Quinto capítulo solamente se alimenta de la Eucaristía

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Capítulo 8
"No te alimentarás jamás en la tierra".
“¡Transfórmame en tu Eucaristía, ¡Oh Jesús!”
Una semana antes de que comenzara el período del inexplicable ayuno,
precisamente la última vez que sufrió la Pasión, Alejandrina, volteada
para la Iglesia Parroquial, hace esta oración a Jesús en el Sagrario:
“¡Transfórmame en tu Eucaristía! Madrecita, mi querida Madrecita, yo
quiero ser de Jesús y quiero ser tuya" (20 -3-1942) El Espíritu de Dios
colocó en sus labios aquella súplica audaz, porque nunca una c riatura
humana había osado tanto, ni nunca se suponía posible aquello que
estaba por suceder, ya desde el 7 de marzo, sus condiciones de salud
habían empeorado tanto que, esperando la muerte, dictaba a su
hermana sus últimas disposiciones.
Privada de su guía espiritual, no llegaba a comprender que estaba
atravesando por segunda vez uno de los fenómenos más dolorosos en
la vida espiritual: la muerte mística, debía de seguirse a aquella muerte
la realización de su ardiente deseo: su transformación en una euc aristía
viva.
Dos años después, en un éxtasis el 25 de junio de 1944, al darle como
bebida la sangre que brotaba de su Divino Corazón, Jesús la hace
exclamar extasiada: "¡Qué maravilla! ¡Qué bondad infinita! Sentía la
Sangre del Corazón de Jesús pasar par a mí con toda su abundancia y
Jesús, lleno de dulzura, me susurra: "Valor, hija mía, toma mi consuelo,
mi Sangre Divina y mi Carne, son tu alimento y tu vida".
Consciente de que todo le venía de la Comunión, Alejandrina podía
decir con victoriosa alegría: "Jesús me sació, me resucitó, despuntó el
día, brilló el sol y me calentó con sus rayos, el mundo no puede nada
contra mí".
Sentía que una nueva vida, con reflejos gloriosos, había entonces
sustituido a la otra vida, la vida sujeta al hambre, a la muerte , a la
oscuridad del tiempo, una vida oprimida por la tiranía del mundo.
El Señor había aceptado sus ansias de ser una eucaristía viva y se lo
confirmaba el 7 de diciembre de 1946, al decirle: "No te alimentarás
jamás en la tierra, tu alimento es mi Carne , tu sangre es mi Sangre
Divina, cuando uno mi Corazón a tu corazón, tu vida es mi vida, de mí
la recibes. No quiero que uses medicina, a no ser aquella que no sea
alimentación. Esta orden es para tu médico, es grande el milagro de tu
vida".
"¡Madrecita, quiero ser de Jesús!"
A la súplica ardiente: "¡Jesús, transfórmame en tu Eucaristía!",
Alejandrina había agregado otra: " ¡Madrecita, Madrecita querida, quiero
ser de Jesús!". Esta oración, que encierra un ardor singular, tiene en la
ascética cristiana un a importancia teológica, que es necesario poner en
relevancia.
Ya se hizo referencia a las devociones básicas en la vida espiritual de
Alejandrina, en ella, viviendo ahora solamente de la Eucaristía, se
revela una obra prima de Nuestra Señora.
Según la doctrina tradicional católica, en nosotros, que nos
alimentamos de la Carne de Jesús, se crea una relación mas estrecha y
más fuerte con la Santísima Virgen, Madre del Divino Amor y Madre de
la Divina Gracia.
Sin embargo, a medida que crecemos en una intim idad con Nuestra
Señora, aumenta también en nosotros la intimidad con la Divina
Eucaristía; esta intimidad, que es gracia, nos es comunicada
directamente a través de las Carnes tomadas por Jesús de las entrañas
purísimas de la Virgen María.
Lo que la Euca ristía tiene de especial es precisamente esto: Nos torna
participantes de la naturaleza divina a través de la Carne y la Sangre
del Salvador. El vehículo inmediato de la vida divina en este
Sacramento no es el alma de Jesucristo, pero si es su Sangre adora ble
y su Carne preciosísima, la liturgia lo hace resaltar cuando dice: El
Cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo te guarde para la vida eterna.
Con su Carne inmolada, el Hijo de Dios nos quiere salvar, tanto en la
cruz como en el altar, de modo que uno de los aspectos misteriosos de
la Eucaristía es esta transmisión de vida a través de la muerte y es así
como nos es comunicada la vida divina; por medio del Cuerpo de Cristo,
que recibimos en estado de víctima, bajo las sagradas especies.
Pero la Santísima Virgen no puede quedar ajena a este aumento de
vida que nosotros recibimos con la Eucaristía, porque es Ella quien nos
da el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo en el doble misterio del
Precepto y de la Cruz.
La Eucaristía es por naturaleza el sumo bien, sobre e l cual, como
Madre incomparable, conserva todos sus derechos.
"Se puede decir, en cierto modo, que es Ella quien nos da el divino
alimento de nuestras almas, Ella está indudablemente en su misión de
Madre junto a la Eucaristía, pronta a comunicar la vida de la Gracia a
sus hijos de adopción. ¡Con el Hijo de sus entrañas alimenta a sus hijos
adoptivos! Fue hecha Madre de Dios, para que lo fuese también de los
hombres, recibiendo la Comunión, se verifica mucho mejor que de
cualquier otra manera, el momento e n que Nuestra Señora fue asociada
a la obra de la vida espiritual". (Bellamy)
Por estos motivos, es evidente que el amor para con el Santísimo
Sacramento aumenta en nosotros la proporción del amor que se tiene
por Nuestra Señora, los más señalados favores de la vida mística se
reciben a través de la Eucaristía y allí interviene Nuestra Señora de
modo patente y directo.
En el caso particular de Alejandrina, esta intervención es muy clara,
pocas referencias serán suficientes para darnos una idea de la ternu ra
con que la Madre del Cielo se inclina sobre esta criatura, cuya vida,
durante más de 13 años, fue alimentada solamente por la Carne de su
Jesús.
"Madrecita, ven a preparar mi alma!"
El primer documento que encontramos sobre este asunto se remonta a
1930, juzgamos que sea contemporáneo de su vocación eucarística, de
él nos habla en el subtítulo “Lámpara de los Sagrarios", en este
documento, Alejandrina pide a la Madre Celeste presente a Jesús
Eucarístico sus oraciones y las enriquezca, para ella hablarl e y amarle,
sirviéndose de su corazón. Acostumbraba decir a la Virgen: "Madrecita,
yo quiero andar de sagrario a sagrario, a pedir favores a Jesús como la
abejita, de flor en flor al chupar del néctar, Madrecita, yo quiero formar
un peñasco de amor, en cad a lugar donde Jesús Sacramentado habita,
para que no haya nada que pueda entrometerse entre el amor y vaya a
herir su Santísimo Corazón. Madrecita, habla en mi corazón y en mis
labios, has más fervorosas mis oraciones y más valiosos mis pedidos.
