que nos tiene, pues nos introduce y nos regala su misma oración filial. Bien, acogemos esta invitación, para nuestra oración, para nuestra vida: esta enseñanza interior de Jesús, que nos habla al corazón, como dice Teresa: “entiende que sin ruido de palabras le está enseñando este maestro divino” (C 25, 2). CRISTO MODELO A partir de este magisterio vivo y vital de Cristo, consecuencia de él y prolongación del mismo, se entiende la fuerte conciencia de Teresa de que Cristo es nuestro MODELO. “Oh, Señor, Señor. ¿Sois vos nuestro dechado y maestro?- Sí por cierto” (C 9 36, 5), exclama Teresa en el camino de perfección-. Esta ejemplaridad total de Jesús la expresa Teresa con un término muy realista y un tanto femenino: “Dechado” (V 22, 7; M6, 7, 13). Covarrubias, en el tesoro de la lengua lo define así: “exemplar de donde la labrandera saca alguna labor… Exemplar y dechado vienen a significar una misma cosa”. Es precisamente su humanidad la que posibilita esta ejemplaridad de Cristo. El es hombre como nosotros. Por eso Teresa sabe que “es gran cosa, mientras vivimos y somos humanos, traerle humano” (V 22, 9). Y por eso puede exclamar “es muy buen amigo Cristo, porque le miramos hombre y vémosle con flaquezas y trabajos” (V 22, 10). La meditación de los misterios de su vida, nos lo hace asequible, cercano. No es un modelo inalcanzable. El fue hombre como nosotros. Para Teresa todo el ideal de su vida fue imitar a Cristo, vivir como él, ser como él. “Por este camino que fue Cristo han de ir los que le siguen” (V 11, 15). Por eso Cristo se convierte para ella en el modelo de todas las virtudes. Todas las virtudes de la ascesis teresiana tienen siempre su punto de referencia en Jesús: la bondad, la paciencia, el silencio, la pobreza, el desasimiento (libertad)… etc. Todas tienen en última instancia su razón de ser en Cristo. “Yo siempre escogería el camino del padecer, siquiera por imitar a nuestro Señor Jesucristo” (6 M 1,79 “pongamos los ojos en Cristo nuestro bien, y allí aprenderemos la verdadera humildad” (1 M 2, 11) Y también, de modo especial, en la virtud de la caridad. Cuando en los capítulos iniciales del Camino de perfección, al poner los fundamentos de la oración, Teresa nos propone la vivencia de la verdadera caridad (“el amor de una para con otras”), concluirá diciendo: “¡Oh precioso amor, que va imitando al capitán del amor, Jesús nuestro bien!” (C 6, 9) EUCARISTIA La presencia, cercanía, y centralidad de Cristo en la vida de Teresa se aprecia también en el modo en que ella acogió y vivió la Eucaristía. Podemos decir que para Teresa la Eucaristía es el sacramento de la Humanidad de Cristo. De hecho, el amor a la 10 humanidad de Cristo se encuentra en el centro de su amor y culto a la Eucaristía. En el santísimo sacramento Teresa descubre y contempla a Cristo como “compañero nuestro”: “Hele aquí compañero nuestro en el Santísimo Sacramento, que no parece fue en su mano apartarse de nosotros un momento"(V 22, 6). Y lo contempla en el esplendor de su cuerpo glorioso, con todo el poder y la belleza del Señor Resucitado: “¿Quién nos quita estar con Él después de resucitado, pues tan cerca le tenemos en el sacramento, a donde ya está glorificado?” (V 22). Este amor a Cristo en la Eucaristía lo vemos reflejado en las páginas del Camino de Perfección en que Teresa comenta la petición “danos hoy nuestro pan de cada día”, y siguiendo la tradición cristiana muy común, entiende aquí este pan como el pan de la Eucaristía.5 UNA VIDA NUEVA: LA EXPERIENCIA MÍSTICA La irrupción de la experiencia mística, le llega también a Teresa de la mano de Cristo, y no supuso para ella un abandono de esta centralidad y de toda su verdad: La humanidad sacratísima de Jesús. Es Cristo quien sigue haciéndose ahora presente a Teresa. La experiencia mística supone para ella el paso de la representación y la acogida en fe de su presencia, a la presencia misma de Jesús Glorioso y resucitado, que se le impone a Teresa. En lugar de representárselo ella, interior o exteriormente, será Él mismo quien se le haga presente de forma totalmente imprevisible. El amor a Cristo, y a su humanidad culmina en un estado continuo de vida Cristocéntrica. Teresa comienza a experimentar de un modo nuevo la presencia de Cristo. Éste pasará a ser, “su inseparable vivir” (expresión esta de san Ignacio de Antioquía que bien podría hacer suya Teresa). Teresa experimenta y vive con gran conciencia la realidad inefable que pablo denomina como “vivir en Cristo”. Ella experimenta y siente de modo extraordinario la cercanía y la presencia de Cristo en su vida, una presencia que se le impone, una presencia de la que “no puede dudar”. 