Pluma invitada

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Pluma invitada
Iniciamos esta sección de
“Pluma Invitada” con la colaboración del Catedrático y Profesor
de Historia Medieval de la
Universidad Autónoma de
Madrid, D. Vicente Ángel Álvarez
Palenzuela, Comisario General
de la exposición “Isabel, la Reina
Católica” y una de las figuras
más relevantes especializadas
en este personaje.
Con motivo de la celebración del V Centenario
de la muerte de Isabel la Católica, algunas ciudades han realizado diferentes actos en su memoria, así Valladolid, Granada y Toledo. En esta
última ciudad el reinado de la Reina Isabel es
evocado en una gran exposición organizada
por el Arzobispado de Toledo, que completa y
cierra los actos organizados con motivo del
centenario.
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La muestra, que fue inaugurada por S.M el rey
don Juan Carlos, el 15 de junio, y permanecerá
abierta hasta el 12 de diciembre, evoca los aspectos esenciales del reinado a través de 346
piezas: Documentos, códices e incunables, escultura, pintura, tapices, telas, orfebrería, ajuar
doméstico y muebles; la personalidad de la
Reina, sus gustos y espiritualidad hallan en la
exposición un recorrido memorable.
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EL REINADO DE ISABEL I,
LA REINA CATÓLICA.
L
a princesa Isabel, la futura “Reina Católica” nace
en Madrigal, el 22 de abril de 1451; es la primogénita del segundo matrimonio de Juan II de
Castilla con Isabel de Portugal. De este matrimonio
nace también un varón, Alfonso, en diciembre de
1453, de modo que, cuando fallece Juan II (julio de
1454), Isabel ocupa el tercer lugar en la sucesión del
reino ya que su hermanastro, ahora rey, Enrique IV, carece de sucesión por el momento.
Las circunstancias políticas del reino y la enfermedad
de su madre mantendrán a Isabel, en Arévalo, apartada de la vida oficial durante unos años; son también
razones políticas las que provocarán su forzada entrada en la Corte. En el verano de 1461 se anunciaba
el embarazo de la reina Juana de Castilla, segunda esposa de Enrique IV, con la que había casado seis años
atrás después de una irregular declaración de nulidad
de su primer matrimonio, una azarosa negociación y
una ceremonia de matrimonio no menos discutible,
carente de oportuna dispensa y no oficiada por ninguno de los prelados designados al efecto por el
Papa: en febrero de 1462 nacía Juana, sobre cuya ilegitimidad hubo rumores desde el primer momento.
Parecía oportuno que los dos herederos hasta el momento, Alfonso e Isabel, estuviesen bajo adecuado
control.
La pugna política por el control del poder comienza a
tener forma de levantamiento nobiliario a partir de
septiembre de 1464. La Liga de nobles publicaba un
manifiesto en el que se acusaba a Enrique IV de planear el asesinato de su hermanastro Alfonso, y de planear el matrimonio de Isabel con Alfonso V de
Portugal para franquear la herencia a Juana, de la que,
por primera vez, se afirmaba que no era hija del Rey.
La rebelión alcanza su punto culminante el 5 de junio
de 1465, con la deposición de Enrique IV en una ceremonia burlesca, en Ávila, y la proclamación de Alfonso
como rey de Castilla.
El fugaz reinado de Alfonso presencia una verdadera
capitulación de la autoridad monárquica. En septiembre de 1467 Enrique IV y su hermanastro alcanzaban
una solución: reconocimiento de Enrique como rey y
de Alfonso como heredero; al privar a Juana de sus
derechos sucesorios se daba por firme su ilegitimidad,
aunque no se explicasen las razones de la misma. Era
la quiebra de la autoridad monárquica sin que se alcanzase la solución de los problemas, porque, el 5 de
julio de 1468, moría Alfonso, cerca de Ávila.
