Poesía y ciudad: Javier Egea

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Poesía y ciudad: Javier Egea
Genara Pulido Tirado
Doctora en Teoría de la literatura y de las artes por la Universidad de Granada.
Profesora Titular de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada en la
Universidad de Jaén, España
RESUMEN:
RESUMO:
La relación entre literatura y ciudad es uno de los
temas que vienen interesando de manera reiterada en la
literatura comparada: ciudad real o imaginaria, ciudadtema o motivo impulsor de una obra. La poesía de Javier
Egea, especialmente en la parte central de su producción,
es una poesía urbana, donde la ciudad es el lugar en el
que casi sin nombrarlo se vive y se muere, se sufre, se
intenta amar, se recorre sin encontrar consuelo. Inscrito
en La otra sentimentalidad (poesía urbana, granadina,
en todos sus representantes) vive y escribe la ciudad en
donde la suciedad y la explotación burguesa chocan con el
compromiso político adquirido por el poeta justo cuando
abandonaba la primera fase de su poesía, la de carácter
neoclásico. Entonces todo cambia: el mar y el campo
dan paso a la ciudad, el amor se vuelve imposible en un
mundo imposible, y sólo esos bares y tertulias, repletas
de personas hambrientas de literatura, pueden animar,
aunque sea temporalmente, porque al final siempre llega
la vuelta del escritor noctámbulo al cubículo de todas sus
tristezas.
A relação entre a literatura e a cidade é uma das questões
interessantes que vem repetidamente em literatura
comparada: cidade real ou imaginária, cidade-tema ou
motivo convincente de uma peça. A poesia de Javier Egea,
especialmente na parte central de sua produção, a poesia
urbana, em que a cidade é o lugar onde se vive quase
sem nome e se morre, sofre-se, se tenta amar, ele vai sem
encontrar conforto . Inscrita no Sentimentalismo (poesia
urbana, granadina, em todos os seus representantes)
vive e escreve a cidade onde a exploração de terra e
burguesa colidem com o compromisso político tomado
pelo poeta, justo quando ele deixou a primeira fase de sua
poesia de caráter neoclássico, que de neoclássico. Depois,
tudo mudou: o mar e campo dão lugar para a cidade, o
amor torna-se impossível em um mundo impossível,
e apenas aqueles bares e reuniões sociais, cheios de
pessoas com fome de literatura, podem incentivar, ainda
que temporariamente, porque ao fim sempre o escritor
notivago volta para a noite, de cubículo coruja todas as
suas tristezas.
PALABRAS-CLAVE:
PALAVRAS-CHAVE:
Javier Egea – Granada - poesía
Javier Egea – Granada - poesia
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Quiero empezar este artículo aludiendo a las obras
del poeta granadino de carácter neoclásico y presencia
destacada de la naturaleza para desembocar después en la
poesía que escribió, la mayor parte de su producción poética, en Granada y con Granada, ciudad tan fundida con él
que nunca llega a citarla por su nombre. La Agencia Efe,
ante la aparición del primer volumen de la Poesía completa de Javier Egea, publicaba: “Javier Egea nació en Granada
en 1952 y formó parte de toda una geografía cultural, emocional y sentimental de la ciudad hasta que se quitó la vida
en 1999, después de haber vivido y buceado hasta el fondo
para ver su propio material poético” (EFE, 2011), valoración correcta a mi juicio que será la que se desarrollará en
este trabajo. Por otra parte, Jiménez Millán nos da la clave
para comprender el secreto último de esta poesía que tanto
tiempo después nos sigue cautivando: “La poesía de Javier
Egea (Granada, 1952) constituye uno de los ejemplos más
recientes de cómo la verdadera tradición puede ser revolucionaria” (JIMÉNEZ MILLÁN, 1984, p. 46).