5 Ver los capítulos 33, 34 y 35 del Camino de perfección. 11 Durante un largo periodo de tiempo, tiene una serie de visiones de Cristo. Visiones que ella se encarga de dejar bien claro, no son materiales, pues nada ve con los ojos corporales. Estas visiones son siempre del Cristo Glorioso y resucitado, que poco a poco se va descubriendo a Teresa, y la deja “prendada”, subyugada por su gran hermosura: “Un día de San Pablo, estando en misa, se me representó toda esta Humanidad sacratísima como se pinta resucitado, con tanta hermosura y majestad como particularmente escribí a vuestra merced cuando mucho me lo mandó (…). Sólo digo que, cuando otra cosa no hubiese para deleitar la vista en el cielo sino la gran hermosura de los cuerpos glorificados, es grandísima gloria, en especial ver la Humanidad de Jesucristo, Señor nuestro, aun acá que se muestra Su Majestad conforme a lo que puede sufrir nuestra miseria; ¿qué será adonde del todo se goza tal bien? (V 28, 3). De ver a Cristo me quedó imprimida su grandísima hermosura, y la tengo hoy día, porque para esto bastaba sola una vez, ¡cuánto más tantas como el Señor me hace esta merced! Quedé con un provecho grandísimo (…). Después que vi la gran hermosura del Señor, no veía a nadie que en su comparación me pareciese bien ni me ocupase; que, con poner un poco los ojos de la consideración en la imagen que tengo en mi alma, he quedado con tanta libertad en esto, que después acá todo lo que veo me parece hace asco en comparación de las excelencias y gracias que en este Señor veía. (V 37, 4). Otras veces tenía el sentimiento cierto de su presencia y de su compañía ininterrumpida: “Verdad es que a quien mete ya el Señor en la séptima morada, es muy pocas veces, o casi nunca, las que ha menester hacer esta diligencia, por la razón que en ella diré, si se me acordare; mas es muy continuo no se apartar de andar con Cristo nuestro Señor por una manera admirable, adonde divino y humano junto es siempre su compañía. (6 M 7, 9). “Sentía que andaba al lado derecho, mas no con estos sentidos que podemos sentir que está cabe nosotros una persona; porque es por otra vía más delicada, que no se debe de saber decir; mas es tan cierto y con tanta certidumbre y aun mucho más; porque acá ya se podría antojar, mas en esto no, que viene con grandes ganancias y efectos interiores, que ni los podría haber, si fuese melancolía, ni tampoco el demonio haría tanto bien, ni andaría el alma con tanta paz y con tan continuos deseos de contentar a Dios y con tanto desprecio de todo lo que no la llega a Él. (6 M 8, 3). Esta presencia se hace conversación, dialogo confidencial. Cristo sigue siendo para Teresa maestro, pero ahora ella percibe sus Palabras con una fuerza nueva. Se le gravan ahora con especial intensidad esas palabras, evangélicas muchas de ellas, o “paraevangélicas”, que percibe como dirigidas a ella y que en ella obran de modo poderoso: “Yo soy, no temas” (de honda resonancia joánica), “yo soy fiel”, o estas palabras “paraevangélicas”: “No hayas miedo, hija, que nadie sea parte para apartarte 12 de mí”, que son el eco de las palabras de Cristo en la parábola del buen pastor: “Nadie las arrebata de mí mano”(Jn 10, 28) (R 36). Y otras palabras ya no evangélicas, sino llegadas al albur de diversas circunstancias, con las que Jesús la consuela: mientras una vez Cristo le partía y daba el pan como a las discípulos oyó su voz: “come hija y pasa como pudieres; pésame de lo que padeces” (R 26); O palabras con