Cristo como camino hacia un nuevo humanismo

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CRISTO COMO CAMINO HACIA UN NUEVO HUMANISMO
Lic. Fernando Francisco Petroni
Profesor Titular
Facultad de Psicología y Psicopedagogía
Universidad del Salvador
En uno de los párrafos más largos de la Bula de convocatoria al Jubileo del Año
2000 (n.11), Su Santidad Juan Pablo II incluye, además de los signos “tradicionales”, una
invitación a, como él la llama, “purificación de la memoria”.
Este gesto, tan inédito como familiar al pensamiento y estilo de la vital
espiritualidad de Juan Pablo II se ha visto acompañado por una reflexión teológica
denominada Memoria y reconciliación: la Iglesia y las culpas del pasado. (1)
Dicho documento ha significado, no sólo una reflexión conceptual que acompaña el
gesto litúrgico, comunitario, sino además, en la práctica, una respuesta y justificación
teológica a dicho gesto ante la sorpresa, desconcierto y hasta crítica oposición de sectores
de la vida eclesial. Que las objeciones públicas y notorias hayan sido las provenientes
extramuros de la Iglesia ha disimulado sólo en la superficie las reacciones adversas entre los
discípulos. La resistencia pasiva a extender mundialmente esta iniciativa en el Espíritu deja
ver, dolorosa y preocupantemente, hasta qué punto los católicos nos resistimos a abrirnos a
la novedad, amodorrados en el apego a una autoafirmación institucional en el mundo, o ante
él.
Reconciliar la memoria no es un gesto de arqueología o la actualización de un
inventario de faltas u omisiones, sino evocar nuestro pasado desde la Fe y desde ella
confrontarlo con la misión que el Padre nos encomienda en el Hijo con la asistencia de su
Espíritu. Reconciliar la memoria sólo es posible desde un amor a la Iglesia en el que se
intenta servirla revisando nuestras infidelidades, reconociendo cómo ellas han significado y
significan un daño al mundo al que hemos sido invitados a amar como nuestro Maestro
ama.
No se puede, entonces, dejar pasar por alto las dificultades que hoy tenemos para
obedecer en el pedido de perdón o en el acompañamiento en comunión con quienes lo
hacen, ya que tales dificultades son, muchas veces, signo de un corazón endurecido que no
se abre a ser interpelado por el Espíritu. El Espíritu nos sitúa, entonces, ante esta inocultable
herida que deberá ser asumida por la Iglesia en el inicio mismo de la confesión pública de
las faltas de sus hijos: este narcisista egoísmo que nos ha empequeñecido la conciencia en
tiempo, extensión y significado. En tiempo ya que no logramos ver nuestro presente en la
profunda solidaridad histórica propia de todos nuestros actos y de la inexorable y fatal
consecuencialidad tras-generacional de los mismos (fatalidad sólo redimible por la gracia y
la misericordia). En extensión porque mantenemos una metafísica monista e individualista
de nosotros mismos y del otro desde la que nos resulta contra-natura la constricción por sus
actos y nos mantiene extranjeros -aunque sólo en conciencia- a la comunidad de los
pecadores, pero pretenciosos de habitar la de los santos. Y por último la conciencia eclesial
experimenta una alteración en su significado al no poder confrontarla, o más exactamente al
no permitir que sea confrontada desde la Verdad de Cristo, su Esposo, quedando así a
merced, como esclava, de la imagen que de nosotros tiene el Señor del Mundo, apegada,
reaccionaria o huidiza ante el poder, en cualquiera de sus formas.
Si la Iglesia esta invitada a revisar su memoria y reconciliarla con Dios, ¿cómo y de
qué manera hacer esto en la vida universitaria?
1
La confrontación de nuestra vida universitaria desde la Misión que el Padre nos
encomienda en su Hijo es lo que nos permitirá, ni como acreedores ni como merecedores,
retornar por Su Gracia a la misma.
El anuncio de la noticia del Señorío de Cristo sobre el mundo, de Aquél que siendo
Dios nació y murió por amor a nosotros en obediencia a la Misión redentora que el Padre le
ordenó, y en virtud de la cual nos envió Su Espíritu para que nos asista en nuestra
participación en Su Ser, a fin de continuar en nuestro tiempo lo que Él, como Señor de los
Tiempos, ya consumó .