Javier Egea empezó su trayectoria poética en el marco
de una poética clasicista de marcado carácter formal en la
que el paisaje que predomina, siempre ligado a la amada,
es natural: viento, valle, lluvia, fuente, estrellas, álamos,
jazmín, rosas, palomas, río, pájaros, y el mar, que será el
protagonista completo, junto al desamor, de un libro importante en su trayectoria. Gran conocedor y admirador de
nuestra tradición literaria, y sus formas poéticas, es capaz
de ver desde el principio la importancia que tiene el lenguaje en el mundo en el que llevaba inmerso desde que empezó a escribir a los 16 años. Jurado Molina lo expresó de
forma peculiar: “Vale. El poeta es un mago, pero también
es un artífice: trabaja –y juega con el fuego más escurridizo
a la vez que peligroso, el lenguaje” (JURADO MOLINA,
1982, s/p).
Empezaré ahora por mencionar su primer libro, Serena luz del viento, obra publicada en 1974 (aunque escrita
ya en 1972). De gran rigor formal y regusto clásico, este
virtuosismo formal no impide que en la segunda parte del
libro Egea dedique a Picasso un poema, “Intento de decir
algo a Picasso”, en el que no se olvida de citar a Alberti y
García Lorca, los poetas-dibujantes de la generación del 27.
En esta misma obra, en un poema que no lleva título, nos
encontramos una clara alusión a algo que muy pronto se
convertiría en rasgo característico de los poetas a los que se
une en lo que se viene llamando La otra sentimentalidad:
el deambular nocturno por bares (de Granada, lógicamente). Los versos de Egea son los siguientes: “Al principio
tan sólo te veía / Como una piedra más, como una puerta /
Más. De los bares que recorro / como una copa más (siempre repleta)”.
En efecto, será la noche y sus bares, las chicas con sus
vaqueros, alguna amada, las calles de Granada, las que se
constituyan con el tiempo en el telón de fondo de una poesía que es inequívoca y sentimentalmente granadina, con
su ambiente cultural, una universidad repleta de alumnos
con múltiples inquietudes, tertulias en las que se creaban
tendencias literarias…, y esas calles que había que recorrer, bien a pie bien en taxi, para volver a casa. Los bares y
calles granadinos fueron testigos de la gestación de poe-
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mas y libros que hoy forman parte ya de la historia literaria
de nuestro país. Hay que decir, no obstante, que el paisaje
es para Egea el telón de fondo sobre el que situar a la amada, o al desamor, y su total frustración ante la visión de
un mundo imposible. Y lo que es más, desde muy pronto
se produce una erotización de la naturaleza, como lo ha
llamado Marcela Romano (ROMANO, 2009, p. 90), que
podemos encontrar también, por otra parte, en Neruda o
Miguel Hernández. Sin embargo, según la misma Romano,
hasta el libro A boca de parir, el cuerpo de la amada no se
convierte en eje central:
Aquí se formula decididamente una escritura del amor
centrada en el cuerpo y sus interpelaciones sensitivas (caóticas muchas veces, por obra del fraseo surrealista –ya
son Lorca y Alberti los elegidos-, y siempre torrenciales),
además de una sentimentalidad “otra” implicada, como la
misma palabra, dentro de una clara conciencia de compromiso (ROMANO, 2009, pp. 91-2).
Libro distinto a los posteriores es Serena luz del
viento, pero no debemos dejar de valorarlo por ello pues,
en contra del culturalismo imperante en la poesía de esa
época (recodemos a Castellet con su obra Nueve novísimos poetas españoles (1970)), destaca, entre otros, por dos
motivos oportunamente señalados por Manuel Rico “En la
búsqueda de un lenguaje despojado y, a la vez, revelador,
nuevo, y en el que la mirada hacia el mundo, que comienza a producirse desde el desacuerdo y la crítica, aunque
lo haga a través de la experiencia amorosa” (RICO, 2011,
p. 15). Marcela Romano ha puntualizado las características
retóricas:
Versos largos, blandos endecasílabos y alejandrinos (que
combinan con el versolibrismo y las canciones del final),
sibilantes garcilasianas, encabalgamientos suaves, campos
semánticos relacionados con lo intangible, lo aéreo, lo luminoso, con algunas huellas modernistas y alusiones más
inquisidoras en torno al cuerpo femenino, que no dejarán
fuera de la conciencia de la escritura del amor como otra
forma de vivirlo (ROMANO, 2009, p. 49).
