CRISTO COMO CAMINO HACIA UN NUEVO HUMANISMO Lic. Fernando Francisco Petroni Profesor Titular Facultad de Psicología y Psicopedagogía Universidad del Salvador En uno de los párrafos más largos de la Bula de convocatoria al Jubileo del Año 2000 (n.11), Su Santidad Juan Pablo II incluye, además de los signos “tradicionales”, una invitación a, como él la llama, “purificación de la memoria”. Este gesto, tan inédito como familiar al pensamiento y estilo de la vital espiritualidad de Juan Pablo II se ha visto acompañado por una reflexión teológica denominada Memoria y reconciliación: la Iglesia y las culpas del pasado. (1) Dicho documento ha significado, no sólo una reflexión conceptual que acompaña el gesto litúrgico, comunitario, sino además, en la práctica, una respuesta y justificación teológica a dicho gesto ante la sorpresa, desconcierto y hasta crítica oposición de sectores de la vida eclesial. Que las objeciones públicas y notorias hayan sido las provenientes extramuros de la Iglesia ha disimulado sólo en la superficie las reacciones adversas entre los discípulos. La resistencia pasiva a extender mundialmente esta iniciativa en el Espíritu deja ver, dolorosa y preocupantemente, hasta qué punto los católicos nos resistimos a abrirnos a la novedad, amodorrados en el apego a una autoafirmación institucional en el mundo, o ante él. Reconciliar la memoria no es un gesto de arqueología o la actualización de un inventario de faltas u omisiones, sino evocar nuestro pasado desde la Fe y desde ella confrontarlo con la misión que el Padre nos encomienda en el Hijo con la asistencia de su Espíritu. Reconciliar la memoria sólo es posible desde un amor a la Iglesia en el que se intenta servirla revisando nuestras infidelidades, reconociendo cómo ellas han significado y significan un daño al mundo al que hemos sido invitados a amar como nuestro Maestro ama. No se puede, entonces, dejar pasar por alto las dificultades que hoy tenemos para obedecer en el pedido de perdón o en el acompañamiento en comunión con quienes lo hacen, ya que tales dificultades son, muchas veces, signo de un corazón endurecido que no se abre a ser interpelado por el Espíritu. El Espíritu nos sitúa, entonces, ante esta inocultable herida que deberá ser asumida por la Iglesia en el inicio mismo de la confesión pública de las faltas de sus hijos: este narcisista egoísmo que nos ha empequeñecido la conciencia en tiempo, extensión y significado. En tiempo ya que no logramos ver nuestro presente en la profunda solidaridad histórica propia de todos nuestros actos y de la inexorable y fatal consecuencialidad tras-generacional de los mismos (fatalidad sólo redimible por la gracia y la misericordia). En extensión porque mantenemos una metafísica monista e individualista de nosotros mismos y del otro desde la que nos resulta contra-natura la constricción por sus actos y nos mantiene extranjeros -aunque sólo en conciencia- a la comunidad de los pecadores, pero pretenciosos de habitar la de los santos. Y por último la conciencia eclesial experimenta una alteración en su significado al no poder confrontarla, o más exactamente al no permitir que sea confrontada desde la Verdad de Cristo, su Esposo, quedando así a merced, como esclava, de la imagen que de nosotros tiene el Señor del Mundo, apegada, reaccionaria o huidiza ante el poder, en cualquiera de sus formas. Si la Iglesia esta invitada a revisar su memoria y reconciliarla con Dios, ¿cómo y de qué manera hacer esto en la vida universitaria? 1 La confrontación de nuestra vida universitaria desde la Misión que el Padre nos encomienda en su Hijo es lo que nos permitirá, ni como acreedores ni como merecedores, retornar por Su Gracia a la misma. El anuncio de la noticia del Señorío de Cristo sobre el mundo, de Aquél que siendo Dios nació y murió por amor a nosotros en obediencia a la Misión redentora que el Padre le ordenó, y en virtud de la cual nos envió Su Espíritu para que nos asista en nuestra participación en Su Ser, a fin de continuar en nuestro tiempo lo que Él, como Señor de los Tiempos, ya consumó . Esta Misión, la de todo cristiano, es la que recibe el universitario con la especial vocación, el particular llamado desde Él para realizarla en la