Apenas conocida la muerte de su hermano, Isabel reclamó para sí el título de heredera del trono, así lo
establecía el testamento de su padre, si Enrique moría sin hijos; no obstante, rechazó absolutamente el
título de reina que algunos de sus partidarios pretendían que asumiese. En ese crucial momento,
Enrique reclamó la presencia de su esposa en la
corte, pero la reina Juana, que se hallaba en ese momento en avanzado estado de gestación, fruto de sus
relaciones con Pedro de Fonseca, su custodio en
Alaejos, huyó a refugiarse junto a uno de los
Mendoza, Beltrán de la Cueva. El hecho tuvo una
demoledora influencia sobre el rey y venía a justificar
a posteriori todas las maledicencias y calumnias.
En esas condiciones se entra en la negociación entre
Enrique e Isabel que conduce a la firma del acuerdo
conocido como Pacto de los Toros de Guisando (14
de septiembre de 1468): reconciliación de los bandos, reconocimiento de Enrique IV como legítimo rey
y de Isabel como heredera, a cuyo efecto fue jurada,
por ausencia de otros herederos legítimos; la causa
de tal ilegitimidad es la del matrimonio regio, no de
la filiación de Juana. En cuanto a Isabel, habría de casarse de acuerdo con su hermano y otras personas
que se designaban, pero siempre contando con la
voluntad de la Princesa.
Las relaciones entre los hermanos serán cordiales,
pero superficiales, mientras se desarrolla una intensa
lucha política en relación con el matrimonio de
Isabel. La diplomacia aragonesa trabajaba intensamente para lograr que el elegido fuese el príncipe
Fernando; es probable que desde finales de este año
Isabel hubiera tomado ya esa firme decisión. La situación en Castilla es muy confusa a causa de la división entre grupos nobiliarios que sostienen soluciones diversas para la situación política.
En mayo de 1469 Isabel firma las capitulaciones matrimoniales con Fernando, se fuga de Ocaña y se instala
en Valladolid, desde donde reclama la presencia del
príncipe aragonés para contraer matrimonio. Era una
clara ruptura de los acuerdos de Guisando, a pesar de
lo cual Isabel se esforzó en ganar la voluntad de su
hermano que, por su parte, también había incumplido
los acuerdos al no convocar Cortes para el juramento
de la heredera, como había sido convenido.
Tras una novelesca entrada de Fernando en Castilla,
la ceremonia de matrimonio tenía lugar en Valladolid
el 19 de octubre de 1469: era un matrimonio que,
además de los problemas políticos que planteaba,
fue contraído sin dispensa pontificia para el defecto
de grado de parentesco entre los contrayentes; aun-
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de Sixto IV, que es quien otorga la imprescindible
dispensa, y el de un importante número de nobles,
resultado de la decisiva legación del cardenal
Rodrigo Borja, un día Alejandro VI.
También progresa, de modo muy confuso, la relación
de Isabel con su hermano. Ambos se entrevistan en
Segovia, en diciembre de 1473, y pasean por sus calles poniendo de relieve una cierta reconciliación que
dejaba prácticamente en el olvido los acuerdos de
Valdelozoya. No hubo, sin embargo, acuerdos formales; Enrique fallecía en Madrid, en diciembre de
1474, sin despejar la gran incógnita de la sucesión.
Isabel se proclamó inmediatamente reina, en
Segovia; a aquella ciudad llegaría poco después
Fernando, ausente en Aragón. Ambos acordarían la
forma de gobierno de sus reinos, otorgándose mutuamente derechos de gobierno en sus respectivos
reinos en los que actuarían, solos o conjuntamente,
como soberanos, no como consortes. Es la “concordia de Segovia”, que se expresaría en el lema del reinado, “Tanto monta”.
La proclamación de Isabel como reina de Castilla es
casi la señal para el comienzo de la guerra con
Portugal. Alfonso V, erigido en defensor de su sobrina Juana, que era proclamada reina de Castilla en
Plasencia el 25 de mayo de 1475, iniciaba una invasión de Castilla que inauguraba un enfrentamiento
de cuatro años. Los portugueses obtienen algunos
éxitos importantes, como el de Baltanás (Palencia),
en septiembre de este año, pero experimentarán una
decisiva derrota en las proximidades de Toro, el 1 de
marzo de 1479.
que se dio lectura a una bula, ésta era falsa: la auténtica solo fue obtenida dos años después, en diciembre de 1471.