Dos años después, en 1976, se publica A boca de parir, libro cuyo título fue criticado hasta por el mismo autor,
a pesar de la fuerza expresiva que encierra. El mar en primer término, acompañado de flores, aves, cielo, estrellas,
sol y sombra. Algo está pasando en la trayectoria del poeta,
por eso el título me parece muy acertado, está a punto de
surgir algo nuevo que no se oculta:
HACIA OTRO MAR
Es ahora el principio.
Cuando las palabras cruzan el pez,
Cuando mi frente rompe
Hacia otra lucha nueva
Un nuevo Leningrado de palabras.
[…]
Yo no fui en la batalla el vencedor:
Perdí la flor pero gané la espina (P.C.1, p. 128).
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Se terminaran pues los alardes formales, aunque no
el rigor linguístico y retórico, para hacer frente a un compromiso doloroso con frecuencia que se va viendo cada
vez más como la única opción válida para seguir adelante. El amor y el desamor siguen omnipresentes, pero hay
elementos nuevos que no pueden obviarse: “A PESAR
DEL DOLOR/ No moriré en tus ojos/ Que tantos ojos tiene
mi canción/ Como cuentas el collar de los trigos./ Es otra
muerte nueva la que ahora me cita” (P.C., p. 144).
El vuelco operado en su poética es evidente, y marcará el resto de su trayectoria. El compromiso no es mera
pose, sino una forma de vivir y batallar con una existencia
con la que no se siente satisfecho. Álvaro Salvador, compañero de una parte del camino, no ha dudado en afirmar
que
Una de las temáticas más queridas por Javier Egea fue sin
duda la social. Es una concepción de la poesía que, cuando
menos, promocionaba lo social como trabajo intelectual
necesario, Javier Egea encontró la salida (literaria y vital)
del laberinto en que se había convertido su especial etapa de aprendizaje, sumida a medias en el marasmo de la
cultura marginal de la posguerra y, a medias, en un cierto
“neoclasicismo” lírico, más pendiente del virtuosismo formal que de cualquier otro contenido ético (SALVADOR,
1996, p. 13).
Más abarca la visión de Juan Carlos Rodríguez (1999)
que, al citar tres metáforas o bifurcaciones en el Paseo de
los tristes, no sólo nos dan las claves todas de esa obra,
sino también de otras del mismo autor. La primera sería
la ruptura entre lo supuestamente subjetivo (el amor) y lo
supuestamente exterior (lo social); la segunda es la metáfora de la pérdida, de la despedida continua; y la tercera,
la utopía revolucionaria. No creo excesiva la presencia del
amor (que es desamor ya inevitablemente) porque el poeta
convertido en víctima y crítico de una sociedad imposible
sólo puede ver el amor concebido como mercancía entre
lo que se nos da y lo que damos, posibilidad que también
apunta el profesor Juan Carlos Rodríguez.
Y la salida se producirá poética y vitalmente en Troppo mare, libro publicado en 1984 y escrito cuando el poeta,
tras un desengaño amoroso, se retira a la costa almeriense,
a la Isleta del Moro en principio. El agua, que siempre había estado presente en algún ángulo de su visión, ahora
toma el protagonismo. Es el mar el que acompaña en el
marco de un desamor hiriente, si bien al principio se siente
hasta desconcierto ante el líquido elemento. Los elementos
naturales son los que sirven también para rememorar la
historia del fin de un gran amor: “Tempestades se alzaron,/
Borrascas se nublaron,/ Huracanes que vimos/ Llevarse
nuestra casa como un copo de nieve” (P.C., p. 207)
Lo que no es óbice para que el escenario urbano emerja en momentos puntuales, como cuando rememora la desalación tras la ruptura amorosa:
Y entre los dos qué grande la montaña,
Qué terribles los álamos y el río,
Qué tremenda la calle
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Y el asfalto y el humo
Y el silencio aterido sobre los pedestales,
Espeso,
Grande,
Inmóvil. (P.C., p. 208)
En otros casos cuando la entrada en la ciudad supone
una ruptura que lleva a la pérdida la personaje poético, a
un deambular en un ámbito enorme y extraño:
Anduvo por el asfalto clandestino,
Cruzó por donde duermen las máquinas vacías
Y una gran bocanada de rocío
Fue poniendo su piel alertada en la noche.