las que le da esperanza: “Espera un poco hija, y verás grandes cosas” (F 2, 8); o palabras de fortaleza, como las que le dirige ante las dificultades de la fundación de Burgos: “Ahora, Teresa, ten fuerte” (F 31, 15). Esta presencia acaba llevando a Teresa a vivir todos los misterios de la vida de Cristo de un modo nuevo, y por último, ya hacia el final de su vida, se hace más pura y espiritual en sus manifestaciones y queda unida e integrada en la visón y experiencia mística de la Trinidad6. Y esta presencia de Cristo acabara llevándola a la unión total y la transformación en El. Pero de eso hablaremos en seguida, aunque sea brevemente. A modo de conclusión, y adelantándome a posibles objeciones sobre el especial y marcado carácter místico de las experiencias finales de santa Teresa, en el sentido de que por eso mismo no tendrían tanto valor para nosotros, “cristianos de a pié”, cabe decir: 1.- El sentido sobrenatural y extraordinario de su experiencia mística de Cristo, con sus visiones y locuciones, no debe alejarnos de su doctrina, ni le quita validez a su mensaje. Más bien al contrario, es su carisma en la iglesia: ser testigo vivo de la realidad de Cristo en la existencia y el devenir humano. Tanto desde la pura fe, como también más allá de la experiencia “común” de la vida Cristiana, en la experiencia mística. 2.- Más bien estas gracias místicas, tan intensas, vividas al final de su vida y de su camino espiritual, expresan con toda claridad, hasta qué punto la vida en Cristo, radicada en el bautismo, nutrida por los sacramentos y ejercitada en la oración y en la vida cotidiana, es una realidad grande y hermosa, y realmente plenificadora. 6 Lo de las visiones imaginarias ha cesado; mas parece que siempre se anda esta visión intelectual de estas tres Personas y de la Humanidad, que es, a mi parecer, cosa muy más subida( R 6, 3) 13 3.- Como en otros muchos aspectos, aquí Teresa quiere mostrar toda la grandeza del Don, todo lo que Dios puede hacer y hasta donde puede llevarnos, si Él quiere. Y lo hace para que nosotros nos “dispongamos”, y estemos dispuestos a acoger ese Don. IV.- A MODO DE CONCLUSIÓN: CRISTO, LA PUERTA DE SALIDA. CONFIGURARSE CON CRISTO En la cita del Evangelio de Juan con que comenzábamos esta disertación, podíamos leer, refiriéndose a la puerta que es Cristo: “entrará y saldrá”. Por Cristo entramos, y también por Él salimos. La experiencia cristiana en general, y también la experiencia de oración en concreto, es una experiencia que nos empuja a salir por la puerta que es Cristo, transformados en El. El desarrollo normal al que lleva la vida de fe, y por lo tanto la vida de oración es la “transformación en Cristo”. La unión de amor y de voluntades busca semejanza. Seguimos dejándonos acompañar por Teresa. También para ella fue así y así lo vivió y así nos lo enseña. Toda su vida de creyente, su peripecia orante y su desarrollo espiritual la lleva a una meta: transformase en Cristo. Todo su recorrido personal y orante de conocer a Cristo, acompañarlo y dejarse acompañar por él, de mirarle y dejarse mirar; el aprenderlo todo de Él como del mejor maestro, y el imitarlo como el mejor modelo, lleva a esta conclusión: transformarse en él, hasta poder decir como pablo: “vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mi” (Gal 2, 20). En las quintas moradas, al hablar de la oración de Unión con Dios por amor, Teresa emplea la hermosa imagen del gusano de seda, y escribe así: “Pues crecido este gusano comienza a labrar la seda y a edificar la casa donde ha de morir. Esta casa querría dar a entender aquí que es Cristo. En una parte me parece he leído u oído que nuestra vida está escondida en Cristo, o en Dios, que todo es uno, o que nuestra vida es Cristo” (5 M 2, 4). El progreso de la vida de oración lleva necesariamente a un proceso de muerte y resurrección: muerte al hombre viejo (el gusano) y nacimiento del hombre nuevo, hecho a la medida y la imagen de Cristo. Ese hombre nuevo que, como Cristo, vive unido al 14 Padre por el amor, y es capaz, como Cristo, de amar lo que el Padre