La reacción de Enrique IV es una imposible vuelta
atrás: nuevo reconocimiento de Juana como heredera y negociación con Francia para lograr para ella
un novio francés, el duque de Guyena. Todo se concretó en Valdelozoya, en octubre de 1470, donde
Juana era reconocida como legítima hija de los Reyes
y, en consecuencia, jurada heredera.
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La situación del reino es desastrosa en los próximos
meses y muy difícil también la de Isabel y Fernando
que, poco a poco van ganando apoyos, en especial
el del Pontificado, desde la llegada al solio pontificio
El laborioso logro de la paz se obtiene mediante negociaciones directas de Isabel con su tía Beatriz de
Bragança, en nombre de Portugal. Estas negociaciones conducen al tratado de Alcáçovas (4 de septiembre de 1479); en realidad un conjunto de cuatro tratados en los que se renovaba la paz entre ambos reinos establecida en 1432, que regulaba los ámbitos
de navegación marítima, se acordaban los matrimonios de Juana con el príncipe Juan, heredero de los
Reyes, y de su primogénita Isabel con el heredero de
Portugal, y se ponía fin a las últimas consecuencias
materiales de la guerra: indemnizaciones, prisioneros
y concesión de perdones.
Así comenzaba un reinado de extraordinaria importancia, en medio de una situación sumamente comprometida por los largos años de tensión vividos y los
de guerra civil que ahora se extinguía. La recuperación del orden era la primera gran tarea: llamar a la
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nobleza a la colaboración con la Monarquía era la primera gran empresa. Exigió grandes dosis de negociación, pero también de autoridad en la recuperación de parcelas de poder invadidas por la nobleza
en los pasados años: fue un proceso que afectó por
igual tanto a los antiguos partidarios como a los enemigos ahora reconciliados.
Las Cortes de Toledo de 1480 son el marco en el que
se aborda la reconstrucción política, económica -declaratoria de juros, es decir una depuración de los libros de Hacienda-, reordenación de las bases económicas, en particular la ganadería, reforma de la administración, en especial la Chancillería y el Consejo,
y reordenación legal -Ordenamiento de Montalvoasí como primeras medidas de reforma religiosa.
La guerra de Granada se presenta como el objetivo
inexcusable que permita poner fin al largo empeño
reconquistador. Iniciada por un acto de provocación
musulmán, la guerra será un empeño sostenido y
prolongado, con utilización de moderno armamento
e intendencia, en el que tendrá gran importancia la
guerra de cerco y, por ello, la artillería. La guerra se
desarrolla en tres fases: 1482-1484, con las tomas de
Álora y Setenil como hechos destacables; 1485-1487,
con las decisivas conquistas de Ronda, Loja y, sobre
todo, Málaga; y 1488-1492 en que, tras la conquista
de todo el oriente granadino, se aborda la operación
final sobre la capital.
Fernández de Córdoba, serán el colofón de ese enfrentamiento.
África era el gran objetivo de los Reyes. La conquista
de Granada, en consecuencia de todo el territorio
peninsular, implicaba la recuperación de los territorios norteafricanos que un día formaran parte de la
Hispania romana. Las guerras de Italia y también la
empresa americana hicieron, sin embargo, inviable el
proyecto africano.