Ingrata,
Absurda, enorme, la ciudad a lo lejos semejaba
un témpano desnudo que cantara en silencio (P. C., p.
216).
La curación, en su mayor parte al menos, parece haberse producido en el oportuno y marítimo retiro:
Será que tuve suerte de no quedarme ciegos
O recluido entonces en los patios aquellos,
Los pasillos aquellos,
Los vaivenes aquellos.
Será que aquella Isleta
Me fue poniendo al día de los ojos interiores,
Clavó en mi rostro su aguijón marino,
Apuñaló la herrumbre de mi vientre
Y fue sacando al sol
Trapos sucios, camino, sangre seca, basura,
Borbotones de miedo y otras piezas que alzaban
Aquella casa vieja, aquel campo en ruinas,
Aquel bosque de troncos carcomidos.
[…]
Lenin era testigo de aquella barahúnda,
Del zafarrancho que invadió mis ojos.
(P.C., p. 225)
Troppo mare no es un libro cualquiera, es un libro
pensando desde el principio hasta el final, dividido en secciones que se abren con citas que son a la vez indicios. Remitiendo a la música el título termina con una Coda. Para
Juan Carlos Rodríguez (Apud ROMANO, 2009, p. 51) será
el libro de la “ruptura biográfica, ideológica, poética y política”.
La vuelta es inevitable, pero el hombre que vuelve
a la ciudad es ya otro, con el compromiso como insignia
pasea unos versos nuevos en una Granada que estaba en
plena efervescencia poética y que lo acogerá, aunque quizás él nunca fue como el resto de poetas de la época, había
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una trayectoria previa que lo diferenciaba, había un radical compromiso ante el que no iba a ceder nunca, había
un dolor que no cesaba. Manuel Rico ha sabido valorar la
importancia de la geografía poética en Egea: “Un geografía que condicionó la vida y los imaginarios de Egea, que
se proyectó sobre Granada bulliciosa e irreverente de un
tiempo en el que todo podía soñarse porque todo se creía
realizable, una ciudad abierta y crítica” (RICO, 2011, p. 13).
Es, en efecto, en este marco, en el que surge La otra
sentimentalidad marcada por Althusser, Pavese, Gramsci…, y las teorías y enseñanzas del padre ideológico de todos, Juan Carlos Rodríguez. Los nuevos poetas apuestan
por una renovación y, aunque en su obra el amor o los sentimientos estén presentes, saben ya que no se pueden aislar
de una realidad colectiva en la que la injusticia y la explotación prima. Los sentimientos son históricos, dirá García
Montero, y así deben abordarse. Unos teorizan y otros, tal
vez sin haberlos leído, ejemplifican con sus poemas esas
teorías ejemplarmente. J-C Mainer (MAINER, 1997, pp.
27-8), ya cerca del siglo XXI, y en una antología de García
Montero, se atreve a resumir en ocho elementos fundamentales las características de la poesía de la experiencia
tal como se manifestaba tempranamente, a mediados de
los ochenta, en el grupo granadino de poetas inscrito en
la otra sentimentalidad. Las características destacadas serían poesía urbana, ficcionalización poética del yo, poesía
narrrativa, tematización del desencanto, formalismo métrico, relectura de la tradición, retorno a los temas realistas
y, como influencias literarias, Juan Ramón y Antonio Machado y otros poeta del 27 y coetáneos. Nada, pues, que no
esté presente en la obra de Javier Egea. Pero como señaló
tempranamente J.C. Rodríguez y han seguido estudiando
otros después
[…] este descubrimiento, el de la continuidad de lo privado y lo público, el amor y la ideología, el deseo y la política, de las trincheras de la intimidad y las del podemos es
lo que caracteriza la poesía de Javier Egea […] y es porque
no hay límites, todo está mezclado, entreverado, por lo
que al yo poético que protagoniza los versos de Egea le
resulta imposible vivir el amor como un sentimiento pleno
mientras en las calles la explotación se disfraza de libertad
y hay que permanecer atento, siempre en guardia, para
que no nos roben del todo la voluntad (CASTRO HERNÁNDEZ, 2009, p. 46).