vida universitaria, en el ámbito que debe dar razones del ser, de la persona, del cosmos, de las ciencias y, hoy en día, de las profesiones, desde las que se asiste a la interioridad del hombre y se modela la sociedad y la materia. La vida universitaria se da siempre condicionando y condicionada por un contexto histórico cultural del que participa y parcialmente la explica pero al que está destinada a servir como orientadora. El Cardenal Paul Poupard recordaba en su mensaje de apertura al XX º Simposio de la Fundación Arché que “la universidad es, en el ámbito cultural, la punta de lanza más creativa, la avanzadilla más valiente que determina con décadas de antelación las transformaciones culturales que luego afectan a sociedades enteras, sin complejos y sin miedos (...)” Esta capacidad de anticipación desde las que son posibles la confirmación y la corrección tanto personal como social es en el orden temporal el corolario de la capacidad de la razón de remontarse desde el fenómeno hasta la esencia, de la sucesión hasta las causas, de lo físico hasta lo metafísico. Es inocultable la tensión que el espíritu humano padece en estas distancias que, como se trata de distancias reales y no meramente nominales y pertenecen a la paradoja de la encarnación del espíritu y no a alguna condición histórica, no son posibles de superar, sino sólo de asumir. El leer la historia participando de ella es, sin embargo, el signo de que realmente existe la historia y no sólo un devenir sin sentido de hechos, aunque esto mismo, si bien lo vemos, es la encrucijada ante la que se halla la universidad hoy y ante la que debe dar una respuesta: o una razón encarnada en el ser y su historia al que intenta seguir y descubrir, o una razón “espiritualizada”, esto es desvinculada y autónoma, constructora de un ser sin identidad ni historia propias. ¿Qué contexto cultural se presenta ante los ojos del universitario católico? Sin duda el presente escenario, en la bisagra entre dos milenios, es un momento fuertemente des-humanizante. Con una extensión en el mundo nunca antes alcanzada, es denominada por algunos como “la era del vació”. Vacío precisamente de aquellas cualidades que siempre se consideró que caracterizaban la condición de la persona humana y que se extiende, decíamos, en una amplitud geográfica inédita en la historia del hombre en virtud del desarrollo y poderío tecnológico instrumentado desde los centros de poder. Escenario inhumano que se exhibe en una desproporción de posibilidades en las condiciones de vida cada vez más creciente, y frente a la cual no se vislumbra ninguna tendencia de cambio. Visible además, en el aumento en la acumulación de poder en pequeñas elites con el consecuente menoscabo en la participación en todos los órdenes 2 sociales: político, económico, científico, etc., que genera una violencia que ya no sorprende y ante la que sólo se observan respuestas resignadas de sobre-adaptación. Escenario observable en la subjetividad del hombre de hoy, desorientada y frágil por la ausencia de sentido y contención por algún otro, se repliega sobre sí misma en un intento de defensa apático y escéptico que potencia cada vez más el binomio aislamientomasificación. Cabe preguntarnos si los hijos de la Iglesia logramos animar la vida universitaria ante estos desafíos y desde nuestra Fe, de manera de ser en ella fermento para un “nuevo humanismo”. Creo que no. Permítaseme desglosar algunas notas que, entiendo, son signos de una falta de vitalidad evangelizadora: Las universidades católicas no logran ser una alternativa ante los paradigmas vigentes en nuestra sociedad, paradigmas propios de una cultura secularizada, que se presenta a sí misma como poscristiana. La falta de gravitación cultural antedicha no es entendible, seriamente, por alguna oposición o deliberada ignorancia que el mundo efectúe sobre nuestra universidades. Por el contrario, al no ser visible oposición alguna hacia los claustros católicos (salvo las motivadas por la mutua puja por el mercado y la clientela estudiantil) ni animosidad significativa más allá de fenómenos psico-sociales (como la secuela de anticlericalismos de antaño, y los actuales), esta ausencia puede sugerir una “presencia débil” que