ama, y de hacer su voluntad de amor. Desde su profunda experiencia de la vida cristiana, Teresa sabe, y nos lo dice así, que el seguimiento de Cristo tiene su desenlace normal en una profunda y misteriosa unión con Él, y por tanto con el Padre. Una “metamorfosis” radical, explica teresa en los primeros compases de las quintas moradas. Ella vivió la plenitud de esta trasformación en Cristo como resultado de una serie de gracias místicas que llevaron a la oración de unión, pero sabe que esto es posible también para el cristiano de a pie, el cristiano común y corriente. A ella le urge decirnos que cualquier cristiano fiel a su vocación está llamado a vivir esa especie de simbiosis de lo humano con lo divino, a vivir la experiencia de la unión del hombre con Dios en Cristo. Por eso escribirá en ese precioso capítulo 3 de las quintas moradas para decirnos que: - El cristiano llega a la unión y a la trasformación en Cristo cuando desde lo más hondo de su voluntad “se conforma con la voluntad de Dios”, es decir, entra en sintonía real con la voluntad salvífica del Padre. “La verdadera unión se puede muy bien alcanzar, con el favor de nuestro Señor, si nosotros nos esforzamos a procurarla, con no tener voluntad sino atada con lo que fuere la voluntad de Dios” (5 M 3, 3). - Esta conformidad con su voluntad se expresa en la actuación del amor, concreto y operativo, a Dios y al prójimo: “¿Qué pensáis qué es voluntad? (…) Acá solo estas dos cosas que nos pide el Señor: amor de su majestad y del prójimo, es en lo que hemos de trabajar. Guardándolas con perfección, hacemos su voluntad, y así estamos unidos a El” (5M 3, 7). - Para la unión se requiere pues, estos dos amores, que tiene un papel distinto en el proceso de la unión. El amor a los hermanos hace de parámetro, de medidor: “La más cierta señal que, a mi parecer, hay de si guardamos estas dos cosas, es guardando bien la del amor del prójimo”(n 8). Gracias a él podemos saber si la unión con Dios es verdadera o es un puro espejismos. Y el amor de Dios (amor a Dios) es la raíz. Pues sabe teresa que solo en Dios está la fuente del amor: “creo 15 yo que según es malo nuestro natural, que si no es naciendo de raíz del amor de Dios, que no llegaremos a tener con perfección el del prójimo” - (nº 9). En el balance entre los dos modos de unión: está que ella augura a todo creyente y la otra, la unión mística a la que llegan aquellos a quien Dios quiere llevar por esos caminos, Teresa se queda con la primera, con la unión de voluntades. Ella nos dirá que todo el valor de la segunda proviene de la primera. Así nos lo dice ella: “Pues yo os digo, y lo diré muchas veces, que cuando lo fuere (auténtico amor a los hermanos), que habéis alcanzado esta merced del Señor (= la unión verdadera), y ninguna cosa se os dé de esotra unión regalada que queda dicha, que lo que hay de mayor precio en ella es por proceder de ésta que ahora digo” (nº 3); “Esta es la unión que toda mi vida he deseado; ésta es la que pido siempre a nuestro Señor y la que está más clara y segura” (nº 5). Es decir: lo que ella ha anhelado toda su vida es amar a Dios en el amor a los hermanos, para hacer así la voluntad del Padre. Como hizo Cristo, ni más menos. Este Cristo con el que nosotros queremos “configurarnos”, en quien queremos transformarnos. Cuando se da la unión de voluntades, cuando nuestro querer no es sino el querer del Padre, se produce nuestra trasformación en Cristo, aquel para quien su único alimento era hacer la voluntad del Padre. De nuevo en las moradas, ahora ya desde la altura de las séptimas moradas, cuando da su última lección desde el castillo, y trata de responder a la pregunta: ¿Para qué es esto? ¿Para qué ha servido todo este proceso de progresivo avance de morada en morada? ¿Para qué las hemos recorrido? ¿Para qué tantas mercedes, purificaciones, pruebas, gracias, etc.? Teresa dirá que es para que podamos configurarnos de verdad con Cristo, con el Cristo que se hizo siervo por amor, que por amor llegó a entregar su vida, hasta darla en la cruz: “Bien será, hermanas, deciros