Y como el mismo Egea declara en “Otro romanticismo”: “Será que llevamos inevitablemente/ un lenguaje podrido que marga el paladar…” . Por eso
El poeta quiere resucitar la lengua, pero también forzarla,
provocarla a decir las cosas por primera vez, a decirlas de
otro modo, desde otro lugar que no sea el poder. El poeta
quiere que esos signos linguísticos que le son entregados
con su cepo invisible puedan revolverse, rebelarse y convertirse en martillo con el que golpearse a sí mismos hasta
no volver a ser iguales, hasta que sea imposible ya reconocerlos, hasta que corra Sangre por la palabras (CASTRO
HERNÁNDEZ, 2009, p. 48).
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Paseo de los tristes, sin duda el libro considerado más
emblemático de este autor, aparece en Huelva en 1982. La
acogida crítica fue excelente, desde la que realizó Aurora
de Albornoz, miembro del jurado que le otorga el Premio
de Poesía Juan Ramón Jiménez a la obra. En la 2ª ed. del
libro Albornoz puntualiza:
Porque el Paseo de los Tristes no es sólo ese romántico lugar
granadino que recordamos por su belleza un tanto melancólica: es eso y, al mismo tiempo, corazón de una ciudad
símbolo de la tradición heredada, de lo cotidiano, de lo
burgués…Pero además, desde el título mismo, el libro
se convierte en un pasear, en un pasar reflexivamente de
alguien –del creador- por su vida-tiempo, triste entre los
tristes (ALBORNOZ, 1985, p. 55).
El poema “Itinerario” será el que abra el deambular
urbano, en el que Díaz de Castro (DÍAZ DE CASTRO, 2001,
p. 155) detecta una mirada analítica e histórica que a su
juicio desaparece después. Díaz de Castro ha sabido ver la
sabia construcción de la obra:
Es un libro sabiamente compuesto y ordenado en el que
sus tres partes avanzan figuradamente desde la anotación de diario, en esa primera “Renta y Diario de amor”,
hasta el desarrollo del poema “Paseo de los tristes”, un
recorrido por Granada en el que Egea alcanza su máximo
logro, pasando por los poemas, igualmente emblemáticos,
de “El largo adiós”, la parte central (DÍAZ DE CASTRO,
2001, p. 151).
La dedicatoria inscribe ya a la obra en un enclave
poético-ideológico muy concreto: A Luis García Montero y
a todos los que trabajan por ese tiempo diferente.
El título tampoco puede dejar de ser más significativo, el paseo de los tristes existe, está en Granada, es el antiguo
camino al cementerio (de ahí su nombre), y cuando escribía
Egea un lugar que separaba el Albaicín de la Alhambra y
se situaba así en un sitio realmente privilegiado donde el
pasado andalusí era el que envolvía al paseante en una experiencia única, el Darro al lado con su sonido y su eterna
canción de agua. Es el momento de apostar por una sentimentalidad otra, un romanticismo otro, alcanzar el materialismo
poético. Ahora ya sabemos que el tema amoroso no es nada
baladí porque el amor –sabido ya imposible- es histórico,
y la poesía una manifestación linguística y ética, por tanto
más allá de la (inútil) denuncia sólo queda la desolación y
la muerte, y Argentina 78, obra dedicada a las madres de la
plaza de mayo, es insumisión y es poesía materialista. Y es
que “estamos ante una intimidad asediada, ante un amor a
la deriva […] en el que apenas existe el consuelo. Incluso el
fondo urbano, la propia ciudad, es una realidad hostil que
el poeta contempla sin ninguna esperanza” (RICO, 2011,
pp. 36-7).
A la vuelta la casa ha cambiado, incluso la actitud hacia el amor que siempre es tema de las obras de Javier Egea.
