“EL ESPÍRITU DEL SEÑOR: APUNTES DE NEUMATOLOGÍA”

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“EL ESPÍRITU DEL SEÑOR: APUNTES DE NEUMATOLOGÍA”
Sistematización teológica del tratado del Espíritu Santo. Vinculación
trinitaria y eclesiológica del tratado del Espíritu Santo.
EL ESPÍRITU SANTO EN LA LITURGIA
Jesucristo (Jesús, el Cristo: el ungido por el Espíritu Santo) ha
salvado a los hombres de una vez y para siempre: es Él quien se
encarnó, nació, vivió, murió y resucitó por cada hombre, por ti, por mí.
Las acciones salvíficas de Cristo son hechos históricos,
acaecidos hace veinte siglos, irrepetibles, singulares... ¿Cómo me
pueden afectar a mí? Yo, que vivo en el siglo XXI, ¿cómo puedo
participar de la salvación realizada por Cristo hace tanto tiempo?
Jesús mismo instituye y crea unos signos, unos misterios (los
sacramentos) a través de los cuales se comunica personalmente y nos
da su gracia salvadora en cada época y situación, también hoy. La
Iglesia, que celebra esos sacramentos, es la depositaria de esos
misterios. Ahora bien, es tarea del Espíritu, que viene a la Iglesia en
Pentecostés, hacer visiblemente presente a Cristo resucitado a través
de esos signos para que los hombres se hagan contemporáneos de sus
acciones salvíficas: especialmente de su muerte y resurrección. Las
acciones capaces de actualizar los misterios de Cristo en el hoy de la
Iglesia se llaman Sagrada Liturgia.
En la Liturgia, el Espíritu Santo actúa en los sacramentos para
que la Iglesia viva la vida de Cristo resucitado1. Cuando el Espíritu
encuentra en nosotros las disposiciones de la fe que Él mismo suscita,
entonces se realiza una verdadera cooperación: la liturgia viene así a
ser la obra común del Espíritu Santo y de la Iglesia.
¿Cómo actúa el Espíritu Santo en la Liturgia de la Iglesia? Lo
mismo que actuó en el tiempo de la economía de la salvación:
 prepara la Iglesia para el encuentro con su Señor,
 recuerda y manifiesta a Cristo a la fe de la asamblea;
 hace presente y actualiza el misterio de Cristo por su poder
transformador;
 el Espíritu de comunión une a la Iglesia a la vida y a la misión
de Cristo.
1
Para esta parte puede confrontarse el Catecismo de la Iglesia Católica (CEC) nn. 10911109.
1. La Liturgia perpetúa Pentecostés
La Liturgia es llamada “sacramento del Espíritu”, porque llena de
sí mismo todas las acciones litúrgicas. Por la presencia y acción del
Espíritu, la Liturgia es el lugar donde Cristo actúa y es ofrecido,
especialmente su Misterio Pascual.
Con la llamada “epíclesis” la Iglesia, por medio del ministro
ordenado, invoca la presencia del Espíritu Santo en la Liturgia, para que
se realicen los misterios de la salvación. El sacerdote, a través de la
epíclesis, invoca al Padre para que envíe su Espíritu y haga presente, en
los signos y en las palabras, a Cristo y sus acciones salvíficas
(sacramentos), para la gloria de Dios y santificación de los hombres. El
Espíritu lo da Dios, no el hombre; pero Dios siempre escucha la oración
del que actúa en nombre y en persona de Cristo Cabeza del Cuerpo de la
Iglesia y en nombre y representación de Cristo Sumo y Eterno Sacerdote.
Cristo viene en la Liturgia de la Iglesia y está presente en el
Espíritu, por el cual la presencia de Cristo en la Liturgia está ligada a la
potencia de la epíclesis, siempre escuchada por el Padre. Esto sucede de
modo peculiar en la Eucaristía, pero toda la Liturgia y los demás
sacramentos hacen participar de la salvación y nos dan la gracia que
significan por la eficacia de la epíclesis, que hace así de la Liturgia un
Pentecostés perenne.
2. En la Liturgia, el Espíritu Santo hace presente el pasado.
La Liturgia no sólo recuerda los acontecimientos que nos salvaron,
sino que los actualiza, los hace presentes. Efectivamente, el Misterio
Pascual de Cristo se celebra, no se repite; son las celebraciones las que se
repiten; y en cada una de ellas tiene lugar la efusión del Espíritu Santo
(epíclesis), que actualiza el único misterio. Este es el motivo por el que el
sacerdote-ministro que preside una celebración litúrgica, eucarística o de
otros sacramentos, dice o anuncia: “Hoy Cristo ha nacido”, o dice “Cristo
resucita”, no hace una ficción literaria, sino que lo dice en verdad. La
Iglesia reunida participa realmente de la fuerza salvadora de Cristo y
celebra los misterios del Señor por la fuerza del Espíritu, que nos hace
entrar en el misterio real y actualmente.