(autobiografía)
En el día de la Anunciación de 1934, en una carta a Nuestra Señora, le
agradece... “de todo corazón por haber consentido que Jesús tomase la
Carne de su seno purísimo para la redención de la humanidad";
después, le pide a Ella el amor para amar a su Divino Hijo tornado el
Todo de su alma: "Oh amable Señora, yo quiero un amor que sea capaz
de sufrir todo por tu amor y el de mi querido Jesús; sí, de mi Jesús, que
es el Todo de mi alma, porque Él es la luz que me ilumina, es el Pan
que me alimenta, el c amino por el cual yo quiero seguir".
En una carta a su primer Director (7 -2-1935), describe como espera
siempre de Nuestra Señora la preparación de su corazón, para
hospedar a Jesús y como fue escuchada su oración: "Ayer, tuve la
consolación de recibir a mi querido Jesús, como de costumbre, pedía a
Nuestra Señora que enviase una multitud de Ángeles, Querubines y
Serafines para acompañar a Jesús del Sagrario hasta mí y de verla a
ella con mi alma: finalmente, a dar la acción de gracias, sucedió de
después de la Comunión sentí paz, estaba con los ojos abiertos y
comencé a ver delante de mí una cantidad de ángeles formando un gran
arco, de un lado, figuras mayores que no tenían mayor cosa, no sé lo
que era, en el medio, una figura mayor, aunque no la distinguí bien,
enfrente había un trono con colores tan bellos que salían del trono y los
inundaban rayos dorados, yo pensaba que fuese Nuestra Señora
acompañada por los Ángeles, como había pedido".
Dudando si debía hablar de esto o no a su Director, recibió esta orden y
esta explicación: "Dile todo, todo, preséntale cuanto viste, para que le
demuestres que tus oraciones son aceptadas en el Cielo, viste a la
Virgen y a mis Ángeles, Querubines y Serafines con sus instrumentos,
vienen a preparar tu alma, me agradecer án y recibirán como en el
Cielo. Estoy en un trono dentro de ti.
Podríamos multiplicar las citas, mas sería superfluo. Nos basta concluir
que en esta luz mariana, fundamentada tan sólidamente sobre la
doctrina de la Iglesia (1), se encuadra perfectamente la ascética de
Alejandrina.
Así se explican las intervenciones de María Santísima en su vida
mística como incitadora a la inmolación completa, como consuelo en
sus éxtasis dolorosos, como Madre compadecida y fuente de nuevas
energías, en sus comunicacione s durante varios años en el primer
sábado de cada mes. Jesús decía a Alejandrina el 25 -9-1938: “Tienes a
Mi Madre del Cielo, te acompañamos siempre por los caminos duros y
horrorosos que pasaste: no caíste, porque te amamos y ahora también
no caes, continu amos amparándote".
Alejandrina rezaba todos los días: "Madrecita, conságrame toda y para
siempre a Jesús... dile que lo ayudas a crucificarme a fin de que nada
quede en mi cuerpo o en mi alma sin crucificar"
Son comprensibles las palabras que pronunció antes de ir para el Cielo
y que resumen toda su vida espiritual: ¡Comulguen muchas veces!
¡Recen el Rosario todos los días!"
Una semana histórica.
Quedará inolvidable en la vida de Alejandrina la Semana Santa de
1942, que señaló el inicio de su misterios o ayuno.
Ya el 7 de marzo, su dolencia se había agravado, parecía que el cáliz
de dolor transbordase; que su cuerpo, martirizado durante cuatro años
por la Pasión indescriptible de los viernes, no soportaría la violencia de
aquella tortura y que su alma l evantaría vuelo para la eternidad, no se
alimentaba casi nada, con dificultad ingería un poco de leche o agua
mineral.
El domingo de Ramos, Alejandrina pidió la Santa Unción, porque temía
perder el conocimiento antes de poder recibir este grande Sacrament o,
apenas le fue administrado exclamó sonriente: "Estoy tan contenta, me
fueron perdonadas todas las culpas".
Después, comenzó la semana Santa en una grave y dolorosa agonía, en
la aldea se daba por cierto que la enferma no llegaría a Pascua, le
habían aparecido dolores de todo género, náuseas, vómitos, una sed
ardiente, un sentido temeroso de la muerte y el miedo de fallecer sin
tener junto a ella a su Director, Alejandrina afirma que sentía que su
alma moría de hambre, cuando le llevaban a los labios alg ún sorbo de
agua, exclamaba:"¡Oh mi Dios, mi sed sólo puede ser saciada por Ti!
¡En la tierra ya no hay remedio!".
Durante las náuseas insoportables, gemía: " ¡Ay que asco, sólo los
condenados al infierno, este asco solamente puede ser fruto del
pecado!". El Jueves Santo, dice: "Yo no tengo miedo a la crucifixión de
mañana". Al preguntarle el motivo, respondió: No sé, ciertamente es
porque Nuestro Señor no me la va a dar".
De hecho, al día siguiente, no tiene la Pasión, pero Nuestro Señor le
habló por tres veces y en una de ellas, le aseguró: "No temas, hija mía,
porque no volverás a ser crucificada como en el pasado, la crucifixión
que comenzará ahora es la más dolorosa que se pueda imaginar, Yo te
voy a llevar después al Cielo conmigo, vas conmigo y con t u Madre
querida.
En aquel viernes santo, 27 de marzo de 1942, Alejandrina comenzó su
ayuno absoluto, la Sagrada Comunión será, durante más de 13 años,
hasta su muerte su único alimento; desde aquel viernes Santo, si
Alejandrina quería ingerir cualquier co sa, aunque fuera solamente agua
mineral, la vomitaba con dolores horribles, mientras la atormentaba una
sed terrible, se le oía exclamar: "¡Qué sed abrasadora! ¡Esta sed sólo
se apagará en el Cielo!
En cuanto a su estado general, decía: "Mi cuerpo parece no tener
huesos, parece una masa; soy como una estatua de barro, que no se
puede tocar para que no se caiga en pedazos.
Los parientes y las personas íntimas no se separaban nunca de aquel
lecho, no podían explicar una existencia que era sólo dolor.