Esta Misión, la de todo cristiano, es la que recibe el universitario con la especial
vocación, el particular llamado desde Él para realizarla en la vida universitaria, en el
ámbito que debe dar razones del ser, de la persona, del cosmos, de las ciencias y, hoy en
día, de las profesiones, desde las que se asiste a la interioridad del hombre y se modela la
sociedad y la materia.
La vida universitaria se da siempre condicionando y condicionada por un contexto
histórico cultural del que participa y parcialmente la explica pero al que está destinada a
servir como orientadora.
El Cardenal Paul Poupard recordaba en su mensaje de apertura al XX º Simposio de
la Fundación Arché que “la universidad es, en el ámbito cultural, la punta de lanza más
creativa, la avanzadilla más valiente que determina con décadas de antelación las
transformaciones culturales que luego afectan a sociedades enteras, sin complejos y sin
miedos (...)”
Esta capacidad de anticipación desde las que son posibles la confirmación y la
corrección tanto personal como social es en el orden temporal el corolario de la capacidad
de la razón de remontarse desde el fenómeno hasta la esencia, de la sucesión hasta las
causas, de lo físico hasta lo metafísico.
Es inocultable la tensión que el espíritu humano padece en estas distancias que,
como se trata de distancias reales y no meramente nominales y pertenecen a la paradoja de
la encarnación del espíritu y no a alguna condición histórica, no son posibles de superar,
sino sólo de asumir.
El leer la historia participando de ella es, sin embargo, el signo de que realmente
existe la historia y no sólo un devenir sin sentido de hechos, aunque esto mismo, si bien lo
vemos, es la encrucijada ante la que se halla la universidad hoy y ante la que debe dar una
respuesta: o una razón encarnada en el ser y su historia al que intenta seguir y descubrir, o
una razón “espiritualizada”, esto es desvinculada y autónoma, constructora de un ser sin
identidad ni historia propias.
¿Qué contexto cultural se presenta ante los ojos del universitario católico?
Sin duda el presente escenario, en la bisagra entre dos milenios, es un momento
fuertemente des-humanizante. Con una extensión en el mundo nunca antes alcanzada, es
denominada por algunos como “la era del vació”. Vacío precisamente de aquellas
cualidades que siempre se consideró que caracterizaban la condición de la persona humana
y que se extiende, decíamos, en una amplitud geográfica inédita en la historia del hombre en
virtud del desarrollo y poderío tecnológico instrumentado desde los centros de poder.
Escenario inhumano que se exhibe en una desproporción de posibilidades en las
condiciones de vida cada vez más creciente, y frente a la cual no se vislumbra ninguna
tendencia de cambio. Visible además, en el aumento en la acumulación de poder en
pequeñas elites con el consecuente menoscabo en la participación en todos los órdenes
2
sociales: político, económico, científico, etc., que genera una violencia que ya no sorprende
y ante la que sólo se observan respuestas resignadas de sobre-adaptación.
Escenario observable en la subjetividad del hombre de hoy, desorientada y frágil por
la ausencia de sentido y contención por algún otro, se repliega sobre sí misma en un intento
de defensa apático y escéptico que potencia cada vez más el binomio aislamientomasificación.
Cabe preguntarnos si los hijos de la Iglesia logramos animar la vida universitaria
ante estos desafíos y desde nuestra Fe, de manera de ser en ella fermento para un “nuevo
humanismo”.
Creo que no.
Permítaseme desglosar algunas notas que, entiendo, son signos de una falta de
vitalidad evangelizadora:

Las universidades católicas no logran ser una alternativa ante los paradigmas
vigentes en nuestra sociedad, paradigmas propios de una cultura secularizada, que se
presenta a sí misma como poscristiana.

La falta de gravitación cultural antedicha no es entendible, seriamente, por alguna
oposición o deliberada ignorancia que el mundo efectúe sobre nuestra universidades.

Por el contrario, al no ser visible oposición alguna hacia los claustros católicos (salvo
las motivadas por la mutua puja por el mercado y la clientela estudiantil) ni
animosidad significativa más allá de fenómenos psico-sociales (como la secuela de
anticlericalismos de antaño, y los actuales), esta ausencia puede sugerir una
“presencia débil” que pasa así desapercibida para el hombre de hoy.