pasa así desapercibida para el hombre de hoy. Las universidades católicas, nacidas como emprendimientos evangelizadores, no muestran en su dinámica, salvo alguna excepción, una memoria viva de su Misión fundacional esto es, de su identidad, su historia y su “carisma”. Hagan la experiencia de interrogar al azar a algunos de sus alumnos sobre para qué Misión han sido convocados. Con los docentes les irá peor. Y piensen si realmente quieren hacerlo con los directivos. Los programas y las orientaciones generales de los planes de estudio y currículas no muestran, salvo contadísimas excepciones, ningún intento de pensar desde la fe los contenidos de las materias. Esto tanto en disciplinas vinculadas a las “ciencias duras” como a las ciencias del hombre. La vinculación entre los integrantes de la vida universitaria (alumnos, docentes y directivos) no responde (en general) a la dinámica propia de una experiencia comunitaria, eclesial, esto es: una comunidad centrada en Cristo y los sacramentos, abierta a todo lo real, y no logra superar, en el mejor de los casos, la motivación de la excelencia docente o profesional. Como todo lo anterior es claramente percibible desde el mercado, la razones por las que el alumno elige una universidad confesional son cada vez más claramente secularizadas, funcionales, menos usualmente de seguridad ideológica y extrañamente por exigencia de su fe. Creo que a estas notas se podrían sumar muchas otras en el mismo orden que se muestran, repetimos, como indicadores de una falta de vitalidad en la Misión. ¿A qué causas atribuir semejante debilidad en la presencia cristiana? 3 Como no desconozco la complejidad y profundidad de la cuestión acerco en esta presentación una propuesta de lectura de la situación de la “inteligencia católica”, seguramente parcial, que sirva, al menos, como aporte al diálogo. Entiendo que este debilitamiento del pensar católico es atribuible, repito, aunque sólo sea parcialmente, a una crisis de identidad que consiste en que ya no se mira a sí mismo desde Cristo sino desde pensamientos y paradigmas extraños y adversos al Evangelio. En este sentido la hipótesis que presento consiste en que la inteligencia católica ha quedado presa de la cultura iluminista de manera que lee a la realidad y a sí misma desde los triunfantes criterios de aquella. El iluminismo ha logrado imponer en el entramado de creencias, principios, valores, una visión del cosmos, del hombre, de su historia y del sentido de la misma no sólo ajena a la fe, sino en explícita contradicción y oposición a ella; en su misma autodenominación se presentó como la superación del momento religioso cristiano de la historia que, sojuzgando al hombre en su diferencia específica, la razón, oscurecía el entendimiento e impedía el progreso y liberación, al mantenerlo violentamente inmovilizado en una artificial condición de infante tutelado, de hijo. La razón es entendida desde entonces como instrumento de liberación de, como ariete crítico contra lo que hoy llamaríamos ideologías, otrora mitos, supersticiones que a la manera de superestructuras velaban el conocimiento interponiéndose entre la naturaleza y el hombre y justificaban el ejercicio del poder ejercido desde las castas sacerdotales. La confrontación abierta o la más frecuente cínica tarea de desingenuización fue la obra, la misión encomendada a la razón que abrió un expediente de sospecha a la fe religiosa y abultó el mismo con innumerables cargos y acusaciones todas ellas sintetizables en el de alineación o falsa conciencia. En el intento de comprensión de semejante patología se abrió el capítulo moderno de la filosofía en el que casi ningún pensador clave, esto es, con genio y pretensión de mirada cosmovisional, dejó de aportar su original interpretación y su propia propuesta de liberación. La política, la economía, las ciencias naturales o del hombre, el arte y la educación llevaron a la práctica la revolución cultural en variadas, y por momentos, en pugna, versiones para la acción. En los últimos dos siglos, por acercar algunos límites, el orbe se convirtió en el gran laboratorio en el que la humanidad emprendió el faústico experimento, con epicentro en su conciencia y consecuencias en toda