El Abad, juzgándola moribunda, le dio la Sagrada Comunión, tanto el
Viernes, como el Sábado Santo, pero los días pasaban y la vida no se
extinguía. Visiones Celestes, Jesús, Nuestra Señora, San José, El
Ángel de la Guarda, daban frecuentes pero fugaces alivios a los atroces
sufrimientos de la enferma que, debido a aquella abstinencia absoluta,
mantenía a todos en suspenso. La propia Alejandrina estaba persuadida
de que el fin estaba próximo, la oían gemir: " ¡Oh, Madrecita, ven a
buscarme! ¡No puedo ya vivir en la tierra! Oh Jesús, mi Amor, no
abandones a quien siempre deseo amarte en la tierra. ¡Oh días, qué
nunca se pasan! ¡Oh Cielo, que no llega!
El 13 de abril, manifestó este deseo a las personas que le eran
queridas: "¡Cuándo toque el destino por mí, arrod íllense, recen, den
gracias a Jesús y a la Madrecita por haberme llevado, que éstas sean
vuestras lágrimas!".
Cuando llegaba cada viernes, recordando la Pasión sufrida durante
cuatro años, sentía su alma inundada de recuerdos y decía: “Se estima
una cosa solamente cuando se pierde, si la tuviera ahora, la abrazaría
con un abrazo eterno y me parece que nunca más me alejaría de ella".
Para calmar aquella ansia, pedía que le trajesen el vestido usado en la
Pasión, para verlo, besarlo y abrazarlo, o pedía bes ar el tapete en el
cual se habían desarrollado varias estaciones del misterioso martirio,
pero debido al ayuno persistente e invencible, tenía la ilusión de morir
pronto, augurando que tal acontecimiento sería el primer viernes de
mayo para festejar en el Cielo el primer sábado, que le era tan querido.
Pero el cielo estaba aún muy lejos, aunque el 24 de mayo, al final de
casi dos meses de ayuno "con una sed abrasadora y una nostalgia por
el alimento", Alejandrina dice: "Suspiro, muero y ardo en ansias de ir a
saciarme con el alimento celeste".
Se extiende la noticia
Las semanas pasaban, y las personas íntimas, al verla regresar a sus
actividades, sin auxilio de ningún alimento o bebida, como si fuese un
espíritu sin necesidades corporales, se asombraban, llenándose de
interrogaciones y suposiciones, habían tratado de esconder el
extraordinario fenómeno, pero se había extendido a través de las
noticias familiares, que se transmitían confidencialmente a los que se
informaba sobre la enferma, tan estimada po r todos.
Y la fama no quedó en la aldea, corrió lejos, aquello que Alejandrina
pensaba sobre la curiosidad e interés que se estaba creando, sobre
todo a la vuelta de su ayuno, lo encontramos en una nota de 25 -101944: "Día a día, momento a momento, mi vid a se vuelve más penosa,
por un lado, la obediencia me manda vivir escondida, (2) no recibir a
nadie, para ser olvidada poco a poco. Oh mi Dios, si yo tuviera
voluntad, así querría vivir"
Sobre su pena recogemos lo que aconteció en una de aquellas visitas
que tenían por finalidad una verdadera fiscalización de su abstinencia
absoluta. Es su descripción.
"A las dos y media de la tarde entraron en el cuarto cinco hombres, tuve
inmediatamente el presentimiento de alguno de ellos fuese médico;
comenzaron a interrogarme, no sé por qué, mi mirada se fijó sobre todo
en uno de ellos, sólo cuando partieron, supe que era el médico;
respondí a todo, no me falto la serenidad, Jesús sabe cuanto me
cuestan estas cosas, que acabarán tal vez hasta mi muerte.
Respondí con firmeza porque la verdad tiene un solo camino; al
interrogarme sobre la alimentación (¡Oh qué heridas, si al menos nadie
supiera!), me preguntaron: "¿Pero es verdad que no come nada?
¡Nada!" no sabía si los visitantes eran creyentes, practicantes o no,
pero respondí igualmente: "¡Recibo la Comunión todos los días!"
Quedaron en silencio por algunos momentos sin un gesto, sin una
sonrisa, poco después se retiraron delicados y respetuosos".
Amarguras
Sin embargo, no todos trataron con delicadeza y respeto el caso de
Balasar, nacieron y se extendieron dudas, surgieron sospechas de que
se tratase de fraudes bien organizados, ni siquiera faltaron gritos de
escándalo.
Alejandrina, que no escribía y no dictaba casi nada más, a excepción de
los éxtasis, recogidos, a veces, por el Dr. Azevedo, nos dejó algunas
frases que revelan su martirio de aquellos tiempos: "Los hombres
vuelven pesada y triste mi vida sobre la tierra". (27 -7-1942)
Los rumores divulgados, las dudas de los escépticos, fueron causa de
lágrimas para la familia que, inocente de todo, pedía solamente que la
dejaran olvidada y en paz, entre la pobreza de aquellas cuatro paredes.
El grupo valiente de los amigos, que no podía soportar una mancha
sobre una causa que presentaba pruebas de tanta seriedad, s olicitó la
intervención y ayuda directa.
Y un día llegó una orden providencial, aunque muy amarga para la
enferma: "Apélese a la ciencia", demos la palabra a Alejandrina sobre
su internamiento en el hospital para "observaciones" ocurrido el
quinceavo mes de su ayuno completo.
El llamado a la Ciencia
"Para satisfacer los deseos y la voluntad del Señor Arzobispo -cuenta
Alejandrina - el 27 de mayo de 1943, una vez más me sujeté a una
nueva conferencia, cuando me comunicaron esto, un nuevo sufrimiento
se apoderó de mi espíritu, pero como viese la voluntad santísima de
Dios, acepté, como siempre, por obediencia, pues lo que más me
costaba era tener que sujetarme otra vez a un examen médico. Cuando
me dijeron el día en que los médicos venían, pedí con todo el a mor a mi
querida Madre del Cielo que me diese la calma necesaria para soportar
todo con coraje y resignación, pues era por Jesús y por las almas.
En el día escogido comparecieron mi medico asistente, Dr. Manuel
Augusto Dias de Azevedo, el Dr. Henrique Gom es de Araújo y el Doctor
Carlos Lima, cuando llegaron junto a mí yo me encontraba en la mayor
serenidad y calma. Nuestro Señor me había oído y atendido mi pedido,
las primeras palabras de uno de los médicos fueron para saber si yo
sufría y por quien ofrecía esos sufrimientos, si sufría contenta y si
quedaba satisfecha, si Nuestro Señor, de un momento para otro, me iba
a quitar esos sufrimientos. Respondí que realmente sufría mucho y que
ofrecía todos estos sufrimientos por amor a Nuestro Señor y para la
conversión de los pecadores; nuevamente me preguntaron por mi
aspiración y yo respondí: -¡Es el Cielo!- entonces me preguntan si yo
querría ser una santa como Santa Teresa, Santa Clara, etc., y subir a la
honra de los altares, dejar mi nombre como esas grande s del mundo. Es lo que menos me preocupa.