Las universidades católicas, nacidas como emprendimientos evangelizadores, no
muestran en su dinámica, salvo alguna excepción, una memoria viva de su Misión
fundacional esto es, de su identidad, su historia y su “carisma”. Hagan la experiencia
de interrogar al azar a algunos de sus alumnos sobre para qué Misión han sido
convocados. Con los docentes les irá peor. Y piensen si realmente quieren hacerlo
con los directivos.

Los programas y las orientaciones generales de los planes de estudio y currículas no
muestran, salvo contadísimas excepciones, ningún intento de pensar desde la fe los
contenidos de las materias. Esto tanto en disciplinas vinculadas a las “ciencias duras”
como a las ciencias del hombre.

La vinculación entre los integrantes de la vida universitaria (alumnos, docentes y
directivos) no responde (en general) a la dinámica propia de una experiencia
comunitaria, eclesial, esto es: una comunidad centrada en Cristo y los sacramentos,
abierta a todo lo real, y no logra superar, en el mejor de los casos, la motivación de la
excelencia docente o profesional.

Como todo lo anterior es claramente percibible desde el mercado, la razones por las
que el alumno elige una universidad confesional son cada vez más claramente
secularizadas, funcionales, menos usualmente de seguridad ideológica y
extrañamente por exigencia de su fe.
Creo que a estas notas se podrían sumar muchas otras en el mismo orden que se
muestran, repetimos, como indicadores de una falta de vitalidad en la Misión.
¿A qué causas atribuir semejante debilidad en la presencia cristiana?
3
Como no desconozco la complejidad y profundidad de la cuestión acerco en esta
presentación una propuesta de lectura de la situación de la “inteligencia católica”,
seguramente parcial, que sirva, al menos, como aporte al diálogo.
Entiendo que este debilitamiento del pensar católico es atribuible, repito, aunque
sólo sea parcialmente, a una crisis de identidad que consiste en que ya no se mira a sí
mismo desde Cristo sino desde pensamientos y paradigmas extraños y adversos al
Evangelio.
En este sentido la hipótesis que presento consiste en que la inteligencia católica ha
quedado presa de la cultura iluminista de manera que lee a la realidad y a sí misma desde
los triunfantes criterios de aquella.
El iluminismo ha logrado imponer en el entramado de creencias, principios, valores,
una visión del cosmos, del hombre, de su historia y del sentido de la misma no sólo ajena a
la fe, sino en explícita contradicción y oposición a ella; en su misma autodenominación se
presentó como la superación del momento religioso cristiano de la historia que, sojuzgando
al hombre en su diferencia específica, la razón, oscurecía el entendimiento e impedía el
progreso y liberación, al mantenerlo violentamente inmovilizado en una artificial condición
de infante tutelado, de hijo.
La razón es entendida desde entonces como instrumento de liberación de, como
ariete crítico contra lo que hoy llamaríamos ideologías, otrora mitos, supersticiones que a la
manera de superestructuras velaban el conocimiento interponiéndose entre la naturaleza y el
hombre y justificaban el ejercicio del poder ejercido desde las castas sacerdotales.
La confrontación abierta o la más frecuente cínica tarea de desingenuización fue la
obra, la misión encomendada a la razón que abrió un expediente de sospecha a la fe
religiosa y abultó el mismo con innumerables cargos y acusaciones todas ellas sintetizables
en el de alineación o falsa conciencia.
En el intento de comprensión de semejante patología se abrió el capítulo moderno
de la filosofía en el que casi ningún pensador clave, esto es, con genio y pretensión de
mirada cosmovisional, dejó de aportar su original interpretación y su propia propuesta de
liberación. La política, la economía, las ciencias naturales o del hombre, el arte y la
educación llevaron a la práctica la revolución cultural en variadas, y por momentos, en
pugna, versiones para la acción. En los últimos dos siglos, por acercar algunos límites, el
orbe se convirtió en el gran laboratorio en el que la humanidad emprendió el faústico
experimento, con epicentro en su conciencia y consecuencias en toda la naturaleza;
naturaleza que es vista así como materia a ser plasmada por el poder de la razón.