la naturaleza; naturaleza que es vista así como materia a ser plasmada por el poder de la razón. Convocada desde este desafío la razón humana se arriesgó a vivir su crecimiento hacia una adultez entendida como orfandad, liberación de la filiación de un padre poderoso e injusto. Abandonar la casa del Padre fue el momento rebelde, la necesaria violencia originaria entendido, según Freud teorizaba a comienzos de este siglo, que toda cultura nace de la muerte del Padre y es, en su arché, emancipación y violencia reivindicativa ante un despojo. Dice Kant: “La ilustración es la salida del hombre de la minoría de edad debida a su propia culpa. Minoría de edad es la incapacidad de utilizar, sin ser guiados por otros, el propio entendimiento. Y esta minoría de edad es debida a una culpa propia cuando tiene su causa no en una falta de entendimiento, sino en la falta de decisión y de audacia, de la audacia de utilizarlo sin ser guiados. ‘Sapere audi’ ¡Ten valor de utilizar tu entendimiento! Esto es el lema de la Ilustración.” (2) 4 Cuando el hijo exige el adelanto de su herencia en calidad de reclamo denota, en este acto de pretendida justicia que el Padre ya ha muerto para él, que él ya ha decidido su muerte. El hijo necesita la muerte del padre para poder ser él. La “audacia” de la vida exige la desvinculación.(3) La referencia a la parábola no es extrínseca a este devenir ya que el iluminismo sólo es entendible desde su procedencia cristiana, como deliberada negación de una filiación que se considera fallada. No es obra de un azar geográfico el que se halla dado y se siga manteniendo en el epicentro de una sociedad que nació informada por la experiencia católica. El iluminismo es ininteligible en Asia, Oriente o África porque se gestó y creció en dependencia rebelde con lo que niega. En el seno mismo de la cristiandad. No se trata de una propuesta pagana sino pretendidamante poscristiana, no de una búsqueda sino de una oposición y huida. En América Latina los cinco siglos de evangelización son leídos como intentos de dominación de la conciencia al servicio del poder imperial del español. En un trágico entrecruzamiento de pecados confluyen, por un lado, el antitestimonio de descubridores y colonos desde los afanes de poder y, por el otro la, la ruptura cultural de la experiencia que, desde la fe, animó la aventura evangelizadora, la motivó en su origen y le dio sentido. En las formas violentas de colonización “(había) un horrible insulto al mandamiento de Cristo ‘Haced discípulos míos a todos los pueblos’ <Mt. 28,19>, transformando en imperialismo político y económico la comunión universal anunciada por los profetas” (4). De manera tal que las dificultades de hoy en participar del pedido de perdón de Juan Pablo II estuvieron precedidas, en la misma raíz, por las de vivir con espíritu festivo el V Centenario de la Evangelización de América. La culpabilidad narcisista impide ver aquello de: “donde abundó el pecado sobreabundó la gracia”, esto es, la primacía del Amor de Dios. Emancipar la razón de la Fe, arrebatarle el poder en bien de la autonomía, entender la libertad como liberación de creencias y mitos, como desvinculación y erigir en derredor de esto un programa antropológico y una propuesta para el orbe, fue y sigue siendo un hecho inédito en el resto de las culturas conocidas. Desde este contexto que propongo entender en estos términos debemos aceptar que los intentos denominados humanistas, después de Cristo son frecuentemente ateos. Efectivamente, si no en todas, en muchas oportunidades la denominación de “humanismo” se presentó y lo sigue haciendo, en esta historia reciente, como una defensa del Hijo sojuzgado, no comprendido por un Padre que pretende imponerle un programa para ser y un destino ajeno a su verdad. Las acusaciones a la Iglesia de apelar por una respuesta moral al hombre de hoy bien para santos o ángeles, esto es para personas especiales, pero injustamente esperable de los hombres “reales”, provienen de esta visión de base según la cual la verdad que la Iglesia porta sobre el hombre, la humanidad, no es tal y contradice tozudamente el discurso científico de la razón emancipada; discurso desde la psicología, la sociología, la economía, la lingüística, etc., etc.. La culpa, reducida a sentimiento de culpabilidad, es el sórdido tormento al que injustamente se condena al hijo inocente ante la imposibilidad “in re” de responder a los designios de un Padre arbitrario. En defensa de la debilidad humana, de los derechos a construir su ser y su ideario de liberación se formulan no pocas versiones del “humanismo” conocido por nosotros. 