Queriendo experimentar mi confianza en Dios, me propusieron
siguiente: Si, para salvar los pecadores, fuera necesario perder
propia alma, ¿qué haría? Yo tenía toda la confianza en que, con el
de salvar las otras, la mía sería salvada también, pero, si con ese
perdiese la mía, entonces, no, pues ni Nuestro Señor sería capaz
pedir una cosa de esas...
lo
su
fin
fin
de
--Y ¿por qué no come?
--No como, porque no puedo, me llena, no tengo necesidad de comer,
pero siento nostalgia de la comida.
-Después, comenzaron a hacer el examen médico, que yo soporté
siempre bien dispuesta, fue muy riguroso, pero al mismo tiempo
tuvieron cuidado con mi cuerpo; al fin resolvieron, visto que yo no estoy
en condiciones de hacer el via je, mandar unas religiosas que
certificaran la veracidad de que yo no me alimento; cuando ellos se
fueron, Nuestro Señor me hizo sentir que la resolución que ellos habían
tomado no iba a realizarse y quedé en espera de noticias que me
trajeran una nueva ma nera de pensar de los médicos.
El 14 de julio, vino el médico asistente con mi confesor ordinario (Padre
Alberto Gomes) y me comunicó la resolución de los médicos y para
convencerme a mí y a mi familia, para que yo fuera al Refugio de la
Parálisis Infantil, para verificar todo lo que pasaba. Yo respondí
inmediatamente que no, pero luego me arrepentí y por la obediencia
dije que sí porque no quería desobedecer al Señor Arzobispo, dejar mal
situados a mi Director a al médico asistente, y todos aquellos que t anto
se habían interesado por mí.
Pero puse unas condiciones:
1) Poder recibir a Jesús todos los días.
2) Que mi hermana me acompañara siempre.
3) No pasar más exámenes, pues iba para observación y no para
exámenes.
Durante aquellos días de mi estancia pedí a Jesús y a la Madrecita que
me dieran fuerzas y valor para ser el apoyo de los míos, que se
encontraban desolados. Cuantas veces, durante la noche, con el
corazón oprimido y las lágrimas brillando en los ojos, yo pedía a Jesús
que me ayudara, pues me parecía que me iban a faltar las fuerzas y me
veía sin tener valor para mí, cuanto más para darle valor a otros.
Llegó el día 10 de julio, en que estaba todo preparado para mi partida a
Foz. La amargura que se apoderó de mí era enorme pero, al mismo
tiempo, sentí un valor tan grande y así oculté lo que había en mi alma,
confiaba tanto en Jesús y estaba tan convencida de su Divino Auxilio
que hasta juzgaba que, si fuese necesario, Jesús enviaría sus propios
ángeles a ayudarme en el exilio donde me encontra ba; cuando el
médico llegó junto a mí, parecía no tener valor para decirme que era
preciso partir, pero yo le dije entonces:
-¡Vamos, quien no va, no viene! - entonces comenzaron las despedidas.
Sólo Nuestro Señor sabe cuanto me costó esta separación, pues todos
los míos me abrazaban y besaban llenos de dolor, yo sólo miraba para
el Sagrado Corazón de Jesús y para la querida Madrecita, a pedirles
que me diesen valor y fuerzas."
Para el exilio
Cuando iba en la camilla, al descender las escaleras les dije p or
animarlos: ¡Valor, todo esto es por Jesús y por las almas! No pude
decir nada más, tal era el apretón que sentía en mi corazón y parecía
imposible contener las lágrimas, era eso lo que yo no quería, no por mí,
pero por no ser causa de mayores dolores p ara los míos. Cuando fui
puesta en la camilla, rodeada por más de 100 personas, veía las
lágrimas en los ojos de casi todos, oía los gritos de mi madre y las
demás personas de la familia, era increíble mi dolor, estaba ansiosa por
partir, pero partir depri sa.
Mi corazón latía con tanta fuerza, que parecía que me arrancaban las
costillas. En esa ocasión, le dije a Jesús: "Acepta, mi Jesús, todas los
latidos de mi corazón, por vuestro amor y para la salvación de las
almas..." el viaje fue difícil de hacer, p ues sentía inmenso mi corazón y
parecía que iba a sucumbir.
Miré hacia mi hermana y la vi muy desolada.
El médico me decía que, con enfermas como yo, no costaba hacer
viajes, porque me veía siempre con una sonrisa en los labios, pero sólo
Jesús sabía la amargura que había en mi corazón y las torturas de mi
pobre cuerpo. Con las trepidaciones de la ambulancia, yo sentía
grandes aflicciones en el corazón, pero repetía siempre: "¡Todo por
vuestro amor, mi Jesús, y que la noche oscura que siento en mi alma,
sirva para dar luz a las almas!".
Al llegar a las últimas casas de Balasar, vi que el Sr. Sampaio levantó
las cortinas de la ambulancia y noté que las lagrimas asomaban en los
ojos del médico, que iba a mi lado, y exclamó: ¡Pobrecitas! Al oír esas
palabras, le pregunté que pasaba, me dijeron que unas personas, a la
vera de la carretera, lanzaban flores para nuestro carro, me sentí
entonces llena de compasión para con ellas, mientras las lágrimas me
corrían por la cara, cuando llegamos a Matosinhos, el médic o levantó la
cortina de la ventana de la ambulancia para que yo viera el mar,
entonces un silencio enorme se apoderó de mi corazón al ver el
movimiento de las olas y cómo llegaban hasta la playa, le pedía a Jesús
que mi dolor fuese también así sin interrup ción y duradero.
Aislada
"Llegamos cerca del Refugio y el Sr. Dr. Gomez de Araújo no quiso que
la ambulancia fuera hasta la puerta y para eso le dice a los enfermeros
que cogieran la camilla y me llevasen así por la calle, cubriéndome el
rostro para nadie me viese.
La subida de las escaleras del Refugio fue un martirio por que me
subieron con la cabeza para abajo.
Ya en el cuarto me descubrieron el rostro y me vi entonces rodeada por
el Dr. Araujo y algunas de las señoras que me iban a servir todo el
tiempo de vigías. (4)
Me colocaron en la cama que ya estaba destinada para mí, a mi
hermana la mandaron para otro cuarto, contra lo que yo había pedido,
pues este era uno de los mayores sacrificios que podíamos hacer, tanto
una como otra. ¿Cómo había de pas ar sin ella, que me daba todas las
vueltas precisas y me ayudaba con sus cariñosas palabras a llevar este
doloroso calvario?