Convocada desde este desafío la razón humana se arriesgó a vivir su crecimiento
hacia una adultez entendida como orfandad, liberación de la filiación de un padre
poderoso e injusto. Abandonar la casa del Padre fue el momento rebelde, la necesaria
violencia originaria entendido, según Freud teorizaba a comienzos de este siglo, que toda
cultura nace de la muerte del Padre y es, en su arché, emancipación y violencia
reivindicativa ante un despojo.
Dice Kant: “La ilustración es la salida del hombre de la minoría de edad debida a su
propia culpa. Minoría de edad es la incapacidad de utilizar, sin ser guiados por otros, el
propio entendimiento. Y esta minoría de edad es debida a una culpa propia cuando tiene su
causa no en una falta de entendimiento, sino en la falta de decisión y de audacia, de la
audacia de utilizarlo sin ser guiados. ‘Sapere audi’ ¡Ten valor de utilizar tu entendimiento!
Esto es el lema de la Ilustración.” (2)
4
Cuando el hijo exige el adelanto de su herencia en calidad de reclamo denota, en este
acto de pretendida justicia que el Padre ya ha muerto para él, que él ya ha decidido su
muerte. El hijo necesita la muerte del padre para poder ser él. La “audacia” de la vida exige
la desvinculación.(3)
La referencia a la parábola no es extrínseca a este devenir ya que el iluminismo sólo
es entendible desde su procedencia cristiana, como deliberada negación de una filiación que
se considera fallada. No es obra de un azar geográfico el que se halla dado y se siga
manteniendo en el epicentro de una sociedad que nació informada por la experiencia
católica. El iluminismo es ininteligible en Asia, Oriente o África porque se gestó y creció en
dependencia rebelde con lo que niega. En el seno mismo de la cristiandad. No se trata de
una propuesta pagana sino pretendidamante poscristiana, no de una búsqueda sino de una
oposición y huida.
En América Latina los cinco siglos de evangelización son leídos como intentos de
dominación de la conciencia al servicio del poder imperial del español. En un trágico
entrecruzamiento de pecados confluyen, por un lado, el antitestimonio de descubridores y
colonos desde los afanes de poder y, por el otro la, la ruptura cultural de la experiencia que,
desde la fe, animó la aventura evangelizadora, la motivó en su origen y le dio sentido. En
las formas violentas de colonización “(había) un horrible insulto al mandamiento de Cristo
‘Haced discípulos míos a todos los pueblos’ <Mt. 28,19>, transformando en imperialismo
político y económico la comunión universal anunciada por los profetas” (4). De manera tal
que las dificultades de hoy en participar del pedido de perdón de Juan Pablo II estuvieron
precedidas, en la misma raíz, por las de vivir con espíritu festivo el V Centenario de la
Evangelización de América. La culpabilidad narcisista impide ver aquello de: “donde
abundó el pecado sobreabundó la gracia”, esto es, la primacía del Amor de Dios.
Emancipar la razón de la Fe, arrebatarle el poder en bien de la autonomía, entender
la libertad como liberación de creencias y mitos, como desvinculación y erigir en derredor
de esto un programa antropológico y una propuesta para el orbe, fue y sigue siendo un
hecho inédito en el resto de las culturas conocidas.
Desde este contexto que propongo entender en estos términos debemos aceptar que
los intentos denominados humanistas, después de Cristo son frecuentemente ateos.
Efectivamente, si no en todas, en muchas oportunidades la denominación de
“humanismo” se presentó y lo sigue haciendo, en esta historia reciente, como una defensa
del Hijo sojuzgado, no comprendido por un Padre que pretende imponerle un programa para
ser y un destino ajeno a su verdad.
Las acusaciones a la Iglesia de apelar por una respuesta moral al hombre de hoy bien
para santos o ángeles, esto es para personas especiales, pero injustamente esperable de los
hombres “reales”, provienen de esta visión de base según la cual la verdad que la Iglesia
porta sobre el hombre, la humanidad, no es tal y contradice tozudamente el discurso
científico de la razón emancipada; discurso desde la psicología, la sociología, la economía,
la lingüística, etc., etc..
La culpa, reducida a sentimiento de culpabilidad, es el sórdido tormento al que
injustamente se condena al hijo inocente ante la imposibilidad “in re” de responder a los
designios de un Padre arbitrario.