Ahora ya el poeta no cree que pueda existir el amor, como
no cree que pueda existir la vida: “Pensé que nada estaba,/
Que se perdió contigo la llave de la vida.// Después miré a
la calle/ Y era la misma puerta para todos:/ La vida no exis-
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tía.” (P.C., p. 250). Los anhelos de antes ya son sinsentidos,
algo amenazante se cierne sobre al ámbito doméstico que
antes era también el ámbito amoroso: “¿A qué vienes, mi
amor, si es otra casa,/ Otro aullido en la tarde y otro campo/ Y otra llama se crece en el tejado/ Y una mirada nueva
amenaza?” (P.C., p. 251) A pesar de todo el contacto se hace
inevitable, hay una conexión que ni siquiera los autobuses
pueden ignorar : “El autobús/ Me ha dejado a la puerta de
tu casa,// El autobús / no puede recorrer otra distancia.”
(P.C., p. 255)
Y es que los elementos urbanos no dejan de estar
presentes nunca, aunque de manera impresionista: patios,
fábricas, bares… que van más allá de ser el telón de fondo de la historia de amor o desamor, son la constatación
de una explotación que hace la vida imposible cuando al
mirar alrededor sólo la desolación hace acto de presencia,
no puede ser de otra manera en alguien que sabe que el
mundo está, si no mal hecho, sí mal organizado, y que sin
cambio alguno no es posible la continuidad. Incluso los encuentros eróticos no pueden dejar de situarse en la ciudad:
la amada sale tras el acto amoroso: “Has cerrado la puerta/ Como abriendo las calles de otra ciudad” (P.C., p. 256).
“Pero conocido el dolor y la derrota, el amor no puede ya
salvar a quien busca más allá de un sentimiento imposible,
un cambio en el mundo: “No hubo luz: sólo muerte./ Aquel
hogar no era nuestra casa.” (P.C., p. 258)
Incluso el amor en la calle, en el furtivo momento en
que la noche oculta a los enamorados, no puede ser satisfactorio, en contra de otros poetas que describen estos momentos como deliciosos o cuanto menos románticos:
Quisimos amarnos
Tras los muros altos
De un viejo mercado,
No fueron posibles
las manos grises,
sino labios tristes.
En nombre del fuego
Desde el día primero
Vendidos y muertos. (P.C., p. 261)
La calle urbana se convierte no sólo en el paisaje del
desamor, también en el de la confusión y las noches largas:
“Quizá me confundí de calle y de aventura/ Pero ya me
conocen sus farolas y el alba,/ Ya conocen mi sombra, mi
canción, mi tristeza/ Y esta costumbre viejas de andar erguido y solo.” Este breve poema, que bien podría titularse
autoretrato, dibuja no sólo al personaje poemático, sino al
mismo con la vida que tenía en Granada. Y él, en efecto,
era conocido por todo eso, como una anunciación de lo que
vendría después, cuando la soledad y la ruina se hicieran
insoportables.
Y los reencuentros amorosos se repiten, pero ya no
salvan (Egea vivía entonces en una casa relativamente cercana a un viejo mercado)
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Y quedamos citados para el largo viaje
Por el mercado viejo –junto al parqueY pudimos mirarnos cara a cara y besarnos
Y hablamos de la vida y de la muerte
-algo más de la muerteY llegamos al fondo
De aquel extraño rito del amor.
“Otro romanticismo” (P.C., pp. 307-9) es quizá el poema más emblemático de el Paseo de los tristes. Misiva de
dolor a la amada a la par que manifiesto poético (Gramsci
y Pasolini presentes, junto al Réquiem de Fauré) en el que
la crítica a la sociedad capitalista, de mercado, se extiende a
la vez que la desolación que produce en su existencia. Granada sigue ahí, inamovible. Rico lo ha resumido fielmente,
podemos verlo con claridad en el primer poema de la III
parte de Paseo de los tristes:
El punto de partida es contextual: la ciudad de los humillados y los ofendidos (“calles donde todo está sucio, /
carne sin brillo), una ciudad elegida por quien, al igual que
hiciera Gil de Biedma, decide vivir “ignorando la clase oscura en que nacimos”. El protagonista del poema recorre
la ciudad, dibuja un mundo complejo que va de la vida a
la muerte, pero que cobra sentido, sobre todo, en el amor,
aunque intente el autoconvencimiento a partir de la necesidad de prescindir de una parte de la individualidad para
construir la utopía (RICO, 2011, p. 40).