Estaba apenas en la cama cuando Deolinda se presentó en la puerta,
trayendo una maleta, en la que teníamos nuestra ropa. El Dr. Ar aujo, al
ver a mi hermana dijo en voz alta: "¡Ésa maleta, la quiero afuera!...Fue
espina sobre espina, empezó a dar órdenes: "¡Las vigilantes! La
enferma puede decir lo que quiera, pero las señoras no tienen permiso
de interrogarla".
Después de dar todas estas órdenes, se retiró, quedando el médico
asistente y las dos señoras, que estarían allí permanentemente, para
vigilar todos los movimientos.
Ya noche al retirarse el doctor, no pude retener por más tiempo las
lágrimas, mi médico tuvo una fineza, el re speto por mi dolor, más que
respeto, cariño: “¡Valor, mañana volveré!". Lloré sentidamente, pero
inmediatamente ofrecí esas lágrimas tan amargas a mi querido Jesús.
Al verme tan triste, aceptaron que esa noche quedara junto a mí mi
hermana, junto con las dos señoras enfermeras, para aprender las
vueltas que mi hermana me acostumbra dar, pero dijeron: Sólo por esta
noche, pero ya mañana no se queda.
Al día siguiente, que era viernes, comenzó para mí el verdadero
calvario en aquella casa, en ocasión del éxt asis, como acontece todos
los viernes, mi hermana vino junto a mí, encontrándose también el
médico y una enfermera.
Nada escapó a los observadores, ni los más pequeños pormenores, que
fueron después comentados...
El Dr. Azevedo escribió, como siempre cua ndo asistía, las palabras del
éxtasis, para entregar a los médicos. Deolinda que le ordenaron estar
lejos del cuarto, andaba apesadumbrada y pedía: "¿al menos podré ver
a mi hermana, en la puerta del cuarto?, con verla ¿voy a alimentarla,
tal vez? Entonce s le dije: "No te aflijas, Nuestro Señor está con
nosotros.
A la vigilante, que lloraba durante el éxtasis, tocándole el hombro le
dije: "No llore, el Dr. Araújo tiene mucha caridad". Fue bastante para
que nunca más esa vigilante se pudiera aproximar a mí , a no ser en los
últimos días, cuando ya había pruebas de verdad y aún así, sólo
acompañada por otras personas, debe ser por esto y por muchas cosas
más, que fue muy severa durante los días de Foz, Dios Nuestro Señor
la perdone.
Esa noche comencé a senti r una crisis tremenda de vómitos, que, como
siempre, me hacen mucho mal y tanto me afligen, sobre todo allí, donde
no tenía quien me amparase.
Un cirineo providencial
El sábado vino nuevamente el Dr. Araújo a ver como me encontraba y
saber de todo lo que me había pasado. Mi postración era tan grande,
que no me di cuenta cuando abrió la puerta, que estaba siempre
cerrada con llave, sólo oí, cuando al pie de mi cama decía a la
enfermera: "Esta lista, está lista" Fue entonces cuando abrí los ojos y le
dije: Oh Doctor, yo en casa también tengo estas cosas" La respuesta de
él, muy rápida e imperiosa: "¡Pequeña, no piense que viene aquí para
ayunar!".
Comprendí a donde quería llegar y me sentí profundamente herida.
Cuando supo lo que había pasado el viernes, ex igió los escritos del
éxtasis, y dijo fuerte: "Parece imposible que el Dr. Azevedo, siendo un
rapaz... inteligente, se deje llevar por estas cosas, esto tiene que
acabarse, en tanto, que desaparezcan todos los relojes para que ella
ignore la hora (¡Cómo si Nuestro Señor necesitase de ellos!)
Al ver mi estado, querían medicarme, pero yo no lo consentí, ni lo
consentiría, todas las veces que las enfermeras se me acercaban,
creían que me había muerto, fueron cinco días de continua agonía, más
del alma que del cuerpo, pues, durante estas crisis, no consintieron que
mi hermana viniera junto a mí, yo que en casa llegaba a necesitar hasta
dos personas que me ayudaran.
Creían todos que esta crisis era debida a la falta de alimentación y que,
al verme completamente sola y sin nadie que me pudiera llevar
cualquier alimento, yo sentiría necesidad de pedirlo, o quizás, que
estaba a punto de morir, ¡Cómo estaban engañados!, el alimento me
venía de la Hostia bendita de mi Comunión de cada mañana.
Fue durante esta crisis que volvió a visitarme el médico asistente y
después de informarse por mi hermana, ella afuera de mi prisión; y ya
al pie de mi cama fue aconsejando a la vigilante lo que yo necesitaba
de tratamiento, y yo, que aun no me había dado cuenta de que él había
entrado, abrí los ojos hacia él, y oí que él decía: Esta enferma vino
para acá para ser observado su ayuno y sus facultades mentales y nada
más. Creo que el Dr. Gomes de Araújo cumplirá las condiciones
establecidas, no consiento que se le ponga una inyecci ón o algún otro
medicamento, a no ser que ella lo pida. Y las señoras verán que,
pasada esta crisis, las ojeras desaparecerán, los colores volverán y el
pulso volverá a ser normal, no digo mismo a ser normal, tal vez debido
a los aires del mar, lo que les afirmo es una cosa: “morirán las señoras,
moriré yo, pero ella acá en el Refugio no morirá".
Sentado al pie de mi cama vino a darme un poco del alivio que
precisaba, porque nuestro Señor permitió y le pareció bien así, pasados
cinco días, los vómitos desa parecieron por completo y el color natural
del rostro volvió junto con el brillo de los ojos. En una nueva visita del
médico asistente, que iba frecuentemente a verme, la vigilante tuvo
esta frase: ¡Vea, Señor Doctor! ¡Mire esa cara! Él muy delicado como
siempre, pero con firmeza, dice: "Fue por los bifes que comió y por las
inyecciones que se puso"
Jesús quiso más de una vez mostrar su poder en esta humilde criatura
suya, con todo, todas las señoras vigilantes cumplían bien las órdenes
del médico, pues no me abandonaban ni un momento, la puerta de mi
cuarto sólo se abría para dar paso a los médicos y a las enfermeras. La
nueva transformación que hubo en mí, ni el médico ni las enfermeras se
querían convencer de que era posible que yo viviera sin alimento,
porque usaban argumentos para atemorizarme, decían de repente
frases que mostraban cariño e interés por mi persona, yo oí decir, en
las conferencias que tenían unos con los otros, que mi caso sería de
histerismo u otro cualquier fenómeno, que no sabían exp licar.