5 Un espíritu parricida se halla a la vista o subyacentemente en muchas de sus propuestas. Dice el Cardenal Jean-Marie Lustiger: “La muerte del Padre, es decir de Dios, fue precedido en nuestra cultura, por un debate sobre la muerte del Hijo. ¿Quién es el responsable? La genealogía del ateísmo occidental se establece sobre la base de la culpabilidad y el resentimiento. (...) La negación de Dios y de su existencia, el rechazo del Padre, de su Ley y su Alianza aparecen en varios humanismos ateos, creados por huérfanos que buscan en sí mismos los instrumentos de la omnipotencia. Cuando el hombre se reconoce a sí mismo como creado a imagen del Hijo eterno (quiere aquí decir el autor: una vez que le ha sido revelado la verdad acerca de él y de su origen), el conflicto entre padres e hijos ya no atañe sólo a las generaciones humanas, sino al hombre y Dios. Entonces, la negación de Dios o su rechazo modifica profundamente la condición humana y la visión que él tiene de sí mismo. La separación de los que nos han engendrado constituye una condición necesaria para el crecimiento, pero se ha convertido también en una ocasión de pecado(...)” (5) He aquí la trágica paradoja de los humanismos poscristianos: desde la “muerte del Padre” en defensa de la humanidad del hijo, preparan el camino, deseado o no, a la aniquilación de un hombre que ya ha perdido su dignidad, que ya ha sido reducido a puro cosmos y privado de su identidad. En la disciplina de la que participo, la Psicología, el caso del pensamiento freudiano y la evolución de su acogida en la sociedad ilustrada son un ejemplo de esta transición. En efecto las primeras repercusiones en el ambiente científico centro-europeo, hacia fines del siglo XIX, de las afirmaciones de Freud, consistieron en un elogio por su novedoso aporte a favor del conocimiento de la incidencia de las dimensiones no humanas en el hombre. Con el transcurrir del siglo siguiente y habiendo experimentado ya la primera guerra y la inestabilidad socio-política que antecedió a la segunda, fue erigido a la categoría de gran desingenuizador crítico que develar, tras las apariencias, la esencia no humana de la persona. Pequeño comentario al pié de página: hoy en día, y sólo merced a la falta de proactividad y actualización cultural de las facultades de Psicología católicas, éstas se han convertido en los pocos reductos existentes de observancia psicoanalista de cuño freudiano. Hasta la implementación de las próximas modas. Volviendo al tronco, la lógica de la desvinculación que se sitúa en el origen del pensamiento iluminista se aplicó luego de la autonomía ante el Ser de Dios, hacia la independencia de la realidad, del ser sin más, por la que el endiosamiento de la razón alcanzó su momento constructivista, pos-metafísico. La reflexión de la razón tomada por el espíritu crítico produce su ruptura inmanente en la que la Ratio se libera del Intellecturs, con el costo de la desvinculación de la experiencia en pos de la ganancia del constructo (6). La razón no debe ser , entonces, guiada como un alumno sino interrogar como un soberano que no se deja engañar por la apariencia de los testigos. Que la herencia fue exigida desde la voluntad de poder fue explicitado desde el inicio, pero se necesitó un tiempo para que la humanidad verificase hacía dónde ésta conduce De qué desarrollo del hombre se trataba quedó a la vista a posteriori de la degradación de las propuestas pseudohumanistas, cuando se presentó como planificadora y 6 legitimadora de Auschwitz, de Gulag, de Hiroshima y de la posterior explosión de emprendimientos bélicos del poder de los imperios. En estas latitudes, donde la dramática propia de nuestra nación y de toda Latinoamérica fue inficionada de ideologías extrañas a su acervo cultural y utilizada para el beneficio bélico de los bloques en