En defensa de la debilidad humana, de los derechos a construir su ser y su ideario de
liberación se formulan no pocas versiones del “humanismo” conocido por nosotros.
5
Un espíritu parricida se halla a la vista o subyacentemente en muchas de sus
propuestas.
Dice el Cardenal Jean-Marie Lustiger: “La muerte del Padre, es decir de Dios, fue
precedido en nuestra cultura, por un debate sobre la muerte del Hijo. ¿Quién es el
responsable? La genealogía del ateísmo occidental se establece sobre la base de la
culpabilidad y el resentimiento. (...) La negación de Dios y de su existencia, el rechazo del
Padre, de su Ley y su Alianza aparecen en varios humanismos ateos, creados por huérfanos
que buscan en sí mismos los instrumentos de la omnipotencia. Cuando el hombre se
reconoce a sí mismo como creado a imagen del Hijo eterno (quiere aquí decir el autor: una
vez que le ha sido revelado la verdad acerca de él y de su origen), el conflicto entre padres
e hijos ya no atañe sólo a las generaciones humanas, sino al hombre y Dios. Entonces, la
negación de Dios o su rechazo modifica profundamente la condición humana y la visión que
él tiene de sí mismo. La separación de los que nos han engendrado constituye una condición
necesaria para el crecimiento, pero se ha convertido también en una ocasión de pecado(...)”
(5)
He aquí la trágica paradoja de los humanismos poscristianos: desde la “muerte del
Padre” en defensa de la humanidad del hijo, preparan el camino, deseado o no, a la
aniquilación de un hombre que ya ha perdido su dignidad, que ya ha sido reducido a puro
cosmos y privado de su identidad.
En la disciplina de la que participo, la Psicología, el caso del pensamiento freudiano
y la evolución de su acogida en la sociedad ilustrada son un ejemplo de esta transición. En
efecto las primeras repercusiones en el ambiente científico centro-europeo, hacia fines del
siglo XIX, de las afirmaciones de Freud, consistieron en un elogio por su novedoso aporte a
favor del conocimiento de la incidencia de las dimensiones no humanas en el hombre. Con
el transcurrir del siglo siguiente y habiendo experimentado ya la primera guerra y la
inestabilidad socio-política que antecedió a la segunda, fue erigido a la categoría de gran
desingenuizador crítico que develar, tras las apariencias, la esencia no humana de la
persona.
Pequeño comentario al pié de página: hoy en día, y sólo merced a la falta de
proactividad y actualización cultural de las facultades de Psicología católicas, éstas se han
convertido en los pocos reductos existentes de observancia psicoanalista de cuño freudiano.
Hasta la implementación de las próximas modas.
Volviendo al tronco, la lógica de la desvinculación que se sitúa en el origen del
pensamiento iluminista se aplicó luego de la autonomía ante el Ser de Dios, hacia la
independencia de la realidad, del ser sin más, por la que el endiosamiento de la razón
alcanzó su momento constructivista, pos-metafísico.
La reflexión de la razón tomada por el espíritu crítico produce su ruptura inmanente
en la que la Ratio se libera del Intellecturs, con el costo de la desvinculación de la
experiencia en pos de la ganancia del constructo (6). La razón no debe ser , entonces, guiada
como un alumno sino interrogar como un soberano que no se deja engañar por la apariencia
de los testigos.
Que la herencia fue exigida desde la voluntad de poder fue explicitado desde el
inicio, pero se necesitó un tiempo para que la humanidad verificase hacía dónde ésta
conduce
De qué desarrollo del hombre se trataba quedó a la vista a posteriori de la
degradación de las propuestas pseudohumanistas, cuando se presentó como planificadora y
6
legitimadora de Auschwitz, de Gulag, de Hiroshima y de la posterior explosión de
emprendimientos bélicos del poder de los imperios.
En estas latitudes, donde la dramática propia de nuestra nación y de toda
Latinoamérica fue inficionada de ideologías extrañas a su acervo cultural y utilizada para el
beneficio bélico de los bloques en guerra, las universidades católicas aportaron sus razones
y la sangre de muchos de sus miembros a esta guerra, razones y sangre bendecidas desde
teologías y pastorales gestadas en las iglesias de vanguardia de una Europa que hacía
tiempo había abandonado el Ethos del Padre.