Y es que no hay idealización alguna en la visión de
la ciudad. Como señala Antonio Jiménez Millán, “A través
del recorrido espacial, el poeta va desvelando el proceso
–histórico- de toma de conciencia sobre las condiciones
de vida existentes en una sociedad tradicionalmente cerrada, donde aún perviven viejos fantasmas” (JIMÉNEZ
MILLÁN, 1984, p. 48). Y junto al amor, en la ciudad, un
compromiso que clama en un mundo cruel, pero libro de
poemas, nunca panfleto, tempranamente lo decía Jurado
Molina: “Paseo de los tristes se mueve en un marco sin
ambages: la ciudad. Su acierto principal radica en el lirismo con el que el poeta sondea el fenómeno humano dentro de ese marco tan complejo, por ello no podemos hablar
de poesía de circunstancias o simple panfleto” (JURADO
MOLINA, 1882, s/p). El mismo Jurado Molina apunta a
lugares concretos del ámbito urbano granadino que son
también símbolos, hecho evidente desde el título mismo de
ese libro insignia, Paseo de los tristes, como se ha dicho ya.
Pero tampoco es casual que los amantes se encuentren en
los mercados, pues no puede ser de otra forma en una sociedad de consumo donde el amor es ya imposible porque
todo se compra y se vende; no es casual que en la casa del
personaje poemático haya libros, té y soledad, o sea, literatura, elemento inequívocamente árabe en el contexto granadino, y desolación; no es casual que la mujer aparezca
disfrazada de contador de la luz, al final, con su aparente
cotidianidad, se nos está dando la confirmación de que el
amor –que es igual a dolor- pasa factura.
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Hay que tener presente, en cualquier caso, como ha
señalado Salinas (SALINAS, 2010, p. 19) que “El paseo que
en este libro hay por las ruinas, no transcurre por las almenas de la Alhambra o sobre los ríos sumergidos de Granada, sino en los portales, los pisos, las habitaciones o el viejo
mercado donde habita ese ‘salvaje cobrador diario’ que es
el dolor”. García Montero lo califica de poeta más de plazas
que de calles:
Todas las plazas tienes olor a espera. Eso escribió el poeta
Javier Egea, porque recordaba su infancia en la Granada
clerical de los años sesenta y porque pensaba que los lugares públicos son siempre una cita prolongada, de impunidad de un deseo que llamamos porvenir. […] Como en
su plaza, en los libros del poeta Javier Egea hay presente,
y amor, y árboles, y niños, y madres, y política. El Ayuntamiento acertó al dedicarle una plaza, porque sus versos
tiene mucho más de plaza que de calle. Los portales de
una calle son cuarteles de invierno, y los bancos de una
plaza tienen olor a espera, a jazmín de verano (GARCÍA
MONTERO, 2000, p. 37).
Fragmentado el “yo”, no podemos ignorar que textos como “Materialismo eres tú” y “Otro romanticismo”
contestan a las lecturas consagradas en torno a la” poética
fundacional en su cualidad (discutible de epítome de las literaturas del yo, para indagar en la condiciones de producción de la subjetividad de los discursos y con ellas, insinuar
las discrepancias surgidas en torno a las representaciones
cristalizadas del amor, la mujer, la propia figura del poeta”
(ROMANO, 2009, p. 53).
El rigor formal, la forma anclada en una retórica tradicional, a pesar de la impresión de laxitud y la existencia
de un tono hasta conversacional, sigue presente, sólo al final de el Paseo de los tristes aparece el verso libre, fruto
claro de su relación con el surrealismo, que se desarrollará
en su libro siguiente, Raro de luna (1990). Es lo que Rico ha
llamado “el paisaje del inconsciente” (RICO, 2011, p. 46),
que daría lugar a un “surrealismo controlado”. Conocidas
son las visitas del poeta a más de un psiquiatra y cómo
esas visitas fueron más que una búsqueda de una solución
médica un motivo para reflexionar sobre el inconsciente
y lo que él esconce, o intenta esconder. No olvidemos en
este punto que apreciados poetas del 27como García Lorca o Rafael Alberti también habían pasado por una fase de
surrealismo peculiar, no identificable con el francés, que
sin embargo fructificó en nuestras letras. A esto dos poetas
está dedicado el libro Raro de luna. Tras unos magníficos
sonetos, la parte que titula “Príncipe de la muerte”, que
está dedicada a Drácula. Para Galindo Artés “La ficción del
Conde Drácula” permite la alegoría surrealista de la tragedia de un ser ‘envenenado’. Este lado oscuro, esta pasión
inconfesable, realizada cada noche, está cercana a la muerte y la soledad” (GALINDO ARTÉS, 2000, p. 137). O como
ha dicho Dkovoroka: “El vampiro no tiene casa, no tiene
hogar, su ámbito privado no existe sino convertido en la
inmensidad del bosque. La frontera entre el interior y el exterior, entre la casa y el bosque se borra. Su día es la noche,
su vida es la muerte, y se esconde de la luz en un ataúd”
(DKOVOROKA, 2010, p. 55).