El Sr. Dr. Araújo me visitaba siempre dos o tres veces al día y siempre
a horas diferentes, para ver si conseguía descubrir alguna cosa, pienso
yo, y algunas veces entró a mi cuarto, ya noche, siendo entonces
bautizado con el nombre de "cardenal di ablo".
Aunque yo viviese hasta el fin del mundo, nunca podré olvidar la
impresión que me causaba el abrir o cerrar de las puertas por el
médico, porque estaba siempre a la espera de lo que iría a decir, sentía
una impresión tan grande, que mi corazón se e stremecía y mi alma se
sentía más triste, cuantas veces decía y repetía a Jesús: "Que esta
noche sirva para darle luz a las personas que me rodean y a todas las
almas, que se encuentras envueltas en tinieblas.
En las conversaciones e interrogatorios que v arias veces me hizo,
empleó el doctor todos los medios posibles para convencerme de
alimentarme y hacerme sentir que no debía hacerlo así, porque a Dios
no le gustaba; hasta por los escrúpulos me quiso llevar, la enfermera
me tentó muchas veces por el lado del corazón.
Se sirvió de cuantos medios tenía a su alcance con interrogatorios
interminables y torturantes para desanimarme, juzgando que todo esto
que pasaba en mí fuese influencia humana y no de Dios; todos los días
que era interrogada por el médico, me parecía tener delante de mí un
lobo con piel de cordero, peor aun cuando trató de persuadirme de que
todo era ilusión. "Convénzase, pequeña -decía él- Dios no quiere que
sufra, si quiere salvar a los otros, que los salve Él; si es verdad que
Dios recompensa a aquellos que sufren, ya no tiene recompensa que
darles, por lo que han sufrido”. Pero mi Dios, yo sé que eres infinito en
tu poder, infinito en tus premios.
Yo entonces, le respondí: " ¡Son tan grandes, tan grandes las cosas de
Nuestro Señor, y noso tros somos tan pequeñitos, tan pequeñitos, al
menos yo!" Indignado dijo: "Tiene razón", y salió.
Sonrisas y lágrimas
"¡Qué lejos estamos nosotros de conocer esta ley del amor de las
almas! Si supiéramos el valor de un alma, veríamos entonces que nada
es demasiado en todo cuanto hagamos para salvarlas.
Era una lluvia constante de humillaciones y sacrificios. ¡Oh, si yo
supiera sufrir bien, cuanto tendría para ofrecer a Jesús!, aparecían
siempre cosas nuevas que humillaban y sacrificaban.
Tenía a los pies de mi cama un retrato de la pequeña Jacinta, que me
mandaron, la miraba con amor y entonces ya sin temer que las
vigilantes contasen al médico, decía así: " ¡Querida Jacinta, tú tan
pequeñita, supiste lo que esto cuesta! Ayúdame, allá en el Cielo, en
donde estás", sólo el auxilio del Cielo, solamente las oraciones de
almas buenas podían ser mi fuerza, para subir tan doloroso calvario y
soportar el peso de tan pesadísima cruz.
Un día sentado el Dr. Araújo a mi lado, procuró por todos los medios
convencerme de que todo esto que pasaba, eran ilusiones mías y
entonces empezó a hablar con unos rodeos muy largos, sobre la
medicina, sobre un profesor suyo de un Colegio de Oporto, donde él
había hecho un estudio muy elaborado, convencido de que estaba
correcto su estudio, se lo llevó al profesor y él le dijo: ¿Tiene la certeza
de lo que dice? El Dr. Araújo le decía que sí... así siguió la
conversación un largo rato y yo hacía como que no comprendía y me
decía a mi misma: "¡Andas tan lejos, para caer tan cerca!"
El doctor me dice todo y después: “¿No ve que está engañada, que no
puede ser nada de eso, por esta y aquella razón? Yo quedé no sé
cómo: ”¡mi Dios tantas horas perdidas! ¡tantas horas de ilusiones! ¡todo
cayó por tierra!" --Yo que ya había llegado hacía muc ho tiempo a donde
él quería llegar, sonreí y le dije:
"No caigo, Señor Doctor, tengo junto a mí un Director muy santo y muy
sabio, que estudió el caso por algunos años y si esa obra es de Dios,
no hay nada que se eche por tierra".
Él, un poco apenado, m e dice: “¡Ay, no!" fingiendo con sus palabras que
no era eso lo que él quería decir; dada mi respuesta, se retiró deprisa y
ya era tiempo. Ay, mi Jesús, sólo contigo podía desahogarme, sólo para
Ti eran mis lágrimas...
Fue mi madre a visitarme al 16avo dí a y al 30avo día, ¡la extrañaba
tanto! ¡Estaba tan poco tiempo junto a mí y bajo la mirada curiosa de
las espías! Ella lloraba y yo fingía no tener corazón, sonreía y
bromeaba con ella, la acariciaba y con mi sonrisa engañadora escondía
la amargura que ten ía en mi alma y retenía mis lágrimas, que luchaban
por salir e inundar mi cara; me animaba y me desahogaba sola
íntimamente con mi Señor. Era mi cruz, y ¿cómo no había de llevarla
por amor de Aquel que murió por mí? así iban pasando los días en esta
lucha constante, alternándose la vigilancia de las dos enfermeras,
conforme la voluntad del médico, con algunas sufrí mucho por todo lo
que tenían que hacerme al cumplir sus deberes.
Al acabar el tiempo establecido, el médico nos dice que nos daría
mayor libertad, permitiendo que mi hermana viniese de vez en cuando
junto a mí, pero sin consentirle que me tocase.
El día 21 le concedieron a las religiosas del Refugio que me hicieran
una breve visita. Pasados casi treinta días, pensábamos mandar decir a
los míos e l día del regreso, pero, sin esperarlo, se dio lo contrario".
Las dudas de un médico
Una de las vigilantes informó del caso a un médico nuevo, que al no
conocer el caso levantó nuevas dudas. Ese médico pensó que las
vigilantes se dejaban engañar y dijo q ue solamente acreditaría
mandando enfermeras de su confianza.
El Dr. Araújo indignado por no acreditar el rigor de la observación
hecha por él, exigió que mandase entonces una persona de su
confianza y mandó a su hermana. Cuando nosotros pensábamos ver
suavizado nuestro dolor, se nos pidió una nueva prueba, más dolorosa
y triste, el Dr. Araújo procuró convencernos de que era conveniente
pasar diez días más, aunque él estaba convencido de que todo era
verdad y contra la voluntad de mi hermana, él insistió q ue era preciso
quedarse para convencer al otro médico. Yo le respondí: "Quien está
treinta, está cuarenta". Así esto quedó resuelto.
