EL PLAN ESCOLAR DE GESTIÓN DEL RIESGO Ruth ya estaba en el curso siguiente, pero su amistad con Claudio se mantenía inalterable. Más ahora cuando Claudio la llamaba con frecuencia para invitarla a que conversaran sobre algún ejercicio de matemáticas, o para contarle cómo había podido resolver algún problema. No como antes, cuando la víspera del examen la llamaba en medio de sudor y lágrimas, para rogarle que le dictara un par de fórmulas que él escribía en letra minúscula en la palma de su mano, confiando en que así iba a poder enfrentarse al examen. A medida que Claudio iba descubriendo sus fortalezas y reduciendo sus debilidades, todo lo que para él constituía una amenaza también iba cambiando. Entre sus fortalezas estaba ya dijimos- su decisión de participar en el proceso de aprendizaje de una manera activa, alegre, diferente; su inteligencia, de la que nunca había dudado…. pero que tampoco utilizaba; el tiempo que tenía para dedicarse al aprendizaje, que era todo su tiempo; su amistad con Ruth, que era una fuente de inspiración y de conocimiento; la confianza con que ahora se acercaba a la profesora para preguntarle o para intervenir en la clase, algo que en años anteriores siempre había rechazado. E incluso los sueños: cuando Claudio apagaba la lámpara de su mesa de noche después de un par de horas de trabajar en la exploración de algunos ejercicios o en la resolución de algunos problemas, le solía suceder que en los sueños encontrara las respuestas o el camino para llegar hasta ellas. Entonces se despertaba y apuntaba, y al día siguiente todo le parecía mucho más claro. Claudio se daba cuenta de que su cuerpo se iba a descansar, pero su mente seguía trabajando (después oiría hablar del “subconsciente”). A medida que Claudio se iba convirtiendo en dueño y protagonista de un proceso del cual antes era solamente un espectador angustiado, una “víctima desamparada”, sus calificaciones iban mejorando. Claudio se daba cuenta de que el objetivo más importante de su proceso de aprendizaje ya no era solamente obtener las calificaciones que necesitaba para medio pasar el examen, sino el goce de aprender, la seguridad en sí mismo, la reducción de su temor y de su incertidumbre. Sin embargo las calificaciones también eran importantes (después oiría hablar de “indicadores”). Ahora, incluso, disponía de más tiempo que antes para montar en bicicleta, para ver televisión o, simplemente, para no hacer nada. Porque antes todo el tiempo que no invertía en el estudio es decir: todo su tiempo- lo dedicaba a angustiarse, a culparse, a lamentarse de los malos resultados obtenidos y a esperar con temor las consecuencias. 40