guerra, las universidades católicas aportaron sus razones y la sangre de muchos de sus miembros a esta guerra, razones y sangre bendecidas desde teologías y pastorales gestadas en las iglesias de vanguardia de una Europa que hacía tiempo había abandonado el Ethos del Padre. Hoy en día a falta de un pedido de perdón manifiesto de la comunidad de la Iglesia por las culpas de haber cedido a las tentaciones del poder del siglo, escuchamos alguna autocrítica que por momentos parece más una concesión a las acusacionnes desde los criterios que imponen las fuerzas actuales al pensamiento, que un dejarse confrontar por la Verdad del Evangelio. Simone Weil dijo una vez que la esencia misma de la esclavitud consiste en obligar al otro a que se piense a sí mismo tal como es visto por los demás.(7) En la historia que he vivido como alumno universitario en nuestro país he participado de las profundas crisis de identidad por la que atravesaron las universidades católicas en las décadas del 60 y 70. Por aquel entonces la alternativa para la inteligencia se presentaba entre un racionalismo positivista más o menos tecnicista y pragmático desde la que se legitimaba una violencia ilustrada y disciplinante -en un extremo- y una razón revolucionaria, vanguardia de la liberación, heredera de la historia, que instrumentaba una violencia justiciera, en el otro. En ambos modelos la razón se presentaba como razón instrumental, práctica al servicio de una voluntad de poder y progreso. La universidad no ofreció ninguna alternativa a la sociedad que escapara, en su raíz, a este aprisionamiento. Dice el sociólogo chileno Pedro Morandé: “Un pensamiento social fundado solamente en la racionalidad tecnocrática representa una amenaza a toda forma de pensamiento religioso para el cual significa algo todavía el concepto de trascendencia. Ya no estaba sólo en juego la enseñanza elaborada por el magisterio eclesiástico durante todo el siglo XX, sino la misma relación entre fe y cultura, fe y razón. El desarrollismo (se refiere aquí el autor a unos de los últimos nombres del progreso en las planificaciones sociales para América Latina enunciada por los victoriosos Estados Unidos), el desarrollismo (dice la cita) le presentaba al pensamiento católico la siguiente alternativa: o secularizaba sus creencias rescatando de ellas solamente su “núcleo racional” o se marginaba de una totalidad que podía construirse enteramente sin la fe. Naturalmente, esta opción no podía ser aceptada, a pesar de que no pocos clérigos sintieron que la alternativa planteada era ineludible y siguieron alguno de estos caminos sugeridos”. (8) Ambos caminos, es verdad, hemos recorrido. Muchos de nosotros nos avergonzamos de un padre viejo, con razones caducas no válidas ya para comprender ni dialogar con el hombre de hoy. El “aggiornamiento” era necesario aun para poder realizar el nuevo mundo prometido. El pecado de la Iglesia era entonces su inmovilismo. Para que la ciencia y el mundo no se construyera sin nosotros, nosotros deberíamos convertir nuestra razón a la novedad que la razón traía. Así la doble verdad fue y sigue siendo el esquizofrenizante costo de una epistemología solo para...creyentes. Se inauguró así la doble verdad entendida como estatuto científico de la versión de la doble vida. 7 En otro estilo, pero en esencia hija de la misma división, la estrategia evangelizadora de sectores conservadores que intentan hoy dialogar con el mundo universitario y/o científico luciendo una racionalidad atractivamente rigurosa, que aparenta en lo público la independencia de una fe, pero que pretende luego sorprender en lo privado en clave de introducción iniciática, de sesgo moralista, con la promesa de respetar siempre aquella distancia primera, decíamos, entre lo público (lo político, lo económico, lo comercial, lo científico, etc.) y lo privado (la familia, la relación íntima con Dios, la pertenencia al grupo) Todos nosotros hemos liberado nuestra razón de la tutela del Padre, buscando otros criterios, y nos hallamos habitando las universidades en un camino de derroche de la herencia reclamada, de la que aún hoy nos alimentamos. Otros hemos preferido permanecer en el territorio del Padre, en su topología pero habiendo