El proyecto de navegación de Cristóbal Colón, resultado de una mezcla de lecturas, noticias recogidas de
marinos, leyendas diversas y cálculos erróneos, consistía en navegar hacia las Indias por occidente. Cerrado
el Mediterráneo a la navegación cristiana, los portugueses estaban a punto de llegar a Extremo Oriente
circunnavegando África; por ello y por los errores de
cálculo de Colón rechazaron su proyecto. También fue
rechazado por los navegantes y geógrafos castellanos,
Aspecto esencial es la política europea; hecho complejo porque la unión personal de Aragón y Castilla
hacía muy difícil conciliar alianzas internacionales
hasta entonces contrapuestas. Los Reyes despliegan
una política que busca el aislamiento de Francia, hostil a los intereses de Aragón; la base de esa política
son acuerdos matrimoniales para sus hijos que llevan
a acordar el de la primogénita Isabel en Portugal, sucesivamente con el heredero, Alfonso, y muerto éste
con Manuel, entonces ya rey; un doble enlace con los
Habsburgo: el de Juan con Margarita y el de Juana,
finalmente heredera de Castilla, con Felipe; un sucesivo enlace de Catalina en Inglaterra, primero con
Arturo y, fallecido éste, con Enrique, luego Enrique
VIII; finalmente la boda de María con Manuel de
Portugal, viudo de su hermana Isabel.
Esta política de contención de Francia no impedirá
que la prosecución por Carlos VIII y Luis XII de los derechos de los Anjou en Italia provoque el enfrentamiento con la Corona Española, pues Fernando es
heredero de los importantes derechos de la Corona
de Aragón en el mediodía italiano. Las guerras de
Italia, en las que brilla la eficaz figura de Gonzalo
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marzo de 1492, de conversión forzosa de los judíos,
y la expulsión del reino de los no convertidos.
Expulsados desde hacía mucho tiempo de muchos
territorios de Europa, como Inglaterra o Francia, los
judíos españoles habían llevado una existencia aceptable salpicada de acontecimientos terribles como
las persecuciones de 1391.
Lograda la unidad territorial parecía imprescindible
obtener también la religiosa. Es lo que mueve a decretar la conversión obligatoria; se esperaba una respuesta masiva, pero el judaísmo sefardí había experimentado terribles pruebas que habían templado su
fe: hubo algunas importantes conversiones, convenientemente divulgadas, pero la mayoría optó por el
heroico camino del exilio, plagado de terribles sufrimientos, en la fidelidad a su fe.
Similares razones movieron a decretar la expulsión
de los musulmanes del reino de Granada; en este
caso se veían incrementadas por las acusaciones que
les hacían responsables de constituir un apoyo a incursiones de piratas berberiscos, con intención de reconstruir la presencia musulmana. Se intentaron todos los medios para lograr conversiones, pero el resultado obtenido fue insignificante; después de varias revueltas, algunas extraordinariamente duras, se
decretó la expulsión de toda la población musulmana
en febrero de 1502. Las conversiones que se producen para evitar la expulsión generan un nuevo problema, el morisco, resuelto en idéntico sentido un siglo después.
pero asumido por la Reina y abordado con escaso
riesgo económico, pese a las leyendas que se han acumulado sobre el asunto. El descubrimiento de “islas”
y “tierras” a Poniente exigirá una activa diplomacia
ante el Pontificado, del que se obtienen las famosas
“bulas alejandrinas”, y con Portugal, con revisión del
tratado de Alcáçovas mediante un nuevo acuerdo, el
tratado de Tordesillas, de junio de 1494, y una nueva
distribución de los mares.
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Entre tanto se había adoptado una de las decisiones
peor entendidas del reinado: el decreto, de 31 de
La reina Isabel otorgaba testamento en octubre de
1504, al que añadía, un mes después un codicilo. Es
una pieza documental maestra para el conocimiento
de la personalidad política y humana de la Reina. En
él va desgranando todas las preocupaciones de un
gran estadista y sus objetivos de gobierno: desde la
sucesión del Reino y la prosecución de la guerra con
el Islam en África, al trato a los indígenas americanos
como verdaderos súbditos de la Corona; desde la
adecuada conservación del patrimonio real al cumplimiento de los tratados internacionales, la eficacia
de la justicia o cuidadosos detalles respecto a sus
bienes, exequias y sepelio.
Vicente Ángel Álvarez Palenzuela.
Catedrático de Historia Medieval.
Universidad Autónoma de Madrid.
Académico Correspondiente de la R.A.H.
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