Hoy en día a falta de un pedido de perdón manifiesto de la comunidad de la Iglesia
por las culpas de haber cedido a las tentaciones del poder del siglo, escuchamos alguna
autocrítica que por momentos parece más una concesión a las acusacionnes desde los
criterios que imponen las fuerzas actuales al pensamiento, que un dejarse confrontar por la
Verdad del Evangelio.
Simone Weil dijo una vez que la esencia misma de la esclavitud consiste en obligar
al otro a que se piense a sí mismo tal como es visto por los demás.(7)
En la historia que he vivido como alumno universitario en nuestro país he
participado de las profundas crisis de identidad por la que atravesaron las universidades
católicas en las décadas del 60 y 70. Por aquel entonces la alternativa para la inteligencia se
presentaba entre un racionalismo positivista más o menos tecnicista y pragmático desde la
que se legitimaba una violencia ilustrada y disciplinante -en un extremo- y una razón
revolucionaria, vanguardia de la liberación, heredera de la historia, que instrumentaba una
violencia justiciera, en el otro.
En ambos modelos la razón se presentaba como razón instrumental, práctica al
servicio de una voluntad de poder y progreso. La universidad no ofreció ninguna alternativa
a la sociedad que escapara, en su raíz, a este aprisionamiento.
Dice el sociólogo chileno Pedro Morandé: “Un pensamiento social fundado
solamente en la racionalidad tecnocrática representa una amenaza a toda forma de
pensamiento religioso para el cual significa algo todavía el concepto de trascendencia. Ya
no estaba sólo en juego la enseñanza elaborada por el magisterio eclesiástico durante todo el
siglo XX, sino la misma relación entre fe y cultura, fe y razón. El desarrollismo (se refiere
aquí el autor a unos de los últimos nombres del progreso en las planificaciones sociales para
América Latina enunciada por los victoriosos Estados Unidos), el desarrollismo (dice la
cita) le presentaba al pensamiento católico la siguiente alternativa: o secularizaba sus
creencias rescatando de ellas solamente su “núcleo racional” o se marginaba de una
totalidad que podía construirse enteramente sin la fe. Naturalmente, esta opción no podía ser
aceptada, a pesar de que no pocos clérigos sintieron que la alternativa planteada era
ineludible y siguieron alguno de estos caminos sugeridos”. (8)
Ambos caminos, es verdad, hemos recorrido.
Muchos de nosotros nos avergonzamos de un padre viejo, con razones caducas no
válidas ya para comprender ni dialogar con el hombre de hoy. El “aggiornamiento” era
necesario aun para poder realizar el nuevo mundo prometido. El pecado de la Iglesia era
entonces su inmovilismo. Para que la ciencia y el mundo no se construyera sin nosotros,
nosotros deberíamos convertir nuestra razón a la novedad que la razón traía.
Así la doble verdad fue y sigue siendo el esquizofrenizante costo de una
epistemología solo para...creyentes. Se inauguró así la doble verdad entendida como
estatuto científico de la versión de la doble vida.
7
En otro estilo, pero en esencia hija de la misma división, la estrategia evangelizadora
de sectores conservadores que intentan hoy dialogar con el mundo universitario y/o
científico luciendo una racionalidad atractivamente rigurosa, que aparenta en lo público la
independencia de una fe, pero que pretende luego sorprender en lo privado en clave de
introducción iniciática, de sesgo moralista, con la promesa de respetar siempre aquella
distancia primera, decíamos, entre lo público (lo político, lo económico, lo comercial, lo
científico, etc.) y lo privado (la familia, la relación íntima con Dios, la pertenencia al grupo)
Todos nosotros hemos liberado nuestra razón de la tutela del Padre, buscando otros
criterios, y nos hallamos habitando las universidades en un camino de derroche de la
herencia reclamada, de la que aún hoy nos alimentamos.
Otros hemos preferido permanecer en el territorio del Padre, en su topología pero
habiendo perdido hace tiempo la experiencia de filialidad, el Ethos fundador. Con temor de
siervo repetimos fórmulas y liturgias académicas vaciadas de significado, que no son un
servicio a un mundo que ya está en otro lugar. Como estériles burócratas, administradores
de esencias muertas y talentos enterrados nos refugiamos en el rol de auditores morales,
más preocupados por mantener a salvo nuestra pequeña conciencia que por cumplir la
Misión de Amor que el Padre nos encomienda. Creemos estar en gracia por no animarnos
experimentar los abismos de la audacia.