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Para terminar, y como Romano ha puesto de manifiesto, no podemos olvidar que lo que encontramos es
una Granada doblemente alegórica (Las galerías de su
alma y los estragos de la hegemonía burguesa) que expulsa
en su conformación ese andalucismo también duplicado
en Lorca. Aquella comarcana dialéctica entre los sectores
sumergidos –los gitanos- y el poder –la guardia civil- se
vuelve en Egea, como sugerimos, una apuesta amorosa
más vasta, un “internacionalismo” que clama, muy cerca
de aquel poeta en Nueva York, ante un orden global signado por la explotación (ROMANO, 2009, pp. 88-9).
Y es que tal vez no se trate de internacionalismo o globalización, sino de obviedad. Egea no decía el nombre de Granada porque habría sido redundante, todo el que lo conocía
sabía que él era Granada, que él no hubiera podido existir en
otro sitio, de hecho sus ausencias de la ciudad natal y vital
son siempre cortas. No es tampoco una Granada tópica la que
encontramos en sus obras, él no es un extraño o un turista:
El escenario urbano se convierte en punto de referencia
inevitable de la mayoría de los poemas de Paseo de los
tristes, y muy especialmente del que da título al libro,
estructurado como un itinerario que va recorriendo distintos lugares de la ciudad hasta llegar a ese paseo romántico, junto al bosque de la Alhambra. No encontramos en
este itinerario idealización alguna: ni sombra de nostalgia
de aquella ciudad mitificada por los viajeros del siglo XIX,
la Granada de Irving, Richard Ford o David Roberts (JIMÉNEZ MILLÁN, 2004, p. 57).
Pero hay más, como ha señalado Paula Dvorakova,
aunque la ciudad no fuera necesaria para poner de manifiesto muchas de las cosas que encontramos en los poetas
de la otra sentimentalidad, en realidad desde que Baudelaire inaugurara la época moderna sí que lo es puesto que
es donde vive, ama y llora el poeta, donde sus experiencias
se funden con un entorno que ya es otro:
Que parezca la ciudad como paisaje de fondo de este libro
[Paseo de los tristes] es un hecho significativo, porque este
mundo imposible en que vivimos es urbano, es un mundo
de oficinas, de bares, y de vida nocturna en las calles, pero
desde luego esto no es exclusivo ni de Javier Egea ni de
la otra sentimentalidad, ni de la poesía de la experiencia.
[…] Y no es que la geografía urbana no juegue un papel
especialmente importante para estos poetas, pero es que
para el poeta moderno utilizar la ciudad como paisaje de
fondo es un recurso necesario para establecer un diálogo
con el lector desde Baudelaire. Y por otra parte, la ciudad
no es indispensable para escribir desde el materialismo
histórico (DVORAKOVA, 2010, pp. 51-2).
Pero no es la necesidad la que hace que Granada se
filtre por los versos de Egea, es la proximidad, es la inmersión misma en una ciudad que es tan suya como todo el
dolor que le persigue. Y es tal vez esta la especificidad de la
relación de este poeta con Granada, ciudad que siempre ha
sido rica en literatura, como han estudiado Soria Olmedo
(2000) y Urrutia Zarzo (2004), entre otros.
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NOTA
1 Con P.C. aludo siempre en este trabajo a la Poesía Completa
de Javier Egea, edición de 2011, que se cita en la Bibliografía final.
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www.fatea.br/angulo
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