perdido hace tiempo la experiencia de filialidad, el Ethos fundador. Con temor de siervo repetimos fórmulas y liturgias académicas vaciadas de significado, que no son un servicio a un mundo que ya está en otro lugar. Como estériles burócratas, administradores de esencias muertas y talentos enterrados nos refugiamos en el rol de auditores morales, más preocupados por mantener a salvo nuestra pequeña conciencia que por cumplir la Misión de Amor que el Padre nos encomienda. Creemos estar en gracia por no animarnos experimentar los abismos de la audacia. Estos de nosotros miramos en secreto y con envidia por sobre el muro de la casa que habitamos, la vitalidad y protagonismo histórico de nuestros hermanos pródigos, y entre desconcertados y celosos no nos explicamos el misterioso vínculo sanante que nuestro Padre mantiene con ellos, extranjeros a Su Alegría. Y otros, y los hay, se ofrecen como incomodantes testigos que es posible mantenerse en el Espíritu, merced a Su Gracia, no sin caídas, ni incertidumbres. Que es posible el intento de pensar desde la fe, en plena secularización de la inteligencia La demorada conversión de la inteligencia católica, de los claustros de nuestras universidades confesionales de las que participamos, significaría una apertura a la Gracia y la manifestación del poder de la misma ya operando en nosotros. La razón debe recorrer su kenosis obediencial, el vaciamiento purificador de sus constructos y recobrar la escucha del intellectus para, precisamente desde ahí lanzarse a la aventura del pensar La posibilidad de que las universidades confesionales o no reencuentren las raíces de un auténtico humanismo, sólo son posibles si este se funda en la Verdad del hombre que es Cristo. Si logran desembarazarse de una racionalidad crítica autonomista y la inteligencia recobra su dinámica de filialidad para adentrarse en el misterio Es posible que se de un renacer humanista sin nosotros (al fin y al cabo no sería el primer emprendimiento malogrado a nuestro costo) pero no sin Él, fuera del camino que Él es. Quizás no hemos experimentado aún la escasez de las bellotas en compañía de los cerdos. Quizás no creamos en que nos está esperando para correr a nuestro encuentro. Quizás ya pensemos que no hay a Quién ni a Dónde volver. Después de todo, quizás, aun sin saberlo, estamos siendo llevados hacía El. Como se ha dicho, la confesión de los pecados esta precedida por la confesión de la fe en el Poder del Amor del Padre. La confesión de nuestros pecados supone la fe en la Verdad, en la Luz y su poderío sobre el pecado y la oscuridad y, fundamentalmente, la confesión pública de nuestra confianza en el Amor de Dios hacia nosotros, Amor que todo lo vence en un perdón sanador. 8 Confiamos en que el Padre quitará sus ojos de nuestras faltas y al no mirarlas estas simplemente, milagrosamente, se anonadarán ya que lo que el Amor de Dios ignora está condenado a la nada. Es esta todopoderosa condena de nuestros pecados por la que el Ofendido ya no repara en la ofensa recibida lo que nos re-habilita ontológica y existencialmente para la Misión. Quiera Dios convertir nuestros dolores en el Monte para que dejemos de habitar la cruz del ladrón quejoso y arrogante, testimoniemos nuestra fe en un pedido de perdón por nuestras culpas en la del ladrón arrepentido, para participar de la Gracia redentora que brota de la Cruz del Hijo Inocente. _________________________________ (1) Memoria y reconciliación – La Iglesia y las culpas del pasado. Comisión Teológica Internacional (2) E. Kant. Citado en Agonia de la Sociedad Opulanta. A. Del Noce. Ed. Nt. Eunsa (3) El núcleo de estas reflexiones sobre la relación paterno-filial se basan en los conceptos vertidos en el seminario “ Psicoterapia y espíritu de Infancia” dictado en la Fundación Arché por el Lic. Alberto J. Fariña Videla, maestro a quien le debo mi formación personal. (4) La muerte del Padre. Card. Jean-Marie Lustiger > Nuntium Ed. En español. Abril 2000. Año 1 Nº0 (5) J.M. Lustiger. Op.cit.. (6) Breve y necesaria inquisición. . Cap. “La investigación como subordinación a lo real” . Alberto. J. Fariña Videla Ed. Arché (7) Op.cit. (8) Cultura y Modernización en América Latina. Pedro Morandé. Ed. Encuentro 9