qué es el fin para que hace el Señor tantas mercedes en este mundo. Aunque en los efectos de ellas lo habréis entendido, si advertisteis en ello, os lo quiero tornar a decir aquí, porque no piense alguna que es para sólo regalar estas almas, que sería grande yerro; porque no nos puede Su Majestad hacer mayor, que es darnos vida que sea imitando a la que vivió su Hijo tan amado; y así tengo yo por 16 cierto que son estas mercedes para fortalecer nuestra flaqueza como aquí he dicho alguna vez para poderle imitar en el mucho padecer” Poned los ojos en el Crucificado y haráseos todo poco. Si Su Majestad nos mostró el amor con tan espantables obras y tormentos, ¿cómo queréis contentarle con sólo palabras? ¿Sabéis qué es ser espirituales de veras? Hacerse esclavos de Dios, a quien, señalados con su hierro que es el de la cruz, porque ya ellos le han dado su libertad, los pueda vender por esclavos de todo el mundo, como El lo fue; que no les hace ningún agravio ni pequeña merced”. (7 M 4, 4). Configurarnos con Cristo, transformarnos en Cristo para hacernos esclavos de todos, como se hizo él. Marcados con el sello de la cruz, que es el sello de la entrega incondicional y sin límites, hacernos servidores, ese es el fin de la oración. Es verdad que esto lo dice ya en las séptimas moradas, pero recordemos esto que decíamos antes: a ello estamos llamados todos, y si no lo vivimos desde la gracia y la experiencia mística, llamados estamos a vivirlo desde la fe, y en puro amor. No olvidemos que este es fin de “todo” el proceso de las moradas. V.- A MODO DE APÉNDICE: CRISTO EN LA EXPERIENCIA GOT A LA LUZ DE NUESTRO IDEARIO. Nos quedaría por ver cómo está presente esta centralidad de Cristo en la vida De los GOT. Y vamos a hacerlo rastreando nuestro ideario. Una primera referencia la encontramos al presentarnos la oración como un camino a recorrer (P 9). Allí, al hablarse de la oración como un proceso que pide crecimiento, que conduce a la madurez espiritual, se señala cómo el fin de ese camino es la transformación en el amado7. Pero es al hablar del estilo de nuestra oración (apartado IV, número 2) donde de forma más clara y explícita aparece esta centralidad de Cristo. Dice así: “-Oramos desde, cómo y para lo que Jesús oró. La oración nos lleva a enamorarnos de Jesús, enamorarnos de la humanidad. «He venido para que tengan vida y la tengan en “y finalmente conduce al encuentro amoroso con Dios y, como consecuencia, a la transformación en el Amado: «su alma está unida y transformada... arrimada en su Esposo» (Cántico 40,1)”. (Ideario GOT, p 9) 17 7 abundancia» (Juan 10,10). «Si alguno quiere seguirme...» (Marcos 8,34ss), «que os améis unos a otros como yo os he amado» (Juan 13,34). La humanidad de Jesús. Es el centro de toda vida cristiana, es fuente imprescindible de gracia. Con santa Teresa decimos no a una oración que prescinde de la humanidad de Cristo. No tiene sentido la vida de oración, en cualquiera de sus etapas, sin la vinculación a la vida, muerte y resurrección de Jesús. Su estilo de vida en libertad, su pasión por el reino, su acercamiento a todos los orillados, su intimidad con el Padre, su entrega crucificada por amor, su presencia resucitada de paz y perdón entre los suyos... todo es necesario para la vida de oración. «Si pierden la guía, que es el buen Jesús, no acertarán el camino» (6Moradas 7,6) Para Teresa, la experiencia de Cristo, de su trato con Él, es el modo más eficaz para la oración. El trato de amistad se transforma en conversación interior con el Cristo del evangelio. «Tenía este modo de oración: que, como no podía discurrir con el entendimiento, procuraba representar a Cristo dentro de mí» (Vida 9,4). «Es muy buen amigo Cristo, porque le miramos hombre y vémosle con flaquezas y trabajos y es compañía» (Vida 22,10). «Con tan buen amigo presente, con tan buen capitán que se puso en lo primero en el padecer, todo se puede sufrir; es ayuda y da esfuerzo; nunca falta; es amigo verdadero» (Vida 22,6)” (Ideario pp. 14 y 15). Fr. Miguel Valenciano Santos, ocd. Segovia, 6 de diciembre de 2013 18