Cuando mi hermana venía a verme y me ayudaba junto a mi cama,
según permitía el médico, la vigilante encendía la luz, abrí a la puerta y
se ponía junto a mi hermana; inmediatamente que mi hermana se
retiraba, fingiendo compasión y cuidados, por el frío que podía tener,
me descubría más, para ver si mi hermana me había dejado algo debajo
de la ropa, yo comprendía muy bien y abr ía los brazos sobre las
almohadas, para que ella viera mejor, fingiendo no comprender. "¡Sólo
por ti, Jesús!".
No faltaron las seducciones para ver
comidas, cuando me mostraban los
contentaba con sonreírles... y cuando
yo agradecía: " ¡Muchas gracias!",
comprender sus maldades.
si yo tomaba alguna cosa de sus
manjares sin decir nada, yo me
me ofrecían comida con palabras,
siempre sonreía, mostrando no
¡Cuántas veces me fue quitada toda la ropa para ser examinada!
Cuando me veía sola y principalmente de no che, me parecía que el
tiempo tenía la duración de la eternidad, pero gracias a Dios aquel
período terminó.
Después de cumplida su misión, una de esas señoras volvió varias
veces a visitarme convencida al fin de la verdad".
Finalmente liberada
La víspera de la partida fue el día de las visitas, pasaron junto a mí
todas las pequeñas pacientes del Refugio, a quienes di caramelos y con
quienes recé por todos los de la casa, mi hermana se sentía otra y
todos lo notaron. Fui visitada, tal vez, por mil quinien tas personas... los
policías tuvieron que intervenir para mantener el orden; me agradó
mucho uno de los policías encargado de mantener el orden, se limitó a
ponerse a mi lado, contentándose con decir de vez en cuando a la
gente: " ¡pasen, pasen!" ¡Qué impre sión, mi Dios, aquel alboroto del
pueblo! No valieron las súplicas de mi hermana para que se acabara
todo aquello, no valieron de nada los policías, el mismo médico tuvo
que ir a la ventana a decir que se debía acabar, porque no era posible
más movimiento, ¡mucha gente creía que la enferma había muerto!
Yo, de hecho, quedé humillada, abismada y cansadísimo con asco por
los besos recibidos y las lágrimas que dejaron en mi rostro, al decirme
de una estima que no merezco ni quiero.
La primera cosa que hice, fue pedirle a mi hermana que me lavara. El
día de la partida, el médico que no dormía casi nada, por la
responsabilidad, llegó al Refugio donde mucha gente esperaba poder
visitarme y después de estar un poco conmigo, dejó entrar algunas
personas.
Se acercó a mi hermana y a mí y nos dice que la observación
terminaba, dejó que mi hermana comiera junto a mí y me dice: "En el
mes de octubre, iré a Balasar, y mi visita no será como médico sino
como amigo que las estima".
Besé reconocida la mano del Dr. Gomes d e Araújo y le agradecí los
cuidados que tuviera conmigo e hice eso con toda sinceridad, pues
sabía muy bien, que aunque había sido áspero conmigo mostró toda la
seriedad con que debía ser tomado mi caso.
El relato del médico
El rigor científico con que f ue examinado el ayuno de Alejandrina,
durante cuarenta días y cuarenta noches, consta en el relato
presentado por el Dr. Gomes de Araújo, de la Real Academia de
Medicina de Madrid, especialista en dolencias nerviosas y artríticas,
bajo el título: "Un notab le caso de abstinencia y de anuria"
Allí se leen estas palabras decisivas: "Es para nosotros enteramente
cierto que, durante los cuarenta días de internamiento esta enferma no
comió ni bebió, no orinó ni defecó, y esta circunstancia nos lleva a
creer que tales fenómenos vengan desde tiempos anteriores, no
podemos dudarlo. ¿Hace trece años, como nos informan? No sabemos."
Y el Dr. Araújo termina afirmando que en este extraño caso, hay
pormenores de “que su abstinencia fundamental es de orden biológica,
tanta duración de abstinencia de líquido y anuria nos deja suspensos,
aguardando que alguna explicación haga la verdadera luz".
El certificado firmado por el Dr. Dias de Azevedo y el Dr. Carlos Alberto
de Lima dice:
Los abajo firmantes, Dr. De Lima y Dr. Di as de Azevedo certificamos
que, habiendo examinado a Alejandrina María da Costa, de 38 años de
edad, natural y residente en la feligresía de Balasar, certificamos que
ella es portadora de una afección de compresión medular que es la
causa de su paraplegia.
Atestiguamos también que habiendo estado internada desde el día 10
de junio hasta el 20 de julio de 1943, en el Refugio de Parálisis Infantil,
que está en Foz do Douro, bajo la dirección del Dr. Gomes de Araújo y
bajo la vigilancia hecha de día y de noc he por personas confiables y
deseosas de indagar la verdad, fue constatado que su abstinencia de
sólidos y líquidos fue absoluta durante su internamiento, conservando
su peso, temperatura, respiraciones, tensiones, pulso, sangre y
facultades mentales sensi blemente normales, constantes y lúcidas y no
habiendo durantes esos cuarenta días, ninguna evacuación de heces ni
una mínima excreción de orina.
El examen de sangre recogido tres semanas después de su
internamiento, fue probado y se ve normal, por lo que la ciencia no
puede explicarlo, consideradas las verdades de la fisiología y la
bioquímica no se explica la supervivencia de esta enferma por motivos
de esa abstinencia absoluta, durante los cuarenta días del
internamiento, debiéndose destacar que la enfer ma, durante ese
tiempo, respondió diariamente a muchas preguntas y sostuvo muchas
conversaciones, manifestando la mejor disposición y la mejor lucidez de
espíritu. En cuanto a los fenómenos observados los viernes a las 17
horas, entendemos que pertenecen a la Mística, que será la que se
pronuncie sobre dichos fenómenos. Firmas de los médicos.
Consideración hecha por el Dr. Manuel Dias de Azevedo.
Nadie, después de un estudio atento puede afirmar que el cerebro de
Alejandrina María da Costa es inestable y portador de ideas fijas,
porque la enferma siempre presentó el más nítido equilibrio mental y el
más admirable buen sentido, por lo menos, durante los tres años de mi
asistencia clínica y sus ideas fijas son solamente para la mayor gloria
de Dios, la conve rsión de los pecadores y la salvación de las almas.