Esta acción del Espíritu en la Liturgia, por la que nos hace actual
el misterio realizado en el pasado, se llama anamnesis o memorial, que
significa recuerdo. Sólo que el Espíritu en la Liturgia no se limita a
recordar a la asamblea por la Palabra lo que Cristo ha hecho por el
pueblo, sino que lo hace actualmente presente por la celebración.
3. En la Liturgia, el Espíritu nos hace pregustar el futuro
La anamnesis o memorial en la Liturgia no significa sólo que la
presencia del Espíritu Santo recuerda y hace presente el
acontecimiento salvador de Cristo que ya sucedió, sino que también
apunta al futuro. La anamnesis litúrgica es la acción del Espíritu
Santo que apresura la venida del Reino de Dios, que nos hace ir
adelante hacia la plenitud de la salvación ya iniciada, pero que camina
hacia su perfección final. En la espera y la esperanza nos hace
realmente anticipar la comunión plena con la Santísima Trinidad.
4. En la Liturgia, el Espíritu Santo reúne a los fieles en la
unidad.
La Liturgia, especialmente la Eucaristía, es la sinaxis, es decir,
la asamblea de los fieles reunidos en unidad y comunión. En la
Eucaristía existe una doble epíclesis o una epíclesis en dos partes: la
primera, sobre el pan y el vino para que el Espíritu Santo los convierta
en el Cuerpo entregado de Cristo y en la Sangre de Cristo, derramada
para el perdón de los pecados. La segunda epíclesis, se pide la efusión
del Espíritu Santo para que a todos los que participan del único
Cuerpo eucarístico de Cristo los constituya en un solo Cuerpo (místico)
de Cristo.
La finalidad de la misión del Espíritu Santo en toda acción
litúrgica es poner en comunión con Cristo para formar su Cuerpo. El
fruto del Espíritu Santo en la Liturgia es tanto la comunión con la
Santísima Trinidad como la comunión fraterna. Por esta presencia y
acción del Espíritu se puede decir que la Iglesia es en Cristo como un
sacramento de la unión íntima de todos los hombres con Dios y de
todos los hombres entre sí (misterio de comunión, ver Lumen Gentium
nº 1).
5. En la Liturgia, el Espíritu Santo vivifica la Palabra
La Palabra de Dios es inspirada por el Espíritu Santo, por tanto
siempre el Espíritu Santo actúa en el que lee y ora la Biblia para que
sea Palabra de Vida, Palabra Salvadora, Buena Noticia del Reino. Pero,
proclamada y escuchada en la Liturgia posee una particular vitalidad y
una eficacia real.
El Espíritu Santo actúa en el ministro que proclama la Palabra de
Dios, para que sea Cristo quien hable en el aquí y ahora de la
celebración. Actúa en quienes la escuchan suscitando en ellos la fe para
acogerla como Palabra de Dios que es en sus corazones, para que sea un
encuentro con Cristo Palabra. Así, escuchada y acogida en la fe, el
Espíritu actúa para que sea Palabra vivida y encarnada en la existencia
de los fieles, que lleva al compromiso, a construir el Reino de Dios.
Para la reflexión personal y compartir en grupo:
1. El presbítero es otro Cristo, es decir, otro “Ungido por el
Espíritu Santo” que lo hace participar de Jesucristo, Cabeza de
la Iglesia, Sumo Sacerdote y único Buen Pastor. Entre otras, mi
misión como ministro de los sacramentos me hace celebrar la
Liturgia: liturgia eucarística, pastoral de los sacramentos de la
eucaristía, penitencia, unción de enfermos, pastoral de la
preparación para la confirmación, Liturgia de las horas, otros
sacramentales... ¿Cómo vivo y preparo estas celebraciones?
¿Cómo podría mejorar mi presidencia de las celebraciones
litúrgicas? La rutina, la cosificación, el liturgismo, la no
valoración de lo ritual, ritualismo...
2. Los sacramentos, aún siendo signos eficaces por sí mismos por
ser acción y presencia de Cristo, necesitan de la respuesta de fe
de quienes lo reciben y participan para poder dar fruto. El
presbítero como ministro de estos sacramentos tiene un papel
esencial como mediador de Cristo y del Espíritu Santo a favor
de la comunidad y de cada uno de los que participan. Reviso mi
fe, mi forma de celebrar los sacramentos, mi participación
activa en la Eucaristía, cómo me alimento y me nutro de la vida
de Cristo en los Sacramentos... Reviso si soy un “funcionario” o
si la celebración me sirve para unirme más a Cristo... ¿preparo
las celebraciones por amor a los hermanos de mi comunidad
parroquial?
3. La predicación de la Palabra de Dios sólo es efectiva si soy fiel a
la Palabra, a mi comunidad parroquial, y al Espíritu Santo que
la inspira. ¿Acojo, creo, me apropio la Palabra de Dios?,
¿estudio y preparo la predicación de la Palabra, las homilías?
¿Cómo podría ser mejor pastor e instrumento del Espíritu de
Cristo en la predicación? ¿Me dejo guiar por el Espíritu que
inspiró la Palabra de Dios
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