Estos de nosotros miramos en secreto y con envidia por sobre el muro de la casa que
habitamos, la vitalidad y protagonismo histórico de nuestros hermanos pródigos, y entre
desconcertados y celosos no nos explicamos el misterioso vínculo sanante que nuestro
Padre mantiene con ellos, extranjeros a Su Alegría.
Y otros, y los hay, se ofrecen como incomodantes testigos que es posible mantenerse
en el Espíritu, merced a Su Gracia, no sin caídas, ni incertidumbres. Que es posible el
intento de pensar desde la fe, en plena secularización de la inteligencia
La demorada conversión de la inteligencia católica, de los claustros de nuestras
universidades confesionales de las que participamos, significaría una apertura a la Gracia y
la manifestación del poder de la misma ya operando en nosotros.
La razón debe recorrer su kenosis obediencial, el vaciamiento purificador de sus
constructos y recobrar la escucha del intellectus para, precisamente desde ahí lanzarse a la
aventura del pensar
La posibilidad de que las universidades confesionales o no reencuentren las raíces
de un auténtico humanismo, sólo son posibles si este se funda en la Verdad del hombre que
es Cristo. Si logran desembarazarse de una racionalidad crítica autonomista y la inteligencia
recobra su dinámica de filialidad para adentrarse en el misterio Es posible que se de un
renacer humanista sin nosotros (al fin y al cabo no sería el primer emprendimiento
malogrado a nuestro costo) pero no sin Él, fuera del camino que Él es.
Quizás no hemos experimentado aún la escasez de las bellotas en compañía de los
cerdos. Quizás no creamos en que nos está esperando para correr a nuestro encuentro.
Quizás ya pensemos que no hay a Quién ni a Dónde volver. Después de todo, quizás, aun
sin saberlo, estamos siendo llevados hacía El.
Como se ha dicho, la confesión de los pecados esta precedida por la confesión de la
fe en el Poder del Amor del Padre. La confesión de nuestros pecados supone la fe en la
Verdad, en la Luz y su poderío sobre el pecado y la oscuridad y, fundamentalmente, la
confesión pública de nuestra confianza en el Amor de Dios hacia nosotros, Amor que todo
lo vence en un perdón sanador.
8
Confiamos en que el Padre quitará sus ojos de nuestras faltas y al no mirarlas estas
simplemente, milagrosamente, se anonadarán ya que lo que el Amor de Dios ignora está
condenado a la nada. Es esta todopoderosa condena de nuestros pecados por la que el
Ofendido ya no repara en la ofensa recibida lo que nos re-habilita ontológica y
existencialmente para la Misión.
Quiera Dios convertir nuestros dolores en el Monte para que dejemos de habitar la
cruz del ladrón quejoso y arrogante, testimoniemos nuestra fe en un pedido de perdón por
nuestras culpas en la del ladrón arrepentido, para participar de la Gracia redentora que brota
de la Cruz del Hijo Inocente.
_________________________________
(1) Memoria y reconciliación – La Iglesia y las culpas del pasado. Comisión Teológica
Internacional
(2) E. Kant. Citado en Agonia de la Sociedad Opulanta. A. Del Noce. Ed. Nt. Eunsa
(3) El núcleo de estas reflexiones sobre la relación paterno-filial se basan en los conceptos
vertidos en el seminario “ Psicoterapia y espíritu de Infancia” dictado en la Fundación Arché
por el Lic. Alberto J. Fariña Videla, maestro a quien le debo mi formación personal.
(4) La muerte del Padre. Card. Jean-Marie Lustiger > Nuntium Ed. En español. Abril 2000. Año
1 Nº0
(5) J.M. Lustiger. Op.cit..
(6) Breve y necesaria inquisición. . Cap. “La investigación como subordinación a lo real” .
Alberto. J. Fariña Videla Ed. Arché
(7) Op.cit.
(8) Cultura y Modernización en América Latina. Pedro Morandé. Ed. Encuentro
9
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