Si esto, o cosa equivalente, es tener ideas fijas, en el sentido
despreciativo que la Psiquiatría les atribuye, entonces los más ilustres
luminarias de la Ciencia, los mayores héroes de la santidad y de las
grandes y elevadas acciones, como el Padre Cruz, que la historia
registra, no pasan de disminuidos mentales y las mejores almas del
mundo –la fina flor de la humanidad de la que Renán creía verse
aislado- pueden ser acusadas de tener ideas fijas, recay endo sobre
ellas la desconfianza de ser histéricas, en mayor o menor grado, o
poseídas de cualquier tipo de psicosis.
Felizmente
pasó
el
tiempo
para
los
mayores
intelectuales
contemporáneos, en que la actividad mística era tenido como una
inferioridad mental y hasta como una manifestación mórbida; pasó el
tiempo en que los místicos eran tenidos como desequilibrados,
histéricos, anormales, psicasténicos, degenerados. Bergson, probó en
su obra “Los dos caminos de la moral y de la religión ” que la mística era
la actividad suprema del espíritu humano, mostrando que los místicos
cristianos no eran locos ni desequilibrados, pero sin el mismo modelo
del equilibrio, de la robustez y de la salud del espíritu. Y Carrel llegó a
esa misma conclusión en su libro “ El hombre, ese desconocido ”. Así
podemos afirmar que Alejandrina está dotada de un cerebro lleno de
equilibrio y de un admirable buen sentido, siendo sus ideas fijas
aquellas que deberían poseer todos los cristianos que quieren honrar a
su Maestro y Señor. No p uede tener un cerebro inestable y ser histérica
aquella que, teniendo carácter firme, constante y resuelto es señora de
sí y de sus pasiones y verdaderamente fiel a sus resoluciones hasta su
cumplimiento exacto.
No puede tener un cerebro inestable ni pue de ser sospechosa de ser
histérica quien, desde su infancia, le prometió a Dios servirlo con toda
su alma y corazón y siempre lo ha hecho con constancia y heroísmo y
en medio de los mayores dolores y de las mayores alegrías espirituales,
sin cambios de hum or y sin la menor incoherencia en sus actos, en sus
palabras y en sus actitudes, practicando las virtudes cristianas con la
mayor perfección y el más perfecto buen sentido, sin imaginaciones
desarregladas y sin extravagancias morales o físicas, dominando
siempre los movimientos de su corazón y de sus pasiones.
Los histéricos, según los psiquiatras, tienen una imaginación ardiente,
una tendencia a ser mentirosos, hacia la vanidad y la coquetería, son
irascibles y exagerados en todo y nosotros podemos observ ar que
Alejandrina tiene una imaginación bien regulada, de manera que no se
nota inmoderación en sus actitudes o palabras, tiene un amor indecible
a la verdad, es la humildad personif icada, en el sentido cristiano, es
sensata, muy sencilla pero muy intelig ente, paciente hasta el heroísmo,
nunca triste ni melancólica, siempre serena y resignada, sencilla,
ordenada y coherente; en nada exagerada, siendo su mayor gusto que
nadie se ocupe de ella.
Alejandrina no presentó nunca tanto de niña como de adulta los
menores síntomas de histeria y eso que los ayunos totales y la anuria
prolongada mata y ella no murió durante los 40 días de anuria y
abstinencia absoluta de sólidos y líquidos como fue constatado por
varios testigos y esto no puede explicarse de forma ci entífica por lo que
es necesario “aguardar una explicación clara para que se haga la luz”.
Clasificarla de histérica por sus ideas fijas, que son el amor de Dios y
la salvación de las almas es ciertamente un preconcepto que Renán
admiraría”.
Agregamos el relato de otro especialista,
examinar los relatos concernientes al caso:
realizado
después
de
”Al regresarle al P. Pinho los relatos sobre el caso singular de
Alejandrina María da Costa, le agradezco la oportunidad de conocer
hechos tan curiosos y poder estudiarlos e interpretarlos como médico
neurólogo.
Considero muy importante la relación presentada al Arzobispo de Braga
por su confesor y director espiritual. A mi ver, no es posible explicar por
medios puramente médicos y científicos lo que pasa en Ale jandrina,
nada hace suponer que se trate de un caso de histeria, sobre todo
porque es muy largo el tiempo que pasó y viene pasando sin tomar
alimento.
Igualmente creo que no se trata de engaño pues la comisión que pudo
observarla por 40 días y 40 noches b ajo rigurosa vigilancia en la Casa
de Salud pudo constatar que su abstinencia alimenticia era total.
Esta ausencia absoluta de consumo de substancias nutritivas durante
tan largo espacio de tiempo, cerca de 14 años no es compatible con la
vida y mucho men os con el mantenimiento de la temperatura normal del
cuerpo, con la respiración, del pulso, de la tensión arterial, etc., Hasta
sus funciones psíquicas habrían debido presentar obnubilación, sin
embargo, se verifica que su vida intelectual es intensa, sus relaciones
afectivas son perfectas, sus facultades y sus sentimientos son
normales.
Se trata de un caso extraordinario, excepcional, no explicable por
medios naturales o por datos científicos. Con respecto al progreso de la
mielitis, responsable de la par álisis, no tiene nada que ver con la
abstinencia de alimentos siendo solamente una dolencia paralela.
Firmado: Rui Joao Marques . - Profesor de Ciencias Médicas de la
Facultad de Ciencias Médicas de Pernambuco. Profesor de la Facultad
de Medicina de Recife ; Profesor de Nutrición de la Escuela de Servicio
Social de Pernambuco; Presidente de la Sociedad Pernambucana de
Gastroenterología y Nutrición.
Notas
(1) Cfr. P. Arintero, “La verdadera mística tradicional” Cap. “Misa co santificadora de María” Editori al FIDES, Salamanca.
(2) La Autoridad Eclesiástica había establecido, aunque no de forma
absoluta, que se hicieran propagandas indiscretas. Alejandrina
obedecía ese deseo y hacia cuanto era posible por evitar las visitas.
(3) Esta descripción fue dictada por Alejandrina al P. Humberto el
verano de 1944, un año después del suceso. La precisión de los
pormenores, de los datos y de los nombres, son testigos de la
limpidez de espíritu de la enferma.
(4) Entró en la Casa de Salud a las 20 horas del 10 de juni o, fue
inmediatamente asistida y vigilada por un grupo de personas muy
serias y responsables, con nociones de enfermería, aunque no
profesionales, sin ningún interés pecuniario, prontas a asistir a la
enferma y pasaban la noche en su cuarto cerrando con ll ave.
Excepto ellas, ninguna otra persona tocó a la enferma ni le hizo la
limpieza, además varias de esas personas fueron escogidas por su
incredulidad con respecto al caso de Alejandrina.
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